Que hace esta en el hilo de la lurdis y del paki
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Tico Medina en su blog del Trola@Dubois, quién escribió esas sandeces?
Antonio Burgos?
Pues a mí me da, que justamente conforme demuestra la Palur que está educada, con la misma educación de hace un siglo, dos o más, en las que la mujer pone buena cara aunque sepa y le digan que su marío le está pulimentando la cornamenta, debe poner buena cara , sonreír y aceptar que los hombres "son así" con tal de mantener su estatus social y no dar que hablar.Ya, si yo no he dicho que Fran no haya puesto cuernos. He puesto el ejemplo de su primer matrimonio porque no sabía eso de la boda civil. Entonces es verdad que a la familia de Lourdes no le debe hacer mucha gracia Fran, pero bueno, imagino que ya que tienen que aguantarlo sí o sí pues toca poner buena cara.
Y así es, porque por el otro lado, por el otro caño de sangre, le viene ni más ni menos que don Antonio Ordoñez, o sea, dos dinastías toreras, soberanas, dentro de la misma médula. Por eso a veces, en el momento de la boca reseca en la plaza, le sale el misterio que sólo han bebido los grandes. La casta, en su mejor definición.
Y eso no se aprende ni en una escuela ni se escribe en un testamento ante notario. Se hereda, simplemente, se recibe con la cinta del ombligo. Viene de la placenta a la plaza. Por eso, están ahí los nombres escritos de las grandes dinastías toreras. Y eso sin querer, incluso, aparece, revienta, es un chorro de luz en el sol y sombra de la tarde.
Pero fuera metáforas, mis lectores. Hace unos meses tuve la inmensa suerte de almorzar en un sitio único, en el parador de Ronda, sobre el tajo del asombro, con Fran Rivera y su esposa Lourdes Montes. Los dos me gustaron mucho, muchísimo. Ya como pareja se compartían elegantes; ella preciosa y él preciso, tan hermosamente avenidos. No es frecuente ver o encontrarse con una pareja que se complementa, se suplementa.
Se hacen uno. Me gustan, había estilo, gracia, quietud, aún con el brillo de la pasión en los ojos. Ahora me dicen que hay días que Fran se escapa hasta los caballos que guarda en su finca de Extremadura. ¡Qué bonita casa la suya en Ronda! Con qué gusto están puestos sus negocios, la clase en marcha.
Me gustan mucho, aunque los veo poco. A veces me da la sensación de que, dada mi edad provecta, que no sé si se escribe con b o con uve, cada día me gusta menos consultar el diccionario aunque tengo dos sobre la mesa- Gabriel García Márquez, tenía cien para consultarlos a veces todos al mismo tiempo- he visto a Lourdes viajar en el ave, de ida o de venida hasta Sevilla, pero no me he atrevido a besarle la mano.
Es moderna, lo sé, culta de la ley y de la sangre, tímida pero valiente, que es capaz de sostener y hasta mantener la fuerza imparable, caníbal, de los paparazzi en misión de calle. ¡Los pobres! Pero no les da la espalda, sino la sonrisa y eso la hace más grande, más intensa, diría yo que más nuestra.
Fran aguanta con sombrero o sin sombrero, que por cierto tengo que pedirle uno de esos que dice Triana, y que lleva al Rocío cuando hace la valiente peregrinación. A mí me emociona en la plaza, me sonríe en la calle, y a la hora de la verdad, es que sé que él sabe que su madre, una de las mujeres más hermosas que he conocido en toda mi vida, me tenía ligadura.
Cuando a mi compadre Curro Romero le ofrecieron la medalla de oro de las bellas artes de Sevilla, el hermano de Fran, Cayetano, siempre le recuerdo cuando uso el Loewe, tradicional, el siete, de toda la vida, todos los días, se acercó a mí en una esquina en el patio aquel de la academia, y me dijo:
- Muchas gracias, porque sé que querías mucho a mi madre.
Cierto. Ciertísimo. La comprendí, hasta la entendí. Sabía que era una mariposa en un volcán. Era guapa, la más guapa, valiente, quizá más de la cuenta, era única. Siempre quiso querer y que la quisieran. Cuando se nos fue, aquel día no del todo entendido, me había dejado, de días atrás, un mensaje en el telefonillo de mano, “gracias por lo que has dicho de mí el otro día, Tico”.
Fue en el programa de Terelu en Telemadrid, donde trabajábamos la Campos hija, Rosa Villacastín, y servidor, además de algunos otros brillantes amigos y compañeros. La defendí, como siempre hice, porque con ella había que salir al camino con la verdad en la mano, como si fueran las tablas de la ley, para defenderla por encima de los vientos y las tempestades que le cercaban. Siempre lo hizo. Su padre, don Antonio Ordoñez, el abuelo de Fran, ya muriéndose, en el tren que nos acercaba al sur, me confesó ya desnuda la cabeza, con el cáncer que le habitaba, mientras su compañera, su mujer de entonces, Pilar, se fumaba un pitillo en el andén de la parada:
- Tico, sé que aprecias mucho a mi hija Carmen…
- Apreciar es poco, maestro, la quiero mucho, que no es lo mismo.
- Lo sé y por eso te lo digo… ¡pero me está haciendo sufrir tanto!
En fin, que se me va el santo al cielo, que sé que Fran espera que Lourdes le dé el heredero de su historia de amor. Suerte pareja. A ver si nos volvemos a ver aunque sea en la preferente del AVE. Y que me alegra saber, maestro Francisco, que va usted a torear como siempre, la de ronda, vestidos de goyescos los dos, con su hermano Cayetano.