Festival Internacional de Cine de San Sebastián. 68º Edición. 18 al 26 septiembre 2020

Paz Vega, look ultrafeminista y mucho glamour en San Sebastián (lo copiamos)

La actriz ha sorprendido con un look de estilo sufragista con el que se ha colado (de nuevo) en la lista de mejor vestidas del certamen.

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Paz Vega (LP)

P.IZQUIERDO
22/09/2020 14:54

Paz Vega, como siempre, se ha convertido en una de las mejor vestidas de la alfombra roja del Festival de San Sebastián. Y esta vez no lo ha hecho enfundada en un espectacular vestido de alta costura, sino con un conjunto working con más significado del que aparenta a simple vista.

Nuestra actriz más internacional presentaba junto a Raúl Arévalo ‘El lodo’ (un thriller que llegará a las pantallas próximamente y que promete dejarte sin aliento) tres años después de su última gran aparición en el festival vasco de cine. La espera ha merecido la pena.

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Paz Vega y Raúl Arévalo. (LP)

Para la ocasión, Paz se decantó por un conjunto de dos piezas compuesto por una camisa blanca con grandes hombreras, cuellos amplios en pico y manga corta y un pantalón de estilo culotte color negro que le sentaba a las mil maravillas.

Un conjunto con una silueta inspirada en las mujeres sufragistas, que reinventaron la silueta femenina huyendo de los vestidos encorsetados y dejando paso a una tendencia que aún hoy arrasa en ventas.

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Paz Vega (LP)

Pantalones cómodos que poder combinar con zapatos perfectos para una jornada interminable, faldas trapecio, camisas de hombre adaptadas al cuerpo de la mujer y ese aire poderoso que aporta la combinación del blanco y negro han hecho de la elección de Paz Vega una de las más alabadas de la edición.



En cuanto al look beauty, Paz lució uno 'effortless' en el que su flequillo, esta vez más largo que de costumbre, fue el protagonista, colocado a ambos lados del rostro enmarcando un maquillaje sencillo y superfavorecedor en tonos marrones.

Recogió el resto de su melena en una coleta baja despeinada que combinaba genial con la elección estilística haciéndola redonda.

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Paz Vega (LP)

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Cortesía

Camisa confeccionada en algodón de alta calidad, con cuello clásico y manga larga y hombreras (69 euros) de Uterqüe; pantalón cropped fluido con tiro alto y corte culotte (25,95 euros) de Zara, y salones de vinilo y punta de ante de Mango Outlet (19,95 euros).

 
Matt Dillon pone banda sonora al día más realista de San Sebastián
El actor dirige su segundo largo, «El gran Fellove», un documental sobre el músico cubano Francisco Fellove

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Matt Dillon en el Festival de Cine de San Sebastián -EFE

Fernando Muñoz
Actualizado:23/09/2020 10:00h

 
La aventura del único español a por la Concha de Oro
El madrileño Antonio Méndez Esparza, asentado en Florida, donde trabaja como profesor de cine, presenta su tercera película en Sección Oficial, «Sala del Juzgado 3H»

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Antonio Méndez Esparza, único español que compite en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián - AFP

Fernando Muñoz
Actualizado:23/09/2020 10:01h

 
Viggo Mortensen completa con 'Falling' el debut más anárquico, enfurecido y hasta genial
LUIS MARTÍNEZ
San Sebastián
Jueves, 24 septiembre 2020 - 12:16

El actor, que recibe el Premio Donostia a toda una carrera marcada a partes iguales por 'El señor de los anillos' y su fervor por el cine independiente, se estrena como director incatalogable.

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Lance Henriksen y Viggo Mortensen en un momento de 'Falling'.

No es lo mismo la esperanza que lo esperable. Obvio. Que Viggo Mortensen, el último Premio Donostia, decida ser director de cine es, hasta cierto punto, esperable. Al fin y al cabo, estamos delante de la estrella (eso es, lo quiera él o no) más atípica que pisa Madrid, Hollywood y el ancho mundo, incluida la Tierra Media. Que a un poeta de verso libre, pintor abstracto, músico experimental, fotógrafo analógico, viajero políglota, hincha del San Lorenzo de Almagro, editor de rarezas, activista político desconsolado y hasta actor metódico; que a alguien que es todo eso, decíamos, le surgiera la vocación de dirigir una película tenía que pasar. Aunque fuera tarde (pronto cumplirá 62 años). Es más, dado cómo es él, tenía por fuerza que ser tarde. Y de todo lo anterior, por tanto, no queda otra que la esperanza de que 'Falling', así se llama su película, fuera cualquier cosa menos lo que comunmente se entiende por esperable.

'Falling' es, por definición, inclasificable. Caótica, anárquica, violenta y tan cerca por momentos del melodrama clásico como lejos de cualquier narración también clásica estructurada en tres actos. Es una película pensada para desconcertar desde un tiempo por fuerza desconcertante. Es Viggo Mortensen.

La película cuenta las industrias y andanzas de una familia estadounidense tipo Medio Oeste de 'Las correciones'. En el centro, la relación de un padre misógino, brutal, homófobo, machista y muy cerca de la demencia, y un hijo liberal, conciliador, gay y de una sensatez a un paso de la simple locura. El primero es un Lance Henriksen desproporcionadamente genial y el segundo, el propio Mortensen. El relato avanza y retrocede en una espiral de recuerdos y emociones que no atiende a más lógica que su propia y necesaria insensatez. Lejos de 'Falling' el cargante estándar de una línea temporal salpicada de 'flash-backs' explicativos.

Por momentos, la sensación es la un remolino que absorbe la narración como si se tratara del mimísimo Maelström. A ratos, todo obedece a un bastante más pedestre código melodramático de sobremesa dominical. Y es ahí, en la ausencia de normas, en su desprejuiciada y feliz renuncia a los códigos (desde lo pretendidamente refinado a lo más obviamente vulgar, todo cabe), donde la cinta acaba por encontrar un extraño acomodo tan peculiar como seductor. Sin renunciar, claro está, al sano ejercicio de incomodar. Que es de lo que se trata. Nada es ajeno a una película que por no evitar no deja pasar la ocasión para un chiste escatológico con el propio David Cronenberg en el papel de proctólogo.

Nada más nacer el hijo, no necesariamente deseado, el padre le pide disculpas por traerle al mundo. Y es esa bienvenida con aspecto de maldición la que da la pauta. Se trata de investigar el lazo que, a pesar de todo y contra todo, une a un padre y a un hijo. Henriksen encarna la figura patriarcal que hace del abuso su manera de estar en el mundo, de relacionarse, de, y esto es lo que cuenta, incluso de amar. De amar mal, pero amar al fin y al cabo. Su brutalidad es su defensa y su condena. Cuando le alcance la demencia senil, entonces todo juicio moral queda suspendido. La responsabilidad se diluye en la más evidente enfermedad.

'Falling' evita recetas. Su objetivo no es tanto el personaje particular del padre como la figura mucho más abstracta e inasible del patriarcado, del padre como institución y rémora. 'Falling' hace suyas cada una de las dudas de sus personajes y las convierte en materia misma narrativa y cinematográfica. 'Falling' esconde la posibilidad de una moraleja en cada uno de los recovecos de una historia que no se deja resumir ni, dado el caso, contar. 'Falling' es la película de un debutante que siempre se ha negado, independientemente de la ocupación u oficio, a dejar de ser debutante.

El resultado es una película perfectamente viva que se etiqueta mal. Es una película construida sobre la esperanza de vencer el miedo a equivocarse; levantada sobre el miedo a no cumplir con lo esperado. Y ahí, en el equilibrio imposible, una película anómala y feliz. Y profundamente turbadora.

Decía Spinoza que no hay esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza. Al fin y al cabo, estos dos sentimientos son el mecanismo más poderoso de la peor esclavitud, que es la esclavitud autoimpouesta. Para que el miedo surta efecto ha de ir acompañado de esperanza; y para que la esperanza tenga sentido debe llevar consigo el miedo a perderla. Mortensen lo sabe. Y lo sabe no tanto como político sino como artista, esperanzado y con miedo, empeñado en huir de todo lo esperable. Un merecido Premio Donostia, sin duda.

 
'Beginning', la película que quedará del festival de San Sebastián 2020
LUIS MARTÍNEZ
San Sebastián
Miércoles, 23 septiembre 2020 - 14:47

La directora georgiana Dea Kulumbegashvili presenta su candidatura a la Concha de Oro a la vez que Colin Firth y Stanley Tucci protagonizan una rutinaria colección de gestos afectados en 'Supernova'

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La directora georgiana Dea Kulumbegashvili, en la presentación de 'Beginning'. AFP

La moda, en el análisis pionero de George Simmel, sirve tanto para diferenciar un grupo de sus rivales sociales, económicos o de clase, como para cohesionar a los iguales. Separa tanto como unifica. Pero quizá lo más interesante del análisis 'simmeliano' hace referencia a lo que las tendencias tienen de máscara. Acatar las normas dictadas por el común, nos dice el sentido de lo evidente, anula la individualidad y el ejercicio libre del pensamiento, pero también, y esto es lo relevante, ofrece la opción de ocultarse tras las reglas para no distraerse en estupideces y concentrarse de este modo "en lo que es íntimo y esencial". Y así.

'Beginning', de la directora georgiana Dea Kulumbegashvili, es esa película tan querida en los festivales que concentra por igual entusiasmos y recelos. Digamos que existe para estar de moda: une y separa a la vez. Desde una mirada distante, quizá exterior, todo en ella resulta demasiado impecable, excesivamente magnético, avasallador sin duda. Subyugante incluso con uno de los finales más enigmáticos y poderosos contemplado en mucho tiempo.

Su estudiada perfección formal invita sin embargo a la suspicacia. Un espectador conspicuo (no digamos crítico o cinéfilo triste) no se rinde tan fácilmente. Pero a poco que se acepten las reglas propuestas por la película sin necesariamente darse por ofendido; si se asume que todo director (en este caso directora) tiene derecho a una máscara (y aquí la reflexión de Simmel); entonces, no queda más que rendirse a lo obvio. 'Beginning' es la película más provocadoramente original y con vocación a una voz propia que ha pasado por este Festival de San Sebastián. Es más, será la película que quede. Tal cual.

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Una escena de 'Beginning', de Dea Kulumbegashvili.

La cinta cuenta la historia de Yana (la actriz Ia Sukhitashvili), una mujer acosada desde todos los frentes. Ella es la esposa del líder de la comunidad de Testigos de Jehová en un pueblo perdido entre montañas, ríos e infinitos prejuicios. En la primera escena cerca de la convulsión, la iglesia (o lo que sea) en la que se celebra una ceremonia es atacada con fuego por alguien que, a falta de mejor definición, se puede llamar extremista. Todo el relato gira alrededor de ella como mujer despreciada, utilizada, ignorada y finalmente tratada con esa condescendencia que tan mal se distingue del insulto. En realidad, todo discurre por dentro. La violencia es exhibida con una parsimonia, tranquilidad y elegancia que lejos de naturalizarla o convertirla en espectáculo, la desvela en todo lo que tiene de íntimo, esencial, común y compartido.

Es imposible no trazar líneas de contacto entre la propuesta de la directora georgiana debutante Dea Kulumbegashvili y el cine, por ejemplo, del mexicano Carlos Reygadas, que no en balde figura como productor. Se puede discutir el excesivo esmero (o incluso exhibicionismo virtuoso) en cuadrarlo todo. Abruma ligeramente el rigor algo ingenuo y terriblemente voraz de hacer coincidir en la misma línea de razonamiento el esquema opresivo y discriminatorio de instituciones sociales, llamémoslas así, como la maternidad, el matrimonio, el estado y la religión. Pero lo que queda a salvo, es la claridad de una película que se atreve a rastrear soluciones exclusivamente cinematográficas, no discursivas o literarias, a un argumento que es a la vez provocación y evidencia.

De la mano de una descomunal actriz protagonista, Dea (por lo visto en Georgia la forma educada de referirse a una persona es por el nombre no por el apellido) acierta a rastrear en lo más crudo de lo que nunca se cuenta: esa otra parte que no tiene que ver tanto con la humillación de la mujer como un accidente corregible de la historia, sino con la propia estructura de una sociedad que ha depositado en precisamente esa humillación su propia razón de ser. Y eso vale para todos sus niveles: desde la cotidianidad más banal a la propia raíz de la teología. Suena tremendo y, en efecto, lo es.

'Beginning' es cine que subyuga con la misma fuerza que pone alerta. Es cine para la interrogación, la investigación y hasta la duda. Es cine, que en su apariencia sonámbula y magnética, aspira a todo, empezando por la Concha de Oro. Sí, es la película de moda, pero, como ya aventuró Simmerl, la moda como máscara no es necesariamente sinónimo de futil o perecedero. Dea llega para quedarse.

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Stanley Tucci y Colin Firth en 'Supernova'.

En realidad, y mucho antes de que 'Beginning' tomara el protagonismo, la jornada estaba originalmente dedicada a 'Supernova', la segunda película del también actor Harry Macqueen. Con Colin Firth y Stanley Tucci en el reparto y con una historia alrededor de la muerte, el amor y el Alzheimer, el cine llamado de prestigio tiene aquí su particular Tourmalet. El resultado (no queda claro si en cambio o en consonancia) descorazona bastante.

Macqueen más que contar una historia deja que se la cuenten a él. Toda la cinta, desde la presentación de los personajes a la estructura en forma de viaje pasando por el desenlace tremendo, se limita a hilvanar lugares comunes, clichés y gestos de actor excelente. Ya desde el principio, el dibujo de la pareja protagonista como dos homosexuales (uno es escritor y el otro pianista) refinadísimos, cultísimos y muy cínicos más parece una parodia de lo que deben de ser las obras de fin de curso todos los años en Oxford. Hay un momento en el que, delante de un grupo de familiares y amigos, Firth lee la carta de despedida de Tucci que se diría una escena escrita por una aplicación.

Bien es cierto que la película ofrece exactamente lo que promete. Tiene claro lo que quiere contar y a ello se aferra con una fe entre ciega y sólo insensata. Firth y Tucci no hacen más que lo que saben hacer con la solvencia y brillantez de siempre. Y si no dan un sólo paso fuera del límite de exigencia no es culpa suya. Quizá de los representantes respectivos. Sea como sea, nadie está a salvo de un día tonto, blando o emotivo. ¡Pero si Firth toca el piano al final y todo!

Por último, la sección oficial programó 'Nosotros nunca moriremos', del argentino Eduardo Crespo, y volvimos a respirar. Se trata de contar el periodo de duelo al que se enfrentan una madre y su hijo menor ante la muerte del mayor, hijo y hermano respectivamente. El director se las arregla para que nada ocurra salvo un dolor tan delicadamente intenso (o intensamente delicado, como se quiera) cuyo único fin es suspender la mirada del espectador en un espacio y un tiempo sin espacio ni tiempo. Parece contradictorio y en realidad es sólo melancolía.

La película avanza únicamente pendiente de su claridad, de su empeño en recrear ese momento por fuerza extraño (la muerte de un ser querido) en el que todo pierde sentido para, acto seguido, recuperarlo, pero ya de otra manera. De repente, todo se antoja nuevo, visto por primera vez, pero para siempre. Es una historia de crecimiento, pero también lo es de extrañamiento. Flota.

Y ya mañana volvemos a hablar de 'Beginning'.

 
El Festival de San Sebastián expulsa al cineasta Eugène Green por no usar la mascarilla
El director fue requerido hasta en cinco ocasiones por el personal del certamen para que se colocara la mascarilla y se la pusiera correctamente. Ante su falta de colaboración, la dirección le pidió que abandonara la sala

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La gente con mascarillas en el Festival de San Sebastián - EFE

Play Cine
Actualizado:24/09/2020 13:09h

 
Un juez a lo Charles Laughton, y Colin Firth con Stanley Tucci
El documental del español Antonio Méndez Esparza «Sala de Juzgado 3H», un extraño e interesante competidor por la Concha de Oro

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El cineasta español Antonio Méndez Esparza, fotografiado en San Sebastián - EFE

Oti Rodríguez Marchante
SAN SEBASTIÁN Actualizado:23/09/2020 20:53h

La representación del cine español en la Sección Oficial a competición por la Concha de Oro no es caudalosa, como otros años, y se ha ceñido a dos títulos, «Akelarre», dirigido por el argentino Pablo Agüero, y el que se acaba de programar, «Sala del Juzgado 3H», de Antonio Méndez Esparza, madrileño que cinematográficamente opera en los Estados Unidos. Es un documental a cámara plantada en el Tribunal de Familia Unificado en Florida, en el que un salomónico juez va resolviendo casos de padres que están acusados de abuso, abandono o negligencia de sus hijos y se encuentran en el trance de perder la patria potestad frente a las familias de acogida.

La cámara de Esparza asiste como testigo a muchos de estos casos y observa y transmite los dramas y conflictos, circunstancias y hechos, sin apenas pestañeo, como el espectador. Los hay de todo tipo y condición, aunque generalmente unidos por la adversidad, la pobreza y los estragos de la droga. El montaje es ágil y, a pesar de que el muestrario es reiterativo, las historias que forman el argumento tienen la pegada emocional de lo auténtico.

Momentos duros y sentimentales, como algún traspaso de bebé de manos de su madre natural a su madre de acogida, o viceversa… Las interpretaciones, en realidad, no son tales, aunque algunos de los «personajes» reales, y especialmente el juez, que es un paladín de las buenas maneras y las buenas palabras, bien se merece un lugar entre los que optan al premio de interpretación, aunque dárselo sería un escándalo para la judicatura. Una interpretación de juez que no la mejora Charles Laughton.

Interpretación
Pero, la interpretación, tal y como la concebimos en las ficciones del cine, la trajeron al Festival dos actores como Colin Firth y Stanley Tucci, protagonistas de la otra película que compite por la Concha de Oro, «Supernova», de Harry Macqueen. Interpretan a una pareja de largo recorrido, uno músico y otro escritor, que hacen un crepuscular viaje con aromas de despedida porque a uno de ellos, Stanley Tucci, le diagnosticaron alzheimer hace tiempo y empieza ya a descender rápidamente los peldaños hacia la lejanía.

El director no se plantea tocar otras teclas que las de la melodía y conduce a sus personajes por territorios cálidos de amor y comprensión, los reúne con familiares y amigos, les permite transmitir nobleza, sentimientos y sabiduría, y colocar sentido del humor y alguna que otra frase que pide mármol… Lo espinoso de la trama se ve venir, pero apenas molesta porque son dos actores tan notables que en todo momento se sabe que están interpretando…, lo que no se sabe del todo es si eso es bueno o malo. «Supernova» es una película que rezuma sensibilidad y estilo, que toca incluso con descaro fibras emotivas, aunque uno tiene la impresión de que esa misma historia contada así, pero en vez de con una relación entre hombres que se quieren fuera entre un hombre y una mujer, probablemente se vería como algo blandito y cursilón.

 
[San Sebastián 2020] ‘Miss Marx’ lleva a la revolución por el punk

'Miss Marx', de la italiana Susanna Nicchiarelli y con Romola Garai es una ruidosa reescritura del género biopic a través de la vida y luchas de la hija de Karl Marx.

Por Rubén Romero Santos
24 de septiembre de 2020

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Ya desde los títulos de crédito deja claro Miss Marx cuál es su intención. Tipografía y fondos fin de siècle con la música del combo de punk rock neoyorquino Downtown Boys. Mezcla como agua y aceite, y esa es su intención.

Siguiendo las enseñanzas de un iconoclasta como Todd Haynes y sus biografías musicales sobre Bob Dylan (I’m Not There) o Karen Carpenter (Superstar), o de Sofia Coppola y su diva pop María Antonieta, Susanna Nicchiarelli quiere darle un meneo al anquilosado género del biopic, tan en boga últimamente por esa maldición bíblica llamada Bohemian Rapsody.

El objeto de su homenaje es Eleanor “Tussy” Marx, interpretada por Romola Garai, benjamina de un señor barbudo llamado Karl Marx sin cuya obra teórica es probable que el común de los mortales no tuviera tiempo para ir al cine. La vida de Tussy ha sido a menudo eclipsada por la estatura intelectual y la mitificación de su padre. Nicchiarelli recupera su condición de pionera en la lucha de los derechos de los trabajadores y de la paridad en todos los aspectos de la vida.

Lo hace a través de constantes saltos en el tiempo y abruptas llamadas de atención al espectador, pues la ficción se mezcla una y otra y vez con imágenes documentales y con las canciones de los ruidosos Downtown Boys. Sus espídicas partituras acompañan el movimiento de los polisones (para algo se tienen que notar años de colaboraciones en revistas femeninas) y enaguas de la revolución industrial.



A diferencia de otra película estrenada en Perlas como Nomadland, más allá de la denuncia, Nicchiarelli sí que se preocupa de generar un conflicto dramático que angustia al espectador. Mientras Miss Marx goza de una brillante y admirada vida pública, es incapaz de enfrentarse a su desastrosa vida privada. Ella, la primera en denunciar la explotación femenina, la sufre en su propio dormitorio víctima de los caprichos de los hombres que la rodean y de un canallita aspirante a dramaturgo que le saca los cuartos mientras le da al opio (y desliza su mano bajo los polisones de otras mujeres).

Cobra sentido entonces la sorprendente selección musical, vaso audiocomunicante que conecta los problemas de principios de siglo con los actuales. Una canción como A Wall (El muro), dedicada a esa infame idea de Donald Trump, es el símbolo de la división entre las explotadas y los explotadores; ante la precarización general y del periodismo en particular, escuchar la versión punk de La Internacional te hace salir con ganas de asaltar el Palacio de Invierno, los cielos, el Congreso de los Diputados y la sede del Banco de España. Miss Marx es sorprendente, brillante y pertinente.

Una mujer también es la protagonista de Dasatskisi / Beginning, de Dea Kulumbegashvili, que ha venido a revolucionar la Sección Oficial, aunque en un sentido bastante diferente al propuesto por Eleanor Marx. Consiguió batir el récord de deserciones de la sala que hasta ahora tenía la lituana In the Dusk, de Sarunas Bartas. Y eso solo fue el principio.

Parte de la crítica se ha tomado su defensa como una cuestión personal. No cabe duda que Kulumbegashvili sabe filmar, especialmente de noche, y también que la intensidad del drama de su protagonista, la mujer de un testigo de Jehová acosada por su comunidad sita en la Georgia europea, a ratos puede exasperar a más de uno por la lentitud de su exposición.

La mezcla de miseria humana y fuerzas telúricas representadas por el fuego, el agua, y los bosques, tan conectadas con el cristianismo primitivo del movimiento religioso que procesa la protagonista, es tan plástica como excesiva.

 
El Festival de cine de San Sebastián 2020, en imágenes

18 fotos

Con una programación reducida en proyecciones y con aforos al 50%, el Zinemaldia cuenta en su 68ª edición con la compañía de Johnny Depp, Matt Dillon, Viggo Mortensen, Gina Gershon, el estreno de 'Patria’ y un desembarco de estrellas española
EL PAÍS
20 SEP 2020 - 18:20 CEST

 
UN DIENTE ROTO, UN VIAJE EN CANOA Y UNA ESPADA: ASÍ ES COMO VIGGO MORTENSEN FORJÓ SU LEYENDA

Viggo Mortensen presenta su debut como director ('Falling', un guion que escribió en los noventa) y recibe el premio Donostia en el festival de San Sebastián en honor a toda su carrera. Y en este caso, el término “honor” resulta más apropiado que nunca.


POR JUAN SANGUINO
24 DE SEPTIEMBRE DE 2020 ·



En 2005 una mujer llamada Cindy Sheehan aparcó su caravana en las proximidades de la casa de campo de George Bush. Ella había perdido a su hijo en la guerra de Irak y quería contarle su historia al entonces presidente de Estados Unidos, una iniciativa que muchos consideraron inapropiada, delirante y hasta antipatriótica. Pero Viggo Mortensen no. Él cogió un avión de Los Ángeles a Dallas, se acercó a saludar a la mujer y charló con ella un rato. Al despedirse, el actor le dio agua, verduras frescas y un ejemplar de 1984 de George Orwell no con ninguna intención de hacer un gesto político sino, tal y como él explicaría después, porque sospechaba que Cindy iba a pasarse mucho tiempo esperando en esa caravana. Y no se quedó más rato porque tenía que volver a Los Ángeles para recoger a su hijo en el colegio. Este arrebato resultaría excéntrico o incluso performativo si se tratase de cualquier otra estrella (y desde luego es imposible imaginarse a Clooney, Cruise o Gibson haciéndolo), pero en el caso de Viggo Mortensen la anécdota suena honesta. Porque él es la estrella menos artificial de Hollywood, el lugar más artificial del planeta.

Viggo Mortensen es el tipo de hombre que se define a sí mismo, de forma no irónica, como “ciudadano del mundo”. Una expresión tan abusada en las bios de Twitter, Instagram o Tinder que ya suena cómica pero que en su caso es literal. Nació en Nueva York, creció en Chaco (al norte de Argentina) y, tras pasar su adolescencia en un pueblo de la frontera con Canadá, se mudó a Dinamarca. Allí trabajó como repartidor de harina, vendedor de flores, camionero o descargando mercancía en el puerto. Y cuando decidió regresar a Estados Unidos para hacer carrera como actor, su envergadura física le aseguró una ristra de papeles de reparto: la sabandija traidora de Atrapado por su pasado, el teniente con valores de Marea roja, el chulito irritante de Daylight, pánico en el túnel. Era lo suficientemente guapo como para conseguir trabajo, pero su presencia (más de animal que de galán) empezó a encasillarlo en el rol de “tipo duro que le da la réplica a la actriz de moda”: La teniente O'Neill, Un crimen perfecto, 28 días, Retrato de una dama o Psicosis explotaban la contundencia de Mortensen y una cara que las crónicas de la época solían describir como “dos ojos penetrantes y una mandíbula cincelada”.

Pero sus compañeros de reparto aseguraban que Viggo Mortensen era además un artista sensible. En Un crimen perfecto su personaje era artista y los cuadros que aparecían en la película los había pintado el propio Mortensen. En La teniente O'Neill convenció al director Ridley Scott para evitar el cliché del militar misógino y para aportar profundidad a su personaje recitando versos de D. H. Lawrence durante los entrenamientos (“Nunca he visto una criatura salvaje autocompadeciéndose”). Él mismo había publicado sus poemas, en uno de los cuales expresaba su frustración con Hollywood: “Un trabajo completado por otros en salas sin ventanas, el hombre que fuiste durante un corto periodo ha sido reducido, eliminado, para un cementerio elegante que huele a palomitas”. Y cuando había cumplido 40 años y parecía asentado en el perfil de “tío cuya cara te suena pero cuyo nombre no recuerdas”, Viggo Mortensen se convirtió en uno de los hombres más famosos del planeta.

Peter Jackson despidió a Stuart Townsend tras dos semanas de rodaje de El señor de los anillos (dependiendo de las fuentes, por resultar demasiado joven para el papel de Aragorn o por resultar imposible trabajar con él), así que llamó a Mortensen para ofrecerle el papel. Jackson le dio al actor 24 horas para decidir si quería volar a Nueva Zelanda el día siguiente y pasar allí 18 meses rodando tres películas consecutivas. Fue su hijo Henry (fruto de su relación con la cantante de punk Exene Cervenka), que entonces tenía 11 años, quien lo animó a lanzarse a la aventura. En cuanto se estrenó La comunidad del anillo, Aragorn se erigió como el héroe que el mundo post-11S necesitaba: llevaba la responsabilidad sobre sus hombros (y se notaba cuánto pesaba), sabía que no podía ganar sin la ayuda de los demás y se esforzaba por ejercer su poder con integridad. Pero sobre todo, Aragorn era un líder asediado por las dudas. Sabía que sus antepasados se habían dejado corromper y no daba por hecho, como hacían los héroes de Hollywood en los ochenta y los noventa, que su honor era inquebrantable. Aragorn era consciente de su debilidad humana.



Viggo Mortensen en 'El señor de los anillos'


D.R.


Viggo Mortensen supo conectar con estos miedos, porque él mismo dudaba de su capacidad para liderar aquella producción de una escala entonces inédita (la distribuidora había planificado lanzamientos directos en DVD de Las dos torres y El retorno del rey por si la primera entrega fracasaba y se quedaban sin dinero para estrenar las secuelas en cines). “Como actor, yo tenía ese mismo sentimiento de duda al llegar a Nueva Zelanda. Me había dado tiempo a leer el libro en el avión como para comprender que el personaje tenía temores en torno al peso de su destino. Él siente las expectativas de los demás porque una cosa es que alguien te diga que eres capaz de hacer algo pero otra muy distinta es que tú te convenzas. Lo sentí en Aragorn y también lo sentí como actor: me habían contratado porque pensaban que podía hacerlo pero dentro de mí no estaba tan seguro”, explicaba. Durante el rodaje, Mortensen dormía a la intemperie en los bosques neozelandeses, iba a todos lados con su espada y rodó casi todas sus escenas de acción hasta el punto de que cuando le rompieron un diente pidió pegamento para colocárselo y poder seguir rodando. Esta actitud estableció un vínculo entre el actor y el personaje que al público no le costó asimilar: Aragorn era así de noble porque Viggo era así de noble.
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El fenómeno de la trilogía convirtió a Mortensen en un improbable ídolo fan y en un aún más improbable sex symbol, protagonista de webs como Viggophile (que se definía como “el hogar de todas las cosas viggoliciosas, con secciones dedicadas a galerías de fotos de su trasero). “Para muchas personas [ser una fantasía erótica] es genial, es la mitad de las razones por las que se meten en este trabajo. Pero para mí no es excitante, porque al gente te mira pero no ve lo que eres. Te conviertes en una posesión”, lamentaba el actor en Esquire. Esta imagen pública era terreno fértil para embarcarse en una carrera en las grandes ligas de Hollywood (como hizo su compañero Orlando Bloom), pero Mortensen se retiró a un lado y aprovechó su popularidad para sacar adelante proyectos minoritarios que consiguieron su financiación gracias a que él los protagonizaba. Una historia de violencia, La carretera o Promesas del este eran películas siniestras, complejas e incómodas que sabían explotar aquella envergadura física que tantos secundarios le había dado al actor durante los noventa pero ahora servía para remover las entrañas del espectador. En Promesas del esteaparecía desnudo mientras mataba a un hombre, en La carretera sufría malnutrición, en Una historia de violencia tenía una escena sexual con Maria Bello que bordeaba la sordidez. En Good, la novia de su personaje se excitaba tanto al verlo por primera vez con el uniforme de la Gestapo que le hacía una felación. Resulta difícil imaginarse a Orlando Bloom rodando esas escenas.

Con el dinero que ganó con la trilogía, Mortensen fundó una editorial (Perceval) para publicar libros sobre política internacional, antropología, arte o etnografía. Mortensen incluso trabajó en Argentina (Ana Pierbarg, la directora de Todos tenemos un plan, le dio el guión de la película cuando coincidió con él recogiendo a sus hijos de la piscina) y en España, donde protagonizó Alatriste y se enamoró de su compañera de reparto Ariadna Gil. En una entrevista para Esquire, el actor explicó que decidió mudarse a Madrid en 2009 “porque me enamoré de una mujer y ella vivía allí”. Una aclaración que exuda por igual un romanticismo exacerbado y una lógica aplastante. “Ha habido momentos complicados” reconocería Gil, “ha habido paparazzis durmiendo en el portal de mi casa. Y al final, ¿qué? A Viggo y a mí nos pueden hacer una foto paseando al perro y ya está, porque no damos más de sí. No hay noticia. No hay nada más que enseñar”. Residir a 9.357 kilómetros de Los Ángeles podría parecer una declaración de intenciones de una estrella que nunca se ha dejado embaucar por Hollywood, excepto porque da la sensación de que Viggo Mortensen nunca hace las cosas para demostrar nada. Simplemente las hace porque quiere.



Viggo Mortensen y Ariadna Gil en Madrid.


Viggo Mortensen y Ariadna Gil en Madrid.© GTRES



“[Las estrellas] se dejan infantilizar. Los actores jóvenes ven a los veteranos comportándose de forma infantil. 'Quiero el tráiler más grande. Quiero llevarme a mi familia a este evento en el extranjero a pesar de que la distribuidora tendrá que pagarlo y eso hará más complicado que haga más películas'. Les piden a sus agentes que incluyan privilegios en sus contratos y luego dicen 'oye, es que está en mi contrato', como si ellos no tuvieran nada que ver. Muchos actores con experiencia no te dan la réplica fuera de cámara, o lo hacen con tanta desgana que es obvio que no les importa una mierda. Una vez le pedí a un actor que se fuera a casa porque para eso ya me daría la réplica cualquier operario. Y luego está ese sentimiento competitivo, alimentado por las galas de premios. Aceptar un papel para que te nominen. Intentar conseguir más escenas. Llorar en una escena para conseguir la nominación. Y también ocurre en el cine independiente, no solo en las películas de estudio. Ni siquiera es cosa del cine americano, me ha pasado trabajando en London” criticaba Mortensen en The Guardian. El actor no ha tenido reparos en criticar que New Line photoshopease su cara en el póster de Una historia de violencia, eliminando su cicatriz del labio y sus arrugas.

El actor, sin embargo, no mira por encima del hombro a sus compañeros que sí apuestan por el cine comercial. “Hay gente que es muy hábil alternando [películas de estudio y películas de autor], pero no ha sido mi destino. Me habría gustado hacerlo en principio, pero el caso es que cuando me comprometo con un proyecto pequeño y tarda años en encontrar financiación sigo comprometido. Y entonces me ofrecen un gran cheque para empezar a rodar al mes siguiente y, sintiéndolo mucho, no puedo aceptarlo porque me había comprometido con la otra película” explicaba. Mortensen asegura que se le da fatal recorrer alfombras rojas, porque no sabe expresarse en frases cortas y los reporteros siempre le cortan a los seis segundos de empezar a contestar. “Creo que tengo una actitud sana hacia Hollywood. Pero por otra parte, si tuviera una actitud sana de verdad no trabajaría en esa industria en absoluto. Así que supongo que estoy un poco contaminado” reflexionaba en The Guardian. Esta actitud no le ha impedido conseguir tres nominaciones al Oscar, por Promesas del este, Capitán fantástico y Green Book. (Cuando logró esta última celebración, en la gala de 2019, hizo su primera aparición en una alfombra roja con Ariadna Gil). Viggo Mortensen no es una estrella a pesar de su integridad artística, sino gracias a ella.



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El actor considera que cada película es un curso universitario (Mortensen, por cierto, se licenció en políticas y en español, pero boicoteó las togas de la graduación como protesta por la precariedad de las costureras que las fabricaban). Su trayectoria está plagada de exploraciones, porque para él el rodaje es una experiencia valiosa en sí misma. Él mismo supervisó los subtítulos en inglés de Todos tenemos un plan. Antes de empezar Promesas del este se fue de mochilero por Moscú, San Petersburgo y los montes Urales para comprobar la autenticidad de sus diálogos en ruso. Llegó al set de Capitán fantástico en su canoa y con una pila de libros para decorar la vivienda de su personaje. Para prepararse para Jauja, viajó a Dinamarca y encontró el uniforme que su personaje habría llevado: uno que solo llevaron los soldados que combatieron contra Prusia en la década de 1850. Para sentir la incomodidad de La carretera, empapaba sus zapatos en agua antes de cada toma. Cuando atropelló a un conejo en Nueva Zelanda, lo desolló, lo cocinó y se lo comió. Cuando interpretó a un mudo en La pasión de Darkly Noon, pasó semanas sin hablar e incluso cuando hablaba con su hijo por teléfono solo respiraba al auricular.

Tiene sentido, entonces, que cuando llevó a Henry a ver Bailando con lobos(con tres años) este sintiese compasión por los indios de Pawnee y no por Kevin Costner. Y cuando vieron Titanic, el niño señaló que la película debía haberse centrado en el hundimiento porque los personajes le parecieron “estúpidos”. En aquella época, Viggo se llevó a su hijo en un viaje por carretera de Nueva York a Los Ángeles y le pidió que eligiera él la ruta. Henry le hizo un mapa en zig zag. “En vez de conducir 4.000 kilómetros, recorrimos 2.000. Me quedé mirando al mapa y pensé 'joder, vamos'. ¿Cuándo íbamos a tener otra oportunidad así?”, recordaba el actor en Esquire. Los periodistas estadounidenses que entrevistan a Viggo Mortensen siempre lo estudian como si fuera un animal exótico. Describen cómo suele caminar descalzo, que durante años no tuvo teléfono móvil o que siempre lleva una libreta “por si algún momento se presenta para ser robado”. Mortensen va a recoger a los periodistas al aeropuerto, les lleva regalos (libros de poemas, chocolate de Venezuela o Indonesia, tortitas) y conduce durante horas haciendo paradas en restaurantes de carretera, cataratas o la tumba de su madre.

Y es capaz de hablar durante varios minutos sobre su obsesión con la muerte. Para muestra de su coherencia, Mortensen ha criticado tanto las políticas de Bush como las de Obama, Trump o Hillary Clinton. Según él todos promocionan un militarismo agresivo, lo cual es “una larga tradición en este país”. Para Mortensen los republicanos y los demócratas tienen una actitud similar en política exterior, por lo que decidió apoyar la candidatura del Partido Verde en 2016 (Jill Sanders) ante las críticas de varios periodistas que lamentaron que ese apoyo beneficiaba a Trump. Pero no esperen concesiones de Mortensen, un tipo que promocionando Las dos torres apareció en televisión junto a Elijah Wood y Peter Jackson llevando una camiseta contra la guerra de Irak (con el eslogan “No más sangre por petróleo”). Incluso en mayo de 2019 respondió en El País al uso por parte de Vox de una imagen de Aragorn en sus cuentas de redes sociales. “Es ridículo que se utilice a Aragorn un estadista políglota que aboga por el conocimiento y la inclusión de las diversas razas, costumbres y lenguas de la Tierra Media, para legitimar a un grupo político antiinmigrante, antifeminista e islamófobo” escribía.

Hoy Viggo Mortensen presenta su debut como director (Falling, un guion que escribió en los noventa) y recibe el premio Donostia en el festival de San Sebastián en honor a toda su carrera. Y en este caso, el término “honor” resulta más apropiado que nunca.



 
Eugenia Martínez de Irujo, colorida y con un look familiar en San Sebastián
La duquesa de Montoro ha llegado con un estilismo único al festival para apoyar a los Tous

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Eugenia Martínez de Irujo. (Cordon Press)

C.C.
ACTUALIZADO: 25/09/2020 09:27

 
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Tamara Falcó, una marquesa de rompe y rasga en el Festival de San Sebastián

Tamara se ha superado a sí misma con este imponente look de Carolina Herrera con el que ha asistido al estreno del documental de Tous.

PATRICIA IZQUIERDO
ACTUALIZADO: 25/09/2020 19:58

Tamara Falcó se ha superado a sí misma esta tarde durante la alfombra roja previa al visionado del documental de Tous ('Oso') en el Festival de San Sebastián. Una participación que conocíamos desde hacía algunas semanas y que la marquesa de Griñón había preparado con ilusión. Quería grandes looks para sus dos apariciones y lo ha conseguido. Ambos firmados por Carolina Herrera, si el de por la mañana ha sido acertado (un traje de chaqueta rojo impecable), el de la noche ha sido mejor aún.

Tal y como ha podido saber Vanitatis, Tamara, con ayuda de su estilista Blanca Unzueta, se ha decantado por un look 'total black' de rompe y rasga compuesto por un pantalón pitillo negro y un top palabra de honor formado por dos grandes lazadas que estilizaban su figura y ponían de relieve su espectacular silueta. Atrevido y perfecto para una noche de viernes con red carpet incluida.

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Total look de Tamara. (LP)

Remató el look con un clutch insignia negro brillante de la misma firma y de nuevo unas sandalias minimal también negras, su nuevo tipo de calzado favorito. Como joyas, por supuesto, lució unos imponentes pendientes de oro y esmeraldas de la joyería catalana y una preciosa sortija en el dedo corazón de lo más vistosa que daba luz al look negro.

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Bolso y sortija de Tamara. (LP)

Mascarilla con mensaje

En cuanto a la mascarilla, lució la misma que Eugenia Martínez de Irujo por la mañana, una estampada con el mítico oso de Tous al que se le rendía homenaje esta noche.

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Detalle de la mascarilla. (LP)

El look beauty, firmado, cómo no, por Sisley, marca de la que también es embajadora, era más marcado que de costumbre. En lugar de lucir su bob suelto como hace siempre, lo recogió en una coleta baja peinada con raya al medio muy pulida y un make up que ponía énfasis en la potente mirada de Tamara. Estaba guapísima.

La noche prometía glamour y lujo, y sin duda la hija de Isabel Preysler ha estado a la altura de lo que esperaban las anfitrionas del evento, las herederas del imperio Tous Rosa, Alba, Laura y Marta Tous (los cuatro hilos conductores del documental), quienes también con sus mejores galas y una gran sonrisa han posado impecables en el photocall. "Estamos muy emocionadas con este proyecto. Es un homenaje a nuestra madre y a la empresa que creó junto a nuestro padre. Es un orgullo para nosotras, y para las más de cuatro mil personas que trabajan en la marca, poderse ver representadas en un proyecto tan especial y humano”, ha señalado Rosa Tous.

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Las herederas de Tous, junto a Eugenia y Tamara. (LP)

Una noche en la que, por supuesto, tampoco faltó Eugenia Martínez de Irujo, como Tamara, embajadora de la firma y además diseñadora de algunas de sus colecciones.

Golden girl

La hermana del duque de Alba volvió a acertar por la noche con este vestido largo de rayas negras y doradas con las que se convirtió en una auténtica golden girl. Con volantes en los hombros y falda en forma de A, el diseño tenía un toque rockero que nos encanta.

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Eugenia Martínez de Irujo. (LP)

Por supuesto, también lució joyas de Tous: un brazalete de gran tamaño en el brazo izquierdo dorado a juego con el vestido y pulseras más pequeñas en el derecho. Remató el outfit con un discreto clutch negro y un chal a juego para protegerse de las bajas temperaturas de esta tarde en San Sebastián.

Glam, rock, love

No obstante, el gran detalle del look fue sin duda la mascarilla. Aunque por la mañana lució la de la marca estampada con los osos, por la noche llevó una que nos ha dejado sin palabras.

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La mascarilla más original la tiene Eugenia. (LP)

El documental

‘Oso’ narra la historia de Tous desde sus inicios, cuando el padre de Salvador Tous se inició como aprendiz de relojero hasta la actualidad. Ahora que cumplen cien años de vida, han abierto las puertas de sus casas y talleres para dejarnos entrar en el universo de esta marca conocida mundialmente desde una perspectiva totalmente distinta.

El documental, tal y como han informado desde la marca, "recorre los logros, las controversias y el carácter visionario de la marca a través de los hitos que han definido el éxito de la compañía: su tradición joyera, el nacimiento de la 'joyería democrática', la gran explosión de la firma en los 90 -adelantándose a su tiempo y colaborando con las 'caras' más notorias del momento-, los cuatro relevos generacionales y su proyección internacional que se traduce en más de 700 tiendas repartidas en más de 50 países".




En definitiva, más de 75 minutos narrados por primera vez por sus protagonistas en los que el presente se intercala con el pasado en una narrativa cinematográfica que se apoya, sobre todo, en la familia.
 
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