Felipe VI y Letizia inauguran ciclo de conferencias en Aranjuez. Aniversario Carlos III. Lunes 7/11.

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En el 300 aniversario de su nacimiento

05/11/2016
Un simposio de historiadores y una exposición en el Palacio Real recuerdan a Carlos III
Felipe VI y doña Letizia inaugurarán el ciclo de conferencias en Aranjuez. Patrimonio Nacional organiza ambos eventos para analizar la figura del “rey ilustrado”
Instituciones y organismos públicos y privados se están volcando este año 2016 en celebrar el 300 aniversario del nacimiento de Carlos III, uno de los reyes más reconocidos de la Historia de España. Patrimonio Nacional va a celebrar dos eventos para conmemorar la fecha: un simposio histórico y una exposición de arte.

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Retrato de Carlos III.

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Carlos III nació en 1716, siendo el tercer hijo de Felipe V y el primero de la reina Isabel de Farnesio. Después de ser duque de Parma y Plasencia y rey de Nápoles, asumió la corona de España tras la muerte de su hermanastro el rey Fernando VI sin descendencia.

En este 2016, al cumplir tres siglos de su nacimiento se están llevando a cabo distintos actos de conmemoración en España y también en Italia para recordar la trayectoria de este rey, considerado como un modernizador e impulsor de la Ilustración en España.

Patrimonio Nacional, el organismo público encargado de gestionar los palacios y propiedades ligados a la monarquía, va a celebrar próximamente dos eventos para rememorar la figura de Carlos III, que reinó en España entre 1759 y 1788.

Este lunes 7 de noviembre comienza un simposio internacional, con el título “Carlos III. Las claves de un reinado”, que reunirá en el teatro del Palacio Real de Aranjuez a numerosos historiadores y expertos de otros ámbitos que analizarán desde distintas perspectivas la etapa de este rey en el siglo XVIII.

La corona ha dado su apoyo a este simposio, ya que el rey Felipe VI ha aceptado la presidencia de honor del mismo. Además, se ha confirmado que al acto de paertura asistirán los reyes Felipe y Letizia.

Un rey admirado por Felipe VI
El simposio está organizado por Patrimonio Nacional y la Real Academia de la Historia bajo la batuta de Carmen Iglesias, directora de la RAH y una de las especialistas sobre Carlos III y el período de la Ilustración más reconocida. Cabe destacar que Iglesias fue profesora de Felipe VI en su juventud, y consiguió transmitirle una gran admiración hacia este rey: de hecho, cuando don Felipe se trasladó al despacho del rey Juan Carlos en el Palacio de la Zarzuela, colocó detrás de su mesa un retrato de Carlos III.

Además, este ciclo de conferencias estará coordinado por el director de las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional, José Luis Díez.

Entre el lunes 7 y el viernes 11 se celebrarán distintas conferencias en el Palacio Real de Aranjuez sobre diversos aspectos y visiones del reinado de Carlos III: la política exterior, la interior, las reformas sociales y económicas, pero también el arte, la música, la ciencia y las expediciones arqueológicas que patrocinó este rey.

El simposio está abierto al público de forma gratuita y además incluye en su programa visitas con expertos de Patrimonio Nacional a los palacios reales de Aranjuez, Madrid y El Pardo.

Exposición en el Palacio Real de Madrid
No será el único evento que organiza Patrimonio Nacional sobre Carlos III. A finales de este 2016, el 6 de diciembre, se inaugura la exposición “Carlos III. Majestad y Ornato en los Escenarios del Rey Ilustrado”.

Hasta el 31 de marzo de 2017 se podrán ver en el Palacio Real numerosas obras de arte y objetos que explican ese ornato en las cortes de Carlos III.
 
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Carlos III, ¿el único rey que ha sido normal de la historia de España?
Carlos III fue un gobernante inusual e irrepetible. Siempre intentó legislar de cara a mejorar la vida de sus súbditos en vez de añadir sufrimiento

03.05.2014 – 05:00 H.
Para ser realmente grande, hay que estar con la gente, no por encima de ella.

–Montesquieu

Carlos III fue un gobernante inusual e irrepetible. Siempre intentó legislar de cara a mejorar la vida de sus súbditos en vez de añadir sufrimiento al respetable. Poco dado a medrar por palacio y a la pompa cortesana, se escapaba con bastante frecuencia a cazar perdices, gamos y piezas varias en los alrededores de Madrid, eso sí, con su cuaderno de campo en el que tomaba buena nota de sus reflexiones para construir un reino mejor. Era un rey vocacional, que no ornamental. Es posiblemente la mejor encarnación o representación del despotismo ilustrado.

Mas, mientras que lo relativo a su gestión intramuros culminaba por lo general con éxito a través de la potenciación de la obra civil, mejora de la legislación, renovación de la Armada, el agro, un avanzado sistema postal, la introducción de la lotería, una embrionaria seguridad social para atender a las viudas y huérfanos de guerra y otras apuestas de calado, los berenjenales de la política internacional y su equivocada alianza en el Pacto de Familia con Francia le traerían una serie de disgustos sobrevenidos; además, como corolario de todos los males, el Diktat en los mares lo detentaban los ingleses para variar y las colonias tenían el trasero a la intemperie, habida cuenta nuestra endémica debilidad en los mares y a pesar de ser un imperio de enormes proporciones transoceánicas.

Carlos IV, su sucesor, abandonaría a la Marina a su suerte hasta tal punto que los ingleses años después en Trafalgar se dedicarían al tiro al blanco con excelentes resultadosPero si algo hizo bien Carlos III fue rodearse de competentes y sabios muñidores de actuaciones cuasi revolucionarias en su firme apuesta por la renovación del estado con una clara visión de futuro. Entre ellos destacarían Zenón de Somadevilla, Marqués de la Ensenada de corte francófilo y Don José de Carvajal, de carácter más anglófilo, heredados de la administración de su padre más que producto de una elección propia. Ambos, enormes y comprometidos patriotas intentarían mantener el país estabilizado y distante de la fagocitadora voracidad de las guerras en curso para devolverle el pulso después de dos siglos de incesante sangría. Los dos, al alimón, apoyados en una comprometida amistad entre ellos y su rey, renovarían hasta los cimientos la hacienda y la administración públicas.

Unos sabios consejeros

El enorme y emprendedor Marqués de la Ensenada crearía una poderosa flota de proporciones comedidas y realistas para combatir la piratería rampante de los anglos. Más de ciento veinticinco navíos y fragatas de un impecable y avanzado diseño serian botados en un plazo de una docena de años. Lamentablemente, Carlos IV, su sucesor, abandonaría a la Marina a su suerte hasta tal punto que los ingleses años después en Trafalgar se dedicarían al tiro al blanco con excelentes resultados ganando una de las más famosas batallas navales de la historia.

En los siempre bulliciosos mentideros de la Corte, se murmuraba que Carlos III no era hijo de Felipe V y sí del cardenal Alberoni, clérigo muy hábil preparando los canelonesDe idéntica manera intentó sacar del secular sopor a una esclerotizada sociedad española que se había dormido en los laureles de una merecida memoria que ya no daba más en su generosa elasticidad. Luchó contra los anquilosados privilegios de la Mesta, que en su hegemónica condición de propietaria de los pastos infectaba de inutilidad una naciente y balbuceante agricultura, que este noble rey dinamizaría con algunas contundentes leyes que despojarían a los ganaderos de ciertas prebendas. Asimismo, combatió la holganza de los hidalgos que medraban en las periferias de la Corte y dignificó la palabra "trabajo" que en ciertos círculos aristocráticos era sinónimo de peste o castigo divino.

En su historial de luces y sombras, quedan para la posteridad los patinazos dados en el tema del motín de Esquilache por la cuestión de los chambergos o casacas típicas de la época y el afán de su ministro por meter la tijera de manera indiscriminada en los atuendos de los españoles. Por otro lado, el Pacto de Familia con los franceses nos trajo algunos disgustos por los compromisos contraídos ya que el eterno contencioso con los ingleses empezaba a eternizarse.



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Estatua ecuestre de Carlos III en Madrid. (Carlos Delgado/CC)


Con la Iglesia hemos topado

Como siempre, la institución eclesial, en su secular injerencia en los asuntos civiles, no aceptaba los ultramontanos vientos del norte y las ideas disolventes de la revolución francesa promovidas por Rousseau, Voltaire y otros librepensadores, lo cual generaba una convivencia compleja entre el rey ilustrado y los apolillados prebostes. En uno de los asaltos de este permanente cuerpo a cuerpo salieron los jesuitas centrifugados por su presunta intervención en el ya referido motín de Esquilache.

Este rey aborrecía el lujo y las alharacas, era de una austeridad anormal y daba poca guerra a su sastre al que al parecer tenia conservado en naftalinaEl caso es que, en los siempre bulliciosos mentideros de la Corte, se murmuraba que Carlos III no era hijo de Felipe V y sí del cardenal Alberoni,clérigo muy hábil preparando los canelones –plato favorito de Isabel deFarnesio–, con los que aplacaba a la iracunda criatura especializada en el “tiro al plato”, entendida esta lúdica actividad como un mero lanzamiento de vajilla a su siempre atemorizada servidumbre palaciega, que vivía en un sinvivir permanente por los frecuentes ataques de ira de la interfecta, ya que al parecer su maridito no le daba mucho juego horizontal y los ansiolíticos todavía no habían hecho acto de presencia.

Este rey aborrecía el lujo y las alharacas, era de una austeridad anormal y daba poca guerra a su sastre al que al parecer tenia conservado en naftalina. En treinta años le confeccionaría no más allá de diez casacasque invariablemente tenían siempre las mismas medidas.

Mientras que con su infatigable carabina estragaba la cabaña nacional, hombres de probada confianza de la talla de Floridablanca, Olavide, Campomanes y otros no menos preparados, le resolvían los problemas de la tramoya estatal. Siendo rey de Nápoles y por imperativo paterno-materno se casaría de mala gana con María Amalia de Sajonia, una rubicunda rubita espigada, compendio de virtudes que al parecer tenia la manía de alumbrar féminas. Como no paría hijo varón y la línea sucesoria era excluyente con las hembras, existía una honda preocupación en la Corte. Finalmente quiso el creador que pariera al epiléptico e imbécil infante Felipe al que rápidamente incapacitaría su padre. Al parecer la caprichosa fortuna sonreiría de nuevo a la Corona con otro tarado, Carlos IV, a su vez progenitor de otro no menos impresentable, Fernando VII. Tela.

Carlos III gastaría toda su munición amorosa en sus años mozos. Al enviudar con cuarenta y cinco años, no entraría más en trance libidinoso alguno. Eso sí, su desmedida afición cinegética despoblaría los collados y montes madrileños temiendo los pasmados lugareños por la supervivencia de algunas especies autóctonas.

El reparto de tierras comunales y el troceo de latifundios para su distribució entre los desfavorecidos fue un hito que tuvo que enfrentar no sin sortear dificultades obviasA pesar de estar rodeado de monarquías absolutistas, este ecuánime rey impulsó reformas por doquier. El reparto de tierras comunales y el troceo de latifundios para su distribución entre los desfavorecidos fue un hito que tuvo que enfrentar no sin sortear dificultades obvias. Enfrente tenía a los eclesiásticos y a la aristocracia, casi nada. Finalmente, su tenaz apuesta en este sentido, alumbraría en Sierra Morena la población de La Carolina, modelo de apuesta audaz y equilibrada. Doce mil campesinos a los que se adjudicarían lotes de tierra, material para construir sus viviendas y aperos de labranza, crearían un polo de desarrollo singular.

En 1788, quiso el caprichoso destino que este enorme hombre de imaginación portentosa dejara este trámite vital y pasara al lado en donde pocos son los elegidos por la memoria colectiva para ser honrados a perpetuidad.

Carlos III, el primero, un grande, único, irrepetible
 
Los padres de Carlos III
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Felipe V --1° rey de la Casa Borbon, apodado el animoso.
Felipe de Borbón, duque de Anjou nació en Versalles como segundo de los hijos de Luia Gran delfin de Francia y de Maria Ana de Baviera.
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Isabel de Farnesio.
Fue apodada despectivamente "la parmesana". El cardenal Alberoni la describió así a su llegada a Madrid: "Se trata de una buena muchacha de veintidós años, feúcha, insignificante, que se atiborra de mantequilla y de queso parmesano y que jamás ha oído hablar de nada que no sea coser o bordar.
Pero......
Mujer de gran belleza, pese a las marcas que tenía en su cara, fruto de unas viruelas infantiles, poseía un cuerpo esbelto y atractivo, al tiempo que era acreedora de un fuerte carácter y una personalidad autoritaria que le otorgó una gran influencia en la corte de la época.

En su cada vez más continuado aislamiento personal, Felipe V reducía su círculo personal, lo que convirtió a la reina Isabel en una pieza fundamental en la política del momento. Mientras el monarca caía en depresiones que lo sumían en una melancolía y desconsuelo cada vez más intensos, con un abandono cada vez más prolongado de su higiene personal en esos periodos, Isabel utilizaba todas sus influencias en pos de sus ambiciones personales para colocar a sus amados hijos en los tronos de Europa.


 
Carlos III

El 20 de enero de 1716, entre las tres y las cuatro de la madrugada, en el viejo, inmenso y destartalado Alcázar, nacía el niño que con el paso de los años iba a ser investido como rey de España con el nombre de Carlos III. Fruto del matrimonio de Felipe V con su segunda esposa, la parmesana Isabel de Farnesio, mujer de fuerte personalidad y opinión política propia, el nuevo infante venía al mundo con pocas posibilidades de ser proclamado rey de la vasta Monarquía hispana. Su infancia transcurrió dentro de los cánones establecidos por la familia real española para la educación de los infantes. Hasta la edad de los siete años fue confiado al cuidado de las mujeres, siendo su aya la experimentada María Antonia de Salcedo, persona a la que siempre guardó gratamente en su recuerdo. Después tomaron el relevo los hombres, comandados por el duque de San Pedro y un total de catorce personas que iban a conformar el cuarto del infante. El niño "muy rubio, hermoso y blanco" del que nos habla su primer biógrafo coetáneo, el conde de Fernán Núñez, gozó durante su primera infancia de buena salud, amplios cuidados y una enseñanza rutinaria dentro de lo que se estilaba en la corte española. Además de las primeras letras, Carlos recibiría una educación variada propia de quien el día de mañana podía ser un futuro gobernante. Así, la formación religiosa, humanística, idiomática, militar y técnica se combinaría durante años con la cortesana del baile, la música o la equitación para ir forjando la personalidad de un joven de buen y mesurado carácter, solícito a las sugerencias paternas y educado en la convicción de la evidente supremacía de la religión católica. También fue en su más tierna infancia cuando Carlos se aficionó a la caza y a la pesca, pasiones, especialmente la primera, que nunca abandonaría a lo largo de su vida.

Pronto el infante Carlos empezó a entrar en los planes de la diplomacia española y en las cábalas de Isabel de Farnesio, estas últimas destinadas a dar a su primogénito una posición acorde con su rango real. En la política internacional de los gobiernos felipinos, alentada por el irredentismo italiano que anidaba en la Corte madrileña desde que las cláusulas más lesivas del Tratado de Utrecht (1714) habían dejado a España fuera de la península transalpina, Carlos iba a revelarse como una pieza importante. Tras numerosas vicisitudes bélicas y diplomáticas en el complicado cuadro europeo, se presentó la ocasión propicia para que Carlos pudiera alcanzar un sillón de mando en Italia. La misma tuvo lugar con la muerte sin descendencia, en 1731, del duque Antonio de Farnesio, precisamente el día en que Carlos cumplía quince años, lo que propició que el joven infante fuera encauzado hacia los caminos de Italia. Primero se asentaría en los pequeños pero históricos ducados de Toscana, Parma, Plasencia, donde permanecería muy poco tiempo, pues los acontecimientos bélicos derivados de la cuestión sucesoria de Polonia lo condujeron finalmente a ser proclamado rey de las Dos Sicilias el 3 de julio de 1735 en Palermo, contando tan solo con diecinueve años de edad.

Nápoles no fue para Carlos un destino intermedio en espera del gran reino de España. Allí vivió un cuarto de siglo, allí emprendió una política reformista en un complicado país dominado por las clases privilegiadas y allí constituyó, con su amada esposa María Amalia, una familia numerosa de trece hijos, siete mujeres y seis varones. Durante su reinado napolitano, Carlos configuró definitivamente su carácter y su modelo de reinar, siempre ayudado por su consejero personal Bernardo Tanucci y siempre tutelado por sus padres desde Madrid. En términos generales aprendió a ser un rey moderado en la acción de gobierno, un soberano que supo animar una política reformista que sin acabar con todos los problemas que sufría el abigarrado pueblo napolitano y sin menoscabar los poderes esenciales de la nobleza, al menos sí consiguió que el reino se consolidara como tal, que fuera cada vez más italiano y que tuviera una cierta consideración en el concierto internacional.

Cuando ya pensaba que su destino último era Nápoles, la muerte sin descendencia de su hermanastro Fernando VI lo condujo de vuelta a su patria de nacimiento. Carlos cumplió así con unos designios testamentarios que en buena parte él consideraba dictados por la Divina Providencia. Dejando como rey de las Dos Sicilias a su hijo Fernando IV y siendo despedido con afecto por el pueblo, embarcó rumbo a Barcelona, donde el calor popular vino a demostrar que las heridas de la Guerra de Sucesión cada vez estaban más cicatrizadas.

El rey que Madrid recibió el 9 de diciembre de 1759, en medio de una incesante lluvia, era un monarca experimentado y maduro, como gobernante y como persona, lo cual representaba una cierta novedad en la historia de España. En estos primeros tiempos madrileños, Carlos vivió una experiencia familiar agradable y otra amarga. La primera se produjo por la designación de su primogénito, el futuro Carlos IV, como heredero de la corona española, sobre lo cual existían algunas dudas dado que había nacido fuera de España. El segundo, fue la desaparición de su esposa, que con la salud quebradiza y con cierta nostalgia napolitana no pudo superar el año de estancia en España. Esta muerte afectó seriamente a Carlos, que ya no volvería a desposarse nunca más pese a algunas insistencias cortesanas.

El monarca que España iba a tener en los próximos treinta años mantendría una misma tónica de comportamiento en su vida personal. Según todos los datos recogidos por sus biógrafos, era una persona tranquila y reflexiva, que sabía combinar la calma y la frialdad con la firmeza y la seguridad en sí mismo. Cumplidor con el deber, fiel a sus amigos íntimos, conservador de cosas y personas, era poco dado a la aventura y no estaba exento de un cierto humor irónico. Dotado de un alto sentido cívico en su acción de gobierno, tenía en la religión la base de su comportamiento moral, lo que le llevaba a sustentar un acusado sentido hacia los otros y una cierta exigencia sobre su propio comportarse, que concebía siempre como un modelo para los demás, fueran sus hijos, sus servidores o sus vasallos.

En cuanto a su apariencia personal, bien puede decirse que no era nada agraciado. Bajo de estatura, delgado y enjuto, de cara alargada, labio inferior prominente, ojos pequeños ligeramente achinados, su enorme nariz resultaba el rasgo más distintivo de toda su figura. A todo ello había que añadir un progresivo ennegrecimiento de su piel a causa de la actividad física de la caza, práctica cinegética que continuadamente realizaba no solo por motivos placenteros, sino como una especie de terapia que él consideraba un preventivo para no caer en el desvarío mental de su padre y de su hermanastro. El retrato con armadura pintado por Rafael Meng confirma los rasgos físicos del Carlos maduro y la pintura de Goya, presentándolo en traje de caza, con una leve sonrisa en los labios entre burlona y bondadosa, lo ha inmortalizado como un rey campechano y poco preocupado por la elegancia en el vestir.

A pesar de residir en la Corte (no realizó ningún viaje fuera de los Sitios Reales), era un mal cortesano, al menos en los usos y costumbres de la época. No le divertían los grandes espectáculos, ni la ópera ni la música. Su vida era metódica y rutinaria, algo sosa para lo que su posición privilegiada le hubiera permitido. Se despertaba a las seis de la mañana, rezaba un cuarto de hora, se lavaba, vestía y tomaba el chocolate siempre en la misma jícara mientras conversaba con los médicos. Después oía misa, pasaba a ver a sus hijos y a las ocho de la mañana despachaba asuntos políticos en privado hasta las once, hora en la que se dedicaba a recibir las visitas de sus ministros o del cuerpo diplomático. Tras comer en público con rutina y frugalidad - en verano dormía la siesta pero no en invierno - invariablemente salía por las tardes a cazar hasta que anochecía. Vuelto a palacio departía con la familia, volvía a ocuparse de los asuntos políticos y a veces jugaba un rato a las cartas antes de cenar, casi siempre el mismo tipo de alimentos. Después venía el rezo y el descanso. A diferencia de otras cortes europeas del momento, la carolina se comportó siempre con una evidente austeridad. Quizá esta vida rutinaria fue en parte la que le permitió ser un rey con excelente salud, pues salvo el sarampión de pequeño no tuvo importantes achaques hasta semanas antes de su muerte.

Carlos fue un rey muy devoto, con un sentido providencialista de la vida ciertamente acusado. Su pensamiento, su lenguaje y sus actos estuvieron siempre impregnados por la religión católica. Aunque no puede decirse que fuera un beato, resultó desde luego un creyente fervoroso, con gran devoción por la Inmaculada Concepción y por San Jenaro (patrón de Nápoles). De misa y rezo diarios, era un hombre preocupado por actuar según los dictados de la Iglesia para conseguir así la eterna salvación de su alma, asunto que consideraba de prioritario interés en su vida. Esta profunda religiosidad, sin embargo, no fue obstáculo para dejar bien sentado que, en el concierto temporal, el soberano era el único al que todos los súbditos debían obedecer, incluidos los eclesiásticos.

Estaba profundamente convencido de la necesidad de practicar su oficio de rey absoluto al modo y manera que reclamaban los tiempos. Cualquier opinión acerca de que era un mero testaferro de sus ministros deber ser condenada al saco de los asertos sin fundamentos. Él era quien elegía a sus ministros y quien supervisaba sus principales acciones de gobierno, y si bien tenía querencia por mantenerlos durante largo tiempo en sus responsabilidades, no dudaba tampoco en cambiarlos cuando la coyuntura política así se lo daba a entender. Lo que sí hacía era trasladarles la tarea concreta de gobierno. Una labor para la que requería ministros fieles y eficaces, técnicamente dotados y con claridad política suficiente como para comprender que todo el poder que detentaban procedía directa y exclusivamente de su real persona. Escuchaba mucho y a muchos, era difícil de engañar y los asuntos realmente importantes los decidía personalmente. Su correspondencia con Tanucci y los testimonios de grandes personajes del siglo atestiguan que podía pasarse una parte del día cazando, pero que los principales asuntos de Estado solía llevarlos en primera persona y con conocimiento de causa. Carlos siempre mantuvo el timón de la nave española y siempre fue él quien fijó su rumbo. Así lo pudieron constatar personajes políticos de la talla de Wall, Grimaldi, Esquilache, Campomanes, Floridablanca o Aranda, entre otros.

Comandando estos hombres, y con la experiencia siempre presente de lo que había acometido ya en Italia, trazó un plan reformista heredado en gran parte de sus antecesores, un plan que buscaba favorecer el cambio gradual y pacífico de aquellos aspectos de la vida nacional que impedían que España funcionara adecuadamente en un contexto internacional en el que la lucha por el dominio y conservación de las colonias resultaba un objetivo prioritario de buena parte de las grandes potencias europeas, en especial de Inglaterra, que fue la mayor enemiga de Carlos debido a sus aspiraciones sobre los territorios españoles en América. Una política de cambios moderados y graduales en la economía, en la sociedad o en la cultura, que no tenía como meta última la de finiquitar el sistema imperante, que Carlos consideraba básicamente adecuado, sino dar a la Monarquía un mejor tono que le permitiera ser más competitiva en el marco internacional y mejorar su vida interna, fines ambos que eran vasos comunicantes en el pensamiento carolino. Así pues, Carlos fue un actor principalísimo, el "nervio de la reforma", en la continuidad del regeneracionismo inaugurado por su dinastía desde las primeras décadas del siglo: no se inventó la reforma de España, pero estuvo sinceramente al frente de la misma durante la mayor parte de su reinado. Sin ser un intelectual, su educación le llevó a la profunda creencia de que el más alto sentido del deber de un monarca era engrandecer la Monarquía y mejorar la vida de su pueblo. Y ese profundo convencimiento lo animaría a liderar una renovación del país a través de una práctica a medio camino entre el idealismo moderado y el pragmatismo político.

Como es natural, la edad fue mermando en Carlos sus ímpetus de gobierno. En los últimos años de su vida, su progresiva pérdida de facultades lo condujeron a delegar cada vez más la tarea de gobernar en manos del conde de Floridablanca, que llegó a convertirse en su verdadero primer ministro. Tras cincuenta años de reinado, entre Nápoles y España, aunque no perdía el hilo de las cuestiones fundamentales, el rey fue comprendiendo que ya no era el de antes. De hecho, en el crepúsculo de su vida, se encontró bastante solo. Ya no tenía esposa, la mayoría de sus hermanos habían muerto, las relaciones con su otrora fraternal hermano Luis eran precarias, las que mantenía con su hijo Carlos, el futuro heredero, no eran demasiado fluidas, y sin duda resultaban tensas las existentes con su hijo Fernando, rey de Nápoles. Además, en 1783, había muerto su viejo amigo Tanucci y cinco años más tarde el mazazo de la muerte de su querido hijo Gabriel y de su esposa fue el principio del fin para Carlos: "Murió Gabriel, poco puedo yo vivir", anunció con cierta premonición. Y, en efecto, Carlos no se equivocaba. Aquel iba a ser su último invierno. Tras una breve enfermedad, el 14 de diciembre de 1788, fallecía sin aspavienteos, sin espectáculo, con sobriedad, y sin locura alguna, lo que debió ser para él un íntimo alivio.

Desde luego, el reformismo moderado que siempre practicó en política no sirvió para arreglar definitivamente los profundos problemas que albergaban los dos reinos que tuvo que gobernar. No fueron pocas, incluso, las contradicciones existentes en la política carolina en parte propiciadas por el carácter y el ideario real y en parte por un mundo cambiante que se debatía entre lo nuevo y lo viejo, entre la fuerza de las innovaciones y el peso de la tradición. En el caso de España, no todas las enfermedades estaban sanadas cuando desapareció, pero, como ocurrió en Nápoles treinta años antes, bien puede decirse que su salud era mejor que al principio de su reinado. Al menos, en España pudo cumplir con lo que fue una de sus promesas más queridas: que nadie extirpara del cuerpo de la Monarquía ninguna de sus partes. En el complicado intento de mantener y renovar una Monarquía instalada en el Viejo y el Nuevo Mundo, bien puede afirmarse que Carlos III se apuntó más logros en su haber que deficiencias en su debe
 
El caso es ensalzar a los Borbones ¿ que tal si hacen una exposicion sobre Fernando VII para que el Pueblo llano se entere de la vida de ese elemento?

Carlos III era un neurótico obsesivo- compulsivo en una dinastía de psicóticos,retrasados mentales profundos o/y medio-pensionistas ,psicópatas y otros trastornaos de la personalidad. Un claro exponente del refrán: " En el país de los ciegos, el tuerto es el rey". Alcalde,en este caso.Mejor que te llamen "Edil" que "Zascandil" ( yendo por lo suave y tal),como al actual, no?
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Carlos III era un neurótico obsesivo- compulsivo en una dinastía de psicóticos,retrasados mentales profundos o/y medio-pensionistas ,psicópatas y otros trastornaos de la personalidad. Un claro exponente del refrán: " En el país de los ciegos, el tuerto es el rey". Alcalde,en este caso.Mejor que te llamen "Edil" que "Zascandil" ( yendo por lo suave y tal),como al actual, no?
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Ahora va a resultar que la mas cuerda de todos es la Ortiz.
 
Carlos III
El monarca adoquinó las calles y creó una red de alumbrado, alcantarillado y recogida de basuras. La Cibeles, Neptuno, la Puerta de Alcalá, el Botánico se levantaron gracias a él
Cuando Carlos III llegó a Madrid, a mediados del siglo XVIII, se topó con una ciudad de aspecto miserable. La limpieza pública era tan escasa que el propio Fernán Núñez, el biógrafo del Rey, no dudó en calificar a la capital de «pocilga». Barro, basura y excrementos componían una lamentable y maloliente imagen de la cabeza del Estado.

Ante esta situación, la necesidad de emprender una reforma profunda era evidente e imperiosa. Por eso, Carlos III se propuso encabezar una transformación de la villa y Corte. Para llevarla a cabo contó con el asesoramiento de su «mano derecha», Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, que junto al marqués de la Ensenada, inició cambios encaminados a la modernización del país.

Así, en Madrid se inició un ambicioso plan de ensanche en el que se proyectaron grandes avenidas, plazas con monumentos como Cibeles y Neptuno; se construyó el Jardín Botánico, el Hospital San Carlos (sobre el que hoy se levanta el Museo Reina Sofía) y el edificio del Museo del Prado (que iba a ser destinado al museo de Historia Militar) o el palacio del Buen Retiro. También se intervino para establecer un servicio de alumbrado público y de recogida de basuras, se adoquinaron las calzadas y se excavó una red de alcantarillado para recoger el agua de la lluvia.

La principal labor constructora de Carlos III en Madrid perseguía un afán propagandístico. Todos los edificios se levantaron en puntos clave de la capital. Además, se engalanaron las principales puertas de entrada a la ciudad. La más célebre es la Puerta de Alcalá, aunque también le acompañan otras como la Puerta de Toledo o la desaparecida de San Vicente. Era la mejor carta de presentación para los visitantes de la ciudad.

«Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava…»
Aunque la intención del monarca era poner Madrid a la altura del resto de capitales europeas, la nobleza española vio las reformas como imposiciones del que consideraban un «Rey extranjero». Carlos III fue el hijo del primero de la dinastía Borbón que gobierna en España, Felipe V, y de Isabel de Farnesio. Accedió al trono tras la muerte de su hermanastro, Fernando VI. Llegó a la Península con experiencia política a sus espaldas, ya que antes había reinado en Nápoles.

Las reformas de Esquilache caldearon tanto el ambiente entre los nobles que tras el famoso motín, que se bautizó con su apellido, tuvo que abandonó definitivamente España en abril de 1766. En el puerto de Cartagena partió con rumbo a Nápoles. Y ese día dejó escrito: «Yo he limpiado Madrid, le he empedrado, he hecho paseos y otras obras… que merecería que me hiciesen una estatua, y en lugar de esto me ha tratado tan indignamente».

Esta resistencia tan incomprensible para Carlos III le hizo declarar que los españoles eran «un pueblo anclado en infantiles torpezas». «Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava…». De esta manera se justificaba el principio rector de su reinado: «gobernar para el pueblo pero sin el pueblo». Dicho de otro modo, los españoles de la época daban tantas muestras de inmadurez que al Rey le parecía imposible concebir otra forma de gobierno que no fuera la del Despotismo Ilustrado.

Introdujo la colonia y la lotería
m. r. d. madrid
Agua de Colonia. Entre las mujeres de la aristocracia de la época se puso de moda el «Eau de Cologne», creada a principios del siglo XVIII por el italiano Giovanni María Farina (1685-1766). Esta fragancia al ser más suave que el perfume francés se hizo muy demandado por la élite femenina española. Su nombre proviene de la ciudad alemana (Köln) donde fue patentada.
Lotería nacional. La lotería llegó a España de la mano de Carlos III, que la importó de Nápoles donde ya era una tradición de largo recorrido. Aquel sorteo era muy similar al actual. La primera edición se celebró el 10 de diciembre de 1763.

https://elhistoriadores.wordpress.c...ii-es-considerado-el-mejor-alcalde-de-madrid/
 
Carlos sirvió a la política familiar como una pieza en la lucha por recuperar la influencia española en Italia: heredó inicialmente de su madre los ducados de Parma y Plasencia en 1731; pero más tarde, al reconquistar Felipe V elReino de Nápoles y Sicilia en el curso de la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-1738), pasó a ser rey de aquellos territorios con el nombre de Carlos VII. Contrajo matrimonio en 1738 con María Amalia de Sajonia, hija de Federico Augusto II, duque de Sajonia y de Lituania y rey de Polonia.
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Carlos III fue el gran reformador del reino, que en el siglo XVIII arrastraba serios problemas económicos.Influenciado por las ideas de la Ilustración, Carlos III luchó en contra de los fueros eclesiásticos controlando fiscalmente sus bienes, redujo también los derechos de inmunidad y asilo.

En los más de cincuenta años del gobierno de Carlos III , la producción agrícola y ganadera tuvo un notable progreso, dando empuje a las actividades comerciales. En 1755 se inauguran en la Universidad de Nápoles las cátedras de Economía y Astronomía, únicas en su momento. Entre las obras que emprendió el monarca estuvieron la construcción del Palacio de Caserta, el Museo de Capodimonte, el Palacio Portici, la Capilla de San Severo y el Teatro de San Carlo, además de construir refugios para pobres e iniciar el proceso de las excavaciones en los sitios de Pompeya y Herculano.

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PALACIO DE CASERTA
El Palacio Real de Caserta es un palacio barroco situado en Caserta, en la región italiana de Campania. El edificio fue encargado por el rey Carlos VII para que sirviese de centro administrativo y cortesano del nuevo Reino de Nápoles, al tiempo que símbolo del poder real. El monarca quiso dotar a la dinastía Borbón-Dos Sicilias de una residencia de la talla de Versalles.
El arquitecto elegido fue Luigi Vanvitelli, en cuya obra predominaba el Barroco racionalista, muy próximo al Neoclasicismo. Vanvitelli se hizo cargo del diseño del parque y los jardines, aparte de dirigir las obras del palacio.
o obstante, Carlos jamás vio su proyecto finalizado, pues hubo de partir de Nápoles para ocupar el trono español a la muerte de su hermano, Fernando VI. El palacio sirvió de residencia veraniega a su hijo Fernando y a los demás monarcas de las Dos Sicilias hasta su incorporación al Reino de Italia. El edificio, junto con los jardines y el complejo arquitectónico del Belvedere de San Leucio, fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997. Con la construcción del Palacio, se plantea la necesidad de realizar prestigiosos proyectos decorativos destinados al Real Sitio que pudieran competir con los de las más importantes cortes europeas.
FIN DE SU REINADO EN ITALIA
Cuando ya pensaba que su destino último era Nápoles, la muerte sin descendencia de su hermanastro Fernando VI lo condujo de vuelta a su patria de nacimiento. Carlos cumplió así con unos designios testamentarios que en buena parte él consideraba dictados por la Divina Providencia. Dejando como rey de las Dos Sicilias a su hijo Fernando IV y siendo despedido con afecto por el pueblo, embarcó rumbo a Barcelona, donde el calor popular vino a demostrar que las heridas de la Guerra de Sucesión cada vez estaban más cicatrizadas.
 
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