Escritores, por sus escritos los conoceréis.

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James Agee
(EEUU, 1909-1955)

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Escritor estadounidense, nacido en Knoxville, Tennessee, y educado en la universidad de Harvard. Un libro de poemas suyo, Permit Me Voyage, se publicó en 1934. Su estudio de la vida de los aparceros (persona que explota un bien inmueble bajo contrato), Elogiemos ahora a hombres famosos, apareció en 1941 ilustrado por el fotógrafo norteamericano Walker Evans. La narrativa de Agee se limitó a la novela corta The Morning Watch (1951) y a la delicada y conmovedora novela Una muerte en la familia (1957). Por esta última Agee ganó póstumamente en 1958 el Premio Pulitzer de narrativa. La novela fue llevada al teatro con éxito (1960) y se rodó una película sobre ella (1963); las dos aparecieron con el título de All the Way Home. Agee tambien escribió varios guiones de cine, entre ellos La reina de África, dirigida por John Huston, y La noche del cazador, dirigida por Charles Laughton. Sus críticas cinematográficas se publicaron en Agee on Film (2 vol., 1958-1960). Letters of James Agee to Father Flye (1962) sugieren lo complejo de su personalidad. © M.E.

Elogiemos ahora a hombres famosos (fragmento)

"En una novela, una casa o una personalidad deben su significado, su existencia, exclusivamente al escritor. Aquí, una casa o una persona solo tiene su significado mas limitado a través de mi: su verdadero significado es mucho mas vasto. Es porque existe, vive realmente, como usted y yo, y como no puede existir ningún personaje de la imaginación. Su gran peso, misterio y dignidad residen en este hecho. En cuanto a mí, solo puedo contar en ella lo que vi, con la exactitud de que soy capaz en mis términos: y esto a su vez tiene su categoría principal, no en cualquier capacidad mía, sino en el hecho de que yo también existo, no como obra de ficción, sino como un ser humano. Debido a su peso inconmensurable en la existencia real, y debido al mío, cada palabra que digo de ella tiene inevitablemente una especie de inmediatez, una especie de significado, en absoluto necesariamente 'superior' al de la imaginación, sino de una clase tan diferente, que una obra de la imaginación (por muy intensamente que la extraiga de la Vida) solo puede como máximo imitar débilmente una mínima parte de ella. "


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Cornelius Agrippa
(Alemania, 1486-1535)


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Filósofo, médico y alquimista alemán nacido en Colonia. Acusado de magia, estuvo encarcelado un año. Fue historiógrafo de Carlos I. Influido por Llull, unió elementos gnósticos, herméticos, teosóficos y cabalísticos, como De occulta philosophia (1510) y escribió un De incertitudine et vanitate scientiarum (1527). Murió en Grenoble (Francia) en 1535. © BYV

Filosofía oculta (fragmento)

"Miguel Scoto cuenta doce clases de augurios: los de la derecha, seis en total, eran: Fernova, Fervetus, Confert, Emponent, Sonnasarnova y Sonnarsavetus; los nombres de los seis de la izquierda eran: Confernova, Confervetus, Viare, Herrene, Scassarnova y Scassarvetus. A continuación, como explicación de estos nombres, dice: Fernova es un augurio que tiene lugar cuando se sale de la casa para hacer algo, y se halla a un hombre o a un pájaro que pasa o se vuela, y si lo hace a la izquierda, es signo de buena suerte en cuanto a un negocio. Fervetus es un augurio que tiene lugar cuando se encuentra a un hombre o a un pájaro, cuando se sale de la casa para cualquier asunto, y se detiene ante uno a la izquierda; es signo de mal éxito para los negocios. Viare es un augurio que tiene lugar cuando se encuentra a un pájaro o a un hombre en el camino, y al pasar o volar, pasa delante de uno, y avanza hacia la derecha, se vuelve hacia la izquierda y se pierde o desaparece; éste es signo de buen éxito para los negocios. Confernova tiene lugar cuando se halla al primer hombre o pájaro, que se va o vuela, y que se detiene ante la derecha mientras se lo ve; éste es un signo de éxito en un negocio. Confervetus tiene lugar cuando se halla al primer hombre o pájaro que, al ser visto, se ubica a la derecha; es mal signo para los negocios. Scimasarnova es un augurio que tiene lugar cuando un hombre o un pájaro van detrás de uno, lo pasa y se detiene cuando se lo ve a la derecha; éste es un buen signo. Scimasarvetus es un augurio que tiene lugar cuando se ve a un hombre detrás de uno, o un pájaro que se detiene a la derecha de uno; es un mal signo. Scassarnova tiene lugar cuando se ve a un hombre o a un pájaro detrás de uno antes que se lleguen hasta uno o uno se dirija hasta ellos, y que se detienen hasta que se los ve; es un buen signo. Scassarvetus tiene lugar cuando se ve a un hombre o a un pájaro, que pasa y se detiene a la izquierda de uno; es un mal signo. Emponent tiene lugar cuando un hombre o un pájaro llegan hasta la izquierda de uno, pasa a la derecha de uno, y se desvanece ante los ojos sin que se le vea detenerse; es un buen signo. Herrene es un augurio que tiene lugar cuando un hombre o un pájaro llega hasta la derecha de uno y pasa por detrás de uno hacia la izquierda, y se lo ve reposar en cualquier parte; es un mal signo. Esto es lo que dice Scoto.
Los antiguos auguraban también a través de estornudos; de ello hace mención Homero en su libro decimoséptimo de la Odisea, pues consideraban al estornudo como proveniente de un sitio sagrado, a saber, la cabeza, en la que está la fuerza del entendimiento, y donde este opera; por ello se dice que todo lo proveniente del pensamiento al levantarse temprano, o lo que se dice, es un presagio y un augurio. "


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Marcos Aguinis
(Argentina, 1935)

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Escritor argentino nacido en Córdoba. Doctor en Medicina, en 1963 publicó su primer libro y, desde entonces, ha publicado novelas, libros de ensayos, libros de cuentos y biografías que generan entusiasmo y polémica. Ha escrito en diarios y revistas de América latina, Estados Unidos y Europa. Ha dado conferencias y cursos en instituciones educativas, artísticas, científicas y políticas en Alemania, España, Estados Unidos, Francia, Israel, Rusia, Italia y casi todos los países latinoamericanos. Cuando se restableció la democracia en la Argentina en diciembre de 1983, fue designado subsecretario y luego secretario de Cultura de la Nación. Creó el PRONDEC (Programa Nacional de Democratización de la Cultura), que obtuvo el apoyo de la UNESCO y de las Naciones Unidas, y puso en marcha intensas acciones para el mejoramiento de los mecanismos participativos de la sociedad. Por su obra fue nominado al Premio Educación para la Paz de la UNESCO. Ha recibido entre otros el Premio Planeta y fue designado Caballero de las Letras y las Artes Francesas. En 1995 la Sociedad Argentina de Escritores le confirió el Gran Premio de Honor por la totalidad de su obra. Ha escrito las novelas: Refugiados. Crónica de un palestino (1969), La cruz invertida (1970), dónde habla de la politización de algunos sectores de la Iglesia. Cantata de los diablos (1972), La conspiración de los idiotas (1978), estudio psicológico de un perturbado que cree que los oligofrénicos forman parte de una organización secreta que gobierna el mundo. Profanación del amor (1989), relato que presenta la degeneración de los sentimientos afectivos de una pareja, como microcosmos de la actitud de la sociedad argentina, encaminada hacia el desastre. La gesta del marrano (1991), obra que dibuja la presencia del Tribunal de la Santa Inquisición en América y los sufrimientos y crisis de identidad del protagonista, a causa de su ascendencia judía, y La matriz del infierno (1997). También ha publicado varias colecciones de cuentos, como Operativo siesta (1978), Importancia por contacto (1983) y la recopilación Y la rama llena de frutos. Todos los cuentos (1986). Su obra participa, asimismo, del género biográfico con Maimónides, un sabio de avanzada (1963) y El combate perpetuo (1981), una biografía novelada sobre el almirante Brown. La literatura de Marcos Aguinis tiene un carácter profético en el sentido de que critica los errores y denuncia las injusticias del pasado y del presente, a fin de prevenir tragedias futuras. © epdlp

El atroz encanto de ser argentinos (fragmento)

"Una última observación. La viveza crece bajo el autoritarismo. Se cuela con poco ruido entre los colmillos del poder, al que halaga y, al mismo tiempo, pincha huidizamente las encías. No tiene escrúpulos en participar del festín transgresor. La ley es socavada por el mandamás de turno. El vivo es cómplice y trata de obtener el mayor provecho posible. La corrupción – toda corrupción– le excita los sentidos.
Hemos de preguntarnos, entonces, si los desaparecidos, esa brutal desgracia que nos convirtió en uno de los ejemplos más crueles de la maldad humana, no son la gran avivada del Proceso. Los dueños del poder secuestraban, torturaban, asesinaban y luego… con cara de angelitos piolas, decían: “Se han ido al exterior”, “no sabemos nada”. Pero sabían. Porque antes de abandonar el poder cometieron el cobarde delito de quemar miles de archivos, tal como los delincuentes que borran prolijamente sus huellas. Si no se consideraban culpables, ¿por qué los destruyeron? Esa sola actitud representa una confesión de parte.
Detrás de la entidad horrible llamada desaparecidos reinó el festín transgresor, el resentimiento, la rapiña, el desprecio, y la patológica sensación de víctima que otorga el derecho de convertirse en victimario. La “guerra sucia” justificaba todo, incluso olvidarse de que las Fuerzas Armadas representan al Estado y no pueden actuar al margen de la ley. Pero en lugar de hacerlo como autorizaba la misma ley, incluso la militar, y asumirlo de frente, el Proceso eligió la ruta de la viveza. Que es muy argentina. Y nos ha costado caro.
Por ende, si ese genocidio es la expresión trágica de la estructural viveza criolla, se añade un motivo muy poderoso para decidir que a esa corrosiva picardía le ha llegado la hora de una despiadada descalificación. "


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Ignacio Agustí
(España, 1913-1974)


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Escritor español nacido en Llissà de Vall. Licenciado en Derecho, comenzó a escribir en catalán artículos y poesías, pero a partir de 1936 su vehículo de expresión fue el castellano. Director del la revista semanal Destino, es conocido sobre todo por su ciclo narrativo La ceniza fue árbol, compuesto por las novelas, Mariona Rebull (1944), El viudo Rius (1945), Desiderio (1957), Diecinueve de julio (1965) y Guerra civil(1972), enmarcadas en la Barcelona de final del siglo XIX y la guerra civil española. Todas ellas narran las aventuras de Joaquín Rius, casado con Mariona Rebull, ambos de poderosas familias catalanas, y la de su amante Ernesto Villar a la que ella siempre amó. Es autor además de la novela Surcos (1942) y del libro de memorias Ganas de hablar (1974). Azorín lo consideró como la gran promesa de la novelística española. © epdlp

Diecinueve de julio (fragmento)

"Hay algo en las ciudades que despierta al margen de sus personajes. Hay algo que se yergue sin pereza y sin titubeos: la piedra. Inmóvil, severa, igual e inmutable, vestida de su túnica chorreante de musgos y de líquenes, la vieja piedra estaba de nuevo allí, llena de escondidos humores... Las cornisas, los aleros, los desvanes más altos, los palomares, la punta de los campanarios y la boca un poco inclinada de las chimeneas, todo había despertado de golpe saltando al nuevo día. El primer tacto del sol la había bañado con una luz rosada. Esa leve pincelada desveló de pronto a un sinfín de rumores. Fue un ajetreo de pies que se hurtaban, que empezaban a pisar pasillos y desvanes.
Unos pasos a tientas por oscuras alcobas, un rumor de tanteos y tactos indecisos para abrir los postigos, una expansión de haces claros. Ese paso decisivo de la luz, precavida, huidiza y tibia, dobló con tenuidad el esbelto tronco de las palmeras de las plazas ilustres, dotándolas de nuevo de la entereza singular que las llevaba al cielo; el haz de luz hizo vacilar un instante el trinquete de los veleros en el puerto y cerró de un trazo la mancha diminuta del farol de la escotilla, a cuyo pie dormían el viejo marinero y su mastín. En lo alto de las ventanas del mirador, en la plaza del Rey, garabateó sombras y luces en la románica colmena del mirador y lanzó al día un brusco puñado de palomos. En la ladera de Montjuic reverberó el orín de las grandes fuentes plateadas. Más allá, la planicie brillaba a la luz primeriza; en caminos y vertientes se adivinaba la pulpa gris de la primera cosecha naciente, la insolencia de los sembrados, el petulante enrejado del maíz que se balanceaba a la brisa.
La luz del día había ido descendiendo, entró de un piso a otro, palmo a palmo; desveló primero a los más altos. Lentos soplos de humo empezaban a coronar la humilde torrecilla de las chimeneas domésticas. En las cocinas y en las despensas se oía un difuso rumor de peroles y cazos. Una tosecilla seca se escapaba de las gargantas ante la injuria del carbón mojado que se resistía a arder; y era preciso abrir las ventanas para airear los efectos del mugriento abanico de esparto, sacudido con fuerza ante los ventanucos de loza ahítos de ceniza, para que se cociera la leche pastosa hasta abombarse y estallar. Toda la ciudad llevaba ya encima, en sus flancos, en sus entresijos, la arrogante aureola de su luz.
Por un instante —tan abstraído estaba— casi no reconoció a Josefina; se volvió sorprendido, al aviso de un simple rumor. La verdad es que la figura de su sirvienta, cada una de sus actitudes y de sus ademanes le eran tan propios, al cabo de los años, que en ella estaba su mismo reflejo como una prolongación usual de su yo. Josefina estaba de pie, parada contra el quicio de la puerta, que acababa de abrir después de haber golpeado en ella con los nudillos, y le miraba en silencio y con reproche.
—Parece imposible que no tenga más conocimiento —regañó—. A estas horas de la mañana y levantado ya. Debe acostarse y esperar a que le entre el desayuno. ¡Qué contrasentido! Era ya una hora tardía y avanzada para él.
Una sonrisa mansa y conformada asomó al rostro del fabricante. Debía obedecer. No le disgustaba, al contrario. Le conmovía sentirse ahora dominado por aquella mujer que se había erigido cabalmente en la guardiana de su salud y en el centro de su vida declinante. Mas luego refunfuñó; se resignó a obedecer sólo a medias. Cuando entró Josefina con el desayuno lo encontró en el butacón, sentado con abandono.
Era haber hecho una pausa en la vida muy cerca de la muerte; haberse parado a descansar y que le sorprendiera el sueño. Porque nunca hay tiempo para nada; es preciso que nos azoten y nos derriben, como bravos luchadores, para que podamos volver a envejecer nuevamente y con sufrimiento. "


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San Agustín de Hipona
(Argelia, 0354 dC-0430)

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Teólogo cristiano, el más grande de los padres de la Iglesia y uno de los más eminentes doctores de la Iglesia occidental. Nació el 13 de noviembre del 354 en Tagaste, Numidia (actual Souk-Ahras, Argelia). Su padre, Patricio (fallecido hacia el año 371), era un pagano (más tarde convertido al cristianismo), pero su madre, Mónica, era una devota cristiana que dedicó toda su vida a la conversión de su hijo, siendo posteriormente canonizada por la Iglesia católica. Agustín se educó como retórico en las ciudades norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los 30 años de edad vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el año 372 tuvo un hijo, Adeodatus, que en latín significa 'regalo de Dios'. Inspirado por el tratado filosófico Hortensius, del orador y estadista romano Marco Tulio Cicerón, se convirtió en un ardiente buscador de la verdad, estudiando varias corrientes filosóficas antes de ingresar en el seno de la Iglesia. Durante nueve años, desde el 373 hasta el 382, se adhirió al maniqueísmo, filosofía dualista de Persia muy extendida en aquella época por el Imperio romano de Occidente. Con su principio fundamental de conflicto entre el bien y el mal, el maniqueísmo le pareció una doctrina que podía corresponder a la experiencia y proporcionar las hipótesis más adecuadas sobre las que construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral no era muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en sus Confesiones: “Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo”. Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar ciertos principios maniqueístas contradictorios, abandonó esta doctrina y dirigió su atención hacia el escepticismo. Hacia el 383 se trasladó de Cartago a Roma, pero un año más tarde fue enviado a Milán como maestro de Retórica. Aquí se movió bajo la órbita del neoplatonismo y conoció también al obispo de la ciudad, san Ambrosio, uno de los eclesiásticos más distinguidos en aquel momento. Fue entonces cuando se sintió atraído de nuevo por el cristianismo. Un día, por fin, según su propio relato, creyó escuchar una voz, como la de un niño, que repetía: “Toma y lee”. Interpretó esto como una exhortación divina a conocer las Sagradas Escrituras y leyó el primer pasaje que apareció al azar: “... nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos, nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rom. 13, 13-14). En ese momento decidió abrazar el cristianismo. Fue bautizado con su hijo natural por Ambrosio la víspera de Pascua del año 387. Su madre, que se había reunido con él en Italia y que moriría poco después en Ostia, se alegró de esta respuesta a sus oraciones y esperanzas.

Regresó al norte de África y, tras ser ordenado sacerdote en el 391, fue consagrado obispo de Hipona (en la actual Annaba, Argelia) en el 395, dignidad que desempeñaría hasta su muerte. Fue un periodo de gran agitación política y teológica, ya que mientras los pueblos germanos amenazaban el Imperio llegando a saquear Roma en el 410, el cisma y la herejía amenazaban también la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con entusiasmo la batalla teológica. Además de combatir la herejía maniqueísta, participó en dos grandes conflictos religiosos. Uno de ellos con el donatismo, secta que mantenía la invalidez de los sacramentos si no eran administrados por eclesiásticos sin pecado. El otro lo mantuvo con los seguidores del pelagianismo, que negaban la doctrina del pecado original. Durante este conflicto, que fue largo y enconado, Agustín desarrolló sus doctrinas del pecado original y de la gracia divina, de la soberanía divina y de la predestinación. La Iglesia católica apostólica romana ha encontrado especial satisfacción en los aspectos institucionales o eclesiásticos de las doctrinas de san Agustín; la teología católica, lo mismo que la protestante, están basadas en su mayor parte, en las teorías agustinianas. Juan Calvino y Martín Lutero, líderes de la Reforma, fueron estudiosos del pensamiento de san Agustín. La doctrina agustiniana se situaba entre los extremos del pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la doctrina de Pelagio mantenía que la desobediencia espiritual del hombre se había producido en un estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz de cambiar. En su teología, los hombres y las mujeres son salvados por el don de la gracia divina; frente al maniqueísmo, defendió con energía el papel del libre albedrío en unión con la gracia. San Agustín falleció en Hipona el 28 de agosto del 430. Su festividad se celebra el 28 de agosto. La importancia de san Agustín entre los padres y doctores de la Iglesia es comparable a la de san Pablo entre los apóstoles. Como escritor, fue prolífico, convincente y un brillante estilista. Su obra más conocida es su autobiografía Confesiones(397-401), donde narra sus primeros años y su conversión. En su gran apología cristiana La ciudad de Dios (413-426), formuló una filosofía teológica de la historia. De los 22 libros que componen esta obra, 10 están dedicados a polemizar sobre el panteísmo. Los otros 12 se ocupan del origen, destino y progreso de la Iglesia, a la que considera como oportuna sucesora del paganismo. Entre el 426 y el 427 escribió las Retractiones, donde expuso su veredicto final sobre sus primeros libros, corrigiendo todo lo que su juicio más maduro consideró engañoso o equivocado. Sus otros escritos incluyen las Epístolas, de las que 270 se encuentran en la edición benedictina, fechadas entre los años 386 y 429; sus tratados, entre los que destacan De libero arbitrio (388-395), De doctrina christiana (396-397), De Trinitate (399-401) y De natura et gratia (413); y homilías sobre diversos libros de la Biblia. © M.E.

Confesiones (fragmento)

"Luego que por medio de estas profundas reflexiones se conmovió hasta lo más oculto y escondido que había en el fondo de mi corazón, y junta y condensada toda mi miseria, se elevó cual densa nube, y se presentó a los ojos de mi alma, se formó en mi interior una tempestad muy grande, que venía cargada de una copiosa lluvia de lágrimas. Para poder libremente derramarla toda, y desahogarme en sollozos y gemidos que le correspondían, me levanté de donde estaba con Alipio, conociendo que para llorar me era la soledad más a propósito, y así me aparté de él cuanto era necesario, para que ni aun su presencia me estorbase. Tan grande era el deseo que tenía de llorar entonces. Bien lo conoció Alipio, pues no sé qué dije al tiempo de levantarme de su lado, que en el sonido de la voz se descubría que estaba cargado de lágrimas y como reventado por llorar, lo que a él le causó extraordinaria admiración y espanto, y le obligó a quedarse soto en el mismo sitio en que habíamos estado sentados. "


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Miguel Agustín Príncipe
(España, 1811-1863)


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Escritor español nacido en Caspe. Realizó sus estudios superiores en la Universidad de Zaragoza, de la que llegó a ser profesor, encargándose de la cátedra de Historia y Literatura. Establecida su residencia en Madrid, fue bibliotecario de la Nacional, abogado fiscal de la Audiencia, secretario de la Junta de Teatros del Reino, cofundador del Instituto de España y presidente de su Sección de Literatura. Como periodista fundó algunos periódicos, El Moscardón (1844) y El Gitano (1846), y fue redactor de otros, La Prensa, El entreacto, El Anfión Matritense y El Espectador. Su carrera literaria se inició en Zaragoza de manera triunfal, hasta el punto de ser coronado en un homenaje organizado por el Ayuntamiento zaragozano, con motivo del clamoroso éxito de su primer drama en verso, El conde don Julián (1838). Otro drama en verso, de asunto histórico aragonés, Cerdán, Justicia de Aragón (1841), transcurre íntegramente en Zaragoza, durante el año 1386, reinando Pedro IV, y es una defensa de las libertades aragonesas frente a las aspiraciones absolutistas del rey. Ese fervoroso espíritu liberal, compatible en Miguel Agustín Príncipe con su no menos ferviente catolicismo, está presente en casi todos sus escritos. La más curiosa de sus obras en prosa, Tirios y Troyanos. Historia tragicómica de la España del Siglo XIX (1845), es un escrito satírico, muy personal y con frecuencia pintoresco. Príncipe escribió también una Historia de la guerra de la Independencia, cuyos volúmenes aparecieron en Madrid de 1842 a 1847. Estimable poeta lírico, en su libro Poesías (1840), coexisten elementos neoclasicistas y elementos románticos, siempre con una versificación cuidada y llena de variaciones estróficas. Una selección de poesías de temática religiosa de Príncipe se publicó en Bogotá el año 1859, Devocionario Poético por Don Miguel Agustín Príncipe, aumentado con algunas poesías devotas de otros autores. Si en su primer escrito en prosa, Exhortación al estudio de las ciencias (1837) y en las citadas fábulas el tono dominante es dieciochesco, en otros de sus poemas, por ejemplo en A la memoria de Abelardo y Heloísa, de Poesías es netamente romántico. Lo son también algunas de sus otras obras dramáticas, como Mauregato o el feudo de las cien doncellas (1854) y La Baltasara, drama escrito en colaboración con Antonio García Gutiérrez y Antonio Gil de Zárate. Fue el más fecundo y el más conocido escritor aragonés del siglo XIX. © GEA

Al estudio de la poesía (fragmento)

"Dadme un prado vestido
De abril y mayo eterno,
Donde claro un raudal afable ría
Entre guijuelas de oro,
O entre mirtos de amor, al rubio día
Su ardor robando en adorable anhelo:
Dadme mirar un cielo
De bello azul teñido,
O con la luz del alba enrojecido,
Repartiendo esperanza al mustio suelo:
Y entonces remontar podré mi vuelo,
Y entonces cantaré, libre la idea
De esos recuerdos de ignominia y lloro;
Y entonces templaré, Genios celestes,
Con valedora mano el harpa de oro. "


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Conrad Aiken
(EEUU, 1889-1973)


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Poeta y novelista estadounidense, nacido en Savannah (Georgia) y educado en la Universidad de Harvard. Su primer volumen de poemas, Tierra triunfante y otros cuentos en verso (1914), aunque con un estilo en el que se notan demasiado las influencias, revela su talento para las imágenes sensuales y los ritmos sueltos. Sus Poemas escogidos ganaron el Premio Pulitzer de poesía de 1930 y sus Poemas completos ganaron el National Book Award (Premio Nacional de Literatura) de 1954. Los volúmenes posteriores de sus poemas incluyen Gatos, murciélagos y cosas con alas (1965), Preludios (1966), Poemas escogidos (1969) y Vos (1971). Aiken escribió numerosas novelas y relatos, muchos de ellos basados en el psicoanálisis. Uno de sus relatos más notables es Nieve callada, nieve secreta. Relatos de Conrad Aiken fueron publicados en 1950; Poemas escogidos aparecieron en 1964 y Crítica completa se publicó en 1968. En reconocimiento de sus méritos literarios, Aiken ocupó la cátedra de Poesía de la Biblioteca del Congreso desde 1950 hasta 1952 y se le concedió la Medalla de oro de Poesía del Instituto Nacional de Artes y Letras en 1958. © eMe

Encuentro

"¿Por qué te contemplo? ¿Por qué te toco? ¿Qué busco en ti,
mujer,
Que he de apresurarme para estar contigo una vez más?
¿Por qué debo sondear nuevamente tu nada abisal
Y extraer nada más que dolor?
Fijamente, fijamente miro tus ojos acuosos; pero no quedo más
convencido
Ahora que alguna otra vez
De que sólo son dos espejos que reflejan la luz del
firmamento,
Eso y nada más.
Y aprieto tu cuerpo contra mi cuerpo como si esperara abrirme
una brecha
Directamente a otra esfera;
Y me esfuerzo por hablar contigo con palabras más allá de mí
palabra,
En las que todas las cosas son claras,
Hasta que exhausto me hundo una vez más en tu nada abisal
Y la fría nada de mí:
Tú, riendo y llorando en este cuarto ridículo
Con tu mano sobre mi rodilla;
Llorando porque me crees perverso y desdichado; y riendo
Por hallar nuestro amor tan extraño;
Con la vista mutuamente clavada en una última esperanza,
ciega y desesperada,
De que el mundo entero cambie. "


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Anna Akhmatova
- Anna Andreievna Gorenko -
(Rusia, 1889-1966)


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Seudónimo de Anna Andreievna Gorenko, que junto a Osip Mandelstam fue la que encabezó el acmeísmo, movimiento artístico de principios del siglo XX que, en oposición al simbolismo, preconizaba el uso de un lenguaje poético que contuviera significados exactos. Las primeras composiciones líricas de Ajmátova, Atardecer (1912) y El rosario (1914) utilizan, pues, imágenes concretas para presentar detalles íntimos. Las obras posteriores, como Anno domini MXMXXI (1922 ), introdujeron temas patrióticos, pero no apaciguaron a los críticos soviéticos, que consideraban a los acmeístas demasiado personalistas. No volvió a publicar más poemas hasta 1940, fecha de publicación de Iva (Sauce). Su poema Requiem (1935-1940) no se publicó en la antigua URSS hasta 1987, ya que por su temática, una elegía por los prisioneros de Stalin, fue considerado demasiado polémico. Sin embargo, durante la última década de su vida escribió varios poemas caracterizados por la gran belleza de su imaginería visual. Entre ellos está su autobiográfico Poema sin héroe (1962). © M.E.
Cuando la luna es de melón

"Cuando la luna es de melón una tajada en la ventana
y en redor es la calina cerrada la puerta y la casa encantada
por las azules ramas de glicinas y en la fuente de arcilla hay agua fría
y la nieve del paño y arde una bujía de cera
tal que en la niñez, mariposas zumban
la calma, que no oye mi palabra, retumba
entonces de lo negro de rincones rembrandtianos algo se ovilla de pronto
y se esconde allí a mano, pero no me estremezco, ni me asusto siquiera...
la soledad en sus redes me hizo prisionera
el gato negro el alma me mira, como ojos centenarios
y en el espejo mi doble es tal vez mi contrario.
Voy a dormir dulcemente, buenas noches, noche. "


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Pedro Antonio de Alarcón
(España, 1833-1891)


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Escritor y político español nacido en Guadix, Granada. Fue diputado de las Cortes españolas y se alistó como voluntario en la campaña de Marruecos, experiencia que le proporcionó material para su Diario de un testigo de la guerra de África (1859), considerada hoy una obra maestra por su descripción de la vida militar. Alarcón sobresalió en su época por sus novelas religiosas, entre las que destaca El escándalo(1875), una defensa de los jesuitas que levantó una viva polémica. Hoy es recordado principalmente por sus relatos de la vida rústica en España, algunos de los cuales se han recopilado en El sombrero de tres picos (1874), que inspiró a Manuel de Falla la composición de su ballet homónimo. © M.E.
Diario de un testigo de la guerra de África (fragmento)

"Muchos de los nuestros vienen heridos; muchísimos han caído muertos... ¡Pero de los que vuelven, ni uno solo ha dejado de verter sangre africana! Todas las espadas están rojas de sangre: éstas melladas, aquéllas rotas. ¡Oh, sí! La refriega había sido horrible. Yo recuerdo haber contemplado algo semejante en cuadros que representaban el Paso del Gránico, Maratón, Los Campos catalánicos o Queronea... Nada faltaba ayer para completar mi ilusión. La lucha con arma blanca; los caballos encabritados sobre los muertos; los grupos de miembros palpitantes; los cascos de los coraceros; los clásicos trajes de los moros; la faz horrible de los negros; la forma antigua de las espadas y lanzas; las banderas; la trompeta vibrante de nuestra caballería tocando a degüello...; todo, todo era artístico, monumental, clásico, como Yugurta luchando contra Roma, como Julio César en las Galias, como Aníbal en la Lombardía, como Napoleón en las Pirámides... Fue un momento no más; fue un rápido episodio..., pero tan terrible y épico como las historias pasadas, como el fabuloso poema, como el increíble bajo relieve.
Pues añadid ahora la segunda parte, o sea el lúgubre momento de nuestra salida al llano. Figuraos el turbión de los deshechos escuadrones, que pugnan inútilmente por rehacerse... Figuraos aquel escape desordenado... Oíd las trompetas, las imprecaciones, las voces de mando, los gemidos de los que ruedan por el polvo... Y, como vanguardia de este ruidoso torbellino, imaginad diez o doce caballos árabes, sin jinete, enjaezados con grandes caparazones de color de escarlata, corriendo sin dirección fija, heridos unos, ensangrentados todos, con la crin erizada, relinchando como si buscasen a sus dueños o lamentasen tanto infortunio...
¡Ah! ¡Ciertamente, la guerra tiene su poesía peculiar, una poesía que sobrepuja en ciertos momentos a todas las inspiraciones del arte y de la naturaleza!
Al desembocar a campo abierto aquel huracán desencadenado, se encontró con otro que corría en dirección opuesta, lo cual aumentó la confusión de tan tremendo cuadro. Era nuestra formidable artillería montada, que venía a todo escape, con estridente ruido, saltando y botando, ora sobre pantanos y lagunas, ora sobre zanjas y malezas, ansiosa de ahogar con su ronco estruendo la feroz alegría de los moros. Crúzanse, pues, y confúndense caballos y cañones; cruje el látigo de los artilleros sobre las espantadas mulas, y únense en bárbara armonía los gritos a los juramentos, los golpes a los relinchos, las órdenes a los ayes...
En semejante tribulación, en tal infierno, vemos pasar un extraño grupo, que nos arranca al mismo tiempo carcajadas y aplausos... Mr. Iriarte, el artista francés, falto de más cómoda caballería, corría la posta montado en un cañón, a fin de llegar antes al teatro de la lucha... Llevaba su álbum de dibujo debajo del brazo, el sombrero tirado atrás y un
revólver en la mano derecha; y en aquel idioma ilustre que tantas veces animó los campos de batalla, en el francés de la Argelia, de Italia y de Crimea, excitaba a las millas para que corriesen más de prisa... Por cierto que el noble extranjero, tan ansioso de presenciar el combate, regresó de él no menos gloriosamente; pues cuando, pasadas tres horas, me retiraba yo a nuestro campamento, volví a encontrarle prestando su hombro a una camilla en que iba herido cierto oficial...
Mas volvamos a nuestra historia.
Los denodados coraceros lograron al fin rehacerse y formar de nuevo por escuadrones. Sus pérdidas eran cincuenta y cinco hombres muertos o heridos, entre ellos ocho jefes y oficiales, y muchos caballos inutilizados o muertos...
Entretanto, los moros, tomando aquella retirada por una definitiva derrota, salieron del barranco en persecución de nuestros jinetes, y hubo necesidad de volver a la carga, como suele decirse. Así lo mandó el brigadier Villate, lanzándose el primero contra los pertinaces africanos, llevando en pos a sus coraceros y a los lanceros de Santiago y de Villaviciosa... Pero los moros no se atreven esta vez a aguardarnos, sino que vacilan..., deliberan entre sí, y al cabo huyen. "


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Edward Albee
(EEUU, 1928-2016)


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Dramaturgo estadounidense, cuyas obras más logradas se centran en las relaciones familiares. Nació en Washington, capital, y fue adoptado de niño por el ejecutivo del teatro norteamericano Reed A. Albee, de la cadena de teatros de variedades y salas de cine Keith-Albee. Albee asistió a diversos colegios y entre ellos, durante poco tiempo, al Trinity College en Hartford, Connecticut. Escribió su primera obra en un acto, Historia del zoo (1959), en tres semanas. Entre sus otras obras están El sueño americano (1961), ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1962), La balada del café triste (1958), adaptada a partir de una novela de la escritora norteamericana Carson McCullers, Tiny Alice (1964) y Un equilibrio delicado (1966), por la que ganó el Premio Pulitzer de Teatro de 1967. Con Seascape (1975), Albee ganó su segundo Premio Pulitzer. Sus obras posteriores incluyen The Lady from Dubuque (1977), una adaptación de Lolita (1979), del novelista rusoamericano Vladimir Nabokov, y El hombre de tres brazos (1983). En 1994 recibió por tercera vez el Premio Pulitzer por Tres mujeres altas (1991). Las primeras obras teatrales de Albee están marcadas por temas habituales del teatro del absurdo, en que los personajes padecen por su incapacidad o desgana para comunicarse de modo significativo o relacionarse unos con otros. © M.E.

Historia del zoo (fragmento)

"Es usted un hombre muy amable y de una inocencia verdaderamente envidiable. Pero la vieja mamá y el viejo papá están muertos, ¿sabe? Esto me hace polvo, créame. Lo digo en serio; pero ahora, ese vodevil está de tournée por las nubes y no veo la razón de contemplarles todos monos y enmarcados. Además, o mejor, para decir las cosas claras, la vieja abandonó al viejo cuando yo tenía diez años y medio; se embarcó en una gira adúltera por nuestros estados del Sur... un viaje de un año de duración... y su compañero más constante... entre otros... entre muchos otros... fue un tal señor Baco... Al menos, eso fue lo que el viejo me dijo después de que se marchó... volvió... con su pobre cuerpo al Norte. [Así que nos quedarnos solos durante un año el viejo y yo, fue un año muy interesante porque creció la relación entre los dos. Recuerdo un día en el que le dije, pero viejo, ¿por qué estás así?, ¿por qué no vamos al cine, a dar un paseo? ¿Sabe lo que me contestó? Luego] Entre Nochebuena y año Nuevo recibimos la noticia, ¿sabe?, de que la vieja había entregado su alma en un pueblucho de Alabama. Y, sin alma, ella resultaba menos grata. Quiero decir, ¿qué era ya? Un fiambre.
Un fiambre del Norte. De todas formas, el viejo celebró la Nochevieja durante un par de semanas y entonces se pegó un tortazo de frente contra un autobús que marchaba bastante rápido. Esto despejó en cierta forma el panorama familiar. Bueno, no. Quedaba la hermana de mamá, que no era adicta ni al pecado ni al consuelo de la botella. Me metí en su casa y el recuerdo que tengo de ella es muy borroso. Salvo que solía hacer todas las cosas lúgubremente: dormir, comer, trabajar, coser, rezar. Cayó muerta en las escaleras de su casa, también la mía entonces, lúgubremente. La tarde de la ceremonia de entrega de los títulos de bachillerato. Un chiste terriblemente centroeuropeo, digo yo.
[...]
Siempre sucede que, cuando trato de simplificar las cosas, la gente levanta la vista. Pero ésa es otra historia. Así que. de vuelta a casa, mezclé la hamburguesa y el veneno de ratas con mis propias manos, sintiendo en ese momento tanta tristeza como asco. Abrí la puerta que conduce al vestíbulo y allí estaba el monstruo, esperando la ofrenda para después saltar sobre mí. ¡Pobrecito!. Nunca comprendió que los segundos que él empleaba para sonreír yo los aprovechaba para ponerme fuera de su alcance. Pero allí estaba él, la maldad empalmada, esperando. Puse en el suelo la albóndiga de veneno, me fui hacia la escalera y vigilé. El pobre animal se zampó la comida como de costumbre, sonrió, lo que casi hizo que me marease, y entonces ¡PAF!... Pero yo corrí rápidamente escaleras arriba, como siempre. Y entonces sucedió que el animal cayó mortalmente enfermo. Lo supe porque ya no me esperó más y porque la patrona dejó de emborracharse. Me detuvo en el vestíbulo la misma tarde de la tentativa de asesinato y me confió la información de que Dios había asestado a su cachorrito un golpe indudablemente fatal. Ella se había olvidado de su lujuria salvaje y por primera vez sus ojos estaban abiertos de par en par. Se parecían a los ojos del perro. Lloriqueaba y me imploraba que rezase por su animal. Me hubiera gustado decirle: "Señora, tengo que rezar por mí mismo, por el negro afeminado, la familia portorriqueña, la persona de la habitación de enfrente, a la que nunca he visto, la mujer que llora obstinadamente detrás de su puerta y por el resto de la gente que vive en todas las casas de huéspedes de todo el mundo. Además, señora, yo no sé rezar". Pero, para simplificar las cosas, le dije que sí, que rezaría. Levantó la vista. Dijo que era un embustero y que probablemente yo deseaba que el perro muriese. Le dije -y había tanta verdad en esto-, le dije que no deseaba que el perro muriese. No lo deseaba y no solamente porque le hubiera envenenado. Tengo que confesarle ahora, Peter, que deseaba que el perro viviese para ver hasta dónde llegaba nuestra nueva relación. (Peter da muestras de un descontento y antagonismo creciente) Por favor, comprenda Peter, este detalle es importante. Tenemos que conocer el efecto de nuestros actos. "


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Rafael Alberti
(España, 1902-1999)

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Nacido en Puerto de Santa María (Cádiz). Inicialmente se dedicó a la pintura. Se trasladó a Madrid con su familia, consiguió el Premio Nacional de Literatura, en 1925, por el primer libro que publicó, Marinero en tierra. Se trata de una obra de un refinado popularismo donde universaliza el mar, que llega a ser un mito. En 1926 apareció La amante, relato poético de un viaje en automóvil, al que sigue un nuevo libro de poemas, El alba del alhelí, al año siguiente. Las tres obras se inscriben dentro de la tradición de los poetas anónimos del Romancero y Garcilaso de la Vega, aunque con una sensibilidad de poeta vanguardista. En 1929 tuvo lugar un cambio importante en su poesía, cuando publicó Cal y canto, influido por Luis de Góngora y el ultraísmo. También de ese mismo año es Sobre los ángeles. Considerada su obra maestra, es una alegoría surrealista en la que los ángeles representan fuerzas dentro del mundo real. Producto de una intensa crisis personal relacionada con lo que el propio poeta califica de "amor imposible" y los "celos más rabiosos", contiene imágenes que suponen altas cumbres poéticas. Sus tonos apocalípticos se prolongaron en Sermones y moradas(1930). La tendencia surrealista, que llevaba a Alberti a introducir asuntos personales en el ámbito de las cuestiones históricas, supuso en él una inclinación hacia el anarquismo, como demuestra su elegía Con los zapatos puestos tengo que morir, de 1930.

Posteriormente se afilió al Partido Comunista español, y publicó hasta 1937 un conjunto de libros que el autor denominó El poeta en la calle, aparecidos conjuntamente en 1938. También de la misma época son sus obras de teatro, entre las que destaca Fermín Galán (1931). Posteriormente, y dentro de la misma línea de carácter surrealista y político, sus obras teatrales más conocidas son El adefesio, de 1944, y de 1956 Noche de guerra en el Museo del Prado. Con su compañera, la también escritora María Teresa León, se vio obligado a exiliarse después de la derrota de la República en la Guerra Civil española. Vivió en Argentina hasta 1962. A partir de ese año residió en Roma, y no regresó a España hasta 1977, siendo elegido diputado por la provincia de Cádiz. Obtuvo el Premio Cervantes en 1983. El poeta recoge su vida durante los años de destierro en La arboleda perdida (1959 y 1987). Entre la poesía no política de Alberti, posterior a 1939, destacan Entre el clavel y la espada, de 1941, y A la pintura, de 1948, un brillante intento de describir un arte en términos de otro. En Retornos de lo vivo lejano, de 1952, y Baladas y canciones del Paraná, libro de poemas publicado el año siguiente, incluye canciones muy cercanas a las de Marinero en tierra que ofrecen un universo nostálgico del que no está ausente la ironía. Algo que vuelve a ocurrir en el primer libro que publicó a su regreso a Europa, Roma, peligro de caminantes, de 1968. Al lado de estos poemarios, están los poemas más estrictamente políticos inspirados por las circunstancias, como las muy conocidas Coplas de Juan Panadero, de 1949, y La primavera de los pueblos, de 1961. También cabe destacar entre la copiosa y desigual producción de Alberti posterior a su regreso a España, el libro de carácter erótico publicado en 1988 Canciones para Altair. © M.E.

Textos:

A galopar
La arboleda perdida (fragmento)
Nocturno
Pamplinas
Relatos y prosa
Retorno del amor en las arenas
Retornos del amor recien aparecido

Galardones:

Nacional de Poesía (1924)
Corona de Oro (1978)
Nacional de Teatro (1981)
Cervantes (1983)
América (1998)


Web Recomendada:

www.rafaelalberti.es

A galopar

"Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.

Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu notura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar! "


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La guerra interminable: Orwell contra la neolengua
Publicado por Kiko Llaneras
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Nineteen Eighty-Four, 1984. Imagen: Umbrella-Rosenblum Films / Virgin.
Este artículo fue publicado originalmente en nuestra revista trimestral número 12

En 1946, George Orwell escribió que la lengua inglesa estaba en decadencia y que la causa última era política. Para celebrarlo dedicó un ensayo a enumerar los síntomas de ese deterioro —las palabras vacías, las metáforas mortecinas, las frases hechas o la dicción pretenciosa— y añadió un ejemplo de lo que serían buena y mala escritura. Como ejemplo a imitar, usó este pasaje del Eclesiastés:

Retorné y observé bajo el sol que la carrera no es para los más veloces, ni la batalla para los más fuertes, ni el pan para los más inteligentes, ni las riquezas para los sabios, ni el favor para los hombres más diestros; sino que el tiempo y el azar ocurren para todos ellos. (Politics and the English Language, 1946).

Un pasaje que se habría convertido en un pastiche ininteligible, pensaba Orwell, de haberlo escrito uno de sus contemporáneos:

Las consideraciones objetivas de los fenómenos contemporáneos compelen a la conclusión de que el éxito o el fracaso en las actividades competitivas no exhibe ninguna tendencia conmensurable con la capacidad innata, sino que un notable elemento de lo imprevisible debe tenerse invariablemente en cuenta.

Todos hemos leído monstruos similares y algunos incluso los hemos escrito. Textos enrevesados, que abusan de las palabras abstractas y cuyo significado tiene que ser descifrado como una piedra Rosetta. Orwell se quejaba de la proliferación de ese estilo de escritura, o no escritura. El pasaje original usaba palabras sencillas y evocaba imágenes nítidas de batallas, riquezas y hombres veloces, pero los textos modernos eran cada vez más imprecisos y estaban huecos de imágenes claras.

La raíz del mal: la política

Orwell tenía en realidad dos convicciones: la primera, que el lenguaje estaba en decadencia, y la segunda, que las causas de esa decadencia eran políticas. El lenguaje se había convertido en un arma al servicio de los peores males de la política de su tiempo: las ideologías totalitarias, las adhesiones inmutables o la negación de la verdad. Y por eso la escritura política era la peor de todas.

Los discursos, los panfletos, los manifiestos y hasta las columnas de opinión se escribían en un dialecto especial, una neolengua primigenia que variaba de un partido a otro, pero que siempre producía discursos mortecinos, confusos e insinceros.

Los políticos se refugiaban en la vaguedad y en los eufemismos, por ejemplo, cuando necesitaban defender lo indefendible: quizás una bomba atómica, o las purgas en Rusia, o el control británico de la India.

Estas formas de mala escritura eran cada vez más comunes, y por eso Orwell publicó 1984, para advertirnos de las consecuencias de poner el lenguaje al servicio de un Estado totalitario. Y aunque es verdad que sus peores temores no llegaron nunca a producirse, los ejemplos a continuación demuestran que las trampas que denunció siguen vigentes, haciendo peor nuestro lenguaje y nuestra política.

It’s a beautiful thing, the destruction of words.

En 1946, Orwell decía de la palabra «fascismo» que había perdido su sentido hasta el punto de que su único significado era «algo indeseable». Setenta años después observamos lo mismo —y hasta enunciamos la ley Godwin—. Las palabras fascismo, nazi o facha han perdido su significado exacto y las usamos para calificar casi cualquier cosa desagradable. Lo asombroso es pensar que en 1946, con Mussolini y Hitler muy recientemente derrotados, y con Franco tristemente presente, el término ya tenía un significado vago.

When the language is perfect.

Hace un tiempo, entrevistado por Ana Pastor, Alberto Garzón pronunció una frase sensacional: «Para mí un delincuente no puede ser de izquierdas». Según explicaba el dirigente de IU, una persona que roba, que extorsiona y utiliza los fondos públicos en beneficio privado no puede ser de izquierda. Lo enunciaba como una imposibilidad lógica porque estaba transformando el sentido de las palabras. Para Garzón, «ser de izquierda» no consistía en defender ciertas políticas o tener simpatía por ciertos partidos, sino que su significado iba más allá: tenía que ver con la virtud, o con ciertas virtudes, hasta el punto de que «ser de izquierda» sería, por definición, incompatible con ser un corrupto o un delincuente. De esa forma, Garzón logra algo asombroso con el lenguaje: que no existan corruptos en sus filas. Porque, si alguien se corrompe, dejará mágicamente de ser de izquierda.

Political speech is largely the defense of the indefensible.

Una de las críticas feroces de Orwell era que el lenguaje político usaba eufemismos para defender lo indefendible. Los ejemplos son incontables, pero yo siempre recuerdo un caso: el de Nacho Uriarte, diputado del PP en el Congreso. En 2010, Uriarte presentó su dimisión de la Comisión de Seguridad Vial de la Cámara Baja… tras dar positivo en un control de alcoholemia. Al día siguiente, el Partido Popular emitió el siguiente comunicado a modo de explicación:

Nacho Uriarte lamenta y reconoce los hechos acontecidos en la noche del pasado jueves 19 de febrero. Por ello, el dirigente popular asegura que se trata de un error humano y que asume su responsabilidad…

Es un texto nefasto que consigue un doble objetivo: no explica en ningún momento qué hechos acontecieron, y a la vez consigue disculparlos porque fueron un lamentable «error humano». ¡Como si fuese posible la alternativa! Que un fallo técnico acabe con un diputado conduciendo bebido.

War is peace. Freedom is slavery. Ignorance is strength.

Otro mal del lenguaje político es la vaguedad intencional. En España lo hemos visto, por ejemplo, con el uso que los partidos nuevos hacen de la idea de «sentido común». Podemos y Ciudadanos adoran esa etiqueta para describir, en términos difusos, las políticas que defienden. Pablo Iglesias dice que Podemos propone «ideas de sentido común», y lo mismo hacen en Ciudadanos, «aportar sentido común». Su propósito es envolverse de una bandera indivisiva, aprovechando la bruma que acompaña su novedad, para llegar a todos los electores. Pero ¿cómo es posible que ambos se erijan en defensores de lo mismo si defienden cosas distintas? La trampa está en que usan el término «sentido común» como algo vacío. Una caja de espejos cuyo contenido cambia según el votante que fija los ojos en ella.

Orwell denunció un caso similar que tampoco nos resulta ajeno: el uso político de la palabra democracia. Todos los partidos y todas las naciones la enarbolan —porque la democracia está casi universalmente bien considerada—. Sin embargo, los partidos no tienen interés en acordar una definición, porque si lo hiciesen no podrían enarbolarla todos a la vez, en cada asunto, incluso cuando defienden posturas opuestas.

Reality exists in the human mind, and nowhere else.

Orwell se quejaba también de los discursos grandilocuentes. De esas palabras que se usan para dignificar un discurso: «histórico», «inolvidable», «triunfante», «inevitable», «inexorable», «épico». Hay miles de ejemplos de ese tipo de discursos, pero pocos mejores que el del Leire Pajín advirtiéndonos del «próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta», en alusión a la coincidencia de Obama y Zapatero como presidentes.

Otro ejemplo reciente nos lo dejó Juan Carlos Monedero, exdirigente y cofundador de Podemos. Dijo del partido que «no era una solución solo para España sino para Europa y para el mundo» y que «si perdemos nosotros la batalla se pierde en el mundo».

To give an appearance of solidity to pure wind.

Cualquiera que se haya expuesto al discurso de un político sabe que muchas veces se dedican a hablar para llenar un silencio. Hay muchas formas de hacerlo, pero Orwell criticó en particular las metáforas trilladas, las que no iluminan una idea original sino que sirven solo para llenar un vacío. Aquí también tengo un ejemplo favorito: un discurso de José Blanco, en su época de ministro, allá por 2010, cuando España enfrentaba lo peor de la crisis.

José Blanco repitió la misma idea una docena de veces. Empezó diciendo que era «el tiempo de la unidad», que «debíamos remar todos en la misma dirección», «conciliar posiciones», «aunar esfuerzos y sumar voluntades». Que era «tiempo de anteponer lo que nos une», en un «proyecto colectivo», para «hacer frente entre todos», «desde el esfuerzo común» y «desde la unidad». Y acabó con una frase manida: «solo hay una camiseta, la de España».

El mensaje de Blanco era muy simple: la situación requiere que los partidos políticos trabajemos juntos. Pero con su discurso no pretendía dar argumentos, ni explicar con detalle en qué consistiría eso de trabajar juntos. Lo que quería, simplemente, era llenar un vacío.

El lado virtuoso del lenguaje

Orwell era un crítico agudo y directo, pero no era en verdad un fatalista. Creía que la política podía regenerarse. Creía que podíamos combatir los males que denunciaba —las ideologías totalitarias, las adhesiones inmutables o la negación de la verdad— si éramos capaces de pensar con claridad. Por eso el lenguaje era tan importante para él: porque consideraba que el acto de escribir era indisociable del acto de pensar. Si queríamos pensar correctamente, debíamos dominar el lenguaje. Orwell dejó enunciadas seis reglas para escribir claro, que han sido citadas miles de veces, pero que conviene repetir porque siempre habrá alguien que las leerá por primera vez.

1. No usar nunca una metáfora, un símil u otra figura literaria que sea habitual ver impresa.

2. No usar nunca una palabra larga donde pueda usarse una corta.

3. Si es posible eliminar una palabra, eliminarla siempre.

4. No usar nunca la voz pasiva donde puede usarse la activa.

5. Nunca uses una palabra extranjera, un término científico, o jerga si puedes pensar en una palabra común equivalente.

6. Saltarse cualquiera de estas reglas antes que decir algo tosco.

A las seis reglas sumó un consejo. Al escribir, uno debía pararse en cada frase y preguntarse lo siguiente: «¿Qué es lo que estoy tratando de decir?, ¿qué palabras lo expresan?, ¿qué imágenes lo harán más claro?, ¿puedo ser más breve?». A partir de ahí la labor de escribir puede definirse con sencillez: consiste en elegir las palabras que mejor expresan tus ideas, y en inventar imágenes para hacer su significado aún más claro.

Orwell fue un hombre de muchos logros, pero me atrevo a decir que el más valioso fue su defensa del lenguaje. Nos transmitió una idea inquietante pero cierta: que si las personas no dominan el lenguaje, no podrán pensar correctamente, y que si no pueden pensar correctamente, entonces serán otros quienes pensarán por ellos.

https://www.jotdown.es/2019/02/la-guerra-interminable-orwell-contra-la-neolengua/
 
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