Escritores, por sus escritos los conoceréis.

José María Gabriel y Galán
(España, 1870-1905)
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Poeta español costumbrista bucólico. Nació en Frades de la Sierra (Salamanca) en 1870. Fue maestro nacional en Guijuelo (Salamanca) y Piedrahíta (Ávila). Su obra poética se aparta de la renovación introducida por el modernismo y acaba siendo por sus temas y motivos tan conservadora como en el aspecto estético: defiende la tradición, la familia, la hidalguía de la raza, el riguroso dogma católico, la descansada vida del campo. Son sus obras: Castellanas (1902); Extremeñas (1902), escritas en dialecto extremeño; Campesinas (1904); Nuevas castellanas (1905), con prólogo de Emilia Pardo Bazán; Religiosas (1906), de publicación póstuma. Murió en 1905 en Guijo de Granadilla (Cáceres). © Canción
El ama (fragmento)
El embargo, de Extremeñas
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1735
 
Jorge Ibargüengoitia
(México, 1928-1983)
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Novelista, cuentista y dramaturgo mexicano. Nacido en Guanajuato, su insólito sentido del humor y conciencia paródica de la historia le hicieron escribir novelas desacralizadoras sobre temas tradicionales como la Revolución Mexicana (Los relámpagos de agosto, 1964) o la guerra independentista contra España (Los pasos de López, 1982), su última obra. También ha escrito la farsa histórica El atentado (1963), las novelas Maten al león (1967) y La ley de Herodes (1967), y las crónicas periodísticas Viajes a la América ignota (1972), Autopsias rápidas (1988) e Ideas en venta (1997). A la sátira provinciana, Estas ruinas que ves (1974), novela donde inaugura una entidad imaginaria, "el Plan de Abajo", siguen Las muertas (1977) y Dos crímenes (1979), novelas de tema macabro y búsqueda policiaca con tratamiento hilarante. Murió trágicamente en un accidente aéreo junto con Ángel Rama, Marta Traba y Manuel Scorza, en Mejorada del Campo (Madrid). © M.E.

Textos:

Ideas en venta (fragmento)
Las muertas (fragmento)
Los pasos de López (fragmento)

Galardones:

Casa de las Américas (1964)
 
Albert Camus
(Francia, 1913-1960)


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Novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes posteriores a 1945. Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja la philosophie de l'absurde, la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana. Camus nació en Mondovi (actualmente Drean, Argelia), el 7 de noviembre de 1913, y estudió en la universidad de Argel. Sus estudios se interrumpieron pronto debido a una tuberculosis. Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras a las clases trabajadoras; también trabajó como periodista y viajó mucho por Europa. En 1939, publicó Bodas, un conjunto de artículos que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se trasladó a París y formó parte de la redacción del periódico Paris-Soir.

Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa y de 1945 a 1947, director de Combat, una publicación clandestina. Argelia sirve de fondo a la primera novela que publicó Camus, El extranjero (1942), y a la mayoría de sus narraciones siguientes. Esta obra y el ensayo en el que se basa, El mito de Sísifo (1942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento. De las obras de teatro que desarrollan temas existencialistas, Calígula (1945) es una de las más conocidas. Aunque en su novela La Peste (1947) Camus todavía se interesa por el absurdo fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres.

Sus obras posteriores incluyen la novela La caída (1956), inspirada en un ensayo precedente; El hombre rebelde (1951); la obra de teatro Estado de sitio (1948); y un conjunto de relatos, El exilio y el reino (1957). Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron con el título de Actuelles (3 vols., 1950, 1953 y 1958) y El verano (1954). Una muerte feliz (1971), aunque publicada póstumamente, de hecho es su primera novela. En 1994, se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre. Sus Cuadernos, que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962 y 1964). Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura, murió en un accidente de coche en Villeblerin (Francia) el 4 de enero de 1960. © M.E.


Textos:

Bodas en Tipasa (fragmento)
El extranjero (fragmento)
El hombre rebelde (fragmento)
El malentendido (fragmento)
El mito de Sísifo (fragmento)
El primer hombre (fragmento)
El verano (fragmento)
La misión del escritor (fragmento)
La peste (fragmento)
Los justos (fragmento)
¡España Libre! (fragmento)

Galardones:

Nobel (1957)
 
Arthur Adamov
(Francia, 1908-1970)
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Dramaturgo francés de origen ruso. Nació en Kislovodsk, en la región del Cáucaso, y se estableció con su familia en Francia a los 16 años. Allí conoció a Antonin Artaud, entró en contacto con el grupo surrealista y participó en actos políticos como las manifestaciones por la liberación de Sacco y Vanzetti. Su oposición al gobierno de Vichy le valió ser condenado al encierro en el campo de Argelès. Su producción teatral suele vincularse con el movimiento del teatro del absurdo. Entre sus obras más importantes figuran La invasión (1950), La grande y la pequeña maniobra (1950), La parodia (1952), El profesor Taranne (1952), Todos contra todos (1953), El ping-pong (1955), Paolo Paoli (1958) y Santa Europa (1965). Entre sus obras en prosa figuran La confesión (1946); Aquí y ahora (1964), recopilación de los artículos publicados desde 1950 sobre las relaciones entre el teatro y la política, algunos de ellos reflejo de las discusiones mantenidas al respecto con Jean-Paul Sartre, Roger Vailland y Michel Butor; y El hombre y el niño (1967). Próximo al partido comunista después de la guerra de Argelia, viaja en 1964 a Estados Unidos para dar una serie de conferencias sobre Flaubert, Valéry y el teatro moderno y participa en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Tradujo al francés el teatro de Antón Chéjov. © M.E.

El hombre y el niño (fragmento)

"Invierno de 1954. Desde hace algún tiempo ya la crítica venía emparentando mi nombre a los de Beckett y Ionesco. Los tres éramos de origen extranjero, los tres habíamos turbado la quietud del viejo teatro burgués. La tentación era demasiado fuerte y sucumbieron. Mentiría si dijera que en los primeros tiempos no me causó un cierto placer esa troika. Me gustaba la idea de seguir peleado con Ionesco, de no ver a Beckett más que en rarísimas ocasiones, no estaba sólo, formaba parte de una banda. Mis deseos infantiles se habían cumplido. También me parecía que de ésta forma podría alcanzar victoria más fácilmente. Sin embargo cuando escribía el Ping-Pong comencé a juzgar con más severidad mis primeras obras y, con toda sinceridad, criticaba Esperando a Godot y las Sillas por las mismas razones. Ya veía en la vanguardia una escapatoria fácil, una evasión de los problemas reales, la palabra teatro absurdo me irritaba. La vida no era absurda, sino difícil, muy difícil solamente. No había nada que no requiriera unos esfuerzos inmensos, desproporcionados. "


El Poder de la Palabra
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Henry Adams
(EEUU, 1838-1918)

Historiador estadounidense, nacido en Boston, Massachusetts. Tercer hijo del político y escritor Charles Francis Adams, estudió leyes en Harvard, en donde se graduó en 1858. Trabajó como secretario de su padre cuando éste fue embajador de los Estados Unidos en Inglaterra, y luego como periodista, después de lo cual impartió clases en su Universidad durante el período comprendido entre 1870 y 1877, como catedrático suplente de historia. De 1875 a 1876 editó la North American Review. Entre las muchas obras de historia que escribió, cabe destacar algunas como Historia de los Estados Unidos durante las Administraciones de Jefferson and Madison (1870-77), comprendida en nueve volúmenes, y una autobiografía, La educación de Henry Adams (1907), que le valió el Premio Pulitzer en 1919. © M.C.N.

La educación de Henry Adams (fragmento)

"La educación tendría que intentar reducir los obstáculos, disminuir la fricción, fortalecer la energía, y debería enseñar a la inteligencia a reaccionar, no al azar sino por elección, ante las líneas de fuerza que contraen su mundo. "


El Poder de la Palabra
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La España que bosteza: Ganivet, Unamuno y la degeneración del 78
Publicado por Carlo Frabetti
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Ángel Ganivet. Fotografiado por Compañy en Madrid, 1903.
De este, pues, formidable de la tierra
bostezo el melancólico vacío…

Góngora.

Acaban de cumplirse ciento veinte años de la prematura muerte de Ángel Ganivet, que vio en el «alma española» la confluencia del estoicismo grecorromano, el cristianismo y el legado cultural árabe. Durante los últimos meses de su vida, Ganivet mantuvo un apasionado debate epistolar con su amigo Unamuno, una reflexión a dos voces fundamental para comprender los orígenes y la evolución de una crisis de identidad nacional que, como demuestran los acontecimientos políticos más recientes, está lejos de haber sido superada.

El tema de España

La breve pero intensa relación entre Ganivet y Unamuno ejemplifica de forma especialmente clara y temprana las preocupaciones, los temas recurrentes y las contradicciones de la Generación del 98, un movimiento literario —pero no solo literario— que, a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre él, aún no ha sido comprendido en toda su amplitud y complejidad.

Para empezar, ni siquiera hay un consenso pleno sobre sus integrantes. Ateniéndose a criterios meramente cronológicos y estilísticos, algunos incluyen en el elenco a autores como Benavente, Blasco Ibáñez o Arniches; pero la Generación del 98 no se define solo por su ruptura con la retórica decimonónica —una ruptura que la aleja tanto del romanticismo como del realismo al uso—, sino también, y sobre todo, por sus preocupaciones políticas y filosóficas, que se centrarían en lo que se denominó el «tema de España»: la angustiada búsqueda de una identidad nacional tras la larga decadencia y la abrupta desaparición del Imperio español. De acuerdo con este criterio más restrictivo, los componentes del núcleo duro de la Generación del 98 serían, por orden alfabético, Azorín, Baroja, Ganivet, Machado, Maeztu, Unamuno y Valle-Inclán.

Aunque algunos consideran a Ganivet un precursor de la Generación del 98 más que un miembro propiamente dicho, puesto que murió el mismo año de referencia en que se sitúa la eclosión del grupo, no tiene mucho sentido, como señaló el propio Unamuno, llamar «precursor» a alguien estrictamente coetáneo de los autores a los que supuestamente precede. Ganivet es un miembro de pleno derecho, y uno de los más representativos, además; solo que su muerte prematura le impidió, a diferencia de sus compañeros de generación, desarrollar su obra y contrastarla con la turbulenta realidad histórica del primer tercio del siglo XX.

De hecho, es Ganivet el que nos ofrece, con su Ideariun español, la más explícita y sistemática exposición del «tema de España». Unamuno, que lo sobrevivió cuatro décadas, profundizaría mucho más que él en la materia; pero el Idearium, con todos sus defectos —y sus excesos—, sigue siendo el libro de referencia para obtener una visión de conjunto de los tópicos e inquietudes de la Generación del 98.

En la primera parte del Idearium, afirma Ganivet que los tres elementos constitutivos del «alma española» son el estoicismo grecorromano, el cristianismo y la influencia árabe, un riquísimo patrimonio que se desperdició en la aventura imperial. «Si la fatalidad histórica no nos hubiera puesto en la pendiente en que nos puso —dice al final de la primera parte—, lo mismo que la fuerza nacional se transformó en acción, hubiera podido mantenerse encerrada en nuestro territorio, en una vida más íntima, más intensa, y hacer de nuestra nación una Grecia cristiana».

En la segunda parte, y tal como anuncia la frase anterior, propone Ganivet la reconstrucción interior de la nación: «Una restauración de la vida entera de España no puede tener otro punto de arranque que la concentración de todas nuestras energías dentro de nuestro territorio». Y en la tercera y última parte invita a «un acto de contrición colectivo» para superar la pasividad y el sometimiento a las influencias exteriores, esa abulia que para Ganivet es el gran vicio nacional, y que sería uno de los temas recurrentes de la Generación del 98, como nos recuerdan los versos de Machado: «Hay un español que quiere/ vivir y a vivir empieza/ entre una España que duerme/ y otra España que bosteza».

El porvenir de España

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Miguel de Unamuno, 1925. Fotograafía: Agence de presse Meurisse / Bibliothèque nationale de France.
Algunos de los temas y conceptos del Idearium habían sido abordados también por Unamuno hacia la misma época, sobre todo en La España moderna y En torno al casticismo, y la idea unamuniana de «intrahistoria» armonizaba con la «reconstrucción interior» propugnada por Ganivet, lo que llevó a ambos autores a mantener en 1898 un cordial debate público sobre los temas de interés común, en forma de cuatro extensas —e intensas— cartas abiertas que aparecieron en El Defensor de Granada bajo el epígrafe El porvenir de España. Pero la relación Ganivet-Unamuno venía de antes: se remontaba a 1891, cuando, con motivo de unas oposiciones, coincidieron en Madrid y durante un par de meses se vieron casi a diario. Ganivet tenía a la sazón veinticinco años y Unamuno aún no había cumplido los veintisiete. Y sin duda estas conversaciones juveniles sentaron las bases de su posterior relación epistolar, que duraría hasta la prematura muerte de Ganivet.

En 1912 El porvenir de España se publicó en forma de libro, con unas «Aclaraciones previas» de Unamuno en las que nos advierte: «Como han pasado cerca de catorce años desde que estas cartas abiertas se publicaron y en estos años he cambiado no poco en mi manera de ver y apreciar muchas cosas, yo, por mi parte, habría condenado a no ser jamás reeditada la parte que en este volumen me corresponde, y si he accedido a ello es solo para que así resulte más claro y más justificado lo de Ganivet que a lo mío se refiere, como lo mío a lo suyo». Y acaba diciendo: «Me felicito de poder contribuir a que sea mejor conocido aquel hombre de pasión, de pasión más que de ideas, aquel gran sentidor, sentidor más que pensador en esta tierra en que es pasión y sentimiento y entusiasmo más que ideas y doctrinas lo que falta». Al conocedor de la obra de Unamuno no le sorprenderán estas advertencias preliminares, pues, efectivamente, algunas de sus afirmaciones de 1898 contrastan vivamente con su pensamiento posterior.

En su primera carta abierta, que básicamente es un comentario-respuesta al Idearium español, denota Unamuno un esencialismo cristiano que lo lleva al extremo de negar la importancia de las influencias pagana y árabe, que compara a las tempestades que alborotan la superficie del mar sin alterar sus profundidades. Todavía está lejos del escepticismo subyacente a obras como La agonía del cristianismo o San Manuel Bueno, mártir. Pero lo más interesante de esta primera carta es su impugnación de la España una e imperial impuesta a sangre y fuego por los Reyes Católicos y sus herederos. «Nuestro pecado capital fue y sigue siendo el carácter impositivo y un absurdo sentido de la unidad», son sus contundentes palabras. Y más adelante añade: «Más de una vez se ha dicho que el español trató de elevar al indio a sí, y esto no es más que una imposición de soberanía. El único modo de elevar al prójimo es ayudarle a que sea más él cada vez, a que se depure en su línea propia, no en la nuestra».

En su respuesta, Ganivet se acerca a la posición antiimperialista y antiunitarista de Unamuno: «Si existe un medio de conseguir la verdadera fraternidad humana, este no es el de unir a los hombres bajo organizaciones artificiosas, sino el de afirmar la personalidad de cada uno y enlazar las ideas diferentes por la concordia y las opuestas por la tolerancia». Y nos sorprende luego con una observación de extraordinaria actualidad: «El socialismo tiene en España adeptos que propagan estas o aquellas doctrinas de este o aquel apóstol de la escuela. ¿No hay acaso en España tradición socialista? ¿No es posible tener un socialismo español?». El triunfo de la revolución cubana y su emancipación del modelo soviético, así como los recientes procesos transformadores autóctonos de Venezuela, Bolivia o Ecuador, han demostrado —pese a todos sus defectos y excesos, o precisamente por ellos— que no hay una única y preestablecida vía al socialismo: se hace socialismo al andar, y en cada país y momento la andadura tiene características propias; en este sentido, las palabras de Ganivet son proféticas. Y también lo son cuando dice: «España es una nación absurda y metafísicamente imposible. Su cordura será la señal de su acabamiento».

En su segunda carta abierta, Unamuno muestra su desacuerdo con lo que denomina el idealismo de Ganivet: «Lo que cambia las ideas —dice—, que no son más que la flor de los estados del espíritu, es la organización social… En diferentes obras, algunas magistrales, como las de Marx y Loria, está descrita la evolución social en virtud del dinamismo económico». E insiste en su antiunitarismo: «No me cabe duda de que una vez que se derrumbe nuestro imperio colonial surgirá con ímpetu el problema de la descentralización, que alienta en los movimientos regionalistas… Nada dificulta más la verdadera unión de los pueblos que el pretender hacerla desde fuera, por vía impositiva, o sea legislativa, y obedeciendo concepciones jacobinas, como suelen serlo las del unitarismo doctrinario».

Su segunda carta, la última de la serie, la inicia Ganivet con otra frase profética: «Poco a poco, sin pretenderlo, vamos a componer un programa político». Por desgracia, Ganivet moriría trágicamente ese mismo año, y no pudo seguir participando en ese trabajo programático; pero Unamuno y los demás miembros de su generación sí lo harían; poco a poco, a lo largo de cuatro décadas confusas y turbulentas, a veces pretendiéndolo y otras sin pretenderlo. No es un programa explícito y pormenorizado, el de la Generación del 98; pero su constante preocupación política y filosófica se traduciría en un corpus literario y ensayístico de extraordinaria influencia sociocultural, permanentemente recorrido por las angustias y contradicciones que desembocarían en la impropiamente denominada Guerra Civil.

La histeria se repite

Desde el punto de vista ideológico, la Generación del 98 supone el cuestionamiento del trinomio tradicional —y tradicionalista— Dios-patria-rey. Un cuestionamiento titubeante y confuso al principio, pero que con el tiempo daría lugar a posturas definidas y en ocasiones enfrentadas, desde el fascismo explícito de Ramiro de Maeztu hasta el republicanismo militante de Antonio Machado. Un cuestionamiento del que fue hija la Segunda República, y que provocó la brutal reacción armada de la derecha.

Tras el triunfo del golpe fascista, el trinomio Dios-patria-rey adoptó la forma nacionalcatolicismo-españolismo-franquismo, y tras la autodenominada «transición» se mantuvo vigente con algunas variaciones ostensibles pero insuficientes: el franquismo dio paso al borbonismo, el nacionalcatolicismo perdió presencia pero no poder y el españolismo siguió —y sigue— imponiéndose por todos los medios, incluido el tolerado auge —la resistible ascensión, como diría Brecht— de la derecha más extrema. Si algo bueno había en el «espíritu del 78», la España que duerme sumida en el sueño de la razón, que vuelve a engendrar los mismos monstruos (la historia no se repite, pero la histeria sí, es pura repetición irracional), lo ha degradado con la abúlica complicidad de la España que bosteza.

«Por Dios, por la patria y el rey lucharon nuestros padres; por Dios, por la patria y el rey lucharemos nosotros también», proclama el himno tradicionalista, cuyos ecos resuenan de nuevo con fuerza. Por el laicismo, la descentralización y la república lucharon nuestros padres intelectuales de la Generación del 98; ¿lucharemos nosotros también o seguiremos bostezando?

https://www.jotdown.es/2018/12/la-espana-que-bosteza-ganivet-unamuno-y-la-degeneracion-del-78/
 
Muere Amos Oz, el escritor israelí que levantó su voz contra los fanatismos de Oriente Medio

LITERATURA
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  • 28 DIC. 2018 15:37
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El ganador del Príncipe de Asturias de las Letras en 2007 y eterno candidato al Nobel ha fallecido tras una larga lucha contra el cáncer.

"El fanatismo no fue creado por el Estado Islámico"

"Envidio a los escritores que no han de vivir en un país tan difícil como el mío"

El escritor israelí Amos Oz ha muerto ha muerto este viernes en Tel Aviv a los 79 años. El cáncer ha derrotado este viernes a uno de los intelectuales más importantes, prestigiosos y populares en la historia de Israel.

Oz no sólo era el autor de una extensa obra premiada en muchos países y traducida a decenas de idiomas sino también el máximo referente de la izquierda israelí. En el año 2007 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Su hija Fania Oz Salzberger ha sido la encargada de anunciar una noticia que muchos no deseaban leer nunca. "Mi amado padre ha muerto por cáncer, tras un rápido deterioro mientras dormía en calma y rodeado por sus más queridos", tuiteaba a primera hora de la tarde provocando la sorpresa y posteriormente conmoción que traspasaron rápidamente los límites de la red social.

¿Cómo le gustaría que le recuerden?, le preguntó este diario en una ocasión. "¿Cuándo ya no esté aquí? Que me recuerden sólo de lo que escribí todos estos años. Sólo por mis libros", contestó con un semblante serio y lleno de eterna curiosidad el escritor nacido en Jerusalén en 1939.

Pero su deseo no se ha cumplido. Nada más anunciarse su muerte, se multiplican las reacciones del mundo literario, político y social recordándole no sólo por sus exitosos libros como 'Una historia de amor y oscuridad' o 'Mi querido Mijael' sino también por su aportación como "guía" de un amplio sector israelí a favor de un compromiso histórico con los palestinos y los países árabes. Como la voz de la conciencia. Como el líder del famoso triunvirato de la izquierda sionista-junto a David Grossman y A. B. Yehoshua- a favor de la paz y contra el fanatismo. O simplemente como Oz, que en hebreo significa coraje.
https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2018/12/28/5c263267fc6c8327618b46b7.html
 
El pecado de Borges

Publicado por José Antonio Montano
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Fotografía: Cordon.
En una obra tan pudorosa como la de Jorge Luis Borges, llama la atención «El remordimiento», un soneto enfático, patético, autocompasivo (cualidades que Borges detestaba) y decididamente confesional:

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.

El poema pertenece al libro La moneda de hierro, de 1976. Fue publicado por primera vez en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 21 de septiembre de 1975. Según le dice Borges a Joaquín Soler Serranoen la entrevista de A fondo de 1980, el soneto lo escribió cuatro días después de la muerte de su madre. Leonor Acevedo de Borges murió el 8 de julio de 1975, a los noventa y nueve años. Ella fue, sin duda, la persona más importante en la vida de Borges. No es de extrañar que a su muerte Borges escribiese, pues, su texto más triste. La obra de Borges tiende a ser feliz. Que el lector llegue a ese soneto y se entristezca, o presencie un Borges triste, es un precioso homenaje de Borges a su madre. Dejó esa página marcada.

Su trascendencia viene resaltada por la terminología religiosa: las palabras «remordimiento» y «pecado», y esa otra latente, «confesión». El soneto constituye una confesión. Pero he utilizado trascendencia en su acepción de importante, no de trasmundano. Aquí la terminología religiosa está aplicada a la vida y solo a la vida; solo al mundo: al sentido de la tierra. La ética tácita del soneto es que somos engendrados (mediante el acto físico de la copulación) y eso nos trae a la existencia, cuyos ejes son los elementos materiales («la tierra, el agua, el aire, el fuego») y el imperativo de gozarlos («el juego / arriesgado y hermoso de la vida»; que en la primera versión era «el juego / humano de las noches y los días»). El sujeto no tiene que rendir cuentas ante ningún dios, sino ante sus padres: ante quienes lo ataron al hilo carnal. Todo se queda en el mundo.

Es la muerte de la madre (la del padre ocurrió en 1938) la que le hace recapitular y remorderse. El pacto que se deducía de su nacimiento, de acuerdo con la lógica vitalista, no lo ha cumplido. En lugar de a ser feliz, se ha dedicado «a las simétricas porfías / del arte, que entreteje naderías». Pero los que además de lectores de Borges lo somos de Nietzsche, recordamos en este punto una de las proclamas de su Zaratustra: «Yo no aspiro a la felicidad: aspiro a mi obra». Un fragmento póstumo del filósofo alemán dice también: «Compensación del poeta: sus sufrimientos y el placer de expresarlos». La justificación de una vida puede estar en la creación: engendrar obras es otro modo de integrarse en la corriente vital.

El propio Borges, en realidad, se acompasa más con esta idea la mayoría de las veces. «El remordimiento», insistimos, es una excepción en su obra. En esta abundan los placeres. No, ciertamente, los placeres intensos del s*x* y las pasiones; pero sí los del intelecto, y los de la sensibilidad. Borges logra una combinación sabia, como ya alcanzó Montaigne, de escepticismo, estoicismo y epicureísmo. Y le da una suerte de cuerpo a su sabiduría: el que otorga la literatura. Cabe imaginarlo feliz en sus elaboraciones, como es feliz el lector. Borges se calificaba a sí mismo de «lector hedónico». Y el hedonismo lector es el estado habitual de los borgianos. El desgarro inmediato de este soneto es la confesión de infelicidad por parte de quien tanta felicidad ha prodigado.

Cuesta aceptar la división entre literatura y vida en Borges. Él la menciona en ocasiones, como en la oposición que establece en este poema entre «el juego / arriesgado y hermoso de la vida» y el «arte, que entreteje naderías». O en estos versos de El oro de los tigres: «No haber caído, / como otros de mi sangre, / en la batalla. / Ser en la vana noche / el que cuenta las sílabas». Pero su nostalgia de la épica no impide que la literatura misma constituya una vivencia para él. Al final de El hacedor escribe: «Pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído. Mejor dicho: pocas cosas me han ocurrido más dignas de memoria que el pensamiento de Schopenhauer o la música verbal de Inglaterra». En la citada entrevista de 1980 afirma también: «La biblioteca de mi padre ha sido el acontecimiento capital de mi vida». En esta consideración de la lectura como algo que le ha ocurrido, como un acontecimiento, quizá se encuentre la clave de la gran paradoja, del misterio de Borges: que prácticamente hable solo de libros y resulte, en cambio, un autor nada libresco. Por la lectura como experiencia y por la vibración sutil de su escritura. Como sostiene Savater: «no hay escritor que tenga menos líneas inertes».

Por otra parte, ese cierto tremendismo con que se aborda el pecado en «El remordimiento» desentona con la serenidad usual en Borges. Pide, como purga, «que los glaciares del olvido / me arrastren y me pierdan, despiadados». Pero el olvido no suele ser en él una condena, sino una absolución. En «Fragmentos de un evangelio apócrifo», de Elogio de la sombra, dice, por ejemplo: «Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón». Ese texto termina con una petición que algunos han considerado irónica, pero que es transparente: «Felices los felices». Se trata de una celebración de los que han alcanzado la felicidad. Borges mismo la alcanzó muchas veces. «Otro poema de los dones», de El otro, el mismo, podría considerarse un catálogo feliz. En el prólogo de su último libro, Los conjurados, habla de «la dicha de escribir», y escribe: «Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso».

De este libro final es el poema «Cristo en la cruz», en el que el crucificado «sabe que no es un dios y que es un hombre / que muere con el día». La concepción de Borges es pulcramente agnóstica: el dolor de Cristo le conmueve, pero no es más que dolor. Un dolor inútil: a nadie salva. «¿De qué puede servirme que aquel hombre / haya sufrido, si yo sufro ahora?». No hay chantaje religioso en Borges. Todo, felicidad y sufrimiento, está en la vida. Hasta que la muerte, como escribe en otro poema de Los conjurados, «nos desate de la triste costumbre de ser alguien y del peso del universo».
https://www.jotdown.es/2018/12/el-pecado-de-borges/
 
¡Eh, el nombre del hilo da para un juego!

Se trata de poner un párrafo de una obra y adivinar el autor y la obra. Quien la acierte, pone otra cita, y así sucesivamente. Naturalmente, no vale consultar en internet ni google. Se puede pedir pistas.

Era una de esas lindas y encantadoras muchachas nacidas, como por un error del destino, en una familia de empleados. No tenía dote, ni esperanzas, ni el menor medio de que un hombre rico y distinguido la conociera, la comprendiera, la amara y la llevara al altar; y dejó que la casaran con un empleadillo del ministerio de Instrucción Pública.

Al no poder engalanarse, fue sencilla, pero desgraciada como si hubiera venido a menos; pues las mujeres no tienen casta ni raza, y su belleza, su gracia y su encanto les sirven de nacimiento y de familia. Su natural finura, su instintiva elegancia, su agilidad de espíritu constituyen su única jerarquía, e igualan a las hijas del pueblo con las grandes señoras.

Sufría sin cesar, sintiéndose nacida para todas las delicadezas y todos los lujos. Sufría por la pobreza de su hogar, por la miseria de las paredes, por el desgaste de las sillas, por la fealdad de las telas. Todas esas cosas, en las cuales otra mujer de su casta ni siquiera habría reparado, la torturaban e indignaban. La visión de la joven bretona que le servía de criada despertaba en ella añoranzas desoladas y sueños enloquecidos. Pensaba en antecámaras mudas, acolchadas con colgaduras orientales, iluminadas por grandes hachones de bronce, y en dos altos lacayos de calzón corto durmiendo en los anchos sillones, amodorrados por el pesado calor del calorífero. Pensaba en grandes salones revestidos de viejas sedas, en muebles finos con chucherías inestimables, y en saloncitos coquetos, perfumados, hechos para la charla de las cinco con los amigos más íntimos, los hombres conocidos y buscados cuya atención ambicionan y desean todas las mujeres.

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Tenía una amiga rica, una compañera del colegio de monjas a la que ya no iba a ver, porque sufría mucho al regresar a casa. Y lloraba durante días enteros, de pena, de nostalgia, de desesperación y de angustia.

Ahora bien, una noche su marido volvió a casa con aire triunfante, y llevando en la mano un ancho sobre.

«Mira, dijo, aquí hay algo para ti.»

Ella rasgó vivamente el papel y sacó una tarjeta impresa con estas palabras: «El ministro de Instrucción Pública y la señora de Ramponneau ruegan al señor y la señora Loisel les hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del ministerio.»
En lugar de estar encantada, como esperaba su marido, tiró con despecho la invitación sobre la mesa, murmurando:
«¿Qué quieres que haga con eso?
-Pero, querida, pensaba que estarías contenta. No sales nunca, y es una ocasión, ¡y estupenda! Me costó mucho trabajo conseguirla. Todo el mundo la quiere; es muy buscada, y no han dado muchas a los empleados. Verás allí a todo el mundo oficial.»
Ella lo miraba con ojos irritados, y declaró con impaciencia:
«¿Y qué quieres que me ponga para ir?»
Él no lo había pensado; balbució:
«¡Pues el traje con el que vas al teatro. Me parece muy bien, por lo menos mí...»
Se calló, estupefacto, pasmado, al ver que su mujer lloraba. Dos gruesas lágrimas descendían lentamente de las comisuras de los ojos hacia las comisuras de la boca; tartamudeó :
«¿Qué tienes? ¿Qué tienes?»
Pero ella, con un violento esfuerzo, había domado su pena y respondió con voz tranquila, enjugándose las húmedas mejillas:
«Nada. Sólo que, como no tengo nada que ponerme; no puedo ir a esa fiesta. Dale tu tarjeta a cualquier colega cuya mujer esté mejor trajeada que yo.»
Él estaba desolado. Prosiguió:
«Veamos, Mathilde. ¿Cuánto costaría un traje decente, que pudiera servirte en otras ocasiones, una cosa sencillita?
Ella reflexionó unos segundos, echando sus cuentas y pensando también en la suma que podía pedir sin atraerse una negativa inmediata y una pasmada exclamación del ahorrativo empleado.
Por fin, respondió vacilando:
«No sé exactamente, pero me parece que podría arreglarme con cuatrocientos francos.»
Él palideció un poco, pues se reservaba exactamente esa suma para comprarse una escopeta y permitirse unas partidas de caza, al verano siguiente, en la llanura de Nanterre, con algunos amigos que salían a tirar a las alondras, por allí, los domingos.
Dijo, sin embargo:
«Está bien. Te doy cuatrocientos francos. Pero trata de conseguir un bonito vestido.»
Se acercaba el día de la fiesta, y la señora Loisel parecía triste, inquieta, ansiosa. Sin embargo su traje estaba preparado. Su marido le dijo una noche:
«¿Qué tienes? Veamos, llevas tres días muy rara.
Y ella respondió:
«Me fastidia no tener una joya, ni la más insignificante piedra, nada que ponerme. Así tendré un aire pobretón. Casi preferiría no ir a esa velada.


Pista: escritor francés
 
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Alfred Adler
(Austria, 1870-1937)


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Psicólogo y psiquiatra austriaco, nacido en Viena y educado en su universidad. Tras concluir sus estudios universitarios, se formó con Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis, y se asoció a él. En 1911 Adler abandonó la escuela psicoanalista ortodoxa para fundar una escuela neofreudiana de psicoanálisis. Después de 1926, fue profesor invitado de la Universidad de Columbia, trasladándose definitivamente a los Estados Unidos en 1935. En su análisis del desarrollo individual, Adler subrayó el papel de los sentimientos de inferioridad, más que el papel de las pulsiones sexuales, como la motivación básica subyacente a la conducta humana. Para Adler, los sentimientos de inferioridad conscientes o inconscientes -que denominó 'complejos de inferioridad'- combinados con mecanismos compensatorios de defensa, eran las causas básicas de su carácter psicopatológico. La función del psicoanalista, en consecuencia, sería descubrir y racionalizar tales sentimientos, para terminar con la voluntad de poder compensatoria y neurótica (y por tanto dolorosa) que engendran en el paciente. Sus obras más conocidas son Práctica y teoría de la psicología individual (1918) y El sentido del vivir (1933). © M.E.

El sentido de la vida (fragmento)

"Es evidente que lo que en nosotros influye no son los hechos concretos, sino tan sólo nuestra opinión sobre ellos. Nuestra mayor o menor seguridad de que nuestras opiniones corresponden a los hechos reales, radica por completo y más aún en los niños inexpertos o en los adultos asociales- en la propia experiencia, siempre insuficiente, así como en la falta de contradicción entre nuestras opiniones y en el resultado de las acciones que de ellas se derivan. Es fácil comprender que estas opiniones son frecuentemente insuficientes, sea porque el sector de nuestra actividad resulta limitado, sea porque los pequeños errores y contradicciones suelen ser eliminados sin esfuerzo y hasta con el auxilio de nuevas faltas que remedian mejor o peor las anteriores, todo lo cual contribuye a mantener, de un modo permanente, el emprendido plan de vida. Únicamente los fracasos mayores obligan a reflexionar con mayor agudeza. Pero esto sólo da resultados positivos en aquellas personas que, sin objetivos fijos de superioridad, aspiran a resolver los problemas de la vida en fraternal comunidad con los demás hombres. Así llegamos a la conclusión de que cada individuo tiene su opinión acerca de sí mismo y acerca de las tareas de la vida; de que obedece a un plan de vida y a una determinada ley de movimiento, sin que él mismo se dé cuenta de ello. Esta ley de movimiento se origina en el ámbito limitadísimo de la niñez y se desenvuelve dentro de un margen de elección relativamente amplio mediante la libre disposición -no limitada por ninguna acción matemáticamente formulable- de las energías congénitas y de las impresiones del mundo circundante. La orientación y explotación de los instintos, impulsos e impresiones del mundo circundante y de la educación es la obra de arte del niño, que no ha de ser interpretada desde el punto de vista de una psicología de posesión (Besitzpsychologie), sino de una psicología de uso o de utilización (Gebrauchspsychologie). El hallazgo de tipos, analogías y coincidencias es, por lo general, o un producto de la pobreza del idioma humano -incapaz de expresar fácilmente las diferencias de matiz que siempre existen-, o el resultado de una probabilidad estadística. Su aparición no debe en ningún caso servir de pretexto para establecer reglas que nunca pueden proporcionarnos la comprensión del caso concreto, sino a lo sumo proyectar cierta luz en el campo dentro del cual es preciso encontrar el caso concreto en su individualidad. La comprobación de un sentimiento de inferioridad muy acusado, por ejemplo, no nos dice aún nada acerca de la índole y de las características de un caso concreto, ni mucho menos nos indica la más mínima deficiencia en la educación recibida o en las relaciones sociales. En la conducta del individuo frente al mundo que le rodea, se presentan siempre en forma distinta, como fruto de la conjunción entre la fuerza creadora del niño y la opinión que de ella depende, siempre distinta en el plano individual. "


El Poder de la Palabra
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Theodor Adorno

- Theodor Ludwig Wiesengrund -
(Alemania, 1903-1969)

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Filósofo marxista, sociólogo y musicólogo alemán. Nacido en Frankfurt del Main el 11 de septiembre de 1903, Theodor Ludwig Wiesengrund, su nombre verdadero, se doctoró en filosofía en la Universidad Johann Wolfgang Goethe donde había seguido cursos desde 1921 hasta 1924. En 1925 fue alumno del compositor Alban Berg en Viena, pero volvió a su ciudad natal en 1927, donde fue profesor ayudante en 1931. En 1933 se trasladó a Gran Bretaña y visitó también Alemania; fue allí donde adoptó el apellido de soltera de su madre, Adorno, para firmar unos artículos en los que aplicaba los conceptos marxistas a la filosofía y la música. En 1938 emigró a Estados Unidos, donde colaboró con Max Horkheimer en la redacción de Dialéctica del Iluminismo (1947) y otras obras. Adorno y Horkheimer volvieron a Alemania en 1949 y enseñaron en Frankfurt desde 1951. A diferencia de Horkheimer, Adorno siguió trabajando en el tema de la división de clases en las sociedades modernas en un libro titulado Minima Moralia (1951), que es una explicación al colapso de la civilización europea durante la II Guerra Mundial, en Jerga de autenticidad (1964), critica al filósofo pro-nazi Martin Heidegger y a otros que negaban la posibilidad de la verdad objetiva. Murió el 6 de agosto de 1969. La enorme influencia de Adorno se debe quizás a los conceptos que elaboró en unión con Horkheimer. Entre estos hay que mencionar el de "razón instrumental", que habla de la corrupción de los ideales de la Ilustración bajo los actuales sistemas de dominio; "la industria cultural", que transforma obras de arte en objetos al servicio de la comodidad; y "la personalidad autoritaria" de los conformistas, que prefieren obedecer órdenes antes que afrontar y superar las dificultades cotidianas. © M.E

Educación para la emancipación (fragmento)

"El reverso de esta ambivalencia es la veneración mágica de que disfrutan los maestros en algunos países, como antiguamente en China, y en algunos grupos, como entre los judíos piadosos. El aspecto mágico de la relación con los maestros parece ser más fuerte en todos aquellos lugares en los que la profesión docente viene unida a la autoridad religiosa, en tanto que la valoración negativa gana terreno con la decadencia de dicha autoridad. Es notable que los profesores que gozan en Alemania de mayor consideración, es decir, los catedráticos de universidad, en la práctica casi nunca ejercen funciones de tipo disciplinario, dedicándose, idealmente, al menos, y según la imagen pública que de ellos se tiene, a la investigación productiva, de modo que no están reducidos al ámbito pedagógico, secundario y, como dije, aparentemente sospechoso. El problema de la inmanente no verdad de la pedagogía radica en que talla la cosa a la medida de los recipiendarios, no se erige en un trabajo puramente objetivo por la cosa misma. Se trata más bien de un trabajo «pedagogizado». Ya por esta sola razón deberían los niños sentirse inconscientemente engañados. Los maestros no sólo transmiten receptivamente algo ya establecido, sino que su función mediadora arrastra hacia sí, como todas las actividades socialmente un poco sospechosas en el ámbito de la circulación algo de la aversión general. Max Scheler dijo en una ocasión que él había tenido influencia pedagógica por la sencilla razón de no haber tratado pedagógicamente nunca a sus alumnos. Algo que desde mi propia experiencia corroboraría enteramente, si se me permite una referencia personal. Es evidente que el éxito como profesor universitario se obtiene gracias a la ausencia de todo cálculo respecto de la adquisición de influencia, gracias a la renuncia a persuadir. "


El Poder de la Palabra
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