Entrevista a Cristóbal Montoro.

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CRISTÓBAL MONTORO

JORGE BUSTOS MADRID

16/04/2018

«Yo no entiendo esa obsesión de Cifuentes por los títulos»
El ministro de Hacienda más longevo de la democracia se define como «viejo rockero de la economía». Confía en aprobar los Presupuestos, pero no olvida la gran lección de su carrera: «Cuando las números cuadran, la política lo jode todo».














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Dicen que la austeridad ha muerto, que la recuperación habita entre nosotros. Que las arcas públicas rebosan como los pantanos, listas para el jubiloso trasvase de dinero público. «Éste es precisamente el momento de mayor peligro», advierte Cristóbal Montoro (Jaén, 1950) desde su despacho de la histórica sede de Hacienda en la calle Alcalá, donde ha pasado tantos años que ya no mira los cuadros: son los cuadros los que le miran a él. Ninguno de aquellos ilustres mostachudos alcanzó a elaborar 15 presupuestos generales del Estado. Vigila su espalda –como la del Rey en Zarzuela– un retrato de Carlos III. Sobre su mesa reposan una tableta, un abrecartas y el último número de The Economist. Montoro se ha cambiado de despacho porque en el suyo están de reformas. Por fin hay dinero para remozar la fachada.

«Estamos viviendo el mejor momento económico de nuestra historia. Con tres años más por este camino nos pondríamos a la cabeza del mundo. Nunca la empresa española había llegado hasta este grado de internacionalización, por ejemplo. ¿Cuál es el riesgo? ¿Qué puede estropearlo todo?». Aquí hace una pausa y esboza su famosa sonrisa de malo de cómic: «¡La política!»

Su trabajo consiste en establecer obligaciones. Es decir, en aguar las fiestas. «Imagina que acabas de salir del alcoholismo. No se te ocurre salir a celebrarlo yéndote de copas. Pues no celebremos gastando el fin de una crisis de gasto». La política, sin embargo, consiste en gastar. Todas las diferencias ideológicas entre los partidos se resumen en la dotación de unas partidas en lugar de otras. «Aquí cada cual se apunta un ingrediente del puchero y olvida el sabor del guiso», ilustra el cocinero de unos Presupuestos leoninos en cuya aprobación final confía. Hay tiempo para desbloquear Cataluña y sabe que el PNV es el primer interesado. «Mi fracaso en política ha sido la pedagogía: no he sabido explicar a los gobernantes que gastar no es gobernar». Claro que cuando le falla la pedagogía, siempre le queda el ultimátum. Que se lo digan a la media docena de alcaldes que tienen hasta el 20 de abril para presentar un plan de ajuste so pena de intervención.

La única cosa que no se le discute a Montoro es la autoridad. Eso le distingue de un gabinete a menudo criticado por su flácida manera de ejercer el poder. Antes que la Generalitat, los primeros que se le rebelaron fueron los llamados ayuntamientos del cambio. El ex delegado de Hacienda de Ahora Madrid Carlos Sánchez Mato fue el último insensato que le planteó un pulso. Ahora es concejal de distrito. «Cuando los de Podemos llegaron al poder en los consistorios, decían: ‘¡No pagaremos la deuda! ¡Solo pagaremos la deuda legítima!’ Como si hubiera deuda ilegítima. Y yo pensaba: Ya veréis como la acabáis pagando. Y la están pagando. Hasta tal punto que Iglesias presume de superávit y de reducir la deuda. O sea, de obedecer a Hacienda». Para Montoro no existen mundos alternativos a la regla de gasto. «La única diferencia es cumplirla por convicción o por obligación».

¿Y Ciudadanos? Galardonado con el Premio Hakek en 2008, Montoro conoció a Albert Rivera en Cádiz, en una cena de clubes liberales que se reunían para celebrar la Pepa. Fue en 2006, el mismo año en que se fundó Cs. «Tienen que decidir primero qué son. De momento es un partido de aluvión. Se están formando», recela el ministro de Hacienda, a quien no parecen preocuparle las encuestas. «En 2015 todo el mundo era de Podemos. Vamos a esperar. Sé que la política es competencia, es mercado. Es una rivalidad por la ocupación del poder. Los nuevos jugadores tratan de desplazar a los que están. Y el que está es Rajoy. Reconozco que al PP le pasa algo, pero su problema no es Rajoy». No conseguiremos que nos explique exactamente qué le pasa al PP si no es Rajoy, al que defiende por lo mismo que otros le atacan: por ese «cuajo muy especial» que haría de él el gobernante idóneo para afrontar tanto la crisis económica como el desafío separatista. Que para Montoro no son cosas tan distintas. «El procés tiene bastante que ver con la crisis económica. Hay una crisis de ingresos del Estado que impide asumir las facturas y llega Mas y pide un pacto fiscal. ¡Pero si no teníamos ni para los proveedores!»

Para él no hay vida política fuera de la economía. Por eso desmiente que el Gobierno haya tardado en afrontar el principal problema de España, que es el proceso separatista catalán. «A nosotros nos habían elegido para salir de la crisis. Otros creen que te eligen para evangelizar. Pero estábamos operando a un paciente a vida o muerte». ¿Y no quedaba tiempo para impedir en 2014 el referéndum del 9 de noviembre? «No tenía validez». Pero los responsables fueron juzgados, contrajeron responsabilidades reales. «Estábamos a lo importante: a que Cataluña progrese, que es lo que no quieren los independentistas, porque si los catalanes progresan dentro de España los independentistas se quedan sin argumento más allá del sentimental. Yo tengo indicadores semanales de cómo va Cataluña: las ventas vuelven a subir, se están recuperando».

Precisamente los de Rivera albergan dudas sobre la exhaustividad de esa monitorización. Montoro sabe que tendría un problema muy grave si llegara a demostrarse que la rebelión independentista se ha financiado con recursos públicos por falta de celo en el departamento de Hacienda. Su titular afirma que desde septiembre tiene el control sobre los 35.000 millones que maneja la Generalitat intervenida, y que el sistema finalista de control de pagos certificados funciona. «Yo no sé con qué dinero se pagaron esas urnas de los chinos del 1 de octubre, ni la manutención de Puigdemont. Pero sé que no con dinero público». Cuando se emplaza a Montoro a volver a prometer que ni un solo euro de los españoles ha ido a parar al procés desde que Hacienda intervino la autonomía, responde que eso solo habría podido ocurrir por un delito de falsificación de un funcionario conchabado con algún proveedor de la causa. «Por eso hay una investigación judicial en marcha. Pero la malversación no requiere solo desvío de fondos: es también abrir un recinto público para un acto político ilegal, por ejemplo». Afirma que su experiencia hasta la fecha es la de una interventora general en Cataluña que responde semanalmente y con lujo de papeles a sus requerimientos. Por una razón que nada tiene que ver con la lealtad constitucional: se arriesga a pena de cárcel si no lo hace. Y eso lo saben la interventora, el fisco y el fiscal.

Un Estado es básicamente dos cosas: una policía y una hacienda propias. Por eso piensa Cristóbal Montoro que el golpe ya ha fracasado. «Vivimos en un Estado que puede impedir presupuestariamente la independencia. Y es lo que hemos hecho. También hemos sacado lecciones para el futuro», avisa, como si el levantamiento de la intervención no fuera a ser tan inminente y total como se esperaría tras el desbloqueo de la legislatura catalana.

Muchos le achacan que Hacienda ralentiza o impulsa investigaciones por razones políticas, como le habría sucedido al clan Pujol tras el acelerón soberanista de Convergència. «Eso es novela histórica. A mí me informan en 2014 de que a la familia Pujol se la había empezado a investigar a principios de los 2000, y así lo explico. Nadie consideró relevante contármelo antes. La Agencia Tributaria es una maquinaria implacable. ¿Alguien se cree que yo puedo hacer una llamada para parar una investigación?». A pesar de que en el 2000 ya era ministro con Aznar.

El populismo antiestablishment encuentra en Montoro un duro competidor. «El problema de este país es que los ricos se quejan de más. Al que gana 500.000 euros le parece poco, siempre hay otro que gana más. ¿Qué problema hay en que te inspeccionen? La Agencia no es la Inquisición. En Estados Unidos algunos empresarios han rechazado la bajada impositiva de Trump por convicciones: dicen que ellas quieren pagar. Los impuestos son la expresión de un pacto social: el de los jóvenes con los mayores, el de los que tienen más con los que tienen menos. En España estamos ocho puntos por debajo de la carga fiscal media: un 38% frente al 46% de promedio europeo. La izquierda quiere equiparación con Europa pero yo no, porque esa es también nuestra ventaja competitiva para industrias como el turismo», razona. Confiesa la satisfacción que le ha producido ver a Zuckerberg achantándose ante el Senado.

¿Cifuentes debe dimitir? «No tenemos tantas personas con sus condiciones. Es eficiente y leal. Pero yo no entiendo esa obsesión con los títulos. Yo solo tengo un título. ¡Ya me hubiera gustado tener más!» Se queja Montoro de que la convención de Sevilla haya quedado ensombrecida por el caso del máster, pero recuerda que ya pasó lo mismo en Palma en 2011. «Entonces la polémica era si Camps iba o no. Al final no fue». La prudencia finalmente se impuso.

Cuando se le pregunta por Luis de Guindos, ya refugiado de la gresca nacional en el BCE, vuelve a aflorar su sonrisa sardónica de supervillano. «Yo es que para poder irme tendría que presentar el certificado de incapacidad. Estoy en ello, no creas». Y saca del bolsillo un sobrecito de Clamoxyl, que toma para una infección, y añade que tiene que darse rayos UVA –en el hospital– por una enfermedad de la piel. Por coquetería no lo haría, desde luego. «Para qué quieren que tenga Twitter, ¿para anunciar que acabamos de abrirle una investigación a tal o cual?» Tendría más seguidores que Justin Bieber.

En Guadarrama hay una comunidad de agustinos a la que acude en busca de consuelo espiritual. Un día, un monje le proporcionó la frase que le ayuda en momentos de incomprensión: «El salario se cobra al final de la jornada». Con su retención correspondiente, claro.
 

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