Enrique Jardiel Poncela: humor se escribe con hache

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Enrique Jardiel Poncela: humor se escribe con hache
Publicado por Grace Morales

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Inverosímil, Jardiel Poncela. Imagen: RTVE.
Enrique Jardiel Poncela tenía en mente la preparación de su autobiografía, de título provisional Sinfonía en mí, cuando le sobrevino la enfermedad. Murió de forma temprana, a los cincuenta y un años, en la ruina económica y el ostracismo de una generación que se había nutrido de él pero le negaba el saludo. Para ese libro, el escritor estaba recopilando el extenso material que poseía, correspondencia, diarios, material gráfico… con el objeto de conformar lo que sería su «Automoribundia», pero a la jardeliana.

A falta de esa sinfonía, existen multitud de publicaciones sobre la vida y la obra de Jardiel, entre estudios, tesis doctorales y monografías, señal inequívoca de su importancia dentro de la literatura post-generación del 98 y pre-generación del 27; mejor dicho, de la «otra» generación del 27, la de los literatos «no serios». Entre las obras más conocidas, las espléndidas biografías que firmaron dos amigos del autor, Miguel Martín (El hombre que mató a Jardiel Poncela, Planeta, 1997) y Rafael Flórez (Mío Jardiel, Biblioteca Nueva, 1966). Otras han sido escritas por sus familiares. Por ejemplo, tenemos el libro de su hija mayor, Evangelina (Mi padre, Biblioteca Nueva, 1999), donde se incluye mucha de la correspondencia que iba a ir en aquel proyecto malogrado. Su nieto, el también escritor Enrique Gallud Jardiel, ha publicado, además de la reedición de un par de volúmenes con textos poco conocidos (El amor es un microbio, Azimut, y El plano astral y otras novelas cortas, CSIC/Ediciones Ulises, 2017), tres libros sobre don Enrique: La ajetreada vida de un maestro del humor (Espasa, 2001) y dos estudios sobre su obra, El humor inverosímil (Fundamentos, 2011) y La risa inteligente (Doce Robles, 2014).

El personaje de Jardiel ha sido sometido a una batería interminable de juicios gratuitos. En su abundantísima colección de textos se encuentran, paso a paso, las huellas de su biografía, pero ambas, obra y vida, han sido sistemáticamente malentendidas o vilipendiadas, sin tener, además, en la mayoría de las ocasiones, demasiado conocimiento sobre ellas. Ya en vida, el autor tuvo sus más y sus menos con la crítica y algunos compañeros de generación. Es cierto que fue muy popular, cosechó grandes éxitos en el teatro y la prensa, pero, por decirlo de una forma diplomática, no recibió el aprecio del mundo literario ni tuvo de su lado a casi nadie en la academia. Mucho menos en la política. Como si estuviesen apuntando ideas para una comedia suya, el reestreno de 1996 en el Teatro Español de Carlo Monte en Montecarlo provocó un debate en el Parlamento de la Comunidad de Madrid sobre si «era o no pertinente» traer de nuevo a Jardiel a la capital. Su vida, que comenzó de forma plácida, se fue complicando poco a poco, convirtiendo al joven ciclotímico, que combinaba episodios de euforia con momentos de depresión, en un hombre taciturno y lleno de amargura. Su personalidad ambivalente se proyecta en lo que escribió, páginas deslumbrantes de genialidad y desafortunadas declaraciones en los momentos más bajos.

La obra de Jardiel es gigantesca para una vida tan breve (cuatro novelas, casi cincuenta comedias y un número inabarcable de textos periodísticos, piezas breves, guiones y dibujos). Pero lo es más por su imaginación, su arrollador dominio del lenguaje y el carácter audaz que abrió en cine y, sobre todo, en el teatro. Por esa fecundidad y la existencia agitada (aunque no tan corta, eso sí), el personaje de Jardiel ha sido comparado algunas veces con el también madrileño Félix Lope de Vega y sus cuitas personales con empresarios, escritores rivales y líos amorosos con actrices. Una obra producto del talento, pero, sobre todo, de la dura y constante disciplina de trabajo, a la que él atribuía el 98% del resultado. Jardiel trabajaba sin descanso en los cafés de Madrid, pertrechado de un equipo más propio de diseñador gráfico que de escritor: varias libretas y cuadernos, papeles de diferentes tamaños y color, plumas y lápices, reglas, tijeras, pegamento, secantes, sellos, recortes de periódicos… Su querencia por el café no era esnobismo, sino refugio en la calefacción y el aire fresco de las noches de Madrid, cosas de las que carecía su casa, el altillo de la calle Infantas. Luego se convirtió en una costumbre, y hasta en los estudios de Fox Film le tuvieron que apañar un pequeño escritorio pegado a la cafetería.

Pese a las numerosas adaptaciones de sus comedias para cine y televisión, la obra, especialmente la narrativa, es «rara» y no muy leída. Los textos de Jardiel están guardados en el cajón del «humorismo», como un género de segunda. Algo que puede hacer cualquiera. Efectivamente, cualquiera puede practicar humor, pero eso no lo convierte en un humorista. Como mucho, diría el maestro, siguiendo la lógica absurda, pero implacable, de su lenguaje, en un cualquiera. El humor era muy importante para Jardiel, un asunto que había que tomarse en serio. Por eso, su primera novela (larga) sostuvo la tesis de que, como todos los conceptos claves de la vida, el humor se escribía con hache. No así el amor, que era una cosa mucho más difícil de creer y de escribir sobre ella sin aguantarse la risa.

Estos son unos breves apuntes acerca de la obra de Enrique Jardiel Poncela, que gira casi exclusivamente en torno a dos temas, el amor y el humor. Adivinen cuál es el que sale peor parado.

El humor, según Jardiel

En literatura, como en política, no existe ningún otro mecanismo que desarme y provoque más hilaridad que expresar la realidad de forma obvia, sin adornos, aunque la intención y los resultados no sean los mismos. Por ejemplo, cuando el vicesecretario general de comunicación del Partido Popular, después de ser preguntado por la trama de corrupción conocida como Gürtel (todo esto, el cargo y la trama, ya serían objeto de chiste en el universo jardeliano), dijo que él, cuando aquello, «estaba en COU, creo», pues causa primero desconcierto y después, carcajada. Contar las cosas así es el recurso más infalible del humor, porque, en palabras del escritor, «resulta increíble, y lo increíble produce un regocijo contaminante». Jardiel escribía verdades tan pasmosas que la gente, asombrada, se partía de risa cuando las escuchaba en boca de sus personajes, o del propio autor, cuando este leía sus conferencias:

Hace dos días recibí una invitación que dice: el presidente del Ateneo de Madrid tiene el gusto de invitarle a la conferencia que pronunciará don Enrique Jardiel Poncela… Por eso estoy aquí.

Pero Jardiel no estaba en un cargo político para hacer reír. Desmarcado de la idea del humor como simple entretenimiento, Jardiel abraza el género como una postura existencial. Actitud rebelde frente a la vida que carece de sentido: un arte absurdo, conformado por una serie de viñetas descabaladas sobre la gente y las situaciones de la actualidad. Jardiel es heredero de las vanguardias y del grupo dadá, furioso con la política. A diferencia de los poetas y dramaturgos «comprometidos» en la palabra, Jardiel se zambulle en un lenguaje nuevo para manifestar su feroz individualismo y su desprecio de cualquier tipo de seriedad formal. El humor será su arma y nunca habrá salido tan cara a quien la usa en la literatura española. Bueno, sí, a Pedro Muñoz Seca, que le asesinaron por ser humorista y católico. A Jardiel también le dieron el paseíllo por haber manifestado su simpatía por las derechas, pero se libró del fusilamiento, aunque le dolió más que le confiscaran el Packard, su posesión más preciada. Después, en la posguerra, sufrió un duro boicot de la prensa y la censura revisó las páginas de sus comedias, prohibiendo la publicación de alguna. Grupos de matones acudían a los estrenos para reventarlos y el público se enzarzaba en peleas en el patio de butacas. En 1944, y con gran esfuerzo por reflotar su maltrecha economía, viajó a Argentina con una compañía financiada por él mismo, ayudado en el papeleo por Ramón Gómez de la Serna. Empezó muy bien, pero a los pocos días el público dejó de acudir. Los intelectuales republicanos que se habían refugiado de la contienda le difamaron y boicotearon las funciones. Grupos antifascistas en Uruguay lanzaron bombas de alquitrán contra el escenario. Le llamaban «la embajada franquista». Cuando don Enrique volvió a España, traía una depresión y el principio de un cáncer de laringe que le llevaron a la tumba pocos años después.

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Eloísa está debajo de un almendro, 1943. Imagen: CIFESA.
Para Jardiel, el humorista debe mantener un respeto escrupuloso por el público, no tratarlo como si fuese tonto, pero al mismo tiempo olvidarse de las concesiones en aras de la popularidad. Rechaza el casticismo y las figuras recurrentes del humorismo nacional, salvo si es para hacer chanza de los clichés tradicionales del sainete. Este diálogo al comienzo de Eloísa está debajo de un almendro es muy revelador:

ESPECTADOR 4.° —¡Vaya mujeres! (Al otro.) ¿Has visto?

ESPECTADOR 5.° —¡Ya, ya! ¡Qué mujeres!

ESPECTADOR 6.° —¡Vaya mujeres!

ESPECTADOR 1.° —¡Menudas mujeres!

ESPECTADOR 2.° —(Al 1°) ¿Has visto qué dos mujeres?

ESPECTADOR 1.°—Eso te iba a decir, que qué dos mujeres…

ESPECTADORES 1.° y 2.°—¿Te has fijado qué dos mujeres?

ESPECTADOR 3.°—Me lo habéis quitado de la boca. ¡Qué dos mujeres!

MARIDO —(Aparte, al Amigo, hablándole al oído.) ¿Se da usted cuenta de qué dos mujeres?

AMIGO —¡Ya, ya! ¡Vaya dos mujeres!

ACOMODADOR —(Mirando a las Muchachas.) ¡Mi madre, qué dos mujeres!

ESPECTADOR 7.° —(Pasando ante las Muchachas.) ¡Vaya mujeres! (Se va por el foro.)

MUCHACHA 1.ª —(A la 2.ª, con orgullo y satisfacción.) Digan lo que quieran, la verdad es que la gracia que hay en Madrid para el piropo no la hay en ningún lado…

MUCHACHA 2.ª —En ningún lado, chica, en ningún lado.

Madrid es el centro del universo jardielano, pero es un lugar idealizado, solo existe en la imaginación y la curiosa forma de ver el mundo de su autor. Los escenarios de las comedias y las novelas pasan por países exóticos, hoteles de cinco estrellas, safaris o viajes al Polo Norte, castillos medievales y laboratorios con retortas y diseños de mecanismos increíbles… Los argumentos van un paso más allá del simple juguete cómico o la farsa: dentro de la simplicidad del contenido, mantienen niveles de intriga y tensión sobre trasfondos muy poéticos y, en los últimos años, una más que negra visión social y humana. Jardiel usa el humor para volcar sus opiniones, cada vez más pesimistas, sobre las relaciones personales, la política y la filosofía, pero siempre desde una óptica muy elegante a la par que estrafalaria. Aborrece los chistes gruesos y la sátira, porque son ejercicios sangrantes y no sirven como divertimento ni como ejemplo didáctico.

Es fácil expresar estas premisas, lo complicado es desarrollar argumentos sorprendentes y hacer hablar a sus personajes como no se había hecho hasta entonces en el teatro cómico. El humor de Jardiel no es esperpento ni astracán, recursos decimonónicos, es una pirueta más moderna y airada. El resultado es muy similar a lo que hacían los Hermanos Marx y, especialmente, la screwball comedy de Hollywood. La situación anímica del escritor y las circunstancias socioeconómicas se daban en paralelo en ambos países: los vaivenes de la política española y la Depresión en Estados Unidos coincidían con los fracasos amorosos y el enfrentamiento de Jardiel con censores y críticos. El autor, además, bebe de las mismas fuentes que este género cinematográfico: las farsas del teatro clásico y la obra de Oscar Wilde, uno de sus máximos referentes.

Las comedias de Jardiel hablan casi únicamente de s*x*, pero sin decirlo ni mostrarlo. Como en una película de Leo McCarey, los protagonistas masculinos son tipos excéntricos (siempre son trasuntos de su autor, siempre deseoso de encontrar un ideal de amor imposible) que se meten en constantes problemas con personajes femeninos mucho más fuertes y desenvueltos que ellos, estableciendo una lucha por el poder a través de frases cortantes, rápidas, llenas de dobles y triples sentidos y una situación apurada tras otra. Todo ello lleva a desenlaces inesperados o, incluso, incomprensibles. Jardiel fue un maestro en planificar situaciones absurdas que se solventaban de forma aún más rara. Por ejemplo, el protagonista de Espérame en Siberia, vida mía se pasa la novela huyendo de una muy peculiar organización de asesinos que él mismo ha contratado para liquidarlo. Al final, cuando consigue librarse de su perseguidor, va y se mata cayéndose por las escaleras. Las mujeres de la obra de Jardiel son parodias de la vampiresa de la época, donjuanes femeninas que destrozan las ilusiones del hombre, y en ellas vuelca el autor su inquina, siempre reflejando una experiencia personal que le marcó duramente. Más que misoginia, lo de Jardiel era misantropía galopante, pero, por si queda alguna duda, se puede echar un vistazo a textos como «El s*x* débil ha hecho gimnasia».

En Hollywood

En 1932, Jardiel ya había publicado su trilogía sobre el donjuanismo, Amor se escribe sin hache (1928), Espérame en Siberia, vida mía (1929) y Pero… ¿Hubo alguna vez once mil vírgenes? (1930), burla —muy amarga— de las novelas eróticas que aparecían en publicaciones como El Cuento Semanal. La reacción del público fue entusiasta (igual en la posguerra, aunque incomprensiblemente se publicaran censuradas «por inmorales», mientras que las versiones sin tachar se vendían bajo cuerda). Sus colaboraciones en prensa (el semanario Buen Humor) gozaban de gran popularidad y estas novelas fueron recibidas con agrado. La combinación de personajes y situaciones descabelladas, esa abundancia de personajes secundarios que daban un contrapunto divertidísimo a los principales, los dibujos y rótulos ultraístas que salpicaban el texto (obra del propio Jardiel, caricaturista de nivel, además de escenógrafo y figurinista), las inéditas apelaciones al lector que rompían la narración y las notas cómicas a pie de página… las han convertido hoy en un clásico de la literatura del siglo XX. Pero, acuciado por la necesidad económica, el autor había dirigido sus esfuerzos al teatro y tenía estrenadas tres comedias, a punto de llevar a las tablas la versión de su tercera novela, titulada Usted tiene ojos de mujer fatal. José López Rubio lo llamó desde Los Ángeles, ofreciéndole en nombre de la productora Fox un sustancioso contrato para adaptar versiones sonoras y latinas de éxitos de Hollywood, con posibilidad de dirigir las películas. Jardiel hace dos viajes, en 1932 y en 1934, y trabaja con denuedo escribiendo guiones, planificando escenas y decorados. Los medios del cine americano le deslumbran y avivan su imaginación para aplicar estos recursos al teatro español: escenarios polivalentes, móviles, plataformas para iluminación y un sinfín de ideas que él mismo desarrolla en un proyecto, con primorosa maqueta incluida, al que nadie hará caso. Además de la idea de los celuloides rancios, encargo de la Fox de incorporar comentarios hablados a una serie de películas mudas que él decide interpretar con chistes, escribe y dirige Angelina o el honor de un brigadier, opereta ¡en verso! que es recibida con asombro por figuras del mundillo, como Charlie Chaplin, una de las estrellas cautivada por el talento de estos españoles estrafalarios. Otro autor que quedó encantado con el genio de Jardiel fue el dramaturgo Noël Coward. Tanto que su comedia de 1941 Un espíritu burlón era un plagio bochornoso de Un marido de ida y vuelta, que el madrileño le había enviado en 1939 para que el prestigioso autor la tradujese al inglés. Jardiel le escribió pidiendo explicaciones, pero el inglés se hizo el sueco.

Jardiel y el elemento fantástico.

Y en todas las comedias que he producido hasta el presente (…) se encuentra la fantasía —la imaginación, la inverosimilitud— presidiendo el tema, la acción, los tipos y el diálogo, conducta, fin y objeto que pienso guardar asimismo fielmente en el futuro. Pues, ¿valdría la pena sentarse ante una mesa, dispuesto a producir una fábula teatral, sin haber contado previamente con edificarla elevándola hacia lo fantástico?

Además de novelista, Jardiel quiso ser un escritor «serio». Lo fue siempre, pues su humor procedía de un profundo desgarro personal. Pero sobre estas comedias, especialmente las más brillantes, y gran parte de su narrativa, planearon elementos del género fantástico y el suspense. Fantasmas, espíritus y misterios llenaron la obra de Jardiel, no como simples elementos decorativos, sino como poéticos y potentes símbolos del desamparo y la soledad. Más aún, de la penosa situación de la sociedad española tras la Guerra Civil (Eloísa está debajo de un almendro, Los habitantes de la casa deshabitada, Blanca por fuera, rosa por dentro, Las siete vidas del gato…). Su primera nouvelle, El plano astral, se fijaba en las inquietudes del espiritismo y la teosofía. Dedicó varios relatos a convertirse en ayudante de Sherlock Holmes y se atrevió a sugerir una tesis para la identidad de Jack el Destripador. Siguiendo la tradición del teatro clásico, convirtió al demonio en protagonista de una comedia (Las cinco advertencias de Satanás) y desafió al tiempo en una de sus más bellas creaciones (Cuatro corazones con freno y marcha atrás). La tournée de Dios (1932), su cuarta novela, sigue causando asombro. Solo a Jardiel se le podía ocurrir que Dios (un Dios pero que muy particular, por otra parte) quisiera venir a la tierra, eligiendo como lugar de «aterrizaje» el cerro de los Ángeles, en Getafe, y tras unas semanas de visita consiguiera hacer enfadar a todo el mundo, volviéndose a casa completamente solo. Obviamente, fue prohibida por la República (por meapilas). Después, por el franquismo (por anticlerical). Ni don Pío Baroja, que detestaba a unos y a otros, consiguió una cosa semejante.

https://www.jotdown.es/2018/07/enrique-jardiel-poncela-humor-se-escribe-con-hache/
 
Jardiel Poncela, la risa inteligente que no supo entender ni Franco ni la República

Creación cultural

Dos editoriales publican obras en torno al prolífico autor: Jardieladas, con algunos textos inéditos y Las infamias de un vizconde y otros cuentos de buen humor

Vivió 51 años pero tuvo tiempo de escribir cuatro novelas, más de ochenta obras de teatro y cientos de artículos, cuentos y ensayos

Trabajó en el cine de Hollywood y se dedicó plenamente al humor, género que entonces era considerado como menor

Carmen López
27/08/2018 - 20:09h
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El escritor Enrique Jardiel Poncela

Jardiel Poncela: Incomprendido, criticado pero un genio del humor
Enrique Jardiel Poncela vivió solo 51 años, pero aprovechó cada minuto. Si no, no se explica cómo consiguió escribir cuatro novelas, más de 80 obras de teatro y cientos de artículos, cuentos y ensayos para revistas y otras publicaciones. Además, le dio tiempo a trabajar en el cine de Hollywood, a hacer ilustraciones, a diseñar decorados e incluso a idear un teatro en miniatura para niños basado en el funcionamiento de un tocadiscos. Y todo ello sin perder el humor, al menos en su trabajo. Tantas cosas hizo que todavía hoy, cuando ya se han cumplido más de 60 años desde su muerte, aún se publican nuevos libros con sus obras.

Este 2018 han sido dos editoriales sevillanas la encargadas de recuperar su figura. Barlett ha sacado al mercado el libro Jardieladas, con textos de Pepe Viyuela, Miqui Otero o Isabel Valdés acompañando a los de Jardiel (algunos inéditos). Por su parte, Renacimiento ha recuperado Las infamias de un vizconde y otros cuentos de buen humor. El nieto del escritor y gran estudioso de su trabajo, Enrique Gallud Jardiel, ha participado en ambas ediciones.



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Poncela nunca llegó a encajar en su época, aunque tocó la cima del éxito. No perteneció a la Generación del 98, pero tampoco llegó a la del 27. Su sitio fue una especie de limbo. Se dedicó plenamente al humor, género considerado como menor y se le incluyó en la conocida como "otra" Generación del 27, la que según Pedro Laín Entralgo era "de los 'renovadores'-los creadores más bien- del humor contemporáneo". Con él estaban Ramón Gómez de la Serna, Miguel Mihura, José López Rubio o Edgar Neville, entre otros.


El autor era hijo de intelectuales. Su padre, de quien heredó el nombre, era periodista en La Correspondencia de España y su madre, Marcelina, fue una de las primeras mujeres en estudiar Bellas Artes en Madrid. Ella se encargó de su educación y la de sus hermanas, en una línea progresista pero muy severa (algo que le marcó mucho). Empezó a firmar textos a principios de los años 20 en el periódico de su padre y en otras publicaciones como Los lunes de El Imparcial, Buen Humor o La Nueva Humanidad y a moverse por los cafés que acabaron siendo su lugar de trabajo.

A finales de la década publicó sus dos primeras novelas: Amor se escribe sin hache y Espérame en Siberia, vida mía, así como diversas obras de teatro como La banda de Saboya, La hoguera, La noche en el metro o No se culpe a nadie de mi muerte.

Mientra tanto, conoció y convivió con el primer gran amor de su vida, Josefina Peñalver, que desapareció tres meses después de tener a su hija Evangelina. Jardiel se quedó con ella y la crió con la ayuda de su hermana Angelina, según explica María José Conde Guerri, experta en literatura de Jardiel, en el documental Inverosímil, Jardiel Poncela, de Marisa Paniagua y Talía Martínez de Marañón para TVE.

Las luces
Su primer gran éxito fue la obra de teatro Una noche de primavera sin sueño en el 27. En ese momento se dio cuenta de que lo que daba de comer era la dramaturgia y no la narrativa, aunque después publicó dos novelas más: Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? y La tournée de Dios.



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Además, probó el mundo del cine en Hollywood, donde se dedicó principalmente a las versiones españolas que la Fox hacía de sus películas. Su verdadero trabajo importante allí fue una película basada en su propia obra de teatro Angelina o el honor de un brigadier, protagonizada por Rosita Díaz, estrella de la época. Fue el primer filme en verso de la historia.


Estuvo allí en el 32 y en el 35. Conoció a Charles Chaplin -y se dice que a Groucho Marx- y todas aquellas experiencias empaparon sus trabajos posteriores. En España también trabajó en el cine, haciendo lo que él llamó "celuloides rancios" (poner voz en off a fotogramas de películas) sin saber que décadas después esa práctica sería un boom en Internet.

La Guerra Civil le pilló en Madrid y después de una breve estancia en una checa, salió de España en 1937 a través de Barcelona rumbo a Argentina, en donde le esperaba Gómez de la Serna. Regresó al año siguiente y durante la primera mitad década de los 40 vivió el punto álgido de su carrera.

Obras como Eloísa está debajo de un almendro (1940), Las tres advertencias de Satanás, Los ladrones somos gente honrada, Madre, el drama padre (1941), Blanca por fuera y Rosa por dentro (1943) o A las seis en la esquina del bulevar (1943) fueron triunfos totales.Eloísa incluso se adaptó al cine, dirigida por Rafael Gil en 1943. Pese a todo, la crítica ponía sus obras a caldo y, aunque se jactaba de leer los artículos meses después, esto le afectaba profundamente.


Las sombras
Su adhesión al régimen -o más bien, su no oposición- le pesó durante su vida y el estigma continúa hasta hoy. Lo hizo, según sus propias palabras, por "aristocratismo", pero llegó a reconocerle a su hija Evangelina que en política se había equivocado. Irónicamente sus novelas estuvieron prohibidas en la República y censuradas por la dictadura de Franco. Las dobles lecturas no se le daban bien a los que manejaban las tijeras.

Su ideología contribuyó a su declive profesional. En 1944 volvió a Argentina para empezar una guía por América Latina con su compañía, pero fue un fracaso total. Los exiliados republicanos le rechazaron, especialmente en Montevideo, donde tuvieron que suspender la función porque el público empezó a arrancar las butacas para tirarlas al escenario. Regresó a España sin dinero, sin ánimos y ya enfermo del cáncer de laringe que le llevó a la tumba. Ese mismo año murió su padre, lo que le hundió aún más.

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Jardiel Poncela (izquierda), novelista y dramaturgo EFE



La otra gran crítica a Jardiel es su misoginia. Las mujeres que salen en sus escritos suelen ser exageradas, vanidosas, un tanto manipuladoras y mentirosas porque se supone que él no quería representar la realidad, sino un mundo imaginado, histriónico.

Era mujeriego, de eso no hay duda, por un complejo de Edipo mal disimulado. Se enamoró de mujeres como la mencionada Josefina o Carmen Sánchez García de los Ríos, una actriz de su propia compañía que le dejó en Argentina y le destrozó el corazón. Su otro gran amor fue Carmen Labajos, con quien tuvo a su hija Mari Luz y que le acompañó durante toda la vida (un gran ejercicio de paciencia, hay que decir). Como su madre, todas eran fuertes, independientes, cultas y con un carácter que les permitió contrarrestar el de Jardiel.

En su defensa siempre acude la frase: "Lo peor que existe en el mundo son las mujeres, exceptuando a los hombres". El desprecio de Poncela iba dirigido más bien a la humanidad y casi podría decirse que quiso más a su perro Bobby que a muchos de sus allegados. Lo evidenció al decir que: "Insultar a un hombre llamándole perro, es insultar al perro". El autor murió el 12 de febrero de 1952 y Bobby 15 días después. En solo medio siglo Jardiel Poncela escribió algunas de las mejores obras de la literatura española, incluyendo su famoso y clarividente epitafio: "Si buscáis los máximos elogios, moríos".
https://www.eldiario.es/cultura/libros/verano-risa-Jardiel_0_806669826.html
 
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