Elecciones en Estados Unidos 2020

Trump vs Biden: una guía muy simple para entender las elecciones en Estados Unidos
  • Redacción
  • BBC
17 agosto 2020
Biden y Trump

Pie de foto,
Joe Biden (izquierda) y Donald Trump son considerados los protagonistas de la elección estadounidense de este año.

El presidente de Estados Unidos suele tener gran influencia en la forma en que el mundo responde a crisis internacionales como guerras, pandemias o el cambio climático.
Por eso, cuando se realizan las elecciones en ese país se genera mucho interés en el resultado, pero al mismo tiempo no todos comprendemos cómo funciona ese proceso cada cuatro años.
Y es importante recordar qué son los llamados estados péndulo o bisagra, que pueden definir una elección, y también qué es el colegio electoral.

Por lo tanto, tanto si buscas un repaso como si intentas comprender por primera vez cómo funcionan estos comicios, esta sencilla guía sobre las elecciones estadounidenses puede ayudarte.
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¿Cuándo son las elecciones y quiénes son los candidatos?
Desde 1845, la elección para presidente en EE.UU. se produce el primer martes de noviembre, lo que significa que esta vez se realizará el 3 de noviembre.
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Elecciones en EE.UU.: el furcio de Joe Biden y el baile de Donald Trump en su regreso al escenario

El presidente republicano protagonizó su primer evento tras informar el 2 de octubre que tenía coronavirus

El presidente republicano protagonizó su primer evento tras informar el 2 de octubre que tenía coronavirus Fuente: Reuters - Crédito: Jonathan Ernst



13 de octubre de 2020 • 08:48

SANFORD.- El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece no estar dispuesto a perder. Ni el tiempo, ni la oportunidad, ni el poder. Ayer, en su primera aparición en campaña electoral desde que anunció que tenía coronavirus, se mostró fortalecido tras su paso por el hospital, atacó a su oponente, el demócrata Joe Biden, quien lidera las encuestas a menos de un mes de los comicios, y alabó la gestión de su administración frente a la crisis desatada por el brote.

"Dicen que soy inmune. Me siento muy poderoso", dijo Trump a la multitud durante una intervención que se alargó una hora. "Besaré a todos los del público, besaré a los chicos y a las mujeres hermosas, les daré a todos un beso enorme".


Así encabezó el evento al aire libre en Sanford, Florida, el primero de los seis programados para esta semana, y lo hizo sin tapabocas. Eso sí: lanzó barbijos a los miles de seguidores que se agolparon para escucharlo, la mayoría sin ningún tipo de protección, pese a que en el país la pandemia ya provocó más de 7,8 millones de enfermos y más de 214.000 muertes.






Asimismo dijo que los confinamientos como medida de seguridad habían hecho un gran daño a la economía y eran demasiado drásticos. "Es arriesgado, pero tienes que salir", declaró ante sus partidarios, que coreaban: "Te queremos".

Exhibiendo su ímpetu característico una semana después de salir del hospital, abordó los temas habituales de su campaña: la "tramposa" Hillary Clinton y la prensa "corrupta", y advertencias alarmistas contra la "izquierda radical" y la "pesadilla socialista". También lanzó dardos mordaces contra su rival, al que llama "Joe, el dormilón", asegurando que no atrae a "casi nadie" en sus actos.




Con esta energía, que incluyó incluso unos pasos de baile al ritmo de la canción "YMCA" de Village People, el republicano de 74 años busca cambiar la dinámica de una carrera hacia la presidencia que las encuestas de opinión nacionales y algunas estatales clave muestran que está perdiendo contra Biden, de 77 años.

Su aparición tuvo lugar horas después que la Casa Blanca dijera que había dado negativo en Covid-19 durante varios días consecutivos y que ya no era contagioso para los demás. Fueron las primeras pruebas negativas del presidente anunciadas por la Casa Blanca desde que dijo el 2 de octubre que había contraído el virus. El doctor Sean Conley no confirmó cuándo se le realizaron las pruebas, pero sí que estas y otros datos clínicos y de laboratorio "indicaban una falta de replicación viral detectable", según un documento.

Elecciones en EE.UU. En tiempo real: cómo están Donald Trump y Joe Biden en las encuestas
El domingo, Twitter etiquetó como "engañoso" un mensaje de Trump en el que afirmaba sin fundamento que ahora era inmune al virus. La investigación científica aún no fue concluyente sobre cuánto tiempo las personas que se recuperaron tienen anticuerpos y están protegidos de una segunda infección.



Joe Biden en campaña

Joe Biden en campaña Fuente: AFP - Crédito: Jim Watson

El furcio de Biden
El candidato a la Casa Blanca por el Partido Demócrata, el exvicepresidente Joe Biden, quien no participa de ningún acto masivo desde hace meses, insistiendo en la necesidad de respetar las consigas de las autoridades sanitarias, presentó sus propuestas económicas en Ohio ayer.

Sin embargo, en medio de su discurso pronunció un error que en poco tiempo ya estaba en los medios: en vez de decir que era candidato a la presidencia, dijo que era candidato al Senado.

"Tenemos que unirnos. Por eso me postulo. Me postulo como un demócrata orgulloso para el Senado", dijo Biden de acuerdo a lo publicado por Fox News. Tras ello, agregó: "Les prometo esto, gobernaré como presidente estadounidense", como sin haber notado el error.




Atento a lo ocurrido, Trump no se lo dejó pasar. En Twitter escribió: "El dormilón Joe Biden tuvo un día particularmente malo hoy. No recordaba el nombre de Mitt Romney, dijo de nuevo que se postulaba para el Senado de los Estados Unidos y olvidó en qué estado se encontraba".

Esta no es la primera vez que Biden habla ante sus partidarios y se equivoca. En febrero, en un evento en Carolina del Sur, se equivocó sobre el cargo que buscaba. "Ustedes fueron los que enviaron a Barack Obama a la presidencia. Y tengo una propuesta simple aquí: estoy para pedirles su ayuda. Me llamo Joe Biden. Soy un candidato demócrata para el Senado de los Estados Unidos. Mírenme. Si les gusta lo que ven, ayúdenme".

En este contexto, el demócrata aventaja a Trump por un margen escueto en Iowa y Carolina del Norte, según RealClearPolitics, pero lidera por ventajas más sustanciales en Florida y Pensilvania, con 3,7 puntos porcentuales y 7,1, respectivamente. Más de 10 millones de estadounidenses, un récord, ya votaron para las elecciones del 3 de noviembre, por correo o por voto anticipado.




Agencias Reuters y AFP

 
Los famosos se desnudan para animar a votar en las próximas elecciones de Estados Unidos
Con esto pretenden explicar el significado de los «votos desnudos» que simbolizan a los votos en blanco
ABCMadrid Actualizado:10/10/2020 13:07h

RepresentUs es una organización estadounidense sin ánimo de lucro que ha logrado convencer a más de una decena de famosos de todos los ámbitos (cine, moda, música...) para que animen a través de un vídeo en redes sociales a votar en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos entre Donald Trump y Joe Biden que tendrán lugar el próximo 3 de noviembre.
Mark Ruffalo, Amy Schumer, Josh Gad, Ryan Bathe, Sacha Baron Cohen -conocido por su personaje de Borat-, Tiffany Haddish, Chelsea Handler, Sarah Silverman, Chris Rock o la modelo Naomi Campbell, son algunos de los famosos que han participado en esta campaña.
En los vídeos, de pocos minutos de duración, los famosos explican con todo detalle los pasos necesarios para poder votar. Y para llamar la atención de sus seguidores, todas las estrellas que han participado en la campaña aparecen completamente desnudas. Con esto pretenden explicar el significado de los «votos desnudos» que simbolizan a los votos en blanco.




El cofundador y director ejecutivo de RepresentUS, Josh Silver, ha querido aclarar que esta campaña es solo para animar a la población a acudir a las urnas, sin importar sus inclinaciones políticas. «Este no es un tema partidista. Afecta a todas las personas que planean votar por correo. Estamos agradecidos con este grupo comprometido y talentoso por hacer un video llamativo para que todos los ciudadanos entiendan lo que deben hacer para garantizar que su voto cuente», ha explicado.

¿Puede un cantante o una estrella del cine alterar el voto hacia un candidato? «Los influencers famosos pueden incrementar el voto a la causa de un candidato», aseguró a ABC George Gascón, exfiscal demócrata del condado de San Francisco. Este año, cada uno de los candidatos cuenta con una cabalgata personal de famosos que utilizan su visibilidad en redes sociales para apoyar al que consideran que debería ser el inquilino de la Casa Blanca. Y es que desde hace tiempo, las elecciones estadounidenses son todo un espectáculo.

 
La participación en las elecciones de EE.UU. ya pulveriza todos los récords
Han votado hasta ahora cuatro millones de personas, tanto por correo como en el periodo de voto presencial adelantado, y se calcula que lo hagan 150 millones, algo insólito
Muchos más demócratas han pedido papeletas para el voto por correo
Todo sobre las elecciones en EE.UU. 2020, en el Especial ABC


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David Alandete Corresponsal en Washington Actualizado:06/10/2020 15:48h

Casi cuatro millones de estadounidenses han votado por adelantado o por correo, una cifra 50 veces superior a la de esta fecha en las anteriores elecciones. Esta premura obedece a las excepcionales circunstancias provocada por la pandemia, y el temor a largas colas en los colegios electorales el día de las elecciones, que es el 3 de noviembre. Temeroso de que una alta afluencia le pueda perjudicar, el presidente Donald Trump denuncia la posibilidad de fraude, sobre todo en los estados gobernados por demócratas.

La organización U.S. Elections Project es la que ha publicado la estimación, que es de 3,8 millones de votos a principios de octubre de 2020, frente a los solo 75.000 de 2016. En muchos estados ya hay abiertas urnas en sitios especialmente habilitados para ello, donde de hecho no es infrecuente ver colas para votar, como sucede en Virginia. Según esa organización, que hace seguimiento del voto, los estados donde más ciudadanos han ejercido su derecho son Virginia, Florida y Wisconsin, estos dos últimos muy disputados entre Trump y Joe Biden.


La suspicacia de Trump obedece sobre todo a los datos de petición de papeletas. Hay estados que, como hace España, envían papeletas para voto por correo si el elector las solicita antes. Siete de ellos —Florida, Iowa, Maryland, Nueva Jersey, Carolina del Norte, Pensilvania y Dakota del Sur— además mantienen un registro de votantes por partido. Es decir, el votante se registra como si fuera republicano, demócrata o independiente, aunque al final opte por candidatos de otro partido. Bien, de los 48 millones que han solicitado papeletas en esos estados, 21 millones son registrados demócratas y 12 millones son republicanos.

Eso explica que en sus mítines y en el debate de hace una semana, el presidente Trump denuncie fraude en el voto por correo, e invite a sus partidarios a votar en masa el día de las elecciones y a supervisar los colegios electorales por si ven alguna irregularidad, como si fueran interventores voluntarios. De momento, no hay ninguna denuncia presentada ante la Fiscalía sobre fraude cometido por los demócratas en estas elecciones presidenciales, aunque ha habido algún incidente como una decena de papeletas de soldados halladas en una papelera en Pensilvania.

Biden, por delante en las encuestas

En la elecciones de 2016 votó un 55% del censo, 127 millones de electores. Casi 63 millones optó por Trump, que ganó, y casi tres millones más votaron a Hillary Clinton, que perdió. En EE.UU. es el colegio electoral, dividido por estados, el que decide al ganador, y no el voto directo. Las encuestas, en este momento, dan como ganador a Biden, con una media de 10 puntos por encima de Trump, pero esos sondeos ya fracasaron de forma estrepitosa en 2016.

Ahora, el U.S. Elections Project afirma que la participación puede romper todos los récords habidos, con 150 millones de votantes, dada las facilidades para votar por adelantado que se han tomado ante la pandemia. Si es así, esa participación sería del 65%, algo inaudito.

 
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BabeliaEstados Unidos:
al borde del abismo

A pocos días de unas elecciones cruciales, el mundo intelectual observa el futuro con inquietud. La lucha de las minorías, la cultura de la cancelación y el peligro de la autocracia centran el debate
‘Untitled’ (2018), óleo sobre lienzo del artista rumano Adrian Ghenie© A. Ghenie / CORTESÍA Galerie Thaddaeus Ropac
DAVE EGGERS
17 OCT 2020 - 09:29 CEST
Es agotador vivir aquí. Somos una nación desconcertada, peleada y medio loca. Estados Unidos es una mezcla terrorífica de reality show televisivo, república bananera y Estado fallido. En solo cuatro años hemos perdido de vista todo: el Estado de derecho, un mínimo sentido de la decencia, la verdad y la fe en el Gobierno y la gobernanza nacional. Mientras escribo estas líneas, el presidente de Estados Unidos baila sobre un escenario al ritmo de la música de Village People, en un auditorio abarrotado y en medio de una pandemia que ha matado a 215.000 estadounidenses y seguramente va a matar a algunos de los asistentes.


Nuestro presidente está clínicamente loco. Lo sabe el mundo, lo sabe el Partido Republicano y lo saben hasta sus seguidores. Además ha cometido docenas de delitos y actos merecedores de la destitución estando en el poder, y lo único que le salva es que son tantos que nadie logra centrarse en uno solo. Hace unas semanas, un lunes, nos enteramos de que no había pagado impuestos en 10 de los últimos 15 años. Al día siguiente, durante un debate con Joe Biden, dijo a los miembros de las milicias supremacistas que “se retirasen y se mantuvieran a la espera”; a la espera de una guerra civil. Hacia el final de esa semana supimos que les habían diagnosticado la covid-19 a él y a otras 32 personas del personal de la Casa Blanca.


'Flags I, 1973'. Esta obra puede disfrutarse en la actualidad en la exposición de Caixaforum Madrid 'El sueño americano. Del pop a la actualidad'.
'Flags I, 1973'. Esta obra puede disfrutarse en la actualidad en la exposición de Caixaforum Madrid 'El sueño americano. Del pop a la actualidad'. © THE TRUSTEES OF THE BRITISH MUSEUM. ©JASPER JOHNS, VEGAP, BARCELONA, 2020.

Hemos tenido 200 semanas así, unas semanas que parecen años, que habrían acabado con cualquier otra presidencia. Estamos hartos de este circo.
Los republicanos se consideran conservadores, pero los años de Trump han sido los más radicales y radicalizadores de la historia moderna de Estados Unidos. Trump y su Gobierno son erráticos, irracionales y reaccionarios y están dispuestos a hacer pedazos cualquier parte de la Constitución que sea un obstáculo para obtener sus caprichos. El lema de Ronald Reagan era que el Gobierno debía ser eficiente pero pequeño, nada entrometido, casi invisible. Pues bien, en estos cuatro años hemos tenido que lidiar a diario con el Gobierno que más se ha inmiscuido en nuestras vidas de toda la historia de nuestro país. Trump está cada día en nuestras narices, contando mentiras y fomentando la discordia y el odio, y lo peor de todo es que su incompetencia absorbe constantemente nuestra atención. Su presidencia es un accidente de automóvil del que llevamos cuatro años sin poder apartar la vista.
Mitin de Donald Trump en Charlotte, en Carolina del Norte.
Mitin de Donald Trump en Charlotte, en Carolina del Norte. BRUCE GILDEN MAGNUM PHOTOS / CONTACTO

El año pasado, mi familia y yo necesitábamos un respiro del caos interminable de la vida en Estados Unidos y nos fuimos a España. A las islas Canarias. Durante tres meses vivimos en La Garita, Gran Canaria; una comunidad de lo más discreta a orillas del océano y alejada de los turistas. Nuestros hijos fueron al colegio allí y todos vivimos una vida totalmente distinta y llena de cordura. La policía no disparaba contra la gente normal en la calle. El presidente no empujaba a sus partidarios a rebelarse contra el Gobierno que se suponía que dirigía él. Cuando necesitábamos asistencia médica, la teníamos y prácticamente gratis.
Y no teníamos que pensar en Trump. Figuraba pocas veces en los informativos locales, en los periódicos locales y en nuestro pensamiento. Hasta el intento de destituirle. Aunque Trump ha cometido un centenar de delitos que son causa de destitución, el Congreso por fin escogió uno concreto, celebró las sesiones correspondientes y ocurrió lo que esperábamos: se inició el proceso de impeachment, pero él permaneció en su puesto. No sé para qué vimos las sesiones en La Garita. Sabíamos que no iba a cambiar nada, y así fue. Cuando Nixon cometió sus delitos, los republicanos y los demócratas estuvieron de acuerdo en que había profanado el cargo de presidente y debía marcharse. Pero ese consenso de los dos partidos sobre el honor y la decencia ha desaparecido. Los republicanos han sido espectadores silenciosos mientras Trump convertía nuestro país en un hazmerreír cleptocrático.
Demi Lovato, en una actuación en los premios Billboard de la música, en Los Ángeles, el pasado octubre.
Demi Lovato, en una actuación en los premios Billboard de la música, en Los Ángeles, el pasado octubre. RICH POLK REUTERS / NBC

Poco después de que volviéramos a California estalló la epidemia de coronavirus y los peores temores que todos teníamos sobre Trump se hicieron realidad. Hasta la covid-19, sus partidarios podían alegar la fuerza de la economía como prueba de que estaba justificado elegir a un promotor de campos de golf. Pero gobernar significa afrontar racionalmente y con seriedad las crisis, y Trump ha demostrado que un narcisista lunático que desdeña la ciencia, que no puede concebir el sufrimiento de ninguna otra persona que no sea él mismo, es incapaz de dirigir un país en un periodo histórico difícil. El coronavirus no fue real hasta que él lo contrajo; y como no ha muerto, desprecia las vidas de los que sí han fallecido. No se le ha oído decirlo, pero podemos estar seguros de que considera que los difuntos, como los soldados estadounidenses que murieron en acto de servicio, son unos “fracasados” y unos “pringados”.
Hace unos años informé sobre un mitin de Trump en Phoenix, Arizona. Como anticipo de su reacción autoritaria frente a las protestas de Black Lives Matter, la policía de Phoenix, al acabar la concentración, arrojó gas lacrimógeno contra miles de manifestantes (entre los que me encontraba yo). No hubo ninguna provocación, ninguna advertencia. Estábamos de pie pacíficamente detrás de una barricada y, un instante después, empezamos a ahogarnos por culpa de un gas amarillo prohibido por la ONU incluso como arma de guerra. Al día siguiente entrevisté al senador Jeff Flake, uno de los pocos republicanos de las dos Cámaras del Congreso que se había opuesto a Trump y que, por su deslealtad, se vio obligado a retirarse del Senado. “Es una especie de fiebre”, dijo a propósito del trumpismo. “Pero un día, la fiebre bajará”.
Dos mujeres negras levantan el puño ante un mural de George Floyd en Minneapolis, el pasado octubre.
Dos mujeres negras levantan el puño ante un mural de George Floyd en Minneapolis, el pasado octubre. STEPHEN MATUREN GETTY IMAGES/ AFP

Gran parte del resto del mundo, y por supuesto España, ha tenido históricamente relación en mayor o menor medida con el autoritarismo. Pero Estados Unidos —y esto es importante destacarlo— nunca ha tenido un presidente autoritario. Incluso los presidentes que procedían de las fuerzas armadas, como Ulysses S. Grant y Dwight D. Eisenhower, han sido muchas veces los que más criticaban y desconfiaban de todo lo militar y del peligro de politizarlo. En general, los más peligrosos han sido los diletantes como George W. Bush y ahora Trump. Este último ha utilizado el ejército, la Guardia Nacional, la policía local e incluso a agentes federales de paisano para intimidar a los manifestantes. “Fuerza aplastante. Dominio”, tuiteó el 2 de junio sobre la represión de las protestas en Washington, la noche después de que hubiera ordenado dispersar con violencia a los manifestantes para poder posar con una Biblia en la mano.
Estos horrores no han disminuido el apoyo que le prestan sus fieles seguidores. En la mayoría de las democracias liberales —espero—, esas tácticas despóticas significarían el final de su presidencia. Pero lo que ha puesto de manifiesto el mandato de Trump es que, en realidad, muchos estadounidenses no están comprometidos con la democracia. Están entregados a mantener el orden y el statu quo. Después de la elección de Trump, los sociólogos descubrieron que el principal rasgo que compartían sus partidarios no era la afición al maquillaje anaranjado y el tinte de pelo amarillo, sino el gusto por el autoritarismo. Preferían a un líder fuerte y autocrático antes que el proceso de construcción de consensos, a menudo lento y caótico, inherente a la democracia. Preferían la sencillez, la rigidez y la obediencia. Hasta que llegó a la presidencia, nunca habría dicho algo así, pero ahora estoy seguro de que al menos la cuarta parte de nuestro país preferiría una autocracia trumpiana permanente que una verdadera democracia.
Un cartel en recuerdo de George Floyd en Minneapolis.
Un cartel en recuerdo de George Floyd en Minneapolis. STEPHEN MATUREN GETTY IMAGES / AFP

Hay mucho trabajo por delante, empezando por la educación. Son demasiados los estadounidenses que, en realidad, no comprenden la democracia ni la seriedad del arte de gobernar. Desde hace décadas hemos mezclado tanto la fama y la política que la mayoría de la gente no distingue entre las dos cosas. En el primer mitin de Trump al que asistí, en plena campaña, en un aeropuerto de Sacramento, los asistentes se quedaron deslumbrados al ver llegar al personaje de los reality shows en su avión privado. Se rieron de sus chistes y le hicieron fotos con su gorra roja. No hubo nada remotamente parecido a una discusión seria sobre temas importantes o sobre la Administración. Más bien, se dedicó a hablar mucho rato sobre uno de sus campos de golf.

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No tiene nada de malo que la gente vaya a un aeropuerto a ver a un personaje de televisión. Pero votar para que él dirija el país es señal de que no sabemos lo que es gobernar y de que no nos tomamos en serio a nosotros mismos, nuestra nación ni nuestra historia. Y ese es un fracaso del que somos responsables todos como padres, educadores y ciudadanos. Ya seamos republicanos o demócratas, debemos considerar la labor del Gobierno como algo noble y sagrado. Debemos recuperar el sentido de que todas las tareas de gobierno, sean grandes o pequeñas, deben llevarse a cabo con dignidad y sobriedad, que los líderes que elegimos deben ser los mejores, los más razonables, los de carácter más estable.

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En las elecciones de 2016, Hillary Clinton obtuvo los mejores resultadosen las partes de Estados Unidos con más nivel educativo. De los 50 condados con más nivel, venció en 48. A la inversa, Trump tuvo los mejores resultados en las zonas con el nivel educativo más bajo. De los 50 condados con menor nivel, ganó en 42. Así que tenemos mucho que hacer. No necesitamos un Gobierno elitista, pero sí que sea competente, utilice la razón y respete la ciencia. Que en 2020 tengamos que recordar los principios de la Ilustración es trágico, pero así estamos. Que Estados Unidos acabe de obtener cinco premios Nobel más la semana pasada, mientras nuestro presidente rechaza el conocimiento científico, ¿qué es? ¿Tragedia o ironía?

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Hablando de ciencia: el cambio climático ha hecho que en California, en los últimos cinco años, los incendios descontrolados se hayan convertido en parte permanente de nuestras vidas. Como el Estado se ha vuelto cada vez más seco y caluroso, cada otoño trae consigo nuevos incendios; este año se han quemado ya más de 12.000 kilómetros cuadrados. Para millones de residentes en las zonas más afectadas se ha vuelto esencial tener lista una bolsa de viaje, la maleta con artículos de primera necesidad que cada familia californiana debe tener a mano por si nos evacúan de un momento para otro. El 27 de septiembre estaba visitando a unos amigos en St. Helena, a una hora al norte de San Francisco, cuando estalló un incendio en el que acabaron ardiendo más de 240 kilómetros cuadrados. Les ayudé a meter sus cosas en el coche y se fueron mientras veíamos arder las llamas sobre un promontorio cercano.
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Pero existe otro tipo de bolsa de viaje para millones de estadounidenses, que es la mochila con la que cargaremos si Trump vuelve a ganar. Su victoria querrá decir que Estados Unidos ha desaparecido. Que nos hemos rendido. Que nada significa ya nada y que hemos preferido ser una idiocracia sin civilizar.

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Muchos se irán a Canadá, una versión más fría pero más sensata de Estados Unidos. Muchos amigos nuestros están estudiando las leyes de inmigración de Nueva Zelanda y Australia. En nuestra familia estamos pensando volver a La Garita. Conocemos los colegios, nos sabemos los menús de todos los restaurantes locales, estamos familiarizados con el Alcampo de Telde y conocemos también el apacible paseo marítimo por el que caminábamos como seres civilizados en una sociedad racional. Qué sensación tan buena.
Dave Eggers es escritor estadounidense. Dirige la editorial McSweeney’s, la revista literaria del mismo nombre y la organización no gubername
 
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‘Untitled’ (2018), óleo sobre lienzo del artista rumano Adrian Ghenie© A. Ghenie / CORTESÍA Galerie Thaddaeus Ropac
DAVE EGGERS
17 OCT 2020 - 09:29 CEST
Es agotador vivir aquí. Somos una nación desconcertada, peleada y medio loca. Estados Unidos es una mezcla terrorífica de reality show televisivo, república bananera y Estado fallido. En solo cuatro años hemos perdido de vista todo: el Estado de derecho, un mínimo sentido de la decencia, la verdad y la fe en el Gobierno y la gobernanza nacional. Mientras escribo estas líneas, el presidente de Estados Unidos baila sobre un escenario al ritmo de la música de Village People, en un auditorio abarrotado y en medio de una pandemia que ha matado a 215.000 estadounidenses y seguramente va a matar a algunos de los asistentes.


Nuestro presidente está clínicamente loco. Lo sabe el mundo, lo sabe el Partido Republicano y lo saben hasta sus seguidores. Además ha cometido docenas de delitos y actos merecedores de la destitución estando en el poder, y lo único que le salva es que son tantos que nadie logra centrarse en uno solo. Hace unas semanas, un lunes, nos enteramos de que no había pagado impuestos en 10 de los últimos 15 años. Al día siguiente, durante un debate con Joe Biden, dijo a los miembros de las milicias supremacistas que “se retirasen y se mantuvieran a la espera”; a la espera de una guerra civil. Hacia el final de esa semana supimos que les habían diagnosticado la covid-19 a él y a otras 32 personas del personal de la Casa Blanca.


'Flags I, 1973'. Esta obra puede disfrutarse en la actualidad en la exposición de Caixaforum Madrid 'El sueño americano. Del pop a la actualidad'.'Flags I, 1973'. Esta obra puede disfrutarse en la actualidad en la exposición de Caixaforum Madrid 'El sueño americano. Del pop a la actualidad'.
'Flags I, 1973'. Esta obra puede disfrutarse en la actualidad en la exposición de Caixaforum Madrid 'El sueño americano. Del pop a la actualidad'. © THE TRUSTEES OF THE BRITISH MUSEUM. ©JASPER JOHNS, VEGAP, BARCELONA, 2020.

Hemos tenido 200 semanas así, unas semanas que parecen años, que habrían acabado con cualquier otra presidencia. Estamos hartos de este circo.
Los republicanos se consideran conservadores, pero los años de Trump han sido los más radicales y radicalizadores de la historia moderna de Estados Unidos. Trump y su Gobierno son erráticos, irracionales y reaccionarios y están dispuestos a hacer pedazos cualquier parte de la Constitución que sea un obstáculo para obtener sus caprichos. El lema de Ronald Reagan era que el Gobierno debía ser eficiente pero pequeño, nada entrometido, casi invisible. Pues bien, en estos cuatro años hemos tenido que lidiar a diario con el Gobierno que más se ha inmiscuido en nuestras vidas de toda la historia de nuestro país. Trump está cada día en nuestras narices, contando mentiras y fomentando la discordia y el odio, y lo peor de todo es que su incompetencia absorbe constantemente nuestra atención. Su presidencia es un accidente de automóvil del que llevamos cuatro años sin poder apartar la vista.
Mitin de Donald Trump en Charlotte, en Carolina del Norte.
Mitin de Donald Trump en Charlotte, en Carolina del Norte. BRUCE GILDEN MAGNUM PHOTOS / CONTACTO

El año pasado, mi familia y yo necesitábamos un respiro del caos interminable de la vida en Estados Unidos y nos fuimos a España. A las islas Canarias. Durante tres meses vivimos en La Garita, Gran Canaria; una comunidad de lo más discreta a orillas del océano y alejada de los turistas. Nuestros hijos fueron al colegio allí y todos vivimos una vida totalmente distinta y llena de cordura. La policía no disparaba contra la gente normal en la calle. El presidente no empujaba a sus partidarios a rebelarse contra el Gobierno que se suponía que dirigía él. Cuando necesitábamos asistencia médica, la teníamos y prácticamente gratis.
Y no teníamos que pensar en Trump. Figuraba pocas veces en los informativos locales, en los periódicos locales y en nuestro pensamiento. Hasta el intento de destituirle. Aunque Trump ha cometido un centenar de delitos que son causa de destitución, el Congreso por fin escogió uno concreto, celebró las sesiones correspondientes y ocurrió lo que esperábamos: se inició el proceso de impeachment, pero él permaneció en su puesto. No sé para qué vimos las sesiones en La Garita. Sabíamos que no iba a cambiar nada, y así fue. Cuando Nixon cometió sus delitos, los republicanos y los demócratas estuvieron de acuerdo en que había profanado el cargo de presidente y debía marcharse. Pero ese consenso de los dos partidos sobre el honor y la decencia ha desaparecido. Los republicanos han sido espectadores silenciosos mientras Trump convertía nuestro país en un hazmerreír cleptocrático.
Demi Lovato, en una actuación en los premios Billboard de la música, en Los Ángeles, el pasado octubre.
Demi Lovato, en una actuación en los premios Billboard de la música, en Los Ángeles, el pasado octubre. RICH POLK REUTERS / NBC

Poco después de que volviéramos a California estalló la epidemia de coronavirus y los peores temores que todos teníamos sobre Trump se hicieron realidad. Hasta la covid-19, sus partidarios podían alegar la fuerza de la economía como prueba de que estaba justificado elegir a un promotor de campos de golf. Pero gobernar significa afrontar racionalmente y con seriedad las crisis, y Trump ha demostrado que un narcisista lunático que desdeña la ciencia, que no puede concebir el sufrimiento de ninguna otra persona que no sea él mismo, es incapaz de dirigir un país en un periodo histórico difícil. El coronavirus no fue real hasta que él lo contrajo; y como no ha muerto, desprecia las vidas de los que sí han fallecido. No se le ha oído decirlo, pero podemos estar seguros de que considera que los difuntos, como los soldados estadounidenses que murieron en acto de servicio, son unos “fracasados” y unos “pringados”.
Hace unos años informé sobre un mitin de Trump en Phoenix, Arizona. Como anticipo de su reacción autoritaria frente a las protestas de Black Lives Matter, la policía de Phoenix, al acabar la concentración, arrojó gas lacrimógeno contra miles de manifestantes (entre los que me encontraba yo). No hubo ninguna provocación, ninguna advertencia. Estábamos de pie pacíficamente detrás de una barricada y, un instante después, empezamos a ahogarnos por culpa de un gas amarillo prohibido por la ONU incluso como arma de guerra. Al día siguiente entrevisté al senador Jeff Flake, uno de los pocos republicanos de las dos Cámaras del Congreso que se había opuesto a Trump y que, por su deslealtad, se vio obligado a retirarse del Senado. “Es una especie de fiebre”, dijo a propósito del trumpismo. “Pero un día, la fiebre bajará”.
Dos mujeres negras levantan el puño ante un mural de George Floyd en Minneapolis, el pasado octubre.
Dos mujeres negras levantan el puño ante un mural de George Floyd en Minneapolis, el pasado octubre. STEPHEN MATUREN GETTY IMAGES/ AFP

Gran parte del resto del mundo, y por supuesto España, ha tenido históricamente relación en mayor o menor medida con el autoritarismo. Pero Estados Unidos —y esto es importante destacarlo— nunca ha tenido un presidente autoritario. Incluso los presidentes que procedían de las fuerzas armadas, como Ulysses S. Grant y Dwight D. Eisenhower, han sido muchas veces los que más criticaban y desconfiaban de todo lo militar y del peligro de politizarlo. En general, los más peligrosos han sido los diletantes como George W. Bush y ahora Trump. Este último ha utilizado el ejército, la Guardia Nacional, la policía local e incluso a agentes federales de paisano para intimidar a los manifestantes. “Fuerza aplastante. Dominio”, tuiteó el 2 de junio sobre la represión de las protestas en Washington, la noche después de que hubiera ordenado dispersar con violencia a los manifestantes para poder posar con una Biblia en la mano.
Estos horrores no han disminuido el apoyo que le prestan sus fieles seguidores. En la mayoría de las democracias liberales —espero—, esas tácticas despóticas significarían el final de su presidencia. Pero lo que ha puesto de manifiesto el mandato de Trump es que, en realidad, muchos estadounidenses no están comprometidos con la democracia. Están entregados a mantener el orden y el statu quo. Después de la elección de Trump, los sociólogos descubrieron que el principal rasgo que compartían sus partidarios no era la afición al maquillaje anaranjado y el tinte de pelo amarillo, sino el gusto por el autoritarismo. Preferían a un líder fuerte y autocrático antes que el proceso de construcción de consensos, a menudo lento y caótico, inherente a la democracia. Preferían la sencillez, la rigidez y la obediencia. Hasta que llegó a la presidencia, nunca habría dicho algo así, pero ahora estoy seguro de que al menos la cuarta parte de nuestro país preferiría una autocracia trumpiana permanente que una verdadera democracia.
Un cartel en recuerdo de George Floyd en Minneapolis.
Un cartel en recuerdo de George Floyd en Minneapolis. STEPHEN MATUREN GETTY IMAGES / AFP

Hay mucho trabajo por delante, empezando por la educación. Son demasiados los estadounidenses que, en realidad, no comprenden la democracia ni la seriedad del arte de gobernar. Desde hace décadas hemos mezclado tanto la fama y la política que la mayoría de la gente no distingue entre las dos cosas. En el primer mitin de Trump al que asistí, en plena campaña, en un aeropuerto de Sacramento, los asistentes se quedaron deslumbrados al ver llegar al personaje de los reality shows en su avión privado. Se rieron de sus chistes y le hicieron fotos con su gorra roja. No hubo nada remotamente parecido a una discusión seria sobre temas importantes o sobre la Administración. Más bien, se dedicó a hablar mucho rato sobre uno de sus campos de golf.

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No tiene nada de malo que la gente vaya a un aeropuerto a ver a un personaje de televisión. Pero votar para que él dirija el país es señal de que no sabemos lo que es gobernar y de que no nos tomamos en serio a nosotros mismos, nuestra nación ni nuestra historia. Y ese es un fracaso del que somos responsables todos como padres, educadores y ciudadanos. Ya seamos republicanos o demócratas, debemos considerar la labor del Gobierno como algo noble y sagrado. Debemos recuperar el sentido de que todas las tareas de gobierno, sean grandes o pequeñas, deben llevarse a cabo con dignidad y sobriedad, que los líderes que elegimos deben ser los mejores, los más razonables, los de carácter más estable.

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En las elecciones de 2016, Hillary Clinton obtuvo los mejores resultadosen las partes de Estados Unidos con más nivel educativo. De los 50 condados con más nivel, venció en 48. A la inversa, Trump tuvo los mejores resultados en las zonas con el nivel educativo más bajo. De los 50 condados con menor nivel, ganó en 42. Así que tenemos mucho que hacer. No necesitamos un Gobierno elitista, pero sí que sea competente, utilice la razón y respete la ciencia. Que en 2020 tengamos que recordar los principios de la Ilustración es trágico, pero así estamos. Que Estados Unidos acabe de obtener cinco premios Nobel más la semana pasada, mientras nuestro presidente rechaza el conocimiento científico, ¿qué es? ¿Tragedia o ironía?

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Hablando de ciencia: el cambio climático ha hecho que en California, en los últimos cinco años, los incendios descontrolados se hayan convertido en parte permanente de nuestras vidas. Como el Estado se ha vuelto cada vez más seco y caluroso, cada otoño trae consigo nuevos incendios; este año se han quemado ya más de 12.000 kilómetros cuadrados. Para millones de residentes en las zonas más afectadas se ha vuelto esencial tener lista una bolsa de viaje, la maleta con artículos de primera necesidad que cada familia californiana debe tener a mano por si nos evacúan de un momento para otro. El 27 de septiembre estaba visitando a unos amigos en St. Helena, a una hora al norte de San Francisco, cuando estalló un incendio en el que acabaron ardiendo más de 240 kilómetros cuadrados. Les ayudé a meter sus cosas en el coche y se fueron mientras veíamos arder las llamas sobre un promontorio cercano.
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Pero existe otro tipo de bolsa de viaje para millones de estadounidenses, que es la mochila con la que cargaremos si Trump vuelve a ganar. Su victoria querrá decir que Estados Unidos ha desaparecido. Que nos hemos rendido. Que nada significa ya nada y que hemos preferido ser una idiocracia sin civilizar.

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Muchos se irán a Canadá, una versión más fría pero más sensata de Estados Unidos. Muchos amigos nuestros están estudiando las leyes de inmigración de Nueva Zelanda y Australia. En nuestra familia estamos pensando volver a La Garita. Conocemos los colegios, nos sabemos los menús de todos los restaurantes locales, estamos familiarizados con el Alcampo de Telde y conocemos también el apacible paseo marítimo por el que caminábamos como seres civilizados en una sociedad racional. Qué sensación tan buena.
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Todo lo que has escrito está muy bien, pero por que no expones al candidato Joe Biden ¿manoseador de niños? o a su hijo que ha hecho buenos negocios a la sombra de la presidencia de su padre demócrata.........en fin no me extraña que cada vez se vota menos.
 
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El País
Washington - 24 oct 2020 - 22:57 ART

Faltan 11 días para las elecciones presidenciales en Estados Unidos y ya han votado más de 50 millones de personas. La cifra representa un 37% del total de votos de 2016. Más de 6,3 millones de votantes han ejercido su derecho en Texas, que abrió las urnas para el voto anticipado el pasado lunes. Otros dos millones lo hicieron en el Estado de Florida, que habilitó el voto por correo la semana pasada. La balanza de la votación la han inclinado, principalmente, los demócratas. Las cifras de Florida mostraron que del total de votos 1,1 millones corresponden a personas registradas ante el Partido Demócrata, mientras que los republicanos apenas han alcanzado unos 681.000 votantes. Los demócratas comenzaron una intensa campaña para movilizar el voto por correo desde agosto, cuando Donald Trump acusó, sin pruebas, al servicio postal (USPS, por sus siglas en inglés) de ser fraudulento.

Donald Trump ha visitado esta mañana la biblioteca de Palm Beach, en Florida, para votar. A las puertas de la biblioteca varias decenas de simpatizantes se han acercado para aplaudirle. “Voté por un tipo llamada Trump”, ha dicho al salir de centro de votación. Después, viajará a Ohio y Wisconsin para celebrar un par de mítines. También en Florida ha estado el expresidente Barack Obama celebrando un mitin en favor del candidato demócrata, Joe Biden. Obama se ha dirigido a los simpatizantes del demócrata, que le han escuchado desde sus coches. “Biden no es socialista”, lo ha defendido de los señalamientos de Trump.

El Senado avanza con la propuesta del presidente Donald Trump para el Supremo. El Comité Judicial del órgano legislativo aprobó el jueves, solo con el voto de los republicanos, a la juez Amy Coney Barrett para integrar el máximo tribunal judicial del país. Mientras que los senadores demócratas que integran esa comisión han intentado boicotear la votación. La aprobación deja el camino libre para llevarlo la próxima semana al pleno para la última confirmación.

 
Todo lo que has escrito está muy bien, pero por que no expones al candidato Joe Biden ¿manoseador de niños? o a su hijo que ha hecho buenos negocios a la sombra de la presidencia de su padre demócrata.........en fin no me extraña que cada vez se vota menos.
Además de de que Biden está senil. En el último debate llamó Lincoln a Trump. Mirando el reloj, a ver cuánto quedaba. En otro momento se quedó unos segundos como si estuviera KO sin articular palabra.

Trump ganó de calle. Biden lleva 47 años en política, de los cuales 8 en la vicepresidencia. ¿No ha tenido tiempo de hacer lo que ahora promete?
 
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