El silencio es oro. Pueblos abandonados.

IRANGOITI ( NAVARRA)


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Ubicación

Se encuentra este despoblado en el término de Ezprogui, antiguo “Val de Aibar”, ubicado entre los despoblados de Gardalain, Guetadar y Usumbelz. Desde la localidad de Moriones, por encima de su cementerio, sale una pista hacia Guetadar. Poco después de pasar la compuerta del barranco de Gardalain sube un camino hacia la derecha que en 30 minutos nos sitúa ante las ruinas de Irangoiti.

Etimología
La existencia de esta localidad a lo largo de los siglos ha quedado reflejada en los documentos con el nombre de Irangoiti, Irangote, Irangot, y Arangoiti.



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Historia
Los primeros documentos sobre esta localidad datan del año 1196, que acreditan que el monasterio de Leyre y Santa María de Roncesvalles eran propietarios de heredades en esta localidad.
Su población ha sido siempre reducida; en el año 1366 contaba con un fuego hidalgo, y en el año 1427 aparece ya como despoblado. Posteriormente ha tenido ocasionalmente algunos vecinos. De hecho su iglesia, o ermita de Nuestra Señora de Irangoiti, ha contado durante mucho tiempo con su propio ermitaño; y en el año 1800 se sabe que los 43 vecinos foranos del lugar se reunían en este templo una vez al año.

La imagen de la Virgen de Irangoiti, que actualmente se conserva en el Museo Diocesano de Navarra, era considerada patrona de La Vizcaya.
En la actualidad Irangoiti pertenece al Patrimonio Forestal de Navarra, integrado en la finca denominada Ezprogui (integrada por los despoblados de Sabaiza, Usumbelz, Guetádar, Julio, Arteta, Loya, Gardalain, e Irangoiti), con importantes masas forestales de roble y de pino laricio, este último de repoblación y silvestre.

Estado de conservación
En octubre de 2009 se conservan en pie las paredes de la iglesia, sin cubierta, exhibiendo esta su espadaña. La sacristía conserva la mitad de su cubierta (laja y teja curva), pero con riesgo grave de derrumbe. Se conservan también restos de tres o cuatro edificaciones, tan solo algunos tramos de sus paredes. Todo está tomado por la maleza excepto el interior de la iglesia y de la sacristía, en donde se detecta la presencia habitual de yeguas que parecen buscar refugio en ese edificio.
Frente a la iglesia se aprecia lo que en otro tiempo fue una era; y llama la atención en este lugar un gran montón de piedras, lajas, tejas y ladrillos rectangulares compactos de barro cocido, con los que parece que se está queriendo tapar un pozo o algo similar.
Los caminos de acceso a esta localidad son de los denominados de herradura, si bien por la parte norte se puede llegar en un vehículo todoterreno, por una pista, hasta muy cerca de la localidad (300 metros aproximadamente).
Intervenciones patrimoniales
Se retira, para su catalogación, un ladrillo artesanal, de forma rectangular, compacto, de barro cocido, hecho en horno de tejería con molde. Es el elemento empleado en la construcción de algunas paredes, aunque la mayoría son de piedra.Se hace un amplio reportaje fotográfico del estado actual de los edificios y de numerosos detalles constructivos.

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IRANGOITI, UN DESPOBLADO ENTRE DESPOBLADOS


El Gobierno de Navarra es propietario de la finca forestal de Ezprogui, en la antigua Val de Aibar, en cuyo interior alberga casi una decena de despoblados. Hoy nos acercamos al más antiguo de todos ellos, a Irangoiti.

No se moleste el lector en hacer memoria, que de no ser oriundo de la zona es muy difícil que alguien conozca el despoblado de Irangoiti. No es un lugar por el que se pase habitualmente, ni posee precisamente grandes centros comerciales, ni tan siquiera pequeños. Lo que hay hoy en Irangoiti es soledad, ruina, y silencio total. Antaño fue otra cosa. Hace ya muchas décadas que sus casas están abandonadas, de hecho ninguna casa queda en pie, tan solo algunos lienzos de pared; paredes de piedra, por supuesto. La iglesia sí; la iglesia, como suele decir Faustino Calderón, experto en despoblados, “es la última en abandonar el barco”, y todavía sus cuatro paredes siguen en pie. Basta con ver como está construida y apoyada sobre el terreno para darse cuenta de que tardará todavía mucho en caer.

En Ezprogui
Para quien tenga curiosidad –y si escribo sobre esta localidad es para despertar la curiosidad- diremos que se encuentra este despoblado en el término de Ezprogui, antiguo “Val de Aibar”; ubicado concretamente entre los despoblados de Gardalain, Guetadar y Usumbelz, lo cual nos da idea del índice demográfico que hay en esa zona, una zona que en pocos kilómetros cuadrados bate el record de despoblados. Desde la localidad de Moriones, por encima de su cementerio, sale una pista hacia Guetadar. Poco después de pasar la compuerta del barranco de Gardalain sube un mal camino hacia la derecha que en 30 minutos nos sitúa ante las ruinas de Irangoiti, una de esas localidades en las que la vegetación ha vuelto a ocupar su sitio, y en donde todavía la espadaña de la iglesia se alza más alta que ningún árbol. No se ve la localidad hasta que no estás a diez metros de ella.

Si tuviésemos que hacer un análisis de su estado de conservación –que no creo que nadie nos lo pida- diríamos que en octubre de 2009, el pasado martes para ser más exactos, se conservan en pie las paredes de la iglesia, sin cubierta, exhibiendo esta su desnuda espadaña, ocupada en otro tiempo por una única campana. La sacristía conserva la mitad de su cubierta, lo que nos permite ver que en los tejados de esa zona predominan la laja y la teja curva (la segunda colocada siglos después sobre la primera. Pero la sacristía no invita a estar contemplando la composición del tejado, pues el riesgo de derrumbe es evidente.

Se conservan también restos de tres o cuatro edificaciones, tan solo algunos tramos de sus recias paredes. En una de ellas el color negruzco de la piedra nos delata dónde estuvo el fogón en su día. El sistema de construcción es el tradicional, es decir, a base de piedra, con paredes revocadas por su parte interior; en algunos casos se detecta en la estructura interna de las viviendas algunas paredes de ladrillo, sobra decir que hablamos de un ladrillo hecho artesanalmente a base de barro cocido, y compacto; todas esas cargas de ladrillo han tenido que ser subidas hasta allí a lomos de caballerías, procedentes de la tejería más próxima que hubiese en esa zona, tal vez en Moriones, o en Sada, ¿quién sabe?.

Todo en Irangoiti está tomado por la maleza excepto el interior de la iglesia y de la sacristía, en donde se detecta, a través de los excrementos, la presencia habitual de yeguas que parecen buscar refugio en ese edificio convirtiéndose en improvisados habitantes; hay que reconocer que si no fuese por las yeguas es muy probable que Irangoiti fuese hoy un despoblado totalmente inaccesible, que es lo que pasa con Gardalain, en el monte de enfrente. Aún y todo las hiedras, el rosal silvestre, y todo lo que a nivel popular denominamos como zarzas va extendiéndose hasta llegar a ocultar buena parte de esas ruinas, entremezclándose con las vigas caídas, con las vigas de roble que todavía resisten en su sitio, y con las piedras y lajas que se amontonan desordenadamente. Entre toda esta maraña descubro, como en tantos otros sitios de Navarra, algunos inconfundibles puntales de almadía, y de una antigüedad más que considerable; son maderas que han crecido en el Roncal o en Salazar, y que han navegado por el río Aragón hasta las inmediaciones de esos lugares repartiéndose entre los entramados de sus edificios.

El Arzobispado, décadas atrás, se ocupó de desmontar el crismón que había en esta iglesia de la Asunción (o ermita de Ntra. Sra. de Irangoiti), y hoy es el día en el que podemos verlo recolocado en la parroquia de San Blas, en Burlada.
Frente a la iglesia se aprecia lo que en otro tiempo fue una era; y llama la atención en este lugar un gran montón de piedras, lajas, tejas y ladrillos rectangulares compactos de barro cocido, con los que parece que se está queriendo tapar un pozo o algo similar.
Los caminos de acceso a esta localidad son de los denominados de herradura, si bien por la parte norte se puede llegar en un vehículo todoterreno, por una pista, hasta muy cerca de la localidad (300 metros aproximadamente).

Historia
Irangoiti, que en los documentos antiguos podemos encontrarlo también escrito como Irangot, Irangote, o Arangoiti, tiene también su propia historia, una historia que además nos desvela que probablemente sea la localidad más antigua de todo el entorno.
Los primeros documentos que aluden a la existencia de esta localidad datan nada menos que del año 1196, y acreditan que el monasterio de Leyre y Santa María de Roncesvalles eran propietarios de heredades en esta localidad.

La población de Irangoiti, al igual que sucede con todos los despoblados que rodean esta localidad, ha sido siempre reducida; en el año 1366 contaba con un fuego hidalgo, y en el año 1427 aparece ya como despoblado. Posteriormente ha tenido ocasionalmente algunos vecinos, gracias a los cuales hoy podemos ver unos vestigios. De hecho su iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, o ermita de Nuestra Señora de Irangoiti, ha contado durante mucho tiempo con su propio ermitaño; y en el año 1800 se sabe que los 43 vecinos foranos del lugar se reunían en este templo una vez al año; era algo así como la capital de La Vizcaya, una comarca natural de gran peso en esa zona; de hecho, y sirva el dato para calibrar la importancia de este lugar, la imagen de la Virgen de Irangoiti, que actualmente se conserva en el Museo Diocesano de Navarra, era considerada patrona de La Vizcaya.
En la actualidad Irangoiti pertenece al Patrimonio Forestal de Navarra, integrado en la finca denominada Ezprogui (integrada por los despoblados de Sabaiza, Usumbelz, Guetádar, Julio, Arteta, Loya, Gardalain, e Irangoiti), con importantes masas forestales de roble y de pino laricio, este último de repoblación y silvestre.

Diario de Noticias, 25 de octubre de 2009
Autor: Fernando Hualde



ÁLBUM FOTOGRÁFICO DE IRANGOITI
Octubre 2009 - Fotos: Fernando Hualde y Esteban Labiano


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Espadaña sin campanas en la iglesia de Irangoiti


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La naturaleza va recuperando su sitio


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En Irangoiti ya no quedan puertas, ni tampoco quien las abra


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Interior de la iglesia



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Lajas y piedras con siglos de antigüedad


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Pared-contrafuerte diseñada para aguantar siglos


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Piedras esquineras y espadaña, frente a frente.



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EL CRISMÓN DE LA IGLESIA DE IRANGOITI






El 31 de diciembre de 1987 fue retirado el pétreo crismón de la iglesia de Irangoiti. La pieza fue retirada por los sacerdotes José Luis Irigoyen y Eugenio Lecumberri, que cargaron a hombros con ella hasta el repetidor de Abínzano, que es hasta donde pudieron acercar un vehículo.
El crismón fue colocado en la parroquia de San Blas, ubicada entonces en una bajera. Posteriormente, al trasladarse la parroquia al convento de las Siervas de María, fue recolocada en esa iglesia, acompañada de la pila bautismal de la iglesia de Gardaláin.

Se calcula que esta pieza, de unos 30 centímetros de diámetro, por su sencillez y su caligrafía, data de principios del siglo XII. Es de inspiración aragonesa; no hay que olvidar que el lugar fue señorío de los reyes de Aragón hasta mediados del siglo XII.
Se dice que el crismón es una respuesta a la herejía arriana, que hacia el año 1000 defendía que Jesucristo no era Dios. La iglesia católica respondió a esta herejía con la celebración de un concilio extraordinario, de donde salió la iniciativa de colocar sobre la puerta de los templos estos anagramas que simbolizan el carácter trinitario de Dios. El crismón tenía además otra simbología; se entendía que quien pasaba por debajo de él aceptaba que Dios era uno y trino, y que así rechazaba y renegaba de la herejía arriana.

Lo que vemos en el crismón es la superposición de las letras P (Pater), X (Cristus), y la S (Spíritus); flanqueadas a su vez por las letras griegas Alfa y Omega, que aluden a Cristo como principio y fin. En este caso concreto de Irangoiti, y en algunas otras excepciones, vemos que se ha colocado intencionadamente primero la letra Omega y después la letra Alfa, alteración esta que esconde el mensaje funerario de que en la vida de los cristianos el fin de la vida terrena (Omega) es el comienzo de la vida del Cielo (Alfa).
Fue el rey Sancho Ramírez de Aragón y de Navarra quien, al regreso de un viaje a Roma, impulsó en esta tierra la colocación de los crismones trinitarios.


 
ISO ( NAVARRA)

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NOTA.- En el año 2009 se inauguró la variante del puerto de Iso. Este hecho permite hoy que las ruinas de esta localidad sean mucho más accesible, y queden al descubierto, visualmente, de cuantos circulan por esa carretera.


ISO, EL ÚLTIMO DESPOBLADO DEL ROMANZADO

Muy próxima a la foz de Arbayún, en concreto a su mirador, se encuentra la pequeña localidad de Iso, lugar tutelado del valle del Romanzado. Hace pocos años que dejaron de residir en ella sus últimos moradores. Nos acercamos hoy a sus ruinas, con todo el lenguaje que éstas tienen, y las mostramos aquí conscientes de que en breves años poco será ya lo que quede de la estructura de estas casas.

Hace apenas un par de domingos repasábamos aquí la historia de Navarzato, la que fuera octava villa roncalesa, y que quedó despoblada durante la segunda mitad del siglo XIII. La devoción a San Sebastian había hecho posible que casi ochocientos años después su iglesia, dedicada a este santo, no sólo seguía en pie, sino que además lo hacía en un aceptable estado de conservación.

Pues bien, desde estas mismas páginas vamos a asistir hoy a un caso muy diferente. Nos vamos a acercar a la localidad de Iso, en el Romanzado; una localidad en la que hace escasos años todavía estaba habitada –al menos hasta 1981-, y de la que la Gran Enciclopedia Navarra, editada en 1990, nos hace una breve descripción de cómo era entonces la iglesia de San Fructuoso. ¿Es posible que en tan pocos años esta iglesia haya sufrido semejante deterioro?; pues sí, esta es la realidad, basta con ver las casas, y su rápido proceso ruinoso, para entender la situación actual de Iso.



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El pueblo
La localidad está situada en el valle del Romanzado, muy cerca de la carretera que une Lumbier con Navascués. Junto al alto de Iso (670 m.), antesala de la conocida Foz de Arbayún, y ascendiéndolo desde la parte de Lumbier, parte una pista por el lado izquierdo que nos lleva, en un kilómetro, hasta este lugar del Romanzado.
Reconozco que hay ocasiones en las que me da un poco de miedo dar a conocer, o promocionar, estos rincones de la geografía foral, tanto más cuando veo que en el caso concreto de Iso algunas cuadrillas de..., vamos a llamarles mozalbetes para no caer en palabras mayores, han hecho de estos despoblados su cuartel general bajo un disfraz ácrata de “okupas”, dejando a su paso una triste y penosa huella perfectamente palpable y visible en cada una de sus casas. Han pintado sus paredes con frases de dudoso gusto, han roto puertas, ventanas y tabiques, han irrumpido en el cementerio profanando todo vestigio religioso –en este caso los medallones de las lápidas-, y han dejado sus desperdicios bien esparcidos. ¡Algo peor son estos carroñeros que los que habitan los roquedos de la cercana foz!. Esto explicaría un poco, en Iso, el actual estado ruinoso de sus casas e iglesia. Por supuesto que las inclemencias metereológicas y la ausencia de una mano amiga que mime un poco el entorno han hecho todo lo demás. A día de hoy, que yo sepa, tan sólo algún ganadero se aprovecha, para sus rebaños, del cobijo que todavía pueden prestar estas ruinas.

Como cosa curiosa, en su día alguien colocó en uno de los edificios una puerta metálica grande tras la cual intuyo que se guardaría el tractor. La puerta conserva todavía hoy su letrero con el ruego de que no se aparque delante. Ironías de la vida.
Por lo demás uno no deja de sentir un pequeño escalofrío al contemplar los vestigios de la iglesia de San Fructuoso, por no hablar de la bonita chimenea que subsiste en una de las casas, o de las portaladas de estas, o de las puertas arrancadas y tumbadas, o del bonito empedrado que todavía se conserva en el suelo de las entradas de esas viviendas. Todo, absolutamente todo, tiene su lenguaje. Todo nos transmite algo. Y en el caso de Iso se adivina un pueblo que ha vivido siempre para la ganadería; y se adivina un estilo de vida sencillo, austero. Y está allí, sólo, abandonado, perdiéndose, esperando a que tal vez con la próxima nevada acaben de hundirse sus tejados, que la chimenea se venga abajo, que los suelos de los pisos cedan, que las vigas de madera se pudran para siempre. La huella del tiempo es irreversible en estos lugares.

Con un poco de cuidado, pues el peligro es claro, todavía puede observarse desde los huecos la estructura interna de sus casas, la cocina, las habitaciones, las cuadras con sus pesebres, las escaleras. Por no hablar de la iglesia, que ha perdido ya buena parte de su bóveda mostrándonos sus paredes desnudas. Quedan en ella los anclajes que sujetaban el retablo, quedan en sus paredes los restos de pintura que las revestían, quedan las capillas laterales con sus ventanas saeteras y sin más adorno que la propia pared, queda empotrada en el muro lo que pudo ser un aguabenditera, queda un bonito arco en piedra de arenisca como acceso a una de esas capillas –se me antoja que puso ser esa la sacristía-, queda..., no, no queda nada más. Tengo que recurrir a la Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco (Editorial Auñamendi) para ver en una fotografía cómo era antaño la imagen exterior de esa iglesia dedicada a San Fructuoso, quien fuera patrón de este lugar, y a quien cada 20 de enero honraban dedicándole unas sencillas fiestas patronales. Las otras fiestas de Iso eran el 15 de mayo, para honrar a San Isidro.

Enciclopedia Navarra (CAN, 1990) sabemos que la parroquia de San Fructuoso conservaba –y en buena medida todavía la conserva- su aspecto primitivo de origen medieval “con torre prismática sobre el último tramo de los pies”. Dicen también que la pieza más importante de esta parroquia era la Cruzparroquial de plata, actualmente a buen recaudo en el Museo Diocesano de Pamplona.
Y allí está también, no muy apartado, el cementerio de este lugar. Una puerta de hierro, coronada con una sencilla cruz, es la que da acceso al camposanto. Su interior está totalmente cubierto de maleza, y entre esta todavía se alzan tres lápidas que nos hablan de fallecimientos en los años 1931, 1937 y 1948; en ellas se recogen apellidos como Melero, Aristu, Escujuri...; una de ellas acoge los restos de un sargento de requetés, Gregorio Machín Melero, del Tercio Navarra, que murió en el año 1937 en el frente de Extremadura. Son vestigios de otros tiempos, de otras épocas, ya nadie les pone flores, ni limpia el camposanto, incluso el camino de acceso se ha perdido.



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Su historia
Iso ha sido siempre una localidad de pequeño tamaño. Sabemos que en el año 1427 y en 1553 contaba tan sólo con cuatro fuegos; y con tres en el año 1646. Cabe pensar que nunca llegó a tener más casas que las que ahora a duras penas sobreviven. El mayor número de habitantes que se le conoce es en el año 1857, con 38 habitantes; bien aprovechadas tuvieron que estar esas casas. En 1963 contaba con 3 habitantes, y 2 en 1970.

Lo cierto es que tampoco atesora mucha historia este lugar. De la historia humana de sus gentes –de la que tantas veces nos olvidamos- poco se sabe, nadie se ha preocupado de rescatarla, y bueno sería que alguien se preocupase de recoger, al menos, los testimonios de sus últimos moradores.
Por lo demás sabemos que en el año 1102 los vecinos de Iso eran infanzones, y que en aquél lejano año habían invadido los terrenos del término de Santa María de Uarra, propiedad del monasterio de Leire. Aquella acción nos sirve para saber hoy que, al menos en el siglo XII, la localidad de Iso ya existía. Y sabemos igualmente que en el siglo XV todos sus vecinos gozaban de la categoría de hidalgos.



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La localidad asistió en el siglo XIX a un episodio bélico importante. El 15 de junio de 1809, cuando un destacamento de las tropas francesas invasoras atravesaban este lugar dispuestos a dar un buen escarmiento a los valles pirenaicos navarros, se vieron sorprendidos por la acción guerrillera de los roncaleses quienes, no solo frenaron su avance, sino que les obligaron a replegarse hasta Lumbier, a la vez que les causaban nada menos que 130 bajas.
Dicen que hasta las reformas municipales de 1835-1845 la localidad era gobernada por los diputados del valle del Romanzado y por un regidor del lugar, elegido este último por turno entre las tres casas existentes.

En esa época, según nos cuenta Madoz en su diccionario, la parroquia estaba servida por un abad de provisión elegido por los vecinos. Y nos ampliaba la información de esta localidad dando a conocer que “junto a las casas hay una fuente para el surtido del vecindario”. El correo se recibía desde Lumbier, y el pueblo producía trigo y algunas hortalizas y legumbres, a la vez que criaba ganado vacuno y lanar. Este mismo diccionario, además de decirnos que en ese momento la localidad contaba con 24 vecinos, nos dice que el terreno de Iso es de secano y estéril, que atraviesa el término el río Salazar, y que tiene este un puente sobre la carretera que de Navascués y Roncal conduce a Lumbier pasando por este lugar. Todo parece indicar que en aquellos años de mitades del siglo XIX la carretera, por la que únicamente circulaban caballerías, carros y alguna diligencia, tan sólo permitía a estos vehículos recorrer los valles de Salazar y el Almiradío de Navascués; el puerto de Iso era accesible sólo con caballerías. Es por ello que en el año 1858 los valles de Roncal y de Salazar impulsaron la construcción de la carretera en el puerto de Iso para poder circular así hasta Lumbier. Ese conjunto de curvas que hoy conocemos junto a la Foz de Arbayún fue el que rompió el aislamiento orográfico a que estaban sometidos roncaleses y salacencos.



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Curiosamente, a día de hoy, este mismo puerto vuelve a ser caballo de batalla para el Almiradío y para el Valle de Salazar. Es una barrera que dificulta seriamente su desarrollo. Por ejemplo, un camión cargado de vigas no puede atravesar este puerto. Y teniendo en cuenta que esta es la única vía de acceso al Salazar desde Pamplona se convierte este puerto en un obstáculo importantísimo para el desarrollo de la zona. Y el proyecto de variante de Iso hace años que está sobre los planos, pero como los salacencos son pocos votos para nuestros gobernantes intuyo que tardarán en salir de ese aislamiento tercermundista a que se les somete desde la Administración; la misma Administración, por cierto, que estos días vende en FITUR las maravillas del Pirineo navarro, la belleza de sus pueblos y de sus parajes, la selva del Irati... Solo les falta acordarse del hombre pirenaico. ¿Es mucho pedir?.
En fin, aunque el desahogo siempre es bueno, vamos a dejarnos de llantos plañideros que raras veces suelen servir de algo. Bien se vale de que al menos hace casi siglo y medio se hizo aquella carretera; de no haber sido así todavía veríamos hoy a los salacencos saliendo de su valle en almadías atravesando la Foz de Arbayún.



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Es precisamente desde esa carretera que sube desde Navascués hacia el mirador de la Foz de Arbayún desde donde, en una de sus curvas, se llega a ver el pueblo de Iso. El progresivo deterioro de la localidad permite intuir que en los próximos años asistiremos al hundimiento definitivo de todos los tejados, con la consiguiente repercusión en el resto de la estructura de las casas. Es ley de vida; pero no estaría de más que desde el Servicio de Patrimonio del Gobierno de Navarra, si es que no se ha hecho ya, se procediese a la catalogación de cada uno de los edificios de Iso, es decir: fotografías, medidas, planos, etc. No deja de ser una parte importante de nuestro patrimonio histórico, cultural y humano.

Diario de Noticias, 1 de febrero de 2004
Autor: Fernando Hualde


 
JULIO ( NAVARRA)


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INFORMACIÓN GENERAL


Ubicación

Se encuentra este despoblado en el término de Ezprogui, antiguo “Val de Aibar”, ubicado entre la localidad de Moriones y el despoblado de Guetadar. Desde la localidad de Moriones, por delante de su cementerio, sale una pista que pasa por Loya y Arteta, antes de llegar a Julio, que lo encontramos en el lado derecho de la pista debidamente anunciado con el clásico monolito que en su día se puso para anunciar a los despoblados de esta finca.

Historia
Es muy poco lo que se sabe de esta localidad. Además de su condición de señorío, sabemos de Julio que en el año 1802 era uno de los siete lugares que integraban la Vizcaya del valle de Aibar. De esos siete lugares, cuatro (Julio, Usumbelz, Guetadar y Arteta) pertenecían al mayorazgo de Mendinueta. En aquél año contaba este lugar con dos casas habitadas por un total de 18 personas. El gobierno sin embargo era el que tenían allí los señoríos de realengo, es decir, dependía del diputado del valle y de los regidores del lugar, elegidos por los propios vecinos.

Las reformas municipales de 1835-1845 trajeron consigo la disgregación del valle de Aibar como unidad administrativa, y desde entonces el lugar de Julio pasó a formar parte del municipio que hoy se denomina Ezprogui.
En 1845 seguía teniendo dos fuegos; 19 habitantes en 1852; 17 en el año 1887. En los años 1900 y 1910 Julio no figura en los Nomenclátores de población, y sí que lo hace en el de 1920 apareciendo allí como despoblado. Sin embargo en 1930 lo volvemos a ver con 4 habitantes; 1 habitante en 1940; y a partir de 1950 figura ya como despoblado. Sirva como dato para concretar más el momento de su despoblación definitiva que en la Guía de Navarra de 1944 ya no figura como lugar habitado.

Las fiestas de Julio se celebraban el 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, limitándose su celebración en las cuatro primeras décadas del siglo XX a un acto religioso y a una comida un poco especial.
En la actualidad Julio pertenece al Patrimonio Forestal de Navarra, integrado en la finca denominada Ezprogui (integrada por los despoblados de Sabaiza, Usumbelz, Guetádar, Julio, Arteta, Loya, Gardalain, e Irangoiti), con importantes masas forestales de roble y de pino laricio, este último de repoblación y silvestre

Estado de conservación
De este lugar podríamos decir que únicamente queda un edificio, que parece que pudo haber sido el principal. Está totalmente hundido su interior, y prácticamente inaccesible. La parte superior del vano de la puerta está compuesta de dos grandes piedras adinteladas, y entre ambas se aprecia la presencia de un buen ejemplar de clavo de forja, tipo tachón, de cabeza redonda. Dentro de la estructura interna de este edificio se observa que las vigas han sido cortadas con motosierra, y posiblemente reutilizadas por alguien que se las llevó.

El edificio no se puede rodear a causa de la maleza; y en el entorno se llegan a ver restos de otras edificaciones más pequeñas (tal vez corrales).
De la segunda casa que hubo en Julio, y de su primitiva iglesia de San Julián (dependiente de la de Guetadar), tan sólo quedan hoy algunas piedras.

Intervenciones patrimoniales
El 27 de octubre se retira de entre las ruinas, para su catalogación y conservación, un ejemplar de teja curva, de hechura rústica, elaborada tal vez en alguna tejería del entorno. Se aprovecha para hacer un amplio reportaje fotográfico que constate el estado de conservación, en esa fecha, de este despoblado.


ANECDOTARIO

Nevar en Julio

Dentro de lo que es el patrimonio oral se tiene constancia de que a mediados del siglo XX vivía en Lumbier un señor mayor, Hilario Armendáriz Zuazu, que había nacido en este lugar de Julio el 21 de octubre de 1889; y a los niños les decía que él había visto muchas veces nevar en Julio; y ellos le miraban con admiración, sin saber que Julio era el nombre de una localidad, y que nada tenía que ver con el mes séptimo del año.




Documento de Hilario Armendariz



Los últimos

El 26 de diciembre de 1930 nacía en esta localidad Marino Armendáriz Zaratiegui, hijo de Antonio y de Eulalia (esta última natural de Uzquita); fue la última persona que nació en Julio. Acudía Marino a la escuela de Guetadar; y recordaba que su padre acostumbraba a ir periódicamente, con una caballería, de compras a Sangüesa; “regresaba cuando ya era de noche”, rememoraba Marino. Y recordaba también que durante la guerra se trasladaron todos a vivir, temporalmente, a Guetadar, concretamente a la casa de la Abadía; allí le tocó hacer la primera comunión. Finalizada la contienda regresaron de nuevo a Julio. En el año 1940 tomaron la dolorosa decisión de marchar de allí, trasladándose la familia a vivir a San Martín de Unx.

Tan solo quedó en Julio, como último vecino, Delfín Armendáriz (hermano de Antonio y tío de Marino); un personaje tímido, algunos de quienes le conocieron lo describen como huidizo, que se escondía de la gente. Desde San Martín de Unx subían periódicamente a visitarle, y en el año 1943 su familia, al encontrarlo enfermo, le forzó a abandonar el lugar, y lo trasladaron a vivir con ellos. Un mes después la enfermedad pudo con él, y fallecía en San Martín de Unx.



ARTÍCULOS

JULIO, OTRO PUEBLO EXTINGUIDO






En lo que antaño fue la Val de Aibar, en pleno monte de la Bizkaia, todavía hoy pueden llegar a verse los restos de un antiguo núcleo de población en el que desde hace setenta años ya no vive nadie. Su nombre es Julio.
Hace unas cuantas décadas, sin llegar al medio siglo, había en Lumbier un señor que solía sorprender a los niños contándoles que él había visto nevar en Julio. Y, ciertamente, aquellos niños lumbierinos se quedaban boquiabiertos oyendo aquello; les parecía sorprendente que aquél señor de la boina hubiese llegado a conocer semejante fenómeno meteorológico en plena estación estival. No sospechaban aquellos mozalbetes que en la Navarra media Julio era algo más que el séptimo mes del año, e Hilario Armendáriz Zuazu, que así se llamaba aquél señor nacido un 21 de octubre de 1889, jugaba con esa baza. Y además tenía razón el buen hombre; él había visto nevar en Julio, su pueblo natal, de la misma manera que estos días del estrenado año 2010 sigue nevando en Julio.



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Ubicación
Y estoy convencido que la mayoría de los lectores que hoy leen este reportaje estarán pensando aquello de que “pues yo tampoco sabía que en Navarra hubiese una localidad que se llamase Julio”.
¿Dónde está Julio?. Como referencia tenemos que situarnos, cerca de Aibar, en la localidad de Sada. Desde allí una pequeña carretera nos lleva hasta la localidad de Moriones, término de Ezprogui, antiguo Val de Aibar. Desde esa localidad, por delante de su cementerio, sale una pista que pasa por Loya y Arteta, en dirección a Guetadar. A Julio lo encontramos, después de Arteta, en el lado derecho de la pista debidamente anunciado con el clásico monolito que en su día se puso para anunciar a los despoblados de esta finca. Si no fuese por ese hito anunciador es fácil que a cualquier caminante que pase por allí le pase totalmente desapercibida la presencia a escasos metros de las ruinas de una localidad; la vegetación eclipsa cualquier atisbo de huella humana. Hace muchas décadas que allí ya no vive nadie; ni allí ni en todos esos pueblos del entorno que configuran lo que a nivel popular se denomina La Vizcaya, o La Bizkaia. Probablemente Hilario Armendáriz habría sido una de las últimas personas en nacer allí.


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Estado de conservación
De este lugar podríamos decir que únicamente queda un edificio, que parece que pudo haber sido el principal. Está totalmente hundido su interior, y prácticamente inaccesible; las tejas, las piedras, y pequeños restos de la primitiva carpintería, se amontonan en el interior entremezclados con la vegetación. La parte superior del vano de la puerta está compuesta de dos grandes piedras adinteladas, y entre ambas se aprecia la presencia de un buen ejemplar de clavo de forja, tipo tachón, de cabeza redonda. Dentro de la estructura interna de este edificio se observa que las vigas han sido cortadas con motosierra, y posiblemente reutilizadas por alguien que se las llevó; es esta una práctica muy habitual que se da en no pocos despoblados, sobre todo si las vigas son de roble.

El edificio no se puede rodear a causa de la maleza; y en el entorno se llegan a ver restos de otras edificaciones más pequeñas (tal vez corrales).
Las pocas tejas que todavía se ven entre los escombros se corresponden con el prototipo de teja curva, o árabe, pero no son de fabricación industrial, sino rústica, manual, elaboradas probablemente en alguna tejería del entorno. Aprovecho para recordar una curiosidad sobre las tejas curvas; estás tejas se elaboraban antiguamente a mano, y la curvatura se conseguía utilizando la pierna como molde a la hora de darles forma; los tejeros, sentados en una silla, apoyaban la plancha de arcilla sobre su pierna y sobre esta le daban forma; es por ello que las tejas tradicionales son mas anchas de un lado que de otro, la parte estrecha se corresponde con la zona más próxima a la rodilla cuando se moldea.



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Historia
Es muy poco lo que se sabe de esta localidad. Además de su condición de señorío, sabemos de Julio que en el año 1802 era uno de los siete lugares que integraban la Vizcaya del valle de Aibar. De esos siete lugares, cuatro (Julio, Usumbelz, Guetadar y Arteta) pertenecían al mayorazgo de Mendinueta. En aquél año contaba este lugar con dos casas habitadas por un total de 18 personas. El gobierno del lugar sin embargo era el que tenían allí los señoríos de realengo, es decir, dependía del diputado del valle y de los regidores del lugar, elegidos por los propios vecinos. Es fácil suponer que el regidor sería siempre de la familia; tan sólo dos casas habitadas no daban para mucho en este sentido.
Las reformas municipales de 1835-1845 trajeron consigo la disgregación del valle de Aibar como unidad administrativa, y desde entonces el lugar de Julio pasó a formar parte del municipio que hoy se denomina Ezprogui.

En 1845 seguía teniendo dos fuegos; 19 habitantes en 1852; 17 en el año 1887. En los años 1900 y 1910 Julio no figura en los Nomenclátores de población, y sí que lo hace en el de 1920 apareciendo allí como despoblado. Sin embargo en 1930 lo volvemos a ver con 4 habitantes; 1 habitante en 1940; y a partir de 1950 figura ya como despoblado. La verdad es que cuesta imaginárselo habitado, sobre todo si tomamos conciencia de que hace unas décadas no existía la pista que hoy recorre toda la zona; yo, incluso, me arriesgo a pensar que en esos pueblos pudo haber nacido gente que a lo largo de toda su vida nunca salió de allí. En fin, que la imaginación es libre.

Sirva como dato para concretar más el momento de su despoblación definitiva que en la Guía de Navarra de 1944 ya no figura como lugar habitado. El 11 de octubre de aquél año de 1944 la Diputación Foral de Navarra compraba los términos de Arteta, Julio, Guetadar y Usumbelz, que sumaban un total de 1.349 hectáreas; a partir de ese momento, poco a poco se irían comprando nuevos términos del entorno: Sabaiza (927’18 hectáreas) se compró el 13 de mayo de 1960, Loya (208 hectáreas) se compró el 30 de noviembre de 1963, Gardalain (629’89 hectáreas) pasó a ser propiedad de la Diputación el 2 de octubre de 1964, y la última adquisición fue Irangoiti (330 hectáreas) el 16 de abril de 1969. Todos estos despoblados, con sus respectivos terrenos, configuran la finca forestal denominada inicialmente Ezprogui –aunque curiosamente el despoblado de Ezprogui queda fuera-, y actualmente llamada finca de Sabaiza; una finca con importantes masas forestales de roble y de pino laricio, este último de repoblación y silvestre.
Es así como Julio, que también da nombre allí a un monte, pertenece hoy al Patrimonio Forestal de Navarra. Vida humana ya no hay, desde hace setenta años, pero… sigue nevando en Julio.

"Diario de Noticias", 10 de enero de 2010
Texto y fotos: Fernando Hualde

 
LAREQUI ( NAVARRA)


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LAREQUI, MEMORIA DE UN PUEBLO QUE TUVO VIDA

En el valle de Urraul Alto encontramos la localidad de Larequi, deshabitada, cuyas casas e iglesia nos permite hurgar en la vida que allí hubo hasta hace unos años.
Hace unos días me llamaron por teléfono, hecho este que desde luego no es novedoso; pero lo que sí se salía de lo normal es que quien llamaba era la Televisión Alemana, y además para explicar que estaban interesados en hacer un programa de televisión sobre los despoblados de la merindad de Sangüesa y los de la Alta Zaragoza. Y es allí donde uno empieza a descubrir que la existencia de pueblos despoblados no es algo muy común en Europa, y que una concentración de localidades abandonadas como la que aquí se da llama la atención en otros lugares, mientras que aquí, acostumbrados a vivir con esa realidad demográfica, no nos afecta en absoluto.

Sin embargo, independientemente de lo que nos afecte o de lo que llame la atención en otros lugares, nunca dejará de ser dramático que una localidad que durante siglos y siglos ha estado habitada acabe apagándose para siempre, cayendo sus casas, su iglesia, sus corrales, su cementerio…, hasta convertirse todo en un esqueleto pétreo y fantasmagórico.

Y, ciertamente, subsisten en Navarra, particularmente en la merindad de Sangüesa, decenas de localidades que a lo largo del siglo XX han quedado vacías; que han vivido en algún momento ese duro día en el que el último habitante, o la última familia, cierra con llave una puerta para nunca más abrirla, dejando atrás casas y calles, templo y caminos, a los que ellos dieron vida, y antes que ellos numerosas generaciones que les precedieron. Y a partir de ese momento…, silencio y soledad, maleza y ruina, nostalgia, y finalmente olvido.

Esto, precisamente, es lo que debió de pasar en casa Isquerrena, en la localidad de Larequi (Urraul Alto). Ellos fueron los últimos en resistir allí. Desconozco las circunstancias de su marcha; tal vez los cantos de sirena de la ciudad, tal vez alguna enfermedad, tal vez el aserradero de Ecay, tal vez…, ¡qué más da!. Lo cierto es que Larequi, tantos siglos habitado, quedó definitivamente vacío. Y allí que marché.



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Camino de Larequi
Una vez enfilada la carretera local que te introduce de lleno en el valle de Urraul Alto, hay que enfilar nuevamente otra pequeña carretera, en el lado izquierdo, que viene anunciada con el letrero indicador de Ozcoidi. Por ella me metí.

En Ozcoidi, como siempre, me reciben los perros de la casa Txandía, bastante alborotadores ellos. No son muchos los perros, pero menos son los vecinos. Las casas de la derecha, Txandía y Adoñano, son las habitadas; mientras que las de la izquierda, mucho más austeras, se presentan a la vista vacías y abandonadas. Han perdido hasta el nombre, y como un servidor no quiere que esto suceda, pues sépase que cuando tuvieron vida se llamaban casa de Basilio, casa de la Lina, y casa del Pastor; pero de esto hace ya muchos años. Todavía la gente mayor del valle recuerda el caso de la Usotxa, una mujer de Imirizaldu a la que tenían por bruja; allí le hicieron la vida imposible, hasta el extremo de que ella y su marido tuvieron que marcharse trasladándose a vivir a Ozcoidi, a la casa del Pastor, que entonces, como hoy, pertenecía a los de casa Adoñena.

Continuo la carretera, que atraviesa Ozcoidi entre casa Txandía y la iglesia de San Pedro. Atrás quedan los perros, escarbando huesos; desconocen ellos que son los del antiguo camposanto.

La carretera es francamente mala; muchas curvas y mal piso, con un barranco a la derecha que te invita a ser prudente. Tufarreros a ambos lados. Una abubilla alza su vuelo sorprendida ante la llegada de un vehículo, ¿desde cuando no habría visto uno?. Pero no acaban aquí las sorpresas. Un jabalí de enorme tamaño, que intuyo que podía ser ciego y sordo –es un decir-, cruza temerariamente la carretera a la carrera obligando a parar el coche para evitar un accidente no deseado. Era un jabalí viejo, y me consta que algunas personas de la zona últimamente también se han encontrado con él. Confieso que jamás había visto un jabalí de ese tamaño, ¡y mira que he visto unos cuantos!. El chiste lo encuentro unos metros más adelante, cuando sobre una enorme queleta metálica un letrero advierte del peligro de animales sueltos, seguramente en alusión a las vacas, aunque vale también para el jabalí y demás fauna salvaje.

Paso por el puente que permite salvar el ahora inexistente cauce del Chastoya. A partir de ese momento entiendo que paso del término de Ozcoidi al de Larequi, al menos lo que yo tenía por carretera muy mala, llena de gravilla, pasa a ser un camino casi intransitable, lleno de piedras. Afortunadamente las casas de Larequi aparecen pronto a la vista. Y hasta allí que llego. Dejo a la derecha el camino que sube a Sastoya y a Artanga. No puedo evitar pensar que estoy en un paraje recóndito, pero que aquellos dos pueblos que quedan por delante, mugantes con Lónguida, todavía son mucho más recónditos, de hecho, el camino que va ahora de Sastoya a Artanga ha quedado ya cerrado por la maleza. En cualquier caso Sastoya y Artanga hace ya décadas que no tienen vida. Sastoya, también llamado Iribarri Chipi, fue abandonado hacia 1946, y perteneció hasta entonces a la familia salacenca de Bornás. Todavía se les recuerda en Ozcoidi, de cuando bajaban a jugar a la calva; echaban unas partidas, y media vuelta de nuevo, andando hasta Sastoya.
Artanga, a más altura, fue abandonado a la vez que Sastoya, y la verdad es que cuesta creer que allí pudiesen vivir, pero las ruinas de la iglesia de San Pedro y las de otras dos casas son prueba evidente de ello. Dicen de aquellos últimos vecinos que eran buenos cazadores.



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Larequi
Larequi seguramente no es un pueblo espectacular. Sin embargo es inevitable un escalofrío al ver sus casas, su iglesia…, todo en silencio, sin vida. Después de siglos y siglos de estar habitado –en el año 1427 ya lo estaba-, al final el demoledor siglo XX pudo con él. Ahondando más en esta impresión de soledad la tarde se presenta plomiza y oscura, como queriendo darle la razón a aquellos últimos vecinos que hace unos años decidieron poner punto final a siglos de vida, para marcharse a Artieda, creo recordar, por aquello de dar una mejor enseñanza a los hijos. Oficialmente consta deshabitado desde el año 1959, pero la realidad es algo diferente; la casa Isquerrena ha estado semihabitada hasta hace bastante poco, pues sus dueños la utilizaban de apoyo en sus faenas agrícolas.

Ante el panorama que hay ante mis ojos me resulta difícil de imaginar, en ese mismo escenario, las nueve casas que oficialmente había en 1847. De las de Ozcoidi he podido inmortalizar en letras de imprenta los nombres de sus casas, pero aquí en Larequi, sin descartar la posibilidad de llegar a encontrar a alguien que me aporte algún dato sobre otras casas que no sean la de Isquerrena, se me antoja que es difícil averiguar su nombre. Únicamente puedo decir que, décadas atrás, hubo en Larequi, además de la familia Redín de la mencionada casa Isquerrena, otra familia en la que el cabeza de familia era pastor, otra en la que él era boyero, y otra más de agricultores. Cuatro familias.

En la calle apenas queda suelo empedrado; todo es barro. Ya nadie acude a saciar su sed a ninguna de las dos fuentes, ni personas ni ganado. Quedan lejos, muy lejos, aquellos inviernos en los que se salía a cazar conejos con hurones. Quedan muy lejos aquellas fiestas patronales de San Bartolomé, el 24 de agosto, con abundante presencia de parientes, de visitantes, y de curas ensotanados, en las que no faltaban una buena comida, una sobremesa con guitarra, y una buena partida de cartas. Quedan muy lejos aquellas interminables tardes de los domingos jugando a la calva; y también aquellas masadas de pan en el horno de la trascocina a la luz del farol, o aquellos quesos de oveja; y los sermones de don Gregorio Cabodevilla; y los viajes en el Irati para llevar a Pamplona algún saco de conejos a la carnicería de San Saturnino; y el recuerdo doloroso de cuando Juan Redín murió en la guerra. Todo queda ya muy lejos.

Vacía y desacralizada está la iglesia, sin sermones, sin oraciones, sin campanas que tañir. Allí predicó don Gregorio, el cuñado del amo; y antes lo hizo don Marcos; y antes otros muchos clérigos que solo Dios sabe, como aquél Miguel de Larequi, que fue nombrado abad en 1567, y al que no le faltaron pleitos con su colega de Artanga. Si esas paredes hablaran, ¡que no dirían!.
Y el día de San Bartolomé ya no hay curas, ni visitantes, ni parientes, ni misas, ni comida, ni cartas, ni guitarra rasgada, ni farol que alumbre, ni horno que cebar. Los conejos son los que han salido ganando, que ahora campan a sus anchas por lo que antes fueron fértiles eras.



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Casa Isquerrena
Me detengo delante de casa Isquerrena, cerrada a cal y canto. Oficialmente construida en 1852, aunque esa inscripción de piedra más parece una clave aprovechada de otra casa, o el año de alguna reforma. Más fiable parece la fecha de la puerta: “Francisco Zabalza, a 28 de febrero de 1719”, sobre todo si tenemos en cuenta que esta casa fue palaciega en otro tiempo; basta con ver su planta cuadrada, su patio central, y otros pequeños detalles que así lo evidencian.



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Esa puerta verde, esas ventanas, esos muros, esos hornos que se vislumbran, nos retrotraen a los tiempos, décadas atrás, de Felipe Redin Gil (hijo de Javier y de Juana, esta última de Jacoisti), que casó con Felisa Cabodevilla, de Elcoaz. Nos retrotrae a aquellas faenas agrícolas estivales en las que venía gente de Sangüesa a ayudar; nos retrotrae a cuando se trabajaban algunas viñas, las suficientes para darle vida a la bodega de la casa, cargándola comporta a comporta; nos retrotrae a aquella época ganadera en la que casa Isquerrena tenía su propia marca de ganado; nos retrotrae a cuando había chimenea central, con fogón, en la que los cabritos se asaban ensartados en el espedo, y los pucheros y tupines, sobre el trébede, se calentaban al calor de las brasas, mientras el chuquil (tronco de Navidad) comenzaba a arder en la nochebuena. Me imagino a doña Felisa, sentada en una de aquellas sillas bajas, hilando con la rueca su ovillo de lana, a la vez que su hermano Gregorio, don Gregorio, iba pasando las cuentas del rosario o preparando el sermón del domingo. Me imagino a Fermina, la hermana de Felipe, con aquellos ropajes negros, preparando la masa para hacer los cabezones de pan. El propio fuego, las teas, algún candil de aceite, un farol de una vela o de dos velas, serían los útiles empleados en casa Isquerrena para la iluminación; creo no equivocarme si digo que nunca hubo luz, pues los últimos años se sirvieron de un grupo electrógeno.



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Me imagino también a toda la familia Redín sentada el 5 de enero en torno a la mesa de la cocina dispuestos a echar el reinau, baraja en mano, dejando en las sillas un sitio para Dios y otro para la Virgen. Y me los imagino el día de Sábado Santo repartiendo el agua bendita entre las aguabenditerasde cada dormitorio, guardando el agua sobrante para las cruces que se ponían en cada campo.
Al final son todo evocaciones delante de la puerta de casa Isquerrena, delante de esa rueda de carro, que habrá rodado por esos caminos lo que nadie sabe. Mueren las casas en Larequi, pero Larequi no morirá mientras viva su memoria, y a ello quiere contribuir este reportaje que aquí acaba.


Diario de Noticias, 13 de abril de 2008
Autor: Fernando Hualde


 
LARRANGOZ ( NAVARRA)


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LARRANGOZ, SEÑORÍO DE LA VEGETACIÓN



Desde Murillo de Lónguida, camuflado en el monte y por el monte, se llegan a ver las casas, la torre y la iglesia del despoblado de Larrangoz. La vegetación crece descontrolada y se ha apoderado de este lugar.

Muy cerca de Murillo de Lónguida el monte, y quien dice el monte dice en este caso la vegetación que en él crece, esconde un antiguo núcleo de población que lleva ya unas cuantas décadas deshabitado. Hablamos hoy de Larrangoz, en el valle de Lónguida; hablamos, en definitiva, de cuatro casas y una iglesia, ocupando un término que hace muga con el valle de Izagaondoa. Antaño hubo allí un señor, dueño del magnífico palacio que todavía se tiene en pie; antaño hubo allí alegre repiqueo de campanas, y hubo ganado en las cuadras y en las calles, y parva que aventar, hubo fieles en la iglesia, y vida en sus casas. Hoy reina el silencio, reina la ruina, y no hay más señor que la vegetación, que se ha adueñado del palacio, de su torre, del entorno de la iglesia, que prácticamente impide el acceso a las casas, que oculta el suelo empedrado donde agarraban los carros y las caballerías, que ha hecho de las huertas y de las eras un paraíso de maleza incontrolada. No, no busco dar una imagen triste, pero con pena hay que reconocer que no hay otra definición posible para un pueblo en el que ya nadie nace ni muere; para un pueblo en el que la naturaleza está volviendo a recuperar el sitio que le quitaron las casas.


Para llegar a Larrangoz hay que cruzar el río Irati, y para ello, sobre todo en estos días que baja bien crecido, no hay otro sistema que utilizar el viejo puente colgante amarrado con recias sirgas. Doy fe, en contra de lo que pueda parecer, de que no se cae, a pesar de todo lo que se mueve. Una vez salvado el río no hay más que seguir el camino hacia la derecha, que en breves minutos nos remonta hasta este antiguo señorío de probable origen medieval, en el que la figura de Charles de Ayanz, allá en el siglo XVI, es una de las pocas referencias que nos queda.



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Caballero medieval
Se ve que el camino, por su anchura y su empedrado, todavía perceptible, fue diseñado en su día para el tránsito de carros. Un hermoso roble recibe en el lado izquierdo nuestra llegada; y un muro redondeado, de sillarejo, lo hace en el lado derecho, anunciando que la aparición de construcciones de piedra es inminente.
Lo primero que se ve, de frente, es una casa en ruinas. Conserva su portalada de piedra encalada y ligeramente apuntada; y sobre ella una ventana, también rodeada de cal, que hace tiempo que perdió su columna central, o parteluz.



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Pero, sin quitar nada a todo lo demás, la verdadera riqueza patrimonial de este antiguo núcleo de población la encontramos en su iglesia, un templo románico cuya portada, levemente posterior (románico de transición, aunque algunos ya la definen como gótica), muestra unas figuras pétreas a modo de capiteles que, pese a exhibirse incompletas e incomprensiblemente mutiladas, nos hablan de verdadero arte. En el lado derecho vemos a un águila sin cabeza que sujeta entre sus garras a una presa; y en el lado izquierdo vemos a un caballero medieval, a caballo, en donde caballero y jinete también se nos aparecen descabezados. El caballero luce la indumentaria propia de la época, escudo cruciforme incluido, y también traje de malla metálica.

El interior de la iglesia, dedicada a la advocación de San Bartolomé, se muestra abandonado, con una cruz sin crucificado apoyada en donde antes estuvo el altar, y con media docena de bancos dispersos y desordenados por su interior. El coro ha recibido parte de la techumbre de la torre, muestra el esqueleto de lo que en otro tiempo fueron las escaleras de acceso al campanario, y ha perdido la totalidad de los barrotes de su barandilla. Ese es el aspecto del interior, mientras que en el exterior la vegetación dificulta cualquier movimiento.



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Frente a la iglesia se levanta altiva una impresionante torre. Forma parte esta fortificación de un viejo palacio señorial que, a pesar de su ruina, se resiste a perder el glamour que un día tuvo. Las armas, o escudo, de este palacio fueron precisamente una águila con las alas abiertas, sujetando una liebre entre sus patas; exactamente la misma figura que vemos representada en la portada de la iglesia. El caballero medieval quiero pensar que es el que un día, allá por el medievo, fue dueño y señor de este viejo palacio, igual que simultáneamente lo fue del de Alzorriz.

Puerta y trillo
Por último, en la parte más alta del pueblo, se levanta un esbelto caserón hasta cuya puerta llega una minúscula regata que inunda sin piedad la que en otro tiempo habría sido la era, al menos así me lo supongo. Luce sobre su portalada de medio punto un azulejo que nos recuerda que antaño fue la casa número 5. Sobre la clave del arco de entrada alguien puso, incrustada, una herradura para calzarla mejor, y nunca mejor dicho.



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No aconsejo a nadie adentrarse en este viejo edificio, ni tampoco en ninguno de los otros aquí mencionados. Son edificios que se están hundiendo, y la seguridad brilla por su ausencia. En cualquier caso sépase que la planta baja de este último caserón, como la del palacio, está ocupada por cuadras, en donde los pesebres, las conejeras, la Paj*, y algún trillo desproporcionadamente grande conviven como testigos únicos de la vida que allí hubo.
Este edificio, y todo el pueblo en sí, es una de esas pruebas evidentes de que la naturaleza acaba volviendo a ocupar su espacio; la vegetación, no sólo le rodea por completo, sino que penetra por puertas y ventanas.

Para quienes nos gusta la etnografía, llama la atención en esta casa la presencia de una puerta, cuyo cuarto inferior fue reconvertido en trillo, de tal manera que esta pieza era capaz de cumplir con su doble función de puerta y de trillo; una vez que cumplía con su función de trillar la hierba volvía a ser encajada en sus goznes. Son detalles de supervivencia. Detalles que nos dejan entrever un estilo de vida, una huella de vida humana.
Hoy Larrangoz vive inmerso en el silencio, prácticamente oculto por la vegetación. El caballero medieval de la iglesia perdió su cabeza; el águila también perdió la suya; y las casas que aquí todavía se resisten a caer, perdieron décadas atrás la vida y el calor que aporta el ser humano.

Atardece en Larrangoz, y es hora de volver. El camino que baja hacia el Irati es precioso, de ensueño. Todo sería bonito, incluso el volver a cruzar un puente colgante como el que allí salva el Irati, si no fuese porque lo que queda a mis espaldas, paraíso de yedras, ortigas y zarzas, es la triste y penosa realidad de un pueblo, y si me apuran la de un valle, el de Lónguida, que peligrosamente empieza a llenarse de despoblados.

Diario de Noticias, 15 de junio de 2008
Autor: Fernando Hualde


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LARRÁNGOZ EN 2010
IMÁGENES OBTENIDAS EL 28 DE MARZO DE 2010 POR MARIAN INDA



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LAS ERETAS ( NAVARRA)



Travel: Las Eretas – World Archaeology




NOTA.- Como puede verse en este blog el tema de los despoblados de Navarra se aborda sin límites de tiempo. En este caso nos trasladamos a la Edad de Hierro.


LAS ERETAS, POBLADO DE LA EDAD DE HIERRO



A muy pocos metros del río Arga, en la misma localidad de Berbinzana, podemos encontrar los restos arqueológicos de un antiguo asentamiento humano de la Edad del Hierro. Hablamos de Las Eretas, un yacimiento que se nos presenta hoy como un recurso turístico con mucho futuro.
En esta misma sección ya nos acercamos en su día a una parte importante del patrimonio de Berbinzana, en concreto abordamos aquí la historia de su puente y de la bovedaza. En aquella ocasión finalizaba yo el reportaje con el compromiso de acercarme en una futura ocasión a otros aspectos del patrimonio histórico y cultural de esta localidad, y hoy es el momento de cumplir lo prometido.

Hace unos días, en este mismo periódico, nos encontrábamos con la noticia de que se quería potenciar de cara a este verano el primitivo poblado de Las Eretas, en Berbinzana, como recurso turístico de primer orden. Y la verdad es que no solo me parece muy bien, sino que además quiero aprovechar esta tribuna para sumarme a ese esfuerzo que se está haciendo por dar a conocer este poblado fortificado de la Edad del Hierro.
Nos empeñamos muchas veces en irnos bien lejos a conocer otros lugares y otras culturas, lo cual no está mal, y es además un buen ejercicio para no creernos el ombligo del mundo. Pero lo que no es de recibo es que por irnos tan lejos, dejemos de visitar lo que tenemos al lado, lo que tenemos cerca, en nuestra tierra. Navarra posee auténticos tesoros desde el punto de vista patrimonial, y bueno es que empecemos a esforzarnos por ir conociéndolos. Y, precisamente, uno de ellos lo tenemos aquí al lado, en Berbinzana; no muy distante del yacimiento de Andión, y no muy distante del dolmen de Artajona, o de su cerco fortificado. Es una excursión de gran interés que realmente merece la pena.

Edad del Hierro
Las Eretas están en la localidad de Berbinzana, en las afueras de esta población, junto a la Plaza de Toros y junto al puente y, en consecuencia, junto al río Arga. A tan solo 50 kilómetros de Pamplona.
Desde esta última capital cogemos la carretera nacional 111. A la altura de Puente La Reina, junto a la gasolinera, tomamos la carretera que por Mendigorría nos conduce hasta Larraga, y desde esta localidad otra carretera local nos acerca hasta Berbinzana, nuestro objetivo.

Puente La Reina, Mendigorría, Andión… son algunos de los enclaves en los que podemos detenernos con la convicción de que vamos a ver cosas interesantes, de que no vamos a quedar defraudados. Pero el plato fuerte de esta excursión vamos a situarlo en Berbinzana, en Las Eretas, en donde vamos a tener oportunidad de ver algo que no se ve todos los días, algo que nos va a retrotraer al siglo VII antes de Cristo, en la Edaddel Hierro, que es precisamente ese periodo que abarca el primer milenio anterior al nacimiento de Cristo hasta la romanización.

Dicen los entendidos que es precisamente en este periodo cuando encontramos en Navarra los primeros signos de una ordenación del territorio por parte de la población indígena, lo que da pie a un proceso de sedentarización con la formación de aldeas, generalmente fortificadas. Es así pues, en esta época, donde hay que situar el poblado de Las Eretas. Es imporante ser conscientes, por tanto, del significado que tienen esos vestigios que tenemos delante, por cuanto significan y representan.

Es este un yacimiento en donde se ha sacado a la luz una parte de su recinto amurallado y de sus torres defensivas. Previamente han existido unos años de intensos trabajos y de una investigación concienzuda sobre lo que allí había; trabajo este que ha permitido reconstruir una parte de la muralla allí existente, así como una torre y también una vivienda de aquella época. Culminada esa fase previa, y con muy buen criterio, se ha procedido a musealizar este entorno, con paneles inclusive, y a valorizarlo patrimonialmente, lo que nos permite ahora a los demás poder disfrutar de ese privilegio que es, y supone, deleitarse ante un yacimiento arqueológico excepcional.

Y cuando digo excepcional, es excepcional. ¿Por qué es excepcional?, pues porque el estilo urbanístico de este poblado rompe, en buena medida, con las pautas que se seguían en otros poblados de la Edad del Hierro. Lo que tenemos en este yacimiento de Berbinzana, cuanto menos, es poco común.
De entrada estamos ante un asentamiento humano edificado en un terreno llano. Esto, que parece una simpleza, quiere decir que la orografía del terreno no da ninguna facilidad a la hora de fortificar el poblado. Obsérvese que cualquier población fortificada lo que ha hecho es jugar o aprovecharse de las condiciones del terreno para hacer posible una defensa mucho más efectiva.
En el caso de Las Eretas esta deficiencia la han minimizado gracias a la construcción de un murallón de una gran envergadura, claramente desproporcionado con las edificaciones que protege en su interior.

Esta muralla, a la que se le calcula una altura que puede oscilar entre los cuatro y cinco metros, rodeaba totalmente el poblado, y además se reforzaba con algunas torres estratégicamente situadas en puntos equidistantes, lo que hacía más difícil todavía cualquier intento de agresión desde el exterior. Quienes hicieron el trabajo de investigación no descartan, además, de que todo este recinto fortificado estuviese complementado en su parte exterior por otros elementos como fosos o como campos de piedras o con pequeñas murallas de estacas de madera.

El poblado y las viviendas
Si analizamos lo que hay dentro de ese recinto defensivo lo que nos encontramos es con un poblado, no superior a media hectárea de superficie, que se articula en torno a una calle central, y dotado también de un espacio abierto, como si fuese una plaza.
A ambos lados de la calle encontramos las viviendas, de planta rectangular, y pegadas en su parte final al muro defensivo, y compartiendo entre ellas los muros laterales. Así suelen ser los poblados contemporáneos a este encontrados en el valle del Ebro.

La gracia de este yacimiento es que en base a los estudios previos sobre otros yacimientos similares y de la misma época, y en base también a los restos que se han podido recuperar, lo que se ha hecho es reconstruir con un alto índice de fiabilidad tres viviendas completas, y con el mismo material que se empleaba entonces. No hay que olvidar que eran casas de tierra, fundamentalmente adobe, cuyas paredes estaban levantadas sobre amplios zócalos de piedra que las protegían de la humedad.

Sobre estas paredes de tierra se apoyaba la techumbre, construida siempre con materias vegetales, especialmente Paj*, y sustentada sobre dos traviesas, o vigas, apoyadas en el suelo con unos pies cilíndricos. Todo esto permitía dividir el tejado y el interior de la vivienda en tres partes y en tres estancias claramente diferenciadas: el vestíbulo, la sala principal, y la despensa, situada esta última en la parte colindante con la muralla.

En la entrada de la vivienda, el vestíbulo, podemos ver en el lado izquierdo un horno doméstico, construido con arcilla refractaria, y una pequeña fosa revestida de barro. Estos hornos son, precisamente, uno de los elementos mas significativos y representativos de este yacimiento.
Del vestíbulo se accede a la sala principal, algo así como el cuarto de estar, en el que el elemento principal solía ser un hogar situado a una cierta altura del suelo y hecho a base de arcilla. Y por último, al fondo de la vivienda, se situaba la despensa, cuyo mobiliario no solía pasar de un banco, generalmente adosado a la pared de la muralla; en este caso concreto de Las Eretas las investigaciones realizadas permitieron ver que esos bancos de la despensa en su día estuvieron pintados de negro.

Otros hallazgos
Cuando se intervino sobre este yacimiento arqueológico se puso especial interés en la localización de piezas de cerámica, que son elementos que desde todos los puntos de vista nos aportan abundante información. Hablamos de piezas de vajilla modeladas a mano, pero con la ayuda de una torneta.
En el yacimiento de Berbinzana, y en los trabajos realizados hasta ahora, se han podido localizar piezas con la superficie totalmente pulida, así como otras que, por el contrario, tenían la superficie sin pulir; esta diferencia se basaba en su distinto uso, en su funcionalidad, pues no era lo mismo una pieza de vajilla para la mesa que una pieza destinada a la cocina o a guardar alimentos.

Al margen de los vasos y cuencos que se han localizado y catalogado, existen también otros muchos elementos no menos representativos de la cultura de la Edad del Hierro, como lo son las fusayolaspara tejer, un molde de fundición para hachas de bronce, agujas, punzones, botones, incluso molinos de mano.
Lo que hasta la fecha no se ha podido encontrar es la necrópolis de incineración correspondiente a este poblado. Obviamente esta tenía que estar situada fuera del recinto amurallado, y con esta escueta pista no se fácil su hallazgo. En cualquier caso sí que se han podido recuperar, al menos, seis inhumaciones infantiles que se encontraban bajo el suelo de las casas, correspondientes a fetos terminales y a niños recién nacidos.

Esto nos daría pie a introducirnos en aquella cultura de la Edad del Hierro, previa a la implantación del cristianismo, en donde se establecía la existencia de dos tratamientos fúnebres diferenciados: por un lado la incineración, practicada a todas aquellas personas que habían superado el momento del inicio de la aparición de los dientes de leche; y por otro lado la inhumación, practicada en los fetos y en los niños recién nacidos que no habían llegado a la dentición.

Bien, toda esta información sobre Las Eretas, tal vez un poco más resumida, es la que se le proporciona al visitante en un desplegable informativo que se obtiene al acudir a este poblado. Ahora sólo nos falta ir allí, contemplar con nuestros ojos esta interpretación de la vida de aquellos que un día, como los actuales vecinos de Berbinzana, se asentaron allí, junto al río, y disfrutaron de los beneficios de este cauce.

Sería bueno que nos detuviésemos a pensar en la importancia de este yacimiento arqueológico, que nos habla de costumbres, de formas de vida, de materiales, y de tantas y tantas cosas. Este tesoro arqueológico no está en Grecia, ni en Italia, ni en ningún lejano país; está aquí, al lado nuestro, en Berbinzana. Estaría muy bien que este verano nos acercásemos a ver este antiguo poblado, que merece la pena hacerlo. Y sin olvidarnos que en el mismo Berbinzana hay otras cosas interesantes desde el punto de vista patrimonial: la iglesia, el puente, la bovedaza, escudos de piedra, bellos ejemplares de arquitectura rural… Y sin olvidarnos tampoco de que Artajona, Andión, Mendigorría, Puente La Reina… están allí mismo, llamándonos.

Diario de Noticias, 4 de julio de 2005
Autor: Fernando Hualde


 
LEARZA ( NAVARRA)


LEARZA - Navarra. | Iglesia de San Andrés de Learza, aldea d… | Flickr




LEARZA. ARTE, COLONOS Y MARQUESES

El pasado mes de enero, desde esta misma sección, nos asomábamos de una manera más o menos general a la historia de Etayo, en Tierra Estella, y de sus gentes. Lo hicimos entonces con la promesa, o con el compromiso, de que en un futuro volveríamos a ocuparnos de este lugar, pues entiendo que había otros aspectos de este bonito pueblo que bien merecían un reportaje específico.

Y como uno no tiene vocación de político electoralista, sino que me gusta cumplir, pues aquí estoy de nuevo dispuesto a resaltar hoy, y aquí, una parte de la historia de Etayo. Es de justicia.

Para empezar hay que aclarar que Etayo no sólo es Etayo, sino que es la suma de Etayo y de Learza, dos núcleos de población diferentes, aunque muy próximos, con un solo ayuntamiento y un solo sentimiento.

Una plaza
Cierto es que Learza es poco conocido. Su censo poblacional, totalmente irrelevante desde el punto de vista demográfico, y su ubicación, allá en la falda de San Gregorio, y con una carretera que allí muere, lo convierten en un lugar discreto y bastante desapercibido. Como contraprestación a todo esto, y también como consecuencia de ello, Learza goza de una paz y de una tranquilidad monacal, de un encanto especial, que es el que le da ese ambiente de privacidad que se respira y la solemne presencia de su iglesia.

Learza no tiene barrios, ni tan siquiera calles; es, simplemente, una plaza. Una plaza cuadrada con un jardín redondo en el centro en el que un sencillo crucero, al estilo de las viejas picotas, ejerce la función de epicentro.

Antaño no tuvo carretera. Esta era el camino que iba a Piedramillera. Un segundo camino, hoy desaparecido, por el paraje de Los Robles comunicaba el lugar con Etayo. E incluso un tercer camino, el que partía, y parte, desde la iglesia subía por el portillo de la Sierra para bajar después al Corral de la Marquesa. Hoy estos caminos ya no son lo que eran, ya no circulan por ellos las galeras, ni son ruta de segadores; se difuminan, y acaban perdiéndose algunos de ellos en beneficio de otros de nueva hechura –los de la concentración parcelaria-, o reconvertidos en carreteras.

Learza fue señorío del marquesado de Vesolla, pero antes de serlo encontramos indicios de que allí hubo un núcleo de población en épocas lejanas; hablamos nada menos que de la edad del bronce. De ello quedan algunos vestigios, incluso algunas pinturas rupestres como la que hay en la cueva de las Peñas del Cuarto, cerca del Portillo de la Sierra de San Gregorio, en donde alguien, un día, dejó allí grabado un dibujo que representa a un jinete sobre su caballo. Estos vestigios se complementarían con otros restos líticos, fundamentalmente hachas y cazuelas, que en las últimas décadas se han encontrado en las inmediaciones de Etayo. Una de estas hachas puede verse hoy en el Museo de Navarra.

E incluso, inmersos como estamos en este ambiente paleolítico, conviene recordar que no muy lejos de allí, aunque ya es término municipal de Los Arcos, a mediados del siglo XX el propietario de una finca (donde hoy está la ermita de San Vicente, antiguo despoblado de Yañiz) destruyó, porque le molestaban, tres curiosas piedras muy bien trabajadas que parecían emerger de la tierra; eran las denominadas “piedras mormas”, unos supuestos menhires –a juicio de Altadill- que arrastraban tras de sí no pocas leyendas.



Señorio de Learza




San Andrés
Pero volvamos a Learza, que merece la pena. Y vamos a centrar nuestra atención en una de las joyas que el arte románico exhibe en Navarra. Se trata de la iglesia de San Andrés Apóstol, que cierra, en un alto, la plaza de Learza.

Es un edificio que por su estilo arquitectónico no andaremos muy errados si decimos que pudo construirse hacia el año 1200. Es decir, dentro del estilo románico podríamos encuadrar este templo dentro de lo que se llama “románico tardío”, o dicho de otra manera, y para que el lector pueda entenderlo mejor, sus arcos no son totalmente semicirculares sino ligera y discretamente puntiagudos en su parte más alta, algo que sucede hacia el año 1200 cuando el arte románico empieza a evolucionar hacia el arte gótico. En cualquier caso, y aun no entendiendo de arte, solo cabe admirarse ante la belleza arquitectónica que nos muestra esta pequeña iglesia del románico rural.

Este templo, según recogen Víctor Pinillos y Antonio Bobadilla en su libro “Etayo. Apuntes sobre un pueblo navarro”–que no me cansaré de recomendar-, ha conocido algunas remodelaciones en las que siempre se ha respetado su aspecto original. Estas reformas las conoció fundamentalmente a partir del siglo XVI, así como en el siglo XVIII y en la primera mitad del XIX; prueba de ello, y testimonio claro e inequívoco de aquellas obras, son las pinturas góticas que hay en el interior, o los retablos, el coro, la sacristía, la nueva puerta de entrada –con su pórtico- que da a la plaza, o la antigua espadaña.
San Andrés conoció también importantes trabajos de restauración en los años 1987 y 1992, que finalmente le han devuelto su aspecto primigenio y nos permiten hoy contemplar este templo en su estado más puro.

Durante las reformas que ha tenido esta iglesia llegaron a descubrirse, al retirar un retablo lateral, algunas pinturas góticas no muy bien conservadas precisamente, pero que nos orientan hacia la existencia de reformas en aquella época.
A la espadaña también se le ha devuelto, y con gran acierto, el aspecto original; para ello fue necesario desmontar algunos añadidos posteriores que le daban un cierto aire de campanario.



LEARZA - ARTE ROMANICO ENNAVARRA, recorridos



Allá en el siglo XVIII alguien tuvo la brillante idea de hacerle a esta iglesia una nueva puerta en su lado norte (hacia la plaza) dotada posteriormente de un pequeño atrio, o lugar de reunión, quedando así en desuso la puerta original de la fachada sur (hacia la sierra); y cuando digo en desuso no quiero decir que se usase poco sino nada, pues la tapiaron por dentro. A esa misma época pertenece también el aguabenditera de alabastro.
En su interior llama la atención el retablo romanista, labrado hacia el año 1600, que se atribuye al maestro Juan de Truas, con participación de Francisco Martínez de Nájera en lo que a policromía se refiere. Está presidido, en el centro, por la figura de San Andrés Apóstol. Tiene la iglesia otros dos retablos dedicados a San Juan Bautista y a Santa María Magdalena.

Learza es hoy un auténtico remanso de paz. Tal vez ya no tenga el esplendor que tuvo antaño en lo que a actividad agrícola se refiere. Atrás ha quedado también la ganadería que tuvo, la que utilizaban para las tareas agrícolas y la de cerda que mantenían los colonos para su propia alimentación. Allí, en uno de los lados de la plaza, está el palacio, con sus armas de piedra en la fachada ocultas prácticamente por las ramas, cuyo interior nos podría hablar de marquesados, como el de los Vesolla, o de vizcondados, como el de Valderro. Estos nobles forjaron la historia de esta aldea, o de esta granja; pero también existe otra historia mucho más íntima, que sin quitarle nada a la nobiliaria, es la que día a día, año a año, y siglo a siglo han ido haciendo los que allí han trabajado, los que han hecho que los campos diesen su fruto, los que cuidaban el ganado, el cabrero, el que le robaba los melocotones a la marquesa, las aguadoras que llevaban hasta el palacio el agua del manantial de Zaraquieta, el que iba con el macho todos los domingos a buscar al cura de Etayo para que celebrase la misa...

En Learza trabajaban familias de los pueblos cercanos, y allí nacían sus hijos, y allí vivieron hasta que el campo conoció su mecanización. Ellos recuerdan con agrado aquella época, y recuerdan las fiestas que se celebraban, con música, a las que acudían vecinos de otros pueblos. Mandaban sus hijos a las escuelas de Etayo, según indica Mª Inés Acedo en su libro dedicado a Piedramillera, y aquellas familias tenían en propiedad sus propios animales de corral.
Hay quien recuerda con nostalgia la vida social que se generaba en torno al lavadero, que se encontraba en la subida al pueblo y hasta él bajaban a lavar al menos una vez por semana. En fin, todo es historia, aunque sea menuda, y también esta hay que recuperarla, y conservarla, y darla a conocer. Y es lo que hoy hacemos en estas páginas.

Diario de Noticias, 6 de abril de 2003
Autor: Fernando Hualde

 
LOYA ( NAVARRA)



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Ubicación


Se encuentra este despoblado en el término de Ezprogui, antiguo “Val de Aibar”, ubicado entre la localidad de Moriones y el despoblado de Arteta. Desde la localidad de Moriones, por delante de su cementerio, sale una pista hacia Loya, Arteta, Julio, etc. A 1340 metros de Moriones encontramos las ruinas de este despoblado en el lado derecho de la pista.

Coordenadas:

Latitud: 42º 35’43.12”N
Longitud: 1º 274.26”O


Historia

Estamos ante uno de los antiguos señoríos realengos de la Val de Aibar que tuvo palacio de cabo de armería. En el año 1280 su pecha anual estaba cifrada en 6 sueldos por tres “carneros”; 2 sueldos y 9 dineros por vino vendido; mas 3 cahíces y medio de trigo y otros tres cahíces y medio de cebada y, en concepto de “cena”, 1 cahíz, 2 robos y medio de trigo, y otro tanto de cebada. En el año 1427 estas cargas estaban resumidas en 22 sueldos, 2 cahíces, 3 robos de trigo, y 3 robo de cebada. Reducidas estas pechas finalmente a 15 sueldos por “carneros”, fueron dadas por el rey Juan II en 1465 a Martín de Erro, el cual las vendió a su vez a Gracián de Urniza, señor de Uriz.

Su índice de población nunca ha sido abundante. En los años 1427 y 1553 contaba Loya con dos fuegos; en 1646 tenía un fuego; 8 habitantes en 1786; 13 en 1857; 11 en 1858; 9 en 1887; 12 en 1920; ninguno en 1930; 7 en 1940; y llega ya a 1950 deshabitado, manteniéndose así desde entonces.

Loya formó parte de Aibar (era uno de los siete pueblos que integraban la Vizcaya) hasta las reformas municipales elaboradas en Navarra entre los años 1835 y 1845. Se dice que a partir de entonces constituyó con Izco un único municipio. Y se cree que este Izco con el que se une no es el de Ibargoiti, sino que se refiere al núcleo de población denominado Eyzco, y que existió enfrente de Loya, al otro lado del barranco.
Aun teniendo palacio de cabo de armería este lugar se gobernó como realengo, y lo gobernaban conjuntamente el diputado del valle y los regidores que se elegían entre los vecinos (que eran dos en 1847). El correo llegaba desde Sangüesa.

En la actualidad Loya pertenece al Patrimonio Forestal de Navarra, integrado en la finca denominada Ezprogui (integrada por los despoblados de Sabaiza, Usumbelz, Guetádar, Julio, Arteta, Loya, Gardalain, e Irangoiti), con importantes masas forestales de roble y de pino laricio, este último de repoblación y silvestre


Estado de conservación

Se conservan los restos de la iglesia y de algunas casas. A la iglesia le han desmontado y se han llevado su portalada de piedra; en su interior llaman la atención, a media altura, los restos de algunos tramos de cornisa decorativa policromada, en rojo y azul. Ningún edificio conserva la cubierta, y excepto la iglesia, el resto de edificaciones están totalmente tomadas por la maleza; nada queda de su estructura interna. En uno de los edificios puede llegar a verse en su planta baja una ventana saetera.


Intervenciones patrimoniales

El 27 de octubre de 2009 se levanta acta fotográfica de su estado de conservación y de cuantos detalles arquitectónicos se consideran existentes dentro de lo que en ese momento queda.


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ALBUM FOTOGRÁFICO

IMÁGENES TOMADAS EL 1 DE NOVIEMBRE DE 2009
FOTOS: MARIAN INDA


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ANECDOTARIO
Nacimientos

En la localidad de Loya se tiene conocimiento de que, entre otras, han nacido las siguientes personas:
Año 1725: María Armendáriz Echeberria
Año 1746: Pedro Sola Armendáriz
Año 1750: Pedro Ayesa Armendáriz

 
MENDINUETA ( NAVARRA)


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MENDINUETA EN 1980

Fotografías tomadas el 23 de marzo de 1980 por Adolfo Etxegarai.

Hoy cuesta imaginar a aquellas casas con puertas y ventanas. Estas últimas décadas han cambiado por completo el aspecto de esta localidad del valle de Izagaondoa.

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MENDINUETA A VISTA DE BUITRE (EN 2006)

Fotografías tomadas el 27 de mayo de 2006 por Iñaki Sagredo desde un autogiro.





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MENDINUETA EN 2009

Bonitas fotografías tomadas por Marian Inda el 6 de junio de 2009

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ANECDOTARIO
Nacimientos

Es intención de este blog aportar en cada lugar, en la medida que se vaya sabiendo, una relación de las personas nacidas en cada núcleo de población que haya quedado deshabitado.
Así pues, en el lugar de Mendinueta de momento tenemos constancia del nacimiento de las siguientes personas:
Año 1730: Martina Andueza Munárriz

 
MONDELA ( NAVARRA)


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Imagen obtenida en el despoblado de Mugueta (Lónguida) el 30 de octubre de 2009. En los terrenos que aparecen a la derecha se calcula que pudo estar el despoblado de Mondela. (Foto: Esteban Labiano)


Ubicación
El despoblado de Mondela estuvo situado dentro del triángulo que forman las localidades de Mugueta (Lónguida), Larequi (Urraul Alto) y Ozcoidi (Urraul Alto); concretamente muy cerca de este último pueblo. El Diccionario Geográfico de Madoz lo sitúa dentro del término de Mugueta; mientras que la Gran Enciclopedia de Navarra lo sitúa dentro de Urraul Alto. Lo cierto es que allí hay una pequeña franja de terreno que actualmente pertenece a Urraul Alto, mientras que antes perteneció a Lónguida.

Historia
Mondela fue señorío de realengo. La primera referencia documental que se tiene de este lugar es del año 1280, en donde vemos que junto con Ozcoidi y Argaiz debía ese año una pecha anual de 3 cahíces, 3 cuarteles de trigo y 9 cahíces, 3 cuarteles de cebada y avena, más 2 cahíces de trigo y otros tantos de cebada y avena en concepto de cena.

En 1540 ya figura en los documentos como despoblado, lo mismo que Argaiz. Si bien hay que aclarar que en el Libro de Fuegos del año 1365 ya no aparece, entendiéndose que en ese siglo XIV es cuando quedó deshabitado. Ambos despoblados, Mondela y Argaiz, estaban muy próximos y los dos pertenecían entonces a Lónguida. Los vecinos del entorno los arrendaban juntos (no se podía coger uno y dejar el otro). Ese año de 1540 quien aprovechaba con sus ganados las hierbas y las aguas de Mondela y de Argaiz era Martín Perez de Sansoain (de Sansoain, en Urraul Bajo). En el año 1579 el prendamiento de una yegua en Mondela dio pie a un pleito entre lugareños del entorno. Entre los años 1623 y 1627 un nuevo pleito forzó a regular el derecho de "vecindad forana" de Mondela y Argaiz (se llamaba foranos a los que tenían derecho a usar o explotar hierbas y aguas). En el año 1790 el forano de Mondela y Argaiz era el salacenco Pedro Fermín Ochoa y Morea, de Ezcaroz. En 1796 era otro salacenco, este de Ochagavía, el forano de Mondela y Argaiz; su nombre era Juan Ramón Bornás, que acabo instalándose en Mugueta como señor de su palacio (todavía esta en la fachada del palacio de Mugueta su escudo salacenco).

Curiosamente lo único que queda de Mondela, además de las referencias en documentos del Archivo General de Navarra, es el nombre de Casa Mondela, en la localidad de Zuazu (Izagaondoa), reconvertida hoy en garaje de maquinaria agrícola, y que nos remonta al siglo XVII para encontrarnos con la figura de Teresa Mondela, descendiente de este lugar de Mondela.

Queda igualmente, junto a Ozcoidi, el topónimo de Mondela, que se sobrentiende que se corresponde con el emplazamiento exacto de este antiguo despoblado. Se trata de un paraje poblado hoy de robles y matorral bajo de enebro y ollagas. Un incendio, provocado, que hubo hace unos años, dejó al descubierto algunas franjas de terreno que evidenciaban la existencia de primitivas construcciones de piedra.


 
MUGUETAJARRA ( NAVARRA)


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INFORMACIÓN GENERAL



Ubicación

Se encuentra este despoblado dentro del complejo montañoso de la peña de Izaga. Término municipal de Alzórriz, en el valle de Unciti. Se accede a él desde la localidad de Celigueta (Celigüeta, o Ziligüeta), desde donde una pista, solo apta para todoterrenos, permite acceder hasta este despoblado. Muy importante tener en cuenta que tanto Celigueta como Muguetajarra son hoy fincas particulares con abundante ganado suelto.


Historia
De cara a profundizar en su historia lo primero que hay que tener en cuenta es que a Muguetajarra se le conocía siglos atrás con el nombre de Mugueta; por lo tanto es importante tener en cuenta este detalle para no entremezclar su historia con la del despoblado navarro de Mugueta (valle de Lónguida); pues a nivel documental, en el Archivo General de Navarra no hay marcada ninguna diferencia entre ambos despoblados.
Ya en el año 1056 encontramos las primeras referencias de Muguetajarra, entonces con la grafía Mugueta, como sobrenombre locativo, en relación con su señor Sancho Ortiz. En el Libro del Rediezmo del año 1268 se le asigna una aportación de 16 dineros más 1 cahíz y 1 robo de trigo. Durante toda la Edad Media perteneció al colindante valle de Izagaondoa.


Nunca tuvo Muguetajarra un número de vecinos relevante. Contaba en 1366 con un solo fuego labrador, y en 1427 aparecía como lugar despoblado. En 1845 Madoz sigue aludiendo a él como despoblado; sin embargo en 1887 tenía censados 33 vecinos; en 1920 tenía 35; en 1930 vivía 23 personas; 6 en 1940; 9 en 1950; 6 en 1960; y desde entonces vuelve a figurar como despoblado en todos los censos.
Su iglesia, hoy en ruinas, estuvo bajo la advocación de San Pedro. Alejandra Armendáriz Beorlegui, nacida en 1927 en Guerguitiain, recordaba en una entrevista haber conocido en Muguetajarra a cuatro familias, y cómo los vecinos de Guerguitiain, Celigueta y Alzórriz, gustaban de subir a Muguetajarra el día 29 de abril, fiestas de ese lugar en honor a San Pedro Mártir.



MUGUETAJARRA
DE ALLÍ AL CIELO

Texto: Fernando Hualde
Diario de Noticias, 14 de enero de 2012


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En una cota bastante elevada de la Peña de Izaga existió hasta hace unas décadas la localidad de Muguetajarra. Hoy sólo quedan sus ruinas.
Navarra es una de esas zonas en donde, por los motivos que sea, que los habrá, existe un mayor número de despoblados; índice este que solo pueden llegar a igualar provincias como Soria o Huesca, principalmente. Y dentro de Navarra es evidente que la merindad de Sangüesa es quien más ha sufrido la despoblación durante la segunda mitad del siglo XX. Podríamos hablar en esta merindad de decenas de núcleos de población los que en esa mitad de siglo han visto apagarse su vida tras centurias de haberla mantenido. Cada uno de estos pueblos tiene sus causas por las que ha llegado a esta situación; y lo que sí es claro es que cerrar para siempre la puerta de una casa es de las cosas más traumáticas que puede haber, y tanto más si esa casa es además la última que quedaba habitada en el pueblo.

A partir de ese momento la naturaleza hace todo lo demás; poco a poco las casas se van hundiendo, hasta quedar reducidas a escombros; y poco a poco, demasiado deprisa a veces, la vegetación se apresura a recuperar el espacio que un día el hombre le quitó. La mezcla de ambas cosas es… desoladora. Poco, o nada, se puede hacer para evitar que esos pueblos lleguen a desaparecer. Pero lo que sí se puede hacer, y en ello estamos a través de esta sección periodística, es evitar que la memoria se pierda; se puede recopilar y recoger su historia, salvaguardar sus últimos testimonios de vida, e incluso dejar constancia gráfica de cómo eran estos pueblos antes de extinguirse para siempre.



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Dos Muguetas
Hoy, como tantas veces hacemos, vamos a acercarnos a otro de los muchos despoblados que tienden a desaparecer físicamente. En esta ocasión nos vamos a ir al valle de Unciti, concretamente al lugar de Muguetajarra. El emplazamiento es inhóspito, y es de justicia reconocer que cuesta imaginarse la vida en este lugar. Pero lo cierto es que la tuvo, y durante siglos los vecinos de Muguetajarra y la Peña de Izaga se fusionaron en un binomio que entonces se creía indisoluble. Se encuentra este despoblado dentro del término municipal de Alzórriz; normalmente se accede a él desde la localidad de Celigueta (o Celigüeta, o Ziligüeta, al gusto), desde donde una pista, solo apta pata todoterrenos, permite acceder hasta lo que fueron sus casas. Es muy importante tener en cuenta que hoy, tanto Celigueta como Muguetajarra tienen el acceso restringido, pues son fincas particulares, y con abundante ganado suelto.
De cara a profundizar en su historia lo primero que hay que tener en cuenta es que a Muguetajarra se le conocía siglos atrás con el nombre de Mugueta; por lo tanto es importante tener en cuenta este detalle para no entremezclar su historia con la del despoblado de Mugueta (valle de Lónguida), pues a nivel documental en el Archivo General de Navarra no hay marcada ninguna diferencia entre ambos despoblados, lo que obliga a estar atentos para no asignar parcelas de la historia de uno al otro, que no sería la primera vez que esto sucede.

Ya en el año 1056 encontramos las primeras referencias de Muguetajarra, entonces con la grafía Mugueta, como sobrenombre locativo, en relación con su señor Sancho Ortiz. En el Libro del Rediezmo del año 1268 se le asigna una aportación de 16 dineros más 1 cahíz y 1 robo de trigo. Durante toda la Edad Media perteneció al colindante valle de Izagaondoa.

Nunca tuvo Muguetajarra un número de vecinos relevante. Contaba en 1366 con un solo fuego labrador, y en 1427 aparecía como lugar despoblado. En 1845 Madoz sigue aludiendo a él como despoblado; sin embargo en 1887 tenía censados 33 vecinos; en 1920 tenía 35; en 1930 vivían 23 personas; 6 en 1940; 9 en 1950; 6 en 1960; y desde entonces vuelve a figurar como despoblado en todos los censos.


Últimos vecinos
Es de sus últimos años cuando se ha tenido oportunidad de recoger algunos testimonios.
Varios de los vecinos de los pueblos del entorno coinciden en señalar de sus últimos vecinos fue Fernando Armendáriz, seguramente el más conocido; teniendo en cuenta que la iglesia de San Pedro lleva muchas décadas abandonada y en ruinas, Fernando Armendáriz, pese a ello, acudía cada domingo a cumplir con el precepto a la iglesia de Ardanaz, que se encontraba a varios kilómetros de distancia.
La octogenaria Alejandra Armendáriz Beorlegui, nacida en Guerguitiain, recuerda haber conocido en Muguetajarra a cuatro familias, y cómo los vecinos de Guerguitiain, Celigueta y Alzórriz, gustaban de subir a Muguetajarra el día 29 de abril, fiestas de ese lugar en honor a San Pedro Mártir. Cita ella a casa Faustino, casa Txaso (o Itxaso), “y un poco aparte estaba casa Feliciano”.

José Mª Eslava Gil, de Indurain, y Domingo Larraya Elizalde, de Iriso, añaden a esta lista el nombre de la cuarta casa, que es casa Fernando, última en quedar habitada, que es donde quedó viviendo el mencionado Fernando Armendáriz con sus hijos. “Los de casa Itxaso se fueron a Turrillas, y los de casa Faustino se fueron a vivir a Guerguitiáin”. José Mª Eslava, que fue alcalde de Indurain durante 39 años, conoce muy bien todos los pueblos y entresijos de su entorno, y recuerda que los de Muguetajarra “vivían de la tierra. Ninguna de estas casas tenía en cultivo menos de doscientas robadas. En el verano venían a Muguetajarra los valencianos, a segar a mano”. Recuerda este informante que los niños de Muguetajarra acudían diariamente a la escuela de Indurain, bajaban por la mañana, temprano, y regresaban a su pueblo, siempre andando, al atardecer, que en invierno significaba al anochecer. No faltaba entre los niños de Muguetajarra y los de Indurain las batallas a bolazos de nieve, “y a la mañana siguiente tan amigos”.

Otro octogenario, Desiderio Martínez Orradre, de Beroiz, tiene oído que cuando la guerra murió en Muguetajarra un muchacho al que alguien le pegó un tiro cuando iba cargado con un saco; su delito era ser afiliado de la central sindical UGT.
Pero, sin duda, el personaje más famoso de Muguetajarra fue Miguel Olza Zunzarren, nacido en esa localidad en 1910, y que curiosamente se dedicó al mundo de la tauromaquia, como novillero, y con el sobrenombre de “Vaquerín”. Lamentablemente el 1 de agosto de 1931 fallecía en el Sanatorio de Toreros de Madrid como consecuencia de la mortal cogida de un novillo, dos días antes, en la localidad murciana de Calasparra. El historiador Mikel Zuza Viniegra, descendiente de Zuazu se ha preocupado, y se está preocupando, de recoger con detalle toda su biografía y cuanto material existe en torno a este personaje de Muguetajarra.

A partir de aquí, los testimonios recogidos hasta ahora nos hablan de la presencia de los vecinos de Muguetajarra en la romería a San Miguel de Izaga. Normalmente en Izánoz se juntaban los penitentes de Indurain, Guerguitiáin, Muguetajarra y Vesolla, y desde allí salían todos juntos; “se ponían primero los de Izánoz, que eran ocho o diez, y ellos marcaban el camino”. Iban cantando oraciones, recuerda José Mª Eslava, “se cantaba la letanía, el Santo Dios, el Padre Nuestro, y el Avemaría; el Santo Dios se cantaba ya en Izaga, y lo cantábamos siempre los de Indurain:

Santo Dios,
Santo fuerte,
Santo inmortal,
líbranos Señor de todo mal”.

“Al santuario de Izaga entrábamos en procesión. Se juntaba mucha gente. Para cuando los de Indurain llegábamos, los demás pueblos del valle ya habían llegado; y mucha gente salía a la senda, a nuestro encuentro, para entrar a la ermita con los de Indurain cantando la letanía. Una vez que se cantaba la letanía todos juntos, se rezaba un Padrenuestro a San Miguel, después los gozos, y se acababa con un ¡Viva! A San Miguel”
.
Hoy Muguetajarra, deshabitado, con su caserío disperso y en ruinas, reconvertido en finca ganadera, es un paraje silencioso, más alto que ningún otro pueblo de su entorno de Izaga. En poco tiempo ya no vivirá nadie de cuantos le han conocido con vida, y será entonces cuando todos estos testimonios cobren un valor especial; testimonios estos que hoy compartimos, entre otras razones, para que ya nunca se pierdan.



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MUGUETAJARRA A VISTA DE BUITRE

Fotos sacadas por Iñaki Sagredo el 27 de mayo de 2006



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LAS ERETAS ( NAVARRA)



Travel: Las Eretas – World Archaeology




NOTA.- Como puede verse en este blog el tema de los despoblados de Navarra se aborda sin límites de tiempo. En este caso nos trasladamos a la Edad de Hierro.


LAS ERETAS, POBLADO DE LA EDAD DE HIERRO



A muy pocos metros del río Arga, en la misma localidad de Berbinzana, podemos encontrar los restos arqueológicos de un antiguo asentamiento humano de la Edad del Hierro. Hablamos de Las Eretas, un yacimiento que se nos presenta hoy como un recurso turístico con mucho futuro.
En esta misma sección ya nos acercamos en su día a una parte importante del patrimonio de Berbinzana, en concreto abordamos aquí la historia de su puente y de la bovedaza. En aquella ocasión finalizaba yo el reportaje con el compromiso de acercarme en una futura ocasión a otros aspectos del patrimonio histórico y cultural de esta localidad, y hoy es el momento de cumplir lo prometido.

Hace unos días, en este mismo periódico, nos encontrábamos con la noticia de que se quería potenciar de cara a este verano el primitivo poblado de Las Eretas, en Berbinzana, como recurso turístico de primer orden. Y la verdad es que no solo me parece muy bien, sino que además quiero aprovechar esta tribuna para sumarme a ese esfuerzo que se está haciendo por dar a conocer este poblado fortificado de la Edad del Hierro.
Nos empeñamos muchas veces en irnos bien lejos a conocer otros lugares y otras culturas, lo cual no está mal, y es además un buen ejercicio para no creernos el ombligo del mundo. Pero lo que no es de recibo es que por irnos tan lejos, dejemos de visitar lo que tenemos al lado, lo que tenemos cerca, en nuestra tierra. Navarra posee auténticos tesoros desde el punto de vista patrimonial, y bueno es que empecemos a esforzarnos por ir conociéndolos. Y, precisamente, uno de ellos lo tenemos aquí al lado, en Berbinzana; no muy distante del yacimiento de Andión, y no muy distante del dolmen de Artajona, o de su cerco fortificado. Es una excursión de gran interés que realmente merece la pena.

Edad del Hierro
Las Eretas están en la localidad de Berbinzana, en las afueras de esta población, junto a la Plaza de Toros y junto al puente y, en consecuencia, junto al río Arga. A tan solo 50 kilómetros de Pamplona.
Desde esta última capital cogemos la carretera nacional 111. A la altura de Puente La Reina, junto a la gasolinera, tomamos la carretera que por Mendigorría nos conduce hasta Larraga, y desde esta localidad otra carretera local nos acerca hasta Berbinzana, nuestro objetivo.

Puente La Reina, Mendigorría, Andión… son algunos de los enclaves en los que podemos detenernos con la convicción de que vamos a ver cosas interesantes, de que no vamos a quedar defraudados. Pero el plato fuerte de esta excursión vamos a situarlo en Berbinzana, en Las Eretas, en donde vamos a tener oportunidad de ver algo que no se ve todos los días, algo que nos va a retrotraer al siglo VII antes de Cristo, en la Edaddel Hierro, que es precisamente ese periodo que abarca el primer milenio anterior al nacimiento de Cristo hasta la romanización.

Dicen los entendidos que es precisamente en este periodo cuando encontramos en Navarra los primeros signos de una ordenación del territorio por parte de la población indígena, lo que da pie a un proceso de sedentarización con la formación de aldeas, generalmente fortificadas. Es así pues, en esta época, donde hay que situar el poblado de Las Eretas. Es imporante ser conscientes, por tanto, del significado que tienen esos vestigios que tenemos delante, por cuanto significan y representan.

Es este un yacimiento en donde se ha sacado a la luz una parte de su recinto amurallado y de sus torres defensivas. Previamente han existido unos años de intensos trabajos y de una investigación concienzuda sobre lo que allí había; trabajo este que ha permitido reconstruir una parte de la muralla allí existente, así como una torre y también una vivienda de aquella época. Culminada esa fase previa, y con muy buen criterio, se ha procedido a musealizar este entorno, con paneles inclusive, y a valorizarlo patrimonialmente, lo que nos permite ahora a los demás poder disfrutar de ese privilegio que es, y supone, deleitarse ante un yacimiento arqueológico excepcional.

Y cuando digo excepcional, es excepcional. ¿Por qué es excepcional?, pues porque el estilo urbanístico de este poblado rompe, en buena medida, con las pautas que se seguían en otros poblados de la Edad del Hierro. Lo que tenemos en este yacimiento de Berbinzana, cuanto menos, es poco común.
De entrada estamos ante un asentamiento humano edificado en un terreno llano. Esto, que parece una simpleza, quiere decir que la orografía del terreno no da ninguna facilidad a la hora de fortificar el poblado. Obsérvese que cualquier población fortificada lo que ha hecho es jugar o aprovecharse de las condiciones del terreno para hacer posible una defensa mucho más efectiva.
En el caso de Las Eretas esta deficiencia la han minimizado gracias a la construcción de un murallón de una gran envergadura, claramente desproporcionado con las edificaciones que protege en su interior.

Esta muralla, a la que se le calcula una altura que puede oscilar entre los cuatro y cinco metros, rodeaba totalmente el poblado, y además se reforzaba con algunas torres estratégicamente situadas en puntos equidistantes, lo que hacía más difícil todavía cualquier intento de agresión desde el exterior. Quienes hicieron el trabajo de investigación no descartan, además, de que todo este recinto fortificado estuviese complementado en su parte exterior por otros elementos como fosos o como campos de piedras o con pequeñas murallas de estacas de madera.

El poblado y las viviendas
Si analizamos lo que hay dentro de ese recinto defensivo lo que nos encontramos es con un poblado, no superior a media hectárea de superficie, que se articula en torno a una calle central, y dotado también de un espacio abierto, como si fuese una plaza.
A ambos lados de la calle encontramos las viviendas, de planta rectangular, y pegadas en su parte final al muro defensivo, y compartiendo entre ellas los muros laterales. Así suelen ser los poblados contemporáneos a este encontrados en el valle del Ebro.

La gracia de este yacimiento es que en base a los estudios previos sobre otros yacimientos similares y de la misma época, y en base también a los restos que se han podido recuperar, lo que se ha hecho es reconstruir con un alto índice de fiabilidad tres viviendas completas, y con el mismo material que se empleaba entonces. No hay que olvidar que eran casas de tierra, fundamentalmente adobe, cuyas paredes estaban levantadas sobre amplios zócalos de piedra que las protegían de la humedad.

Sobre estas paredes de tierra se apoyaba la techumbre, construida siempre con materias vegetales, especialmente Paj*, y sustentada sobre dos traviesas, o vigas, apoyadas en el suelo con unos pies cilíndricos. Todo esto permitía dividir el tejado y el interior de la vivienda en tres partes y en tres estancias claramente diferenciadas: el vestíbulo, la sala principal, y la despensa, situada esta última en la parte colindante con la muralla.

En la entrada de la vivienda, el vestíbulo, podemos ver en el lado izquierdo un horno doméstico, construido con arcilla refractaria, y una pequeña fosa revestida de barro. Estos hornos son, precisamente, uno de los elementos mas significativos y representativos de este yacimiento.
Del vestíbulo se accede a la sala principal, algo así como el cuarto de estar, en el que el elemento principal solía ser un hogar situado a una cierta altura del suelo y hecho a base de arcilla. Y por último, al fondo de la vivienda, se situaba la despensa, cuyo mobiliario no solía pasar de un banco, generalmente adosado a la pared de la muralla; en este caso concreto de Las Eretas las investigaciones realizadas permitieron ver que esos bancos de la despensa en su día estuvieron pintados de negro.

Otros hallazgos
Cuando se intervino sobre este yacimiento arqueológico se puso especial interés en la localización de piezas de cerámica, que son elementos que desde todos los puntos de vista nos aportan abundante información. Hablamos de piezas de vajilla modeladas a mano, pero con la ayuda de una torneta.
En el yacimiento de Berbinzana, y en los trabajos realizados hasta ahora, se han podido localizar piezas con la superficie totalmente pulida, así como otras que, por el contrario, tenían la superficie sin pulir; esta diferencia se basaba en su distinto uso, en su funcionalidad, pues no era lo mismo una pieza de vajilla para la mesa que una pieza destinada a la cocina o a guardar alimentos.

Al margen de los vasos y cuencos que se han localizado y catalogado, existen también otros muchos elementos no menos representativos de la cultura de la Edad del Hierro, como lo son las fusayolaspara tejer, un molde de fundición para hachas de bronce, agujas, punzones, botones, incluso molinos de mano.
Lo que hasta la fecha no se ha podido encontrar es la necrópolis de incineración correspondiente a este poblado. Obviamente esta tenía que estar situada fuera del recinto amurallado, y con esta escueta pista no se fácil su hallazgo. En cualquier caso sí que se han podido recuperar, al menos, seis inhumaciones infantiles que se encontraban bajo el suelo de las casas, correspondientes a fetos terminales y a niños recién nacidos.

Esto nos daría pie a introducirnos en aquella cultura de la Edad del Hierro, previa a la implantación del cristianismo, en donde se establecía la existencia de dos tratamientos fúnebres diferenciados: por un lado la incineración, practicada a todas aquellas personas que habían superado el momento del inicio de la aparición de los dientes de leche; y por otro lado la inhumación, practicada en los fetos y en los niños recién nacidos que no habían llegado a la dentición.

Bien, toda esta información sobre Las Eretas, tal vez un poco más resumida, es la que se le proporciona al visitante en un desplegable informativo que se obtiene al acudir a este poblado. Ahora sólo nos falta ir allí, contemplar con nuestros ojos esta interpretación de la vida de aquellos que un día, como los actuales vecinos de Berbinzana, se asentaron allí, junto al río, y disfrutaron de los beneficios de este cauce.

Sería bueno que nos detuviésemos a pensar en la importancia de este yacimiento arqueológico, que nos habla de costumbres, de formas de vida, de materiales, y de tantas y tantas cosas. Este tesoro arqueológico no está en Grecia, ni en Italia, ni en ningún lejano país; está aquí, al lado nuestro, en Berbinzana. Estaría muy bien que este verano nos acercásemos a ver este antiguo poblado, que merece la pena hacerlo. Y sin olvidarnos que en el mismo Berbinzana hay otras cosas interesantes desde el punto de vista patrimonial: la iglesia, el puente, la bovedaza, escudos de piedra, bellos ejemplares de arquitectura rural… Y sin olvidarnos tampoco de que Artajona, Andión, Mendigorría, Puente La Reina… están allí mismo, llamándonos.

Diario de Noticias, 4 de julio de 2005
Autor: Fernando Hualde


Maravilloso !
 
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