El silencio es oro. Pueblos abandonados.

Treserra ( Huesca)



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Rels, Perarroy, Espuña, Toralla, Bové y L´Hereu fueron las seis casas que conformaron el pueblo de Treserra. Tenía la particularidad de estar en diseminado, las casas estaban separadas unas de otras y no formaban calles.

Situado en la comarca de Ribagorza, perteneció al ayuntamiento de Cornudella de Baliera, municipio que englobaba a varias aldeas.
Contaron con luz eléctrica desde el año 52 por medio de una línea que venía desde el molino de La Puebla de Roda.
Doce fuentes de agua había dentro de su término aunque todas ellas a cierta distancia de las casas.
Leña de roble y carrasca era la que utilizaban para combatir los inviernos calentando la lumbre de las cocinas.


"Debido a que había muchos trabajadores en la construcción de los túneles de Sopeira mi hermano y yo hacíamos carbón con la leña de roble y de carrasca y la bajábamos a vender a Arén con caballerías dos o tres veces a la semana".
HERMENEGILDO MENAL.


Sus tierras estaban sembradas de trigo, cebada, viñas y olivos. Aunque no se hacia vino ni aceite. Solamente los de Perarroy bajaban a moler la aceituna al Mas de Ribera.
El grano del cereal se llevaba a moler a Arén. Años más tarde se llevaba el trigo al panadero de Arén y este les daba el equivalente en pan.

"En la posguerra se iba de noche a moler para no declarar todo, los guardias de Arén hacían un poco la vista gorda pues cuando iban de ronda por Treserra se les daba alojamiento y comida". HERMENEGILDO MENAL.

En cada casa se solía matar un par de cerdos al año.
La ganadería se basaba en pequeños rebaños de ovejas en cada casa. Tratantes de Arén y Ribera acudían a comprar los corderos para ser llevados posteriormente a Barcelona.

"Cuando me tocaba a mi ir de pastor me llevaba un libro y me sentaba en una piedra a leer. En una ocasión tan entretenido estaba que se me perdió el rebaño. Me asusté y fui corriendo a avisar a mi padre, el cual lo encontró unas horas después". HERMENEGILDO MENAL.

El 15 de mayo era la fiesta grande de Treserra festejando a su patrón: San Isidro.
Duraba uno o dos días según el año.
Se hacía la misa mayor y después la procesión.
Para la comida no faltaba a la mesa el cordero y de postre los brazos de gitano.

El baile se hacía en la era de L´Hereu, Bové o Toralla, si venía mal tiempo se hacia en el zaguán de L´Hereu.
Era costumbre hacer el baile del ramo en una pieza determinada. Todo aquel que quisiera bailar con una moza en esa pieza de baile tenía que comprar un ramo (que había sido previamente elaborado por las mujeres del pueblo) para regalárselo a la moza con la que realizaran ese baile. Se sacaban unas pesetas que servía para ayudar en los gastos de la fiesta.
Músicos de variada procedencia eran los encargados de amenizar el baile. Así acudían de Castigaleu con violín y guitarra. de Roda de Isabena (bandurria y guitarra), de Lascuarre (violín y saxo) o de Sopeira (acordeón).

De Claravalls, Soliva, Monesma y Cajigar era de los pueblos de donde acudía mayormente la juventud a participar de las fiestas de San Isidro de Treserra.
Para el 30 de junio se hacía una procesión hasta el pilaret de San Marcial, situado en el camino de Cajigar.

No había escuela en Treserra y tenían que acudir a la de Claravalls. También acudían a ella los de Soliva.

"De Treserra según el año íbamos seis o siete niños. Nos llevábamos la comida en un capazo pequeño y allí comíamos, si teníamos parientes en alguna casa y los que no en la escuela. Los de Soliva si iban a comer a su pueblo. Seríamos en total alrededor de treinta niños.
Me acuerdo de dos maestras, una era de Zaragoza, doña Ángeles, aprendimos poco con ella, gritaba y pegaba con frecuencia. Mejor recuerdo tengo de doña Engracia, era de Valladolid y aprendimos bastante con su enseñanza, nos estimulaba mucho con premios: un caramelo, un lápiz o cosas así". HERMENEGILDO MENAL.


Se oficiaba misa una vez al mes.
Antes de la guerra civil había cura residente en Treserra. El último fue Mosén Antón, era natural de Benabarre y oficiaba misa aquí y en Soliveta.
Después de la guerra el cura venía desde Cajigar, había que ir a buscarle con una caballería. Era costumbre que almorzaran en casa Bové. Mosén Francisco, mosén Samuel o mosén Ramón son algunos de los que se recuerda.

El médico subía en caballería desde Arén cuando la ocasión lo requería (don Antonio Rousera, don Ángel Borrell, don Julián Sequeros).
El cartero, José Dalmau (Pepito) era de casa Riba de Arén. Subía todos los días la correspondencia a Puigfell, Soliva, Calachoa, Treserra, Claravalls y bajada de nuevo hacía Arén.

Pocos vendedores subían por Treserra. En el recuerdo queda un señor de Graus que con un fardo a la espalda iba vendiendo hilos, agujas, paños y telas.
Venía gente de Arén a comprar huevos, pollos o conejos.
Bajaba la gente a comprar a Arén donde había cuatro o cinco comercios. Allí se abastecían de vino, arroz, azúcar, cafe, sardinas, bacalao o calzado entre otras cosas.
En contadas ocasiones lo hacían hasta Graus o Puente de Montañana.

Muy buena relación tenían con los pueblos de Claravalls y Soliva, lo que se traducía en compartir fiestas, en parentescos, en los bailes dominicales o de participar de diversiones comunes como eran los carnavales.

"Para carnavales nos disfrazábamos con lo que se podía, ropa vieja, sacos, nos poníamos adornos estrafalarios. Íbamos pidiendo por las casas de los tres pueblos, en ellas nos daban huevos, longaniza, morcilla, etc. Nos juntábamos todos en una casa deshabitada de Soliva y allí hacíamos una merienda, además contratábamos a un acordeonista de Arén para hacer baile". HERMENEGILDO MENAL.

A pesar de la armoniosa y apacible vida en Treserra el futuro no era muy halagüeño. Las tierras no daban más de si, todo quedaba lejos, faltaban servicios básicos y los cantos de sirena de las grandes ciudades se hacían oír por toda la Ribagorza.
En los últimos años de los 50 y primeros de los 60 se produjo la gran desbandada migratoria aunque hay que decir que en Treserra no fue total puesto que una vivienda no se cerró: casa Rels.

En los años posteriores dos de los descendientes de esta casa compraron las de Perarroy y Espuña, siendo las que se mantienen abiertas en la actualidad.
Lleida, Terrassa o Altorricón fueron alguno de los destinos elegidos por la gente de Treserra para iniciar una nueva vida.

Agradecimiento a mi buen amigo Hermenegildo Menal de casa
L´Hereu. A sus 88 años es portador de una memoria prodigiosa. Nostálgico amante de su pueblo al cual ha estado subiendo hasta fechas recientes. Agradable tarde pasada en Lleida escuchando sus recuerdos y anécdotas vividos en Treserra.




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Entre las ruinas de casa Bové se deja ver un horno de pan.



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Villamana ( Huesca)




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Si exceptuamos la casona de San Martín, Villamana es el núcleo más pequeño de los que conformaban La Solana.
Dos viviendas (Manuel y Salvador) componían este barrio de Campol situado a 815 metros de altitud sobre un promontorio.
Contaron con luz eléctrica desde 1928 proveniente del molino de Jánovas.
Para consumo de agua se abastecían de una fuente situada a diez minutos del pueblo.

Pasaba una acequia junto a las casas que venía del barranco Espuña y era utilizada para regar los huertos y beber los animales.
Para lavar la ropa les tocaba a las mujeres desplazarse hasta el barranco Mallata o la fuente Las Guargas.
El trigo era su principal fuente de producción en el terreno agrícola. Grano que se llevaba a moler al molino de Jánovas o a la Harinera de Boltaña.
En el apartado de la ganadería era la oveja el animal que predominaba. Pequeños rebaños poseían las dos casas (alrededor de cincuenta los de Salvador y sobre ochenta los de Manuel).

Los corderos se vendían a los carniceros de Boltaña que venían periódicamente a comprarlos.
Se mataban dos cerdos al año en cada casa y también un par de cabras para cecina.
Perdices y conejos se cazaban en cantidades abundantes.

"Bien contenta se ponía mi madre cuando llevábamos algo de caza para así poder variar un poco las comidas". ÁNGEL MELIZ.

Pese a tener iglesia, las gentes de Villamana subían a la de Campol para las misas dominicales, bautizos o bodas.
A Campol les tocaba acudir los niños a la escuela, casi una hora de trayecto diario.

"Unos cuatro o cinco niños coincidíamos entre las dos casas para ir a la escuela de Campol. Allí llegábamos a ser una veintena o algo así, puesto que también acudían los de San Felices y San Martín.
Nosotros comíamos en casa Ezquerra de Campol que eran familia nuestra. Mi madre les mandaba cada cierto tiempo comida para que nos la fueran suministrando.
En invierno era muy duro llegar a la escuela, había dos palmos de nieve e íbamos mal vestidos y mal calzados, con albarcas de goma". ÁNGEL MELIZ.


El médico venía desde Fiscal o desde Boltaña según los años. Había que ir a buscarlo con una caballería. Alguno tenía moto y llegaba hasta el puente Las Guargas donde le esperaba algún familiar del enfermo con una caballería para subir a Villamana.

El cartero, Agustín de Andrés subía desde Lavelilla cada dos días. Además de Villamana llevaba Puyuelo, San Martín, San Felices, Campol y Yeba ya en el valle Vió.
El herrero, Miguel venía desde el mesón de Eusebio, solitaria vivienda en el camino de Jánovas a Boltaña.
Había barbero en Campol, en casa Sánchez (Anselmo).

"Cuando éramos niños nos cortaban el pelo nuestros padres pero ya cuando eras mozo y querías arreglarte para ir de fiesta ibas a Campol o bien a la peluquería del Carpi en Boltaña". ÁNGEL MELIZ.

Para realizar compras iban a Lacort, pueblo donde estaban situados los comercios de los que se abastecían la mayoría de pueblos de La Solana.
Algún vendedor ambulante se dejaba ver por Villamana como era uno que iba vendiendo hilos y agujas que venía desde Boltaña.
También los alfareros de Naval aparecían una vez al año ofreciendo su mercancía (botijos, ollas, cazuelas, etc).
A Mondot, Arcusa o Bespén se desplazaban con caballerías a comprar vino, el cual lo transportaban en botos.

La fiesta de Villamana era el 25 de julio (Santiago). Tenía una duración de dos días.
No había misa, solo comida y baile. Baile que empezaba a las cinco de la tarde hasta la hora de cenar y luego la segunda sesión hasta las cuatro de la mañana.
En la era de casa Manuel se solía realizar el baile, alguna vez también en la de Salvador. Un acordeonista de Boltaña venía algunas veces a tocar y en otras ocasiones eran dos músicos que venían de Javierre (violín) y Borrastre (guitarra).
Acudía la juventud de Campol, San Felices, Puyuelo, Lavelilla, Lacort, Giral, Ginuábel...

"Se mataba un par de corderos para dar abasto a todos los presentes, puesto que en cada casa nos juntábamos entre veinte y veinticinco personas a comer y a cenar. Nadie se quedaba sin probar bocado. Se contrataba a una mujer de otro pueblo para que ayudara en las tareas de la cocina.
A las cuatro de la madrugada que terminaba el baile unos se volvían para su pueblo y otros se quedaban a dormir en las casas, para lo cual dormían hasta tres en una cama, se ponían colchones en el suelo o se habilitaba algún pajar".
ÁNGEL MELIZ.


En Campol y sus barrios (Villamana, San Felices, Puyuelo y San Martín) se acostumbraba a hacer baile los domingos entre la juventud de dichos pueblos.

"Comprábamos diez litros de vino en Lacort para hacer ponche. Jugábamos al guiñote, al siete y medio o al subastado.
Para la música le pagábamos diez pesetas a Miguel de casa Sánchez para que tocara el acordeón.
Hasta diez parejas bailaban a la vez en algunas ocasiones. El baile casi siempre se hacía en la escuela de Campol, pero a veces en la casa de San Martín que tenía un salón amplio o también en el salón de casa Manuel de Villamana".
ÁNGEL MELIZ.


Cuando muchas casas de La Solana ya se habían cerrado en los años 50 y primeros de los 60, la vida seguía monótonamente en Villamana aún cuando la sombra de la expropiación ya planeaba por toda la zona.

"Antes de marcharnos yo ganaba buen dinero porque me dedicaba a pintar las casas y a blanquear con cal todas las paredes. Iba a todos los pueblos de Solana, a los de valle Vió, Yeba, Ceresuela, Albella, Ligüerre, Jánovas... Ganaba cien pesetas diarias. Pero ya no había futuro, los pueblos se estaban quedando vacíos".
ÁNGEL MELIZ.


El pueblo se vendió de manera más o menos voluntaria (como todos los de Solana) a Patrimonio Forestal del Estado para la repoblación de pinos en toda la zona.
1964 es la fecha que pasará a la historia en Villamana debido a que en ese año se cerraron las dos casas.
Los de casa Manuel se fueron a San Lorenzo del Flumen (pueblo de colonización) y los de casa Salvador a Barcelona.

"Antes nos tenían que haber sacado de aquí. La vida en Solana era muy dura, tierras poco productivas, inviernos muy severos, caminos de caballería, el médico bien lejos...". ÁNGEL MELIZ.


Agradecimiento a mi buen amigo Ángel Meliz de casa Salvador. Excelente y afable informante. A sus 85 años recuerda el pasado de Villamana con nostalgia pero con amargura.




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Los Avileses ( Jaen)



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Aldea perteneciente al municipio de Puente de Génave en la comarca de la Sierra de Segura.
Situada en un suave repecho del terreno sobre la margen derecha del río Guadalimar, del que le separan unos ochocientos metros.
Unas doce casas de sencilla construcción componían esta aldea situada a 550 metros de altitud.

El olivo, como en toda la zona era la principal fuente de producción. La aceituna recogida la llevaban a la almazara de Puente de Génave para la elaboración del aceite.
El otro cultivo predominante era el cereal (trigo, cebada, avena). Grano que llevaban a moler al molino de la Terrera junto al río Guadalimar.
Las ovejas conformaban el animal predominante en la ganadería. Dedicadas a la cría del cordero, eran vendidos a los carniceros del Puente.

La relación con la cabecera municipal era constante al carecer de todo tipo de servicios básicos en la aldea.
Así además de los asuntos administrativos, bajaban al Puente a todo tipo de oficios religiosos, como eran bodas, bautizos, defunciones o la misa dominical.
El médico residía en Puente de Génave y salvo casos muy extremos era el enfermo él que tenía que acudir a consulta.
No había servicio de cartería y era cualquier vecino que bajaba hasta el pueblo el que llevaba o traía la correspondencia.
Para las compras también se desplazaban hasta Puente de Génave, especialmente los jueves que era día de mercado.
Algún vendedor ambulante hacía aparición por Los Avileses intercambiando productos agrícolas por ropa o calzado.
Bajaban en buen numero a las fiestas patronales de Puente de Génave en honor a San Isidro, el 15 de mayo, días en los que también se celebraba una concurrida feria de ganado.

No había escuela en la aldea y se desplazaban a la de Cortijos Nuevos, siendo en los últimos años de vida de Los Avileses dos los niños que se desplazaban diariamente a recibir enseñanza, los hermanos Diego y Ángeles López Llavero.
Los domingos por la tarde, los jóvenes acudían a la aldea de El Tamaral donde se celebraban unos animados bailes cortijeros con gran presencia de la juventud de las aldeas puenteñas.

Nunca llegó la luz eléctrica hasta las viviendas de Los Avileses. Tampoco el agua apareció por la aldea. Para suministrarse de ella tenían que ir hasta la Fuente Vieja en Puente de Génave, situada a algo más de dos kilómetros de recorrido.
Algo menos de trayecto tenían que hacer las mujeres para lavar la ropa, cometido que realizaban en el río Guadalimar.

Ante la carencia de estos servicios básicos, la ausencia de una carretera y la falta de trabajo para todos en las tareas del campo en familias donde había numerosos hijos, la gente de Los Avileses optó por ir cogiendo el camino de la emigración. Los mayores buscaron acomodo en Puente de Génave con lo cual podían seguir acudiendo a Los Avileses a trabajar las tierras y atender el ganado, mientras que los jóvenes se fueron buscando otros incentivos de trabajo y se esparcieron por diversos puntos de Cataluña y de la Comunidad Valenciana.
Aproximadamente sobre 1965, después de estar más de quince años viviendo solos, la última familia que quedaba en Los Avileses cerró para siempre la puerta de su casa y se marcharon a Puente de Génave.
Dámaso López Hornos y su mujer Ángeles Llavero Cuadros con los dos hijos pequeños que tenían viviendo con ellos (Diego y Ángeles) fueron los últimos de Los Avileses.



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Los Goldines ( Jaén)



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Agradecimiento para Ramón Sánchez Fernández, antiguo habitante de Los Goldines, extraordinario y amabilísimo informante y para Catalina Ojeda del cortijo El Aguerico, jovial y encantadora informante en diferentes aspectos de la vida y costumbres de Los Goldines y diversas cortijadas de la zona.


Deliciosa aldea enclavada en la comarca de la Sierra de Segura. Perteneciente desde siempre al municipio de Pontones, en la actualidad lo es de Santiago-Pontones.
Veinte viviendas la configuraban, situadas por encima del arroyo de Los Goldines, justo unos metros antes de juntarse con el arroyo de La Parrilla.
Una calle principal y otra perpendicular a esta, conforman este bellísimo caserío que se deja caer suavemente por el desnivel de una minúscula planicie.
Situada a 1210 metros de altitud, lo que refleja que padecía unos inviernos rigurosos con frecuentes nevadas en los días más severos del año. Ello lo combatían con leña de carrasca, chaparros u olivos.

El trigo, la cebada, las patatas y los garbanzos era la base principal de su agricultura. Pocos olivos había en su término a excepción de la parte más baja, en zonas más próximas al pantano.

Iban a moler el grano al molino de Las Carmonas. La aceituna la llevaban a moler a la fábrica de aceite situada en el molino de El Castellón, propiedad de María Fernández, viuda desde temprana edad y con cuatro hijos a su cargo, mujer valiente y trabajadora llevaba todas las tareas del molino, para lo cual contaba con la ayuda de cuatro trabajadores. Aquí acudían gentes de todas las aldeas y cortijos. María y sus hijos pasaban el invierno en El Castellón y los veranos se subían a su casa de Los Goldines.
Las cabras y las ovejas conformaban la ganadería de la aldea. Marchantes de los pueblos granadinos de Huéscar y La Puebla de don Fadrique aparecían por allí para comprar los cabritos.

Había dos comercios en Los Goldines. Uno era propiedad de don José Ojeda, era tienda y taberna. Un letrero colgado encima de la puerta ya hacía alusión a su dedicación:
Don José Ojeda. Bebidas y comestibles
Iba con un burro a Pontones para abastecerse de productos para su comercio.
La otra tienda la llevaba Francisco Sánchez Ruiz "el Rápido", quien desde Hornos vino a casarse con una mujer de Los Goldines e instaló aquí el pequeño comercio, a la vez que con un mulo iba vendiendo por los cortijos.

A pesar de ello no faltaban vendedores ambulantes por Los Goldines como era Mateo que venía con un burro desde Pontón Alto ofreciendo sardinas, tomates o naranjas entre otros productos.

También aparecía por allí un señor que venía desde Santiago de la Espada con una furgoneta a comprar nueces.
Y en ocasiones eran los propios vecinos los que acudían a Pontones a suministrarse de algún producto que no hubiera en la aldea.
Asimismo dos o tres familias iban hasta Pontones a vender cargas de leña de chaparro.

Para los oficios religiosos (bodas, bautizos, entierros, etc) acudían hasta Las Casas de Carrasco. Aunque en ocasiones la boda se celebraba en Los Goldines por causas de fuerza mayor en que no pudieran desplazarse hasta Las Casas de Carrasco.

"La boda duraba día y medio. Boda y tornaboda. Si la ceremonia religiosa se hacía en la iglesia de Las Casas de Carrasco acudían todos los invitados cada uno desplazándose como pudiera. La novia iba montada en una silla, llamada jamuga y la caballería se enjaezaba magníficamente para la ocasión con todo tipo de adornos, una manta y colcha de ganchillo. El novio iba en otra caballería aparte y con menos vistosidad en la montura. Vuelta después para Los Goldines para los actos festivos. Si la ceremonia no se podía realizar en la iglesia de Las Casas de Carrasco, se preparaba un altar en una habitación. El cura venía desde Pontones y oficiaba la ceremonia. Había una o varias mujeres encargadas de hacer la comida. Previamente se había pedido prestado sillas, mesas, menaje y utensilios en casas vecinas y de familiares para poder abarcar a todos los invitados. La comida consistía en cabrito, cordero o pollo. Después de la comida se celebraba el baile hasta la hora de cenar. Acto seguido continuaba la gente más joven con un poco de baile hasta que cada uno se iba a acostar, generalmente donde se podía, en todas las dependencias de la casa, en casas vecinas, en el suelo, en pajares acondicionados para la ocasión, etc.

Al día siguiente, en la tornaboda se preparaba un suculento chocolate a la taza con buñuelos caseros.
Entre música y consumición de algún licor se llegaba hasta la comida. Concluida esta, cada uno se iba para su casa o su lugar de origen.
Muy típico este segundo día era la elaboración de garbanzos tostados que se comían como aperitivo, aunque la mayor parte de las veces acababan sirviendo de "munición" entre los jóvenes que se los tiraban unos a otros".
CATALINA OJEDA.


El médico en casos muy extremos venía desde Pontones. Don Aurelio que era natural de Madrid o don Lucas que era de Santiago de la Espada son algunos de los que se recuerdan. Había que ir a buscarle y llevar una caballería para que el doctor pudiera desplazarse a visitar al enfermo.
No había servicio de cartería y era cualquier vecino que se desplazaba a Pontones el que llevaba o traía la correspondencia.

No había escuela en Los Goldines y como quiera que la de Pontones y la de La Ballestera les pillaba muy retiradas, se habilitó un aula en una casa que no estaba ocupada y ejercía enseñanza en ella los maestros rurales de los que había en aquella época (maestros no titulados). Don Gregorio de Villanueva del Arzobispo o don Santiago de Hornos figuran entre los que impartieron sus conocimientos a los niños de Los Goldines.
Cada semana se les daba de comer en una casa, en relación a los niños que hubiera en cada familia.

Al no tener iglesia ni ermita no tenían fiesta patronal, pero todo cambió sobre el año 1955.

"Un cura de La Puerta de Segura nos animó a los vecinos a que Los Goldines tuviera su propio día de fiesta. El día elegido fue el 13 de mayo en honor a la Virgen de Fátima. Había una imagen en tamaño pequeño que las gentes se la iban pasando casa por casa en turnos rotatorios y ese día con unas andas preparadas para la ocasión se sacaba a la Virgen en procesión después de haber realizado una misa en un altar previamente preparado en la calle o en el interior de alguna casa.

Para la comida se sacrificaba un choto grande con el que se abastecía a todos los presentes. Por la tarde se realizaba el baile en el espacioso salón de la casa de Marcelo y Amadora. Los músicos de La Platera con guitarra, bandurria y acordeón eran los encargados de amenizar la fiesta.
La juventud de La Agracea acudía casi al completo a participar de este día festivo en Los Goldines. No faltaban tampoco jóvenes de La Ballestera, La Parrilla o Las Casas de Carrasco". RAMÓN SÁNCHEZ.


Los domingos por la tarde era costumbre realizar baile en las diversas aldeas o cortijadas. Se hacía en La Hoya Cambrón, en La Parrilla, en La Ballestera o en Los Goldines. Toda la juventud se desplazaba al lugar elegido, donde no faltaban los músicos de La Platera con guitarra y bandurria.
Una costumbre para el recuerdo era la llamada "Cencerrá".

"Cuando una pareja de viudos (o uno de los dos lo era) decidían casarse e irse a vivir juntos, esa noche se organizaba entre los mozos una comitiva que se desplazaban hasta la casa de la pareja y allí bajo la ventana o a la puerta se armaba gran bullicio y algarabía durante toda la noche a base del ruido de cencerros y cualquier otro objeto que pudiese hacer buen estruendo y donde no faltaban las picantes y groseras coplillas que entonaba cualquier mozo más atrevido".
RAMÓN SÁNCHEZ.


La luz eléctrica llegó en los últimos años de vida del pueblo, no así el agua corriente, la cual la tenían que ir a buscar a fuentes un poco retiradas al no haber ninguna junto a las casas.

"Íbamos a por agua a la Fuente de la Teja que era la que más cerca pillaba, pero las mozas preferían ir a la Fuente del Bancal que estaba casi a dos kilómetros. Así podían distraerse más de los quehaceres en la casa, o emplear el tiempo del trayecto en ir y venir a la fuente para ir conversando con el novio o con alguna amiga". RAMÓN SÁNCHEZ.


El triste final para Los Goldines llegó en los años 60 con la expropiación de las casas y las fincas por parte de Patrimonio Forestal del Estado, con el objetivo de repoblar la zona de pinos y así evitar la erosión del terreno en la vertiente próxima al pantano del Tranco con el fango y las piedras arrastradas por la lluvia.
La gente en breve espacio de tiempo tuvo que ir marchándose, emigrando gran parte hacía Barcelona y Valencia y otros se dispersaron por pueblos de la provincia.
El matrimonio formado por Pedro Sánchez Fernández y Concepción Alguacil González, con cuatro hijos, y Juan José, el pastor de la casa, fueron los últimos en marchar de Los Goldines. Hecho que aconteció a principios de los años 60.



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Altuzarra ( La Rioja)



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Agradecimiento para Donata Robredo, jovial y simpatíquisima informante de Altuzarra.

Situada en la umbría del barranco que forma el arroyo Altuzarra, es la más alejada de todas las aldeas de Ezcaray y seguramente la que pasaría los inviernos más crudos de todas ellas. Por algo seria que en la comarca se los conocía con el apodo de ¨rusos¨.

"El invierno en Altuzarra era durísimo, al estar encajonado entre montañas y en la umbría, no daba el sol en todo el invierno, así que imagínate el frío que hacía, la lumbre puesta a toda hora, nevadas de un metro que no se deshacían en veinte días, el río se helaba, había que romper con puntas el hielo para que pudieran beber los animales, y para lavar la ropa ni te cuento. Fíjate como era la cosa que los jóvenes nos manteníamos todo el día metidos en el horno en vez de estar en la calle porque era el lugar más caliente". DONATA ROBREDO.

Quince viviendas formaban esta aldea que vivían del cultivo del centeno y de la ganadería (vacas y ovejas).
El arroyo les proporcionaba buena cantidad de truchas, que suponían un aporte alimenticio extra en las cocinas.
Junto con las aldeas de Posadas y Ayabarrena formaban una agrupación en la que compartían todo (iglesia, cementerio, escuela y fiestas patronales), estando todo ello en Posadas, que era la más grande y la que estaba más céntrica.
Así se juntaban en Posadas en junio a celebrar a San Juan y en octubre a la virgen del Rosario, donde no faltaban nunca los gaiteros de Fresneda para animar el baile.

En septiembre realizaban la fiesta de Gracias, cuando se acababa de recoger el centeno.
Muy celebrados también eran los carnavales, donde todos los jóvenes se disfrazaban y recorrían las tres aldeas, almorzando en Altuzarra, comiendo en Ayabarrena y terminando con la cena en Posadas.
Esos días había costumbre de comer garbanzos y picado de cerdo.
El martes de Carnaval se iba pidiendo por las casas y con lo recogido (huevos, chorizo, morcilla, etc) se hacían meriendas en la casa concejo en Posadas.

"Igual nos juntábamos hasta ochenta mozos y mozas entre los tres pueblos, había que tener dieciocho años cumplidos para poder formar parte de estas reuniones. Yo cumplía los dieciocho en mayo y ese año pues me faltaban un par de meses para hacerlos, vino una comitiva de mozos a hablar con mi padre para que me dejara ese año formar parte del festejo de mozos y no hubo manera. Tenía diecisiete años y diez meses pero mi padre se negó rotundamente, hasta que no hiciera los dieciocho no había nada que hacer". DONATA ROBREDO.


Las Navidades también eran unas fiestas muy esperadas en Altuzarra, no porque se hiciera ninguna celebración en la calle sino porque esos días el menú variaba sustancialmente al resto del año, así no faltaba en el plato el cordero, el pollo, bacalao, besugo blanco y de postre higos y pasas con miel. Porque miel abundaba en la aldea, varias familias tenían colmenas. Dulce alimento que se llevaba a vender a Ojacastro y Santurde o bien se intercambiaba por caparrones (alubias típicas riojanas).

El médico, el veterinario y el cartero venían desde Ezcaray, pueblo al que se solía acudir a hacer compras.
Tratantes de ganado de Vitoria y Burgos aparecían por Altuzarra para comprar corderos, cabritos o chivos.
Había molino en Altuzarra y horno. Horno que era donde se reunían los hombres para hacer las juntas de concejo.
Tuvieron luz eléctrica en las casas desde antes de la guerra, puesto que en Posadas había una central y abastecía a toda la comarca.
El agua para consumo se cogía directamente del arroyo.
Poca diversión había en aquellos años para la gente joven y más en un lugar tan aislado.

"Los domingos nos íbamos a Posadas que había taberna y se hacían bailes, nos juntábamos una gran cantidad de chicos y chicas, hasta de Ezcaray venían algunos, había un par de mozos que tocaban el acordeón y la guitarra y a bailar.
Pero lo que a mí me gustaba era ir a la fiesta de los pueblos. Nos íbamos una amiga y yo hasta Valgañon que celebraba a San Antonio en junio. Nos levantábamos a las cuatro de la mañana, primero teníamos que dejar atendido el ganado, llevábamos las vacas a unos pagos que teníamos en el monte y luego tres horas andando hasta Valgañon, a la vuelta cenábamos en Azarrulla donde teníamos algún familiar y vuelta otra vez de noche hacia el pueblo, adonde llegábamos sobre las cuatro de la mañana. Así que nos tirábamos veinticuatro horas fuera de casa".
DONATA ROBREDO.


La dureza del clima y el aislamiento que padecían fue empujando a los ¨rusos¨ hacia la emigración, pero lo que acabó por matar todo atisbo de vida en Altuzarra fue la repoblación de pinos que se hizo en los montes.

"Cuando se echaron los pinos fue el final para la gente, porque ya no se podía sacar el ganado a pastar, las cabras había que tenerlas encerradas en las majadas, por cualquier cosa te multaban, la gente se desanimó y terminó por marcharse del pueblo porque además no recibimos ayuda ni apoyo de ninguna institución ni de nadie". DONATA ROBREDO.


Vitoria fue el destino mayoritario de los altuzarreños y algunas familias a Bilbao y Ezcaray.
El matrimonio formado por Antonio Robredo y Juliana Robredo, con una hija que vivía con ellos fueron los que acabaron cerrando el ciclo de vida en Altuzarra. Este hecho ocurrió en el año 1975.



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Amunartia ( La Rioja)



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Agradecimiento para Félix Mateo, inolvidable mañana invernal recorriendo en su compañía las calles de Amunartia. A sus 86 años conserva una memoria prodigiosa. Un excelente y entretenido informante de su pueblo.

La bonita aldea de Amunartia formaba parte de la Cuadrilla de Arrupia (la otra cuadrilla es la de Garay y en ellas se agrupaban las aldeas de Ojacastro según estuvieran en el margen izquierdo o en el margen derecho del río Oja).
Situado en la solana de un estrecho vallejo que forma el río Masoga, Amunartia llegó a contar con catorce viviendas, iglesia, escuela, ayuntamiento, horno y fragua.

El centeno era la principal producción de este pueblo, con numerosos árboles frutales como eran los manzanos y los cerezos.
Las vacas y las ovejas conformaban la mayor parte del ganado amunartiense. Los corderos machos no se vendían al poco de nacer, sino que se esperaba a que tuvieran tres años y se hicieran carneros para venderlos a carniceros de Ojacastro.
Eran buenos productores de miel, producto que llevaban a vender junto con manzanas a pueblos como Quintanar de Rioja, Villarta, Viloria de Rioja o Grañon.

Algunas familias más necesitadas recogían leña de haya y bajaban a Ezcaray diariamente a venderla.
Desde finales de los años 30 tuvieron luz eléctrica en las casas proveniente de Ojacastro.
Sin embargo el agua no llegó nunca a las viviendas amunartienses y tenían que ir a buscarla a una fuente que había en el barranco Tunturriego.
El grano tenían que llevarlo a moler a Ojacastro o a Ezcaray indistintamente, y a Ezcaray acudían todos los domingos pues allí había mercado y feria de ganado muy concurrida por gentes de toda la comarca. Se aprovechaba para comprar o vender corderos o cabritos, y comprar productos de primera necesidad que no tenían en la aldea como podía ser ropa, jabón, aceite o vino.

Y si no también se abastecían de lo que les traían vendedores ambulantes provenientes de Ezcaray y Ojacastro, como era el tío Teodomiro que con una burra iba vendiendo telas, hilos y paños o el tío Ratifa de Santo Domingo de la Calzada que acudía en tren hasta Ojacastro y desde allí se recorría andando todas las aldeas vendiendo cinturones, cordones y otros productos textiles o bien una mujer que venía desde Ojacastro montada a caballo vendiendo pescado.

El 25 de julio tenían la fiesta grande de Amunartia honrando a Santiago, su patrón.
La víspera se limpiaban bien todas las calles por donde iba a pasar la procesión. Este acto y una misa eran las ceremonias principales en el apartado religioso.

Venia muchísima gente de todos los pueblos, hasta de los más alejados como eran Anguta o Avellanosa, la gente aprovechaba para degustar las cerezas ese día debido a la abundancia de este fruto que había en Amunartia.
En la comida era costumbre sacrificar una oveja machorra en cada casa para agasajar a todos los invitados.
Ese día se ponía una taberna en la casa concejo y el baile se realizaba en una era o en una cuadra bien acondicionada si llovía.
En los tiempos más antiguos eran los gaiteros de Fresneda o de Eterna los encargados de la música y en Amunartia existían los danzantes, que iban bailando delante del santo en la procesión.

"Yo fui danzante en mis años mozos, pero luego esta costumbre se fue perdiendo poco a poco al ir emigrando los jóvenes". FÉLIX MATEO.

Cuando no había danzantes ya venía otro tipo de música con orquestas de Ezcaray y Ojacastro que con saxofón, clarinete, bombo y trompeta ya ejecutaban unos bailes más modernos.
En septiembre realizaban la fiesta de Gracias, cuando ya se había recogido la cosecha, se hacia dos días de fiesta, uno pagaba el ayuntamiento y otro los mozos.
También los amunartienses asistían en buen número a las fiestas de los pueblos de la comarca.

"Tengo unos recuerdos imborrables de ir con mi abuelo a las fiestas de Anguta (él era natural de allí), íbamos montados a caballo monte a través, había tres horas de trayecto, pero para un niño era algo mágico aparecer en un lugar apartado del que tu vivías, era una sensación especial estar tan lejos de tu casa, puesto que de niño apenas habías salido de Amunartia". FÉLIX MATEO.

Cada quince días se oficiaba misa en Amunartia, el cura venia desde Ojacastro (don Felicísimo), había que bajar a buscarle con caballería, primeramente venia don Saturnino montado en bicicleta desde Zorraquin.

"De niños íbamos a ver la bicicleta del cura al salir de misa que la tenia apoyada en la pared, nunca habíamos visto una bicicleta en Amunartia y nos llamaba la atención". FÉLIX MATEO.

El médico (don Eliseo) venia dos veces al mes a pasar consulta, había que ir a buscarle y llevarle una caballería para que pudiera subir al pueblo.
El veterinario venia desde Ojacastro, lo mismo que el cartero.
El capador llegaba desde Anguta y el herrero lo hacía desde Ezcaray.


"Había unas fincas de centeno que eran comunales, de todo el pueblo y con lo que se obtenía de la cosecha y posterior venta se sacaba para arreglar los desperfectos que pudiera haber en la iglesia, la escuela o el horno, y si sobraba algo se utilizaba para comprar vino para beber el martes de carnaval.
Cuando alguien se moría, después del entierro se reunían en la casa concejo y los familiares del difunto obsequiaban con pan y vino.
Cada mes estaba obligado un vecino a tener vino en la casa, se hacía por rotación y era para la gente que venía de paso o para algún acto que se hiciera en el pueblo, como si fuera una especie de taberna, incluso los jóvenes algún domingo o festivo si les apetecía echar unos tragos pues se dirigían a la casa en cuestión".
FÉLIX MATEO.


A pesar de la tranquila vida en el pueblo, la emigración ya estaba haciendo estragos en Amunartia, con la marcha primero de los jóvenes y después de los mayores, que se fueron buscando un mejor futuro de vida, principalmente a Logroño y a Bilbao.
El corazón de Amunartia dejó de latir en la primera mitad de la década de los 70 con la marcha de Juan Ortega y su familia, los últimos en marchar.
Años más tarde hubo un intento de compra del pueblo por parte de un hacendado de San Sebastián que tenía pensado montar allí una vaquería aprovechando los buenos pastos que se habían quedado tras el despoblamiento del pueblo, pero el proyecto no fraguó porque hubo dos o tres vecinos que no quisieron vender, y como esta persona quería comprar todo el pueblo y sus tierras al completo, se fue al traste la operación.




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Antoñanzas ( La Rioja)



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Agradecimiento a María Latorre, cordial y amable informante de su pueblo natal.

Pequeña población situada sobre un cerro en el margen izquierdo del barranco Vadillo en las estribaciones de la sierra de la Hez.
Tenía la particularidad de que su casco urbano pertenecía a Munilla y los terrenos circundantes (fincas, montes, caminos) pertenecían a Arnedillo, lo que se viene a llamar enclave geográfico.

"Cuando me tocó hacer el servicio militar me llamaron por los dos pueblos:
por Munilla y Arnedillo". ANTONIO PÉREZ.


Siete casas llegaron a componer en tiempos lejanos Antoñanzas reducidas a tres a principios del siglo XX. (A últimos del siglo XIX contaba con 40 habitantes).
Las tres casas pertenecían a la misma familia puesto que una de ellas era habitada por los abuelos Bernardo Pérez y Laureana Blanco, quedando las dos restantes para dos hijos del matrimonio, Narcisa y Anastasio, casados con sus respectivos cónyuges, ella con Saturnino y él con Felipa (los dos provenientes del pueblo de Oliván).

Nunca conoció Antoñanzas la luz eléctrica, los candiles de carburo fue la mejor fuente de iluminación que llegaron a disfrutar.
Tierras dedicadas al cultivo de cereal (trigo, cebada, centeno) y al pastoreo de las ovejas y cabras.
Los corderos se vendían a los carniceros de Arnedillo. Mucha fama tenían los quesos que se elaboraban en Antoñanzas. Se vendían muy bien en Munilla donde había mucha población debido a las fabricas textiles.

"Los quesos casi nos los quitaban de las manos nada más entrar en Munilla, había muchas familias viviendo allí del textil pero como solo vivían del sueldo cualquier producto del campo que les llevaras lo compraban bien, como era el caso también de huevos y pollos". MARÍA LATORRE.

A moler el grano iban indistintamente a Oliván, Robres o Munilla. Pero en época de penurias también se daban amargas circunstancias, fiel reflejo de la situación de aquellos años.

"En la postguerra venían los guardias civiles haciendo la ronda por los caminos y si llegaban de noche a Antoñanzas tenías que prepararles un buen alojamiento y cena para que pernoctaran allí. Pero luego estos mismos guardias si te veían al día siguiente llevando el trigo de estraperlo a moler te denunciaban".
MARÍA LATORRE.


Santa Lucia era la patrona de Antoñanzas y a ella la celebraban fiesta el 13 de diciembre. Acudía la juventud de Arnedillo, San Vicente, Peroblasco y Valtrujal, así como muchos devotos de Munilla pues la santa era patrona de los ciegos y enfermos de la vista y la tenían mucha fe.
Se hacía una misa, procesión, la subasta del rosco y de alguna cesta con frutas, normalmente peras y manzanas.

En las dos casas se mataban varias ovejas y corderos y nadie venido de fuera se quedaba sin comer, no faltaba a los postres el arroz con leche.
Por la tarde noche se realizaba el baile en un corral grande bien acondicionado para la ocasión con Paj* limpia recubriendo el suelo. Los músicos de Arnedillo solían ser los encargados de amenizar el baile.

Para San Antonio el 13 de junio celebraban una segunda fiesta. Este día el baile se celebraba en una era.
El cura subía desde Peroblasco. Había que bajar con una caballería para que se desplazara hasta Antoñanzas. No se celebraba misa más que el día de la fiesta y en alguna celebración especial.
El médico llegaba desde Munilla aunque en muy contadas ocasiones, lo mismo que el practicante.

"El practicante no quería subir porque le pillaba muy lejos así que nos enseñó a nosotras a poner las inyecciones". MARÍA LATORRE.

La correspondencia la recogía cualquier vecino cuando bajaba a Arnedillo .
A la escuela bajaban unos a la de Arnedillo y otros a la de Peroblasco.

"Nosotras teníamos una tía en Arnedillo, allí comíamos y si a la tarde hacía muy mal tiempo nos quedábamos allí a dormir, aunque mis hermanas y yo preferíamos subirnos a Antoñanzas". MARÍA LATORRE.

Para hacer compras también bajaban a Arnedillo y en algunas ocasiones a Munilla.

"Los domingos bajábamos la leche a vender a Arnedillo a unas casas que ya teníamos concertadas, hubo un día que no tenía yo muchas ganas de bajar porque estaba el tiempo desapacible, de mala gana pero bajé, el camino es pedregoso y además de piedra resbaladiza cuando llovía, pues tuve la mala suerte de resbalar y caer al suelo con lo que el cántaro de la leche se hizo añicos. ¡La que me cayó al llegar a casa por parte de mi madre! pero el infortunio hizo que fuese ella la que a los quince días resbalara en el mismo camino y se la cayó una canasta de huevos". MARÍA LATORRE.

A Arnedo se desplazaban con el macho cargado con cuatro pellejos para abastecerse de vino.
Poco tiempo libre y pocos escenarios posibles se daban para algún tipo de entretenimiento.
Así que los domingos por la tarde bajaban al baile a Arnedillo o a recorrer las fiestas de otros pueblos como eran las de Oliván, Ocón o San Vicente.

"Un año fuimos a la romería de Santa Ana con unas amigas que teníamos de San Vicente. Allí se juntaban gente de muchos pueblos, Munilla, Peroblasco, La Santa, Ribalmaguillo, etc. Yo que iba con un vestido blanco precioso para la ocasión y no sabía que allí tenían la costumbre de tirarse vino con las botas entre todos los jóvenes, así que me pusieron el vestido que pa que, no me gustó aquello, ya no volví a acudir a aquella fiesta". MARÍA LATORRE.

Entre la rutina diaria iban pasando los años pero estaba claro que el futuro de Antoñanzas estaba echado.
Carente de todo tipo de servicios básicos, la escuela bien lejana y el médico tres cuartos de lo mismo pues tarde o temprano tenía que llegar la marcha.

"Mi madre se puso muy enferma y el médico estaba en Munilla a más de una hora de camino, luego según lo que recetara había que bajar a Arnedillo a la farmacia, una hora de ida y otra de vuelta, después si eran inyecciones las teníamos que administrar nosotras porque el practicante no venía, así que mis padres tomaron la decisión de que nos bajáramos a vivir a Arnedillo. Mis tíos se quedaron solos en Antoñanzas un par de años pero luego optaron también por bajarse a Arnedillo y desde allí mi tío subía diariamente a atender el ganado".
MARÍA LATORRE.


Así que el matrimonio formado por Anastasio Pérez y Felipa Latorre fueron los últimos de Antoñanzas. Con su marcha se cerró la posibilidad de que se alargara el ciclo de vida en el pueblo. Este hecho sucedió en 1964.




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Cilbarrena ( La Rioja)




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Agradecimiento a Jesús Sáez, cordial y placentero informante de su pueblo.



Cilbarrena es otra de las aldeas de Ezcaray que no pudo resistir los coletazos que la despoblación propinó en esta comarca.
Situada en un angosto y sombrío valle que forma el arroyo Cilbarrena, estaba formada por once viviendas, todas ellas en muy mal estado actualmente, además contaba con iglesia, escuela, casa concejo, molino y horno, de lo que ya nada queda apenas excepto la iglesia.
Dedicados al cultivo de centeno y avena principalmente y al mantenimiento de ovejas y vacas en la ganadería. Algunos vecinos llevaban a vender leña y escobas a Ezcaray que servían para hacer funcionar los hornos de cal. En los últimos años también hubo gente que echaba un jornal en la repoblación de pinos que se daba en el monte.

Conocieron la luz eléctrica en las casas por medio de una línea que venía de la central eléctrica de Posadas.
Las fiestas patronales eran el día 24 de junio para San Juan.
Misa, procesión y baile conformaban los actos principales ese día. Baile que se realizaba en una era amenizado por los músicos de Valgañon (Inocente, Ciro y Arturo) con acordeón, guitarra y laúd.


"Venia muchísima gente ese día, de Ezcaray y todas las aldeas. Se mataba una oveja machorra y como plato típico estaban los garbanzos y la sopa de fideos, en alguna casa se hacían hasta dos turnos para comer de la gente que había.
Hubo un año en que un vecino de Ezcaray de buena posición social y económica que tenia de ahijado a un niño de aquí trajo fuegos artificiales y un pellejo de vino". JESÚS SÁEZ.


Fiesta que no se dejo de celebrar ningún año, aun después de la despoblación.
En septiembre se realizaba la fiesta de Gracias, una vez que se había recogido la cosecha de centeno, donde se hacía lo mismo pero sin procesión.
De Zaldierna venia el cura (don Manuel) montado en una yegua.
De Ezcaray venia don Eliseo, el médico montado a caballo, de donde también venia el veterinario (primero don Silverio y luego don Elías).
A Ezcaray se desplazaban los vecinos, normalmente los domingos que había feria de ganado y aprovechaban para hacer compras y vender huevos, corderos, cabritos, etc.

Y sino les quedaba el recurso de los vendedores ambulantes que pasaban por allí para suministrarles de diversos productos como podía ser la tía Canela que venía en caballo desde Pazuengos vendiendo aceite y anís entre otros artículos o bien otro vendedor que llegaba a caballo desde Urdanta vendiendo un poco de todo.
A los pueblos del llano como eran Badaran, Cordovin o Cardenas acudían a comprar vino y a Santo Domingo de la Calzada se desplazaban para vender miel.

"Cada mes un vecino estaba obligado a tener vino en su casa, funcionando como una especie de taberna para todo aquel visitante o gente del pueblo que quisiera echar unos tragos.
Cada mes también un vecino por turno estaba obligado a dar posada a los mendigos que hicieran noche en el pueblo.
Había unas fincas de centeno comunales en el pueblo que se trabajaban en cofradía y con lo que se sacaba se pagaba la luz y el gasto comunitario que hubiera.
Los domingos se hacía baile a nivel local en el horno".
JESÚS SÁEZ.


La búsqueda de un mejor futuro y mejores condiciones de vida determinó la marcha de los habitantes, unos se quedaron en Ezcaray y otros emigraron hacia el Pais Vasco.
Felix Somovilla y su mujer después de llevar tres años viviendo en soledad fueron los últimos en marchar de Cilbarrena a mediados de la década de los 70.



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La Monjia (La Rioja)



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Sobre un estrecho rellano rocoso situado por encima del recién nacido río Jubera se ubica este pequeño pueblo de La Monjia.
Cinco casas llegaron a componer este enclave solitario y abrupto del Alto Jubera situado a 1100 metros de altitud. Perteneció al ayuntamiento de La Santa y más tarde al de Munilla.

En el año 1917 tenía un censo de 38 habitantes.
No fue fácil la vida en La Monjia. El progreso no apareció nunca por allí. El terreno era escabroso, las comunicaciones muy deficientes y el invierno aparecía y se quedaba instalado varios meses mostrando toda su crudeza climatológica.

Muy frío era el invierno por estas latitudes. Leña de estepa y de roble era lo que usaban para calentar la lumbre de las cocinas.

"La nieve tardaba mucho en quitarse, por estar el pueblo en una hondonada duraba más aquí que en Ribalmaguillo y en La Santa. Hubo un año que el mes de febrero se lo pasó nevando entero. La nieve tapaba las puertas, había que abrir camino con palas para llegar hasta donde teníamos el ganado.
Un día tuvimos que sacar las cabras para llevarlas al río y que pudieran beber. Saltaron dando brincos por este lado a la otra orilla pero luego no había forma de que volviesen a saltar para acá, así que hubo que improvisar un puente con tablas para que pudieran pasar". JESÚS SOLANO.


Cada casa tenía su horno para hacer el pan. En los últimos años dejaron de hacerlo y era el panadero de Santa Engracia el que lo traía.
Candiles de aceite, petróleo y carburo fueron sus fuentes de iluminación para las casas o las cuadras.
Trigo, centeno, avena, yeros y lentejas era lo que se cultivaba principalmente en sus tierras.
Iban a moler a los molinos de San Román o al de Terroba.

Las cabras era el animal sobre el que se basaba la ganadería. La venta de cabritos, la leche y los quesos era el beneficio que obtenían de éste animal.
Pequeños rebaños siempre, variaban entre las cuarenta y las noventa cabezas de ganado caprino en cada casa.
Se hacía un censo del número que había y por cada diez cabras que tuvieran les tocaba ir un día de cabreros.
Venía un tratante de Soto a comprar los cabritos.

"Un año por el día de San Pedro hubo una fuerte tormenta con descarga eléctrica y un rayo mató cuarenta cabras, estaba mi padre (Felipe) de cabrero con ellas. Las despellejamos y la guardia civil nos dio petróleo para quemarlas" JESÚS SOLANO.

Aunque en menor número tampoco faltaban las ovejas en cada casa, nunca se sacaban a pastar mezcladas con las cabras.
Tratantes de Arnedo, de Terroba o de Soto compraban los corderos (había que llevárselos a su pueblo).
Los lechones se vendían en el mercado de Soto.
Liebres, conejos y perdices era lo que cazaban en sus montes. Casi todo era para consumo de la casa y algo se vendía a Maturro de Treguajantes.

Los niños en edad escolar asistían a la escuela de Ribalmaguillo para lo cual hacían el trayecto entre los dos pueblos en poco más de media hora. Variando según el año alrededor de siete u ocho llegaron a juntarse para ir a la escuela. Comían allí en Ribalmaguillo y por la tarde vuelta a La Monjia.

"Mis hermanos y yo comíamos en casa del abuelo Valentín que era de allí".
JESÚS SOLANO.


De variada procedencia eran los curas que venían a oficiar la misa en La Monjia (una vez al mes).
Así entre otros y según la época fueron don Paulino Oliván que venía desde El Collado, don Benito Barrio que venía desde Santa Marina, don Rosendo que lo hacía desde Hornillos o don Santiago Galarza desde La Santa. Ya en los últimos años era el sacerdote de Munilla el que se encargaba de tal cometido.
Normalmente había que ir a su pueblo a recogerlo y llevar una caballería para que pudiera hacer el trayecto hasta La Monjia montado en el animal.
Se quedaban a comer en casa del tío Higinio o el tío Felipe para después volver otra vez a su pueblo de residencia.
El médico también variaba su procedencia según los años. De Soto en Cameros, de San Román o de Munilla venían para visitar al enfermo. Había que llevar una caballería para que viniera a La Monjia.

"Mi abuela Vicenta se murió porque el médico de Munilla no quiso venir a verla a pesar de que se le había mandado aviso por el cartero de Ribalmaguillo".
JESÚS SOLANO.


El cartero, Antonio o su cuñado Leandro venían desde Ribalmaguillo, previamente habían ido a recoger la correspondencia a Munilla.
También hay constancia en otros años de que venía el cartero de Soto, Aniceto Fernández que era natural de Larriba.

Munilla y Soto en Cameros eran sus dos salidas naturales al exterior.

"En cierta ocasión me mandaron a Soto a por una caja porque Román Solano estaba agonizando y pensaron que era cuestión de horas. Se avisó desde Soto a Toribia, una hija que vivía en Haro, pero el tío Román sobrevivió y duró ocho días más". JESÚS SOLANO.


Para hacer compras iban hasta Munilla y en ocasiones hasta Soto en Cameros.
Se compraba aceite, bacalao, telas, ropa, paños...
El vino iban hasta Lagunilla de Jubera a por ello, otras veces lo adquirían en Munilla.
A Munilla llevaban a vender, huevos, quesos y estepas para la combustión de los hornos de panadería que había en aquel pueblo. Tres horas tardaban en hacer el trayecto.
Marcelino desde Munilla con una o dos caballerías aparecía periódicamente por La Monjia vendiendo comestibles, licores, tejidos, carburo...
Maturro de Treguajantes compraba quesos y cabritos.
Algunas chicas jóvenes iban a trabajar a las fábricas de mazapán de Soto.

"Cecilio, el hijo del tío Higinio hizo la mili en Africa sobre el 53 o 54 y al licenciarse compró un transistor Sanyo. Coincidí con el en Soto para volver al pueblo y en el trayecto íbamos oyendo el Tour de Francia cuando ganó Bahamontes. No se me olvidará tampoco que me trajo un bolígrafo hexagonal de regalo". JESÚS SOLANO.

La patrona de La Monjia era La Magdalena a la cual celebraban fiesta el 22 de julio, pero como quiera que les pillaba en plena faena del campo apenas hacían un día de fiesta y sin demasiada celebración. Con lo que la fiesta grande del pueblo era el 12 de octubre para el Pilar. En esta ocasión eran dos días los que disfrutaban de la festividad.
Venía gente de Santa Marina, El Collado, Bucesta, Reinares, Treguajantes, Valdeosera, Hornillos, La Santa, Ribalmaguillo y Zarzosa. Aquello era un hervidero de gente.

"En mi casa nos juntábamos hasta cuarenta personas para comer. Se sacaban productos de la matanza, se mataba algún cabrito o una oveja vieja y se hacían unas deliciosas rosquillas. La víspera ya habíamos hecho el zurracapote. Y así lo mismo en cada casa. Ningún forastero se quedaba sin comer." JESÚS SOLANO.

Se hacía una misa y una procesión como actos religiosos.
El baile se hacía en una era o si el tiempo no acompañaba en el corral del tío Felipe que previamente había sido bien acondicionado para la ocasión. Los músicos de San Vicente de Munilla eran los encargados de hacer bailar a los presentes.
Esos días también había buenas partidas de calva.

Acudían dos veces al año (mayo y octubre) en romería a la ermita de la Virgen de la Torre en Ribalmaguillo, junto con los de éste pueblo y los de La Santa. Era obligatorio que acudiera el cabeza de familia de cada casa o en su defecto un representante autorizado.

En Semana Santa hacían una misa y una procesión si conseguían que viniera algún cura esos días.

La emigración ya estaba haciendo estragos por toda esta recóndita comarca, los pueblos iban mermando mucho de población. La gente joven no veía aliciente en seguir este modo de vida. Las tierras y el ganado no daba para todos. En los años 50 y 60 ya se había ido más de la mitad de la gente, pero fue con la llegada de Patrimonio Forestal del Estado y la expropiación que hizo de toda la zona de monte y pastos para la plantación de pinos la que acabó por empujar a los más remisos a buscar un lugar para iniciar una nueva vida.
Casi toda la población de La Monjia se marchó para Logroño llegando hasta el año 1967 cuando se fueron los últimos que quedaban. Entre ellos los hermanos Ángel y Pepe Solano que ya no pudieron seguir pastando con las vacas que habían comprado unos años antes.

Agradecimiento a Jesús Solano, agradable y nostálgico informante de su pueblo natal.
Gracias a Marino Reinares, buen amigo y brillante intermediario para llevar a buen puerto este reportaje.


Visita realizada en mayo de 2017.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. A pesar de haber estado cerca por los cuatro puntos cardinales no ha sido hasta el tardío año de 2017 cuando se ha producido mi primera visita a este despoblado.
Enclave pintoresco, bucólico, lleno de encanto. Su aislamiento y su pequeño volumen hacen de La Monjia un lugar del que quedarse prendado cuando se llega hasta sus muros.
Accedo a él por la pista forestal que recorre esta zona de repoblación. Al llegar lo primero que se ve ya desde unos metros antes es la silueta de la iglesia, de configuración un tanto extraña, no sigue el modelo constructivo de otros pueblos de la zona.
Un notabilísimo conjunto de eras se sitúan en torno al templo.
Entro a la iglesia, enmarañada de vegetación y algún elemento arquitectónico decorativo todavía en sus muros, aparte de esto poco más.
Salgo y me dirijo hacía el caserío. Se encuentra cien metros más abajo de la iglesia. Una maraña de vegetación lo antecede junto a unos muros. Allí había una pequeña plaza y una fuente. Forman casi todos los edificios una hilera. Suerte desigual para ellos, unos ya han sucumbido, otros han perdido el tejado y solo la última vivienda es mantenida por sus propietarios para evitar el deterioro.
El lugar es austero, sombrío, pero lleno de encanto. No tuvo que ser muy cómoda la vida aquí. Mucha precariedad e incomodidades. Lejos de todo y cerca de nada.
Hay una casa solitaria a unos metros del resto, llego hasta ella, irreconocible su interior, sin tejado, solo parte de sus muros aguantan, está al borde mismo del cantil rocoso sobre el barranco.
Desde aquí intento buscar la fuente de La Monjia, no la encuentro. Si veo el rustico puente de troncos por el que cruzaban todos los días el arroyo los niños para ir a la escuela de Ribalmaguillo.
Subo otra vez para arriba, voy a la única calle del pueblo, echo un vistazo al interior en los lugares que se puede, voy por la parte de atrás, una visión bonita de las viviendas.
Vuelvo a la calle principal, la miro y la remiro, para adelante y para atrás. ¡que sensación de soledad!
Creo que la visita a La Monjia toca a su fin. Vuelvo a pasar junto a la iglesia, la curiosidad me puede y vuelvo a entrar a su interior por si me he perdido algún detalle de interés anteriormente pero poco hay que ver.
Me voy alejando del pueblo y de vez en cuando vuelvo la vista hacía atrás. Voy dejando a mi espalda un lugar solitario y poco visitado. El que viene aquí lo hace de cosa hecha. No hay rutas senderistas. Buena impresión me llevo de este lugar aún cuando la simpleza de todos sus edificios es la nota predominante.



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La Santa ( La Rioja)



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Hermosísimo pueblo situado en el Alto Jubera, en una zona abrupta y aislada donde la despoblación se ha ensañado con fuerza.
Recostado en la solana de una pequeña ladera, formado por tres calles principales y una transversal a ellas, alrededor de una treintena de viviendas llegaron a componer éste núcleo de población situado a 1175 metros de altitud.
Fue cabecera de municipio (del cual dependían también Ribalmaguillo y La Monjia) hasta fechas anteriores a su despoblación. En la actualidad pertenece al ayuntamiento de Munilla.

Nunca llegó la luz eléctrica a sus casas. Los candiles de aceite para la cocina, el candil de petróleo para ir a las cuadras y los corrales y una palmatoria con una vela para los dormitorios fueron sus fuentes de iluminación.
Cada casa solía tener su horno para cocer el pan, aunque ya en los últimos años se dejó de elaborar y se compraba en Munilla.
Para moler el grano se desplazaban hasta el molino de Zarzosa.

En tiempos remotos hubo un molino harinero en La Santa llamado el Molinillo que recogía las aguas de los arroyos de Fuentelvalle y el Estremal. Desaparecido hace muchos años, solo restos de la cimentación indicaban donde estuvo situado.
Tierras de cultivo ásperas y poco productivas. Estaban sembradas de centeno y avena principalmente quedando los cultivos de trigo y cebada en los terrenos que daban hacía Munilla y Zarzosa. También tenían buena producción de lentejas y patatas.
Al ser la tierra de baja calidad se hacían barbechos, un año sin sembrar diferentes parcelas dejándose para rastrojeras, aprovechadas por el ganado.
En la zona de monte predominaba la estepa y entre el arbolado figuraba el roble y algunos chopos.
En Cuesta la Guardia, en Cullojuana y lugares próximos se recogía leña de estepa para consumir en la lumbre en invierno. Meses de diciembre a febrero que eran especialmente rigurosos en cuanto a la climatología, especialmente si soplaba el cierzo del norte, lo cual conllevaba abundantes y duraderas nevadas.

Otras cargas de leña se llevaban a vender a Munilla para los hornos de las panaderías. En otras ocasiones la carga se llevaba a vender a Arnedillo a los molinos de yeso que allí había. Por cada carga de estepa les daban dos fanegas de yeso que servían para hacer reparaciones y obras de albañilería.
En la fauna era el conejo, la perdiz y la liebre los que dominaban el terreno.
La ganadería se repartía entre pequeños rebaños de ovejas y cabras.
Las ovejas en verano se llevaban a pastar por Rabujo, Vallejolinar, Fuentelvalle, Peñueco, Peñarraposero... mientras que las cabras lo hacían por Cullondo, la Vaqueriza, Matalsilo, Cullojuana, Riajapuez...

De Tudelilla venían tratantes a comprar los corderos y cabritos.
En tiempos anteriores eran carniceros del pueblo alavés de Navaridas los que venían a comprar estos animales.
En cada casa se mataban uno o varios cerdos en época de matanza según las necesidades del consumo de la familia.
Las cerdas de cría se llevaban a casa del tío Félix en Ribalmaguillo que es donde estaba el semental. Si éste las cubría al momento se volvían con la cerda para casa, si no era así se dejaban allí hasta el día siguiente y el animal una vez apareada volvía sola a casa.
El capador pasaba dos veces al año, en primavera y en otoño.

En la época del esquileo venían esquiladores de Zarzosa y Hornillos. Con la lana obtenida se dejaban unos cuantos vellones para las necesidades de la casa: rellenar un colchón o almohada o bien para hacer zurrones, chalecos, guantes, calcetines o medías, hecho que se hacía en las noches de invierno al amparo de la trasnochada.
Trasnocho donde se reunían varios adultos al calor de la lumbre mientras que comentaban los asuntos de actualidad, los hombres jugaban a las cartas y las mujeres en un exquisito trabajo artesanal hacían las prendas antes citadas con la lana.
El sobrante se llevaba a vender a las fábricas de paños de Munilla y Enciso.

No había taberna en el pueblo pero cada quince días una casa tenía la obligación de servir de taberna y de posada. Se hacía por turno establecido entre todos los vecinos. En la puerta de entrada a cada casa había un clavo y en él se colgaba lo que se llamaba el palo, que consistía en un trozo de madera rectangular con un agujero en la parte superior por el que se pasa una cuerda o sedal en forma de lazo. Éste se colgaba de la puerta que estuviera establecida que le tocaba esos días para que así todo el transeúnte o vecino que quisiese echar unos tragos supiera cual era la casa encargada de ese asunto.
El tenedor del palo estaba obligado a comprar un pellejo de vino (normalmente en Munilla). Se compraba con un fondo público.
Asimismo tenía que dar alojamiento (cama y comida) a todo el viajero y caminante que lo solicitara, los cuales abonaban los gastos originados.
Transcurridos quince días el vecino saliente le entregaba el palo al siguiente vecino que figuraba en la lista rotatoria.

En Munilla había mercado todos los domingos. Acudían las gentes de La Santa por una parte para vender patatas, huevos, leche, pollos, corderos, conejos, estepas, etc y a la vez comprar productos de primera necesidad para el hogar.
En Arnedo había mercado los lunes y hasta aquel pueblo se desplazaban cuando tenían que comprar vino, aceite o piensos para el ganado. Se juntaban varios vecinos y salían del pueblo de madrugada, cada uno con una o dos caballerías para traer su carga de vino y demás productos que compraran. En ocasiones coincidían con vecinos de Ribalmaguillo y La Monjia con lo cual se juntaba una buena caravana haciendo el trayecto juntos. La vuelta solía ser con la noche ya bien entrada, alrededor de medianoche.

Diversos vendedores ambulantes aparecían periódicamente por La Santa como era Juan el pimentonero que con una caballería transportaba pimentón y otras especias para aderezar la matanza de los cerdos. Ya antes de entrar en el pueblo se le oía su pregón gritando a toda voz: Pimentón de la Vera, Vera, vendoooooo.
El tío Piejo venía de Munilla con unos machos cargados de bisutería, mantas y prendas de vestir. Exponía su mercancía en la plaza.
También pasaban con frecuencia los chocolateros de Munilla los cuales eran esperados con gran regocijo por los chavales.

Hubo cura residente en La Santa hasta bien entrados los años 40. Don Aurelio, don Apolinar o don Santiago son algunos de los que se recuerdan. A partir de entonces venía el cura de Munilla.
El médico venía de Munilla, había que ir a buscarle con un macho, al llevarle de vuelta a Munilla una vez que hubiera visto al enfermo se compraban allí las medicinas que hubiera recetado.

El practicante también acudía desde Munilla, primeramente lo hizo Luis, que además era el barbero y después le sustituyó Antonino.
Además de poner inyecciones, sacar muelas, etc, era solicitado para visitar a algún enfermo ante la imposibilidad de desplazamiento del médico.
El cartero residía en Ribalmaguillo (Antonio, aunque en muchas ocasiones era su cuñado Leandro el que realizaba tal cometido). Recogía la correspondencia en Munilla y al volver la repartía en La Santa, en Ribalmaguillo y en La Monjia.
El herrero era el tío Juan de Zarzosa. Se le pagaba por celemines de trigo que previamente habían ajustado por arreglar los aperos y herramientas de labranza.
A este le sustituyó Pedro Reinares, que era natural de La Santa. Después de la guerra el herrero venía de Munilla.

Santa Ana era la patrona de La Santa, cuya fiesta se celebraba el 26 de julio.
Los mozos el día de la víspera preparaban el zurracapote que ofrecían gratuitamente a todo el que acudía a la fiesta.
El gaitero llegaba a última hora de la tarde. Es Doroteo de Torremuña, acompañado al tambor por Silverio de Oliván.
Después de merendar se hacía un pasacalles, se disparaban cohetes, se volteaban las campanas, lo que indicaba que la fiesta iba a comenzar.
Al terminar de cenar se hacía un baile en la plaza alrededor de una hoguera hasta las doce de la noche.
Los mozos se reunían en un punto convenido, tomaban zurracapote, galletas, anís, coñac, etc.
Los más jóvenes traían los ramos que posteriormente se pondrán en las casas donde hay mozas, además de en la del alcalde y el cura. Son ramas de chopo, fresno o acacia. Se cantaban unas coplas llamadas albadas cuando ya estaba cerca el amanecer:

"Por esta calle que vamos
echan agua y salen rosas
y por eso le llamamos
la calle de las hermosas"


Al día siguiente, Santa Ana, se hacía la "diana" un pasacalles mañanero con el gaitero al que acompañaba todos los mozos del pueblo y algún forastero que ya estaba por allí. Se paraba en casa del alcalde, el cura y en todas las que hubiera mozas jóvenes. En cada casa invitaban a la comitiva a galletas, pastas y licores y ofrecían alguna cantidad de dinero (de dos a cuatro pesetas por cada chica), con lo cual tenían la obligación de sacar a bailar a las mozas al menos una vez durante el baile. Terminada esta ronda de mañana, la gente se iba a almorzar para preparar la procesión que les llevará hasta la ermita de Santa Ana. Allí les esperaba una comitiva de Hornillos con su pendón y su cruz procesional. Todos juntos entraban en la ermita donde se celebraba la misa con toda solemnidad. Terminada ésta se hacía un baile en la pradera junto a la ermita.

A continuación se marchaba la comitiva de Hornillos hacía su pueblo. Los de La Santa bajaban hacía el pueblo para comer (cordero y productos derivados del cerdo). Por la tarde se rezaba el Rosario donde acudía casi todo el pueblo y el gaitero acompañaba con su música la ceremonia religiosa. A continuación se hacía baile por la tarde para después de cenar volver a realizar el baile hasta las doce de la noche, hora en que se acababa la fiesta.
La iluminación consistía en una gran hoguera en la plaza.

En los años 40 los músicos venían desde el pueblo soriano de Yangüas y en los años 50 lo hacían los músicos de San Vicente de Munilla.
De Ribalmaguillo, La Monjia, Zarzosa, Hornillos y San Vicente era de donde venía más juventud a participar de la fiesta.
El tres de febrero, para San Blas, tenían la fiesta pequeña.
A mediados de septiembre, una vez terminadas las faenas del campo se realizaba la fiesta de Gracias. Se acudía también a Santa Ana en procesión para dar gracias por la protección de los campos.

Iban en romería dos veces al año a la ermita de la Virgen del Rosario (anteriormente bajo la advocación de Nuestra Señora de la Torre).
La primera era el lunes de la semana de la Ascensión (mayo). Acudían los pueblos de La Santa, Ribalmaguillo y La Monjia.
Era obligatorio que acudiera al menos el cabeza de familia de cada casa o un representante autorizado si no pudiera hacerlo aquel. El no acudir llevaba la correspondiente sanción impuesta por el alcalde.
Se realizaba la romería para pedir a la Virgen un buen año para los campos.

Cada pueblo llevaba su pendón y su cruz parroquial.
Se juntaban los romeros de La Santa con los de Ribalmaguillo y La Monjia en Gudemar y todos juntos realizaban el trayecto hasta la ermita.
El vecino de La Santa que esos días le tocara tener la taberna habilitada en su casa tenía que llevar un odre de vino sufragado por el ayuntamiento, el cual una vez acabada la misa invitaba a los concurrentes a unos tragos de vino. Se iban formando corros, unos simplemente hablaban de temas comunes, otros jugaban a las cartas y otros a la calva. Así hasta la hora de comer que se hacía conjuntamente todos sentados en la pradera. Al finalizar las viandas nuevamente juegos de cartas y de calva hasta la hora del Rosario. Finalizado éste los romeros emprendían la marcha por el mismo camino de venida. En Gudemar se despedían de los de Ribalmaguillo y La Monjia.

Antes de llegar a La Santa se formaba de nuevo el cortejo para entrar a la iglesia. Entre tanto los chicos del pueblo empezaban a tocar las campanas una vez que avistaban a los romeros llegando de vuelta al pueblo.
La segunda romería se hacía el primer domingo del mes de octubre. El ceremonial religioso era idéntico a la anterior. Acudían los tres pueblos, el ayuntamiento invitaba a vino y aumentaba el número de asistentes puesto que acudían gentes de pueblos de alrededor. Se contrataba a un gaitero para que diera más animación a la fiesta.
Al finalizar, cada uno volvía a su pueblo y la juventud se congregaba en La Santa pues allí es donde acudía el gaitero para continuar la fiesta. Los que eran cazadores tanto a la ida como a la vuelta aprovechaban para cazar alguna liebre o conejo que una vez condimentado y asado al calor de una hoguera, al finalizar el baile los presentes daban buena cuenta de ello.

En la Nochebuena, antes de cenar se daba de comer al ganado y se dejaba todo listo para sentarse a la mesa donde esperaban unos suculentos platos. Era costumbre tomar berza de entrada para continuar con besugo, cabrito, bacalao, congrio y como remate final una paella, la cual ya era poco degustada por los comensales por estar bien repletos de comida. Servía como alimento para el día siguiente. Para los postres quedaban los turrones, la compota de frutas, higos, pasas, castañas, peras asadas puestas en vino con bastante azúcar, acabando con el típico zurracapote.
Se entonaban villancicos al ruido de las zambombas y las panderetas hasta altas horas de la noche.

A la mañana siguiente, día de Navidad, acudían los vecinos a oír la Santa Misa. Después de los saludos y felicitaciones de rigor a la salida del templo la gente se iba a casa a degustar el arroz sobrante de la noche anterior. Por la tarde se tocaban las campanas y se rezaba el rosario. La gente jugaba a la calva o a la brisca, mientras que la juventud si hacía buen tiempo bailaba en las eras o en algún edificio deshabitado y en buen estado.
El día de Nochevieja se despedía el año con una cena parecida a la de Nochebuena pero con menos variedad de platos. No había mucha tradición de comer las uvas aunque algunas casas si lo hacían.

Los mozos y mozas se reunían después de cenar. Se sacaban dos boinas y en cada una se ponían tantas papeletas como varones y hembras hubiera, con el nombre de cada uno. Se ponían los chicos en una fila y las chicas enfrente en otra. Se iban sacando las papeletas de cada boina, una de la de los chicos y otra de la de las chicas. Los dos nombrados salían al centro quedando juntos formando pareja, así hasta que finalizaba el sorteo con todas las papeletas. Al finalizar quedaban formados lo que se llamaba novios del año. Esa noche el primer baile lo hacían con la pareja que les tocó en suerte aunque luego no lo volvieran a hacer en toda la noche ni se dirigieran la palabra prácticamente. Casi nunca llegaban a nada estos emparejamientos que solo servían para pasar un buen rato de diversión viendo las parejas tan dispares en edad, físico y maneras de ser que salían del sorteo. Aunque algún caso se dio de que ese enlace ficticio acabó convirtiéndose en real con el paso del tiempo.

El domingo de Resurrección realizaban la quema del Judas. Las mozas, el día anterior habían rellenado con Paj* un pantalón y una chaqueta dando forma así a un pelele, le colocaban unos zapatos, un sombrero, un pañuelo y a modo de picaresca dejaban un botón de la bragueta abierto donde asomaba una guindilla. Ya tenían confeccionado el Judas.
Los mozos por su parte hacían algo parecido pero con ropas de mujer. Era la Judesa.
Al Judas le iban paseando por el pueblo con una soga al cuello a la vez que paraban en cada casa y pedían limosna para el malvado. Les daban tocino, chorizo, huevos, jamón y algo de dinero. Las mozas paseaban a la Judesa pero sin la soga al cuello. Ambas comitivas se juntaban en la plaza. Se hacía una hoguera en el centro. Por encima iba una soga atada de una fachada a otra y en ella estaba el Judas y la Judesa a los que se les prendía fuego.
Luego los mozos y mozas hacían una buena merienda con las viandas obtenidas.
Este acto dejó de hacerse en los años cuarenta.

Para el día de Todos los Santos los mozos compraban un carnero que mataban y guisaban para comer en el campanario puesto que tenían que estar toda la noche allí para tocar las campanas. Se tocaba a muerto, por las ánimas.
Los vecinos les daban patatas, chorizo, tocino, huevos... Hacían una hoguera junto a la iglesia con leña de un roble que previamente habían cortado pidiendo permiso al alcalde y allí consumían todas las viandas, mientras unos comían otros iban tocando las campanas por orden establecido. Años más tarde se invitaba también a las mozas a participar en éste acto.
Al amanecer finalizaba el acto y desayunaban lo que les había sobrado de por la noche.

En los pocos ratos de ocio que había se acostumbraba a jugar a la calva, en cuyas partidas se jugaban uno o dos azumbres de vino. Los domingos por la tarde la juventud echaba unos bailes en una era al son de la gaita que algún mozo sabía tocar con mucha precariedad.

Santa Águeda era el día de los quintos (jóvenes que entraban en quintas para el servicio militar). Estos salían de rondalla acompañados del resto de mozos yendo casa por casa en las que les regalaban huevos, chorizos, morcillas, tocino, etc. Al atardecer se juntaban mozos y mozas en algún edificio sin habitar y realizaban unos bailes y una merienda-cena con todo lo recogido anteriormente por las casas.

En el año 1932 un grupo de personas mandados desde Madrid por el Ministerio de la Gobernación iban recorriendo los pueblos para dar sesiones de cine mudo. En La Santa se habilitó un local para su proyección. Se hizo en una pared revocada con yeso blanco y como es natural no faltó nadie del pueblo. Para casi todos era la primera vez que veían una película. Fue una novedad para niños y mayores. Les llamaba la atención como salían y desaparecían las imágenes en la pantalla. Según se iba proyectando la película, uno de ellos iba comentando lo que se veía en la proyección.
Al finalizar dieron unas charlas relacionadas con la política del momento y se cantó el Himno de Riego, el cual era la primera vez que lo oía la gente de La Santa. Ello motivo que ante el desconocimiento los más guasones se pusieran a bailar, hecho que motivó el enfado de los cineastas que hicieron saber que lo que escuchaban era el Himno Nacional y que no se podía bailar.

En una ocasión, un vecino del pueblo, Santiago Solano, natural de Ribalmaguillo pero que vivía en La Santa, estaba labrando en Mortajeras. Ese día cayó una gran tormenta con descarga eléctrica y truenos. Al llegar la noche no regresaba a casa por lo que cundió la alarma, acrecentada porque algunos vecinos vieron caer relámpagos por esa zona. Salió casi todo el pueblo a buscarle. En los corrales del Aldamejo oyeron las campanillas de los machos de Santiago que pastaban la yerba de la corraliza. Hacía allí se dirigieron con el temor de encontrarse con algo desagradable. La gente gritaba su nombre pero él no contestaba, lo que aumentaba la sospecha de que una desgracia había ocurrido.

Al llegar a la puerta del corral seguían voceando su nombre pero nadie contestaba, presintiendo lo peor. Al entrar al interior vieron que Santiago estaba tranquilamente durmiendo sin tener noción del tiempo que había pasado. El disgusto se trocó en alegría, regresando rápidamente al pueblo para calmar a su mujer, Margarita.
La tía Felisa, madre de Margarita y suegra de Santiago sacó unos chorizos y un porrón de vino para agradecer a todos los presentes la ayuda realizada en la búsqueda del yerno. Así estuvieron casi hasta el amanecer comentando la incidencia tratando de quitarle importancia a lo sucedido porque Santiago estaba apesadumbrado por lo que había pasado y por el mal rato que había hecho pasar a su mujer.

Pedro, un día crudo del invierno cayó en las peñas de Riomilanos a una poza helada. Le encontraron casi extenuado gracias a los ladridos de su perra (Lola) que orientó a los que salieron en su busca. Fue llevado a hombros hasta su casa, llegó reanimado por el calor que le daban los que le transportaban. Salvó la vida de milagro.

Un día de San José, fiesta en Ribalmaguillo, al volver de noche los mozos y mozas de dichas fiestas hacía La Santa cayó al agua del río desde una altura de cuatro metros junto al puente de Ribalmaguillo, una de las chicas, María. Su hermano Tomás y debido a la oscuridad de la noche, gritaba: ¡ha caído una al río! sin saber que era su hermana. Uno de los chicos, Segundo, saltó con gran agilidad y pudo rescatar a María sin más daños que la consiguiente mojadura y el tremendo susto.

La emigración había sacudido de pleno a estos pueblos situados en terreno tan escabroso, con muy malas comunicaciones y con la falta de casi todos los servicios básicos. En los años 50 mermó muchísimo el número de habitantes, pero fue la llegada de Patrimonio Forestal del Estado la que empujó a los más remisos a salir del pueblo. Se realizó una expropiación de toda la zona de montes y pasto para la repoblación de pinos. Los pocos que quedaban lo tuvieron más difícil para seguir subsistiendo en el lugar puesto que se les prohibió salir con las cabras al monte, debido a que éstas se comían los brotes de los pinos. Hubo bastantes presiones de los técnicos forestales para que la gente vendiera y se marchara.
Los hermanos Juan y Felipe La Serna fueron los últimos de La Santa. Su salida del pueblo se produjo en el año 1969. Se marcharon a Logroño, la capital había acogido a la práctica totalidad de vecinos que habían dejado el pueblo, excepto una familia que se fue a Calahorra.

Años después, una vez que se hubo despoblado el pueblo y por iniciativa de don Valentín Reinares Fernández (nacido en La Santa), ilustre canónigo de la Concatedral de Santa María la Redonda de Logroño surgió la idea de reunirse todos los hijos de La Santa que habían emigrado, celebrar una misa en Santa Ana y hacer una comida de Hermandad. Apoyó ésta idea don Segundo Reinares Calleja, militar retirado, Medalla de Oro y Cruz de Caballero de la Orden de Cisneros.
Acordaron fijar la fecha para el domingo 1 de septiembre de 1974. A ella acudieron buen número de antiguos vecinos. Después de los emotivos y emocionados saludos por el reencuentro de años sin verse, se celebró una misa oficiada por don Valentín y se cantó una salve a Santa Ana, finalizando con unas plegarias a los antepasados ausentes. A continuación se dirigieron hasta el pueblo donde visitaron la iglesia y vieron con tristeza y amargura el expolio que se había producido en su interior. Faltaba Santa Ana, que estaba en el pórtico, encima de la puerta de la entrada a la iglesia, la Virgen del Rosario, San Blas, San Bartolomé. Tampoco estaba el altar mayor, la sacristía había sido desmantelada. Ni rastro de las campanas.
Un paseo por el pueblo les hizo rememorar los años de su infancia al penetrar en el interior de las casas o en la escuela. Paseo que continua por el lavadero, las eras y otros lugares de la toponimia local como son Vallejolinar, El Estremal, Revillalapasada, Hoyocornejo, Portillo Rosal, La Mata, Los Espinillos.....

A mis buenos amigos, los hermanos Reinares Martínez, Sara y Marino, descendientes de La Santa por parte paterna.
Gracias por vuestra amistad, por vuestra colaboración, por vuestra acogida...




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Las Ruedas de Enciso ( La Rioja)



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Agradecimiento muy especial para Magdalena Martínez, descendiente del Molino Gil. Luchadora incansable defendiendo los intereses de Las Ruedas.

Las Ruedas de Enciso es (de momento) el último pueblo en sucumbir forzadamente a los caprichos de las administraciones que en forma de pantanos van dejando un reguero de destrucción, sumergiéndolos bajo las aguas, aunque en este caso ni ese consuelo quedará siquiera, pues el pueblo esta en proyecto de demolición y en fechas próximas quedará reducido a escombros.
Daño irreparable el que se va a hacer a una población, atrás quedaran años de vida, de sacrificios y un patrimonio arquitectónico, paisajístico y cultural echados a perder caprichosamente.

Vamos a perder no ya solo uno de los deshabitados más hermosos de La Rioja sino de toda España. Un autentico deleite para la vista, arquitectura popular en estado puro, rincones fotogénicos por doquier. Esa maravilla de calle única que vertebra el pueblo descendiendo hacia una bellísima plaza no tiene parecido que se precie. Por no hablar del río Cidacos con su preciosa alameda que se contornea al paso del pueblo.
Ubicado en una curva de un estrecho valle que forma el Cidacos, llegó a contar con más de cuarenta viviendas que se dedicaban al cultivo de trigo, cebada, centeno y legumbres principalmente en la agricultura, teniendo las ovejas y las cabras como referente en la ganadería.
Otra fuente de ingresos importante para los vecinos eran las fábricas textiles que había en Enciso que daban trabajo a numerosas personas de toda la comarca.
Celebraban sus fiestas patronales el 8 de septiembre en honor a Nuestra Señora de los Remedios.

"Duraba la víspera y dos días. La organizaban los mozos del pueblo, había misa y baile, se hacía zurracapote, se hacían rosquillas, sobadas, bizcochos de San Jorge, en todas las casas se mataba algún animal para celebrarlo, una oveja, un cordero o un pollo. Todo el mundo la esperaba con gran alegría. El baile era amenizado por Santos de Garranzo con el clarinete y el tambor de Indalecio del pueblo soriano de Leria. Santos renovaba su repertorio y tocaba las canciones de moda. En la misa, durante la Consagración, tocaba el himno nacional. Como Santos tenía que soplar mucho, entre baile y baile se jugaba al corro, cantando La Tarara, La Flor del Romero, etc. Se bailaba en la curva de la carretera, en aquellos años no pasaban muchos coches, si llovía nos poníamos a resguardo en el pórtico de la iglesia que estaba al lado. Había baile por la mañana, tarde y noche. Cuando acababa íbamos a comer o cenar, nadie se quedaba solo, a todos los forasteros se los invitaba en una casa u otra. Mi madre siempre tenía preparado algo para algún mendigo que aparecía y le servía la misma comida que nosotros en la mesa de piedra del patio del molino, era muy menesterosa.

Por la noche, después de terminado el baile, cuando todo era silencio, los mozos que tenían su guitarra, iban haciendo una ronda por el pueblo cantando debajo de las ventanas de las mozas, se inventaban ellos las coplas y algunas eran un poco gamberras.
A la mañana siguiente se solía dar el ¨mantazo¨, mozos y mozas madrugadores iban por las casas hasta el dormitorio, sacando al rezagado/da de la cama de un modo nada amable. Colchón y cuerpo al suelo.
El segundo día de fiesta era el día de los casados, siempre había algunas que se disfrazaban zarrapastrosamente y se metían con las más ¨finolis¨.
Acudían de todos los pueblos cercanos: de Garranzo bajaba toda la juventud, eran muy animados, me encantaba el olor que desprendía el ramito de albahaca con un clavel que se ponían muchas mozas en el pecho, también venían de El Villar, de Poyales, de Enciso, de Peroblasco, de La Escurquilla, de Arnedo y de los pueblos sorianos de Leria, La Vega y Yanguas.
Al tío José, le encantaba organizar carreras de sacos, soltar globos, etc". MAGDALENA MARTÍNEZ.


Tenían una segunda fiesta patronal o fiesta pequeña como era San Jorge el 23 de abril.

"Para San Jorge se hacia una gran hoguera la víspera, para ello los niños y niñas de la escuela, íbamos con unos días de antelación a un montecillo llamado el Lote y arrancábamos jaras, que aquí las llamamos estrepas y las traíamos al pueblo amontonándolas delante de los muros del cementerio viejo, al lado de la iglesia, y además el mismo día de la hoguera pedíamos a todos los vecinos su colaboración con leña, que también transportábamos al montón. Resultaba una hoguera preciosa.
Como San Jorge era ¨el meón¨ porque siempre llovía, esa noche se aprovechaba para ir a buscar caracoles. Era curioso ver por los huertos de regadío lucecitas aquí y allá, de los faroles con cristales que se alumbraban con una vela, de la gente que los buscaba. Al día siguiente se comía la caracolada".
MAGDALENA MARTÍNEZ.


Pero no acababan aquí los días festivos para Las Ruedas porque había otras celebraciones menores.

"El día 2 de octubre se celebraba la fiesta de Gracias. Se hacia una misa y procesión por la tarde, sacando a la virgen del Rosario, a la que se le ponían unas manzanitas colgadas de la mano y se cantaba el rosario por todo el pueblo. Había también baile pero solo un día.
En febrero se celebraba la fiesta de Las Candelas, que era la de los mozos. Por esas fechas ya se había hecho la matanza del cerdo, los jóvenes recorrían las casas con el ¨pinchón¨, pidiendo La Tajada. El pinchón consistía en una vara de hierro acabada en punta donde colocaban todo lo que la gente donaba; morcillas, chumarros (tocino delgadito con poca grasa que asadito está muy rico), chorizos, etc. Mi madre siempre guardaba el ¨morcillón¨ para dárselo a los mozos, estaba hecho con la tripa más grande del animal. Solían hacer una hoguera y lo asaban todo, también invitaban a las mozas.
El domingo de Pascua de Resurrección era la de las mozas, se iba por las casas pidiendo el huevo, se hacían con ellos rosquillas y se hacía en una casa la comida, donde también se invitaba a los mozos. A la salida de misa se quemaba el Judas (muñeco confeccionado con ropas viejas).

El jueves Lardero o de Piñata era de los niños. Nuestras madres nos hacían unos bollos con chorizo y huevo. No tienen nada que ver con los que se hacen ahora. Se sacaba el ¨tallo¨ del chorizo de una olla donde estaban guardados con la manteca del mismo cerdo; bien de manteca, que se derretía un poco y se añadía a la masa del bollo, introduciéndole el chorizo y un huevo con cáscara, crudo. Se le daban formas caprichosas y era la delicia de los chiquillos que no teníamos escuela el jueves para ir al campo a comerlo". MAGDALENA MARTÍNEZ.


A Enciso acudían con mucha frecuencia los vecinos de Las Ruedas dada su cercanía y ser un pueblo importante. Se iba a vender leche, huevos, leña, etc. y también a comprar pues aunque había tienda en el pueblo, las de Enciso estaban más surtidas. El domingo era el día de mercado en Enciso que recibía gentes de todos los pueblos de la comarca.
A Enciso también se desplazaban los jóvenes en la tarde-noche de los domingos para bailar en un salón de baile, amenizado por la banda de música del pueblo.
Los hombres de más edad se quedaban en Las Ruedas y acudían a la taberna de la Tanis y jugaban al mus, con su porroncito de vino.
El cura venia desde el pueblo de Garranzo.

"Don Valentín bajaba desde el pueblo de Garranzo montado en su borriquito, que lo llevaba muy enjaezado. Al terminar la misa, mientras desayunaba en casa de mis padres, mi hermana Margarita y yo cogiamos el burrito y nos dábamos un paseo por los alrededores del molino.
Cuando murió don Valentín fuimos atendidos por el coadjutor de Enciso, madrugábamos mucho en verano para la misa pues siempre la querían hacer antes de que la gente se fuera a las faenas del campo, además de que el cura tenía que atender varios pueblos". MAGDALENA MARTÍNEZ.


El médico venia de Enciso, había que ir con una caballería a buscarlo, de allí también venia el veterinario.
Había cartero residente en el pueblo. El correo llegaba sobre las 15 horas, en el autobús de línea Calahorra-Soria. El envío de correspondencia se hacía sobre las 13 horas en el autobús de Soria-Calahorra. Había también otro autobús en esa misma dirección ¨La Exclusiva¨ que pasaba por Las Ruedas a las 8 de la mañana en dirección a Soria y por la tarde hacia el camino de vuelta a Calahorra pasando por el pueblo a las 7 de la tarde.
Transeúntes de todo tipo pasaban por Las Ruedas como eran los mencheros o traperos. En aquellos años se reciclaba todo, hasta las suelas de goma de zapatillas y alpargatas. Iban vendiendo objetos de barro y loza que se cambiaban por trapos viejos (menchos), papel, suelas o lo que la gente les quisiera dar: patatas, pan, etc.

También venían arregladores o componedores, estañaban las cazuelas de porcelana que se salían (estaban ¨escorcorronadas¨), los calderos de cobre, los somieres de las camas los estiraban, los paraguas, todo lo arreglaban. Eran familias de gitanos que recorrían los pueblos con sus carros.
Mención también para los copleros, que cantaban y vendían los cancioneros y la gente les daba comida.
El cierre de las fábricas textiles de paños y zapatillas que había en Enciso afectó de lleno a Las Ruedas y demás pueblos de la comarca. La primera se fue a Logroño (Textil Quemada) y la segunda (Tres Pies) fue en declive hasta desaparecer.

Esto acabó llevando a muchos vecinos de Las Ruedas camino de la emigración y así sus vecinos marcharon principalmente a Arnedo y a Logroño.
Para el año 1967 se acabó el ciclo de vida humana en Las Ruedas después de cientos de años, con la marcha de la última familia que quedaba: el matrimonio formado por Ángel Rodrigo y Martina Benito y sus tres hijos: Ángel, Pepi y Rosa Mari. Se fueron para Logroño.
En la década de los 70 el pueblo estaba prácticamente sin vida, solo algunos vecinos seguían yendo a trabajar las tierras y es a últimos de esta década y primeros de los 80 cuando Las Ruedas vuelve a recobrar vida con la vuelta de los hijos del pueblo que volvían para vacaciones, además de forasteros que compraron algunas casas y las rehabilitaron buscando unos alicientes paisajísticos y de tranquilidad que no se daban en otros pueblos.
Se recuperan algunos huertos, se limpian los antiguos regadíos y se hace una nueva traída de agua al pueblo.
Se formó la Asociación de Amigos de Las Ruedas para dar un impulso al pueblo, se arreglan las casas y los vecinos acuden los fines de semana.
Se recupera la fiesta de Nuestra Señora de los Remedios celebrándola el primer domingo de septiembre. Se hace misa y procesión, se reparten los bollos ruedeños, se rifa un jamón, no falta el zurracapote, se realizan juegos infantiles y por la noche música con La Charanga Siete Valles de Logroño. Se hacía caldereta de cordero en la chopera del pueblo reunidos en familia.
Desde Arnedo subía el panadero y fruteros en furgonetas que iban hasta Yanguas, tambien de Arnedillo venían vendiendo el pan.
El pueblo había recobrado vitalidad y alegría.
Pero.....

"Como en los cuentos, la dicha no dura mucho en la casa del pobre. Aparece el proyecto de la presa del Cidacos y esta es la espada de Damocles que desde finales de los 80 está amenazante sobre Las Ruedas. Al crear la Asociación esperamos obtener ayudas comunitarias como gozan los demás pueblos de la Rioja, pero siempre encontramos la misma respuesta, que es zona inundable y que será en breve anegada por las aguas, no se puede despilfarrar el dinero público, incluso para obtener el mínimo servicio como es el del agua y la luz. Pero el tesón de los ruedeños es más fuerte y nos lo proporcionamos nosotros mismos".
MAGDALENA MARTÍNEZ.


En el año 1995 se ejecutó el desvío de la carretera y se hizo la expropiación de los terrenos rústicos.
Las obras del pantano comenzaron en 2009 y esto supuso un desanimo muy grande entre la gente que poco a poco iban mermando en sus visitas al pueblo.

"El pantano nos ha matado, la gente ha dejado de venir a sus casas, ni siquiera en fines de semana, el año pasado (2012) la fiesta ya fue muy descafeinada, acudió gente, aunque solo tres familias nos quedamos a dormir esa noche en el pueblo. Daba mucha pena verlos marchar después de la misa. Nada queda ya de la ilusión que tuvimos tiempo atrás". MAGDALENA MARTÍNEZ.

Así hasta llegar a la actualidad, con la carretera cortada, el pueblo sometido a un proceso de demolición, por lo que se ha visto afectado por un expolio brutal y como siempre la expropiación se ha hecho de mala manera, no tasando las viviendas y las fincas con su valor real, algunas familias aun no han cobrado y andan en pleitos con la Confederación del Ebro.
Tanta prisa por desalojar cuando las obras están prácticamente paradas y no se sabe cuál será la fecha de su finalización.

Muy triste final para Las Ruedas de Enciso.



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Valdevigas ( La Rioja)



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Recostado sobre un cerro del barranco Fuentimor se sitúa el despoblado de Valdevigas.
Aislada población, solo caminos de caballería permitieron llegar hasta sus muros. Dependiente del municipio de Enciso, estaba formado por quince viviendas, ermita, escuela (estuvo cerrada durante la guerra) y casa concejo.

Duras y abancaladas tierras de las que se obtenía trigo y cebada principalmente. Las ovejas eran su principal recurso, los corderos se vendían a carniceros de Enciso y Arnedo, la lana se llevaba a Enciso y a Munilla para ser aprovechada en las fábricas textiles que allí había. El textil que dio muchísimo auge a aquellos dos pueblos y adónde iban alguno de los vecinos de Valdevigas a trabajar. Como también algunas mujeres acudían a trabajar a la poderosa fabrica de chocolate de Las Bargas.

Contaron con luz eléctrica proveniente del molino Gil de Las Ruedas de Enciso. A este mismo molino iban a moler el grano.
No tenían fuente y se suministraban de una poza que había en el barranco.

Dos días duraban sus fiestas patronales (11 de noviembre) en honor a la virgen de la Magdalena.
Se hacía una diana mañanera con los músicos por las casas del pueblo, donde se les obsequiaba con anís, moscatel y rosquillas.
La misa y la procesión eran los actos religiosos, mientras que la parte festiva eran los gaiteros de Garranzo (Santos y José) los que ponían la nota para hacer bailar a los presentes. Baile que se realizaba por la tarde en una era y por la noche en el concejo.
Cada año era una casa la encargada de elaborar unos roscos que luego se rifaban.
No faltaban en la fiesta vendedores de Munilla y de Larriba vendiendo garrapiñadas y caramelos.

El cura llegaba desde Enciso a oficiar la misa y también de Enciso venía el médico.
El cartero (Esteban) se desplazaba hasta Enciso a recoger la correspondencia y la repartía en La Escurquilla y en Valdevigas.
El herrero venía del pueblo soriano de La Vega.
Para realizar compras aprovechaban el domingo que era día de mercado en Enciso y a la vez que vendían algún animal de corral se abastecían de productos de primera necesidad.
También la juventud realizaba el trayecto hasta Enciso los domingos para acudir al baile que allí se hacía por las tardes.

Las malas comunicaciones, el poco futuro del campo y el declive de las fabricas de Enciso llevó a los habitantes de Valdevigas a buscar otro medio de vida más confortable. Algunos se quedaron en Enciso y otros se fueron para Arnedo, Logroño y Barcelona.
A principios de los 60 ya solo quedaban dos casas abiertas y fueron Francisco Blanco y su mujer Ángeles Fernández, además de los tres hijos que tuvieron (Pedro, Inocencia y Jesús) los últimos de Valdevigas. En el año 1962 cerraron su casa y se marcharon a Enciso.



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