El Rey y el Pegaso de Tono (García Trevijano). Jaime Peñafiel. República.com

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Jaime Peñafiel en Republica.com

El Rey y el Pegaso de Tono
JAIME PEÑAFIEL 05/03/2018
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Fernando Palmero, en su artículo del pasado viernes en El Mundo sobre Antonio García Trevijano, fallecido el último día del mes de febrero, recordaba lo que yo publiqué un día, sobre el origen de la relación entre el rey Juan Carlos y el gran republicano y paisano mío.

Aunque a ustedes les sorprenda, la “culpa” la tuvo un Pegaso, aquel mítico, exclusivo y legendario coche deportivo, un capricho de la Empresa Nacional de Automóviles, ENASA, dentro del Instituto Nacional de Industria, el famoso INI, cuyo presidente, Juan Antonio Suances recibió de Franco el encargo de fabricar un coche, un símbolo que representase el orgullo de España en un momento de total aislamiento económico, social y político.

El resultado fue el Pegaso fabricado entre 1951 y 1957, un coche considerado, desde su aparición en el mercado, el mejor a nivel mundial. Y el más bello que se hubiera fabricado nunca. Su valor: quince mil dólares de la época. Y sólo se fabricaron…125.

Entre los propietario de este lujosísimo automóvil se encontraban el shah de Persia, el barón Thyssen, Leónidas Trujillo, presidente de la Republicana Dominicana y… Antonio García Trevijano, que lo descubrió en la exposición de París de 1955 donde se convirtió en la joya indiscutible.

La apasionante historia del Pegaso de Tono, como familia y amigos le llamaban, y don Juan Carlos, se inicia en 1955, cuando éste era el cadete Borbón en la Academia General Militar de Zaragoza y donde Antonio García Trevijano era notario. Me la contó él durante una de las comidas en su lujosa mansión madrileña de Somosaguas.

Un día del otoño de aquel año, el entonces Príncipe lo encuentra aparcado, a la puerta del Gran Hotel de la capital aragonesa donde tenía, permanentemente reservada, una habitación para sus fines de semana libres de servicio.

En el citado hotel, que todavía sigue abierto al público, también se alojaba el notario. No se conocían entre ellos pero, al salir un día del hotel, García Trevijano vio a Juan Carlos, que sólo tenía 17 años, observando, con todo detenimiento, aquella joya automovilística.

– ¿Te gusta?, le preguntó tuteándole aunque sabía que se trataba del príncipe Juan Carlos.

– Sí. Mucho. Pero ¿qué es? ¿Un coche de carreras?

– Sí. Un Pegaso, le contestó Antonio.

– ¿Eres mejicano?, le inquirió el caballero cadete al verlo tan moreno, con aquellos grandes bigotes y tocado con sombrero de panamá blanco.

– Claro que soy mexicano, le respondió mi paisano tomándole el pelo al muchacho.

Todo esto sucedía bajo la atenta mirada del general Martínez Campos, duque de la Torre, su preceptor, un hombre serio e inflexible sorprendido de que el Príncipe estuviera hablando con un desconocido de aspecto más que sospechoso junto a aquel bólido. No era, precisamente, para estar tranquilo. Pero, aprovechando que el preceptor entró un momento al hotel, ese momento que Juan Carlos estaba esperando, se dirigió al “mexicano”:

– Me gustaría subir al coche para dar una vuelta. Si tu quieres, por supuesto, le dijo con humildad.

García Trevijano estaba dispuesto a comprobar si aquel jovencito sería capaz de soportar, sin asustarse, los 250 kilómetros por hora a los que, con toda la intención, puso al Pegaso, aprovechando una recta que existía entonces en la llamada carretera de Ronda. Pero la gran sorpresa de Antonio fue no sólo comprobar que el Príncipe no se asustaba sino que estaba entusiasmado, tanto que se atrevió incluso a pedirle, con total falta de pudor, un pequeño favor:

– ¿No te importaría llevarme a la Academia para que me vean mis compañeros bajar de este coche?

García Trevijano y el Príncipe se vieron varias veces durante aquel otoño aunque el notario nunca se identificó como tal. Cuando llegó la Navidad y Juan Carlos regresó a Estoril a pasar las vacaciones, lo hizo entusiasmado con su nuevo “amigo” del que no dejaba de hablar a su padre:

– Papa, ¡qué hombre tan fantástico! ¡Qué coche tiene! ¡Y qué mujeres! ¡No te puedes imaginar cuánto dinero maneja!

Cansado de oírle hablar todo el día del “mexicano”, le dijo:

– Ese mexicano que tanto te ha impresionado y del que te has hecho amigo ¿tiene el bigote muy grande y se llama Antonio por casualidad?

– Si, si, papá, muy grande…

Don Juan, mirándole a los ojos y con aquel vozarrón que tenía, le dijo a su hijo:

– Juanito, hijo mío, tú no es que seas ingenuo, es que eres tonto, pero que muy tonto. Te ha tomado el pelo. Ese “mexicano” tuyo es Antonio García Trevijano, un notario granadino amigo mío y, además, un peligroso republicano. Lo único que desea es derribar a Franco y luego, cuando venga la Monarquía, derribar al Rey. ¿Te enteras?

Al reencontrarse en Zaragoza tras las vacaciones y ante los reproches de Juan Carlos por el engaño, Antonio le advirtió:
– Cuando seas Rey haré todo lo posible para que dejes de serlo. Por eso, lo primero que tienes que hacer es meterme en la cárcel.

Como así sucedió. Pero es otra historia, apasionante, sobre la que les escribiré otro día.
 
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