El periodista que sabía demasiado: 30 años en las cloacas judiciales

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El periodista que sabía demasiado: 30 años en las cloacas judiciales

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Caamaño, Dívar y Conde-Pumpido en la apertura del año judicial en 2011 (EFE)
Carlos Prieto

17.02.2017 – 05:00 H. - Actualizado: 8 H.
Yoldi sabe cosas. Sobre las alcantarillas del sistema judicial y sobre algunos de los episodios más morbosos de la crónica negra española. Cosillas. Unas se pueden publicar... y otras no...

Yoldi es José Yoldi (San Sebastián, 1954): reportero de tribunales de 'El País' durante treinta años (fue uno de los caídos en el traumático ERE de 2012), testigo de algunos de los grandes juicios de la democracia (23-F, 11-M), 'autor intelectual' (a golpe de exclusiva) de la caída de todo un presidente del Tribunal Supremo (Caso Dívar) y ahora escritor criminal ('La noche perdida' es su nueva novela) y observador del funcionamiento del país desde la serenidad de la jubilación.

Si en su primera novela (el thriller judicial 'El enigma Kungsholm') resucitó como ficción una noticia que -por lo que fuera- nunca fue publicada, en 'La noche perdida' fabula sobre un asunto que sí llegó a los kioscos -y con gran escandalera- en 1984: el caso Bardellino, o la extraña excarcelación de un jefe de la Camorra (sobornos mediante) que salpicó a dos magistrados del Supremo y de la Audiencia Nacional. "El caso puso de relieve una de las características del mundo judicial: el NOMEFO; es decir, los jueces prefieren NO MEterse en FOllones. Cuando le metes mano a uno de los suyos, pues no lo llevan bien.", cuenta Yoldi sobre las tensiones internas que generaron sus informaciones sobre las mordidas de Bardellino.

Hablamos con José Yoldi un mediodía de febrero en una cafetería de Arturo Soria.

PREGUNTA. Sobre el caso Dívar: ¿La expresión “semana caribeña” judicial fue cosa suya?

RESPUESTA. Sí, la acuñé yo. En el Tribunal Supremo siempre se ha ido a ritmo lento, salvo en casos urgentes, como las resoluciones electorales, cuando se reunen un sábado por la tarde para que parezca que curran mucho. Pero en general y salvo honrosas excepciones, los magistrados empiezan a trabajar un martes por la mañana y el jueves a la hora de comer, adiós muy buenas. Había magistrados que vivían en Pontevedra, para entendernos.

P. ¿A raíz del caso Dívar no se empezaron a controlar un poco más los descansos y los viajes de ‘trabajo’?

R. Controlar estas cosas siempre es difícil. Los viajes internacionales de Dívar se los autorizaba la Comisión Permanente, en la que él también estaba. Ahora hay que currárselo un poco más para irse de viaje de recreo, pero basta con que haya un curso de Derecho en algún lugar de España para justificarlo, y poder así disfrutar del marisquito y del hotel.

P. ¿Minusvaloró ‘El País’ el potencial de sus informaciones sobre Dívar?

En general y salvo honrosas excepciones, los magistrados empiezan a trabajar un martes por la mañana y el jueves a la hora de comer, adiós muy buenas

R. Me pusieron muchas pegas. Molestaba a mucha gente: a las fuentes del subdirector, a Alberto Ruiz-Gallardón [Ministro de Justicia entonces], etc. Me daban poco espacio: se llegaron a publicar exclusivas tremendas en un faldón por debajo. A mí no me importaba, aunque sí veía que a nivel periodístico era una barbaridad. Pues vale. A pesar de todo, fui publicando y publicando…

Con Armada hemos topado
Durante la Transición, Yoldi trabajó como reportero de tribunales en Europa Press. Los periódicos apenas cubrían las implicaciones políticas de lo que pasaba en los jugados; así que, por un lado, se hinchó a obtener fuentes y a publicar exclusivas (como el sumario del juicio del 23-F); y por el otro, acumuló anecdotario para parar un tren.

P. Cubrió el juicio militar durante el 23.F. ¿Fue un cierre en falso?

R. Mi impresión es que sí fue un cierre en falso, pero no solo el juicio, sino todo en general. ¿Cómo explicarte? La instrucción de la causa, hecha por un general consejero del ‘Ya’, fue un 'no saquemos los pies del tiesto; vamos a juzgar a los que tenemos aquí, pero a los que han quedado fuera, ni se te ocurra investigarlos'. No se podía permitir que Tejero quedara impune tras semejante irrupción en un parlamento democrático, ni que Milans del Bosch sacara los tanques a la calle y no pasara nada; es decir, lo que ya ha ocurrido, vamos a castigarlo de alguna manera; y lo demás, punto pelota: nadie sabe nada y nadie quiere saber nada. Esa fue mi sensación tras vivir todo aquello. Los golpistas estaban absolutamente crecidos en el juicio militar.

P. ¿Cuánto tuvo que ver con este cierre en falso que antes de la asonada hubiera conversaciones a varias bandas -Armada, el Rey, el PSOE- para formar un gobierno de concentración nacional liderado por el mismo militar -Armada- que luego participaría en el Golpe? Digo porque si algún episodio del pasado les avergonzaba a todos, mejor no menearlo, ¿no?

Al Rey le hemos agradecido cómo defendió la democracia y tal, pero salió por la tele a la una de la madrugada, eh, cuando el Congreso lo habían tomado a las seis de la tarde

R. Bueno, si lo que me preguntas es si el Rey estaba en la pomada, pues te puedo contar mi impresión. Al Rey le hemos agradecido cómo defendió la democracia y tal, pero el Rey salió por la tele a la una de la madrugada, eh, cuando el Congreso lo habían tomado a las seis de la tarde; ya sé que tenía que hacer llamadas y cosas de esas pero en fin… Insisto: nadie quiso saber nada del asunto.

P. Cambiando de tema, pero no de época. En sus memorias dice algo así como: ¡Ay si yo pudiera contar quién mató a los marqueses de Urquijo! Pues oiga, cuente cuente…

R. Pues es una historia estupenda para contar, sí... pero en una novela y cambiando los nombres, porque hay dos sentencias firmes que impiden hacerlo de otra manera: cada vez que alguien escribe sobre el caso es susceptible de ser condenado… y todos los beneficios de la obra van para la denunciante, Myriam de la Sierra [hija de los marqueses y exmujer de Rafael Escobedo, único condenado por el crimen]. No merece la pena. Eso sí, con mi teoría sobre el crimen he triunfado en todas las cenas con amigos…

P. En el libro cuenta que la noche del asesinato aquello parecía una romería…

R. Es que fue una romería: pasaron por allí siete personas en tres coches. Que el administrador ordene lavar los cadáveres antes de que llegue la policía… y no pase nada. Hay que saber quién era el juez instructor y cómo le premiaron después…

Las cosas de la justicia
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José Yoldi (Moeh Atitar/Editorial Mong)
En su libro de memorias-'Peor habría sido tener que trabajar'- Yoldi aporta la siguiente definición del oficio: "Reflejar lo más fielmente posible lo que está pasando, explicar las contradicciones existentes y, si se puede, interpretar las razones de estas conductas". Edificante, sí, ocurre que a Yoldi le bastaron pocos días en el oficio de reportero de tribunales para caerse estrepitosamente del guindo: "En mi ingenuidad, yo creía que la justicia era justa, muy al estilo de las películas americanas; que los jueces, fiscales y abogados que intervenían en los juicios eran santos varones; que los buenos, aunque a veces sufrieran un poco, ganaban siempre y que los malos, aunque obtuvieran victorias parciales, acababan pagando sus crímenes". La pérdida de la inocencia le llegó tras contarle un abogado cómo logró que su cliente no fuera condenado por estafar con un cheque sin fondos. Diálogo entre el abogado y el joven Yoldi:

- He entregado doscientas mil pesetas en efectivo a un funcionario a cambio del original del cheque que estaba incorporado al sumario y ya lo he destruido...

-¿Y con eso ya se ha acabado?

-Bueno, ya no existe la prueba de que mi cliente pagó con un talón sin fondos, porque en el juzgado se ha perdido el cheque, así que alegaré eso y mi cliente quedará absuelto.

-Pero si has sido tú el que ha destruido el cheque...

-Sí, pero el juez no lo sabe... La justicia para el que se la trabaja, chaval.

O el precioso mundo de la justicia por dentro...

P. ¿En su época se sabía a qué se dedicaban Manos Limpias y Ausbanc? Digo porque cuando cayeron todo el mundo parecía estar al tanto de aquello. En plan: ya era hora.

R. Te puedo ofrecer mi intuición sobre lo que ha pasado. Primero, no hay que olvidar que el Supremo tiró de Manos Limpias en alguna ocasión, por ejemplo, para condenar a Garzón o a Atutxa [ex presidente del Parlamento Vasco, sentenciado por desobediencia en 2008]: con el mismo precepto absolvemos a Botín y condenamos a Atuxa, que había sido acusado por Manos Limpias.

P. Manos Limpias en tareas de agitación y trabajo sucio…

Las camarillas policiales vienen sacándose los ojos desde que tengo recuerdo

R. Claro, el trabajo sucio lo hacía Manos Limpias. Esto lo habían permitido siempre, pese a que BBVA, Banesto y otros denunciaron hasta la saciedad las prácticas de Ausbanc. ¿Cuándo se decide actuar contra Manos Limpias y Ausbanc? Casualmente cuando se está juzgando en Palma a una infanta de España a la que solo Manos Limpias pide pena de cárcel... No tengo la certeza de que eso sea así, pero sí la intuición por el tufillo que desprende.

P. Me gustaría que nos ilustrara sobre otro reciente asunto judicial tan embarullado que parece una parodia: el comisario Villarejo y las guerras civiles policiales…

R. Lo he seguido de manera muy tangencial pero es verdad que tiene una pinta muy chunga… Toda la vida ha habido guerras de poder en la policía. Las camarillas policiales vienen sacándose los ojos desde que tengo recuerdo. No sé si te acuerdas del tema del Nani, una historia fascinante: que el grupo antiatracos de la policía se dedique a contratar atracadores para detenerlos -o matarlos directamente- recuperar el botín y colgarse una medalla. En fin, ¿cómo explicarte?

P. Es sórdido, es sórdido…

R. Si es que al final la realidad supera a la ficción por goleada… Es lo que hay...
 
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