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- Steve McQueen: se definía como un "cerdo machista"
Pasó a la posteridad como... El icono que sirvió como puente entre John Wayne y Tom Cruise: en él confluían, de forma natural, la virilidad ruda de posguerra y la masculinidad sofisticada de los yuppies. Bullit, La gran evasión o El secreto de Thomas Crown le convirtieron en el tipo más cool de todo Hollywood.
Su lado oscuro. Steve McQueen (Indiana, 1930-México, 1980) reconocía ser “un cerdo machista”. Le daba palizas a su primera esposa, Neile Adams (a quien llegó a encañonar con una pistola en un ataque de celos), y le prohibió trabajar a la segunda, Ali McGraw, durante los cinco años que estuvieron juntos para que se dedicase a servirle carne con patatas cada noche a las seis en punto y le dejase cenar viendo la tele en silencio. Le gustaba beber, conducir rápido y drogarse (cocaína, peyote, LSD y nitrato de amilo para sus atracones de s*x*), pero odiaba compartir película con otros actores: exigió que Paul Newman tuviese exactamente el mismo número de palabras que él en El coloso en llamas y que la última frase de la película fuese suya. Esta inseguridad paranoica venía por el abandono de su madre, una prost*t*ta adolescente que le acogió de nuevo años después. Pero las palizas de su padrastro llevaron a McQueen a dormir en la calle con nueve años. “De lo único que Steve McQueen siempre ha estado seguro”, aseguraba su amigo Robert Vaugh, “es de su atractivo para las mujeres”.
Pasó a la posteridad como... El icono que sirvió como puente entre John Wayne y Tom Cruise: en él confluían, de forma natural, la virilidad ruda de posguerra y la masculinidad sofisticada de los yuppies. Bullit, La gran evasión o El secreto de Thomas Crown le convirtieron en el tipo más cool de todo Hollywood.
Su lado oscuro. Steve McQueen (Indiana, 1930-México, 1980) reconocía ser “un cerdo machista”. Le daba palizas a su primera esposa, Neile Adams (a quien llegó a encañonar con una pistola en un ataque de celos), y le prohibió trabajar a la segunda, Ali McGraw, durante los cinco años que estuvieron juntos para que se dedicase a servirle carne con patatas cada noche a las seis en punto y le dejase cenar viendo la tele en silencio. Le gustaba beber, conducir rápido y drogarse (cocaína, peyote, LSD y nitrato de amilo para sus atracones de s*x*), pero odiaba compartir película con otros actores: exigió que Paul Newman tuviese exactamente el mismo número de palabras que él en El coloso en llamas y que la última frase de la película fuese suya. Esta inseguridad paranoica venía por el abandono de su madre, una prost*t*ta adolescente que le acogió de nuevo años después. Pero las palizas de su padrastro llevaron a McQueen a dormir en la calle con nueve años. “De lo único que Steve McQueen siempre ha estado seguro”, aseguraba su amigo Robert Vaugh, “es de su atractivo para las mujeres”.