El carisma salvaje de Nuréyev

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El carisma salvaje de Nuréyev
Arrogante, rebelde, sensual... El mítico bailarín es motivo de otro ‘biopic’ sobre su juventud y años de deserción
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Rudolf Nureyev en 1965. (Getty)
Maricel Chavarría, Barcelona
05/05/2019 00:36 Actualizado a 05/05/2019 04:58

A Rufolf Nuréyev le encantaba decir que había nacido en un tren. Acaso una forma de saberse inaprehensible, un escapista, un mirlo blanco.

–¿Has bailado esta noche? -le pregunta en París copa en mano el coreógrafo Pierre Lacotte en El bailarín , la película de Ralph Fiennes que acaba de estrenarse.

–Si hubiera bailado me recordaríais –responde Rudi, joven y arrogante.

De lo primero que escapó Rudolf Jamétovich Nuréyev fue de la pobreza. Efectivamente, su madre le parió el 17 de marzo de 1938 cerca del lago Baikal, sumando sus contracciones al traqueteo de un tren que iba de Siberia a Vladivostok, donde su marido, un tártaro que huyó de la miseria del campesinado, estaba destacado en el ejército rojo. Iban con ella sus tres hijas y la pobreza... en un país tomado por el hambre, el frío, el miedo y el pensamiento único.

Como todo niño de las repúblicas soviéticas, Rudi fue educado en las danzas folclóricas. Pero cuando asistió a la ópera de Ufá para ver un ballet patriótico, decidió que iba a ser el mejor bailarín del mundo.

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Como Rudolph Valentino en el biopic (Archive Photos / Getty)
No es que llegara a serlo –si es que tal categoría existe– aunque bien intentó corregir su falta de técnica y desgarbo. Su baza era su presencia escénica. Rudi sería conocido como el príncipe. No importaba que empezara a los 17 a educarse en serio en la Vaganova, la escuela del Kirov, donde se empeñó en ser alumno de Alexandr Pushkin.

–¿Puede decirme al menos si le gusto? –le imploraba el joven Rudi al circunspecto aunque efectivo y dulce maestro ruso.

–Si me disgusta lo sabrá. La combinación de pasos tiene una lógica, cuando la encuentre verá que fluyen. No olvide que la técnica es sólo el medio.


La película da fe de los excesivos cuidados que Rudi recibió de la señora del maestro Pushkin


Enseñanzas como esa aparecen en El bailarín en boca del propio Fiennes, que da vida a Pushkin hablando incluso en ruso. También se da fe de los excesivos cuidados que Rudi recibió de la señora Pushkin, cuando por una lesión le invitó a instalarse en casa. Así fue que se lo llevó a la cama repetidamente, hasta que el chaval, incapaz de verbalizar su angustia, se largó dando un portazo. Aquel affaire podría haberse repetido con otros bailarines. Mijail Baryshnikov, otro alumno aventajado de Pushkin que no coincidió con Nuréyev en Leningrado al ser una década más joven, dijo haber sido invitado a menudo a cenar, aunque siempre rehusó pasar la noche. El famoso maestro moriría congelado al caer cruzando un puente de Leningrado, en 1970. Hacía años que Nuréyev había desertado, y faltaban cuatro para que lo hiciera Baryshnikov. Ambas estrellas bailarían juntos por vez primera en Nueva York, reunidos por Martha Graham y junto a la figura soviética Maya Plisetskaya.

Tras su deserción en París, en 1961, los intereses geopolíticos hicieron que la prensa pusiera el foco sobre Nuréyev, pero su salvaje carisma y su visión activa del varón en el ballet harían el resto. A la semana ya era contratado por el Grand Ballet du Marquis de Cuevas. Se convirtió en una celebridad. Y temperamental. Él decidía dónde y con quién bailar. Y con quien ligar. De gira por Dinamarca conoció al bailarín Erik Bruhn, su amante, amigo y protector durante años. Pero su promiscuidad sexual no era negociable. Su avidez le llevaba incluso a tener encuentros espontáneos en callejones traseros durante los entreactos. Lo que le encendía para salir a escena era hacer esperar al público, que le aclamara. O esperar desnudo en el camerino a que alguien entrara a llamarle.

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Baryshnikov, Graham, Nuréyev y Plisetskaya en 1987 (Images Press / Getty)
La incomparable Margot Fonteyn le introdujo en el Royal Ballet de Londres. Ella iniciaba el declive físico, pero asociarse con él le dio alas. Formaron la pareja más famosa del ballet. Tampoco el cine se hizo esperar, aunque no era lo suyo: en 1976 sería Rudolph Valentino. O en 1983, al nombrarle director del Ballet de la Ópera de París, estrenaría Exposed junto a Nastassja Kinski, gran amiga con la que habría querido tener un hijo.

Lo cuenta el bailarín Robert Tracy, su último gran amor, un joven que para alivio de quienes se preocupaban por Rudi, no era ni un estafador ni un trapero: “Una de las cosas que le atrajo de mí es que yo no era un semental, era un académico”. Vivían encima de Lauren Bacall en el edificio Dakota de Nueva York, pero también en la casa de una playa nudista del Caribe y en el rancho de Virginia, donde un órgano ocupaba una sala entera para que Rudi tocara Bach. Jackie Onassis venía a montar, los amigos tomaban jets privados desde Nueva York para cenar. Corría el caviar, pero también el desánimo por el declive físico de quién había sido poderoso en escena.

El resto es el sida que jamás asumió, las cintas de I love Lucy que llevó a Panamá cuando Fonteyn moría de cáncer, la ovación que recibió en 1992 al salir a saludar en el Palais Garnier, consumido, tras parir una nueva Bayadera .

https://www.lavanguardia.com/cultura/20190505/462039729746/el-carisma-salvaje-de-nureyev.html
 
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