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pilou12
Guest
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La fuente del kitsch es el acuerdo categórico con el ser.
¿Pero cuál es la base del ser? ¿Dios? ¿El hombre? ¿La lucha? ¿El amor? ¿El hombre? ¿La mujer?
Las opiniones sobre este tema son diversas y por eso hay también diversos tipos de kitsch: católico, protestante, judío, comunista, fascista, democrático, feminista, europeo, americano, nacional, internacional.
Desde la época de la Revolución francesa la mitad de Europa se denomina izquierda mientras la otra mitad se llama derecha. Es casi imposible definir la una o la otra a partir de algún tipo de principios teóricos en los que se apoyen. Eso no es nada extraño: los movimientos políticos no se basan en posiciones racionales, sino en intuiciones, imágenes, palabras, arquetipos, que en conjunto forman tal o cual kitsh político. La idea de la Gran Marcha, por la que se deja embriagar Franz, es el kitsch político que une a las personas de izquierdas de todas las épocas y corrientes. La Gran Marcha es ese hermoso camino hacia delante, el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia, la felicidad y aún más allá, a través de todos los obstáculos, porque ha de haber obstáculos si la marcha debe ser una Gran Marcha.
¿Dictadura del proletariado o democracia? ¿Rechazo a la sociedad de consumo o incremento de la producción? ¿Guillotina o supresión de la pena de muerte? Eso no tiene la menor importancia. Lo que hace del hombre de izquierdas un hombre de izquierdas no es tal o cual teoría, sino su capacidad de convertir cualquier teoría en parte del kitsch llamado Gran Marcha hacia adelante.
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Por supuesto Franz no es una persona para la cual el kitsch sea esencial. La idea de la Gran Marcha juega en su vida aproximadamente el mismo papel que desempeña en la vida de Sabina la canción sentimental sobre las dos ventanas iluminadas. ¿A qué partido político votará Franz? Me temo que no vota a ninguno y que el día de las elecciones prefiere irse de excursión a la montaña. Pero eso no significa que la Gran Marcha haya dejado de emocionarlo. Es hermoso soñar que somos parte de una masa que marcha a través de los siglos y Franz no olvidó nunca ese hermoso sueño.
Un día le llamaron por teléfono unos amigos desde París. Dicen que están organizando una marcha a Camboya y lo invitan a que se sume a ellos.
Camboya había pasado ya en aquella época por la guerra civil, por los bombardeos norteamericanos, por la devastación producida por los comunistas locales que habían reducido en una quinta parte a la población y, finalmente, había sido ocupada por el vecino Vietnam, que a su vez ya no era en aquella época más que un instrumento de Rusia. En Camboya había hambruna y la gente moría sin atención médica. La Organización Internacional de Médicos había pedido ya muchas veces autorización para entrar en el país, pero los vietnamitas se negaban. Por eso los grandes intelectuales de Occidente debían marchar a pie hasta la frontera de Camboya y forzar así, con este gran espectáculo representado ante los ojos de todo el mundo, la entrada de los médicos al país ocupado.
El amigo que llamó por teléfono a Franz era uno de aquellos con quienes había ido a las manifestaciones por las calles de París. Al principio le entusiasmó la invitación, pero después dirigió la vista hacia la estudiante de las grandes gafas. Estaba sentada frente a él y sus ojos, tras los gruesos cristales, parecían aún mayores. Franz tenía la sensación de que aquellos ojos le rogaban que no fuera a ninguna parte. Así que se disculpó.
Pero en cuanto colgó el auricular, lo lamentó. Había satisfecho, en efecto, a su amante terrenal, pero descuidaba al amor celestial. ¿No era Camboya una variante de la patria de Sabina? ¡Un país ocupado por el ejército de un país comunista vecino! ¡Un país sobre el que cayó el puño de Rusia! Franz imagina de pronto, que su casi olvidado amigo le ha llamado siguiendo unas instrucciones secretas de ella.
Los seres celestiales todo lo ven y todo lo saben. Si participara en aquella marcha, Sabina lo vería y estaría orgullosa de él. Comprendería que le ha sido fiel.
«¿Te enfadarías mucho si fuese?» le preguntó a su chica de las gafas, que no quiere estar ni un solo día sin él, pero es incapaz de negarle nada.
Unos días más tarde estaba en un gran avión en el aeropuerto de París. Había veinte médicos, acompañados por unos cincuenta intelectuales (profesores, escritores, parlamentarios, cantantes, actores y alcaldes) y todos ellos acompañados por cuatrocientos periodistas y fotógrafos.
La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
La fuente del kitsch es el acuerdo categórico con el ser.
¿Pero cuál es la base del ser? ¿Dios? ¿El hombre? ¿La lucha? ¿El amor? ¿El hombre? ¿La mujer?
Las opiniones sobre este tema son diversas y por eso hay también diversos tipos de kitsch: católico, protestante, judío, comunista, fascista, democrático, feminista, europeo, americano, nacional, internacional.
Desde la época de la Revolución francesa la mitad de Europa se denomina izquierda mientras la otra mitad se llama derecha. Es casi imposible definir la una o la otra a partir de algún tipo de principios teóricos en los que se apoyen. Eso no es nada extraño: los movimientos políticos no se basan en posiciones racionales, sino en intuiciones, imágenes, palabras, arquetipos, que en conjunto forman tal o cual kitsh político. La idea de la Gran Marcha, por la que se deja embriagar Franz, es el kitsch político que une a las personas de izquierdas de todas las épocas y corrientes. La Gran Marcha es ese hermoso camino hacia delante, el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia, la felicidad y aún más allá, a través de todos los obstáculos, porque ha de haber obstáculos si la marcha debe ser una Gran Marcha.
¿Dictadura del proletariado o democracia? ¿Rechazo a la sociedad de consumo o incremento de la producción? ¿Guillotina o supresión de la pena de muerte? Eso no tiene la menor importancia. Lo que hace del hombre de izquierdas un hombre de izquierdas no es tal o cual teoría, sino su capacidad de convertir cualquier teoría en parte del kitsch llamado Gran Marcha hacia adelante.
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Por supuesto Franz no es una persona para la cual el kitsch sea esencial. La idea de la Gran Marcha juega en su vida aproximadamente el mismo papel que desempeña en la vida de Sabina la canción sentimental sobre las dos ventanas iluminadas. ¿A qué partido político votará Franz? Me temo que no vota a ninguno y que el día de las elecciones prefiere irse de excursión a la montaña. Pero eso no significa que la Gran Marcha haya dejado de emocionarlo. Es hermoso soñar que somos parte de una masa que marcha a través de los siglos y Franz no olvidó nunca ese hermoso sueño.
Un día le llamaron por teléfono unos amigos desde París. Dicen que están organizando una marcha a Camboya y lo invitan a que se sume a ellos.
Camboya había pasado ya en aquella época por la guerra civil, por los bombardeos norteamericanos, por la devastación producida por los comunistas locales que habían reducido en una quinta parte a la población y, finalmente, había sido ocupada por el vecino Vietnam, que a su vez ya no era en aquella época más que un instrumento de Rusia. En Camboya había hambruna y la gente moría sin atención médica. La Organización Internacional de Médicos había pedido ya muchas veces autorización para entrar en el país, pero los vietnamitas se negaban. Por eso los grandes intelectuales de Occidente debían marchar a pie hasta la frontera de Camboya y forzar así, con este gran espectáculo representado ante los ojos de todo el mundo, la entrada de los médicos al país ocupado.
El amigo que llamó por teléfono a Franz era uno de aquellos con quienes había ido a las manifestaciones por las calles de París. Al principio le entusiasmó la invitación, pero después dirigió la vista hacia la estudiante de las grandes gafas. Estaba sentada frente a él y sus ojos, tras los gruesos cristales, parecían aún mayores. Franz tenía la sensación de que aquellos ojos le rogaban que no fuera a ninguna parte. Así que se disculpó.
Pero en cuanto colgó el auricular, lo lamentó. Había satisfecho, en efecto, a su amante terrenal, pero descuidaba al amor celestial. ¿No era Camboya una variante de la patria de Sabina? ¡Un país ocupado por el ejército de un país comunista vecino! ¡Un país sobre el que cayó el puño de Rusia! Franz imagina de pronto, que su casi olvidado amigo le ha llamado siguiendo unas instrucciones secretas de ella.
Los seres celestiales todo lo ven y todo lo saben. Si participara en aquella marcha, Sabina lo vería y estaría orgullosa de él. Comprendería que le ha sido fiel.
«¿Te enfadarías mucho si fuese?» le preguntó a su chica de las gafas, que no quiere estar ni un solo día sin él, pero es incapaz de negarle nada.
Unos días más tarde estaba en un gran avión en el aeropuerto de París. Había veinte médicos, acompañados por unos cincuenta intelectuales (profesores, escritores, parlamentarios, cantantes, actores y alcaldes) y todos ellos acompañados por cuatrocientos periodistas y fotógrafos.
La insoportable levedad del ser
Milan Kundera