El baúl de los fragmentos perdidos

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La fuente del kitsch es el acuerdo categórico con el ser.

¿Pero cuál es la base del ser? ¿Dios? ¿El hombre? ¿La lucha? ¿El amor? ¿El hombre? ¿La mujer?

Las opiniones sobre este tema son diversas y por eso hay también diversos tipos de kitsch: católico, protestante, judío, comunista, fascista, democrático, feminista, europeo, americano, nacional, internacional.

Desde la época de la Revolución francesa la mitad de Europa se denomina izquierda mientras la otra mitad se llama derecha. Es casi imposible definir la una o la otra a partir de algún tipo de principios teóricos en los que se apoyen. Eso no es nada extraño: los movimientos políticos no se basan en posiciones racionales, sino en intuiciones, imágenes, palabras, arquetipos, que en conjunto forman tal o cual kitsh político. La idea de la Gran Marcha, por la que se deja embriagar Franz, es el kitsch político que une a las personas de izquierdas de todas las épocas y corrientes. La Gran Marcha es ese hermoso camino hacia delante, el camino hacia la fraternidad, la igualdad, la justicia, la felicidad y aún más allá, a través de todos los obstáculos, porque ha de haber obstáculos si la marcha debe ser una Gran Marcha.

¿Dictadura del proletariado o democracia? ¿Rechazo a la sociedad de consumo o incremento de la producción? ¿Guillotina o supresión de la pena de muerte? Eso no tiene la menor importancia. Lo que hace del hombre de izquierdas un hombre de izquierdas no es tal o cual teoría, sino su capacidad de convertir cualquier teoría en parte del kitsch llamado Gran Marcha hacia adelante.

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Por supuesto Franz no es una persona para la cual el kitsch sea esencial. La idea de la Gran Marcha juega en su vida aproximadamente el mismo papel que desempeña en la vida de Sabina la canción sentimental sobre las dos ventanas iluminadas. ¿A qué partido político votará Franz? Me temo que no vota a ninguno y que el día de las elecciones prefiere irse de excursión a la montaña. Pero eso no significa que la Gran Marcha haya dejado de emocionarlo. Es hermoso soñar que somos parte de una masa que marcha a través de los siglos y Franz no olvidó nunca ese hermoso sueño.

Un día le llamaron por teléfono unos amigos desde París. Dicen que están organizando una marcha a Camboya y lo invitan a que se sume a ellos.

Camboya había pasado ya en aquella época por la guerra civil, por los bombardeos norteamericanos, por la devastación producida por los comunistas locales que habían reducido en una quinta parte a la población y, finalmente, había sido ocupada por el vecino Vietnam, que a su vez ya no era en aquella época más que un instrumento de Rusia. En Camboya había hambruna y la gente moría sin atención médica. La Organización Internacional de Médicos había pedido ya muchas veces autorización para entrar en el país, pero los vietnamitas se negaban. Por eso los grandes intelectuales de Occidente debían marchar a pie hasta la frontera de Camboya y forzar así, con este gran espectáculo representado ante los ojos de todo el mundo, la entrada de los médicos al país ocupado.

El amigo que llamó por teléfono a Franz era uno de aquellos con quienes había ido a las manifestaciones por las calles de París. Al principio le entusiasmó la invitación, pero después dirigió la vista hacia la estudiante de las grandes gafas. Estaba sentada frente a él y sus ojos, tras los gruesos cristales, parecían aún mayores. Franz tenía la sensación de que aquellos ojos le rogaban que no fuera a ninguna parte. Así que se disculpó.

Pero en cuanto colgó el auricular, lo lamentó. Había satisfecho, en efecto, a su amante terrenal, pero descuidaba al amor celestial. ¿No era Camboya una variante de la patria de Sabina? ¡Un país ocupado por el ejército de un país comunista vecino! ¡Un país sobre el que cayó el puño de Rusia! Franz imagina de pronto, que su casi olvidado amigo le ha llamado siguiendo unas instrucciones secretas de ella.

Los seres celestiales todo lo ven y todo lo saben. Si participara en aquella marcha, Sabina lo vería y estaría orgullosa de él. Comprendería que le ha sido fiel.

«¿Te enfadarías mucho si fuese?» le preguntó a su chica de las gafas, que no quiere estar ni un solo día sin él, pero es incapaz de negarle nada.

Unos días más tarde estaba en un gran avión en el aeropuerto de París. Había veinte médicos, acompañados por unos cincuenta intelectuales (profesores, escritores, parlamentarios, cantantes, actores y alcaldes) y todos ellos acompañados por cuatrocientos periodistas y fotógrafos.


La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 
Escuchar

Vasudeva, uno de los nombres que se le asignan a Krishna y que según algún autor traduce como "el sumo dios que se despliega una muchedumbre de personas divinas.
Claro que los orígenes de palabras sánscritas tienen sus cositas también, y sin ánimo de caer en las gastadas singulares del tipo que hace marianito grononita Vasu significaría riqueza, deva sería dios... aunque devas ya merece un agregado especial de implicar a los dioses que acuden para escuchar la oración hasta que todos los cielos estén vacíos. Lo cierto es que la historia que relata Hesse en Siddharta no deja de tener un parecido muy especial con la del Buda, que no es japonés ni chino, dudosamente sería gordito también, claro está. Pero mas que nada es un estado y han sido muchos los Budas, pocos los Vasudeva ya que esto se lo asigna especialmente a Krishna y estos nombres hacia él se ven a lo largo de todo Siddharta (el que ha realizado sus propios propósitos). El relato de Hesse se promueve en un momento en que Europa ya estaba medio decadente y necesaria de otras ideologías, por llamarlas de alguna forma, y la historia de un príncipe (Siddharta Buda Gautama) que abandona sus pertenencias para aventurarse en la búsqueda de su propia esencia, siempre ha resultado atractivo. Hesse no escapa a esto de las influencias provenientes del oriente y a su libro e influencia le debemos en parte la canción que plasmar Arco Iris...y alguna que otra cosita mas que también pueden notarse en Hombre de madera, cuando canta aquello de:
"hoy soy árbol, ayer piedra
hoy soy fruto sin madera..."
o cuando reitera la simbología
"hoy soy árbol, ayer roca
soy tronco raíz y copa"
Conceptos de transmigración y evolución que Hesse transmite en cierta etapa de su libro....
" Esto - declaró mientras jugaba -, es una piedra, y dentro de un tiempo quizá sea polvo de la tierra, y de la tierra pasará a ser una planta, o animal o un ser humano. En otro tiempo hubiera dicho: 'esta piedra sólo es piedra, no tiene valor, pertenece al mundo de Maja (ilusión); pero como en el circuito de las transformaciones también puede llegar a ser un ente humano y un espíritu, por ello le doy valor'. Así, quizá, hubiera pensado antes. Pero ahora razono: esta piedra es una piedra, también un animal, también un dios, también un Buda; no la venero ni amo porque algún día pueda llegar a ser esto o lo otro sino porque todo esto lo es desde hace tiempo desde siempre." Esto está puesto en boca de Siddharta a un viejo amigo, Govinda (nombre que toma Hesse de un cierto discípulo seguidor de los Vedas=libros sagrados indios) ,con el que había iniciado cierto camino hacia algo "formal" que tienen un paralelismo con lo que habitualmente llamamos "religiones formales". Siddharta ya había cruzado un río en una oportunidad en que un barquero los transportó y al final de la historia es cuando se vuelve a encontrar con este ser luminoso llamado Vasudeva, de ahí aquello que canta Arco Iris "vive a la orilla del río, en algún lugar". Un maestro en el arte de asimilar al río con las cuestiones del pasado individual y las espirituales. El río, esa "guitarra azul que canta canciones de luz" que devolvería a Siddharta en la interpretación de Vasudeva las respuestas a sus angustias y dudas:
"le has oído reír-comentó-, Pero no lo has oído todo. Escuchemos y verás cómo dice más cosas. Y prestaron atención. El canto polífono del agua se oía suavemente. Siddharta tenía la mirada fija en el río y en la corriente se le aparecieron imágenes: su padre solitario, llorando por el hijo; Siddharta mismo, también solitario y atado a su hijo, el joven Siddharta, ansioso, corriendo por la ardiente senda de los jóvenes deseos. Cada uno se hallaba dirigido hacia su meta obsesionado con su fin, sufriendo por su objetivo. El río lo narraba todo, con voz de sufrimiento, con cantos ansiosos, tonalidades tristes, corrientes curiosas.
¿Lo oyes?, preguntó la mirada silenciosa de Vasudeva.
Siddharta negó con la cabeza.
¡Escucha mejor! susurró Vasudeva."

Claro que arco iris no susurraba... ¿o sí?

vive a la orilla del río
en algún lugar, en algún lugar
en las noches de frío
con una nube se suele abrigar
suenan historias de amor
en su garganta de sol
suena la tarde su voz
tiene las manos curtidas
de viento, de arena
pasa las tardes contando
las hojas que caen
las hojas que quedan
en su alma vive volando
un horizonte buscando
donde poder mirar
su voz se escucha en el viento
de brazos abiertos de brazos abiertos
vive tu tierra en la mía
en todos los días que estamos despiertos
con su guitarra azul
canta canciones de luz
quizás debamos escuchar

Tito demoron
 
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El avión aterrizó en Bangkok. Cuatrocientos setenta médicos, intelectuales y periodistas se dirigieron a la sala principal de un hotel internacional donde les esperaban otros médicos, actores, cantantes y filósofos, y con ellos varios cientos de periodistas con sus blocs de notas, magnetófonos, aparatos fotográficos y cámaras de cine. La sala estaba presidida por un podio, encima del cual había una mesa alargada y, tras la mesa, unos veinte norteamericanos que habían empezado ya a dirigir la reunión.

Los intelectuales franceses, con los que Franz entró en la sala, se sentían desplazados y humillados. La marcha a Camboya era idea suya y de repente están allí los norteamericanos que, con maravillosa naturalidad, se han hecho con la dirección y, por si fuera poco, se ponen a hablar en inglés sin siquiera ocurrírseles pensar que pueda haber franceses o daneses que no les entiendan. Claro que los daneses olvidaron hace tiempo que antaño fueron una nación, de modo que los únicos europeos capaces de protestar eran los franceses. Aquélla era una cuestión de principios, de modo que se negaron a protestar en inglés, dirigiéndose a los norteamericanos que estaban en el podio en su lengua materna. Los norteamericanos reaccionaron con sonrisas de aceptación y simpatía, porque no entendían ni una palabra. Al fin, los franceses no tuvieron más remedio que formular sus objeciones en inglés: «¿Por qué se habla en esta reunión sólo en inglés si también hay franceses?».

Los norteamericanos se asombraron mucho por tan extraña objeción, pero no dejaron de sonreír y estuvieron de acuerdo en que todos los discursos se tradujeran. Se tardó mucho en encontrar a un traductor para que la reunión pudiera continuar. A partir de ese momento cada frase había que decirla en inglés y francés, de modo que la reunión duraba el doble y en realidad más del doble, porque todos los franceses hablaban inglés, interrumpían al traductor y discutían con él por cada palabra.

El momento cumbre de la reunión fue cuando subió al podio una famosa actriz norteamericana. Su aparición provocó la entrada en la sala de más fotógrafos y cámaras, y cada una de las sílabas que pronunciaba iba seguida por el disparo de algún aparato. La actriz hablaba de los niños que sufrían, de la barbarie de la dictadura comunista, del derecho de los hombres a la seguridad, del peligro que corrían los valores tradicionales de la sociedad civilizada, de la irrenunciable libertad del individuo y del presidente Cárter, que estaba apenado por lo que sucedía en Camboya. La última frase la dijo llorando.

En ese momento se levantó un joven médico francés con un bigote pelirrojo y empezó a gritar: «¡Hemos venido a curar a la gente que se está muriendo! ¡No hemos venido a homenajear al presidente Cárter! ¡Esto no es un circo norteamericano! ¡No hemos venido a protestar contra el comunismo, sino a curar a los enfermos!».

Otros franceses se sumaron al médico con bigote. El traductor se asustó y no se atrevía a traducir lo que decían. Los veinte norteamericanos del podio volvieron a mirarlos con sonrisas llenas de simpatía y muchos de ellos hacían gestos de aprobación, con la cabeza. Uno de ellos levantó incluso el puño, porque sabía que eso es lo que hacen los europeos en los momentos de euforia colectiva.

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¿Cómo es posible que los intelectuales de izquierdas (entre los cuales se contaba precisamente el médico del bigote pelirrojo) estén dispuestos a participar en una marcha contraria a los intereses de un país comunista, a pesar de que el comunismo siempre hubiera formado parte de la izquierda?

Cuando los crímenes del país llamado Unión Soviética se hicieron demasiado escandalosos, las personas de izquierdas se encontraron con dos posibilidades: escupir sobre lo que hasta entonces había sido su vida o (con mayores o menores titubeos) incluir la Unión Soviética entre los obstáculos de la Gran Marcha y seguir andando.

Como ya dije, lo que hace que la izquierda sea la izquierda es el kitsch de la Gran Marcha. La identidad del kitsch no viene dada por una estrategia política, sino por imágenes, metáforas, por un vocabulario. Por eso es posible transgredir la costumbre y participar en una marcha en contra de los intereses de un país comunista. Pero no se puede reemplazar una palabra por otras. Es posible amenazar con los puños al ejército vietnamita. Pero no es posible gritarle «¡abajo el comunismo!». Porque «¡abajo el comunismo!» es la consigna de los enemigos de la Gran Marcha y quien no desee perder su identidad debe permanecer fiel a la pureza de su propio kitsch.

Digo esto solamente para explicar el malentendido entre él médico francés y la actriz norteamericana, que en su egocentrismo pensaba que había sido víctima de la envidia o la misoginia. En realidad lo que el francés había manifestado era un fino sentido estético: palabras como «el presidente Cárter», «nuestros valores tradicionales», «la barbarie comunista», formaban parte del vocabulario del kitsch norteamericano y no tenían nada que hacer en el kitsch de la Gran Marcha.


La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 
Un cantor que no fue

Me hubiese gustado ser cantor de blues. Pero cuando vi el pliego de Bases y Condiciones me di cuenta qeu no reunía los requisitos mínimos exigidos
" Debe saber el aspirante que , quien dice cantar, lo que en realidad hace es vomitar al otro todas sus penas, digamos... con cierta cadencia qeu pareciera a veces, música"
"Y como el sable qeu supo resistir casi hasta partir su alma, el rigor del mas brutal de los fuegos para templar su esencia, el cuerpo, en este caso el
del cantor, se va curtiendo a fuerza de golpes durante mucho tiempo, hasta que todas esas historias deben transformarse en canción"
"Y brotan todas de repente, notas ásperas, cargadas de desamores y desencantos, hay veces en hilos de voces casi imperceptibles para los oídos humanos, pero sonando como locos en los corazones de los ocasionales escuchas"
"y deberán haber guitarras qeu aúllen cada noche como anunciando cada vez mas desdicha. Y seguramente compases de parches presagiaran aun mas golpes sobre el alma del cantor. Y las luces cada vez serán menos, y las pupilas serán cada vez mas grandes y mas negras. Y el humo y el alcohol atenuaran excitaciones, si hubieran, para que la piel permita entrar una a una las
corcheas directamente a las venas, despacio....sin saturar... doliendo a rabiar"
"no esperara a cambio paga alguna, el cantor. Tampoco audiencia.... si su destino es acompañar a las almas afectadas crónicamente, a los que ya
perdieron un lugar agradable en este mundo."
Y sigue, y sigue interminablemente, escrito en un libro sin tapas y sin
numero de pagina. Y cada hoja que con su espiral se ata a la siguiente y también a la anterior, es la primera, y también la ultima, ya que en realidad la ultima no existe. Y la primera tampoco. Es un manual de Blues.
put*. Quise ser cantor de blues, y recién me vengo a dar cuenta qeu tampoco puedo escuchar blues. Todavía no estoy preparado.
Riki
 
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Al día siguiente subieron todos a los autobuses y atravesaron toda Tailandia hasta la frontera con Camboya. Por la noche llegaron a una pequeña aldea, donde habían alquilado unas casas construidas sobre pilotes. El río que amenazaba con inundaciones obligaba a la gente a vivir arriba, mientras abajo, entre los pilotes, se apiñaban los cerdos. Franz durmió en una habitación con otros cuatro profesores. En sueños oía el gruñido de los puercos, que venía de abajo y, a su lado, el ronquido de un famoso matemático.

Por la mañana volvieron a subir todos a los autobuses. Dos kilómetros antes de llegar a la frontera estaba ya prohibida la circulación. No había más que una estrecha carretera vigilada por el ejército que conducía al puesto fronterizo. Allí se detuvieron los autobuses. Al bajar, los franceses comprobaron que los norteamericanos habían vuelto a adelantárseles y que les esperaban ya formados, encabezando la marcha. La situación era gravísima. Ya llegó el traductor y la discusión está al rojo vivo. Al final se logró un acuerdo: forman la cabeza de la marcha un norteamericano, un francés y la traductora camboyana. Después van los médicos y todos los demás van tras ellos; la actriz norteamericana se encontró a la cola de la marcha.

La carretera era estrecha y estaba flanqueada por campos de minas. A cada rato topaban con una valla: dos bloques de cemento rodeados de alambre de espino y entre ello s u n paso estrecho. Tenían que ir en fila india.

Unos cinco metros delante de Franz iba un famoso poeta y cantante pop alemán, que había escrito ya novecientas treinta canciones contra la guerra y por la paz. Llevaba una larga pértiga con una bandera blanca que hacía juego con su barba negra y lo diferenciaba de todos los demás.

A lo largo de la extensa columna corrían los fotógrafos y las cámaras. Disparaban sus aparatos, hacían zumbar sus cámaras, corrían hacia delante, se detenían, se alejaban, se ponían en cuclillas y volvían a levantarse y a correr hacia delante. De vez en cuando llamaban por su nombre a un hombre o una mujer famosos, de modo que se volviesen instintivamente hacia ellos y en ese momento apretaban el disparador.

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Algún acontecimiento flotaba en el aire. La gente aminoraba el paso y miraba hacia atrás.

La actriz norteamericana, a la que habían situado al final de la marcha, se había negado a seguir soportando, la humillación y se había decidido a atacar. Echó a correr. Era como cuando en una carrera de cinco mil metros un corredor, que hasta el momento había estado ahorrando fuerzas y permanecía al final del pelotón, de pronto salta y adelanta a todos los demás corredores.

Los hombres sonreían perplejos y se hacían a un lado para permitir la victoria de la famosa corredora, pero las mujeres gritaban:

— ¡A su sitio! ¡Esto no es una marcha de estrellas de cine!

Pero la actriz no se dejaba amedrentar y seguía corriendo acompañada por cinco fotógrafos y dos cámaras.

Entonces una francesa, profesora de lingüística, cogió a la actriz por la muñeca y le dijo (en un inglés horrible):

— ¡Esta es una marcha de médicos que quieren curar a los camboyanos que están mortalmente enfermos y no un espectáculo para estrellas de cine!

La actriz tenía la muñeca cogida por la mano de la profesora de lingüística y le faltaba fuerza para soltarse. Dijo (en un inglés excelente):

— ¡Vayase al diablo! ¡Yo he estado en cientos de marchas como ésta! ¡En todas partes hace falta que aparezcan estrellas! ¡Ese es nuestro trabajo! ¡Es nuestra obligación moral!

— Mierda —dijo la profesora de lingüística (en un francés excelente).
La actriz norteamericana la entendió y se echó a llorar.
— No te muevas —gritó un camarógrafo y se arrodilló delante de ella. La actriz miró

prolongadamente al objetivo mientras las lágrimas corrían por su cara.


La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 
Si bastase con amar, las cosas serían demasiado sencillas. Cuanto más se ama tanto más se consolida lo absurdo. No es por falta de amor por lo que Don Juan va de mujer en mujer. Es ridículo presentarlo como un iluminado en busca del amor total. Pero tiene que repetir ese don y ese ahondamiento porque ama a todas con el mismo ardor y cada vez con todo su ser. De ahí que cada una espere darle lo que nadie le ha dado nunca. Ellas se engañan profundamente cada vez y sólo consiguen hacerle sentir la necesidad de esa repetición. “Por fin —exclama una de ellas— te he dado el amor.” ¿Sorprenderá que Don Juan se ría de ella? “¿Por fin? —dice—: no, sino una vez más.” ¿Por qué habría de ser necesario amar raras veces para amar mucho?

¿Don Juan es triste? No es verosímil. Apenas apelaré a la crónica. Esa risa, la insolencia victoriosa, esos saltos y la afición a lo teatral son claros y alegres. Todo ser sano tiende a multiplicarse. Así le sucede a Don Juan. Pero, además, los tristes tienen dos motivos para estarlo: ignoran o esperan. Don Juan sabe y no espera. Hace pensar en esos artistas que conocen sus límites, no los pasan nunca, y en ese intervalo precario en que se instala su espíritu poseen la facilidad maravillosa de los maestros. Eso es, sin duda, el genio: la inteligencia que conoce sus fronteras. Hasta la frontera de la muerte física, Don Juan ignora la tristeza. Desde el momento en que sabe, su risa estalla y hace que se perdone todo. Era triste en la época en que esperaba. Ahora vuelve a encontrar en la boca de esa mujer el gusto amargo y reconfortante de la ciencia única. ¿Amargo? ¡Es apenas esa imperfección necesaria que hace sensible la dicha!
El mito de Sísifo
Albert Camus
 
“Nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, porque son la lluvia que limpia el polvo cegador de la tierra que a veces cubre y mancilla nuestro endurecido corazón. Después de haber llorado me sentí mejor, aunque más apenado y consciente de mi ingratitud. Si hubiese llorado antes, Joe sin duda se habría hallado a mi lado.”
Grandes esperanzas
Charles Dickens
 
La experiencia me ha enseñado que uno de los métodos más eficaces para derrotar a un rival es el vacilante corazón de una mujer, es elogiar sin restricciones a ese mismo rival, es volverse tan compresivo, tan noble y tolerante, que uno mismo se sienta conmovido. «De veras, todavía le tengo estima, pero estoy segura de que no hubiera podido ser ni medianamente feliz con él.» «Bueno, ¿por qué estás tan segura? ¿No decís que es un buen tipo?» «Claro que es. Pero no alcanza. Ni siquiera puedo achacarle que él sea muy frívolo y yo muy profunda, porque ni yo soy tan profunda como para que me moleste una buena dosis de frivolidad, ni él es tan frívolo como para que no llegue a conmoverlo un sentimiento verdaderamente hondo. Las dificultades eran de otro orden. Creo que el obstáculo más insalvable era que no nos sentíamos capaces de comunicarnos. Él me exasperaba; yo lo exasperaba. Posiblemente me quisiera, vaya uno a saberlo, pero lo cierto es que tenía una habilidad especial para herirme.» Qué estupendo. Yo tenía que hacer un gran esfuerzo para que la satisfacción no me inflara los carrillos, para poner la cara preocupada de alguien que en verdad lamentara que todo aquello hubiera acabado en una frustración. Hasta tuve fuerzas para abogar por mi enemigo: «¿Y vos pensaste si no tendrías también tu poco de culpa? A lo mejor, él te hería simplemente porque vos estabas siempre esperando que él te hiriese. Vivir eternamente a la defensiva no es, con toda seguridad, el método más eficaz para mejorar la convivencia.» Entonces ella sonrió y sólo dijo: «Contigo no tengo necesidad de vivir a la defensiva. Me siento feliz». Eso ya era superior a mis fuerzas de contención y disimulo. La satisfacción se derramó por todos mis poros, mi sonrisa llegó de oreja a oreja, y ya no me importó dedicarme a arruinar para siempre los prestigios aún sobrevivientes del pobre Enrique, un maravilloso derrotado.
La tregua
Mario Benedetti




 
“Esta es la maldición de los escritores: necesitar tanto los halagos, y desanimarse tanto por las críticas o la indiferencia. La única actitud inteligente es recordar que escribir es, después de todo, lo que hago mejor; que cualquier otro trabajo me parecería desperdiciar la vida; que escribir me produce, entre unas cosas y otras, un placer infinito; que le saco unas cien libras al año; y que a algunos les gusta lo que escribo.”
Diario íntimo
Virginia Woolf
 
HOLLYWOOD (1942)

Para ganarme el pan, cada mañana

voy al mercado donde se compran mentiras.

Lleno de esperanza,

me pongo a la cola de los vendedores.


Bertolt Brecht (Augsburg 1898-Berlín Oriental 1956)
 
Las opciones son de molde, vale, pero aparentemente infinitas: una mujer muestra su lado tierno, afectuoso y maternal coleccionando ositos cariñosos excesivamente caros; por su parte, su marido expresa su virilidad agresiva conduciendo un todoterreno y vistiendo ropa informal de camuflaje, o incluso navegando desde su ordenador familiar trucado (el nuevo bólido de los chicos blancos). Mientras tanto, ascendiendo en la escala de la alfabetización, muchos miles de aspirantes a escritores exhiben su agudeza y lucidez -virtudes que por desgracia nadie ha sabido apreciar- como críticos de cine, utilizando algún software de circulación masiva diseñado para la creación y mantenimiento de blogs en el hardware de sus ordenadores de fabricación masiva (partiendo de un supuesto predominante según el cual un público de lectores, por muy pequeño que sea, es garantía de autenticidad e individualidad). Puede parecer un grupo heterogéneo, pero todos tienen en común una característica: ninguno de ellos ha construido su identidad partiendo de cero.
Crónicas de la América profunda
Joe Bageant
 
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La profesora de lingüística soltó finalmente la muñeca de la actriz norteamericana. En ese momento la llamó el cantante alemán con la barba negra y la bandera blanca.

La actriz norteamericana nunca había oído hablar de él, pero en un momento de humillación era mucho más sensible que nunca a las manifestaciones de simpatía y echó a correr hacia él. El cantante cogió con la mano izquierda el mástil de la bandera y apoyó el brazo derecho sobre el hombro de la actriz.

Alrededor de la actriz y el cantante seguían saltando los fotógrafos y las cámaras. Un famoso fotógrafo norteamericano quería captar con su objetivo las caras de los dos con bandera y todo, lo cual era complicado porque el mástil era largo. Por eso corrió hacia el arrozal que tenía detrás. Así fue cómo pisó una mina. Se oyó una explosión y su cuerpo, deshecho en pedazos, voló por los aires, salpicando con una ducha de sangre a los intelectuales europeos.

El cantante y la actriz estaban aterrorizados y no podían moverse. Después levantaron la vista hacia la bandera. Estaba salpicada de sangre. Al ver aquello volvieron a sentirse aterrados. Después miraron nuevamente unas cuantas veces, tímidamente, hacia arriba y empezaron a sonreír. Sentían un orgullo extraño y hasta entonces desconocido al ver que la bandera que llevaban estaba manchada de sangre. Se pusieron nuevamente en marcha.

20

La frontera estaba formada por un pequeño riachuelo que no se veía porque a lo largo de él se extendía un muro de un metro y medio de alto sobre el cual había sacos con arena para los tiradores tailandeses. La pared sólo se interrumpía en un punto. Allí un puente atravesaba el riachuelo. Nadie podía llegar hasta él. Al otro lado del río estaba el ejército de ocupación vietnamita, pero no se veía. Sus posiciones estaban perfectamente camufladas. Pero era evidente que, si alguien llegase hasta el puente, los invisibles vietnamitas empezarían a disparar.

Los miembros de la marcha llegaron hasta la pared y se pusieron de puntillas. Franz se apoyó en la ranura entre dos sacos y trató de ver algo. No vio nada porque le empujó uno de los fotógrafos que se consideraba autorizado a ocupar su sitio.

Franz miró hacia atrás. En la poderosa corona de un árbol solitario, como una bandada de grandes cuervos, estaban sentados ocho fotógrafos con los ojos puestos en la otra orilla.

En ese momento la traductora que encabezaba la marcha se llevó a la boca un tubo ancho y llamó en Kmer hacia el otro lado del río: Aquí están unos médicos que piden que se les permita entrar en territorio camboyano para llevar ayuda sanitaria; esta acción nada tiene que ver con intervención política alguna; lo único que les preocupa es la vida de la gente.

La respuesta del otro lado fue un silencio increíble. Un silencio tan completo que todos se sintieron angustiados. Lo único que se oía en aquel silencio era el sonido de las cámaras fotográficas, como el canto de una especie de insectos exóticos.

Franz tuvo de pronto la impresión de que la Gran Marcha había llegado a su fin. Alrededor de Europa se cierran las fronteras del silencio y el espacio por el que transcurre la Gran Marcha no es más que un pequeño podio en medio del planeta. Las masas que antes se apretujaban alrededor del podio hace tiempo ya que se han vuelto de espaldas, y la Gran Marcha continúa a solas y sin espectadores. Sí, piensa Franz, la Gran Marcha continúa, a pesar del desinterés del mundo, pero se vuelve nerviosa y febril, ayer contra los norteamericanos que ocupaban Vietnam, hoy contra Vietnam que ocupa Camboya, ayer a favor de Israel, hoy a favor de los palestinos, ayer a favor de Cuba, mañana contra Cuba y siempre contra Norteamérica, siempre contra las masacres y siempre en apoyo de otras masacres, Europa marcha para no perder el ritmo de los acontecimientos y que ninguno se le escape, su paso se hace cada vez más rápido, de modo que la Gran Marcha es una marcha de gentes que dan saltos, que tienen prisa y el escenario es cada vez menor, hasta que un día se convierta en un mero punto sin dimensiones.

La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 

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