El baúl de los fragmentos perdidos

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Cuando yo era pequeño y hojeaba el Antiguo Testamento adaptado para niños y adornado con grabados de Gustav Doré, veía ahí a Dios sobre una nube. Era un anciano, tenía ojos, nariz, una larga barba y yo me decía que, si tenía boca, debía comer. Y si come, también tenía que tener tripas. Pero aquella idea me asustaba porque, aunque era hijo de una familia más bien no creyente, sentía que la idea de las tripas de Dios era una blasfemia.

Sin ningún tipo de preparación teológica, espontáneamente, comprendí desde niño la incompatibilidad entre la mierda y Dios y, de ahí, cuan dudosa resulta la tesis básica de la antropología cristiana según la cual el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Una de dos: o el hombre fue creado a semejanza de Dios y entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y entonces el hombre no se le parece.

Los antiguos gnósticos lo sentían igual que yo cuando tenía cinco años. Valentín, gran maestro de la Gnosis en el siglo segundo, decía para resolver este enrevesado problema que Jesús «comía, bebía, pero no defecaba».

La mierda es un problema teológico más complejo que el mal. Dios les dio a los hombres la libertad y por eso podemos suponer que al fin y al cabo no es responsable de los crímenes humanos. Pero el único responsable de la mierda es aquel que creó al hombre.


4

En el siglo cuarto, San Jerónimo rechazaba por completo la idea de que Adán y Eva fornicaran en el paraíso. Por el contrario, Juan Escoto Erígena, gran teólogo del siglo noveno, admitía semejante idea. Pero imaginaba que a Adán se le elevaba el miembro tal como se eleva el brazo o el pie, cuando quería y como quería. No busquemos en esta imagen el eterno sueño del hombre obsesionado por la amenaza de la impotencia. La idea de Escoto Erígena tiene otro sentido. Si el miembro puede elevarse por una simple orden del cerebro, la excitación carece de utilidad. El miembro no se yergue porque estemos excitados, sino porque se lo ordenamos. Lo que al gran teólogo le parecí a incompatible con el paraíso no era la fornicación y el placer ligado a ella. Lo incompatible con el paraíso era la excitación. Recordémoslo bien: en el paraíso existía placer, no excitación.

En esta meditación de Escoto Erígena podemos encontrar la clave de una especie de justificación teológica (dicho de otro modo, de una teodicea) de la mierda. Mientras se le permitió al hombre permanecer en el paraíso, o bien (al modo de Jesús, según afirmaba Valentín) no defecaba o, lo cual parece más probable, la mierda no se entendía como algo asqueroso. Cuando Dios expulsó al hombre del paraíso, hizo que conociera el asco.

El hombre empezó a ocultar aquello de lo que se avergonzaba y, cuando levantó el velo, le cegó un resplandor. De ese modo conoció, inmediatamente después del asco, la excitación. Sin mierda (en sentido literal y figurado) no existiría el amor sexual tal como lo conocemos: acompañado de palpitaciones del corazón y ceguera de los sentidos.

En la tercera parte de esta novela hablé de Sabina semidesnuda, con el sombrero hongo en la cabeza, junto a Tomás, vestido. En aquella ocasión silencié algo. En el momento en que se miró al espejo y se sintió excitada por su ridiculización, se le cruzó por la cabeza la ocurrencia de que Tomás la cogería así, con el sombrero hongo en la cabeza, y la sentaría en la taza del water y ella cagaría delante de él. En ese momento empezó a palpitarle el corazón, perdió la conciencia de lo que ocurría, tumbó a Tomás en la alfombra y poco después gritaba de placer.


La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 
5

La disputa entre quienes afirman que el mundo fue creado por Dios y quienes piensan que surgió por sí mismo se refiere a algo que supera las posibilidades de nuestra razón y nuestra experiencia. Mucho más real es la diferencia que divide a los que dudan acerca del ser que le fue dado al hombre (por quien quiera que fuera y en la forma que fuera) y a los que están incondicional-mente de acuerdo con él.

En el trasfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos acuerdo categórico con el ser.
Si hasta hace poco la palabra mierda se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del water!), o hemos sido creados de un modo inaceptable.

De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch.

Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo diecinueve y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable.

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La primera rebelión interna de Sabina contra el comunismo no tuvo un carácter ético, sino estético. Pero lo que le producía rechazo era mucho menos la fealdad del mundo comunista (los palacios destrozados convertidos en establos) que la máscara de belleza que se ponía o, dicho de otro modo, el kitsch comunista. Su modelo es la festividad denominada primero de mayo.

Había visto las manifestaciones del primero de mayo en la época en que la gente aún estaba entusiasmada o aún fingía plenamente el entusiasmo. Las mujeres vestían camisas rojas, azules, blancas, de modo que, vistas desde los balcones y las ventanas, formaban diversas figuras: estrellas de cinco puntas, corazones, letras. En medio de las distintas partes de la manifestación iban pequeñas orquestas que tocaban marchas. Cuando los manifestantes se acercaban a la tribuna, hasta las caras más aburridas se iluminaban con una sonrisa, como si quisiesen demostrar que se alegraban convenientemente o, más exactamente, que estaban convenientemente de acuerdo. Y no se trataba de un mero acuerdo político con el comunismo, sino de un acuerdo con el ser en tanto que tal. La festividad del primero de mayo bebía de la profunda fuente del acuerdo categórico con el ser. La consigna tácita, implícita, de la manifestación no era «¡viva el comunismo!», sino «¡viva la vida!». La fuerza y la astucia de la política comunista consistían en haberse apoderado de esta consigna. Era precisamente esta estúpida tautología («¡viva la vida!») la que atraía a la manifestación comunista incluso a aquellos que eran indiferentes a las tesis comunistas.

La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 
7

Diez años más tarde (cuando vivía ya en Norteamérica), un amigo de sus amigos, senador norteamericano, la llevaba en su enorme automóvil. En el asiento trasero se apretujaban cuatro niños. El senador detuvo el coche; los niños bajaron y corrieron por el amplio césped hacia el edificio de un estadio en el que había una pista de patinaje sobre hielo. El senador, sentado al volante, miraba enternecido a las cuatro figuritas que corrían y se giró luego hacia Sabina: «Mírelos». Dibujó con la mano un círculo que pretendía abarcar el estadio, el césped y a los niños: «A esto lo llamo felicidad».

Tras aquellas palabras no sólo había felicidad porque los niños corrieran y el césped creciera, sino también una expresión de comprensión hacia una mujer que procedía de uno de los países del comunismo donde, a juicio del senador, el césped no crece y los niños no corren.

Pero Sabina se imaginaba precisamente en aquel momento al senador en la tribuna de la plaza praguense. Tenía en la cara precisamente la misma sonrisa que los gobernantes comunistas dirigían desde lo alto de su tribuna a los ciudadanos que sonreían del mismo modo, abajo, en la manifestación.

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¿Cómo sabía aquel senador que los niños son la felicidad? ¿Es que podía ver sus almas? ¿Y si en el momento en que desaparecieran de su vista, tres de ellos se lanzaran sobre el cuarto y empezaran a pegarle?

El senador tenía un solo argumento para su afirmación: sus sentimientos. Allí donde habla el corazón es de mala educación que la razón lo contradiga. En el reino del kitsch impera la dictadura del corazón.

Por supuesto el sentimiento que despierta el kitsch debe poder ser compartido por gran cantidad de gente. Por eso el kitsch no puede basarse en una situación inhabitual, sino en imágenes básicas que deben grabarse en la memoria de la gente: la hija ingrata, el padre abandonado, los niños que corren por el césped, la patria traicionada, el recuerdo del primer amor.

El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lagrima dice: ¡Qué hermoso, los niños corren por el césped!

La segunda lágrima dice: ¡Qué hermoso es estar emocionado junto con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped!

Es la segunda lágrima la que convierte el kitsch en kitsch.
La hermandad de todos los hombres del mundo sólo podrá edificarse sobre el kitsch.


La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 
“La eternidad se nos escapa.

Tales días, en los que naufragan en el altar de nuestra naturaleza profunda todas las creencias románticas, políticas, intelectuales, metafísicas y morales que años de educación y cultura han tratado de imprimir en nosotros, la sociedad, campo territorial agitado por ondas jerárquicas, se sume en la nada del Sentido. Adiós a los pobres y a los ricos, a los pensadores, a los investigadores, a los dirigentes, a los esclavos, a los buenos y a los malos, a los creativos y los concienzudos, a los sindicalistas y a los individualistas, a los progresistas y a los conservadores; ya no son sino homínidos primitivos cuyas muecas y sonrisas, gestos, adorno, lenguaje y códigos inscritos en el mapa genético del primate medio, solo significan esto: representar su papel o morir.

Esos días uno necesita desesperadamente el Arte.”
La Elegancia del erizo
Muriel Barbery
 
9

Nadie lo sabe mejor que los políticos. Cuando hay una cámara fotográfica cerca, corren en seguida hacia el niño más próximo para levantarlo y besarle la mejilla. El kitsch es el ideal estético de todos los políticos, de todos los partidos políticos y de todos los movimientos.

En una sociedad en la que existen conjuntamente diversas corrientes políticas y en la que sus influencias se limitan o se eliminan mutuamente, podemos escapar más o menos de la inquisición del kitsch; el individuo puede conservar sus peculiaridades y el artista crear obras inesperadas. Pero allí donde un solo movimiento político tiene todo el poder, nos encontramos de pronto en el imperio del kitsch totalitario.

Cuando digo totalitario, eso significa que todo lo que perturba al kitsch queda excluido de la vida: cualquier manifestación de individualismo (porque toda diferenciación es un escupitajo a la cara de la sonriente fraternidad), cualquier duda (porque el que empieza dudando de pequeñeces termina dudando de la vida como tal), la ironía (porque en el reino del kitsch hay que tomárselo todo en serio) y hasta la madre que abandona a su familia o el hombre que prefiere a los hombres y no a las mujeres y pone así en peligro la consigna sagrada «amaos y multiplicaos».

Desde ese punto de vista podemos considerar al denominado gulag como una especie de fosa higiénica a la que el kitsch totalitario arroja los desperdicios.

10

El primer decenio posterior a la segunda guerra mundial fue el período más horrible del terror estalinista. Fue entonces cuando detuvieron por alguna tontería al padre de Teresa y echaron de la casa a su hijita, que tenía diez años. En la misma época Sabina, a sus veinte años, estudiaba en la Academia de Bellas Artes. El profesor de marxismo le explicaba a ella y a sus condiscípulos esta tesis del arte socialista: la sociedad soviética ha llegado tan lejos que la contradicción básica ya no se da allí entre el bien y el mal, sino entre lo bueno y lo mejor. Por eso la mierda (es decir, lo que es esencialmente inaceptable) sólo podía existir en «otra parte» (por ejemplo, en América) y sólo desde allá, desde fuera, como algo extraño (por ejemplo, en forma de espías), podía introducirse en el mundo de «los buenos y los mejores».

En efecto, las películas soviéticas, que precisamente en aquella época extremadamente cruel inundaron los cines de todos los países comunistas, estaban impregnadas de una increíble inocencia. El mayor conflicto que podía producirse entre dos rusos era un malentendido amoroso: él cree que ella ya no le quiere y ella opina lo mismo de él. Al final caen uno en los brazos del otro y gotean lágrimas de felicidad.

La interpretación convencional de aquellas películas es actualmente la siguiente: mostraban el ideal comunista mientras la realidad comunista era peor.

Sabina protestaba siempre por semejante interpretación. Cuando se imaginaba que el mundo del kitsch soviético tuviera que hacerse realidad y que a ella pudiera tocarle vivir en él, sentía escalofríos. Daba prioridad, sin la menor vacilación, al régimen comunista verdadero, con todas sus persecuciones y sus colas para comprar carne. En el mundo comunista real se puede vivir. En el mundo del ideal comunista hecho realidad, en ese mundo de idiotas sonrientes, con los que no sería capaz de cambiar ni una palabra, moriría de horror en una semana.

Me parece que la sensación que despertaba en Sabina el kitsch soviético era semejante al horror que experimentaba Teresa en el sueño cuando marchaba con las mujeres desnudas alrededor de la piscina y tenía que cantar canciones alegres. Bajo la superficie del agua flotaban los cadáveres. Teresa no podía dirigirle a ninguna de las mujeres ni una sola palabra, ni una sola pregunta. Por respuesta no hubiera oído más que otra estrofa de la canción. Ni siquiera podía hacerle un guiño secreto a alguna de las mujeres. En seguida hubieran empezado a hacerle señas al hombre que estaba de pie en el cesto sobre la piscina para que la matase.

El sueño de Teresa descubre la verdadera función del kitsch: el kitsch es un biombo que oculta la muerte.


La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 
"Aunque G.G. conocía su caja de arriba abajo, sus manos se iban haciendo cada vez más lentas. Simplemente había manejado demasiadas cartas en su vida, y su cuerpo, con sus sentidos adormecidos, se estaba finalmente rebelando. Varias veces durante la mañana le vi vacilar. Se paraba y se tambaleaba, entraba como en un trance, luego se recuperaba y ordenaba algunas cartas más. A mí no es que me cayese particularmente bien. Su vida no había sido muy valiente y se había ido convirtiendo en algo así como una masa de mierda. Pero cada vez que vacilaba, algo me estremecía. Era como un fiel y pundonoroso caballo que no pudiese seguir por más tiempo. O un automóvil que se rindiese finalmente, una mañana."
Charles Bukowski
Cartero
 
"Las experiencias de la vida en un campo demuestran que el hombre mantiene su capacidad de elección. Los ejemplos son abundantes, algunos heroicos; también se comprueba cómo algunos eran capaces de superar la apatía y la irritabilidad. El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física.

Los supervivientes de los campos de concentración aún recordamos a algunos hombres que visitaban los barrancones consolando a los demás y ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fuesen muchos, pero esos pocos representaban una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino— para decidir su propio camino.

Y allí siempre se presentaban ocasiones para elegir. A diario, a cualquier hora, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión; una decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con robarle el último resquicio de su personalidad: la libertad interior. Una decisión que también prefijaba si la persona se convertiría —al renunciar a su propia libertad y dignidad— en juguete o esclavo de las condiciones del campo, para así dejarse moldear hasta conducirse como un prisionero típico."
El hombre en busca de sentido
Viktor Frankl
 
"Quiero vivir eternamente en unas tierras donde el verano dure al menos mil años. Quiero un castillo en las nubes desde donde contemplar el mundo. Quiero volver a tener veintiséis años, cuando podía luchar todo el día y follxx toda la noche. Lo que quieran los hombres no tienen importancia.

Ya tenemos el invierno casi encima, muchacho, y el invierno es la muerte. Prefiero que mis hombres mueran luchando por la hijita de Ned, y no solos y hambrientos en medio de la nieve, llorando lágrimas que se les congelan en las mejillas. Sobre los hombres que mueren así nadie canta canciones. En cuanto a mí, soy viejo y este será mi último invierno. Quiero bañarme en la sangre de los Bolton antes de morir; quiero sentir las salpicaduras en la cara cuando mi hacha hienda el cráneo de un Bolton. Quiero lamérmela de los labios y morir con ese sabor en la boca."
Danza de Dragones
George R. R. Martin
 
"Quiere la leyenda cursi de la literatura que William Faulkner escribiera su novela Mientras agonizo en el plazo de seis semanas y en la más precaria de las situaciones, a saber: mientras trabajaba de noche en una mina, con los folios apoyados en la carretilla volcada y alumbrándose con la mortecina linterna de su propio casco polvoriento. Es un intento por parte de la leyenda cursi de hacer ingresar a Faulkner en las filas de los escritores pobres y sacrificados y un poquito proletarios. Lo de las seis semanas es lo único cierto: seis semanas de verano en las que aprovechó al máximo los larguísimos intervalos que le quedaban entre una paletada de carbón y otra a la caldera que tenía a su cuidado en una planta de energía eléctrica. Según Faulkner, allí nadie le molestaba, el ruido continuo de la enorme y vieja dinamo era “apaciguador” y el lugar “cálido y silencioso”
Vidas Escritas
Javier Marías
 
Años más tarde comprendí que lo que había cautivado mi mirada no había sido su figura, sino sus posturas y sus movimientos. Durante un tiempo, cada vez que tenía novia le pedía que se pusiera medias, pero no me apetecía explicar el motivo de mi ruego, revelar el enigma de aquel encuentro entre la cocina y el pasillo. Así, todas entendieron mi ruego como un capricho, una afición a la ropa interior picante, una extravagancia erótica, y cuando complacían mi deseo, se deshacían en poses coquetas. Y no era eso lo que había cautivado mi mirada. Ella no posaba, no coqueteaba. Tampoco recuerdo que lo hiciera ninguna otra vez. Recuerdo que su cuerpo, sus posturas y sus movimientos me parecían a veces torpes. No es que fuera torpe. Más bien parecía que se recogiera en el interior de su cuerpo, que lo abandonara a sí mismo y a su propio ritmo pausado, indiferente a los mandatos de la cabeza, y olvidara el mundo exterior. Fue ese mismo olvido del mundo lo que vi en sus posturas y movimientos al ponerse las medias. Pero entonces no era torpe, sino fluida, graciosa, seductora; una seducción que no emanaba de los pechos, las piernas y las nalgas, sino que era una invitación a olvidar el mundo dentro del cuerpo.
El Lector
Bernhard Schlink
 
" ...Las mujeres por su misma fisiología tienden a ir hacia abajo. La mayor parte del género femenino está prisionero de sus humores, vive entre saltos hormonales y deseos primarios. Pero cuando esto no sucede y las mujeres logran elevarse, son criaturas extraordinarias, muy superiores a la mayoría de los hombres. Entre ellas y los ángeles la diferencia es mínima. Son seres femeninos pero impregnados de virtudes viriles, conocen la amistad, la fidelidad, la pureza y todos los sentimientos mas altos. Sólo junto a ellas un hombre puede llegar a conocer la felicidad, la plenitud. Dos voluntades se unen en un único proyecto. Como Dante y Beatriz, como Lancelot y Ginebra. Este es el destino del amor superior..."

"... La vida no es una carrera, sino un tiro al blanco, no es el ahorro de tiempo lo que cuenta sino la capacidad de encontrar un centro..."

De Anima mundi, de Susanna Tamaro
 
11

En el imperio del kitsch totalitario las respuestas están dadas de antemano y eliminan la posibilidad de cualquier pregunta. De ello se desprende que el verdadero enemigo del kitsch totalitario es el hombre que pregunta. La pregunta es como un cuchillo que rasga el lienzo de la decoración pintada, para que podamos ver lo que se oculta tras ella. Así fue, por lo demás, cómo Sabina le explicó una vez a Teresa el sentido de sus cuadros: delante hay una mentira comprensible y tras ella reluce una verdad incomprensible.

Sólo que quienes luchan contra los llamados regímenes totalitarios difícilmente pueden luchar con interrogantes y dudas. Ellos también necesitan su seguridad y sus verdades sencillas, comprensibles para la mayor cantidad posible de gente y capaces de provocar el llanto colectivo.

En cierta ocasión, una organización política le preparó a Sabina una exposición en Alemania. Sabina cogió el catálogo: se encontró con que encima de su fotografía habían dibujado alambres de espino. En el interior publicaban su biografía, que se parecía a las biografías de los mártires y los santos: padeció, luchó contra la injusticia, tuvo que abandonar la patria destrozada y sigue luchando, «Lucha con sus cuadros por la libertad», decía la última frase de aquel texto.

Protestó, pero no la comprendieron.
¿No es verdad que en el comunismo se persigue al arte moderno?
Dijo con rabia:
-¡Mi enemigo no es el comunismo sino el kitsch!
Desde entonces empezó a inventar su propia biografía y cuando, más tarde, llegó a Norteamérica, logró incluso ocultar que era checa. Aquello no era más que un desesperado intento por huir del kitsch en el que la gente quería convertir su vida.


12

Estaba de pie ante un caballete en el que había un cuadro a medio hacer. En un sillón detrás de ella estaba sentado un hombre mayor que observaba cada uno de los trazos de su pincel.

El hombre miró al reloj:

— Creo que deberíamos ir —dijo.

Dejó la paleta y fue al cuarto de baño a lavarse. El anciano se levantó del sillón y se inclinó para coger el bastón que estaba apoyado en la mesa. La puerta del atelier conducía directamente al parque. Oscurecía. Enfrente, a veinte metros de distancia, había una casa blanca de madera, con las ventanas de la planta baja iluminadas. Aquellas dos ventanas iluminando el ocaso emocionaron a Sabina.

Se ha pasado la vida diciendo que su enemigo es el kitsch. ¿Pero no lo lleva dentro de sí misma? Su kitsch es la imagen de un hogar, tranquilo, dulce, armónico, donde imperan una madre amable y un padre sabio. Aquella imagen surgió dentro de ella al morir sus padres. Cuanto menos se parecía la vida a aquel dulce sueño, más sensible era a su encanto, y varias veces le saltaron las lágrimas al ver en la televisión una historia sentimental en la que una hija desagradecida abrazaba a un padre abandonado y en el ocaso del día brillaban las ventanas de la casa de la feliz familia.

Conoció al anciano en Nueva York. Era rico y le gustaba la pintura. Vivían él y su mujer solos en una villa en el campo. Frente a la villa, en sus terrenos, había un viejo granero. El lo arregló como atelier para Sabina, la invitó a pintar allí y se pasaba los días observando los movimientos de su pincel.

Ahora mismo están cenando los tres. La vieja señora le llama a Sabina «¡mi niña!», pero todo parece indicar que la realidad es exactamente al revés: Sabina hace aquí el papel de mamá, con dos hijos que dependen de ella, la admiran y estarían dispuestos a obedecerla si quisiera darles órdenes.

¿Encontró entonces en el umbral de la vejez a sus ancianos padres, a quienes cuando niña se les había escapado de la mano? ¿Encontró por fin a los hijos que ella misma nunca tuvo?

Sabía bien que aquello era una ilusión. Su estancia junto a los ancianos no es más que una breve parada. El viejo señor está gravemente enfermo y su mujer, cuando se quede sin él, irá a vivir con su hijo al Canadá. El camino de traiciones de Sabina continuará y, en medio de la insoportable levedad del ser, se oirá de vez en cuando, desde las profundidades de su alma, una canción sentimental acerca de dos ventanas iluminadas tras las cuales vive una familia feliz.

Esa canción le emociona, pero Sabina no se toma su emoción en serio. Sabe muy bien que esa canción es una hermosa mentira. En el momento en que el kitsch es reconocido como mentira, se encuentra en un contexto de no-kitsch. Pierde su autoritario poder y se vuelve enternecedor, como cualquiera otra debilidad humana. Porque ninguno de nosotros es un superhombre como para poder escapar por completo al kitsch. Por más que lo despreciemos, el kitsch forma parte del sino del hombre.

La insoportable levedad del ser
Milan Kundera
 

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