El baúl de los fragmentos perdidos

-Lo unico que se necesita para para acabar con conductas autodestructivas después de toda una vida de encanto tóxico; es una pequeña frase:

"YO CREO QUE NO"

Todas lo pensamos y,sin embargo,espantamos esa idea como si fuera un mosquito molesto."Eso no estaría bien",pensamos,sin caer en la cuenta de que el precio que debemos pagar a cambio es muy alto.
Quizá te preguntes :"Puedo ser encantadora sin ser tóxica?".
Claro que si! De hecho,ponerte en contacto con tu cabrona interior te ayudará a ser encantadora de verdad.Hay una enorme diferencia entre parecer encantadora y serlo.
Tu cabrona interior no quiere que seas mala.Quiere que seas firme.Quiere que seas razonable.Y quiere que seas encantadora,sobre todo contigo misma.

DECIR " YO CREO QUE NO"

Inténtalo.Empieza poco a poco.Imagina una situación en tu vida en la que se pueda aplicar.Por ejemplo:

El hombre con el que estás saliendo durante un mes te exige,en un ataque de celos,que canceles una comida con un cliente importante.
Tu respuesta:"Yo creo que no".

Tu madre quiere que conozcas al hijo de su amiga del club de jubilados."Solo una pequeña cena,hija".Os hemos sacado entradas para el teatro".
Tú sonríes :Mamá,yo creo que no".

Tu jefe sugiere con insistencia que inventas tu bonus en el último y enloquecido proyecto empresarial de su primo.
Tú contestas:"Yo creo que no".

DECIR MÁS CON MENOS

Ves? Funciona.Nadie puede malinterpretar el significado de esa frase.Argumentar en contra es inútil;como puede alguien insistir en que crees algo si tú afirmas lo contrario?
Es suave,es cortės,pero a la vez fuerte,firme e indiscutible.


Manual de la Perfecta Cabrona
Elizabeth Hilts
 
"Mi padre no era un hombre dotado de talentos especiales. Si un padre modelo puede reparar un cortacésped, instalar correctamente un saco de boxeo, ofrecerte sugerencias para tu proyecto científico o consejo para obtener el certificado de socorrista, ayudarte en tus deberes escolares de matemáticas, armar una bicicleta nueva o cambiar la mosquitera de la puerta del patio, el mío no era un padre modelo.
En mi primer recuerdo de Navidad estoy acostado en mi cama, ya avanzada la noche, y oigo a mi padre —ayudado por mi madre— intentando armar un pequeño tambor militar que yo había pedido a Santa Claus. El trabajo se prolongó durante horas en el salón. Todavía me parece oír el ruido de las cuerdas sueltas del fondo del tambor cuando mi padre trataba de estirarlas, el crujir de los tornillos de metal que tensaban la piel mientras mi madre susurraba sus consejos y mi padre gruñía y mascullaba con escasa paciencia. Hoy —cincuenta años después— todavía veo la línea de luz amarilla debajo de la puerta de mi dormitorio mientras la noche se consumía y yo esperaba, silencioso y ansioso.
Por la mañana, nada se había solucionado. Los tres permanecíamos de pie junto al alegre brillo del árbol de Navidad y contemplábamos el divertido aspecto del tambor de madera, con su piel sujeta por un solo lado y sin ningún tornillo. Contra el tambor inacabado había apoyados dos palillos de madera y dos cepillos retráctiles de metal, que mi madre había atado con lazos de satén rojo. Sencillamente, a Santa Claus le había faltado tiempo. Después de todo, había otros niños y niñas a los que tenía que visitar.
No todas las familias felices se parecen, por supuesto. Todas son diferentes. La ausencia de capacidad para imponerse, o incluso de habilidad para las cosas cotidianas, era, en mi padre, no un defecto, no un verdadero fallo, sino un insignificante descuido en la complicada manufactura divina, que no me impedía amarlo.
Una vez, cuando yo tenía diez años y todavía vivíamos en nuestra primera casa, en Congress Street, en Jackson, mi padre me compró una bicicleta. Yo la había pedido. Cuando la trajo a casa estaba embalada en una gran caja rectangular de cartón con la marca Schwinn. Estaba todo junto: era una cosa grande, pesada, roja y plateada, cromada, con las ruedas infladas, guardabarros y un timbre a pilas, todo con la intención de que se pareciera lo máximo posible a un sedán de cuatro puertas. Nunca volví a ver una expresión más feliz en la cara de mi padre que el serio ceño de aprobatoria satisfacción que puso ante aquella bicicleta, inclinada sobre su soporte, completamente armada por alguien que debía de estar al tanto de nuestros problemas. Cuando terminé mi primera vuelta en bicicleta por la parte de atrás de la casa, mi padre la montó a su vez, con su traje de trabajo, su sombrero y un par de gruesos zapatos marrones que usaba en la calle. Dio una vuelta, y otra y otra —un hombre voluminoso, de cincuenta años, nacido en 1904, montando una bicicleta de niño—, hasta que mi madre, refiriéndose a él, dijo que pensaba que nunca me permitiría volver a montarla, tanto era el placer que parecía extraer de aquel momento (o que le parecía a ella, quien, de todas maneras, también lo amaba)."
Un padre y una bicicleta
Richard Ford
 
DECIR MÁS CON MENOS

Lo mejor de la frase "yo creo que no" es que puede utilizarse en cualquier momento durante una conversación.Si adviertes que estás deslizándote por la rampa del encanto tóxico,es muy fácil detener la caída.Y si olvidas decirlo,o no te atreves,no te preocupes:sin lugar a dudas se te presentará de nuevo la oportunidad.

DECIR MÁS

Naturalmente,habrá ocasiones en las que decir "yo creo que no"no será suficiente.Esta frase es sólo un cucurucho sobre el cual construir un helado verbal.Añade el numero de bolas que desees.

"No creo que te pueda prestar los pendientes de brillantes de mi abuela,pero tengo otros de cuarzo muy monos".
"No creo que me quede".
"No creo que ese color me favorezca"
"No creo estar lista"

También existen esos casos que demandan cierta delicadeza combinada con la habilidad de tener los pies plantados sobre la tierra.
Por ejemplo,estás en una fiesta.Un amigo de un amigo se presenta y te dice:" Sabias que Fulanito me ha dicho que eres la mujer perfecta para mí?".Ese hombre no te importa un pimiento,pero,por pura amabilidad,le contestas :"Yo creo que no,pero podemos charlar un poco"

Como puedes ver,la frase es cortés y razonable,nunca resulta cruel y no es nada difícil de decir.Prueba con distintos tonos de voz.Dale un tono reflexivo o intenta poner énfasis en distintas palabras.



Manual de la Perfecta Cabrona
Elizabeth Hilts
 
"Cambiaría el más bello atardecer del mundo por una sola vista de la silueta de Nueva York. Particularmente cuando no se pueden ver los detalles. Sólo las formas. Las formas y el pensamiento que las hizo. El cielo de Nueva York y la voluntad del hombre hecha visible ¿Qué otra religión necesitamos? Y entonces la gente me habla de peregrinaciones a algún agujero infecto en una jungla, a donde van a homenajear a un templo en ruinas, a un monstruo de piedra con barriga, creado por algún salvaje leproso ¿Es genio y belleza lo que quieren ver? ¿Buscan un sentido de lo sublime? Dejadles que vengan a Nueva York, que vengan a la orilla del Hudson, miren y se pongan de rodillas. Cuando veo la ciudad desde mi ventana -no, no siento lo pequeña que soy- sino que siento que si una guerra viniese amenazar esto, me arrojaría a mí misma al espacio, sobre la ciudad, y protegería estos edificios con mi cuerpo".
Ayn Rand
El Manantial
 
"La forma en que se desarrolló mi amistad con Sensini sin duda se sale de lo corriente. En aquella época yo tenía veintitantos años y era más pobre que una rata. Vivía en las afueras de Girona, en una casa en ruinas que me habían dejado mi hermana y mi cuñado tras marcharse a México y acababa de perder un trabajo de vigilante nocturno en un cámping de Barcelona, el cual había acentuado mi disposición a no dormir durante las noches. Casi no tenía amigos y lo único que hacía era escribir y dar largos paseos que comenzaban a las siete de la tarde, tras despertar, momento en el cual mi cuerpo experimentaba algo semejante al jet-lag, una sensación de estar y no estar, de distancia con respecto a lo que me rodeaba, de indefinida fragilidad. Vivía con lo que había ahorrado durante el verano y aunque apenas gastaba mis ahorros iban menguando al paso del otoño. Tal vez eso fue lo que me impulsó a participar en el Concurso Nacional de Literatura de Alcoy, abierto a escritores de lengua castellana, cualquiera que fuera su nacionalidad y lugar de residencia. El premio estaba dividido en tres modalidades: poesía, cuento y ensayo. Primero pensé en presentarme en poesía, pero enviar a luchar con los leones (o con las hienas) aquello que era lo que mejor hacía me pareció indecoroso. Después pensé en presentarme en ensayo, pero cuando me enviaron las bases descubrí que éste debía versar sobre Alcoy, sus alrededores, su historia, sus hombres ilustres, su proyección en el futuro y eso me excedía."
Llamadas telefónicas
Roberto Bolaño
 
"Solo empiezan a llamarte cabrona cuando alcanzas el éxito"
Judith Regan


UN EPÍTETO ATREVIDO

A algunas de nosotras nos puede resultar problemático utilizar el término" cabrona" para referirnos a nosotras mismas.Podemos llegar a creer que hacerlo equivaldría a afirmar la imagen negativa que las mujeres asertivas han llevado como un sambenito durante años.Es decir,si expresamos lo que realmente pensamos,debemos de ser unas cabronas.
Analicemos con detenimiento este punto.
Cual es el problema exactamente?.Nos estamos portando mal acaso?,O estamos yendo demasiado rápido,adelantándonos,liberándonos del papel que nos han asignado?
El término cabrona nos asusta para que nos refugiemos cuanto antes en la tranquilidad del encanto tóxico.
Todo lo que puedo decir es:"Yo creo que no"
Por desgracia ,muchas de nosotras hemos sido víctimas del prejuicio contra este calificativo.Si reunimos a un grupo de mujeres que hablen de esta condición,admitirán que existe,incluso aceptarán que en ocasiones han caído en comportamientos cabrones,pero sólo porque se vieron obligadas a ello,por supuesto.En nuestros momentos más sinceros ,sin embargo,aludiremos a nuestra condición de cabronas con gozoso orgullo.Porque,afrontémoslo ,ha habido momentos en nuestras vidas en los que ser cabrona ha sido divertido.
Pero si nos preguntan si nos consideramos cabronas diremos rotundamente que no.
"Ay,no,no,no,no,NO"!.Nos consideramos chicas amables que,de vez en cuando,se ven forzadas a defenderse actuando como cabronas.Son "esas otras mujeres"quienes de verdad son unas cabronas.
De nuevo,yo creo que no.De hecho,pienso que esta dinámica lleva consigo las semillas de la división .Por una especie de malévola y oculta maldición,el encanto tóxico funciona mejor cuando nuestra cabrona interior y nosotras estamos separadas ,cuando estamos divididas y cuando entre nosotras no existe respeto.

QUE CAUSA ESTA DINÁMICA?

Esta pregunta podría mantener entretenidos a sociólogos y teóricos durante años,quizá décadas.Está bien.Necesitan motivos para justificar las becas y subvenciones que reciben.La verdad,por simple que parezca es la siguiente :en la raíz del problema que supone para muchas de nosotras asumir a la cabrona interior está en el temor a que nos llamen así.
Permitidme que os recuerde una cosa:es sólo una palabra.Con palos y piedras se puede hacer mucho daño,pero las palabras no nos hieren si no queremos.


Manual de la Perfecta Cabrona
Elizabeth Hilts

 
"Aquí vivimos, en las calles se cruzan nuestros olores, de sudor y páchuli, de ladrillo nuevo y gas subterráneo, nuestras carnes ociosas y tensas, jamás nuestras miradas. Jamás nos hemos hincado juntos, tú y yo, a recibir la misma bestia; desgarrados juntos, creados juntos, sólo morimos para nosotros, aislados. Aquí caímos. Qué le vamos a hacer. Aguantarnos, mano. A ver si algún día mis dedos tocan los tuyos. Ven, déjate caer conmigo en la cicatriz lunar de nuestra ciudad, ciudad puñado de alcantarillas, ciudad cristal de vahos y escarcha mineral, ciudad presencia de todos nuestros olvidos, ciudad de acantilados carnívoros, ciudad dolor inmóvil, ciudad de la brevedad inmensa, ciudad del sol detenido, ciudad de calcinaciones largas, ciudad a fuego lento, ciudad con el agua al cuello, ciudad del letargo pícaro, ciudad de los nervios negros, ciudad de los tres ombligos, ciudad de la risa gualda, ciudad del hedor torcido, ciudad rígida entre el aire y los gusanos, ciudad vieja en las luces, vieja ciudad en su cuna de aves agoreras, ciudad nueva junto al polvo esculpido, ciudad a la vela del cielo gigante, ciudad de barnices oscuros y pedrería, ciudad bajo el lodo esplendente, ciudad de víscera y cuerdas, ciudad de la derrota violada (la que no pudimos amamantar a la luz, la derrota secreta), ciudad del tianguis sumiso, carne de tinaja, ciudad reflexión de la furia, ciudad del fracaso ansiado, ciudad en tempestad de cúpulas, ciudad abrevadero de las fauces rígidas del hermano empapado de sed y costras, ciudad tejida en la amnesia, resurrección de infancias, encarnación de pluma, ciudad perro, ciudad famélica, suntuosa villa, ciudad lepra y cólera, hundida ciudad. Tuna incandescente. Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire."
La región más transparente
Carlos Fuentes
 
"Los gatos, nacidos y crecidos en un barrio pobre, tenían la vigilancia y la rapidez de los animales acostumbrados a defender su derecho a vivir. Habían llegado con mucho adelanto, como siempre ocurre con los pobres, que tienen pocas obligaciones sociales y placeres, y que temen no ser puntuales.
De joven, yo pedía a las personas más de lo que podían dar: una amistad continua, una emoción permanente. Hoy sé pedirles menos de lo que pueden dar: una compañía sin frases. Y sus emociones, su amistad, sus gestos nobles conservan para mí su valor cabal de milagro: un efecto cabal de la gracia.
Ese sentimiento de felicidad que nunca había podido experimentar, salvo en lo provisional, lo ilícito – que por el hecho de ser ilícito impedía que esa felicidad alguna vez durase -, llegaba a envenenarlo la mayor parte del tiempo, menos las raras veces en que se imponía, como ahora, en estado puro, en la luz leve de la mañana, entre las dalias todavía brillantes de rocío...
Ella, casi siempre silenciosa y con unas pocas palabras a su disposición para expresarse; él, hablando sin cesar e incapaz de encontrar a través de miles de palabras lo que ella podía decir con uno sólo de sus silencios...Habría que vivir como espectador de la propia vida. Para añadirle el sueño que le diera conclusión. Pero uno vive, y los otros sueñan tu vida."
El primer hombre
Albert Camus
 
"El silencio de la nieve, pensaba el hombre que estaba sentado inmediatamente detrás del conductor del autobús. Si hubiera sido el principio de un poema, habría llamado a lo que sentía en su interior el silencio de la nieve.
Alcanzó en el último momento el autobús que le llevaría de Erzurum a Kars. Había llegado a la estación de Erzurum procedente de Estambul después de un viaje tormentoso y nevado de dos días, y mientras recorría los sucios y fríos pasillos, intentando enterarse de dónde salían los autobuses que podían llevarle a Kars, alguien le dijo que había uno a punto de salir.
El ayudante del conductor del viejo autobús marca Magirus le dijo «Tenemos prisa», porque no quería volver a abrir el maletero que acababa de cerrar. Así que tuvo que subir consigo el enorme bolsón cereza oscuro marca Bally que ahora reposaba entre sus piernas. El viajero, que se sentó junto a la ventanilla, llevaba un grueso abrigo color ceniza que había comprado cinco años atrás en un Kaufhof de Frankfurt. Digamos ya que este bonito abrigo de pelo suave habría de serle tanto motivo de vergüenza e inquietud como fuente de confianza en los días que pasaría en Kars.
Inmediatamente después de que el autobús se pusiera en marcha, el viajero sentado junto a la ventana abrió bien los ojos esperando ver algo nuevo y, mientras contemplaba los suburbios de Erzurum, sus pequeñísimos y pobres colmados, sus hornos de pan y el interior de sus mugrientos cafés, la nieve comenzó a caer lentamente. Los copos eran más grandes y tenían más fuerza que los de la nieve que le había acompañado a lo largo de todo el viaje de Estambul a Erzurum. Si el viajero que se sentaba junto a la ventana no hubiera estado tan cansado del viaje y hubiera prestado un poco más de atención a los enormes copos que descendían del cielo como plumas, quizá hubiera podido sentir la fuerte tormenta de nieve que se acercaba y quizá, comprendiendo desde el principio que había iniciado un viaje que cambiaría toda su vida, habría podido volver atrás."
Nieve
Orhan Pamuk
 
"Esta noche me alojo en una casa de huéspedes de Salisbury. Ha sido mi primer día de viaje y debo decir que, en general, me encuentro satisfecho. Esta mañana inicié mi expedición, y a pesar de tener listo el equipaje, de haber metido todo lo necesario en el coche mucho antes de las ocho, he salido una hora más tarde de lo previsto.
Creo que el hecho de que mistress Clements y las chicas también hayan salido esta semana me ha hecho caer en la cuenta de que en cuanto me fuera, Darlington Hall se que daría, quizá por primera vez en este siglo, vacío. Ha sido una extraña sensación y puede que el motivo de haberme retrasado tanto, ya que he recorrido la casa varias veces comprobando, siempre por última vez, que todo estaba en orden. Ya de camino, he sentido algo difícil de explicar. No puedo decir que durante los primeros veinte minutos de carretera me sintiese entusiasmado o lleno de ilusión. El motivo era, no me cabe la menor duda, el hecho de que los paisajes que me rodeaban me resultaban familiares, a pesar de que el coche se iba alejando cada vez más. Siempre he considerado que mis viajes han sido más bien escasos por la limitación que me supone ser el responsable de la casa, pero, evidentemente, por motivos profesionales, he tenido que realizar numerosas gestiones a lo largo de los años y ésa es la razón por la que, al parecer, me he llegado a familiarizar con este entorno más de lo que yo creía. Como he dicho, mientras conducía bajo la luz de la mañana en dirección a los límites de Berkshire, me ha sorprendido comprobar hasta qué punto me resultaba conocido el paisaje.
Hasta al cabo de un rato no he notado que todo me parecía extraño, y ése ha sido el momento en que me he dado cuenta de que se abrían ante mí nuevas fronteras. Supongo que el sentimiento de desasosiego unido a la emoción con que algunos describen el momento en que, desde un barco, se pierde de vista la costa, es muy similar al que yo he experimentado en el coche al comprobar que el paisaje que me rodeaba me resultaba cada vez más extraño, sobre todo cuando, tras una curva, fui a parar a una carretera que rodeaba una colina. Intuí que a mi izquierda se abría una pronunciada pendiente, aunque los árboles y el espeso follaje me impedían verla. Fue entonces cuando me invadió la sensación de que, definitivamente, había dejado atrás Darlington Hall, y debo confesar que en cierto modo me asusté, llegando incluso a temer que me hubiese equivocado de carretera y me estuviese adentrando a toda velocidad en parajes desconocidos; a pesar de que fue una sensación fugaz, me hizo aminorar la marcha.
Decidí bajar a estirar un poco las piernas y en ese momento volví a sentir con más intensidad que antes la sensación de encontrarme al borde de la colina. A un lado de la carretera, matorrales y arbustos se alzaban en la pendiente, mientras que al otro lado se vislumbraba a través del follaje la lejana campiña.
Tras andar durante unos instantes por el borde de la carretera, intentando distinguir el paisaje que ocultaba la vegetación, oí detrás de mí una voz que me llamaba. Mi sorpresa fue grande, ya que hasta ese momento había creído estar solo.
Al otro lado de la carretera, unos metros más arriba, alcancé a ver un sendero que subía y se perdía entre los matorrales, y en el mojón de piedra que indicaba el inicio del sendero estaba sentado un hombre de pelo blanco, con una gorra, que fumaba en pipa. Volvió a llamarme y, aunque no pude descifrar sus palabras, con un gesto me indicó que me acercase. Al principio pensé que era un vagabundo, pero enseguida vi que se trataba de un lugareño que estaba tomando el aire y disfrutando del sol estival. No había motivo, por lo tanto, para no acercarme."
Lo que queda del día
Kazuo Ishiguro
 
"Todo ocurrió en seguida con tanta precipitación, certidumbre y naturalidad, que no recuerdo nada más. Sólo una cosa: a la entrada del pueblo la enfermera delegada me habló. Tenía una voz singular, que no correspondía a su rostro; una voz melodiosa y trémula. Me dijo: «Si uno anda despacio, corre el riesgo de una insolación. Pero si anda demasiado aprisa, transpira y, en la iglesia, pesca un resfriado.» Tenía razón. No había escapatoria. Todavía retengo algunas imágenes de aquel día: por ejemplo, el rostro de Pérez cuando se nos reunió cerca del pueblo por última vez. Gruesas lágrimas de nerviosidad y de pena le chorreaban por las mejillas. Pero las arrugas no las dejaban caer. Se extendían, se juntaban y formaban un barniz de agua sobre el rostro marchito. Hubo también la iglesia y los aldeanos en las aceras, los geranios rojos en las tumbas del cementerio, el desvanecimiento de Pérez (habríase dicho un títere dislocado), la tierra color de sangre que rodaba sobre el féretro de mamá, la carne blanca de las raíces que se mezclaban, gente aún, voces, el pueblo, la espera delante de un café el incesante ronquido del motor, y mi alegría cuando el autobús entró en el nido de luces de Argel y pensé que iba a acostarme y a dormir durante doce horas. "
El extranjero
Albert Camus
 
"“Cuando era niño miraba a mi padre, con su cabello ralo, con los dientes que se le caían, y me preguntaba por qué querría nadie pagar dinero por una cabeza como aquélla. Cuando tenía 13 años, la madre de mi padre me contó un secreto:
-Cuando tu pobre padre era un mocito lo dejaron caer de cabeza en el suelo. Fue un accidente, ya no fue el mismo desde entonces, y debes tener presente que la gente que se ha caído de cabeza puede ser un poco especial.
Las enfermeras y las monjas se creen que uno no entiende lo que dicen nunca. Cuando tienenes diez años para cumplir once se creen que eres un inocente, como mi tío Pat Sheehan, al que dejaron caer de cabeza. No puedes hacer preguntas. No puedes dar muestras de que has entendido lo que ha dicho la enfermera de Patricia Madigan, que se va a morir, y no puedes dar muestras de que te dan ganas de llorar por esa niña que te ha enseñado una poesía preciosa que según la monja era mala
La escarcha comienza a blanquear la tierra fresca de la tumba y yo pienso en Theressa, que estará fría en su ataúd, con su pelo rojo, con sus ojos verdes. No entiendo los sentimientos que me invaden, pero sé que con todas las personas que han muerto en mi familia y con todas las que se han muerto en los callejones de mi barrio y con todas las que han faltado no había sentido nunca un dolor como éste que tengo en el corazón, y espero no volver a tenerlo. ”
Las Cenizas de Angela
Frank McCourt


 

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