DROGAS-ALCOHOL-OTRAS DEPENDENCIAS

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Islandia sabe cómo acabar con las drogas entre adolescentes, pero el resto del mundo no escucha

En los últimos 20 años, Islandia ha reducido radicalmente el consumo de tabaco, drogas y bebidas alcohólicas entre los jóvenes. ¿Cómo lo ha conseguido y por qué otros países no siguen su ejemplo?

EMMA YOUNG
7 OCT 2017 - 10:01 CEST


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Un grupo de niñas en un gimnasio en Reykjavik. DAVE IMMS PARA MOSAIC / EPV



VIDEO:
https://elpais.com/elpais/2017/10/02/ciencia/1506960239_668613.html


Falta poco para las tres de una soleada tarde de viernes, y el parque Laugardalur, cerca del centro de Reikiavik, se encuentra prácticamente desierto. Pasa algún que otro adulto empujando un carrito de bebé, pero si los jardines están rodeados de bloques de pisos y casas unifamiliares, y los críos ya han salido del colegio, ¿dónde están los niños?


En mi paseo me acompañan Gudberg Jónsson, un psicólogo islandés, y Harvey Milkman, catedrático de Psicología estadounidense que da clases en la Universidad de Reikiavik durante una parte del curso. Hace 20 años, cuenta Gudberg, los adolescentes islandeses eran de los más bebedores de Europa. “El viernes por la noche no podías caminar por las calles del centro de Reikiavik porque no te sentías seguro”, añade Milkman. “Había una multitud de adolescentes emborrachándose a la vista de todos”.

Nos acercamos a un gran edificio. “Y aquí tenemos la pista de patinaje cubierta”, dice Gudberg.

Hace un par de minutos hemos pasado por dos salas dedicadas al bádminton y al pimpón. En el parque hay también una pista de atletismo, una piscina con calefacción geotérmica y, por fin, un grupo de niños a la vista jugando con entusiasmo al fútbol en un campo artificial.

En este momento no hay jóvenes pasando la tarde en el parque, explica Gudberg, porque se encuentran en las instalaciones asistiendo a clases extraescolares o en clubs de música, danza o arte. También puede ser que hayan salido con sus padres.

Actualmente, Islandia ocupa el primer puesto de la clasificación europea en cuanto a adolescentes con un estilo de vida saludable. El porcentaje de chicos de entre 15 y 16 años que habían cogido una borrachera el mes anterior se desplomó del 42% en 1998 al 5% en 2016. El porcentaje de los que habían consumido cannabis alguna vez ha pasado del 17 al 7%, y el de fumadores diarios de cigarrillos ha caído del 23% a tan solo el 3%.

El país ha conseguido cambiar la tendencia por una vía al mismo tiempo radical y empírica, pero se ha basado en gran medida en lo que se podría denominar “sentido común forzoso”. “Es el estudio más extraordinariamente intenso y profundo sobre el estrés en la vida de los adolescentes que he visto nunca”, elogia Milkman. “Estoy muy impresionado de lo bien que funciona”.

Si se adoptase en otros países, sostiene, el modelo islandés podría ser beneficioso para el bienestar psicológico y físico general de millones de jóvenes, por no hablar de las arcas de los organismos sanitarios o de la sociedad en su conjunto. Un argumento nada desdeñable.

“Estuve en el ojo del huracán de la revolución de las drogas”, cuenta Milkman mientras tomamos un té en su apartamento de Reikiavik. A principios de la década de 1970, cuando trabajaba como residente en el Hospital Psiquiátrico Bellevue de Nueva York, “el LSD ya estaba de moda, y mucha gente fumaba marihuana. Había un gran interés en por qué la gente tomaba determinadas drogas”.

La tesis doctoral de Milkman concluía que las personas elegían la heroína o las anfetaminas dependiendo de cómo quisiesen lidiar con el estrés. Los consumidores de heroína preferían insensibilizarse, mientras que los que tomaban anfetaminas preferían enfrentarse a él activamente. Cuando su trabajo se publicó, Milkman entró a formar parte de un grupo de investigadores reclutados por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos para que respondiesen a preguntas como por qué empieza la gente a consumir drogas, por qué sigue haciéndolo, cuándo alcanza el umbral del abuso, cuándo deja de consumirlas y cuándo recae.

“Cualquier chaval de la facultad podría responder a la pregunta de por qué se empieza, y es que las drogas son fáciles de conseguir y a los jóvenes les gusta el riesgo. También está el aislamiento, y quizá algo de depresión”, señala. “Pero, ¿por qué siguen consumiendo? Así que pasé a la pregunta sobre el umbral del abuso y se hizo la luz. Entonces viví mi propia versión del “¡eureka!”. Los chicos podían estar al borde de la adicción incluso antes de tomar la droga, porque la adicción estaba en la manera en que se enfrentaban a sus problemas”.

“¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de las drogas?”

En la Universidad Estatal Metropolitana de Denver, Milkman fue fundamental para el desarrollo de la idea de que el origen de las adicciones estaba en la química cerebral. Los menores “combativos” buscaban “subidones”, y podían obtenerlos robando tapacubos, radios, y más adelante, coches, o mediante las drogas estimulantes. Por supuesto, el alcohol también altera la química cerebral. Es un sedante, pero lo primero que seda es el control del cerebro, lo cual puede suprimir las inhibiciones y, a dosis limitadas, reducir la ansiedad.

“La gente puede volverse adicta a la bebida, a los coches, al dinero, al s*x*, a las calorías, a la cocaína… a cualquier cosa”, asegura Milkman. “La idea de la adicción comportamental se convirtió en nuestro distintivo”.

De esta idea nació otra. “¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de las drogas?”

En 1992, su equipo de Denver había obtenido una subvención de 1,2 millones de dólares del Gobierno para crear el Proyecto Autodescubrimiento, que ofrecía a los adolescentes maneras naturales de embriagarse alternativas a los estupefacientes y el delito. Solicitaron a los profesores, así como a las enfermeras y los terapeutas de los centros escolares, que les enviasen alumnos, e incluyeron en el estudio a niños de 14 años que no pensaban que necesitasen tratamiento, pero que tenían problemas con las drogas o con delitos menores.

“No les dijimos que venían a una terapia, sino que les íbamos a enseñar algo que quisiesen aprender: música, danza, hip hop, arte o artes marciales”. La idea era que las diferentes clases pudiesen provocar una serie de alteraciones en su química cerebral y les proporcionasen lo que necesitaban para enfrentarse mejor a la vida. Mientras que algunos quizá deseasen una experiencia que les ayudase a reducir la ansiedad, otros podían estar en busca de emociones fuertes.

Al mismo tiempo, los participantes recibieron formación en capacidades para la vida, centrada en mejorar sus ideas sobre sí mismos y sobre su existencia, y su manera de interactuar con los demás. “El principio básico era que la educación sobre las drogas no funciona porque nadie le hace caso. Necesitamos capacidades básicas para llevar a la práctica esa información”, afirma Milkman. Les dijeron a los niños que el programa duraría tres meses. Algunos se quedaron cinco años.

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DAVE IMMS PARA MOSAIC


En 1991, Milkman fue invitado a Islandia para hablar de su trabajo, de sus descubrimientos y de sus ideas. Se convirtió en asesor del primer centro residencial de tratamiento de drogadicciones para adolescentes del país, situado en la ciudad de Tindar. “Se diseñó a partir de la idea de ofrecer a los chicos cosas mejores que hacer”, explica. Allí conoció a Gudberg, que por entonces estudiaba Psicología y trabajaba como voluntario. Desde entonces son íntimos amigos.

Al principio, Milkman viajaba con regularidad a Islandia y daba conferencias. Estas charlas y el centro de Tindar atrajeron la atención de una joven investigadora de la Universidad de Islandia llamada Inga Dóra Sigfúsdóttir. La científica se preguntaba qué pasaría si se pudiesen utilizar alternativas sanas a las drogas y el alcohol dentro de un programa que no estuviese dirigido a tratar a niños con problemas, sino, sobre todo, a conseguir que los jóvenes dejasen de beber o de consumir drogas.

¿Has probado el alcohol alguna vez? Si es así, ¿cuándo fue la última vez que bebiste? ¿Te has emborrachado en alguna ocasión? ¿Has probado el tabaco? Si lo has hecho, ¿cuánto fumas? ¿Cuánto tiempo pasas con tus padres? ¿Tienes una relación estrecha con ellos? ¿En qué clase de actividades participas?

En 1992, los chicos y chicas de 14, 15 y 16 años de todos los centros de enseñanza de Islandia rellenaron un cuestionario con esta clase de preguntas. El proceso se repitió en 1995 y 1997.

Los resultados de la encuesta fueron alarmantes. A escala nacional, casi el 25% fumaba a diario, y más del 40% se había emborrachado el mes anterior. Pero cuando el equipo buceó a fondo en los datos, identificó con precisión qué centros tenían más problemas y cuáles menos. Su análisis puso de manifiesto claras diferencias entre las vidas de los niños que bebían, fumaban y consumían otras drogas, y las de los que no lo hacían. También reveló que había unos cuantos factores con un efecto decididamente protector: la participación, tres o cuatro veces a la semana, en actividades organizadas –en particular, deportivas–; el tiempo que pasaban con sus padres entre semana; la sensación de que en el instituto se preocupaban por ellos, y no salir por la noche.

“En aquella época había habido toda clase de iniciativas y programas para la prevención del consumo de drogas”, cuenta Inga Dóra, que fue investigadora ayudante en las encuestas. “La mayoría se basaban en la educación”. Se alertaba a los chicos de los peligros de la bebida y las drogas, pero, como Milkman había observado en Estados Unidos, los programas no daban resultado. “Queríamos proponer un enfoque diferente”.

El alcalde de Reikiavik también estaba interesado en probar algo nuevo, y muchos padres compartían su interés, añade Jón Sigfússon, compañero y hermano de Inga Dóra. Por aquel entonces, las hijas de Jón eran pequeñas, y él entró a formar parte del nuevo Centro Islandés de Investigación y Análisis social de Sigfúsdóttir en 1999, año de su fundación. “Las cosas estaban mal”, recuerda. “Era evidente que había que hacer algo”.

Utilizando los datos de la encuesta y los conocimientos fruto de diversos estudios, entre ellos el de Milkman, se introdujo poco a poco un nuevo plan nacional. Recibió el nombre de Juventud en Islandia.

Las leyes cambiaron. Se penalizó la compra de tabaco por menores de 18 años y la de alcohol por menores de 20, y se prohibió la publicidad de ambas sustancias. Se reforzaron los vínculos entre los padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres y padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con consejos escolares con representación de los padres. Se instó a estos últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad” esporádicamente, así como a hablar con ellos de sus vidas, conocer a sus amistades, y a que se quedasen en casa por la noche.

Asimismo, se aprobó una ley que prohibía que los adolescentes de entre 13 y 16 años saliesen más tarde de las 10 en invierno y de medianoche en verano. La norma sigue vigente en la actualidad.

Casa y Escuela, el organismo nacional que agrupa a las organizaciones de madres y padres, estableció acuerdos que los padres tenían que firmar. El contenido varía dependiendo del grupo de edad, y cada organización puede decidir qué quiere incluir en ellos. Para los chicos de 13 años en adelante, los padres pueden comprometerse a cumplir todas las recomendaciones y, por ejemplo, a no permitir que sus hijos celebren fiestas sin supervisión, a no comprar bebidas alcohólicas a los menores de edad, y a estar atentos al bienestar de sus hijos.

Estos acuerdos sensibilizan a los padres, pero también ayudan a reforzar su autoridad en casa, sostiene Hrefna Sigurjónsdóttir, directora de Casa y Escuela. “Así les resulta más difícil utilizar la vieja excusa de que a los demás les dejan hacerlo”.

Se aumentó la financiación estatal de los clubs deportivos, musicales, artísticos, de danza y de otras actividades organizadas con el fin de ofrecer a los chicos otras maneras de sentirse parte de un grupo y de encontrarse a gusto que no fuesen consumiendo alcohol y drogas, y los hijos de familias con menos ingresos recibieron ayuda para participar en ellas. Por ejemplo, en Reikiavik, donde vive una tercera parte de la población del país, una Tarjeta de Ocio facilita 35.000 coronas (250 libras esterlinas) anuales por hijo para pagar las actividades recreativas.

“No les dijimos que venían a una terapia, sino que les íbamos a enseñar algo que quisiesen aprender: música, danza, hip hop, arte o artes marciales”

Un factor decisivo es que las encuestas han continuado. Cada año, casi todos los niños islandeses las rellenan. Esto significa que siempre se dispone de datos actualizados y fiables.

Entre 1997 y 2012, el porcentaje de adolescentes de 15 y 16 años que declaraban que los fines de semana pasaban tiempo con sus padres a menudo o casi siempre se duplicó –pasó del 23 al 46%–, y el de los que participaban en actividades deportivas organizadas al menos cuatro veces por semana subió del 24 al 42%. Al mismo tiempo, el consumo de cigarrillos, bebidas alcohólicas y cannabis en ese mismo grupo de edad cayó en picado.

“Aunque no podemos presentarlo como una relación causal –lo cual es un buen ejemplo de por qué a veces es difícil vender a los científicos los métodos de prevención primaria– la tendencia es muy clara”, observa Kristjánsson, que trabajó con los datos y actualmente forma parte de la Escuela Universitaria de Salud Pública de Virginia Occidental, en Estados Unidos. Los factores de protección han aumentado y los de riesgo han disminuido, y también el consumo de estupefacientes. Además, en Islandia lo han hecho de manera más coherente que en ningún otro país de Europa”.

El caso europeo
Jón Sigfússon se disculpa por llegar un par de minutos tarde. “Estaba con una llamada de crisis”. Prefiere no precisar dónde, pero era una de las ciudades repartidas por todo el mundo que han adoptado parcialmente las ideas de Juventud en Islandia.

Juventud en Europa, dirigida por Jón, nació en 2006 tras la presentación de los ya entonces extraordinarios datos de Islandia a una de las reuniones de Ciudades Europeas contra las Drogas, y, recuerda Sigfússon, “la gente nos preguntaba cómo lo conseguíamos”.

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DAVE IMMS PARA MOSAIC.


La participación en Juventud en Europa se hace a iniciativa de los Gobiernos nacionales, sino que corresponde a las instancias municipales. El primer año acudieron ocho municipios. A día de hoy participan 35 de 17 países, y comprenden desde zonas en las que interviene tan solo un puñado de escuelas, hasta Tarragona, en España, donde hay 4.200 adolescentes de 15 años involucrados. El método es siempre igual. Jón y su equipo hablan con las autoridades locales y diseñan un cuestionario con las mismas preguntas fundamentales que se utilizan en Islandia más unas cuantas adaptadas al sitio concreto. Por ejemplo, últimamente en algunos lugares se ha presentado un grave problema con las apuestas por Internet, y las autoridades locales quieren saber si está relacionado con otros comportamientos de riesgo.

A los dos meses de que el cuestionario se devuelva a Islandia, el equipo ya manda un informe preliminar con los resultados, además de información comparándolos con los de otras zonas participantes. “Siempre decimos que, igual que la verdura, la información tiene que ser fresca”, bromea Jón. “Si le entregas los resultados al cabo de un año, la gente te dirá que ha pasado mucho tiempo y que puede que las cosas hayan cambiado”. Además, tiene que ser local para que los centros de enseñanza, los padres y las autoridades puedan saber con exactitud qué problemas existen en qué zonas.

El equipo ha analizado 99.000 cuestionarios de sitios tan alejados entre sí como las islas Feroe, Malta y Rumanía, así como Corea del Sur y, muy recientemente, Nairobi y Guinea-Bissau. En líneas generales, los resultados muestran que, en lo que se refiere al consumo de sustancias tóxicas entre los adolescentes, los mismos factores de protección y de riesgo identificados en Islandia son válidos en todas partes. Hay algunas diferencias. En un lugar (un país “del Báltico”), la participación en deportes organizados resultó ser un factor de riesgo. Una investigación más profunda reveló que la causa era que los clubs estaba dirigidos por jóvenes exmilitares aficionados a las sustancias para aumentar la musculatura, así como a beber y a fumar. En este caso, pues, se trataba de un problema concreto, inmediato y local que había que resolver.

Aunque Jón y su equipo ofrecen asesoramiento e información sobre las iniciativas que han dado buenos resultados en Islandia, es cada comunidad la que decide qué hacer a la luz de sus resultados. A veces no hacen nada. Un país predominantemente musulmán, que el investigador prefiere no identificar, rechazó los datos porque revelaban un desagradable nivel de consumo de alcohol. En otras ciudades –como en la que dio lugar a la “llamada de crisis” de Jón– están abiertos a los datos y tienen dinero, pero Sigfússon ha observado que puede ser mucho más difícil asegurarse y mantener la financiación para las estrategias de prevención sanitaria que para los tratamientos.

Ningún otro país ha hecho cambios de tan amplio alcance como Islandia. A la pregunta de si alguno ha seguido el ejemplo de la legislación para impedir que los adolescentes salgan de noche, Jón sonríe: “Hasta Suecia se ríe y lo llama toque de queda infantil”.

A lo largo de los últimos 20 años, las tasas de consumo de alcohol y drogas entre los adolescentes han mejorado en términos generales, aunque en ningún sitio tan radicalmente como en Islandia, y las causas de los avances no siempre tienen que ver con las estrategias de fomento del bienestar de los jóvenes. En Reino Unido, por ejemplo, el hecho de que pasen más tiempo en casa relacionándose por Internet en vez de cara a cara podría ser uno de los principales motivos de la disminución del consumo de alcohol.

“Es el estudio más extraordinariamente intenso y profundo sobre el estrés en la vida de los adolescentes que he visto nunca”

Sin embargo, Kaunas, en Lituania, es un ejemplo de lo que se puede conseguir por medio de la intervención activa. Desde 2006, la ciudad ha distribuido los cuestionarios en cinco ocasiones, y las escuelas, los padres, las organizaciones sanitarias, las iglesias, la policía y los servicios sociales han aunado esfuerzos para intentar mejorar la calidad de vida de los chicos y frenar el consumo de sustancias tóxicas. Por ejemplo, los padres reciben entre ocho y nueve sesiones gratuitas de orientación parental al año, y un programa nuevo facilita financiación adicional a las instituciones públicas y a las ONG que trabajan en la mejora de la salud mental y la gestión del estrés. En 2015, la ciudad empezó a ofrecer actividades deportivas gratuitas los lunes, miércoles y viernes, y planea poner en marcha un servicio de transporte también gratuito para las familias con bajos ingresos con el fin de contribuir a que los niños que no viven cerca de las instalaciones puedan acudir.

Entre 2006 y 2014, el número de jóvenes de Kaunas de entre 15 y 16 años que declararon que se habían emborrachado en los 30 días anteriores descendió alrededor de una cuarta parte, y el de los que fumaban a diario lo hizo en más de un 30%.

Por ahora, la participación en Juventud en Europa no es sistemática, y el equipo de Islandia es pequeño. A Jón le gustaría que existiese un organismo centralizado con sus propios fondos específicos para centrarse en la expansión de la iniciativa. “Aunque llevemos 10 años dedicados a ello, no es nuestra ocupación principal a tiempo completo. Nos gustaría que alguien lo imitase y lo mantuviese en toda Europa”, afirma. “¿Y por qué quedarnos en Europa?”

El valor del deporte
Después de nuestro paseo por el parque Laugardalur, Gudberg Jónsson nos invita a volver a su casa. Fuera, en el jardín, sus dos hijos mayores –Jón Konrád, de 21 años, y Birgir Ísar, de 15–, me hablan del alcohol y el tabaco. Jón bebe alcohol, pero Birigr dice que no conoce a nadie en su instituto que beba ni fume. También hablamos de los entrenamientos de fútbol. Birgir se entrena cinco o seis veces por semana; Jón, que estudia el primer curso de un grado en administración de empresas en la Universidad de Islandia, practica cinco veces. Los dos empezaron a jugar al fútbol como actividad extraescolar cuando tenían seis años.

“Tenemos muchos instrumentos en casa”, me cuenta luego su padre. “Hemos intentado que se aficionen a la música. Antes teníamos un caballo. A mi mujer le encanta montar, pero no funcionó. Al final eligieron el fútbol”.

¿Alguna vez les pareció que era demasiado? ¿Hubo que presionarlos para que entrenasen cuando habrían preferido hacer otra cosa? “No, nos divertía jugar al fútbol”, responde Birgir. Jón añade: “Lo probamos y nos acostumbramos, así que seguimos haciéndolo”.

Y esto no es lo único. Si bien Gudberg y su mujer Thórunn no planifican conscientemente un determinado número de horas semanales con sus tres hijos, intentan llevarlos con regularidad al cine, al teatro, a un restaurante, a hacer senderismo, a pescar y, cada septiembre, cuando en Islandia las ovejas bajan de las tierras altas, hasta a excursiones de pastoreo en familia.

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Puede que Jón y Birgir sean más aficionados al fútbol de lo normal, y también que tengan más talento (a Jón le han ofrecido una beca de fútbol para la Universidad Metropolitana del Estado de Denver, y pocas semanas después de nuestro encuentro, eligieron a Birgir para jugar en la selección nacional sub-17), pero, ¿podría ser que un aumento significativo del porcentaje de chavales que participan en actividades deportivas organizadas cuatro veces por semana o más tuviese otras ventajas, además de que los chicos crezcan más sanos?

¿Puede que tenga que ver, por ejemplo, con la aplastante derrota de Inglaterra por parte de Islandia en la Eurocopa de 2016? Cuando le preguntamos, Inga Dóra Sigfúsdóttir, que fue votada Mujer del Año de Islandia 2016, responde con una sonrisa: “También están los éxitos en la música, como Of Monsters and Men [un grupo independiente de folk-pop de Reikiavik]. Son gente joven a la se ha animado a hacer actividades organizadas. Algunas personas me han dado las gracias”, reconoce con un guiño.

En los demás países, las ciudades que se han unido a Juventud en Europa informan de otros resultados beneficiosos. Por ejemplo, en Bucarest, la tasa de suicidios de adolescentes ha descendido junto con el consumo de drogas y alcohol. En Kaunas, el número de menores que cometen delitos se redujo en un tercio entre 2014 y 2015.

Como señala Inga Dóra, “los estudios nos enseñaron que teníamos que crear unas circunstancias en las cuales los menores de edad pudiesen llevar una vida saludable y no necesitasen consumir drogas porque la vida es divertida, los chicos tienen muchas cosas que hacer y cuentan con el apoyo de unos padres que pasan tiempo con ellos”.

En definitiva, los mensajes –aunque no necesariamente los métodos– son sencillos. Y cuando ve los resultados, Harvey Milkman piensa en Estados Unidos, su país. ¿Funcionaría allí también el modelo Juventud en Islandia?

¿Y Estados Unidos?
Trescientos veinticinco millones de habitantes frente a 330.000. Treinta y tres mil bandas en vez de prácticamente ninguna. Alrededor de 1,3 millones de jóvenes sin techo frente a un puñado.

Está claro que en Estados Unidos hay dificultades que en Islandia no existen, pero los datos de otras partes de Europa, incluidas ciudades como Bucarest, con graves problemas sociales y una pobreza relativa, muestran que el modelo islandés puede funcionar en culturas muy diferentes, sostiene Milkman. Y en Estados Unidos se necesita con urgencia. El consumo de alcohol en menores de edad representa el 11% del total consumido en el país, y los excesos con el alcohol provocan más de 4.300 muertes anuales entre los menores de 21 años.

Sin embargo, es difícil que en el país se ponga en marcha un programa nacional en la línea de Juventud en Islandia. Uno de los principales obstáculos es que, mientras que en este último existe un compromiso a largo plazo con el proyecto nacional, en Estados Unidos los programas de salud comunitarios suelen financiarse con subvenciones de corta duración.

Milkman ha aprendido por propia experiencia que aun cuando reciben el reconocimiento general, los mejores programas para jóvenes no siempre se amplían, o como mínimo, se mantienen. “Con el Proyecto Autodescubrimiento parecía que teníamos el mejor programa del mundo”, recuerda. “Me invitaron dos veces a la Casa Blanca; el proyecto ganó premios nacionales. Pensaba que lo reproducirían en todos los pueblos y ciudades, pero no fue así”.

Cree que la razón es que no se puede recetar un modelo genérico a todas las comunidades porque no todas tienen los mismos recursos. Cualquier iniciativa dirigida a dar a los adolescentes estadounidenses las mismas oportunidades de participar en la clase de actividades habituales en Islandia y ayudarlos así a apartarse del alcohol y otras drogas, tendrá que basarse en lo que ya existe. “Dependes de los recursos de la comunidad”, reconoce.

Su compañero Álfgeir Kristjánsson está introduciendo las ideas islandesas en Virginia Occidental. Algunos colegios e institutos del estado ya están repartiendo encuestas a los alumnos, y un coordinador comunitario ayudará a informar de los resultados a los padres y a cualquiera que pueda emplearlos para ayudar a los chicos. No obstante, admite que probablemente será difícil obtener los mismos resultados que en Islandia.

Se reforzaron los vínculos entre los padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres y padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con consejos escolares con representación de los padres. Se instó a estos últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad” esporádicamente

La visión a corto plazo también es un obstáculo para la eficacia de las estrategias de prevención en Reino Unido, advierte Michael O’Toole, director ejecutivo de Mentor, una organización sin ánimo de lucro dedicada a reducir el consumo de drogas y alcohol entre los niños y los jóvenes. Aquí tampoco existe un programa de prevención del alcoholismo y la toxicomanía coordinado a escala nacional. En general, el asunto se deja en manos de las autoridades locales o de los centros de enseñanza, lo cual suele suponer que a los chicos solamente se les da información sobre los peligros de las drogas y el alcohol, una estrategia que O’Toole coincide en reconocer que está demostrado que no funciona.

El director de Mentor es un firme defensor del protagonismo que el modelo islandés concede a la cooperación entre los padres, las escuelas y la comunidad para ayudar a dar apoyo a los adolescentes, y a la implicación de los padres o los tutores en la vida de los jóvenes. Mejorar la atención podría ser de ayuda en muchos sentidos, insiste. Incluso cuando se trata solamente del alcohol y el tabaco, abundan los datos que demuestran que, cuanto mayor sea el niño cuando empiece a beber o a fumar, mejor será su salud a lo largo de su vida.

Pero en Reino Unido no todas las estrategias son aceptables. Los “toques de queda” infantiles es una de ellas, y las rondas de los padres por la vecindad para identificar a chavales que no cumplen las normas, seguramente otra. Asimismo, una prueba experimental llevada a cabo en Brighton por Mentor, que incluía invitar a los padres a asistir a talleres en los colegios, descubrió que era difícil lograr que participasen.

El recelo de la gente y la renuencia a comprometerse serán dificultades allá donde se proponga el método islandés, opina Milkman, y dan de lleno en la cuestión del reparto de la responsabilidad entre los Estados y los ciudadanos. “¿Cuánto control quieres que tenga el Gobierno sobre lo que pasa con tus hijos? ¿Es excesivo que se inmiscuya en cómo vive la gente?”

En Islandia, la relación entre la ciudadanía y el Estado ha permitido que un eficaz programa nacional reduzca las tasas de abuso del tabaco y el alcohol entre los adolescentes y, de paso, ha unido más a las familias y ha contribuido a que los jóvenes sean más sanos en todos los sentidos. ¿Es que ningún otro país va a decidir que estos beneficios bien merecen sus costes?
 
Las muertes por sobredosis de heroína en EE UU se cuadruplican en cinco años
La producción potencial de heroína se dispara en México entre 2013 y 2016, según la DEA

AMANDA MARS
Washington 25 OCT 2017 - 06:22 CEST
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Una amapola de opio, en Morelia (México), en una imagen de 2010. CARLOS JASSO AP


El número de estadounidenses muertos por sobredosis de heroína se multiplicó por cuatro entre los años 2010 y 2015, dentro de una escalada que ha llevado a la Administración de Estados Unidos a decidir declarar esta crisis como una emergencia nacional, algo que no se había hecho en la historia. Según el último informe anual de la Agencia Antidroga, publicado el lunes, en el último ejercicio analizado las muertes se situaron en un récord de 12.898, lo que supone un salto del 328% respecto al balance de tan solo cinco años atrás.

El azote de la droga, propinado por las prescripciones médicas excesivas, los opiáceos sintéticos y la heroína, ha alcanzado los niveles de epidemia. Muchas adicciones han comenzado con el mal uso de medicamentos contra el dolor, fármacos peligrosos prescritos por los médicos con demasiada ligereza, un fenómeno que se suma al consumo de heroína o cocaína tradicional. Entre otros, la DEA tiene en su punto de mira el fentanilo, el opiáceo que puede ser 50 veces más potente que la heroína y que mató a Prince en 2016.

Los carteles mexicanos se mantienen como los principales suministradores de droga en Estados Unidos y la DEA no prevé que ese dominio cambie a corto plazo, pese a la caída en los últimos tiempos de figuras como el Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, en su día el mayor traficante del mundo, y las guerras intestinas que se han desatado en Sinaloa tras su reclusión en EE UU. “Ninguna otra organización dispone actualmente de una infraestructura a nivel nacional que pueda competir con las organizaciones criminales mexicanas”, señala el informe, con Sinaloa, Jalisco Nueva Generación o los Zetas a la cabeza.

El 93% de la heroína que EE UU incautó en 2015 y la DEA analizó provenía de México. El cultivo de opio se ha disparado en los últimos años en el país, hasta sumar una superficie de 32.000 hectáreas en 2016, lo que supone un potencial de producción de 81 toneladas métricas de heroína, el triple que tres años antes. Los traficantes colombianos, en paralelo, siguen siendo los grandes productores de cocaína y, según la Agencia Antidroga, este control aumentará en los próximos años debido al aumento de los cultivos.

Emergencia nacional
Esta tendencia ha provocado fricciones entre EE UU y Colombia recientemente. En septiembre, la Administración de Trump acusó a Bogotá de incumplir sus compromisos internacionales y advirtió de que, si no se frena la producción de cocaína, podría acabar por incluirles en una suerte de lista negra de países que, según Washington, no luchan lo suficiente contra la droga. La DEA deja en interrogante el efecto que pueda tener el proceso de paz.

En teoría, el pacto de noviembre de 2016 establecía que las FARC acabaría con las operaciones ilícitas de coca, aunque la agencia estadounidense asume que algunos exguerrilleros se involucrarán en el negocio del narcotráfico. Trump ha prometido declarar una situación de emergencia nacional por la droga, como si se tratase de un terremoto o un ataque terrorista, algo que no tiene precedentes en la historia de EE UU (sí lo habían hecho algunos Estados a nivel individual).

Para hacerlo, el presidente puede optar por la vía de la ley de Servicios Sanitarios Públicos o por la llamada Stafford Act, que es la que permite movilizar recursos ante desastres naturales, como el fondo de alivio del FEMA, que acaba de ser reforzado por los legisladores estadounidenses después de las graves inundaciones provocadas por el huracán Harvey en Texas o los destrozos al paso de María en Florida.

La opción de la vía sanitaria implica que el secretario interino de Salud, Don Wright, que sustituyó al dimitido Tom Price, declarará la emergencia y podrá concentrar los recursos disponibles en atender la crisis en determinadas zonas o facilitar la prescripción de medicamentos contra la adicción, entre otras medidas. Esta vía no implica el acceso a un fondo especial, como la del FEMA.

https://elpais.com/internacional/2017/10/24/estados_unidos/1508871087_374107.html
 
A lo largo de mi vida en los pueblos es donde más pronto he visto emborracharse y engancharse a la droga a adolescentes de muy temprana edad.
No se sí es que por ser pueblo y no ciudad se me hace más evidente. Pero si yo lo veía no entiendo como los padres no. Hablo de cocaína y speed o ketamina. No puedo entender que un padre no ve eso.

Hace años era alarmante la cantidad de muertes por accidentes de trafico de jovenes que se movian entrepueblos en cuadrilla borrachos/drogados o ambas dos.

Creo que los chicos de la ciudad por lo general están más controlados cogen también menos el coche y además tienen más opciones de ocio.

Ha hecho mucho favor las campañas contra el botellón y el alcohol y el control de menudeo de drogas blandas tipo hachis o marihuana pues bien se sabe que ese es el principio para engancharse a drogas más duras.
 
Me parece de chiste lo de Trump. Que no haga el paripé. Se sabe que no interesa acabar con la droga porque mueve mucho dinero. Al igual que el trafico de armas.

Siento mucha pena por todos aquellos campesinos que no tienen más medio de vida que el cultivo de la droga. Gente que tiene hipotecada su vida a este oficio porque viven con la amenaza de muerte constante y saben que su vida no vale nada.
 
Creo que la familia deberia aprender a detectar qué carencias emocionales pasan por sus hijos para caer en adicciones y por qué las usan como vía de escape o diversión habitual.
Cuando uno ronda de los 20 años para abajo no tiene una personalidad formada y la manera más facil de empezar en las drogas está directamente relacionada con presión e influencia de amigos. Y hay que ser muy lince como padre porque las apariencias engañan y no son solo los chavales con pinta de problemáticos los únicos que se drogan. Hay familias que van de perfectas y luego esconden de todo.

El adulto que quiera experimentar con las drogas me parece respetable pero hay que ser consecuente con todo.
He visto a personas de treinta y pico que con la excusa de no encontrar trabajo por la situación del país se ponían morados el fin de semana porque encima la familia siente pena y les da dinero para que se desestresen y tengan ocio. Y todo porque durante años siempre han dado preferencia a su ocio de desfase antes que a poner un orden en su vida. O porque directamente predieren no dar callo pero tampoco perder su ocio. Y la familia hace como que no lo ve.

Hay muchos padres que realmente no tienen ni idea de enseñar a sus hijos a gestionar sus problemas, hacer que sean autónomos y colaborativos. Les defienden y protegen ante todo y les tratan como bebes eternos. Y así nos va.

Pero esto ya es otro tema.
 
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Vuelven los zombis (de la heroína)
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Un yonqui camina por El Raval, en Barcelona, donde abundan los 'narcopisos'. SASHA ASENSO


Es noche de Halloween y el reportero asiste a la transformación de Toño, un universitario de familia bien, en un 'muerto viviente' real por efecto de la heroína.

Él la fuma, como muchos de los nuevos consumidores. Mientras Trump declara en EEUU el estado de 'emergencia' por los opiáceos, en España el 'caballo' vuelve a enganchar. Podrían ser 12.000 jóvenes.

La heroína más barata entra desde África.


La heroína de diseño

Martes. Noche de Halloween. Visto a lo lejos da la impresión de que los 180 centímetros que mide Antonio, frágil como uno de esos títeres de juguete cuyos brazos y piernas cuelgan de unos hilos, se van a desparramar de un momento a otro sobre la acera del bulevar. Dice que es padre de una niña de dos años y que hace un mes cumplió 28 años, aunque en verdad su aspecto físico recuerda más al de un hombre con 50 mal llevados. «¿Sabes?, a veces, cuando estoy chungo, saco la foto de mi pequeña de la cartera y me pongo a mirarla durante un buen rato, me reconforta... Y lloro, lloro mucho. Lloro sobre todo por ella, por tener este padre que le ha tocado». Antonio tenía un futuro por delante (hizo la carrera de Empresariales) y una familia rica que le quería. Un hermano arquitecto, una hermana psicóloga y un padre que soñaba con que en algún momento su hijo mediano llevara las riendas del emporio de distribución de alimentos que tanto le costó levantar.

Hasta que un día conoció a quien nunca debió conocer y quedó atrapado entre las garras de la dama blanca. ¿Por qué se tambalea tanto al andar? «Porque en un ratito me tocará otra vez... No te asustes, mira, no voy de pico, tranquilo». Antonio responde al perfil del nuevo yonqui. Enseña los brazos y los tobillos. Los tiene blancos y limpios. Las venas intactas, sin rastro de esos pequeños agujeros sellados con sangre que suelen dejar las agujas de las jeringuillas. «Esto es más seguro, amigo...», enfatiza a la vez que extrae de un bolsillo de su cazadora varias hojas de papel plata medio arrugadas y de la cartera, donde lleva la foto de su pequeña, una papelina de heroína. «¿Quieres verlo?», me insinúa Antonio al notar mi curiosidad por saber cómo prepara el chino que luego se fumará. Brown sugar. Heroína marrón. Un viaje, entre ocho y diez euros, más barato que unos preservativos.

Algunas pandillas de jóvenes disfrazados con caretas de calaveras y rostros de látex desfigurados como si fuesen seres de ultratumba, apuran el paso por la otra orilla del bulevar vallecano Peña Gorbea, el bule de toda la vida, jaspeado de sombras. Es Halloween. Y a este otro lado, sin caretas macabras, comienzan a llegar hombres jóvenes y alguna que otra chica, a paso lento, tambaleándose como espectros bajo las farolas, los cuerpos rotos y el deseo de colocarse cuanto antes. Estamos en la noche de los muertos vivientes. Para Antonio, una más en la que terminará zombi sin necesidad de disfraz. «Es mi rutina». Todas las noches son Halloween para él. Joaquín, su colega de viajes, viene a buscarle acompañado de una yonqui. Llegan drogados. «¿Qué tal, Toño, quién es este?», refiriéndose al periodista. «Ya nos íbamos», le corta Antonio sin mirarle. Con un gesto me indica que vayamos a un rincón más discreto. Vierte la dosis sobre un trozo de papel plata y la calienta por debajo con la llama de un mechero. El humo de la droga se va apoderando de él a cada inhalación. Antonio ya no es él. Se va transformando en un sonámbulo que a duras penas alcanza a darse cuenta de dónde está. Los párpados se le caen como el telón al final de una obra. Antonio desconecta. Se va. Ha entrado de lleno en ese mundo paralelo que él busca cada tres horas. «¿Ves? Esto es la paz, no hay pensamientos malos ni dolor, sólo una inmensa tranquilidad...».

Joaquín y Marta vuelven a por él, y los tres desaparecen como zombis en la noche, ajenos por completo a los vecinos que observan desde las ventanas de sus pisos el regreso del barrio a los años 70, 80 y parte de los 90. Cuando la dama blancallenaba los cementerios de cadáveres y las madres marcaban con flores las esquinas donde sus hijos aparecieron muertos con la aguja todavía clavada en las venas. «La heroína ha regresado y aquí nadie hace nada. Está pasando en Carabanchel, en Villaverde Alto, en Parla, en Getafe... ¿Cuánta gente más tiene que morir? La Comunidad de Madrid ha eliminado la agencia antidroga, han recortado numerosos servicios asistenciales, no hay planes de reinserción... ¿Qué pretenden, que volvamos a los entierros y lamentos de los años duros», advierte Jorge Nacario, treintañero y presidente de la Asociación de Vecinos Puente Vallecas, que se ha convertido en la voz de la lucha contra la heroína en este popular barrio del cinturón de Madrid. A la manifestación de la semana pasada se sumará otra el 15 de noviembre. Porque la heroína, como se creía, no va de retirada. Al contrario. Ha vuelto a correr por las calles y no sólo de Vallecas. También en Vigo, en Pontevedra, en El Raval de Barcelona, en El Cabañal de Valencia, en el País Vasco, Asturias, Andalucía... Si en febrero de 2014, diversas fuentes consultadas entonces por este suplemento cifraban en 6.000 el número de nuevos yonquis, esos mismos terapeutas hablan de que podríamos estar ya cerca del doble, 12.000.

"Emergencia nacional"
Y mientras en España va calando el temor de que el consumo vuelva a desbocarse, en Estados Unidos el problema ha entrado en la mismísima Casa Blanca. Unos 35.000 estadounidenses fallecieron el año pasado por sobredosis de heroína, lo que ha llevado a Donald Trump a declarar «emergencia nacional» la epidemia de opiáceos en el país. El propio director de la Oficina de Política Nacional para el Control de Drogas, Gil Kerlikowske, reconocía recientemente su «preocupación» por el auge del consumo de esta droga como reemplazo de los analgésicos opiáceos con receta como el OxyContin o Vicodin, que cuesta unos 140 dólares en EEUU, mientras que una dosis de heroína se puede conseguir en las calles por 10. Una realidad que a este lado del océano están siguiendo de cerca médicos y terapeutas, temerosos de que el consumo en España vuelva a crecer.

«Se está produciendo un repunte silencioso que las estadísticas oficiales todavía no recogen. Pero tampoco parece que interese mucho ahora con todos los problemas que hay aquí. De momento no estamos en la misma situación que Estados Unidos, pero la heroína está ahí, en las calles, en las incautaciones de la Policía», retrata el doctor Jorge Gutiérrez, 20 años tratando a drogodependientes en las zonas más castigadas de Madrid. [En febrero de este año era desmantelado un laboratorio de heroína en Vigo; el 17 de agosto fueron incautados 59 kilos; y el 23 del mismo mes otros 65, también en Galicia...]. En palabras de la psiquiatra del Hospital del Mar, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y al frente del Proceso de Adicciones del Instituto de Neuropsiquiatría y adicciones (INAD), Marta Torrens, «la heroína sigue siendo la causante de la mayoría de muertes por sobredosis en España [de estas muertes tampoco hay datos oficiales]». Opinión que concuerda con otros registros: «Aproximadamente el 80% de nuevos tratamientos por consumo de opiáceos está relacionado con la heroína, y ya no es tan evidente el descenso que se venía observando desde 2007», avisa el último Informe Europeo sobre Drogas, de 2016. Aunque Torrens advierte: «Puede estar pasando que los recursos asistenciales hayan disminuido, como así es, y los casos afloren más, pero eso no quiere decir que el número de adictos esté aumentando, simplemente que se ven más enganchados porque no se les atiende».

El caso es que en Cataluña, admite la doctora Torrens, no existen datos recientes que indiquen la existencia de un repunte del consumo. Según ha podido saber Crónica, un amplio informe de la situación, tutelado por la Consellería de Sanidat, lleva meses paralizado a causa de la situación política del procés de independencia. En cualquier caso, la escasez de datos (no sólo en Cataluña) habría que achacarla, en palabras de otros expertos consultados, a la utilización por parte de los adictos de otros servicios (consultas y programas de tratamiento) distintos a los que habitualmente reciben de las entidades públicas, lo que estaría dificultando aún más el acopio de datos oficiales.

Entre 30 y 50 años
Frente a la imagen deteriorada del yonqui de los años 80 y 90, sucio y mal vestido que deambulaba por parques del extrarradio de las ciudades, otra figura está surgiendo en torno al submundo de la heroína. El nuevo heroinómano, como Antonio, Joaquín o Marta, tiene entre 30 y 50 años y rechaza la aguja. No se pincha la droga, la fuma. Es la tendencia. En el bule de Vallecas y en todas partes. «Les da miedo la hipodérmica, no vivieron las épocas del sida pero conocen lo que pasó en los 80 y 90. Creen que evitando la jeringuilla, el enganche será menor y que, además, no contraerán infecciones. Pero se engañan, siguen apareciendo casos y casos», tercia el doctor Gutiérrez. La misma ONU en suInforme Mundial sobre las Drogas del año 2016 alerta del «repunte de heroína» en Europa. «El 76% de los consumidores de alto riesgo estimados en la Unión Europea se concentran en cinco países», y España se sitúa en segundo lugar, detrás de Alemania y por delante de Francia, Italia y Reino Unido. A falta de datos concretos en España, la radiografía hay que buscarla en el estudio presentado en junio de este año por el Observatorio Europeo sobre Drogas, que señala que 23 personas murieron cada día por sobredosis de opiáceos, especialmente heroína, en la UE en 2015. En total, al menos 8.441 vidas, un 6% más que 12 meses atrás, cuando las víctimas fueron 7.950. Daños colaterales para quienes mueven un negocio que al año genera 24.000 millones de euros en todo el mundo.

La clientela, como la forma de consumo, también ha cambiado. Un camello contactado por Crónica que hace un par de años trapicheaba en La Cañada Real, considerado el mayor mercado de drogas en España y uno de los más grandes de Europa, ahora se mueve por los barrios céntricos de Madrid donde, asegura, los camellos de la heroína como él han encontrado un mercado de clientes jóvenes cada vez mayor. «Son punkis que van siempre de negro y llenos de piercings y tatuajes», dice nuestro confidente. Gente con cierto poder adquisitivo que va de punki de tienda. «He tratado a más de un hijo de las llamadas buenas familias», comenta sin dar nombres el doctor Gutiérrez. Aunque lo parezca, no es una historia de ahora. Ya en 1972 el diario Pueblo informaba de que la droga se vendía en «determinados clubs, discotecas y hasta en alguna marisquería». Y añade: «A principios de 1975 la Policía detuvo en Madrid a una veintena de jóvenes entre los que había vástagos de familias más o menos ilustres (productores de cine, periodistas, políticos y militares)». Y el diario Abc resaltaba que era la primera vez que habían sido detenidos adictos españoles a la heroína.

Los narcopisos donde se vende y se consume son la última novedad. Y el epicentro de esta oferta en España es el barrio de El Raval, en Barcelona. Sasha Asensio, autor de la imagen que ilustra este reportaje, conoce bien el lugar. Lleva 15 años recorriendo las principales capitales del mundo, desde Madrid a Nueva York, fotografiando la vida de los consumidores de heroína. «En El Raval [donde los vecinos están en pie de guerra] funcionan alrededor de 60 narcopisos, y en ellos sólo se ofrecen drogas duras», cuenta Sasha, quien dice no haber encontrado diferencias entre un yonqui de Manhattan y otro de Vallecas. El final, dice Sasha, es siempre el mismo: «Todo yonqui, esté donde esté, paga la felicidad con su propia vida». Como los zombis del bulevar.

Las dos rutas hacia España
La heroína ya no viene sólo de Afganistán. Los nuevos yonquis se 'colocan' con la que llega de Marruecos, de peor calidad pero más barata.

LA RUTA HABITUAL

Es la que sigue la heroína que se fabrica en Afganistán (con la que se financian los talibanes, que aseguran y vigilan el tráfico de la droga en el país). Sale por Pakistán e Irán y llega hasta Turquía, la puerta de entrada de la heroína a Europa. La mayor parte viaja a Holanda, y desde ahí llega a España, sobre todo a Cataluña y Navarra, donde se vende por unos 15 euros el gramo.

LA NUEVA RUTA AFRICANA

Es el camino hasta España de la heroína que se produce en Latinoamérica, en Colombia y Bolivia, principalmente. Desde allí, por barco, viaja hasta Cabo Verde y de ahí la transportan hasta el sur del Sáhara y va subiendo en caravanas hasta el norte de Marruecos, sobre todo a la cordillera rifeña de Alhucemas. Sigue hasta la Península en motos de agua, barcas con motor o cápsulas bien escondidas vía Melilla, y luego en 'ferry' hasta Málaga. Es la heroína más barata, de peor calidad, que en Marruecos está haciendo estragos. Allí el gramo se puede encontrar por menos de tres euros, y en Carabanchel y Villaverde (Madrid) se compra por entre 8 y 10 euros el gramo. También está llegando a Toledo.

Lucas de la Cal

http://www.elmundo.es/cronica/2017/11/09/59ff451fe5fdea662c8b45be.html
 
24 años enganchada a la heroína
En España apenas aumenta el consumo de esta sustancia y no hay más muertes por esta causa. El año pasado falleció en todo Madrid una persona por sobredosis


CARMEN PÉREZ-LANZAC

Madrid 23 DIC 2017 - 20:43 CET


Gema —48 años, un palillo con la piel rojiza surcada de arrugas— y Ángeles —40 soles, una antigua belleza ahora desdentada— bajan la calle del Rey a toda velocidad. Han salido del albergue de San Isidro y van camino a la parada de metro de Príncipe Pío. Gema tiene ganas de cerveza. Ángeles de hablar. Cuenta a todo el que se cruza que esa misma mañana ha recibido una llamada del Ayuntamiento informándola de que su novio, el Migue, murió el pasado 6 de diciembre. “Y me llaman cuando lleva ya cinco días muerto. Mirando en sus cosas encontraron el papel en el que le puse: 'Te quiero, Migue', y mi número de móvil”. “¿De qué ha muerto?”, le pregunta alguien. “No me lo han dicho. Era yonki como yo, pero yo creo que ha sido del frío porque dormía en la calle”.

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Gema, 48 años, y Ángeles, 40, empezaron a drogarse en los noventa. ÁLVARO GARCÍA EL PAÍS


Ambas son toxicómanas. Gema no pelea contra su adicción. Todos los martes acude a un CAID a recoger su dosis semanal de metadona. Ángeles sí tiene que hacer esfuerzos por no pincharse. “Hace tres meses que no me inyecto y gracias al Migue, que me ayudó”, dice descubriendo su cuello en el que son visibles los rastros de los pinchazos. Ángeles ha perdido de nuevo a un compañero de vida. No le ha durado mucho: apenas tres meses. “Lo mío no tiene cura”, dice. “Esta vida es la que conozco. Empecé a drogarme con mi padre a los 16 años. En cuanto lo dejo y empiezo a estar bien, vuelvo. Hace unos años tenía novio, nos habíamos mudado juntos. Pero me quedé en el paro y empezaron los problemas y volví rapidito al redil”.

El aumento del control contra los narcopisos, llevó a la policía en Barcelona a encontrar el pasado 21 de noviembre 330 kilos de heroína y saltaron las alarmas. Las estadísticas de aprehensiones de drogas del último lustro no superan los 300 kilos al año: 253 kilos en 2016, 256 en 2015, 244 en 2014, 291 en 2013, 282 en 2012. Por eso, que en un solo decomiso hubiera tanta cantidad de droga, preocupó a todo el mundo. Más tras la pandemia que asola Estados Unidos, que ya ha matado a 200.000 personas desde 1999, reduciendo la esperanza de vida en el país dos meses en los hombres y un mes en las mujeres.

El origen de la adicción allí hay que buscarlo en los opiáceos sintéticos recetados por los médicos para luchar contra algún tipo de dolor. Cuando se dejaron de recetar, muchos de ellos quedaron abocados al mercado negro: a la heroína y el fentanilo.

En España, sin embargo, apenas aumenta el consumo ni las muertes por heroína. En todo Madrid solo murió una persona el año pasado por sobredosis. En 2016 el 0,2% de la población española consumía heroína. Quienes tratan a los consumidores de esta sustancia dicen que no han notado cambios ni mucho menos un repunte: son los mismos que sobrevivieron a los ochenta y noventa que van creciendo con su adicción a cuestas. Apenas hay nuevas incorporaciones. En 2016 solo entraron 181 nuevos consumidores de heroína (siempre con otras sustancias asociadas) a la red del Instituto de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid, informa Beatriz Mesías, directora del centro. Unos 5.000 consumidores de heroína acudieron a tratamiento por abuso de esta sustancia en la región. Solo el 20% se la inyectaba, frente al 74,2% que lo hacía en 1990.

Gema y Ángeles se concieron en el cole de mayores. Así llaman a la cárcel. “También Marina D´ Or, hotel Cinco estrellas”, interviene Gema. Tiene suerte de tener unos padres que la cobijan y estos han abierto sus brazos a Ángeles, que desde hace dos semanas vive en casa de su amiga. A ella su madre la echó de casa cuando murió su padre. “La madre de Gema me llama hija”, dice con lágrimas en los ojos. “Qué voy a hacer”, dice la madre de gema al teléfono. “Es mi hija y la quiero”.

Ambas conceden a hablar para ayudar a los jóvenes y que no se droguen como ellas. Llegan a la parada. Gema, que trabaja de aparcacoches en la calle, saca cinco euros del bolsillo y compra una litrona. Bajando las escaleras que llevan al metro se cruzan con otro conocido. “Tío, que se ha muerto mi Migue”, le dice Ángeles dando un trago de la botella.

EL CAMBIO DE PERFIL DEL ADICTO RESPECTO A 1990

El perfil del consumidor de heroína ha cambiado bastante desde que empezó el consumo a ahora. En 1990, el primer año en que se hizo una encuesta, la edad media del consumidor en Madrid era 26 años. El año pasado, 47. En 1990 el 30% trabajaba, el 66% vivía con sus padres y el 60% había tenido problemas con la ley. El año pasado, el 37 trabajaba, el 38% vivía con sus padres y el 40% había tenido problemas legales. “Lo que se ve es que son los mismos que antes que han crecido y que están más adaptados socialmente”, dice Ana Ruiz, jefa del Servicio de Evaluación e Investigación de la Subdirección General de Actuación en Adicciones de la Dirección General de Salud Pública. Pero el mejor indicador es las muertes por sobredosis. “En 1990 fallecieron unas 300 personas”, dice. “El año pasado, tan solo una”.

https://elpais.com/ccaa/2017/12/23/madrid/1514054764_645221.html
 
Estas historias son espantosas. Odio las drogas con todas mis fuerzas. Y no se dan cuenta los jóvenes que empiezan con ellas que lo que van a a hacer es convertirse en esclavos del narco.
Creo que se está perdiendo la guerra contra el narco por parte de los estados. Los narcos tienen a su disposición cantidad de medios para desarrollar su actividad; además de cantidad de dinero negro, libre de impuestos; con ello, compran voluntades, tienen cantidad de abogados, incluso de los mejores despachos haciendo cola; tienen a su favor garantias constitucionales que les amparan en sus derechos, como al resto de los delincuentes. Y la Policía, ¿Que tiene?, pocos medios, personal que a veces se corrompe, Justicia muy lenta y a aveces ineficaz para luchar contra éste fenómeno; y una larga retahila de toxicómanos enfermos queu se estan pudriendo, y que no preocupa al narco, puesto que éste ve como hay niños que se inician en las dorgas cada vez más jóvenes.
La solución no puede ir como ahora; habría que desarrollar la lucha contra la droga considerandola como terrorismo, es la única manera; con una legislación especial y tribunales especiales, y suspensión de garantias. Si no lo hacemos así, nos encontraremos que en unos años, habrán corrompido toda la sociedad.
 
EL PAÍS

MIL VOCES
Ocho jóvenes nos cuentan por qué no beben ni una gota de alcohol
"No me compensa pasar un día entero hecha polvo por unas horas de diversión"

BRENDA VALVERDE 28 ENE 2018 - 10:17 CET

Con 16 años, en España te puedes casar y conducir una moto que no sobrepase los 125 centímetros cúbicos. Sobre esa edad ya eliges en el instituto si te interesan más las ciencias o las letras y es probable que empieces a salir de fiesta con tus amigos. 16 es la edad media en la que se consume alcohol por primera vez en nuestro país, según el Observatorio Español de las Drogas y Adicciones, aunque la ley no te permite comprarlo; también es el momento en el que algunos chavales dicen por primera vez “no” a consumir alcohol.

Los últimos datos del Observatorio (2015) indican que el consumo de alcohol en la franja 15-34 años se mantiene más o menos estable en la última década, con un ligero descenso. Tanto para ellos como para ellas: el 37,5% de los varones y el 22,6% de las mujeres de esa edad reconoce haberse emborrachado en el último mes.


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Fuente: OEDA. Encuesta sobre Alcohol y Drogas en España (EDADES 1997-2015)


El informe advierte del aumento de los "atracones de alcohol" (binge drinking), una práctica en aumento entre los jóvenes que consiste en beber en abundancia en muy pocas horas (entre una y tres). En 2005, el 5% de los españoles consumía alcohol de este modo, mientras que en 2015 los adeptos habían ascendido hasta casi el 18%. Además, la última Encuesta Europea de Salud en España (2014)evidencia que el 7,1% de los hombres entre 25 y 34 años y un 3,8% de las mujeres confiesan ser bebedores intensivos entre 1 y 4 días a la semana. ¿Qué se considera intensivo? Consumir más de 50-60 gramos de alcohol puro en unas cinco horas, lo que equivale a algo más de cinco copas de vino.

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Fuente: OEDA. Encuesta sobre Alcohol y Drogas en España (EDADES 2003-2015)


Los hábitos de consumo a lo largo de los años muestran la tolerancia social que existe en nuestro país hacia el alcohol desde la adolescencia. Ante esta realidad, hemos hablado con ocho jóvenes abstemios, de entre 18 y 28 años, para que nos cuenten cómo viven sus primeros botellones, qué les ha llevado a tomar la decisión de no beber, qué sienten cuando ven a sus amigos borrachos o cómo se relacionan al conocer gente nueva. Todos aseguran que no buscan amigos que sigan su tendencia antialcohol y respetan la decisión de los demás, aunque están cansados de contestar la misma ronda de preguntas cada vez que conocen a alguien: "¿nunca lo has probado?, ¿ni una cerveza?, ¿cómo puedes saber si te gusta si no has bebido jamás?, ¿y cómo aguantas de fiesta?".

Laura Moro, 20 años: “No he sido capaz de acabarme una copa”

A esta aficionada al atletismo no le atrae el alcohol, ha visto “muy mal a algunos amigos por sus efectos” y prefiere quedarse al margen de las borracheras. Hasta el punto de que asegura que intentó beberse una copa en 2017 y fue incapaz de terminársela. Sus amigos suelen presentarla como “la sana del grupo”. “Cada vez cuesta más encontrar a jóvenes que no beben porque empiezan muy pronto a ingerir alcohol. Yo me apunto a cualquier plan festivo, pido otra cosa y listo”, asegura.

David Rodríguez, médico, investigador, profesor de Bioquímica de la Universidad de Salamanca y autor del libro Alcohol y Cerebro, afirma a Verneque para los jóvenes es esencial sentirse aceptado por el grupo, de ahí que intenten seguir las conductas que este establece. Esta especie de “rito de iniciación” tiene mayor riesgo entre los adolescentes, ya que un adulto cuenta con mejores herramientas para enfrentarse a un entorno en el que no se siente del todo cómodo.

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Imagen cedida por Laura Moro


Shifa Rostom Ajlani, 27 años: “Al ser musulmana y llevar el hijab la mayoría de gente no me pregunta si bebo alcohol, es obvio”


Esta madrileña residente en Liverpool nunca ha probado el alcohol. El motivo principal es que su religión, el Islam, lo prohíbe: “Según el Corán, el alcohol tiene beneficios, pero sus prejuicios son mayores que sus bondades”. Como dentista, también tiene muy en cuenta lo perjudicial que es esta sustancia para la salud. “Recomiendo a mis pacientes reducir el consumo de alcohol y tabaco, algunos aceptan mi reto y en menos de un año han disminuído mucho la dosis o lo han dejado definitivamente”, cuenta orgullosa.

Rostom asegura que nadie suele preguntarle si bebe alcohol porque al llevar el hijab la mayoría entiende que no: “Mis amigos me invitan a sitios donde no hay alcohol, algunos incluso evitan beber delante de mí, aunque siempre me he relacionado tanto con bebedores, como con abstemios. Nunca me he sentido discriminada por no consumir, al contrario, me respetan más”.

Álvaro Varela, 23 años: “Mi pasión por el deporte y la natación es uno de los motivos para no beber”

Este estudiante de Medicina cree que tuvo suerte con su grupo de amigos de la adolescencia. “Crecí en un ambiente en el que éramos todos deportistas y nunca bebimos para relacionarnos. Me gusta mucho el deporte y siempre he practicado natación, lo que sin duda ha contribuido a que no beba”, reconoce. Años después, la formación médica le ha dado otra perspectiva del alcohol, que considera “terriblemente perjudicial”. Y añade: “He percibido situaciones límite por culpa de esta sustancia”.

Varela reconoce tener una mentalidad diferente a la mayoría de sus amigos. Cree que muchos jóvenes empiezan a beber para relacionarse con el s*x* opuesto o para conseguir bailar en una discoteca, por ejemplo. “Cuando empecé a salir me generaban ansiedad esas cosas, sentía vergüenza, entonces pensé que o hacía frente a ese sentimiento o me iba a quedar solo. Pero jamás decidí beber para combatirlo, podía ser sociable y vencer esos miedos sin necesidad del alcohol”, afirma.

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Imagen cedida por Álvaro Varela

Lucas Sánchez, 26 años: “Cuando descubrí el daño que me hacía beber, lo dejé”

No bebo alcohol, ni fumo, ni consumo drogas. ¿Por qué no bebo? Por lo mismo por lo que no ingiero veneno. ¿Hay más abstemios por aquí? ¿Cómo lo vivís?”. Estas son las palabras de Lucas Sánchez en un foro de escritores en el que el barcelonés buscaba compartir cómo es su vida desde que a los 25 años decidió dejar de consumir alcohol. “Bebía para desinhibirme y para olvidar mis problemas durante unas horas, pero no solucionas nada en estado de embriaguez, pierdes todas tus capacidades cognitivas y contribuyes inútilmente a matarte un poco más”, afirma.

El doctor Rodríguez está de acuerdo con esta afirmación. Insiste en recalcar que el alcohol es una droga tóxica: “Tiene un efecto depresor, es ansiolítico, cuando la dosis aumenta influye en la transmisión cerebral. El alcohol se aprovecha de los circuitos de recompensa y hace que volvamos a él porque nos produce placer, el cerebro se maladapta y se hace dependiente de esta sustancia”.

Lucas es muy crítico con el ocio nocturno orientado a los jóvenes y asegura que, una vez dejas de beber te das cuenta de lo sobrevalorado que está socialmente estar borracho. “El alcohol te vuelve estúpido, y gran parte del ocio nocturno está pensado para eso mismo. Hay quien dice que si no bebes es imposible pasárselo bien en las fiestas. Eso puede llegar a ser comprensible porque uno no puede socializar en la mayoría de discotecas debido al volumen de la música, porque, en realidad no es un ocio pensado para socializar, sino para tener una excusa para beber”, afirma.


Claudia Sánchez, 27 años: “No sé cómo puedes, yo no podría, ¿nunca lo has probado?”


Ser abstemia no es ningún inconveniente para esta sevillana, que disfruta de su Feria de Abril y demás festejos como la que más. “Desde siempre me ha generado rechazo el alcohol, mis padres me concienciaron mucho y, después, al ver a mis amigos borrachos sentía vergüenza”, cuenta a Verne.

Sánchez nunca se ha sentido discriminada, aunque le da rabia que la gente piense que es aburrida y que no se sabe divertir por no beber: “Hay personas que cuando se emborrachan no quieren que yo esté cerca, porque a la mañana siguiente me voy a acordar de todo y eso les supone algún problema”. Rodríguez afirma que muchas veces el miedo de sentirse raros fomenta la invisibilidad de la realidad abstemia. “Debería ser como a los que no les gusta el fútbol, tienen una vida social como cualquier otra persona”, dice.

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Imagen cedida por Claudia Sánchez

Jaime Llorente, 28 años: “La gente defiende el alcohol para autojustificarse”

“El típico sorbo de champán en Año Nuevo”, sí. Pero a Llorente el alcohol le sabe a colonia. El publicista ha crecido en los alrededores de la Casa de Campo madrileña, donde se celebran botellones a los ha acudido, aunque sin consumir alcohol. “He ido como el que más, al principio me aburría un poco, pero luego cerraba discotecas”, dice.

Reconoce que cuando conoce gente nueva le bombardean a preguntas sobre su decisión. Aunque también que su entorno intenta protegerlo para que no tenga la tentación de beber un trago o coger un cigarrillo. Llorente asegura que ha bebido alguna vez para demostrar al resto que no habla con desconocimiento. Además, cree que muchas personas intentan justificar de algún modo el consumo de alcohol porque necesitan respaldar su hábito.

El doctor Rodríguez explica que la resaca, una situación físicamente desagradable, no es considerada por la sociedad como algo malo, sino como “una medalla, una cicatriz de guerra que hace que seamos más fuertes, que saquemos pecho de la noche anterior”.

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Imagen cedida por Jaime Llorente

Patricia Peribáñez, 28 años: “No me compensa pasar un día entero hecha polvo por unas horas de diversión”

“No me gusta el sabor”, “me suele aparecer una reacción alérgica en la cara”, “me duele la tripa y la cabeza”... Motivos no le faltan a esta madrileña para rechazar el alcohol. La licenciada en Ciencias Ambientales tiene claro que, con la cantidad de veces que se pone mala a lo largo del año, no le compensa pasar un día entero hecha polvo por la resaca a cambio de unas horas de fiesta.

El doctor y autor del libro alcohol y cerebro, que participa en talleres de concienciación sobre los efectos del alcohol en colegios, cree que se está dando un mensaje demasiado bondadoso sobre una sustancia tóxica, y que es necesario explicar los beneficios que tiene prescindir de ella: “Si has consumido alcohol durante años y dejas de hacerlo, tu hígado puede recuperarse casi al 100%, tendrás un sueño más reponedor, lo notarás en las células de la piel, incluso tendrás mejor humor…”.

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Imagen cedida por Patricia Peribáñe

Sandra Moro, 18 años: “Me parece un robo que por un refresco te cobren 3 euros y por una cerveza, la mitad"

Con la mayoría de edad recién cumplida, Moro estudia Terapia Ocupacional y alguna vez la han acusado de amargada por no tomarse una copa. A Sandra le indigna pagar 3 euros por un refresco o un zumo cuando las cervezas cuestan la mitad y ver a la gente borracha le reafirma en su decisión de ser abstemia. No beber no le impide pasárselo bien, es capaz de irse a las fiestas de un pueblo de Cáceres con amigas y no dejar de bailar en toda la noche. “Y terminar a las 11 de la mañana jugando al voleibol, sin una gota de alcohol en el cuerpo”.

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Imagen cedida por Sandra Moro

Una ley en fase de estudio
En España no existe una ley nacional que intente frenar el consumo de alcohol entre los menores y prevenga los futuros hábitos de los jóvenes. Después de que la polémica “ley antibotellón” de 2002 no se aprobase, algunas Comunidades Autónomas tomaron el relevo en esta materia. En noviembre de 2016 la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, anunció un proyecto legislativo ambicioso que aún se encuentra en fase de estudio. Las entidades e instituciones que forman la Movilización Alcohol y Menores, impulsada por la Federación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), han pedido estos días que la futura ley no sea solo represiva y contemple medidas educativas y de prevención.

https://verne.elpais.com/verne/2018/01/25/articulo/1516898583_033778.html






 
Siento decirlo pero estamos en un pais donde se hace apologia de las drogas legales e ilegales.
No hay sarao donde no haya alcohol y drogas de todo tipo.
Como explicaba Edurne,en las fiestas de los pueblos los adolescentes consumen alcohol esa es una realidad.
Y si eres una persona q ni bebe ni fuma se te considera rara.
 
Sanidad quiere que los adictos a drogas lleven encima naloxona, un antídoto para evitar las muertes por sobredosis


AMAYA LARRAÑETA @alarraneta 19.02.2018 -

La nueva Estrategia Nacional de Adicciones incluye "la prescripción y entrega de naloxona a los consumidores de opiáceos y pacientes en tratamientos con sustitutivos". La naloxona es un fármaco que permite reanimar a quienes sufren sobredosis por opiáceos. Las muertes por sobredosis aumentan un 59% desde 2010 en España. En 2016 llegaron a 789.



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Un toxicómano se administra droga con una jeringuilla. GTRES



Cada año mueren más personas en España por sobredosis. En 2016, último año con datos oficiales, 789 personas fallecieron por envenenamiento accidental de drogas o psicofármacos, dos personas cada día y un 59% más que en 2010 (497), desde cuando no deja de escalar la cifra, según el INE. Para intentar revertir una tendencia que se ha instalado en toda Europa y conseguir salvar alguna de esas vidas, el Ministerio de Sanidad ha incorporado por primera vez como objetivo de la estrategia nacional de adicciones (2017-2024) "la prescripción y entrega de naloxona a los consumidores de opiáceos y pacientes en tratamientos sustitutivos". La naloxona es un medicamento que sirve para reanimar a las víctimas de un envenenamiento accidental por opiáceos. Hasta la fecha en España se utiliza casi en exclusiva en los centros médicos y por los sanitarios para revertir de urgencia una sobredosis.

El Plan Nacional sobre Drogas quiere extender su dispensación a los adictos a opiáceos y a cualquier persona de su entorno pueda actuar ante una situación de emergencia. La prescripción y entrega de este potente y eficaz antagonista de la heroína y otros opiáceos se ha ensayado en diversas ciudades europeas, entre ellas Barcelona, donde la Generalitat implementó hace una década un programa para formar a personas relacionadas con el entorno de la heroína sobre cómo inyectar naloxona y realizar las maniobras cardiorrespiratorias para evitar una muerte. Esta iniciativa estatal se enmarca en la ampliación de la oferta y cobertura de los programas de prevención de la sobredosis en todas las Comunidades Autónomas y alinea al Ministerio de Sanidad con las políticas de reducción de daños que propugna el Observatorio Europeo de Drogas, desde 2016. La Organización Mundial de la Salud (OMS) también aboga, ya desde 2014, por la distribución de kits de naloxona a los consumidores de opiáceos para reducir la mortalidad asociada a las sobredosis, Expertos en Salud Pública consideran que esta estrategia —llamada 'Take Home Naloxona' (naloxona para llevar)— es "sencilla de implementar" y más necesaria que nunca ante patrones de emergente consumo de opiáceos medicamentososos, como el fentanilo o la oxycodona, y por el repunte en el consumo de heroína en España constatado por el Plan Nacional de Drogas. La última estadística del Ministerio de Sanidad sobre estupefacientes [PDF] confirma que "el número estimado de consumidores problemáticos de heroína en España en 2015" se sitúa "entre 48.102 y 92.840 personas".

La memoria reconoce, literalmetne, "un freno de la tendencia descendente que venía observándose en los últimos años [en el consumo de heroína], mostrando incluso lo que podría interpretarse como un repunte". Las organizaciones que trabajan con adicciones venían hablando de la mayor presencia de la heroína en la calle desde hace unos años. Lo corroboran crecientes alijos incautados por la Policía, así como la proliferación de narcopisos en barrios céntricos de las ciudades (como el Raval de Barcelona o Vallecas, en Madrid). Istituciones como Proyecto Hombre han alertado de un mayor consumo principalmente entre jóvenes veinteañeros, que no vivieron la epidemia de sobredosis de los años 90 del siglo XX. Sobre su consumo, explican que vuelve a ser inyectado y en combinación con otras sustancias estupefacientes. Expertos en farmacia y en salud pública consultados recuerdan la importancia de acompañar la prescripción de la naloxona con un tutorial sobre su modo de empleo a los drogadictos o al entorno con más probabilidades de presenciar una sobredosis. En relación a las muertes por sobredosis de drogas, el Ministerio hace un perfil de los fallecidos que se corresponde con el de un varón mayor de 44 años, soltero, que no fallece debido al agravamiento de patología previa y que ha consumido drogas recientemente (preferiblemente hipnosedantes y opiáceos). La sobredosis ocurre cada vez con más frecuencia en un domicilio privado, en el 72%, lo que avala la política de la naloxona para llevar. en 2015 solamente el 8% de las sobredosis tuvieron lugar en la calle, la mitad que hace una década.

https://www.20minutos.es/noticia/3262410/0/naloxona-sanidad-drogadictos-antidoto-sobredosis/
 
Muy interesante @pilou12 , gracias. Me gustaría destacar este fragmento..:

«(..) el Ministerio hace un perfil de los fallecidos que se corresponde con el de un varón mayor de 44 años, soltero, que no fallece debido al agravamiento de patología previa y que ha consumido drogas recientemente (preferiblemente hipnosedantes y opiáceos). La sobredosis ocurre cada vez con más frecuencia en un domicilio privado, en el 72%, lo que avala la política de la naloxona para llevar (..).»

A mí me parece una buena idea.. aunque aun con el antídoto cerca.. el problema está en que normalmente se encuentran absolutamente solos en su hogar..
 
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