Drácula de Bram Stoker. Lectura

Registrado
3 Jun 2017
Mensajes
53.692
Calificaciones
157.979
Ubicación
España
Drácula Bram Stoker


fondo_dracula_03.jpg



Capítulo I: Del diario de Jonathan Harker.

Bistritz, 3 de mayo. Salí de Münich a las 8:35 de la noche del primero de mayo, llegué a Viena a la mañana siguiente, temprano; debí haber llegado a las seis cuarenta y seis; el tren llevaba una hora de retraso. Budapest parece un lugar maravilloso, a juzgar por lo poco que pude ver de ella desde el tren y por la pequeña caminata que di por sus calles. Temí alejarme mucho de la estación, ya que, como habíamos llegado tarde, saldríamos lo más cerca posible de la hora fijada. La impresión que tuve fue que estábamos saliendo del oeste y entrando al este. Por el más occidental de los espléndidos puentes sobre el Danubio, que aquí es de gran anchura y profundidad, llegamos a los lugares en otro tiempo sujetos al dominio de los turcos.


Salimos con bastante buen tiempo, y era noche cerrada cuando llegamos a Klausenburg, donde pasé la noche en el hotel Royale. En la comida, o mejor dicho, en la cena, comí pollo preparado con pimentón rojo, que estaba muy sabroso, pero que me dio mucha sed. (Recordar obtener la receta para Mina). Le pregunté al camarero y me dijo que se llamaba "paprika hendl", y que, como era un plato nacional, me sería muy fácil obtenerlo en cualquier lugar de los Cárpatos. Descubrí que mis escasos conocimientos del alemán me servían allí de mucho; de hecho, no sé cómo me las habría arreglado sin ellos.


Como dispuse de algún tiempo libre cuando estuve en Londres, visité el British Museum y estudié los libros y mapas de la biblioteca que se referían a Transilvania; se me había ocurrido que un previo conocimiento del país siempre sería de utilidad e importancia para tratar con un noble de la región. Descubrí que el distrito que él me había mencionado se encontraba en el extremo oriental del país, justamente en la frontera de tres estados: Transilvania, Moldavia y Bucovina, en el centro de los montes Cárpatos; una de las partes más salvajes y menos conocidas de Europa. No pude descubrir ningún mapa ni obra que arrojara luz sobre la exacta localización del castillo de Drácula, pues no hay mapas en este país que se puedan comparar en exactitud con los nuestros; pero descubrí que Bistritz, el pueblo de posta mencionado por el conde Drácula, era un lugar bastante conocido. Voy a incluir aquí algunas de mis notas, pues pueden refrescarme la memoria cuando le relate mis viajes a Mina.


En la población de Transilvania hay cuatro nacionalidades distintas: sajones en el sur, y mezclados con ellos los valacos, que son descendientes de los dacios; magiares en el oeste, y escequelios en el este y el norte. Voy entre estos últimos, que aseguran ser descendientes de Atila y los hunos. Esto puede ser cierto, puesto que cuando los magiares conquistaron el país, en el siglo XI, encontraron a los hunos, que ya se habían establecido en él. Leo que todas las supersticiones conocidas en el mundo están reunidas en la herradura de los Cárpatos, como si fuese el centro de alguna especie de remolino imaginativo; si es así, mi estancia puede ser muy interesante. (Recordar que debo preguntarle al conde acerca de esas supersticiones).


No dormí bien, aunque mi cama era suficientemente cómoda, pues tuve toda clase de extraños sueños. Durante toda la noche un perro aulló bajo mi ventana, lo cual puede haber tenido que ver algo con ello; o puede haber sido también el pimentón, puesto que tuve que beberme toda el agua de mi garrafón, y todavía me quedé sediento.


Ya de madrugada me dormí, pero fui despertado por unos golpes insistentes en mi puerta, por lo que supongo que en esos momentos estaba durmiendo profundamente. Comí más pimentón en el desayuno, una especie de potaje hecho de harina de maíz que dicen era "mamaliga", y berenjena rellena con picadillo, un excelente plato al cual llaman "impletata" (recordar obtener también la receta de esto). Me apresuré a desayunarme, ya que el tren salía un poco después de las ocho, o, mejor dicho, debió haber salido, pues después de correr a la estación a las siete y media tuve que aguardar sentado en el vagón durante más de una hora antes de que nos pusiéramos en movimiento. Me parece que cuanto más al este se vaya, menos puntuales son los trenes. ¿Cómo serán en China?


Pareció que durante todo el día vagábamos a través de un país que estaba lleno de toda clase de bellezas. A veces vimos pueblecitos o castillos en la cúspide de empinadas colinas, tales como se ven en los antiguos misales; algunas veces corrimos a la par de ríos y arroyuelos, que por el amplio y pedregoso margen a cada lado de ellos, parecían estar sujetos a grandes inundaciones. Se necesita gran cantidad de agua, con una corriente muy fuerte, para poder limpiar la orilla exterior de un río. En todas las estaciones había grupos de gente, algunas veces multitudes, y con toda clase de atuendos. Algunos de ellos eran exactamente iguales a los campesinos de mi país, o a los que había visto cuando atravesaba Francia y Alemania, con chaquetas cortas y sombreros redondos y pantalones hechos por ellos mismos; pero otros eran muy pintorescos. Las mujeres eran bonitas, excepto cuando uno se les acercaba, pues eran bastante gruesas alrededor de la cintura. Todas llevaban largas mangas blancas, y la mayor parte de ellas tenían anchos cinturones con un montón de flecos de algo que les colgaba como en los vestidos en un ballet, pero por supuesto que llevaban enaguas debajo de ellos. Las figuras más extrañas que vimos fueron los eslovacos, que eran más bárbaros que el resto, con sus amplios sombreros de vaquero, grandes pantalones bombachos y sucios, camisas blancas de lino y enormes y pesados cinturones de cuero, casi de un pie de ancho, completamente tachonados con clavos de hojalata. Usaban botas altas, con los pantalones metidos dentro de ellas, y tenían el pelo largo y negro, y bigotes negros y pesados. Eran muy pintorescos, pero no parecían simpáticos. En cualquier escenario se les reconocería inmediatamente como alguna vieja pandilla de bandoleros. Sin embargo, me dicen que son bastante inofensivos y, lo que es más, bastante tímidos.


Ya estaba anocheciendo cuando llegamos a Bistritz, que es una antigua localidad muy interesante. Como está prácticamente en la frontera, pues el paso de Borgo conduce desde ahí a Bucovina, ha tenido una existencia bastante agitada, y desde luego pueden verse las señales de ella. Hace cincuenta años se produjeron grandes incendios que causaron terribles estragos en cinco ocasiones diferentes. A comienzos del siglo XVII sufrió un sitio de tres semanas y perdió trece mil personas, y a las bajas de la guerra se agregaron las del hambre y las enfermedades.


El conde Drácula me había indicado que fuese al hotel Golden Krone, el cual, para mi gran satisfacción, era bastante anticuado, pues por supuesto, yo quería conocer todo lo que me fuese posible de las costumbres del país. Evidentemente me esperaban, pues cuando me acerqué a la puerta me encontré frente a una mujer ya entrada en años, de rostro alegre, vestida a la usanza campesina: ropa interior blanca con un doble delantal, por delante y por detrás, de tela vistosa, tan ajustado al cuerpo que no podía calificarse de modesto. Cuando me acerqué, ella se inclinó y dijo:


-¿El señor inglés?


-Sí -le respondí-: Jonathan Harker.


Ella sonrió y le dio algunas instrucciones a un hombre anciano en camisa de blancas mangas, que la había seguido hasta la puerta. El hombre se fue, pero regresó inmediatamente con una carta:


"Mi querido amigo: bienvenido a los Cárpatos. Lo estoy esperando ansiosamente. Duerma bien, esta noche. Mañana a las tres saldrá la diligencia para Bucovina; ya tiene un lugar reservado. En el desfiladero de Borgo mi carruaje lo estará esperando y lo traerá a mi casa. Espero que su viaje desde Londres haya transcurrido sin tropiezos, y que disfrute de su estancia en mi bello país.


Su amigo,


DRÁCULA

http://blogs.gamefilia.com/lester-k...ibro-completo-descargable-pdf-literatura-univ
 
4 de mayo. Averigüé que mi posadero había recibido una carta del conde, ordenándole que asegurara el mejor lugar del coche para mí; pero al inquirir acerca de los detalles, se mostró un tanto reticente y pretendió no poder entender mi alemán. Esto no podía ser cierto, porque hasta esos momentos lo había entendido perfectamente; por lo menos respondía a mis preguntas exactamente como si las entendiera. Él y su mujer, la anciana que me había recibido, se miraron con temor. Él murmuró que el dinero le había sido enviado en una carta, y que era todo lo que sabía. Cuando le pregunté si conocía al Conde Drácula y si podía decirme algo de su castillo, tanto él como su mujer se persignaron, y diciendo que no sabían nada de nada, se negaron simplemente a decir nada más.


Era ya tan cerca a la hora de la partida que no tuve tiempo de preguntarle a nadie más, pero todo me parecía muy misterioso y de ninguna manera tranquilizante.


Unos instantes antes de que saliera, la anciana subió hasta mi cuarto y dijo, con voz nerviosa:


-¿Tiene que ir? ¡Oh! Joven señor, ¿tiene que ir?


Estaba en tal estado de excitación que pareció haber perdido la noción del poco alemán que sabía, y lo mezcló todo con otro idioma del cual yo no entendí ni una palabra. Apenas comprendí algo haciéndole numerosas preguntas. Cuando le dije que me tenía que ir inmediatamente, y que estaba comprometido en negocios importantes, preguntó otra vez:


-¿Sabe usted qué día es hoy?


Le respondí que era el cuatro de mayo. Ella movió la cabeza y habló otra vez:


-¡Oh, sí! Eso ya lo sé. Eso ya lo sé, pero, ¿sabe usted qué día es hoy?


Al responderle yo que no le entendía, ella continuó:


-Es la víspera del día de San Jorge. ¿No sabe usted que hoy por la noche, cuando el reloj marque la medianoche, todas las cosas demoníacas del mundo tendrán pleno poder? ¿Sabe usted adónde va y a lo que va?


Estaba en tal grado de desesperación que yo traté de calmarla, pero sin efecto. Finalmente, cayó de rodillas y me imploró que no fuera; que por lo menos esperara uno o dos días antes de partir. Todo aquello era bastante ridículo, pero yo no me sentí tranquilo. Sin embargo, tenía un negocio que arreglar y no podía permitir que nada se interpusiera. Por lo tanto traté de levantarla, y le dije, tan seriamente como pude, que le agradecía, pero que mi deber era imperativo y yo tenía que partir. Entonces ella se levantó y secó sus ojos, y tomando un crucifijo de su cuello me lo ofreció. Yo no sabía qué hacer, pues como fiel de la Iglesia Anglicana, me he acostumbrado a ver semejantes cosas como símbolos de idolatría, y sin embargo, me pareció descortés rechazárselo a una anciana con tan buenos propósitos y en tal estado mental. Supongo que ella pudo leer la duda en mi rostro, pues me puso el rosario alrededor del cuello, y dijo: "Por amor a su madre", y luego salió del cuarto. Estoy escribiendo esta parte de mi diario mientras, espero el coche, que por supuesto, está retrasado; y el crucifijo todavía cuelga alrededor de mi cuello. No sé si es el miedo de la anciana o las múltiples tradiciones fantasmales de este lugar, o el mismo crucifijo, pero lo cierto es que no me siento tan tranquilo como de costumbre. Si este libro llega alguna vez a manos de Mina antes que yo, que le lleve mi adiós ¡Aquí viene mi coche!
 
Drácula, de Bram Stoker



Título original: Dracula
Traductor: Francisco Torres Oliver
Editorial: Austral
Género: Terror, Narrativa
Páginas: 464
Publicado en 1897
ISBN: 9788467036022




Sinopsis


Jonathan Harker viaja hasta Transilvania para cerrar una serie de transacciones inmobiliarias con un noble rumano: el Conde Drácula. Con la excusa de que su inglés no es muy bueno, Drácula retiene a Jonathan más tiempo del necesario, porque quiere que le ponga al corriente de varios aspectos legales. Durante su estancia en el castillo de Drácula, Harker empieza a notar actitudes y comportamientos extraños y decide escapar y regresar a Inglaterra, pero cuando va a salir del castillo se da cuenta que está encerrado. Harker le tiene pavor a Drácula y quiere regresar, pero no se atreve a decírselo porque teme por su vida. Obsesionado con encontrar una salida, Harker decide explorar el castillo y lo que descubre lo deja traumatizado. En esas estamos cuando Drácula decide hacer la maleta y lo deja encerrado y a merced de sus tres concubinas vampiresas. Por suerte, ese mismo día Jonathan consigue escapar del castillo descolgándose por la fachada.

Mientras, en Whitby (Inglaterra), Arthur Holmwood y Lucy Westenra están a punto de casarse. Todo marcha a la perfección y la pareja está radiante y feliz. Mina Murray es la mejor amiga de Lucy, y es a su vez la prometida de Jonathan. Lucy y Mina están la mar de contentas y no hay secretos entre ellas, pero la llegada del Conde Drácula a Inglaterra va a dar un vuelco a esta aparente calma.



Los personajes

Conde Drácula - Conde rumano que tiene pensado viajar a Inglaterra, ya que acaba de adquirid unas propiedades. Pese a que se trata de un tipo inteligente y audaz, por lo que destaca es por su sed de sangre. Drácula es un vampiro que lleva vivo la tira de años. Su condición de No-Muerto le ha permitido ir adaptándose al medio y ahora quiere ver si prueba suerte en Gran Bretaña.

Jonathan Harker - Prometido de Mina Murray. Al comienzo de la novela viaja hasta el castillo del Conde Drácula en Transilvania (Rumanía) para cerrar unas transacciones inmobiliarias. El Conde en persona lo recibe y lo hace su huésped contra su voluntad. Harker consigue escapar a tiempo, pero sufre un accidente que lo deja postrado en un hospital durante un par de meses.

Arthur Holmwood - Prometido de Lucy Westenra. Amigo intimo de Quincy Morris y el Doctor John Seward. Arthur es un aristócrata ingles que hereda durante el transcurso de la novela el título de Lord Godalming. Muy a su pesar, el destino le tiene guardado otros planes con su prometida.

Lucy Westenra - Prometida de Arthur. Amiga intima de Mina Murray. Lucy es sonámbula y durante uno de sus paseos nocturnos, el Conde Drácula le hinca el diente. A partir de ese momento empieza a encontrarse mal y lentamente comienza su ocaso.

Mina Murray - Prometida de Jonathan Harker. Es amiga intima de Lucy Westenra. Testigo directo de la noche en que Drácula muerde a Lucy, aunque ella llega tarde y no ve nada. Viaja a Rumanía para regresar nuevamente a Inglaterra con Jonathan Harker (una vez recuperado de su trauma). Mina es la siguiente en la lista del Conde Drácula, aunque tiene un final muy distinto al de Lucy.

Quincey Morris - Es un estadounidense adinerado. Amigo intimo del doctor John Seward y de Arthur Holmwood. Su valentía y honorabilidad es por todos conocida. Morris es uno de los héroes de la novela.

Renfield - Paciente del doctor Seward. Vive recluido en un hospital psiquiátrico. Según el diagnostico del Doctor, Renfield es zoófago. Siente debilidad por el Conde Drácula y parece que lo presiente cuando anda cerca.

John Seward - Doctor en psiquiatría y medicina general. Amigo intimo de Quincey Morris y Arthur Holmwood. Antiguo alumno del Doctor Abraham van Helsing. De todos sus pacientes, siente predilección por el extraño y enigmático Renfield. Es el primer Doctor en tratar a Lucy, pero viendo que no obtiene resultado se pone en contacto con van Helsing para que le eche una mano.

Abraham van Helsing - Médico holandés experto en enfermedades misteriosas y raras. Amigo del Doctor John Seward. John se pone en contacto con él, cuando ve que el estado de Lucy empieza a empeorar. Es el primero en darse cuenta que detrás de la transformación de Lucy está la escurridiza sombra de un vampiro. Autorizado por el Vaticano, dispone de bula papal. Personaje imprescindible para pararle los pies al Conde Drácula.



Fragmento del libro


El nosferatu no muere como la abeja que ha punzado una vez. Sólo se hace más fuerte, y, por serlo, tiene aún más poder para el mal. El vampiro que está entre nosotros tiene como persona más fuerza que veinte hombres; su astucia es muy superior a la de los mortales, porque es una astucia que va creciendo con los siglos; tiene la ayuda de la nigromancia que es, como implica la etimología de la palabra, la adivinación por la muerte, y todos los muertos a los que pueda acercarse están a sus órdenes; es una bestia, más que una bestia; de una crueldad demoníaca y carece de corazón; puede, sin limitaciones, aparecer a su voluntad donde y cuando quiera, y en cualquiera de las formas que elija. Puede, en su área de acción, dirigir los elementos: la tormenta, la niebla, el trueno; tiene poder sobre las cosas más repugnantes: la rata, la lechuza y el murciélago, la polilla y el zorro, y el lobo; puede crecer o reducir su tamaño y puede, en ocasiones, desvanecerse y aparecer sin ser visto.
Entonces, ¿cómo podríamos comenzar nuestra lucha para destruirle? ¿Cómo podemos descubrir dónde está, y, si lo encontramos, cómo destruirle?
Queridos amigos, la empresa que vamos a emprender es demasiado terrible y puede traer consecuencias que harían temblar al más valiente. Porque si perdemos en nuestro empeño, significa que, ha ganado él, y, entonces, ¿qué final nos espera?



Mi opinión


Hace tiempo que tenía pendiente esta lectura y hoy por fin la he terminado. La novela es excelente, pero reconozco que hay algún que otro pasaje que me ha resultado pesado.

Lo mejor

La novela está ambientada de una manera sobresaliente. Es una de las pocas novelas epistolares que he leído y debo de reconocer que esa forma de narrar, más intima y pausada, le da un toque muy original. También me ha gustado la trama lineal y las diferentes formas de ver los acontecimientos, dependiendo de quien de los protagonistas es el narrador de la historia. A partir de la irrupción del Doctor van Helsing, la novela se acelera y la trama gana enteros. La parte inicial de la novela (cuando Jonathan está en el castillo de Drácula) y la parte final (cuando comienza la caza del vampiro) son con diferencia lo mejor del libro. Es un libro de fácil lectura y con un vocabulario bastante asequible (apenas hay tres o cuatro palabras que no me sonaban).

Lo peor

Miedo, lo que se dice miedo, no he pasado durante la lectura, si bien sí que tiene algún que otro momento terrorífico. Lo que menos me ha gustado del libro, es el tramo en el que Lucy cae enferma y durante varios capítulos le hacen unas cuantas transfusiones de sangre. En lo de las transfusiones se recrea en exceso y da un poco de asquito. También creo que el libro mejoraría si cuando dan con el Conde, momentos antes de regresar al castillo de Drácula, la batalla final (por llamarlo de alguna manera) fuese más épica. Para los dolores de cabeza que da el vampiro durante toda la novela, lo ventilan demasiado rápido.

Otro aspecto que quizás pueda parecer chocante, es que en la novela se habla constantemente del valor, la lealtad inquebrantable entre los protagonistas, la caballerosidad hacia Lucy y Mina, y mucha, muchísima religión y supersticiones. Podéis pensar, bueno y qué, esos son temas y situaciones universales en la literatura. Y tendríais razón. Lo que ocurre es que en esta novela llega a un punto que se exagera tanto, seguramente por que hace cien años eramos muy distintos a lo que somos ahora, que a mi me ha resultado un pelín ambiguo y repetitivo. Por decirlo más claramente: siendo una novela excelente, tiene partes que han envejecido bastante mal. Igual por lo que os estoy contando, pensáis que no me ha gustado, pero no es eso. Es solo que puliendo unas cuantas cosas sería una novela de 10.



Algunas diferencias con la película de Francis Ford Coppola

Los cinéfilos y la crítica especializada dictaminaron hace unos años, que la mejor adaptación que se había llevado a cabo sobre la novela de Bram Stroker, era la del realizador estadounidense Francis Ford Coppola. Como hace unos meses vi la peli, he pensado en contaros un poco algunas de las diferencias respecto a la novela.

Para los que habéis visto la película, pero todavía no lo habéis leído, los cambios fundamentales son los siguientes:

  • El affaire o romance de Drácula con Mina es inexistente en el libro. De hecho, pese a que la convierte en vampiresa, Mina no sucumbe en ningún momento y se mantiene fiel a Jonathan.
  • En la pelicula se cuenta que la esposa de Drácula (muerta hace siglos) y Mina, son como dos gotas de agua. Esto tampoco aparece en el libro.
  • Lucy Westenra es un mujer noble, encantadora y extraordinariamente bella en el libro. En el film de Coppola es bastante vulgar y un poco loba.
  • En la pelicula, a Abraham van Helsing parece que le falta un tornillo y es estrafalario. En cambio, el del relato es un hombre profundamente religioso, comedido y sabio.
  • En el libro, Drácula tiene planeado irse a vivir a Londres durante un tiempo. En la pelicula, decide ir para seducir a Mina (por eso que es la viva imagen de su esposa fallecida).

Nota 8/10

https://laslecturasdemrdavidmore.blogspot.com/2015/05/dracula-de-bram-stoker.html
 
MIEDO Y DESEO – Alejandro Lillo
Publicado por Rodrigo | Visto 658 veces

Notoria como es la índole social de nuestra especie, resulta casi una perogrullada sostener que en la literatura de ficción no solo se vuelca la subjetividad del escritor, también se expresa -bien que no de modo directo ni mecánico- el entorno sociocultural en que el artífice se desenvuelve. La literatura en general se ofrece a las ciencias humanas como un compendio de información codificada sobre la experiencia de la cotidianeidad en su respectivo contexto, aproximándonos a los usos y costumbres y los ritmos de vida característicos de determinadas sociedades y períodos históricos; pero también asoma como un repositorio de imágenes y conceptos asociados a las estructuras discursivas que articulan el andamiaje identitario de estas sociedades, proyectadas dichas estructuras en los puntos de vista, conocimientos, creencias religiosas, ideas políticas, prejuicios, criterios estéticos y juicios de valor que componen el bagaje intelectual y moral del literato (dicho de otra forma: en los elementos que hacen las veces de coordenadas mentales y espirituales del quehacer literario). Sobre esta sencilla premisa es que la historia cultural reivindica para sí -como también lo hacen la sociología y la antropología cultural, cada cual desde su particular perspectiva y con su propio arsenal metodológico- la prerrogativa de hacer de la literatura todo un campo de estudios, explorando en sus vastas latitudes a fin de cartografiar las claves de la mentalidad prevaleciente en tiempos pretéritos. Es así, pues, que el historiador valenciano Alejandro Lillo practica en Miedo y deseo un minucioso escrutinio de la célebre novela de Bram Stoker, Drácula (1897), rastreando en sus páginas vestigios de la mentalidad victoriana en la Inglaterra finisecular. Lillo acomete la tarea enfocándose en las voces de tres personajes: Jonathan Harker, pasante de abogado cuyas labores profesionales lo encaminan al castillo del conde Drácula, en la lejana Transilvania; Mina Murray, novia de Harker y luego su esposa; y John Seward, psiquiatra al mando de un sanatorio y responsable del tratamiento de R. M. Renfield, uno de los casos de locura más perturbadores bajo su cargo. Los testimonios dejados por ellos (en forma de sendos diarios de vida, los primeros, en forma de grabaciones de fonógrafo el tercero) dan cuenta de sus respectivas visiones de mundo, provistas ciertamente de rasgos personales pero de indudable arraigo en la época y la sociedad a que pertenecen.

Aunque es cierto que en este tipo de lides hay que proceder con sumo tiento, cuidándonos mucho de asumir que las percepciones subjetivas reflejen sin más los paradigmas culturales imperantes -prevención de las más urgentes en lo que compete al análisis de discurso-, también es cierto que el no ser los humanos unos robinsones tiene en la comprensión del mundo una de sus manifestaciones más rotundas. La apropiación cognitiva de la realidad, el ejercicio de captar esta realidad y darle un sentido del que nos hacemos partícipes -participando del sentido del mundo es como proveemos de raíces en tierra firme a nuestra experiencia existencial-, siempre es un proceso que supone la inserción del hombre en una tupida urdimbre social. Toda cosmovisión es en la práctica una construcción social de la realidad, de lo que se infiere que nuestra mirada se nutre de un complejo armazón de experiencias colectivas pasadas y presentes (gran parte de ellas sedimentadas en lo que constituye la memoria de una sociedad). Como bien señala Lillo, «no vemos únicamente como sujetos individuales. También lo hacemos en tanto que seres sociales y miembros de una comunidad humana que ha “aprendido” a ver de determinadas maneras». La forma de mirar equivale a una forma de pensar, de captar e interpretar las señales del entorno que nos rodea, procesándolas de manera tal que suministren consistencia y dirección a nuestro posicionamiento en el mundo; posicionamiento, por demás, dotado de arraigo comunitario, tal que neutralice la posible intelección de la realidad como un descampado ontológico. El “ver con los demás” supone una serie de condicionamientos que parece que coreografiasen la existencia (por no decir que la constriñen), pero no representa en sí una negación del libre albedrío ni una abolición de la autonomía individual; es, en cambio, un indicio del muy crucial sentido de estabilidad y pertenencia: la alienación y la anomia son su reverso. (Está dentro del proceso de maduración personal la posibilidad de conquistar espacios variables de autonomía, que van desde la toma de conciencia de la propia individualidad hasta la ruptura con los convencionalismos -extremo que subyace a la insumisión política, por ejemplo, o a la originalidad creativa en materias artísticas e intelectuales.)

Siguiendo las agudas observaciones de Alejandro Lillo, el caso de Mina Harker es representativo de un estado de tensión entre la conformidad con la normativa social y el impulso a la transgresión, o el cuestionamiento de los estereotipos socioculturales, especialmente los que tienen que ver con el rol de la mujer en su tiempo. Por su parte, Jonathan, cuyo papel también es ilustrativo de esos estereotipos (de manera pasiva y tradicional, en sintonía con el discurso hegemónico), resulta más interesante en la dimensión de portador de la mirada clasista, etnocentrista e imperial, impregnada de los sesgos y prejuicios que alimentan la asimétrica relación entre el imperio por antonomasia y los pueblos considerados inferiores, así como las desigualdades de clase. Estas dos figuras son a mi entender los eslabones más fuertes en el encadenamiento argumental del libro, las que mejor casan con la idea de una cosmovisión o mentalidad epocal (más en línea por ende con la perspectiva hislibreña), y en ellas prefiero concentrar lo que resta de la reseña.

El lector de la novela de Bram Stoker recordará que Jonathan Harker redacta un diario en que consigna en primer lugar las impresiones de su viaje a Transilvania, dando paso más adelante a las tortuosas circunstancias de su cautiverio en el castillo de Drácula. Bien pronto revelan las entradas del diario a un individuo plenamente compenetrado de la ideología imperialista y occidentalista, tanto que ni siquiera es capaz de concebir otra manera de interpretar cuanto ve durante su travesía. A Harker no cabe sino imaginarlo prestando su más ferviente acuerdo al llamado que Kipling haría en un célebre poema (publicado en 1899) a asumir el dominio occidental del mundo como un imperativo moral: ni más ni menos que “la carga del hombre blanco”. La suya es una mirada deudora de la literatura de viajes y exploraciones, que vivió con el auge del imperio británico una época dorada, y coincide también con la coetánea ficción narrativa de aventuras, de ambientación usualmente exótica y contenido orientalizante. Aunque no llega a salir del continente, Harker traza unas fronteras mentales en que la Europa del este es ya el antejardín de Asia, o, en términos más abstractos, de aquel Oriente en que la civilización occidental se observa como en un espejo invertido, y que configura un imaginario que es fuente tanto de fascinación como de cierta inquietud teñida de repulsión. El dualismo implícito en esta perfecta antítesis no admite resquicio ni matiz alguno: los habitantes de las tierras de “más allá” son el “Otro” por excelencia, uno al que cabe tener por ingente masa indeferenciada de pueblos estancados en el atraso y carentes de verdadera cultura, sin más posibilidad de experimentar los beneficios del progreso que dejarse tutelar por las potencias europeas. El eventual elogio del pintorequismo no es sino una forma amable y condescendiente de contemplar a unas gentes que no han sabido superar el estadio de naturaleza.

En la característica mentalidad de Harker, la mirada está por completo supeditada a unos preconceptos y esquemas rígidos; el viaje solo puede reforzarlos, jamás contradecirlos. (Resulta decidor que aquello que no puede ser contrastado con los parámetros británicos o europeos amenaza con desconcertar al joven pasante, quien reacciona excluyéndolo instintivamente de su campo de su visión.) Desde los paisajes hasta las vestimentas y maneras de los nativos, someramente observados a través de las ventanas del ferrocarril o la ventanilla de una carroza: todo corrobora la superioridad incontestable de Europa (es decir, del poniente europeo). Las estructuras mentales de Harker -que son las de una matriz sociocultural entera- reducen la comprensión del mundo a categorías binarias de extraordinaria elasticidad, capaces de abarcarlo (casi) todo. Lo único que amenaza con erosionar la seguridad que estas categorías proveen al pasante es justamente Drácula, un monstruo salido de un pasado nebuloso, diríase que desbordado por los avances de la modernidad, que no obstante se muestra ávido de hacer de su centro -la ciudad de Londres, industriosa, populosa, contaminada- su nueva estancia; modernidad a la que, a su torcida y malévola manera, planea adaptarse. Atrapado en el castillo y atormentado por las tres mujeres vampiro que cohabitan con el conde, la psique de Jonathan comienza a derrumbarse, confinada en una realidad de pesadilla en que el límite entre lo racional y lo irracional se difumina rápidamente, dando al traste con las certezas en que anclaba su estabilidad interior. Horrorizado, en un instante de lucidez llega a vislumbrar que una parte recóndita de sí mismo ansía entregarse al pozo de concupiscencia desenfrenada en que lo hunden las chupasangre.

La de Mina Harker (nacida Wilhemina Murray) es una historia por completo diferente. Sus orígenes modestos son en ella un estímulo para independizarse, pesando menos la mera aspiración al ascenso social que la satisfacción de la autoestima y el despliegue de su briosa inteligencia y un temperamento vivaz. Su aparente fragilidad corporal oculta una personalidad fuerte y laboriosa, siendo en varios aspectos el opuesto del pasivo Jonathan. Ansía desempeñarse como periodista; en cambio, el matrimonio será su destino. En el diario que lleva mientras su prometido se halla en el extranjero, Mina registra no solo sus impresiones y pensamientos sino también su aptitud para dar fe de los acontecimientos con ojo perspicaz. Un hilo de concordancia con las reivindicaciones del por entonces ascendente movimiento feminista recorre las páginas del documento, pero nunca llega la joven a romper con el ideal victoriano de la mujer como “ángel del hogar”, forzada por su supuesta inferioridad natural a recluirse en el espacio de la domesticidad y a hacer de sostén del varón. Está dispuesta a dejar su trabajo como maestra en cuanto contraiga matrimonio con Jonathan. Con todo, constantemente deja entrever la lucha que libra consigo misma para vencer una cierta indocilidad, su dificultad para resignarse al rol subalterno y heterónomo que las convenciones sociales le imponen. Una vez desatada la persecución del conde Drácula, Mina hace gala de unas dotes de observación y de unas reservas espirituales (valentía, determinación, gallardía, astucia) que, para tratarse de una mujer, en el contexto de la época parecen fuera de lo común. Es sobre todo el doctor Van Helsing quien mejor reconoce y alaba el formidable temple que bulle en la joven, aunque, hombre de su tiempo, no puede dejar de atribuirlo a algún grado de masculinidad (insinuando de paso que tanto prodigio vendría a ser un fenómeno contra natura). El conflicto entre su identidad más íntima -puede decirse incluso: su verdadera identidad- y la que le fuerzan a adoptar los estrechos cánones sociales grafica un momento crucial de la historia, en el que la emancipación de la mujer cobra cada vez mayor protagonismo entre los abundantes y profundos trastornos que anuncia el cambio de siglo. Como expone Alejandro Lillo, apoyándose en estas y otras consideraciones, Mina Harker es sin duda el personaje más rico y más interesante de la novela.

Abundante y cautivador es también el material que depara la inteligente disección que realiza Lillo. Espero que sirva esta reseña como aperitivo de lo que es un suculento trabajo.

– Alejandro Lillo, Miedo y deseo: historia cultural de Drácula (1897). Siglo XXI, Madrid, 2017. 366 pp.
 
Back