Desmontando "Patria", de F. Aramburu. Críticas no complacientes.

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He aquí una que el propio Aramburu no supo aceptar con espíritu deportivo. Es del escritor y profesor de la Universidad del País Vasco, Iban Zaldua.

Desmontando ‘Patria’, o cómo ganar la batalla del relato

Patria no puede monopolizar la memoria vasca, en la que cada uno aporta sus vivencias, su sufrimiento. Es solo una pieza más en el relato plural de lo que ha pasado en Euskal Herria.

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La literatura, ¿sirve para algo? Una crítica de Patria, de Fernando Aramburu

22/03/2017 | Iban Zaldua

1. Patria, la novela de Fernando Aramburu sobre el llamado “conflicto vasco” (Tusquets, 2016), ha venido para quedarse(por ahora, al menos), y ha logrado algo a lo que la mayoría de los trabajos literarios no puede ni siquiera aspirar, y menos aún conseguir: se ha convertido, con su campaña publicitaria, sus numerosas ventas (catorce ediciones, unos 170.000 ejemplares) y el eco mediático que le ha acompañado, en un acontecimiento. Con un tema, además, incómodo, no muy adecuado (en teoría) para el tipo de lectura, amable y buenista, que suele ofrecernos la sección “novela literaria” de las librerías más populares, esa que surte de emociones en general digeribles a gente que no tiene por qué ser lectora habitual, pero en la que a veces aparecen títulos capaces de convencer a paladares más exigentes.

No puede negarse la ambición de Aramburu: su intención es producir la Gran Novela sobre el Terrorismo Vasco, lograr “la derrota literaria de ETA” y zanjar el tema, al menos en lo que al terreno de la narrativa se refiere. Y su arma es la exhaustividad, pues procura que aparezcan, en una novela cuyo arco cronológico principal se establece entre la segunda mitad de los años ochenta y los meses posteriores al anuncio del cese la violencia armada por parte de ETA (2011), todos y cada uno de los temas relacionados con el asunto principal: los atentados de la banda, la extorsión del llamado “impuesto revolucionario”, la soledad y el bullying social al que fueron sometidas algunas personas y familias que se resistían a la amenaza de ETA, el ambiente de un pueblo dominado por la cultura de la izquierda abertzale, el silencio de gran parte de la sociedad vasca, la kale borroka, las torturas perpetradas por los cuerpos de seguridad del estado, la dispersión de los presos vascos y el sufrimiento que ello causa a sus familias, el dolor que acompaña a la condición de víctima del terrorismo, el difícil camino hacia la asunción de la culpa (personal y colectiva), los atisbos de una cierta reconciliación…

Ese es, creo yo, uno de los puntos fuertes de la novela, quizá el más potente: la voluntad de abarcar todo, de contar, de una tacada, lo que hasta ahora sólo se había hecho fragmentaria o parcialmente (como él mismo había intentado antes en libros como Los peces de la amargura, Tusquets 2006, o Años lentos, Tusquets 2012). Otra cuestión es cómo lo hace, y si la obra resultante puede calificarse o no de alta literatura: eso es lo que me gustaría discutir en esta crítica, aún a sabiendas de que mi opinión resultará minoritaria, y que el libro es un firme candidato para hacerse con todos y cada uno de los premios literarios correspondientes al año 2016, desde el Euskadi de Literatura en castellano hasta el Nacional de Narrativa de España.

2. Como he señalado, no es la primera vez que Aramburu aborda el tema. Lo mismo puede decirse de la literatura vasca en general, tanto en euskera como en castellano: Patria no marca un antes ni un después, sino un “continuará”. En ese sentido hay que rechazar el adanismo que parecen pretender tanto el autor como la editorial, al menos durante la campaña promocional de la novela. Sobre el “conflicto vasco”, el “terrorismo vasco” o como queramos llamarlo, se ha escrito mucho y muy bueno (también muy malo), sobre todo en euskera; de hecho, y pido perdón por la autocita publicitaria, como señalaba en mi ensayo Ese idioma raro y poderoso (Lengua de Trapo, 2012), el tema es uno de los que marcan el ingreso en la contemporaneidad de la literatura en euskera, con la novela 100 metro de Ramon Saizarbitoria (1976). Y a partir de los años noventa del siglo pasado se convierte en un tema recurrente de la narrativa vasca, con obras como Etorriko haiz nirekin? de Mikel Hernandez Abaitua (1991), Agua turbia de Aingeru Epaltza (1991), Un hombre solo de Bernardo Atxaga (1993), Los pasos incontables de Ramon Saizarbitoria (1995), Kontaktua de Luistxo Fernandez (1996), El cuaderno rojo de Arantxa Urretabizkaia (1998), Euri kontuak de Jose Luis Otamendi (1999), Denboraren izerdia de Xabier Montoia (2003), Letargo de Jokin Muñoz (2003), Las maletas imposibles de Juanjo Olasagarre (2004), Twist de Harkaitz Cano (2011) o Martutene, también de Saizarbitoria (2012). Sólo por mencionar las más señeras (en el caso de que estén traducidas al español he obviado el título original, para no recargar innecesariamente el texto; el año es siempre el de la edición original en euskera).

Y eso sin entrar apenas en el campo del cuento, a través del cual también se ha trabajado el tema, pero en el que es más difícil encontrar libros dedicados enteramente al mismo, como el excelente y ya citado Letargo de Jokin Muñoz. Del hecho de que muchas de esas obras apenas hayan tenido la difusión que merecían (al ser traducidas al castellano, en el caso de que lo hayan sido) no se deduce que Patria surja por generación espontánea, o no debería deducirse, al menos. El “conflicto vasco” es, desde hace mucho, una de las tradiciones de la literatura vasca (en euskera). Tanto o más que en la que se escribe en castellano, en el País Vasco.

3. La trama de Patria se teje en torno a la relación entre dos familias, la formada por Bittori y Txato, con sus hijos Xabier y Nerea, y la familia de Miren y Josian, que a su vez tienen tres hijos, Joxe Mari, Arantxa y Gorka. Son dos familias euskaldunes, que viven en un pueblo industrial cercano a San Sebastián, algunos de cuyos rasgos recuerdan a Hernani (el autor no considera que ese dato sea importante, lo mismo que los apellidos de ambas familias quizá para subrayar lo arquetípico de la novela), y cuya amistad se remonta a los años sesenta y setenta; han criado juntos a sus hijos, como nos informan algunos de los flashbacks que de vez en cuando ofrece el autor. El grueso de la novela transcurre entre la segunda mitad de los ochenta y el principio de la presente década. Txato es un pequeño empresario del sector del transporte al que ETA exige el “impuesto revolucionario”, algo que intenta negociar, sin éxito, en segunda instancia (cuando le piden una cantidad más desorbitada; la primera vez paga). A partir de ese momento se inicia una operación de acoso en su contra (pintadas por el pueblo, aislamiento social…) que llevan a la ruptura con la familia de Miren y, finalmente, al asesinato de Txato por parte de ETA. De hecho, Joxe Mari, el hijo de Joxian y Miren, inmerso en los movimientos juveniles de la época, había pasado antes de eso a la clandestinidad, para convertirse en miembro de ETA y terminar formando parte de un comando. Un comando que, después de una sangrienta carrera, es apresado, con lo cual se inicia para Joxe Mari un largo período de encarcelamiento lejos del País Vasco.

Todas estas circunstancias aceleran la ruptura entre ambas familias y, sobre todo, entre Bittori, la viuda de la víctima, y Miren, la madre del terrorista, que eran íntimas amigas desde la infancia. Bittori deja el pueblo durante largos años y lleva una vida marcada total y absolutamente por su condición de víctima del terrorismo, mientras que Miren se volcará en su hijo mayor, primero huido y luego preso durante diecisiete años. La novela, estructurada en breves capítulos casi en forma de estampas, arranca del anuncio del abandono de la vía armada por parte de ETA, algo que lleva a Bittori a volver al pueblo para reencontrarse con los fantasmas del pasado, y que afectará también a Miren y a su familia.

Aunque el orden de los capítulos no es cronológico, el lector no tiene dificultad para seguir los saltos temporales, hacia adelante y hacia atrás, que plantea la novela, quizá porque cada uno de ellos está, hábilmente, centrado en el devenir vital de cada uno de los nueve personajes principales del libro, aunque el mayor protagonismo se lo lleven las dos mater familias. También ayudan en ese sentido los ejes que parten la novela en dos “antes” y dos “después”: el asesinato de Txato, que podemos situar en 1990, y el anuncio del fin de la violencia por parte de ETA, en otoño de 2011.

4. Tengo que confesar, vaya por delante, que no soy un fan de la prosa de Aramburu: nunca me ha convencido el engolamiento del español al que suele tender, consecuencia probable del peso que la tradición barroca ha tenido en la literatura en castellano que tanto admira el autor. Esta novela no es una excepción en ese sentido: en un intento, creo yo, de dotar a su prosa de un nivel “literario”, fuerza demasiado una adjetivación recargada, y lleva a cabo desdoblamientos un tanto pesados (“Joxian reculó triste/atónito, amedrentado/pusilánime, en derrotado desorden el poco y canoso pelo que le quedaba”, pg. 36; “Ya cerca, la desconcertó la naturalidad/sonrisa/pelito rubio de ella”, pg. 82; “Entre las dos mujeres acordaron/decidieron que Joxian fuese a charlar con él”, pg. 325, etc.). Abusa de la utilización de formas verbales como epítetos (“Durante la cena, no paró de monologar ante la rueda de familiares callados, auguradora de disgustos graves”, pg. 31; “Casi se van juntas de monjas, pero apareció Joxian, apareció Txato, pareja de mus en el bar, amigos cenantes, por lo general sabatinos…”, también pg. 31; “Atribuyó, renegante, la fechoría a las dichosas palomas”, pg. 63; “Xabier, explicativo, si bien simplificante y resumidor para mejor hacerse entender”, pg. 75; “bebe lento, paladeador, escudriña la pared”, pg. 96; “Y fue al cuarto de baño a lavárselas, refunfuñante, pero dócil”, pg. 106… sólo por mencionar unos pocos ejemplos) [nota bene: las referencias al número de las páginas de la novela corresponden siempre, aquí y en los siguientes párrafos de este texto, a la edición electrónica de la misma].

El problema del estilo literario de Aramburu es que resulta muy cursi, o, como dirían en mi familia, es “un poco redicho”. En la novela abundan, como ya he señalado, ejemplos de ello, aunque seguramente pocos superan esta descripción de un paseo por San Sebastián: “Lo agarró del brazo. Una madre que luce hijo por Miraconcha. A la izquierda, el tráfico intenso, ciclistas en los dos sentidos, gente que camina y gente con atuendo deportivo que se dedica a correr; a la derecha la bahía, el mar, el consabido festival acuático de tonalidades azules y verdes que alegra la mirada, con cabrileos, olas, barcas y el horizonte marino en lontananza” (pg. 73; hasta a mí, que tengo mis días de donostiarrismo militante, se me hace un poco cuesta arriba…). Algo parecido se podría decir de pasajes más decisivos como este en el que, rozando el kitsch, se nos “cuenta” (pero no se nos “enseña”) el proceso de desencanto de Joxe Mari respecto a la causa de ETA: “Pero un hombre puede ser un barco. Un hombre puede ser un barco con el casco de acero. Luego pasan los años y se forman grietas. Por ellas entra el agua de la nostalgia, contaminada de soledad, y el agua de la conciencia de haberse equivocado y la de no poder poner remedio al error, y esa agua que corroe tanto, la del arrepentimiento que se siente y no se dice por miedo, por vergüenza, por no quedar mal con los compañeros. Y así el hombre, barco agrietado, se irá a pique en cualquier momento” (pgs. 438-439).

El efecto que logra Aramburu con estos recursos en Patria es curioso, porque al mismo tiempo hace uso de un lenguaje muy coloquial, a veces incluso en exceso, en las conversaciones entre sus personajes (tan “populares”…) y en los insertos que incluye en primera persona a lo largo del texto, cuando el foco del narrador principal, en tercera persona, se centra en los pensamientos del protagonista del capítulo en cuestión, pasándose a la primera. Ese contraste entre lo (supuestamente) alto y lo (tópicamente) bajo también ha obstaculizado mi lectura, y es uno de los rasgos que me ha “sacado”, una y otra vez, de la novela.

5. Aunque yo diría que eso no es lo peor en relación al lenguaje de Patria. Se supone que ambas familias son vascoparlantes y que, por lo tanto, se comunican principalmente en euskera (aunque eso se hace explícito muy pocas veces a lo largo de la novela, algo extraño, porque en una sociedad diglósica como la vasca es una de las cuestiones que el escritor tiene que abordar si quiere dotar de verosimilitud a sus novelas; los escritores en euskera no suelen perder de vista este problema y han encontrado diversas vías para solucionarlo o para soslayarlo, como hace Ramon Saizarbitoria, por poner un ejemplo, en Martutene o La educación de Lili). Sin embargo, en muchas ocasiones, la “supuesta” traducción al español de las palabras de los personajes aparece plagada de vasquismos, sobre todo del uso del condicional en lugar del subjuntivo (“si tendría”…), tan común (por lo visto) en el castellano del norte de España. Un defecto que no debería aparecer si realmente estuvieran hablando en euskera (se entiende que correctamente) en la hipotética Ur-versión de las conversaciones de la novela. Y lo que es peor, aunque, como he señalado, todos los miembros de ambas familias son euskaldunes, resulta que según nos alejamos del epicentro terrorista-abertzale de la novela (formado por Miren y su hijo Joxe Mari, y, por extensión, Joxian) el castellano de los personajes va mejorando notablemente. Es decir, la lengua se utiliza como marcador moral (Aramburu ya lo hacía en algún cuento de Los peces de la amargura, como el titulado “Maritxu”), algo que quizá pase desapercibido para el lector no bilingüe, pero que para mí resta, una vez más, verosimilitud a la novela (Por cierto, ¿cómo se reflejará este rasgo en las traducciones al inglés o al alemán? Reconozco que es una cuestión que me intriga. Bueno, me intriga un poquito, tampoco quiero exagerar).

Son, seguramente, las desventajas de no ser un escritor bilingüe, o, al menos, de no tener un conocimiento básico de la otra lengua oficial de su comunidad: alguien que sepa, además de castellano, euskera, jamás haría concebir a una vascoparlante como Nerea (al intentar aprender alemán) un pensamiento como este: “No le entraba en la cabeza que a estas alturas de la Historia la gente, en la panadería, en el hospital, de ventana a ventana, se expresara con declinaciones, a la usanza de los antiguos romanos”. O de los actuales euskaldunes, añadiría yo…

6. Por otra parte, si la literatura es una lucha contra el cliché, tal y como defendía Martin Amis, en Patria asistimos a una derrota al menos parcial de la misma. Los personajes son, en lo fundamental, estereotipos, reconocibles inmediatamente, y apenas cambian a lo largo de la obra, salvo en su superficie. Están, por supuesto, las dos madres, perfectos modelos del (mítico) matriarcado vasco; lo único que las diferencia son su posición política (a partir del acoso a que es sometido Txato por el entorno abertzale y del paso a la clandestinidad de Joxe Mari) y el hecho que, si bien Miren sigue siendo una beata, Bittori pierde la fe ante la connivencia de la iglesia vasca con la izquierda abertzale (por cierto, habría resultado mucho más plausible que Miren le rezara a San Antonio o a la virgen de Aránzazu para pedir favores: seguro que San Ignacio le resulta de lo más simbólico a Aramburu, pero –por desgracia para la suspensión de la incredulidad en el relato– no es un santo que cuente con ese tipo de devoción en el País Vasco…). Los dos padres están cortados por el mismo patrón (club cicloturista, partida de mus, calzonazos con los que nadie cuenta en casa, porque, ya se sabe, el poder familiar lo detentan las mujeres), salvo por el hecho de que Txato es un emprendedor, y Joxian un hombre sin iniciativa que seguirá siendo obrero en una fundición hasta su retiro.
Joxe Mari, por otra parte, responde al tópico del hombre de acción de ETA, con poco cerebro, mucha testosterona y nula capacidad de análisis sociopolítico, es decir, fácilmente manipulable por los políticos de la izquierda abertzale, primero, y por la dirección de la banda, después. Su proceso de desencanto con la lucha de ETA se resuelve rápido y, a mi entender, con demasiadas elipsis (me remito a lo señalado en el punto cuarto de esta reseña). Arantxa, la hija díscola del epicentro terrorista-abertzale, podría haber resultado un personaje más profundo e interesante si no fuera porque, en beneficio de melodrama, acabe atada, vía ictus, a una silla de ruedas y forzada a comunicarse malamente por medio de frases breves que escribe en un iPad; el desarrollo de los altibajos en su relación con su marido Guillermo (que representa a los hijos de la emigración llegada en los años cincuenta y sesenta) habrían merecido un bisturí más afilado. De Gorka, el hijo escritor y homosexual que se “autoexilia” a Bilbao, hablaré más en el punto 9; baste decir, en relación a la cuestión de los clichés, que el modo en que se nos muestra su relación con Ramuntxo, su pareja, es a través de las sesiones de masaje que se dan mutuamente (a veces “con final feliz”, como el propio autor se encarga de aclararnos).
En cuanto a los hijos de Txato y Bittori, Xabier y Nerea, lo significativo, en relación a su reacción tras el atentado contra su padre (es decir, a su desarrollo como personajes), es la inversión en paralelo de sus respectivos roles de género (tradicionales, por supuesto): Xabier se niega toda felicidad, y eso lo lleva a romper con su amante Aránzazu y a convertirse en un hombre sin deseo ni actividad sexual alguna, mientras que, por el contrario, Nerea empieza a llevar una vida sexual muy agitada (el mismo día en que asesinan a su padre le pide a José Carlos, un chico con el que apenas tiene relación, que pase la noche con ella y hagan el amor: “¿De verdad que te apetece?”. “Lo necesito”, pg. 44), sucumbe al amour fou con un estudiante alemán, y acaba en una relación “abierta” con su marido Quique. Son personajes que quizá habrían funcionado mejor en un libro de cuentos, pero a los que Aramburu no saca, en mi opinión, el partido que le ofrecían 619 páginas. Como decía David Foster Wallace, “tienes que entender que escribir novelas conlleva algo tan raro e infantil como tener un amigo invisible al que después matas, algo que nunca estuvo vivo salvo en tu imaginación (…). Los personajes de los relatos son diferentes. Están vivos en el rabillo del ojo”. Eso es lo que yo he sentido muchas veces con los personajes de Patria: que estuvieron vivos sólo en el rabillo del ojo de su autor…

(6.1. Hablando de clichés… ¿es que los escritores castellanohablantes no conocen nada de música vasca, aparte de Mikel Laboa y Txoria txori? No niego que Joxe Mari pueda tener ese exquisito y típico gusto musical, pero ¿no sería más congruente con los rasgos que el autor nos ha proporcionado sobre su personalidad y su historial militante que fuera fan de Kortatu, La poxx Records, Barricada o Hertzainak? Incluso en el caso de que no fuera así, ¿de verdad pueden obviarse en una novela de seiscientas y pico páginas sobre la vida social del País Vasco a lo largo de los últimos treinta y cinco años? Y eso que Ramuntxo lleva en la radio un programa “sobre la actualidad musical de Euskal Herria”, oportunidad que Aramburu desaprovecha para introducir alguna referencia que vaya más allá del consabido Laboa). (En la pregunta que encabeza este subapartado resuena el eco de una crítica que hizo en una ocasión el escritor navarro Jon Alonso a algunos rasgos de “tipismo” que halló en Galíndez, la novela de Manuel Vázquez Montalbán, cfr. “Ardo ezina (asmazio kaltebako baten kronika)”, in Agur, Darwin, eta beste arkeologia batzuk, Pamiela 2001. Aunque, al menos en su caso, Vázquez Montalbán tenía la disculpa de estar haciendo, en ese pasaje de la novela, “literatura turística”…).

7. La mayor parte de Patria, como he señalado antes, transcurre entre la segunda mitad de los años ochenta (que es cuando empieza el acoso social contra Txato) y los meses siguientes al anuncio del cese definitivo de la violencia por parte de ETA, en otoño de 2011. Aramburu, astutamente, nunca proporciona al lector fechas exactas, pero es posible hacerse una idea de la época en que están produciéndose los acontecimientos gracias a los datos indirectos que proporciona (tortura y muerte de Mikel Zabalza, matanza de Hipercor, negociaciones de Argel, caída de Sokoa, asesinatos de Gregorio Ordóñez y Miguel Angel Blanco…). Sin embargo, algo flota en el ambiente de la novela que no acaba de funcionar en ese sentido: no me atrevo a hablar de anacronismos, pero sí de un cierto décalage temporal. La presencia obsesiva de la religión y el papel dominante del cura don Serapio parecen más cosa de los años sesenta y setenta que de los ochenta o los noventa, por ejemplo, en los que el proceso de secularización del nacionalismo vasco (sobre todo del de izquierdas) estaba ya muy avanzado. Ese detalle le funciona mucho mejor a Aramburu en su novela Años lentos, ambientada precisamente en la época anterior a la que se sitúa esta; se nota que el autor la vivió de primera mano, y por eso pienso que su poder evocador chirría menos en aquella novela; en cambio, en Patria los discursos de Don Serapio a favor de ETA o de la literatura en euskera resultan inverosímiles, por extemporáneos o por burdos (cfr. pgs. 300-301 y 335). Por otra parte, las costumbres y el comportamiento de los estudiantes universitarios de Zaragoza no suenan como de muy a finales de los ochenta o principios de los noventa, sino a tiempos algo anteriores (véase la pg. 305). También me ha llamado la atención el uso del despectivo “maqueto” y la consideración siempre negativa de Miren hacia los inmigrantes llegados de España en los años del franquismo, incluso en el caso de que participen del credo de la izquierda abertzale y sean miembros de los grupos pro-amnistía (cfr. pg. 536, por ejemplo): no parecen propios de esa época, ni de ese entorno. Por otra parte, se me hace raro imaginar a africanos vendiendo bisutería en las fiestas de un pueblo vasco a finales de la década de los setenta (pg. 105); el programa Idazleak ikastetxeetan, que organiza visitas de escritores a la red educativa vasca (pública y concertada, no sólo a las ikastolas), no comenzó, en una versión incipiente y reducida, hasta el curso 1990-91, y el convenio que, para generalizarlo, acordaron el Gobierno Vasco y la Asociación de Escritores en lengua vasca no se firmó hasta 1996: es decir, de ningún modo en la segunda mitad de los ochenta (antes del asesinato de Txato), como sugiere el autor por boca de Gorka (pg. 243). No es la primera vez que me ocurre con Aramburu: tuve la misma sensación general con algunos de los cuentos de Los peces de la amargura, que exhibían características de un ambiente social que no correspondía al de los años noventa o de principios de siglo en que se desarrollaban, sino al de décadas anteriores.

8. Uno de los rasgos que acentúan ese desplazamiento temporal en la novela es el de la relativa ausencia de debate ideológico a lo largo de la misma, sobre todo en lo que al mundo de la izquierda abertzale se refiere. Puede que sea cierto que la ETA posterior a Bidart se convirtiera casi en un fin en sí mismo y que su combustible fuera únicamente el nacionalismo vasco más radical. Pero se supone que Joxe Mari se integra en la izquierda abertzale y, más tarde, cuando pasa a la clandestinidad, en ETA, durante los años ochenta: sin embargo, apenas hay referencias al marxismo o al socialismo revolucionario, muy presentes en las discusiones de la época; vale que el autor haya escogido a un “brutote” sin cerebro como representación (principal) del militante de ETA, pero me da la impresión de que, en una novela tan larga, era un factor del ambiente que se podía reflejar, a la hora de dar verosimilitud a ese aspecto del relato.
Lo mismo puede decirse de la escasa presencia de la vida colectiva y asociativa en la novela, tanto en el caso de la familia de la víctima (aunque Nerea, conforme pasan los años, se acerca, con menos reticencias que Xabier, a las asociaciones de víctimas; pero a Gesto Por La Paz, por ejemplo, no se la menciona ni una sola vez a lo largo del texto), como en la del victimario. En ese caso sí que me parece un poco más raro, porque la lucha a favor de la amnistía, los derechos de los presos de ETA y la gestión de la dispersión por parte de los familiares ha llevado a formas de acción colectiva muy enraizadas, en torno a las Gestoras Pro-Amnistía y otras asociaciones: una vez más, es algo que quizá podría soslayarse en un cuento o en una nouvelle, pero difícilmente en una novela de esta extensión. Ligado a todo esto, llama la atención, por ejemplo, este análisis que sobre la actividad de ETA hace, en un momento dado de la novela, Xabier: “Tienes que hacerte a la idea de que ETA es, ¿cómo te diría yo?, un mecanismo de actuación. (…) ETA debe actuar sin interrupción. No le queda otro remedio. Hace tiempo que ha caído en un automatismo de la actividad ciega. Si no hace daño no es, no existe, no cumple ninguna función. Este modo mafioso de funcionamiento está por encima de la voluntad de sus integrantes. Ni siquiera sus jefes pueden sustraerse a él. Sí, bien, toman decisiones, pero eso es sólo aparente. En ningún caso pueden no tomarlas, porque la máquina del terror, una vez que ha cogido velocidad, no se puede detener. ¿Me entiendes?”. No tengo nada que objetar, a fin de cuentas es una opinión (quizá demasiado analítica, demasiado “redonda” y enfática), expresada en conversación (con poca naturalidad) por uno de los personajes de la novela. El caso es que esto se lo dice Xabier a su padre Txato antes de su asesinato, es decir, a finales de los años ochenta, y yo diría que correspondería a un tiempo posterior, en el que este tipo de explicaciones se hicieron mucho más habituales. Porque, al margen de lo que podamos pensar de ETA y la izquierda abertzale, lo cierto es que la ETA de los años setenta no es la misma que la de los ochenta, ni la misma que la de los noventa; algo que también puede decirse, por cierto, del País Vasco en general, de España y de cualquier otro país. Quizá, no lo niego, sean los daños colaterales resultantes de ser profesor de historia, pero creo que son cuestiones a tener en consideración, dado el ambicioso planteamiento del que parte la novela.

9. Tengo que reconocer, por otra parte, que me ha dolido el “taconazo” que, aprovechando el personaje de Gorka, propina Aramburu al mundo de la literatura en euskera, al que pertenezco, me temo, tanto o más que al de la española. Es cierto que ha sido una constante en sus manifestaciones públicas, pero pensaba que, después de la retractación que se vio obligado a hacer tras sus polémicas declaraciones en la Feria del Libro de Guadalajara del año 2011 (cuando acusó a Bernardo Atxaga y a otros escritores en euskera de no ser libres para escribir en contra de ETA, a causa de las enormes subvenciones que reciben), había moderado sus opiniones sobre el tema.
No parece que sea así, a tenor de la manera en que representa al escritor vasco por medio del hijo menor de Miren. Gorka, como Arantxa, no está de acuerdo con la deriva abertzale de Joxe Mari y de su madre, y procura no participar, o hacerlo de manera discreta, en el ambiente de manifestaciones, asambleas, homenajes y visitas rituales a la herriko taberna que domina la vida social de los jóvenes del pueblo. Uno de sus refugios es la literatura, lo que le llevará con el tiempo a convertirse, además de en divulgador cultural de la cadena radiofónica que dirige Ramuntxo, en escritor… de literatura infantil y juvenil. Decisión que toma, claro está, para evitar los problemas que podría acarrearle tener que posicionarse sobre el tema: “Arantxa (…) lo animó a dedicar en el futuro sus mayores esfuerzos creativos a la literatura infantil. ‘Mientras escribas para niños, te dejarán tranquilo. Pero ay de ti, chaval, como te metas en líos de la tierra. En todo caso, si te da por escribir para mayores, pon tus historias lejos de Euskadi. En África o América, como hacen otros’” (pg. 345).

Dejando a un lado el mito de las subvenciones, sobre el que vuelve a insistir Aramburu, y que no creo necesario rebatir aquí, lo cierto es que esta es la visión simbólica que intenta dar de las letras vascas: la de una literatura infantilizada, escapista, incapaz de abordar temas de calado y, por lo tanto, de menor categoría que la que se escribe en castellano. Lo malo (para la tesis de Aramburu) es que la literatura euskaldún, como he intentado demostrar en el punto 2 de esta crítica, no responde a ese cliché, y se ha ocupado de los “líos de la tierra” desde hace mucho tiempo. Sobre todo, precisamente, desde el momento cronológico en que Gorka da comienzo a su carrera literaria, que estaría situado, según la novela, a finales de los años ochenta. Y eso sin meterme en el agravio comparativo que hace sufrir a la literatura infantil y juvenil, al considerarla incapaz, por naturaleza, de tratar temas “serios” o “comprometidos” (algo que podríamos debatir desde muchos ángulos, aunque, por el tema que nos ocupa, creo que es suficiente con mencionar Pikolo, un libro para niños de Patxi Zubizarreta, publicado en 2008, en el que se habla del conflicto a través de los ojos del hijo de un guardia civil de servicio en el País Vasco, con un grado de crudeza que poco tiene que envidiar el de muchas obras “adultas” y, desde luego, no tiene parangón, que yo sepa, en la literatura infantil escrita en español. Por cierto, hay traducción a este idioma, en Lóguez Ediciones).

10. Pirotecnias verbales y lenguaje “popular”; personajes y situaciones reconocibles con inmediatez y renuncia a explorar la gama de grises que suele ser el humus de la alta literatura; un posicionamiento político claro que impregna toda la obra y pretensión de exhaustividad; recurso al melodrama y acercamiento al “lado humano” de unos personajes sin fisuras; minimización de detalles referidos al contexto histórico y final esperanzador: me pregunto si entre algunos de estos parámetros alrededor de los que (a mi entender) se mueve Patria está la clave de su éxito de ventas y de su conversión en acontecimiento literario. Y la clave de los problemas que (también a mi entender) presenta como obra literaria, al menos para serlo de primer orden; en esto creo que mi reseña coincide con la que escribió hace unos meses Jabo H. Pizarroso para Estado Crítico, poco o nada divulgada. Porque yo situaría a Patria más en el plano de la literatura de consumo, que en el de la calidad que se le supondría a un libro que aspira a ser la Gran Novela de cualquier ámbito. Por poner algunos ejemplos comparativos, referidos a tragedias históricas de gran calado: si habláramos de la literatura acerca de la esclavitud afroamericana, Patria no sería Beloved, de Toni Morrison, sino Raíces, de Alex Haley; si nos refiriéramos al Holocausto, no sería Si esto es un hombre, de Primo Levi, sino El niño con el pijama de rayas, de John Boyne. Desde ese punto de vista, no es de extrañar que se haya anunciado con tanta celeridad el proyecto para convertir la novela en serie televisiva: el guión podría ser prácticamente la novela misma. Y que conste que esto no me parece, en principio, mal: el hecho de que muchos vascos, entre ellos muchos abertzales, hayan leído la novela y hayan rememorado, a través de ella, lo que han sufrido las víctimas en este país, me parece un buen síntoma, al menos desde el punto de vista social. Lo mismo podría decirse (aquí sigo a Alberto Moyano) de que alguien como el presidente Rajoy haya recomendado la lectura de una novela en la que las torturas llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad del estado aparezcan como un hecho habitual. En ese sentido, no dudo de que la novela (y la serie posterior: bueno, ya veremos qué conservan y qué dejan de lado de la obra original) tenga alguna capacidad para contribuir al proceso de paz, reconciliación y memoria por el que tiene que pasar este país. Pero el problema es que aquí estamos hablando de otra cosa: de Literatura.

11. Por cierto que el autor, cediendo a la moda de la autoficción y a la inclinación, tan actual, de insertar en la obra misma el sentido preciso en que le gustaría que fuera leída (tendencias que, por desgracia, también están en boga en la literatura contemporánea en euskera), incluye un capítulo, el 109, en el cual, durante el coloquio de una asociación de víctimas del terrorismo al que asisten Xabier y Nerea, en el que el autor mismo es ponente, nos ofrece las claves de la novela que estamos leyendo, y en el que incluye su deseo, expresado en tantas entrevistas, de que el libro contribuya a la derrota literaria de ETA (pg. 529). Afirma además el alter ego de Aramburu: “Escribí sin odio contra el lenguaje del odio y contra la desmemoria y el olvido tramado por quienes tratan de inventarse una historia al servicio de su proyecto y sus convicciones totalitarias” (pg. 528), algo que me parece loable, pero, en todo caso, evidente para cualquiera que haya llegado a ese punto de la novela. Y añade a continuación, modesto, en la misma página: “Pero también escribí, desde el estímulo de ofrecer algo positivo a mis semejantes, a favor de la literatura y el arte, por tanto a favor de lo bueno y noble que alberga el ser humano. (…) Procuré evitar los dos peligros que considero más graves en este tipo de literatura: los tonos patéticos, sentimentales, por un lado; por otro, la tentación de detener el relato para tomar de forma explícita postura política. Para eso están, a mi juicio, las entrevistas, los artículos de periódico y los foros [de víctimas del terrorismo] como éste”. Y los capítulos autojustificativos como éste, añadiría yo. Un capítulo que, contradiciendo lo que el mismo autor parece defender, detiene el relato para reafirmar la postura militante de la que parte la intentio auctoris.

12. Y ahí reside, para mí, el quid de la cuestión, o uno de ellos, al menos. Discrepo con César Aira cuando defiende que “la literatura no sirve para nada que no sea ofrecer el placer que produce”. No, la literatura sirve para algo más; si para mucho o para poco, es otra discusión. Pero la mejor literatura, la que (creo yo) más acaba sirviendo para algo más, es la que se escribe como si no fuera a servir para nada. O, al menos, la que no se escribe bajo la losa de su utilidad inmediata, sea ésta política, moral o económica. El hecho de que Patria no me haya convencido como obra literaria, tiene que ver, entre otras cosas, con eso.

22/3/2017
 

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Patria asesina versus patria colectiva. Sobre la novela “Patria” de Fernando Aramburu

12/03/2017


La crítica literaria de la novela “Patria” de Fernando Aramburu supongo que la harán personas más competentes que yo por lo que, a este respecto, me limitaré a algunos comentarios de lector para centrarme más en el universo social y político que nos dibuja.

La batalla del relato político

Si la novela de Fernando Aramburu ha tenido tanto éxito de ventas y crítica y causado tanto impacto será porque algo ha hecho bien pero, sobre todo, porque –dada la interesada promoción y las críticas laudatorias, muchas de ellas muy exageradas tanto en lo literario como lo político- le ha venido bien al stablishment, especialmente en la llamada batalla por EL relato sobre la situación dramática que se ha vivido en el País Vasco, pero también en España en los últimos 40 años.

Una batalla en parte inútil porque siempre habrá relatos en plural, y el que plantea Aramburu es uno más y, por lo que explicaré luego, bastante parcial y maniqueo, que mezclando prejuicios y verdades absolutas que no lo son tanto, nos presenta un país irreconocible que se parece, en los comportamientos colectivos, más a la Sicilia de la mafia y la omertá que a la sociedad vasca permanentemente movilizada desde 1978 protestando por los desmanes de uno y otro lado.

Toda esta ausencia en la novela lo convierte en un relato escrito con las tripas, de parte y con bastantes amnesias. Aramburu se refiere a su novela como aportación “a la derrota literaria de ETA”. Con ese mimbre como hilo conductor difícilmente se puede hacer un relato espejo. De hecho no se ha esforzado mucho en documentarse (por ejemplo, en épocas pues abarca demasiados años o en hechos políticos relevantes como fondo) pues le bastaba su mirada ficcionando sobre una localidad dibujada como carcelaria, cobarde y cómplice de criminales.

La recepción de la “crítica”, sospechosamente unánime especialmente en la Corte, responde al imaginario que desde Mayor Oreja se aventó por los medios como modelo de relato para explicar lo que ocurría en el País Vasco: una lucha sin sentido de unos criminales que tenían atemorizada a toda la ciudadanía y que quería destruir el Estado de Derecho.

Aramburu así, confiesa no entender: “No hay tal lógica. Es todo un delirio y probablemente un negocio” (pg. 417). A pesar de los centenares de páginas que he escrito en mi vida analizando, criticando y denunciando las acciones y estrategias de ETA nunca la definiría como “una organización dedicada al asesinato en serie” (pg. 69) porque es un carril que no permite explicar casi nada salvo la aplicación del código penal.

Aramburu se fue a vivir a Alemania en 1985, con 26 años y la novela trata de un periodo posterior, que vivió a distancia y que reencontraba, supongo, en sus visitas a Donostia y, sobre todo, en toneladas de información y de artículos de columnistas dedicados a crear un relato con un imaginario inducido y que podría resumirse así: todo es ETA (la izquierda abertzale por supuesto y se ilegaliza; al igual que la euskalgintza –movimiento por el euskera- puesta bajo sospecha... y se cierra Egunkaria); la izquierda abertzale no tiene otra idea en la cabeza que la Patria como identidad asesina; el nacionalismo tradicional consiente, es cómplice y obtiene las nueces del árbol que zarandea la violencia y, de paso, es la fuente primigenia de la que bebió ETA; la sociedad vasca está chantajeada, acobardada y enferma; el Estado es el Derecho y la ley, y las Fuerzas de seguridad, hagan lo que hagan, su baluarte. Este imaginario está implícito unas veces, explícito otras, en el discurso de la novela.

Ese relato, tan lleno de circunloquios, pasa por negar que haya un conflicto vasco (habitualmente se le reduce a una cuestión de presencia de la ideología nacionalista en una mayoría poblacional) siendo el único conflicto el que ETA creó y el Estado respondió, cuando lo cierto es que había dos conflictos tan distintos como relacionados: el político y general, y el armado y particular de un sector aunque nos afectaba a toda la población. Aquel tipo de relato negacionista ha hecho mucho daño (como en Catalunya) y vale para evitar poner en cuestión la “integridad territorial” o permitir preguntarse por la salud de la democracia misma.

Eso sí que es patria (española) y patriotismo no confeso, porque se le pone a la unidad patria por encima de la democracia y del derecho a divorciarse de ella, cosa que no le pasa al patriotismo vasco (sin ETA) que se basa precisamente en la democracia (hoy negada) de preguntarse y aceptar el resultado.

El título mismo arremete contra la “patria” (ahora que Podemos la revindica incluso para España) como causa última de la violencia ocurrida, sin pararse a pensar en la diferencia entre las patrias culturales, sociales y políticas satisfechas, y aquellas que sienten la frustración de no poder decidir sobre la suya propia. La Transición sin ruptura democrática nos trajo la imposibilidad de decidir más que en los límites de una Constitución que en Euskadi no se legitimó, y está en la base de la autojustificación que se dieron ETA m, ETA pm y Comandos Autónomos para proseguir con la estrategia armada después de 1977 haciendo un flaco favor a la generación de un movimiento popular nacional de corte solo civil, aunque en algunos temas (Lemoiz, Autovía) ETA sí tuvo un rol decisorio.

¿Se puede ridiculizar aquella frustración colectiva?. Claro!. pero al hacerlo se tocaron fibras muy sensibles porque afectaban a la identidad, al ser o no ser subjetivo, desde donde surgieron los demonios que hemos sufrido, invisibilizando el combate político colectivo y pacífico por una sociedad más libre e igualitaria y por unas instituciones más decentes que las del Estado.

Los ausentes

Aramburu nos describe en su libro, lo que ya comenzara en los relatos cortos de “Los peces de la amargura” (2006). Nos narra el sufrimiento oculto de las víctimas de ETA, el miedo al atentado, su aislamiento social en algunos lugares o el vacío a los familiares. Sin embargo lo hace desde el dibujo de un mundo dual en el que solo están ETA + Izquierda Abertzale versus candidatos a víctimas a las que no puede proteger el Estado y, en medio, como un coro mudo y comparsa, el miedo, la cobardía y el silencio general. Solo dos bandos y un solo conflicto (demócratas –violentos).

No fue así porque hace desaparecer del escenario al principal protagonista que siempre ha sido la inmensa mayoría de la sociedad vasca: las bases votantes del PNV, la capacidad reactiva del socialismo guipuzcoano, fenómenos como Elkarri o Gesto y su movilización constante, la trama amplísima de sociedad civil, mucha base de las izquierdas abertzales que renegaba de ETA, los resultados electorales, las instituciones funcionando, las decenas y decenas de manifestaciones o concentraciones contra atentados y secuestros de ETA ya desde finales de los 70.

Todo ello está alejado del unanimismo social proetarra o acobardado que se dibuja injustamente, aunque también es cierto que esa sensibilidad –que ni siquiera estaba presente en las filas socialistas en los 80- para el sufrimiento de una parte de las víctimas, comenzó solo a principios de los 90 cuando además de militares, policías y guardias civiles, y supuestos colaboradores y narcos, pasaron a ser víctimas también empresarios y políticos electos. Quizás influyó –es una hipótesis- que la amenaza se cernía sobre la propia urdimbre social y no solo sobre la gente de armas, vista como un cuerpo social ajeno.

En la novela no hay ni rastro ni eco de una sociedad movilizada por causas varias (Autovía, OTAN, objetores, huelgas obreras…) desde los 70 hasta los 90 mientras en España se vivía el desencanto, la pasividad y la anomia social. No están la movilización contra las violencias de cada momento ni los ensayos sociales para erradicar a ETA o avanzar en el derecho de decisión (Lizarra 1998, Loiola 2006…). La sociedad vasca ha sido durante décadas la más viva, de mejor criterio y más politizada de todo el Estado.

Así que la intención de introducir el sentido de culpa colectiva, como en Alemania tras el nazismo (Juaristi, Savater, Varela...) debería pinchar en hueso porque la película narrada es una fantasía, eso sí con pinceladas de verdad, hasta confeccionar un discurso de posverdad. Lo siento, pero las culpas a los que las tengan; y está bastante distribuida aunque en distinta dimensión, entre los autores de hechos inapelables (muertos, heridos y amenazados) bastante más producidos en una parte (ETA) que en otra (GAL y abusos policiales) pero, sobre fondos contextuales (no justificativos) de un Estado y partidos de orden sosteniendo una democracia de bajo perfil, con derechos negados de forma reiterada frente a voluntades colectivas y mayoritarias.

Se podrá decir que la de Aramburu es solo una historia local, (aunque no la mencione parece Hernani), sin pretensión de retrato general de Euskal Herria, pero lo desmienten la significación del conjunto de localidades elegidas para la trama (a añadir Rentería y Donostia), los personajes, las relaciones sociales descritas, el cura, los etarras, la izquierda abertzale, los acontecimientos del antes y después, las vivencias de los personajes de origen español, el accidente de los familiares del preso, la presencia de la tortura o el discurso vicario del propio escritor en el alegato para una causa general (pg. 551) sobre los años de plomo.

Pero para ser justos, hay otro esquematismo maniqueo que se manejó en uno de los otros bandos, y fue el de la izquierda abertzale, hasta fechas cercanas con sus “conmigo o contra mí”. Recordemos. Tras el distanciamiento social por la bomba de Hipercor (1987), el Pacto antiterrorista de Ajuria Enea (1988) y el fracaso de Argel (1989), la izquierda abertzale oficial intentó la recuperación de la hegemonía social perdida al final de los 80 (en lenguaje, imaginarios, actitudes y raíces sociales). Pero recurrió para ello a un terreno imposible y que chocó con la sociedad: la coacción social (contramanifestaciones o contra concentraciones con visos de enfrentamiento social) y la kale borroka, amparadas en la pretensión de “socialización del sufrimiento” que propugnaba la ponencia Oldartzen de HB (1994). Las acciones de ETA en esa década pasaron a ser menos numerosas, más selectivas y de más impacto tales como los secuestros prolongados y muy dolorosos para la psique social, culminando con la barbarie del secuestro de Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997. El resultado fue el choque frontal con la sociedad vasca casi entera, la ofensiva antinacionalista de Mayor Oreja y Redondo Terreros que fue vista como una amenaza por el nacionalismo moderado y el surgimiento del acuerdo de Lizarra en 1998 (nacionalistas, Ezker Batua, izquierda radical, organizaciones de sociedad civil) que trajo una tregua de año y medio pero no la paz.



Trama que atrapa y personajes dudosos

La novela es eficaz, de las que atrapa al principio –luego bastante menos-, revela sufrimientos, interpela, hace sentir y solidarizarte, con personajes variados y múltiples tramas derivadas. De estilo ágil, de capítulos cortos y frases aún más cortas y lenguaje rotundo y austero, sus excesivas 640 págs. se leen unas veces con facilidad, y otras con dificultad, por los problemas para reconocer épocas, sus continuos flashbacks, sus cortes a veces artificiosos, sus bastantes reiteraciones y dèja vus en la propia novela o un narrador que, a veces, no se sabe quién es. No es “un libro que durará para siempre” como se ha dicho.

Los dos personajes principales (Bittori y Miren, las temibles matriarcas, esposas de unos maridos simplones pero buena gente) a veces parecen el mismo personaje (en versión perversa- abertzale la una y taimada la otra). Rinden culto al mito del matriarcado pero, por excesivas, no reconocemos ahí a nuestras madres aunque es más que lícito en una novela.



Entre los que son más burdamente descritos están ¡casualidad¡ el militante de ETA Joxe Mari y sus amigos, de los que dibuja una cruel caricatura (pg. 172). Les despoja de humanidad e inteligencia sin reconocer su militancia y sacrificio –estén equivocados o no- convertidos en puros matones, criminales y llenos de testosterona (pg. 440) o de competitividad (“ganar puntos en la organización“ pg. 495) o manteniendo conversaciones increíbles entre dos miembros de ETA (“cuando tengamos la sartén por el mango entonces bailarán al son de nuestra música”, pg. 496). La verdad es que Aramburu no hubiera dibujado así a los militantes socialistas y comunistas de los años 30 que, por cierto, con frecuencia se liaban a tiros con los del PNV, y viceversa.

Mucho alejamiento de la realidad tiene Aramburu cuando les atribuye actitudes de homofobia (pg. 582 y 621) que están radicalmente proscritas del ideario abertzale desde hace muchos años (“La muerte de Mikel” de 1984 fue el antídoto). Al igual que el dibujo de xenofobia anti-inmigrado español (pg. 173) hace poca justicia a los intensos mestizajes de la población vasca ya desde los 50, mucho más intensos, por ejemplo, que en Catalunya; ello al margen de que en las mentalidades más tradicionales queden restos del maketismo y que Aramburu nos trae a colación (“No es vasca pero bien”, o sobre la fisioterapeuta que no habla euskara “pero en este caso no importa“, o con la ridícula paga a la asistenta latinoamericana Celeste “son pobres. Ella sabrá agradecerlo” dice Miren la perversa en págs. 25, 28 y 66).

En ningún momento trae a colación el componente de izquierda en el ideario de la izquierda abertzale. Incluso el único sindicalista que aparece en el libro -de LAB- lo dibuja como un canalla desagradecido, matón y estúpido que pasa información sobre su propio patrón (pg. 447) sin percatarse de que si lo matan perderá el puesto de trabajo.

Peor rollo se trae con el odioso cura Don Serapio, con un perfil imposible de justificador de la lucha armada (pg. 313 ) y culpabiliza a Bittori por ser víctima, recomendándole que no vuelva al pueblo a pesar del alto el fuego de 2011 para “no entorpecer el proceso de paz” (pg. 120). En fin, cartón piedra. Y desde luego no hace justica a la Iglesia popular vasca que, si en el franquismo fue fuente de rebeldía, en democracia propugnó en su muy inmensa mayoría la no violencia, compatibilizada con la defensa de los derechos políticos de la colectividad. Seguramente junto a la sociedad civil potente y que se enfrentó al Estado y a ETA, fue un factor que impidió que nos convirtiéramos en una comunidad inviable y fracturada y preparó el camino al fin de ETA que, aunque les cueste a algunos aceptarlo, ha sido menos (que también) una derrota policial que el resultado de un aislamiento social, incluido el riesgo de marginación y de fractura que la izquierda abertzale percibió ya en 2004 (discurso de Otegi). Ahora bien ¿puede haber un cura descerebrado como Don Serapio?. Puede, pero éste lo ha fabricado Aramburu como personaje.

Indicativo de la mentalidad de Aramburu es atribuirle al obispo (y no puede ser otro que Setién) sin venir a cuento como personaje que “este señor solo practica la misericordia con los asesinos” (pg. 489) lo que es una calumnia para quienes hemos seguido (desde el ateísmo) su ponderada e incómoda trayectoria y su amplia y digna obra escrita.


Otros personajes (Arantza, Xabier, Nerea, Gorka…) tienen perfiles más cercanos y reconocibles. Y todos ellos mediante trazos rápidos y eficaces aunque sin las finas profundidades sicológicas de los personajes de Ramón Saizarbitoria, por ejemplo.

Un debate sobre la responsabilidad de escritores y periodistas

Cito a Saizarbitoria con intención, porque en su debate-encontronazo con Aramburu en 2011 (Feria del Libro de Guadalajara) y reiterada en un debate el 4-11- 2016, este último dijo que «los escritores en lengua vasca están subvencionados y no son libres» mientras que «Yo puedo explicarme con total libertad». ¡Vaya injusta arrogancia!. No mencionó que, de partida, sus colegas y compatriotas voluntariamente se han empeñado en crear desde una literatura casi inexistente, que se ciñen a un primer “mercado natural” de un millón de hablantes en euskera (que en realidad solo una muy pequeña parte lee novela en euskara) mientras que el mercado potencial de Aramburu supera 470 millones de hablantes, además de tener más facilidades para ser traducido a otros grandes idiomas con accesos a muchos más premios y editoriales.

Estuvo fuera de lugar por su parte reprochar en ese debate que la violencia no ha golpeado por igual a unos (escritores euskaldunes) y a otros (autores en castellano) como si los autores se hubieran decantado idiomáticamente para protegerse, o habría que culpabilizarse por no haber sido objetivo de ETA, o no habría habido denuncias severas desde ese campo (Atxaga, Lertxundi, Muñoz, Zaldua, Cano o Saizarbitoria) en los peores años de plomo, arriesgando ser vistos como equidistantes (y boicoteados) en “Madrid” (como le pasó a Julio Medem por su valiente “La pelota vasca”) y, al mismo tiempo, perder lectores en euskera -muchos de ellos de izquierda abertzale-. Al fondo -y lo dice uno que piensa que también hay una (buena) literatura vasca en castellano- los complejos o las fobias sean idiomáticas, culturales o patrióticas… son malas consejeras.

El comentario anterior viene a cuento. En su novela Gorka y Ramuntxo, periodistas de una emisora en euskara de Bilbao de la época (solo había una en Bilbao y era de la Iglesia) peroran: “¿Te imaginas que tú y yo condenáramos mañana en la radio el asesinato de hoy? Antes del mediodía nos habrían cortado la subvención o nos pondrían de patitas en la calle” (pg. 462). Esa foto es tan imposible como injusta. Falsa porque es inconcebible que Gobierno Vasco o la Diputación de Bizkaia (PNV) pudieran condicionar subvenciones a no denunciar a ETA cuando las propias instituciones lo hacían. Injusta porque mayoritariamente el periodismo –en castellano o euskera- hilaba más grueso que fino frente a ETA también en la época y todos los días, fuera por convicciones o fuera porque le temían más a los dueños de los media, muy mayoritariamente decantados no solo contra ETA sino contra el nacionalismo. Es no conocer el país del que habla.

Precisamente lo que se echó más de menos en la época fue un periodismo comprometido y sin equidistancias que mirara al fondo de los conflictos: las violencias, incluida en primer lugar la de las organizaciones armadas, y la degeneración del estado de Derecho, que se profundizó con la bendición moral de algunos intelectuales antaño rojos y luego blancos, con su rendición a Leviatán. Algunos (Ortiz, Ferrer, Ibarra, Estornés, Lasagabaster, Yanke, Zallo…), por ejemplo, lo intentamos hasta entrando en el consejo editorial en el primer El Mundo de El País Vasco (1994-1996) hasta que vino la alianza Aznar –PedroJota. Y tantos otros que podría enumerar, Portell entre otros (otro puente).

Hechos dolorosos a recordar

¿Se mató a empresarios por no pagar la extorsión? Sí, aunque en el caso de Txato no encaja que no tuviera vía para negociar su situación.

¿Hubo miedo?. Sí y mucho, y afectó a muchos de nuestros compatriotas que debían llevar escolta incluso cuando quedábamos a comer. En mi caso cuando asesinaron a Lluch (2000) -con el que compartí tertulia radiofónica el mismo día que le mataron- empecé a mirar durante meses debajo de mi coche, porque también asumía una cierta condición de puente entre las banderías. ¿En la estrategia de fuga hacia delante de ETA estaba la de volar los puentes? A saber. La reacción social fue tan contundente y sana, especialmente en Catalunya, que ese camino se cegó.


¿Hubo espiral del silencio? (“Nunca hemos sido nacionalistas. Pero es mejor que aquí nadie se entere” (p 126). Sin duda y más especialmente en algunos pueblos. Pero de ahí a que nadie, ni los trabajadores, fueran al entierro de Txato o que la gente no sepa o sospeche cómo piensa el de al lado incluso en los pueblos pequeños, o que el vacío a un amenazado y a familiares sea general, es donde ya se entra en un territorio imaginario.

Y si miráramos también al otro lado ¿Hubo hostigamiento policial y judicial con suspensión del Estado de Derecho para una franja social entera: la “izquierda abertzale”, más allá de ETA? Lo hubo. La población en general vivimos traumatizados años y años por las acciones de ETA y por las respuestas del Estado que no distinguía entre derechos y represiones mientras la Justicia tampoco hacía (hace) honor a su nombre.

Llamativamente -y hay que agradecerle a Aramburu la valentía- como autor nada sospechoso describe con detalle (p 505-509) el calvario de la tortura y deja ver que era sistemática y rutinaria, en Intxaurrondo y la Dirección General de la Guardia Civil de Madrid, incluyendo la mecánica del médico forense garantista para llamarse “andana” ante la piltrafa machacada que tiene delante, o del juez instructor (Garzón fue de esos) que ante la queja del torturado contesta con un aquí no toca: “presente la denuncia correspondiente en el juzgado”(510). Tantos años los “constitucionalistas” españoles y vascos mirando a otro lado a pesar de 5.000 denuncias alegando que denunciar era una consigna de ETA y ahora resulta que uno de los suyos dice que sí, que era así, y que el Estado de Derecho tenía sus cloacas y que las 9 condenas por torturas en 40 años nos hablan de otra espiral de silencio. A Aramburu si le creerán pero seguro que no se investigará.

Se cierra el círculo narrativo de la novela con la figura del arrepentimiento (y la ambigüedad sobre el perdón) simbolizado en las consecuencias de la violencia y en la vida fracasada de Joxe Mari. La cárcel cumple su función redentora-destructora personal y su objetivo político de vencedores y vencidos. Michel Foucault lo tenía claro.


La sociedad vasca es consciente de que los errores estratégicos, gravísimos hasta el crimen, de ETA pueden ser una vacuna social para un nunca más, y que es posible escribir el presente y el futuro con otros mimbres tejidos desde la centralidad de los derechos humanos y la pura fuerza social y política. Quizás la izquierda abertzale llegue algún día a la conclusión de que lo mejor de su corriente era su gente y su peso social, sin que necesitara al primo de Zumosol que, ya desde fecha temprana, la maniató pasando a ser su problema y no parte de la solución.

De hecho, está recuperando poco a poco peso y, al lado, apoyando un giro social a la izquierda, milita otra corriente nueva –Podemos- con su propia filosofía. ¿De quién es la derrota entonces? Hay que acotarla porque ese Ícaro vuela de nuevo, tras liberarse del plomo y sus alas negras, y volará más ligero y alto si hace memoria sincera y liberadora sobre lo que pasó. Y si no lo hace, lo haría la Comisión de la Verdad que proponemos desde las organizaciones memorialistas partiendo de la fecha en la que se iniciaron los crímenes de lesa humanidad: 1936 a 1977, y a las que acompañaron violencias injustificables y sin cuento hasta llegar este momento, 2017, en el que pueda cerrarse el relato plausible y diverso sobre lo ocurrido, y alumbrar otra convivencia y otro futuro.

Ramón Zallo

Catedrático de la Universidad del Pais Vasco-EHU

 
Nótese que ambos críticos han leido la obra párrafo a párrafo, mencionando ejemplos y las páginas donde se encuentran, no lo critican porque sí, como hicieron muchos medios españoles con la película "La pelota vasca", de Julio Medem, una adelantada al proceso de paz y fin de ETA.

Abro el tema para hablar de la obra como el gran best-seller en que lo han convertido.
 
Otras muchas novelas anteriores a Patria que se publicaron tratando el mismo tema desde una perspectiva más compleja y menos estereotipada, por Iban Zaldua
Un paseo por la Zona Negativa (I)

Sobre la huella literaria de la violencia en el País Vasco antes de ‘Patria’: una selección de autores euskaldunes y sus obras sobre el conflicto vasco.

IBAN ZALDUA
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20 DE OCTUBRE DE 2017

Todos sabemos que antes del año 0 de Patria nadie se había atrevido a hacer literatura en torno al ciclo de violencia que el País Vasco ha padecido desde la década de los sesenta del pasado siglo. Ni siquiera el propio Fernando Aramburu, cuyos anteriores libros sobre el asunto –Los peces de la amargura, Los años lentos y, más tangencialmente, Fuegos con limón– es como si tampoco hubiesen existido nunca.

Sin embargo, en un universo paralelo –al parecer tan inaccesible desde el nuestro como La Zona Negativa de los tebeos de los Cuatro Fantásticos–, sí que se ha escrito sobre el tema, tanto en castellano como en ese otro idioma, el euskera o vascuence, que, pese a todas las leyendas, no se representa en Lineal A o algún otro alfabeto indescifrable, sino que pueden leer al menos unos setecientos y pico mil de todos esos ciudadanos que cantan y bailan a ambos lados del Pirineo –como dicen que decía Voltaire de los vascos–, y pasmosamente, se puede traducir y, de hecho, se traduce a los grandes idiomas de la República Mundial de las Letras, entre ellos el español.

LA LITERATURA EN EUSKERA, MINORITARIA Y MINORIZADA, NO LLEGA A UNA CIERTA MAYORÍA DE EDAD HASTA FINALES DE LOS OCHENTA, CUANDO LOGRA UNA CIERTA AUTONOMÍA CON RESPECTO AL COMPROMISO NACIONAL-CULTURALISTA

El Ministerio de CTXT me ha pedido que haga una selección, por fuerza muy personal, de autores euskaldunes y sus obras sobre el conflicto vasco, o, tal y como nos hemos empeñado en denominarlo gentes como Jokin Muñoz o yo mismo, La Cosa. (La amnesia aramburiana también afecta, al menos en parte, a no pocas obras en castellano, por ejemplo de Raúl Guerra Garrido, de Ramiro Pinilla, de Luisa Etxenike, de Juan Bas, de José Manuel Fajardo, de Jorge M. Reverte, etc., pero el del vascuence es el campo que conozco mejor, y, además, es el más menospreciado por la citada amnesia. Con mucho). Así que me calzo la escafandra, abro el portal que me lleva al Área de la Distorsión, y voy recogiendo una serie de muestras, por supuesto incompleta, que voy a intentar glosar. Pese a lo caótica que suele ser la Zona Negativa, hoy es mi día de suerte y la mayoría de las referencias, aunque no todas, van apareciendo en orden cronológico ascendente, y así es como las voy depositando en mi zurrón positrónico, y como las intentaré catalogar al verterlas al artículo que escribiré posteriormente, cuando regrese de mi excursión interdimensional.

Los pioneros

Lo primero que me encuentro es Cien metros, de Ramon Saizarbitoria. Esta novela breve, que tenía que haber visto la luz en 1974, pero no fue publicada hasta 1976 (Editorial Kriseilu) y fue secuestrada por las autoridades franquistas –con el consiguiente quebranto económico para editores y autor–, marca el comienzo, al menos en el campo de la narrativa, del subgénero literario de La Cosa vasca, y lo hace, creo yo, a un buen nivel literario: pese a que el contexto no era el más propicio, no es en absoluto una novela panfletaria. Narra, en varios planos –la influencia del experimentalismo vanguardista de la época es clara–, los últimos metros en la carrera de un militante de ETA herido de muerte por la plaza de la Constitución –entonces plaza del 18 de Julio–, en un San Sebastián despreocupado y tan entregado como hoy a su vocación turística. Acaba de ser reeditado en castellano por la editorial Erein (2017), con una portada horrible y un prólogo a evitar (entre otras cosas, por los spoilers: quizá habría sido preferible utilizar las notas que el propio autor escribió para la última reedición en euskera).

Un poco más allá aparece Grand Placen aurkituko gara (Haranburu Editor, 1983), de Mario Onaindia. Fue la segunda novela del antiguo miembro de ETA y dirigente –entonces– de Euskadiko Ezkerra, y la más directamente ligada, de las suyas, a La Cosa. Un activista recién amnistiado espera en una terraza del centro de Bruselas, donde va a reencontrarse con su familia: la novela recoge en paralelo lo que le pasa por la cabeza y una carta que le está escribiendo su compañera, lo que tiene su punto, porque hace aparecer, bastante pronto, el punto de vista de las mujeres –de una mujer– en el conflicto, dentro de un subgénero literario que, por su naturaleza –no pocas veces ha versado sobre “nuestros muchachos”…–, ha solido ser muy “masculino”, como insistiré más adelante. Situada en 1977, se publicó en el contexto de la autodisolución y reinserción de ETA político-militar, y se nota. Aunque creo que es la mejor de las novelas de Onaindia, me temo que no ha envejecido del todo bien; no tan bien como Cien metros, eso seguro. Tuvo traducción al español, Grand Place (Akal, 1985), y se puede encontrar en algunas bibliotecas y, por lo que veo, bastante barata además, en IberLibro.com.

Caramba: la siguiente obra que voy a mencionar es ya de la década de los noventa. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que en los años de plomo, los de mayor violencia y tensión por parte de ETA –y por parte del Estado–, no se escribió nada sobre La Cosa? Pues sí, en parte es así. Pero eso, más que con el conflicto en sí, creo que tiene que ver con la dinámica propia de una literatura en formación: hay que recordar que la literatura en euskera, minoritaria y minorizada, no llega a una cierta mayoría de edad, pongamos, hasta finales de los años ochenta, cuando logra una cierta autonomía con respecto al compromiso nacional-culturalista que había sido, hasta entonces, uno de sus principales motores. En cualquier caso, yo diría que sí, que vale, que el mito de que la literatura en euskera ha eludido el tema proviene de esta época, como señalaba en mi ensayo Ese idioma raro y poderoso (2012). Aunque, en realidad, no lo hace: hay buenas obras que tratan el tema en la época, pero tan indirectamente que no creo que puedan ser consideradas novelas sobre La Cosa, como Hamaseigarrenean aidanez, de Anjel Lertxundi(Erein, 1983), la historia de un apostador rural que, en uno de sus lances, muere, entre el silencio cómplice de todos los que le jalean durante el juego… un silencio y una connivencia con los que, como el propio autor ha defendido en más de una ocasión, pretendía hacer referencia a los de la sociedad vasca ante su tragedia política; y algunas bastante flojas, como Exkixu, de José Luis Álvarez Enparanza ‘Txillardegi’ (Elkar, 1988), una novela de aventuras, fallidamente barojiana, sobre la formación y la “carrera” de un militante de ETA, y que fue, seguramente por desgracia, best seller entre el público escolar de secundaria durante gran parte de los años noventa (un tema digno de estudio, por lo tanto, más desde el punto de vista sociológico que del literario; bueno, fijo que también es muy goloso para los conversos a los Cultural Studies, teniendo en cuenta que su autor fue uno de los fundadores de ETA…). O como Mugetan, de Hasier Etxeberria (Elkar, 1989), un intento temprano y también raté de aunar novela negra y La Cosa. Mi hipótesis es que no escribir de La Cosa, en la época, era también una manera de criticar la deriva del llamado “conflicto vasco” en aquellos años: reivindicando la autonomía literaria por medio del intimismo, del vanguardismo o del realismo mágico a la vasca, o dándole la vuelta al viejo costumbrismo rural, como hicieron, entre otros, Arantxa Urretabizkaia, Bernardo Atxaga, Pako Aristi o Inazio Mujika. Pero lo cierto es que, si echamos un vistazo a la literatura en castellano de la época, sea vasca o sea española, tampoco me salen tantos buenos libros que traten del asunto, de manera que no sé…

La crudeza del conflicto hace su aparición, o una sociedad civil dividida

HA HABIDO UNA CIERTA TENDENCIA A PRESTAR MÁS ATENCIÓN A LA FIGURA DEL VICTIMARIO, SOBRE TODO A LA DEL MILITANTE DE ETA. ESO SÍ: SE HA HECHO MUCHAS VECES DESDE UN PUNTO DE VISTA MUY CRÍTICO

Etorriko haiz nirekin?, de Mikel Hernandez Abaitua (Elkar, 1991). Los noventa se abren con esta ambiciosa novela en torno a Alberto, profesor universitario, sus cartas y visitas a un amigo preso, sus relaciones familiares, las amenazas que recibe… Pero es también una de las primeras que encara la violencia de ETA en toda su crudeza –aunque también la de la policía y el Estado en general–, lo que en su día le trajo al autor no pocas críticas, amenazas y problemas personales; por cierto, hay traducción al castellano (¿Vendrás conmigo?, Centro de Lingüística Aplicada Atenea, 2010). Aunque pienso que, en esa misma línea de ahondar en los efectos de la violencia en los distintos ámbitos de la sociedad vasca –Patria no inventa nada, en ese sentido–, es algo mejor su siguiente novela “cosística”, Ohe bat ozeanoaren erdian [‘Una cama en medio del océano’] (Erein, 2001), aún no traducida. En esta misma línea creo que merece una mención también Ur uherrak, de Aingeru Epaltza (Pamiela, 1991). A primera vista no parece una novela de La Cosa (no es una “novela terrorista”, es decir, sobre ETA, que sería el sub-subgénero más inmediato dentro del subgénero Cosa). Pero las historias que hila en torno a los peculiares habitantes de un pequeño pueblo de la montaña navarra, entre los cuales destacan un bertsolari retirado y la hija mulata de un antiguo emigrante que ha regresado de Norteamérica después de haber luchado en la guerra de Vietnam, se desarrollan en un ambiente que predice con dolorosa precisión el enfrentamiento civil que sacudió a la sociedad vasca sobre todo a partir de los años noventa. También de esta hay traducción al castellano, con el título de Agua turbia(Pamiela, 2013, aunque la editorial de Eva Forest y Alfonso Sastre, Hiru, la publicó en este idioma por primera vez en 1995).

Los fantasmas del pasado nunca se desvanecen

Gizona bere bakardadean, de Bernardo Atxaga (Pamiela, 1993). Creo que es muy significativo que tras el éxito de su libro de cuentos Obabakoak (Premio Nacional de Narrativa en 1989), Atxaga se atreviera con algo en principio tan incómodo como La Cosa, tanto de cara al mercado “interno”, como al “externo”. De hecho, sigo pensando que es la mejor novela –la más novela– de un autor cuyo territorio natural, en prosa, es el del relato. Algo que logra a través de una mezcla de intriga y elementos semifantásticos, una suerte de thriller extraño en el que el protagonista, Carlos, antiguo miembro de ETA “retirado”, que regenta un hotel en las cercanías de Barcelona, ve turbada su tranquilidad por la llamada del pasado: la llegada de unos activistas en fuga que buscan refugio en su hogar en vísperas del Mundial de fútbol de 1982. Es una buena novela sobre el fracaso de las ilusiones militantes, un tema recurrente en las ficciones sobre La Cosa; la actual edición en venta, en castellano, es la de Alfaguara (El hombre solo, 2006), que sustituye a la previa en Ediciones B (1995). Aprovechando que el Ibaizabal pasa por Durango, creo que la primera novela de Atxaga tiene más de un paralelismo con la que casi una década después publicó Joseba Sarrionandia, su compañero de fatigas en la revista vanguardista Pott y el evadido más famoso de La Cosa vasca: Lagun izoztua (El amigo congelado) (Elkar, 2001). Es un libro que, aunque comparte en ocasiones el ambiente onírico que desprende El hombre solo, se centra en el tema del exilio o el destierro de los militantes de ETA, en el contexto de un mundo cada vez más globalizado; sin embargo, creo que como novela funciona algo peor que la de Atxaga, aunque tiene pasajes hermosos (Sarrionandia es otro poeta/cuentista metido a novelista…); no hay traducción al español, pero sí al alemán (Der gefrorene Mann, Blumenbar, 2007). Años después de El hombre solo, y dejando a un lado la novela corta Zeru horiek (Erein 1995; Esos cielos, Ediciones B, 1997), Atxaga hizo un intento, más ambicioso, de explorar las raíces históricas de la violencia vasca en Soinujolearen semea(Pamiela, 2003), es decir, El hijo del acordeonista (Alfaguara, 2004), la novela que, por desgracia, dio lugar al vergonzoso episodio de censura conocido como caso Echevarría, que no puedo resumir aquí. No estoy de acuerdo con el severo juicio del crítico Ignacio Echevarría: pese a lo discutible que pueda parecerme la fórmula “ETA fue consecuencia del bombardeo de Gernika”, con la que podría resumirse –caricaturescamente– la tesis de la novela, creo que tiene aspectos muy reivindicables, sobre todo los referidos a la microhistoria de la guerra civil o el estremecedor episodio de las torturas.

El retorno

Hamaika pauso, de Ramon Saizarbitoria (Erein, 1995). El donostiarra rompió su prolongado silencio –no publicaba nada desde 1976– con una de las novelas cumbre sobre La Cosa y lo que supuso el desarrollo del nacionalismo de izquierdas en los años sesenta y setenta. Se trata de la crónica de la memoria y la desilusión que vivió la generación de los fusilamientos de septiembre de 1975, cuyos tres ejes son un personaje, el perdedor Iñaki Abaitua, el fusilamiento de un activista de ETA, Daniel Zabalegi –trasunto literario de Angel Otaegi–, y la némesis del protagonista, el también etarra Ortiz de Zarate. Con su rigor literario, su labor de reconstrucción de la memoria y su tratamiento del tiempo, es probablemente la mejor novela sobre la época y, desde luego, la más exigente desde el punto de vista literario; la tradujo Jon Juaristi como Los pasos incontables(Espasa-Calpe, 1998). El acercamiento que hace Saizarbitoria a la cuestión en Martutene (Erein, 2012; también hay traducción al castellano, de 2015) quizá no sea tan directo: en primer plano se sitúa, en apariencia, el tema de la crisis de la pareja contemporánea y las siempre difíciles relaciones entre hombres y mujeres. Pero, a la postre, se trata de una novela acerca de las consecuencias degradantes y paralizantes que el problema de la violencia ha tenido en la sociedad vasca a lo largo, sobre todo, de las décadas de los 90 y 2000: el personaje de Julia –no estoy incurriendo en ningún spoiler– es clave en esta lectura. Es una lástima que la edición en castellano de Erein haya tenido una distribución tan limitada en el mercado español.

A veces, cuando vuelo entre unicornios en el país de la piruleta, quiero pensar que los problemas de marketing que padecen las pequeñas editoriales que se dedican a traducir libros en euskera son la causa de que muchos de los próceres españoles que tienen la voz y la palabra sobre el tema ignoren que en lengua vernácula se ha escrito, y no poco, sobre La Cosa. Pero en cuanto vuelvo al mundo real me doy cuenta de que no es motivo suficiente y se me ocurre que alguna dosis de mala fe también tiene que haber…

¿Se puede hacer humor sobre La Cosa? Sí, se puede

Kontaktua, de Luistxo Fernandez (Elkar, 1996). Ahora que estallan polémicas estúpidas como la de la denuncia contra la publicidad del producto audiovisual Fe de etarras, no viene mal recordar que en una fecha tan temprana como esa de mediados de los noventa alguien se atrevió a hacer humor –negrísimo– a costa del tema. Y en un momento tremendo, como fueron las fechas posteriores al atentado contra Gregorio Ordóñez –al que se alude en el relato– y los comienzos de lo que se dio en llamar la “socialización del sufrimiento”. Un estudiante de postgrado, en plena encerrona de tesis, es confundido en el bar que frecuenta con el “contacto” de ETA en la zona y abordado insistentemente por un loco, que pretende alistarse en la banda. Es una especie de hápax literario: en realidad se trata un cuento largo que, por su excepcionalidad, mereció su publicación como librillo –a la manera de aquellos de Alianza 100–, y es, hasta ahora, la única ficción de su autor, pero que, para mí al menos, es el punto de partida literario del uso de las tramas humorísticas en el tratamiento del tema. Puede que por casualidad, o puede que no, el siguiente año Xabier Mendiguren, director literario de la editorial Elkar, publicó una novela de espíritu humorístico, Berriro igo nauzu (Elkar, 1997; Mi vieja montaña, Hiru, 2000), sobre el regreso a casa de un preso de ETA tras haber cumplido su condena: su arranque, tan irreverente como escatológico, no tiene continuidad, por desgracia, en las siguientes páginas, en las que da la impresión de que al autor le entra miedo a traicionar demasiado a Euskal Herria, de manera que empieza a discurrir por derroteros más trillados –siempre desde el punto de vista abertzale–, y acaba desinflándose con rapidez.

Las chicas (también) son guerreras

Koaderno gorria, de Arantxa Urretabizkaia (Erein, 1998). Un mundo tan masculinizado, incluso tan cipotudo como el de la literatura de La Cosa necesitaba oxigenarse, y este es, probablemente, el intento más serio en ese sentido, de entre las obras publicadas en la década de los noventa. Una vez más nos enfrentamos al fin de las ilusiones revolucionarias y al absurdo del conflicto, en este caso de la mano de una abogada encargada de entregar el cuaderno que ha escrito una activista de ETA a sus hijos, a los que el padre se llevó años atrás a Venezuela, tras romper con su compañera y sus ideales. De estructura sencilla pero eficaz –pasamos alternativamente de las reflexiones y las idas y venidas casi detectivescas de la abogada, al discurso del cuaderno de la terrorista, que la encargada de custodiar lee a hurtadillas–, creo que es la última gran obra de una de las autoras que lideraron la modernización de la literatura en euskera (hay traducción al español: El cuarderno rojo, Ttarttalo 2003). No están a la misma altura, pero creo que cabe recordar en este contexto otras dos obras de autoras muy reconocidas en el País Vasco. Por una parte, la novela epistolar Nerea eta biok, de Laura Mintegi (Txalaparta, 1994; existe traducción al inglés: Nerea and I, Peter Lang Press 2005), historia de un amor lésbico en el contexto del mundo de los presos vascos. Un subgénero dentro del subgénero –el de la literatura carcelaria– que, inevitablemente, ha producido muchas obras literarias de denuncia, y no solo en el campo de la narrativa (recordemos los Kartzelako poemak de Joseba Sarrionandia, sin ir más lejos). Y, por otra, Hiruko (Alberdania, 2003), de la vascofrancesa Itxaro Borda, una obra muy crítica con el mundo de la izquierda abertzale, formada por un relato largo, una obra de teatro breve y un ensayo –Trío–, que nos ofrece una mirada periférica, distinta de la que podemos recibir a través de los escritores varones del País Vasco peninsular, que, como se ve por las muestras recogidas durante esta expedición, son los que más han publicado sobre el asunto.

Visto lo visto hasta ahora: ¿puede decirse que la literatura en euskera ha llegado tarde al tema de La Cosa? Dado que la primera novela importante en castellano sobre el tema, Lectura insólita de El Capital, de Raúl Guerra Garrido, se publicó en 1977, yo no diría que ha habido un retraso significativo; no creo que la literatura en euskera tenga mucho de qué avergonzarse en ese sentido. Sí es posible, como he señalado e intentado explicar ya, que la producción literaria de los años ochenta sea, en lo que a La Cosa se refiere, un poco floja tanto en cantidad como en calidad. A eso habría que añadir la acusación que a veces se hace contra la literatura en euskera de que no ha prestado suficiente atención a las víctimas (de ETA). Eso, ya lo hemos visto aquí mismo, no es del todo verdad. Pero sí que es cierto que ha habido una cierta tendencia a prestar más atención a la figura del victimario, sobre todo a la del militante de ETA. Eso sí: se ha hecho muchas veces desde un punto de vista muy crítico, sobre todo en las mejores obras, como intentado responder a la pregunta “¿cómo hemos podido llegar a esto?”. El título de la obra testimonial de la historiadora Idoia Estornés no es por casualidad Cómo pudo pasarnos esto (Erein, 2013), por ejemplo… Y hay que tener en cuenta que la mayoría de los escritores en euskera, históricamente, han provenido del mundo nacionalista vasco, y mantienen vínculos más o menos estrechos con el mismo. Y que muchos de sus lectores, la mayoría seguramente, pertenecen a ese campo político. De manera que esa orientación me parece que entra dentro de lo previsible. Aunque, como se verá a continuación, no es la única ni mucho menos.

Un momento: algo se acerca por detrás del planetoide a mi derecha. ¿Será Annihilus, señor de la Zona Negativa, empuñando su Cetro de Control Cósmico? ¿O Rosa Díez amenazando con pedir el Estado de Excepción para Cataluña y, de paso, para la literatura vasca? (para Euskadi no va a ser, ahora que, con Urkullu, estamos siendo superformales…). No lo sé, pero, por si acaso, dejaré de recoger muestras por un rato y procuraré esconderme. Por lo menos hasta que empiece la segunda parte de este artículo.

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Iban Zaldua ha escrito, entre otras cosas, libros de cuentos como Etorkizuna(Alberdania 2005, traducido como Porvenir, Lengua de Trapo 2007), Biodiskografíak (Erein 2011; Biodiscografías, Páginas de Espuma 2015) eInon ez, inoiz ez (traducido al catalán como Enlloc, mai, Godall 2015), novelas como Si Sabino viviría (Lengua de Trapo 2005) y ensayos como Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo 2012).

AUTOR
  • IBAN ZALDUA
 
@Amelia Earhart escribo como hija de vasco, sobrina de persona amenazada... y adoradora de mi querida patria vasca. YO creo que esta obra, es un claro ejemplo de marketing y de intereses políticos. Vivimos en un tiempo donde el marketing mueve todo, ¿quien era Amaia y Alfred hace dos días?. Y los metían a todas horas en la tele y ahora, de momento, están ahí. Y digo de momento porque yo soy de marketing y ya veremos cuando ya no sirven. Si al menos sirve para que se conozca y se mire hacia allí de otra forma pues mira bienvenido sea, y ya si se consigue que se entienda y respete al otro y las diferencias mejor, eso si yo desapruebo totalmente cualquier forma de violencia. Tú sabes que tristeza me daba cada vez que tenía yo que ir al rodaje de la Pelota Vasca, soy colaboradora de años con Julio Medem, desde que hizo Tierra. He trabajado con Atxaga, etc, etc. Me encanta leer a Toti Martinez de Lezea aunque se le critica mucho por escribir en castellano pero creo que muchas de sus novelas han mostrado costumbres y una parte de la historia de allí pero nunca se le ha promocionado. Detrás de los conflictos hay muchas cosas, muchos intereses y es una pena porque el pueblo suele sufrir las consecuencias.
Pero ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos, vivimos un mundo con muchos intereses y corruptos detrás y no sabemos ni la mínima parte yo hoy amo el Pais Vasco, mi Euskal Herria, hablo euskera fatal, mantengo y leo mucho sobre nuestras tradiciones y vivo nuestra cultura y procuro no decantarme por nadie.
 
@Amelia Earhart escribo como hija de vasco, sobrina de persona amenazada... y adoradora de mi querida patria vasca. YO creo que esta obra, es un claro ejemplo de marketing y de intereses políticos. Vivimos en un tiempo donde el marketing mueve todo, ¿quien era Amaia y Alfred hace dos días?. Y los metían a todas horas en la tele y ahora, de momento, están ahí. Y digo de momento porque yo soy de marketing y ya veremos cuando ya no sirven. Si al menos sirve para que se conozca y se mire hacia allí de otra forma pues mira bienvenido sea, y ya si se consigue que se entienda y respete al otro y las diferencias mejor, eso si yo desapruebo totalmente cualquier forma de violencia. Tú sabes que tristeza me daba cada vez que tenía yo que ir al rodaje de la Pelota Vasca, soy colaboradora de años con Julio Medem, desde que hizo Tierra. He trabajado con Atxaga, etc, etc. Me encanta leer a Toti Martinez de Lezea aunque se le critica mucho por escribir en castellano pero creo que muchas de sus novelas han mostrado costumbres y una parte de la historia de allí pero nunca se le ha promocionado. Detrás de los conflictos hay muchas cosas, muchos intereses y es una pena porque el pueblo suele sufrir las consecuencias.
Pero ni los malos son tan malos ni los buenos son tan buenos, vivimos un mundo con muchos intereses y corruptos detrás y no sabemos ni la mínima parte yo hoy amo el Pais Vasco, mi Euskal Herria, hablo euskera fatal, mantengo y leo mucho sobre nuestras tradiciones y vivo nuestra cultura y procuro no decantarme por nadie.

Mil gracias por tu confianza, mil gracias.

Pero querer conocer todas las caras de la realidad no es decantarse por nadie, al contrario, es abrir los ojos a una realidad muy compleja, durísima y con mucho sufrimiento por todas partes.

Yo estudié Historia y no me conformo con relatos buenistas y maniqueos que no resistan un análisis. Y es que encima, desde el punto de vista de la prosa, ¡que horror!

Prefiero mil veces la prosa de Ramiro Pinilla, que escribía historias un poco folletinescas, pero con arte, que este pastiche sin estilo ni pies ni cabeza que es esta Patria a quien desde las altas instancias de España han impulsado como relato oficial de lo que pasó aquí, cuando eso tardará muchos años en poder completar el panorama global.

Por eso me gustó tanto "La pelota vasca" y deploro tanto "Patria", que no resiste comparación con las obras de Atxaga, Saizarbitoria, y que nadie en España ha querido molestarse en leer porque no les interesa saber la realidad sobre lo que odian. Aferrarse al discurso de "yo soy el bueno y el otro el malo" no es contribuir a la paz ni a la convivencia. Es sumamente injusto que digan que Patria es la gran obra universal, la necesaria que no se había escrito, cuando me da vergüenz ajena leer cómo ridiculizan tanto a las victimas de ETA (porque esa mujer es tan plana y tópica que me sentiría ofendida si quisieran representarme con semejante estereotipo, como a los terroristas, los abertzales, etc.

Yo soy euskaldunberri de adulta, no fuí a ikastola sino a las monjas, viví en un pueblo pequeño dividido entre la población autóctona y la inmigrante del resto de España, y ví dolor de ambas partes, ví como aparecía muerto un chico desaparecido desde su detención dias antes, muerto en la ladera de un monte con dos tiros en la nuca tras un arbusto, con señales de tortura, y a su madre al enterarse, y ví como mataban al cuñado de nuestra vecina, por ser policia nacional, en la estación de tren cuando iba a la capital a trabajar, dejando viuda e hijo aún bebé, por poner los dos casos más extremos.

Asi que aprendí mucho sobre la injusticia del odio y la violencia venga de donde venga.

O, como dice Zaldua, el estereotipo del matriarcado vasco que emplea Aramburu es tan ridículo que convierte a los dos cabezas de familia en un par de calzonazos que no pintan nada frente a las esposas mandonas, y ya no hablemos de la simpleza con que retratan a los hijos de ambas, de que manera tan simplona representan "tipos" de tópicos, no personas reales con claroscuros, e, incluso, sus cambios son como repentinos, como si les iluminase Cristo como a San Pablo cuando cayó del caballo, y cuando empiezan a hablar ya con el discurso pacifista de Gerry Adams en los 90 cuando el Acuerdo de Viernes Santo fué en 1997, al IRA aún le costó más dejar las armas y el mundo abertzale e incluso el mundo político español no avanzó por ese camino hasta mediados de los años 2000 y la trama de Patria se ambienta mucho antes.

Pero estas críticas no minusvaloran la intención, sino la manipulación a base de muy poca documentación y muchos anacronismos y estereotipos. Mostrar a la gente una verdad manipulada, sin todas sus aristas, es un flaco favor para la sociedad, para que los extraños lleguen a entender todo el laberinto de injusticias que supuso ese negro periodo de nuestra tierra. ¿De verdad, como hija de amenazado, te agrada que te comparen con una mujer tan "básica", que los personajes sean tan planos, tan maniqueos, escrito todo por un hombre que no ha vivido aquí durante 25 años?

No sé si has leido las críticas, yo he abierto el tema para analizar las novelas desde un punto de vista mucho más riguroso desde todos los puntos de vista, no solo temáticos sino también estilísticos y narrativos, una novela que a mí me llamó la atención por la pobreza con que escribe este hombre, y con esa falta de documentación, que se ve a la legua que lo ha escrito a base de los relatos a oidas y los estereotipos maniqueos, blancos y negros, jamás grises, versión facilona de quienes condenaron a Medem por haber intentado contar todos los relatos, explorar la realidad. Y si has leido a Atxaga ¿no crees que "El hombre solo" o "El hijo del acordeonista" no saben explorar el alma herida de este pueblo mucho mejor que este conjunto mal escrito de topicos penosos, insultantes hasta para las victimas de ETA?

Como dice Iban Zaldua, que en comparación con el tema de la esclavitud en Estados Unidos, Toni Morrison en Beloved es alta literatura, fuerte, compleja e hiriente al descubrir todas las dimensiones reales de los esclavos y sus amos, mientras que Patria sería como "Raices" de Alex Haley, que, comparada con la obra de Morrison se le nota el toque folletinesco y simplista (e incluso se ha acusado a Alex Haley, como a Aramburu, de no haber vivido realmente lo que cuenta en aspectos como su viaje a Africa y algunos datos que no coinciden con las fuentes documentales posteriormente estudiadas por algunos de sus lectores más cultos). Pero para el público más simple, fué más digerible "Raices" que "Beloved", porque es más facil crear una historieta llena de personajes estereotipados que ser tan gran escritor como para ser capaz de meterte en las entrañas de la herida real.

Por eso creo que "Patria" solo ha ayudado a asentar los estereotipos de una parte, como si la literatura vasca de Atxaga o Lertxundi no hubiesen profundizado mucho más en el dolor de la realidad, no de las imágenes partidistas que no hacen ningún favor a quien se las cree, por mucho que le satisfagan por la facilidad con que son comprendidas, por el simplismo del que adolecen.

Por cierto, Toti Martinez de Lezea escribe en castellano y en euskera, es bilingüe y coincido que ha divulgado con gran eficacia literaria la cultura vasca y sus mitos, pero Toti, a diferencia de Aramburu, se documenta una barbaridad para no contar tonterias basadas en los tópicos que tuviese en la cabeza. Ella misma ha dicho que ha aprendido muchísimo en sus investigaciones, al contrario que a Aramburu, a quien nadie tiene nada que enseñar.
 
Última edición:
De todos modos, repito que me interesa el análisis literario en general de la obra, no que sea una excusa para empezar a hablar del tema en general. Es que es una obra con tanto impacto con un tema tan delicado que bien merece el análisis de las críticas expuestas.

Por cierto, Iban Zaldua es un gran crítico del abertzalismo y se rie hasta de su sombra, tal y como hizo el programa "Vaya Semanita", exponiendo las obsesiones de los nacionalistas vascos como de los patriotas españoles en una divertidísima novelita de ciencia-ficción llamada "Si Sabino viviría". ¡Bienvenidos al Universo de los planetas Nueva Euskadi, Tauro (por la piel de toro ibérica), el detective trisexual alias Josemi Cosmic, ADN vascos, y un ritmo alocado donde entre carcajadas no deja títere con cabeza.
 
Mil gracias por tu confianza, mil gracias.

Pero querer conocer todas las caras de la realidad no es decantarse por nadie, al contrario, es abrir los ojos a una realidad muy compleja, durísima y con mucho sufrimiento por todas partes.

Yo estudié Historia y no me conformo con relatos buenistas y maniqueos que no resistan un análisis. Y es que encima, desde el punto de vista de la prosa, ¡que horror!

Prefiero mil veces la prosa de Ramiro Pinilla, que escribía historias un poco folletinescas, pero con arte, que este pastiche sin estilo ni pies ni cabeza que es esta Patria a quien desde las altas instancias de España han impulsado como relato oficial de lo que pasó aquí, cuando eso tardará muchos años en poder completar el panorama global.

Por eso me gustó tanto "La pelota vasca" y deploro tanto "Patria", que no resiste comparación con las obras de Atxaga, Saizarbitoria, y que nadie en España ha querido molestarse en leer porque no les interesa saber la realidad sobre lo que odian. Aferrarse al discurso de "yo soy el bueno y el otro el malo" no es contribuir a la paz ni a la convivencia. Es sumamente injusto que digan que Patria es la gran obra universal, la necesaria que no se había escrito, cuando me da vergüenz ajena leer cómo ridiculizan tanto a las victimas de ETA (porque esa mujer es tan plana y tópica que me sentiría ofendida si quisieran representarme con semejante estereotipo, como a los terroristas, los abertzales, etc.

Yo soy euskaldunberri de adulta, no fuí a ikastola sino a las monjas, viví en un pueblo pequeño dividido entre la población autóctona y la inmigrante del resto de España, y ví dolor de ambas partes, ví como aparecía muerto un chico desaparecido desde su detención dias antes, muerto en la ladera de un monte con dos tiros en la nuca tras un arbusto, con señales de tortura, y a su madre al enterarse, y ví como mataban al cuñado de nuestra vecina, por ser policia nacional, en la estación de tren cuando iba a la capital a trabajar, dejando viuda e hijo aún bebé, por poner los dos casos más extremos.

Asi que aprendí mucho sobre la injusticia del odio y la violencia venga de donde venga.

O, como dice Zaldua, el estereotipo del matriarcado vasco que emplea Aramburu es tan ridículo que convierte a los dos cabezas de familia en un par de calzonazos que no pintan nada frente a las esposas mandonas, y ya no hablemos de la simpleza con que retratan a los hijos de ambas, de que manera tan simplona representan "tipos" de tópicos, no personas reales con claroscuros, e, incluso, sus cambios son como repentinos, como si les iluminase Cristo como a San Pablo cuando cayó del caballo, y cuando empiezan a hablar ya con el discurso pacifista de Gerry Adams en los 90 cuando el Acuerdo de Viernes Santo fué en 1997, al IRA aún le costó más dejar las armas y el mundo abertzale e incluso el mundo político español no avanzó por ese camino hasta mediados de los años 2000 y la trama de Patria se ambienta mucho antes.

Pero estas críticas no minusvaloran la intención, sino la manipulación a base de muy poca documentación y muchos anacronismos y estereotipos. Mostrar a la gente una verdad manipulada, sin todas sus aristas, es un flaco favor para la sociedad, para que los extraños lleguen a entender todo el laberinto de injusticias que supuso ese negro periodo de nuestra tierra. ¿De verdad, como hija de amenazado, te agrada que te comparen con una mujer tan "básica", que los personajes sean tan planos, tan maniqueos, escrito todo por un hombre que no ha vivido aquí durante 25 años?

No sé si has leido las críticas, yo he abierto el tema para analizar las novelas desde un punto de vista mucho más riguroso desde todos los puntos de vista, no solo temáticos sino también estilísticos y narrativos, una novela que a mí me llamó la atención por la pobreza con que escribe este hombre, y con esa falta de documentación, que se ve a la legua que lo ha escrito a base de los relatos a oidas y los estereotipos maniqueos, blancos y negros, jamás grises, versión facilona de quienes condenaron a Medem por haber intentado contar todos los relatos, explorar la realidad. Y si has leido a Atxaga ¿no crees que "El hombre solo" o "El hijo del acordeonista" no saben explorar el alma herida de este pueblo mucho mejor que este conjunto mal escrito de topicos penosos, insultantes hasta para las victimas de ETA?

Como dice Iban Zaldua, que en comparación con el tema de la esclavitud en Estados Unidos, Toni Morrison en Beloved es alta literatura, fuerte, compleja e hiriente al descubrir todas las dimensiones reales de los esclavos y sus amos, mientras que Patria sería como "Raices" de Alex Haley, que, comparada con la obra de Morrison se le nota el toque folletinesco y simplista (e incluso se ha acusado a Alex Haley, como a Aramburu, de no haber vivido realmente lo que cuenta en aspectos como su viaje a Africa y algunos datos que no coinciden con las fuentes documentales posteriormente estudiadas por algunos de sus lectores más cultos). Pero para el público más simple, fué más digerible "Raices" que "Beloved", porque es más facil crear una historieta llena de personajes estereotipados que ser tan gran escritor como para ser capaz de meterte en las entrañas de la herida real.

Por eso creo que "Patria" solo ha ayudado a asentar los estereotipos de una parte, como si la literatura vasca de Atxaga o Lertxundi no hubiesen profundizado mucho más en el dolor de la realidad, no de las imágenes partidistas que no hacen ningún favor a quien se las cree, por mucho que le satisfagan por la facilidad con que son comprendidas, por el simplismo del que adolecen.

Por cierto, Toti Martinez de Lezea escribe en castellano y en euskera, es bilingüe y coincido que ha divulgado con gran eficacia literaria la cultura vasca y sus mitos, pero Toti, a diferencia de Aramburu, se documenta una barbaridad para no contar tonterias basadas en los tópicos que tuviese en la cabeza. Ella misma ha dicho que ha aprendido muchísimo en sus investigaciones, al contrario que a Aramburu, a quien nadie tiene nada que enseñar.
Veo que conocemos ambas partes de la realidad de allí. Mira yo en principio cuando algo se publicita tanto... generalmente me defraudan. Intentando positivizar creo que al menos ha servido para que no nos miren como si todos llevasemos un arma... yo creo que todos tenemos nuestros porqués y que para sentenciar un juicio hay que conocer ambas partes.

Toti trabajó mucho tiempo como traductora, es prima de una gran amiga, y por eso no he querido extenderme pero en sus inicios fue muy criticada por escribir en castellano. Porque también he de decir que hay quien va de casta y eso tampoco. Yo nací en Francia, no fui a la ikastola y no por eso me considero menos amante y respetuosa de las tradiciones y de la tierra de mi padre.

Yo con Toti he aprendido muchas cosas sobre la historia y las tradiciones y creo que eso es muy positivo, conocer de donde venimos.

Ese sentimiento que tienes tú con Patria (confieso que aún no la he leido porque como te dije antes yo cuando algo se publicita tanto.... y porque me da mucha pereza tengo la sensación de que va a ir de buenos y malos y me da pereza) lo tengo yo con la trilogía del Baztan, me gusta que hable de las leyendas, me gusta como describe el paisaje pero... luego la trama de suspense para alguien amante del género y que ha leido mucho de suspense pues mira no.

Y no quiero entrar en dar más nombres pero yo en mis visitas muchas veces sufro eso que tú dices de algunos que parece que lo saben todo y que no tienen que conocer la realidad de nadie ni lo que les cuente nadie que son más vascos que otros y eso me sienta fatal.

De todas formas las personas aún somos muy digamos moralistas, mira hace poco una prima le preguntó a mi madre como con agobio: ¿es verdad que has nacido en la cárcel? y toda la familia en la mesa se volvió. Y yo contesté: sí, es cierto la abuela estaba embarazada y a una vecina la detuvieron y dió nombres al tutun, es más dió el de su propio hijo y lo fusilaron y la abuela se salvó por el embarazo. No hay ningún misterio, había una guerra, dos formas de pensar y punto. No es para que lo digais y os miréis así pero no sé que me sorprende cuando la realidad es que una madre se salvo y dió la vida de su hijo y casi la de su vecina embarazada eso es lo que os
deberíais de plantear de ésto, no si la abuela era roja o no, o si era una delincuente o no.

Te cuento esto porque yo creo que en estos temas hay mucha moralina, hipocresia, intereses.... y como te dije ni los unos son tan buenos ni los otros tan malos.
 
Por otro lado, mi lado español, me he criado en Madrid, me da la sensación de que aquí hay una gran tendencia a encasillar a la gente, a etiquetarla y con mi edad me parece un gran error. Nadie se conoce tan a fondo y nunca sabes cómo vas a reaccionar en determinadas circunstancias. Pero al público en general le gusta, le tranquiliza que el malo sea un perfil X y el bueno Z. Cuando el ser humano es más complejo que eso.
No he visto 8 apellidos vascos, me aburre ese humor de tópicos y una vez más de encajar en esterotipos. Y con el libro este me pasa lo mismo, pero compañera haré un posible por leerlo porque me da rabia no poder comentar más allá contigo.
 
Por otro lado, mi lado español, me he criado en Madrid, me da la sensación de que aquí hay una gran tendencia a encasillar a la gente, a etiquetarla y con mi edad me parece un gran error. Nadie se conoce tan a fondo y nunca sabes cómo vas a reaccionar en determinadas circunstancias. Pero al público en general le gusta, le tranquiliza que el malo sea un perfil X y el bueno Z. Cuando el ser humano es más complejo que eso.
No he visto 8 apellidos vascos, me aburre ese humor de tópicos y una vez más de encajar en esterotipos. Y con el libro este me pasa lo mismo, pero compañera haré un posible por leerlo porque me da rabia no poder comentar más allá contigo.

Me encanta haberte encontrado, es que no puedo estar más de acuerdo. ¡Hasta con la trilogia de Baztan! ¿Te puedes creer que, por esa desconfianza hacia estos best-sellers, porque estan escritos expresamente para que lo sean, al gusto del público mayoritario, hace un par de meses leí el primero, me pareció muy flojo y ya he olvidado su trama? Cuando yo puedo relatarte la trama de cualquier libro que me haya fascinado aunque lo haya leído hace años.

¡Y ocho apellidos vascos es lo más estúpido que he visto en la vida! Si tienes tendencias masocas, adelante, sino, abstenerse. Tardé en verla, cuando la encontré en la biblioteca, menos mal que no me gasté un euro.

De todos modos, no quiero obligarte a leer Patria, que yo la he leido a trozos porque me resultaba inaguantable, y las críticas de Zaldua y Mallo me han confirmado la impresión que me causó, de mala, malísima, mal escrita, en fin, todo lo ya comentado. Es muy mala y te resulta pesada por el tocho que es. A trozos, pues vale, no creo que te pierdas gran cosa si la ojeas en diagonal.

Sin embargo, es tan tolerante la sociedad española, que la crítica de Zaldua levantó ampollas y el propio Aramburu se mosqueó por la crítica. Vamos, nadie le obligó a que se metiese en un charco sin conocer su profundidad, asi que que se aguantase.

Y ¡que recuerdos con el tema de que los españoles creían que los vascos íbamos con pistola! Estuve trabajando de guía turística, y en dicho trabajo, como profesional, no puedes hablar de política con la gente. Pero un dia llegó una pareja para informarse y la mujer me dijo que le había ofendido mucho una pancarta que había en la plaza. Yo no recordaba a qué podía referirse, y me dijo que estaba en inglés y que decía que Euskadi no es España. Yo me quedé patidifusa y le contesté que no entendía por qué le había molestado, que eso era libertad de expresión, sin más. ¡Pues el marido se puso blanco, instó a su mujer a callarse para que no siguiese por ese camino conmigo y se largaron!

Estoy segura de que el marido pensó que yo era una etarra y que llamaría a los camaradas del comando para que se los cargasen.

Cuando paseaba a turistas de otras partes de España, siempre me decían que ésto no era como lo habían imaginado, que no pasaba nada como tanques por las calles, como en el Ulster, y que sus amistades se habían asustado cuando decían que se iban a Euskadi de vacaciones.

Esa mentalidad es la que se refleja entre los que aplauden "Patria". La palabra "victima" es patrimonializada por los AVT y no se reconoce como victimas a las del otro lado, vamos, hasta se molestan por las de la guerra civil todavia. No me extraña que esa gente dijese eso sobre el nacimiento de tu abuela en la cárcel.

¡Que envidia me das conociendo a Toti, Atxaga y tantos otros!

Agur bero bat
 
Me llama la atención lo que decís. Todo el mundo que la ha leído, les ha encantado.
No estoy de acuerdo en absoluto, ni en la publicidad ni en nada. Precisamente me la recomendó una amiga vasca cuando nadie la conocía. Creo que aquí si que ha funcionado él boca a oreja.
Precisamente en Patria no hay buenos ni malos. Solo víctimas de una situación. En fin, parece que hemos leído otra novela
 
Me llama la atención lo que decís. Todo el mundo que la ha leído, les ha encantado.
No estoy de acuerdo en absoluto, ni en la publicidad ni en nada. Precisamente me la recomendó una amiga vasca cuando nadie la conocía. Creo que aquí si que ha funcionado él boca a oreja.
Precisamente en Patria no hay buenos ni malos. Solo víctimas de una situación. En fin, parece que hemos leído otra novela


Bueno, trabajo en el mundo del libro, y he visto pocas campañas publicitarias como la que ha gozado este pastiche, con perdón. Aramburu anunció hasta que la iba a escribir y desde que la publicó gozó de una campaña en los medios impresionante, interesaba que lo leyese la inmensa mayoría de la gente.

Y, bueno, decir que no hay buenos y malos... como si en la novela no quedase claro quienes son las victimas (los buenos) y quienes los victimarios (los malos).

En cuanto a los gustos, yo ahí no puedo entrar, pero me pregunto si has leido las críticas de la novela colgada en el primer post, solo por curiosidad, para ver si te has fijado en todos los detalles y has sido consciente de las deficiencias de esta sobrevaloradísima novela.Al menos para poder reflexionar. Es el objetivo de este hilo, analizarla y la critica ayuda a fijarse y conocer sus anacronismos y la falta de idiosincrasia de lo que relata.
 
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