OP
pilou12
Guest
9
Salí al rellano y me asomé a la barandilla, lo suficiente como para ver sin ser visto. Ella seguía subiendo la escalera, llegó a su piso, y la luz del rellano iluminó la mezcolanza de colores de su pelo cortado a lo chico, con franjas leonadas, mechas de rubio albino y rubio amarillo.
Era una noche calurosa, casi de verano, y Holly llevaba un fresco vestido negro, sandalias negras, collar de perlas. Pese a su distinguida delgadez, tenía un aspecto casi tan saludable como un anuncio de cereales para el desayuno, una pulcritud de jabón al limón, una pueblerina intensificación del rosa en las mejillas. Tenía la boca grande, la nariz respingosa. Unas gafas oscuras le ocultaban los ojos. Era una cara que ya había dejado atrás la infancia, pero que aún no era de mujer. Pensé que podía tener entre dieciséis y treinta años; resultó finalmente que le faltaban dos tímidos meses para cumplir los diecinueve.
No estaba sola. Un hombre la seguía. El modo en que su rolliza mano le rodeaba la cadera parecía en cierto modo indecoroso; no moral, sino estéticamente. Era bajo y ancho, de pelo abrillantinado y moreno artificial, un tipo encorsetado por su traje a rayas, y con un marchito clavel rojo en el ojal. Cuando llegaron a la puerta ella se puso a revolver el bolso en busca de la llave, y ni se dio por enterada de que los gruesos labios de aquel tipo le estaban hociqueando la nuca. Por fin, sin embargo, tras encontrar la llave y abrir la puerta, Holly se volvió cordialmente hacia él:
-Gracias, chato... Has sido muy amable acompañándome hasta aquí.
-¡Eh, nena! -dijo él, porque estaban cerrándole la puerta en las narices.
-Dime, Harry.
-Harry era el otro. Yo soy Sid. Sid Arbuck. Sé que te gusto.
- T e adoro, Arbuck. Pero buenas noches, Arbuck.
Mr. Arbuck se quedó mirando con incredulidad la puerta, que se cerró firmemente.
-Eh, nena, déjame entrar, anda. Sé que te gusto. Les gusto a todas. ¿No me he hecho cargo yo de la cuenta, cinco personas, amigos tuyos, gente a la que jamás había visto hasta hoy? ¿No me da eso derecho a gustarte? Sé que te gusto, nena.
Dio unos golpes suaves a la puerta, y luego otros más fuertes; al final retrocedió unos cuantos pasos, con el cuerpo encorvado y agachado, como si tuviera intención de cargar contra ella. Pero en lugar de eso se lanzó escaleras abajo, no sin descargar un puñetazo contra la pared. Justo cuando llegó a la planta baja, se abrió la puerta del apartamento de la chica, que asomó la cabeza.
- O h , Arbuck...
El se volvió, con el rostro lubrificado por una sonrisa de alivio: la chica estaba de guasa, eso era todo.
-La próxima vez que una chica te pida suelto para ir al tocador -gritó, en absoluto de guasa-, sigue mi consejo, chico: ¡no le des veinte centavos!
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote
Salí al rellano y me asomé a la barandilla, lo suficiente como para ver sin ser visto. Ella seguía subiendo la escalera, llegó a su piso, y la luz del rellano iluminó la mezcolanza de colores de su pelo cortado a lo chico, con franjas leonadas, mechas de rubio albino y rubio amarillo.
Era una noche calurosa, casi de verano, y Holly llevaba un fresco vestido negro, sandalias negras, collar de perlas. Pese a su distinguida delgadez, tenía un aspecto casi tan saludable como un anuncio de cereales para el desayuno, una pulcritud de jabón al limón, una pueblerina intensificación del rosa en las mejillas. Tenía la boca grande, la nariz respingosa. Unas gafas oscuras le ocultaban los ojos. Era una cara que ya había dejado atrás la infancia, pero que aún no era de mujer. Pensé que podía tener entre dieciséis y treinta años; resultó finalmente que le faltaban dos tímidos meses para cumplir los diecinueve.
No estaba sola. Un hombre la seguía. El modo en que su rolliza mano le rodeaba la cadera parecía en cierto modo indecoroso; no moral, sino estéticamente. Era bajo y ancho, de pelo abrillantinado y moreno artificial, un tipo encorsetado por su traje a rayas, y con un marchito clavel rojo en el ojal. Cuando llegaron a la puerta ella se puso a revolver el bolso en busca de la llave, y ni se dio por enterada de que los gruesos labios de aquel tipo le estaban hociqueando la nuca. Por fin, sin embargo, tras encontrar la llave y abrir la puerta, Holly se volvió cordialmente hacia él:
-Gracias, chato... Has sido muy amable acompañándome hasta aquí.
-¡Eh, nena! -dijo él, porque estaban cerrándole la puerta en las narices.
-Dime, Harry.
-Harry era el otro. Yo soy Sid. Sid Arbuck. Sé que te gusto.
- T e adoro, Arbuck. Pero buenas noches, Arbuck.
Mr. Arbuck se quedó mirando con incredulidad la puerta, que se cerró firmemente.
-Eh, nena, déjame entrar, anda. Sé que te gusto. Les gusto a todas. ¿No me he hecho cargo yo de la cuenta, cinco personas, amigos tuyos, gente a la que jamás había visto hasta hoy? ¿No me da eso derecho a gustarte? Sé que te gusto, nena.
Dio unos golpes suaves a la puerta, y luego otros más fuertes; al final retrocedió unos cuantos pasos, con el cuerpo encorvado y agachado, como si tuviera intención de cargar contra ella. Pero en lugar de eso se lanzó escaleras abajo, no sin descargar un puñetazo contra la pared. Justo cuando llegó a la planta baja, se abrió la puerta del apartamento de la chica, que asomó la cabeza.
- O h , Arbuck...
El se volvió, con el rostro lubrificado por una sonrisa de alivio: la chica estaba de guasa, eso era todo.
-La próxima vez que una chica te pida suelto para ir al tocador -gritó, en absoluto de guasa-, sigue mi consejo, chico: ¡no le des veinte centavos!
Desayuno en Tiffany's - Truman Capote