Del reguetón considerado como una de las bellas artes
Publicado por Luis Landeira
René Pérez, de Calle 13, 2013. Foto: Getty.
Señoras y señores: esta revista me ha honrado con la ardua tarea de pronunciar una conferencia sobre el tema del reguetón considerado como una de las bellas artes. Quizá algunos piensen que esta tarea resultará más sencilla en nuestros días, cuando el reguetón ha subido a lo más alto de las listas de éxitos españolas. Pero no es así. Pese a los millones de seres que lo bailan a lo largo y ancho del mundo, el reguetón sigue siendo el género musical más denostado en España y parte del extranjero. Hoy por hoy, escasean los artistas «serios» que se atreven a reguetonear (si se me permite tal verbo), y tampoco son muchos los críticos musicales que osan defender tan demonizado soniquete. Cierto es que existen nuevas generaciones de nativos digitales, libres de prejuicios, que valoran el reguetón como un sonido excitante. Pero son aún más los que siguen pensando que el reguetón es un género machista, vulgar y simplón, propio de gentes de baja ralea.
Menospreciado hasta la náusea por culturetas y biempensantes, pocas veces se ha hablado (más o menos) en serio sobre este fascinante género musical. A continuación, intentaré hacer de abogado del diablo, diseccionando los distintos elementos que componen una obra de arte reguetonera. Les ruego que, mientras dure la ponencia, apaguen sus celulares y se abstengan de perrear.
Un reggae a machamartillo
El reguetón nació en 1988, cuando el reggae jamaicano llegó a Puerto Rico y fue regurgitado por sus habitantes. El nombre fue idea de Michael Ellis, mánager del cantante panameño El General: «Como nosotros a todo le ponemos “–ón”, como cabezón, camisón, etc., entonces lo llamamos reguetón, un reggae grande», explica.
El reguetón, pues, viene a ser una mutación erótico festiva del reggae, creada para estar de juerga y mover el esqueleto. Todas las composiciones comparten los mismos criterios de afinidad estructural, melódica y rítmica. Los instrumentos utilizados van desde la caja de ritmos a la guitarra bajo, aunque lo más habitual es que se haga con un ordenador. Para crear una base reguetonera, basta con bajarse de internet el secuenciador FL Studio o cualquier otro programa para crear loops y canciones.
La mayoría de los temas de reguetón están basados en un compás de 2/2, de patrón negra con puntillo, corchea y dos negras seguidas. Sobre esta base, se programa una secuencia electrónica y una línea melódica; según aumente esta, la canción será más popera, y según disminuya, será más rapera. Las melodías y los fraseos son cosa del cantante o MC.
Pero para hacer un buen reguetón, lo principal es el llamado swag que, en palabras del trapero y reguetonero madrileño Kaydy Cain, «es como el swing, el tumbao, el duende en el flamenco… Es la magia». Como toda cualidad espiritual, el swag no puede comprarse, es un carisma callejero innato que tienen, por ejemplo, Jory Boy, Tego Calderón o Daddy Yankee, y del que carecen, sin ir más lejos, Kiko Rivera o Ricky Martin. Sin swagpuede haber éxito, pero no hay arte.
Que Dios bendiga al Auto-Tune
Como todos sabrán, el Auto-Tune es un filtro informático vocal, una suerte de Photoshop que afina y armoniza de forma automática la voz del intérprete, eliminando gallitos, desafinados y otras imperfecciones. Los que critican el Auto-Tune sostienen que, desde que se usa, todos los cantantes suenan igual. Pero lo cierto es que estamos hablando de un recurso que ha democratizado el acceso a la creación musical, pues ya no es necesario nacer con una garganta de Julio Iglesias para que puedas grabar algo decente; y la mejor prueba es la obra de su hijo Enrique que, al no haber heredado la voz de oro de su padre, tiene que tirar del Auto-Tune para perpetrar su notable pop reguetonero. El Auto-Tune te da la oportunidad de ser una estrella, aunque cantes peor que el Pato Donald comiendo polvorones.
Mientras que en el pop el Auto-Tune se usa sibilinamente para pulir defectos, en el reguetón, como en el raï, se utiliza de una forma tan descarada que a veces casi parece un vocoder. Una vez que te acostumbras, una voz tuneada puede llegar a sonar tan bella como el canto de un jilguero.
¿Por qué lo llaman s*x* cuando quieren decir amol?
Durante la década de los noventa, el reguetón no fue un problema porque solo se escuchaba en México y Latinoamérica. Cuando, gracias a la inmigración, el sonido empezó a extenderse por Estados Unidos y Europa, los melómanos más ortodoxos lo atacaron usando los mismos motivos que sus abuelos habían usado para descalificar el rock’n’roll. Lo tacharon de «ruido» monótono y chabacano, y a sus letras de basura degradante para la mujer, por ponerla de «put*» para arriba y hacer apología de una sexualidad violenta y machista.
Y es cierto que existen muchas letras reguetoneras que exaltan las más bajas pasiones masculinas. Pongamos un par de ejemplos al azar. El reguetonero puertorriqueño Ñengo Flow en el tema «Mujeres talentosas» dice: «Ven gata quiero darte por detrás y por delante, subirte a la sima y las nalgas guayarte». Por su parte, el colombiano Jiggy Drama, en su éxito «Contra la pared», escupe: «Si sigues con esa actitud voy a violarte». Es fuerte, pero nada que no se haya dicho ya en la música pop, y nadie considera el pop un género intrínsecamente inmoral por el hecho de que haya canciones tan duras como aquella de Los Ronaldos: «Tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte hasta que digas sí».
Cualquiera que bucee un poco en el cancionero reguetonero comprobará que sus letras hablan de todo tipo de asuntos, y que el tema más tratado no es el s*x*, sino el amor. El reguetón romántico es el más celebrado, y por más que un grupo o solista empiece haciendo canciones más o menos cochinas, llega un momento en que se pasan a un reguetón «vainilla», con escaso contenido sexual y limpio de palabrotas. Ahí está el exgánster Jory Boy, que hoy en día canta cosas tan bonitas como esta: «Dime, baby, cuándo será que despertarás de esa nube que estás, cuándo aceptarás que somos tal para cual». O el gran J Álvarez, con esa pinta tan macarra y soltando: «Alimentas mi alma, tú me hechizas con tu sonrisa. Veneno en tu sangre, que me domina, que me da vida».
Eso por no hablar de Alex Zurdo, Tercer Cielo, Manny Montes y demás representantes del reguetón cristiano, un bizarrísimo subgénero que usa los ritmos más sabrosones para alabar al Señor: «Y es que no puedo aguantar, cuando tu fuego me quema, yo te tengo que adorar», cantan Funky y Sammy. Y se refieren a Dios, no a una chavala.
Por otro lado, existen artistas, como Calle 13 o Tego Calderón, cuyas letras abordan problemáticas políticas y sociales. Tego Calderón, en concreto, llegó a definirse como «el campeón afrocaribeño de la clase trabajadora», y lo demuestra cantando a favor de los pobres y en contra de los poderosos: «No culpo a Al Pacino ni a Hollywood de mi destino, culpo a los políticos, que son unos vendidos». Partidarios de la independencia de la isla, muchos reguetoneros de Puerto Rico son un gargajo en la cara del imperialismo yanqui, pues facturan buen hip hop en español y, encima, con una fuerte carga ideológica. Es lógico, pues, que muchos gringos rechacen el reguetón y lo tachen de perverso e inmoral. A nadie le gusta que le crezcan los enanos marrones.
El perreo no tiene enmienda
Tego Calderón suele decir que no entendió el reguetón hasta que se puso a bailarlo. Y ahí está el quid de la cuestión: la mayoría de la gente que critica el reguetón no lo ha bailado nunca, luego no lo comprende.
El perreo tiene su origen en las fiestas dancehall jamaicanas, donde sonaba un reggae trotón, orientado a la pista de baile, con letras hedonistas cargadas de s*x* y violencia. El perreo lleva al límite el baile como rito de apareamiento humano; es más, la única diferencia entre follxx y perrear es que en el segundo caso los partenaires están vestidos y no hay penetración. El perreo fue siempre criticado con dureza, tanto por progresistas como por conservadores. Unos decían que era machista, y otros, que era una guarrada. No caían en la cuenta de que el perreo es arte. Y el arte está más allá de consideraciones morales.
Los reguetoneros no meten chicas moviendo el culo en sus videoclips por capricho, sino porque el baile forma parte de la propia canción. Los cochazos, las palmeras, las playas paradisíacas o las mansiones son prescindibles; las chicas, no.
Las modelos de los vídeos de reguetón forman un exclusivo star system que daría para un artículo aparte. Está, por ejemplo, la escultural colombiana Sandra Marcela Molina, ganadora de un concurso de culos y protagonista del vídeo «El amante», de Daddy Yankee. También tenemos a la rubísima Anita Beleño (que sale en «Si no le contesto», de Plan B), a la actriz Marcia Jones Brango (que protagoniza «Y si la ves», de Ñejo), a la increíble Lina Posada (famosa por «Taboo», de Don Omar). Y un recuerdo especial para Julie Osorio, presencia habitual en vídeos de J Álvarez que murió de un ataque de alergia tras aplicarse un tinte para el pelo.
Debo advertir también que, en el reguetón, la mujer no siempre tiene un papel decorativo. Hay excelentes cantantes, como La Sista, Natti Natasha, Farina o Tomasa del Real, que hacen temazos y hablan de lo mucho que les gusta amar y perrear, por activa y por pasiva. Ivy Queen, en concreto, tiene un tema que roza el feminismo discotequero: «Yo quiero bailar, tú quieres sudar, y pegarte a mí, el cuerpo rozar, y yo te digo si tú me puedes provocar, eso no quiere decir que pa la cama voy».
Ivy Queen, 2013. Foto: Cordon Press.
Invasión latina
El trapero y reguetonero granadino Yung Beef sostiene que «en el reguetón hay cosas alucinantes. La gente se ha quedado en la superficie, con la imagen de Matías Prats en las noticias presentando un vídeo de culos y cochazos. Con la salsa no hubo ese problema, porque la salsa no vino con una ola de inmigración. El reguetón es la salsa de ahora, pero no se tolera porque España es racista». Touché. Porque el reguetón lo escucha el chaval peruano que te despacha la fruta, la señora dominicana que limpia tu casa o el camello colombiano que te pasa la cocaína. Y eso no mola. Tú tienes que escuchar cosas que te distingan de ellos, aunque probablemente ganes menos dinero.
Sin embargo, las cifras no cuadran. Cuando redacto estas líneas, la lista de lo más escuchado está encabezada por dos temas de reguetón pop: «Duele el corazón» de Enrique Iglesias y «La bicicleta» de Carlos Vives feat.Shakira. El reguetón ya no es una música hecha solo por y para latinos, sino que ha salido del gueto y se escucha en todas partes: es «popular» en toda la extensión de la palabra.
La invasión empezó a principios del siglo xxi, con hits como «Gasolina» de Daddy Yankee o «Danza Kuduro» de Don Omar. Pero no se consumó hasta el verano de 2015, cuando «El perdón» de Nicky Jam y «La gozadera» de Gente de Zona lo petaron en las listas españolas. «Matando la liga», que dirían ellos. Estas canciones sonaron en chiringuitos, taxis, buses, radios, televisiones y discotecas pijas a todas horas. Y cuando Daddy Yankee y Marc Anthony actuaron en el madrileñísimo estadio Vicente Calderón, se agotaron las entradas.
La conclusión es más que evidente: el reguetón le gusta a mucha más gente de la que está dispuesta a reconocerlo. Para muchos sigue siendo un «placer culpable», como la por**grafía o los reality shows. Una droga dura que proporciona un placer instantáneo al cerebro, gracias a unas bases rítmicas muy adictivas. Y los españoles, muy a su pesar, están enganchados. Buena prueba de esto es que los reguetoneros autóctonos salen como setas.
Señoras y señores: tranquilos, que no pasa nada. Relájense y escuchen reguetón. Y perreen, que algo queda. Ya no necesitan esconderse. Porque estas canciones que ustedes creen tan zafias y chabacanas suenan ya hasta en las facultades de Bellas Artes.
http://www.jotdown.es/2017/10/del-regueton-considerado-una-las-bellas-artes/
Publicado por Luis Landeira
René Pérez, de Calle 13, 2013. Foto: Getty.
Señoras y señores: esta revista me ha honrado con la ardua tarea de pronunciar una conferencia sobre el tema del reguetón considerado como una de las bellas artes. Quizá algunos piensen que esta tarea resultará más sencilla en nuestros días, cuando el reguetón ha subido a lo más alto de las listas de éxitos españolas. Pero no es así. Pese a los millones de seres que lo bailan a lo largo y ancho del mundo, el reguetón sigue siendo el género musical más denostado en España y parte del extranjero. Hoy por hoy, escasean los artistas «serios» que se atreven a reguetonear (si se me permite tal verbo), y tampoco son muchos los críticos musicales que osan defender tan demonizado soniquete. Cierto es que existen nuevas generaciones de nativos digitales, libres de prejuicios, que valoran el reguetón como un sonido excitante. Pero son aún más los que siguen pensando que el reguetón es un género machista, vulgar y simplón, propio de gentes de baja ralea.
Menospreciado hasta la náusea por culturetas y biempensantes, pocas veces se ha hablado (más o menos) en serio sobre este fascinante género musical. A continuación, intentaré hacer de abogado del diablo, diseccionando los distintos elementos que componen una obra de arte reguetonera. Les ruego que, mientras dure la ponencia, apaguen sus celulares y se abstengan de perrear.
Un reggae a machamartillo
El reguetón nació en 1988, cuando el reggae jamaicano llegó a Puerto Rico y fue regurgitado por sus habitantes. El nombre fue idea de Michael Ellis, mánager del cantante panameño El General: «Como nosotros a todo le ponemos “–ón”, como cabezón, camisón, etc., entonces lo llamamos reguetón, un reggae grande», explica.
El reguetón, pues, viene a ser una mutación erótico festiva del reggae, creada para estar de juerga y mover el esqueleto. Todas las composiciones comparten los mismos criterios de afinidad estructural, melódica y rítmica. Los instrumentos utilizados van desde la caja de ritmos a la guitarra bajo, aunque lo más habitual es que se haga con un ordenador. Para crear una base reguetonera, basta con bajarse de internet el secuenciador FL Studio o cualquier otro programa para crear loops y canciones.
La mayoría de los temas de reguetón están basados en un compás de 2/2, de patrón negra con puntillo, corchea y dos negras seguidas. Sobre esta base, se programa una secuencia electrónica y una línea melódica; según aumente esta, la canción será más popera, y según disminuya, será más rapera. Las melodías y los fraseos son cosa del cantante o MC.
Pero para hacer un buen reguetón, lo principal es el llamado swag que, en palabras del trapero y reguetonero madrileño Kaydy Cain, «es como el swing, el tumbao, el duende en el flamenco… Es la magia». Como toda cualidad espiritual, el swag no puede comprarse, es un carisma callejero innato que tienen, por ejemplo, Jory Boy, Tego Calderón o Daddy Yankee, y del que carecen, sin ir más lejos, Kiko Rivera o Ricky Martin. Sin swagpuede haber éxito, pero no hay arte.
Que Dios bendiga al Auto-Tune
Como todos sabrán, el Auto-Tune es un filtro informático vocal, una suerte de Photoshop que afina y armoniza de forma automática la voz del intérprete, eliminando gallitos, desafinados y otras imperfecciones. Los que critican el Auto-Tune sostienen que, desde que se usa, todos los cantantes suenan igual. Pero lo cierto es que estamos hablando de un recurso que ha democratizado el acceso a la creación musical, pues ya no es necesario nacer con una garganta de Julio Iglesias para que puedas grabar algo decente; y la mejor prueba es la obra de su hijo Enrique que, al no haber heredado la voz de oro de su padre, tiene que tirar del Auto-Tune para perpetrar su notable pop reguetonero. El Auto-Tune te da la oportunidad de ser una estrella, aunque cantes peor que el Pato Donald comiendo polvorones.
Mientras que en el pop el Auto-Tune se usa sibilinamente para pulir defectos, en el reguetón, como en el raï, se utiliza de una forma tan descarada que a veces casi parece un vocoder. Una vez que te acostumbras, una voz tuneada puede llegar a sonar tan bella como el canto de un jilguero.
¿Por qué lo llaman s*x* cuando quieren decir amol?
Durante la década de los noventa, el reguetón no fue un problema porque solo se escuchaba en México y Latinoamérica. Cuando, gracias a la inmigración, el sonido empezó a extenderse por Estados Unidos y Europa, los melómanos más ortodoxos lo atacaron usando los mismos motivos que sus abuelos habían usado para descalificar el rock’n’roll. Lo tacharon de «ruido» monótono y chabacano, y a sus letras de basura degradante para la mujer, por ponerla de «put*» para arriba y hacer apología de una sexualidad violenta y machista.
Y es cierto que existen muchas letras reguetoneras que exaltan las más bajas pasiones masculinas. Pongamos un par de ejemplos al azar. El reguetonero puertorriqueño Ñengo Flow en el tema «Mujeres talentosas» dice: «Ven gata quiero darte por detrás y por delante, subirte a la sima y las nalgas guayarte». Por su parte, el colombiano Jiggy Drama, en su éxito «Contra la pared», escupe: «Si sigues con esa actitud voy a violarte». Es fuerte, pero nada que no se haya dicho ya en la música pop, y nadie considera el pop un género intrínsecamente inmoral por el hecho de que haya canciones tan duras como aquella de Los Ronaldos: «Tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte hasta que digas sí».
Cualquiera que bucee un poco en el cancionero reguetonero comprobará que sus letras hablan de todo tipo de asuntos, y que el tema más tratado no es el s*x*, sino el amor. El reguetón romántico es el más celebrado, y por más que un grupo o solista empiece haciendo canciones más o menos cochinas, llega un momento en que se pasan a un reguetón «vainilla», con escaso contenido sexual y limpio de palabrotas. Ahí está el exgánster Jory Boy, que hoy en día canta cosas tan bonitas como esta: «Dime, baby, cuándo será que despertarás de esa nube que estás, cuándo aceptarás que somos tal para cual». O el gran J Álvarez, con esa pinta tan macarra y soltando: «Alimentas mi alma, tú me hechizas con tu sonrisa. Veneno en tu sangre, que me domina, que me da vida».
Eso por no hablar de Alex Zurdo, Tercer Cielo, Manny Montes y demás representantes del reguetón cristiano, un bizarrísimo subgénero que usa los ritmos más sabrosones para alabar al Señor: «Y es que no puedo aguantar, cuando tu fuego me quema, yo te tengo que adorar», cantan Funky y Sammy. Y se refieren a Dios, no a una chavala.
Por otro lado, existen artistas, como Calle 13 o Tego Calderón, cuyas letras abordan problemáticas políticas y sociales. Tego Calderón, en concreto, llegó a definirse como «el campeón afrocaribeño de la clase trabajadora», y lo demuestra cantando a favor de los pobres y en contra de los poderosos: «No culpo a Al Pacino ni a Hollywood de mi destino, culpo a los políticos, que son unos vendidos». Partidarios de la independencia de la isla, muchos reguetoneros de Puerto Rico son un gargajo en la cara del imperialismo yanqui, pues facturan buen hip hop en español y, encima, con una fuerte carga ideológica. Es lógico, pues, que muchos gringos rechacen el reguetón y lo tachen de perverso e inmoral. A nadie le gusta que le crezcan los enanos marrones.
El perreo no tiene enmienda
Tego Calderón suele decir que no entendió el reguetón hasta que se puso a bailarlo. Y ahí está el quid de la cuestión: la mayoría de la gente que critica el reguetón no lo ha bailado nunca, luego no lo comprende.
El perreo tiene su origen en las fiestas dancehall jamaicanas, donde sonaba un reggae trotón, orientado a la pista de baile, con letras hedonistas cargadas de s*x* y violencia. El perreo lleva al límite el baile como rito de apareamiento humano; es más, la única diferencia entre follxx y perrear es que en el segundo caso los partenaires están vestidos y no hay penetración. El perreo fue siempre criticado con dureza, tanto por progresistas como por conservadores. Unos decían que era machista, y otros, que era una guarrada. No caían en la cuenta de que el perreo es arte. Y el arte está más allá de consideraciones morales.
Los reguetoneros no meten chicas moviendo el culo en sus videoclips por capricho, sino porque el baile forma parte de la propia canción. Los cochazos, las palmeras, las playas paradisíacas o las mansiones son prescindibles; las chicas, no.
Las modelos de los vídeos de reguetón forman un exclusivo star system que daría para un artículo aparte. Está, por ejemplo, la escultural colombiana Sandra Marcela Molina, ganadora de un concurso de culos y protagonista del vídeo «El amante», de Daddy Yankee. También tenemos a la rubísima Anita Beleño (que sale en «Si no le contesto», de Plan B), a la actriz Marcia Jones Brango (que protagoniza «Y si la ves», de Ñejo), a la increíble Lina Posada (famosa por «Taboo», de Don Omar). Y un recuerdo especial para Julie Osorio, presencia habitual en vídeos de J Álvarez que murió de un ataque de alergia tras aplicarse un tinte para el pelo.
Debo advertir también que, en el reguetón, la mujer no siempre tiene un papel decorativo. Hay excelentes cantantes, como La Sista, Natti Natasha, Farina o Tomasa del Real, que hacen temazos y hablan de lo mucho que les gusta amar y perrear, por activa y por pasiva. Ivy Queen, en concreto, tiene un tema que roza el feminismo discotequero: «Yo quiero bailar, tú quieres sudar, y pegarte a mí, el cuerpo rozar, y yo te digo si tú me puedes provocar, eso no quiere decir que pa la cama voy».
Ivy Queen, 2013. Foto: Cordon Press.
Invasión latina
El trapero y reguetonero granadino Yung Beef sostiene que «en el reguetón hay cosas alucinantes. La gente se ha quedado en la superficie, con la imagen de Matías Prats en las noticias presentando un vídeo de culos y cochazos. Con la salsa no hubo ese problema, porque la salsa no vino con una ola de inmigración. El reguetón es la salsa de ahora, pero no se tolera porque España es racista». Touché. Porque el reguetón lo escucha el chaval peruano que te despacha la fruta, la señora dominicana que limpia tu casa o el camello colombiano que te pasa la cocaína. Y eso no mola. Tú tienes que escuchar cosas que te distingan de ellos, aunque probablemente ganes menos dinero.
Sin embargo, las cifras no cuadran. Cuando redacto estas líneas, la lista de lo más escuchado está encabezada por dos temas de reguetón pop: «Duele el corazón» de Enrique Iglesias y «La bicicleta» de Carlos Vives feat.Shakira. El reguetón ya no es una música hecha solo por y para latinos, sino que ha salido del gueto y se escucha en todas partes: es «popular» en toda la extensión de la palabra.
La invasión empezó a principios del siglo xxi, con hits como «Gasolina» de Daddy Yankee o «Danza Kuduro» de Don Omar. Pero no se consumó hasta el verano de 2015, cuando «El perdón» de Nicky Jam y «La gozadera» de Gente de Zona lo petaron en las listas españolas. «Matando la liga», que dirían ellos. Estas canciones sonaron en chiringuitos, taxis, buses, radios, televisiones y discotecas pijas a todas horas. Y cuando Daddy Yankee y Marc Anthony actuaron en el madrileñísimo estadio Vicente Calderón, se agotaron las entradas.
La conclusión es más que evidente: el reguetón le gusta a mucha más gente de la que está dispuesta a reconocerlo. Para muchos sigue siendo un «placer culpable», como la por**grafía o los reality shows. Una droga dura que proporciona un placer instantáneo al cerebro, gracias a unas bases rítmicas muy adictivas. Y los españoles, muy a su pesar, están enganchados. Buena prueba de esto es que los reguetoneros autóctonos salen como setas.
Señoras y señores: tranquilos, que no pasa nada. Relájense y escuchen reguetón. Y perreen, que algo queda. Ya no necesitan esconderse. Porque estas canciones que ustedes creen tan zafias y chabacanas suenan ya hasta en las facultades de Bellas Artes.
http://www.jotdown.es/2017/10/del-regueton-considerado-una-las-bellas-artes/