De ingenuos, nada. Las Brigadas Internacionales 80 años después

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De ingenuos, nada. Las Brigadas Internacionales 80 años después
“Es fácil pintar a los brigadistas como idealistas ingenuos o aventureros sin escrúpulos. Pero el riquísimo acervo documental desmiente esas lecturas fáciles”, reflexiona el autor.

29 octubre 2016
11:02


brigadistas-internacionales-680x365.jpg

El frente de Aragón en Alcubierre, a mediados de octubre de 1936: La Esquerra Republicana y el Estat Català forman la Columna Macià-Companys. (Archivo de Historia Contemporánea, EPF Zúrich)
Sebastiaan Faber

redaccion@lamarea.com

2 Comentarios

Paul MacEachron tenía 20 años cuando abandonó su universidad en Ohio -la misma en que yo hoy enseño- para alistarse en las Brigadas Internacionales. Era el verano del 37. Hizo lo que miles: se embarcó, cruzó los Pirineos clandestinamente, se entrenó en Albacete -donde aprendió a operar una metralleta- y salió hacia el campo de batalla para defender la República española. En marzo de 1938, corrió la voz que Paul había sido capturado por las fuerzas facciosas cerca de Belchite. Los esfuerzos de sus compañeros de universidad por que el secretario de Estado norteamericano intercediese por él fueron vanos. Parece que los nacionales le fusilaron de inmediato.

En 2003, su novia de aquellos años, que como Paul pertenecía a la Juventud Comunista, me envió un fardo de cartas que éste le había escrito desde España. No pasa año que no las lea con mis estudiantes. Les fascinan estos documentos de su compañero de universidad. Pero no entienden nada. Para empezar, les cuesta descifrar las cartas porque ya no están acostumbrados a leer textos escritos a mano. Más estupefactos aún les dejan sus palabras. Y es que Paul era un revolucionario. Está encantado -le escribe a su novia- con la eficacia de los fusiles antitanque. “Cuando llegue el día que los trabajadores de los Estados Unidos emprendan la lucha por sus derechos”, dice, “tendremos que tener algunos de estos fusiles a mano”. Muchos de mis estudiantes se consideran activistas militantes. Pero si les pregunto si se pueden imaginar alistarse como soldados para luchar en una guerra en un país que no es el suyo, me miran desconcertados. No -confiesan-, la verdad es que no.

Hoy Paul tendría 99 años. El último miembro de sus compañeros de la Brigada Lincoln, Delmer Berg, falleció el año pasado. Este pasado 21 de octubre moría Stan Hilton, el último sobreviviente de los voluntarios británicos, a un día del 80 aniversario de la creación de las Brigadas Internacionales. La idea de reclutar un ejército de voluntarios como expresión de la solidaridad internacional con la Segunda República asediada había sido de Willi Münzenberg, el encargado del aparato de propaganda de la Internacional Comunista en Europa. Como golpe de efecto fue una idea brillante. En total, alrededor de 35.000 voluntarios de casi todos los países del mundo se arriesgaron la vida en la lucha española contra el fascismo.

¿Cómo entender hoy el significado de aquella iniciativa? Es fácil trivializarla como un fenómeno propagandístico motivado por el oportunismo de la política exterior soviética. También es fácil pintar a los brigadistas como idealistas ingenuos o aventureros sin escrúpulos. Pero el riquísimo acervo documental desmiente esas lecturas fáciles. Los testimonios y las biografías de los miles que se alistaron como lo hizo Paul cuentan otra historia. Para empezar, es un relato infinitamente diverso. La Guerra Civil Española no significó lo mismo para un joven judío de Nueva York, un obrero negro de Detroit, un poeta francés o un anarquista argentino. Y aunque entre los voluntarios predominaba el idealismo -es decir, la noción básica, tan desprestigiada hoy, de que es posible imaginarse un mundo diferente y luchar por él- de ingenuos tienen muy poco. Ese chico judío de Nueva York y ese obrero negro de Detroit entendían perfectamente cuál era la amenaza que encarnaban Hitler, Mussolini y Franco. Así lo demuestran las cartas que enviaban a casa.

Llegados a este punto, a mis estudiantes les suelo plantear una pregunta sencilla. ¿El gobierno de Estados Unidos se opuso al fascismo? Sí, claro -me contestan con una confianza cimentada por 70 años de películas de Hollywood-. We fought the good war! We liberated Europe! “Es verdad” -replico- “pero aclaradme algo. Paul MacEachron se alistó en el verano del 37 para combatir el fascismo. ¿Cuánto tardó el gobierno norteamericano en hacer lo propio?”. Hesitación. Por fin alguien levanta la mano. -“Cuatro años y medio…
 
De ingenuos, nada. Las Brigadas Internacionales 80 años después
“Es fácil pintar a los brigadistas como idealistas ingenuos o aventureros sin escrúpulos. Pero el riquísimo acervo documental desmiente esas lecturas fáciles”, reflexiona el autor.

29 octubre 2016
11:02


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El frente de Aragón en Alcubierre, a mediados de octubre de 1936: La Esquerra Republicana y el Estat Català forman la Columna Macià-Companys. (Archivo de Historia Contemporánea, EPF Zúrich)
Sebastiaan Faber

redaccion@lamarea.com

2 Comentarios

Paul MacEachron tenía 20 años cuando abandonó su universidad en Ohio -la misma en que yo hoy enseño- para alistarse en las Brigadas Internacionales. Era el verano del 37. Hizo lo que miles: se embarcó, cruzó los Pirineos clandestinamente, se entrenó en Albacete -donde aprendió a operar una metralleta- y salió hacia el campo de batalla para defender la República española. En marzo de 1938, corrió la voz que Paul había sido capturado por las fuerzas facciosas cerca de Belchite. Los esfuerzos de sus compañeros de universidad por que el secretario de Estado norteamericano intercediese por él fueron vanos. Parece que los nacionales le fusilaron de inmediato.

En 2003, su novia de aquellos años, que como Paul pertenecía a la Juventud Comunista, me envió un fardo de cartas que éste le había escrito desde España. No pasa año que no las lea con mis estudiantes. Les fascinan estos documentos de su compañero de universidad. Pero no entienden nada. Para empezar, les cuesta descifrar las cartas porque ya no están acostumbrados a leer textos escritos a mano. Más estupefactos aún les dejan sus palabras. Y es que Paul era un revolucionario. Está encantado -le escribe a su novia- con la eficacia de los fusiles antitanque. “Cuando llegue el día que los trabajadores de los Estados Unidos emprendan la lucha por sus derechos”, dice, “tendremos que tener algunos de estos fusiles a mano”. Muchos de mis estudiantes se consideran activistas militantes. Pero si les pregunto si se pueden imaginar alistarse como soldados para luchar en una guerra en un país que no es el suyo, me miran desconcertados. No -confiesan-, la verdad es que no.

Hoy Paul tendría 99 años. El último miembro de sus compañeros de la Brigada Lincoln, Delmer Berg, falleció el año pasado. Este pasado 21 de octubre moría Stan Hilton, el último sobreviviente de los voluntarios británicos, a un día del 80 aniversario de la creación de las Brigadas Internacionales. La idea de reclutar un ejército de voluntarios como expresión de la solidaridad internacional con la Segunda República asediada había sido de Willi Münzenberg, el encargado del aparato de propaganda de la Internacional Comunista en Europa. Como golpe de efecto fue una idea brillante. En total, alrededor de 35.000 voluntarios de casi todos los países del mundo se arriesgaron la vida en la lucha española contra el fascismo.

¿Cómo entender hoy el significado de aquella iniciativa? Es fácil trivializarla como un fenómeno propagandístico motivado por el oportunismo de la política exterior soviética. También es fácil pintar a los brigadistas como idealistas ingenuos o aventureros sin escrúpulos. Pero el riquísimo acervo documental desmiente esas lecturas fáciles. Los testimonios y las biografías de los miles que se alistaron como lo hizo Paul cuentan otra historia. Para empezar, es un relato infinitamente diverso. La Guerra Civil Española no significó lo mismo para un joven judío de Nueva York, un obrero negro de Detroit, un poeta francés o un anarquista argentino. Y aunque entre los voluntarios predominaba el idealismo -es decir, la noción básica, tan desprestigiada hoy, de que es posible imaginarse un mundo diferente y luchar por él- de ingenuos tienen muy poco. Ese chico judío de Nueva York y ese obrero negro de Detroit entendían perfectamente cuál era la amenaza que encarnaban Hitler, Mussolini y Franco. Así lo demuestran las cartas que enviaban a casa.

Llegados a este punto, a mis estudiantes les suelo plantear una pregunta sencilla. ¿El gobierno de Estados Unidos se opuso al fascismo? Sí, claro -me contestan con una confianza cimentada por 70 años de películas de Hollywood-. We fought the good war! We liberated Europe! “Es verdad” -replico- “pero aclaradme algo. Paul MacEachron se alistó en el verano del 37 para combatir el fascismo. ¿Cuánto tardó el gobierno norteamericano en hacer lo propio?”. Hesitación. Por fin alguien levanta la mano. -“Cuatro años y medio…

Los jóvenes de hoy, criados en el consumismo como religión, no entienden lo que es el verdadero idealismo, que los capitalistas vencedores de la Guerra Fría han conseguido denigrar. La caida de la Unión Soviética, que jamás representó al verdadero socialismo, sirvió para denigrar los ideales de la izquierda como se puede ver aun hoy dia. Los jóvenes de hoy no entienden que significaba tener enfrente al fascismo amenazando el mundo, y ver a la República española luchando sola frente al fascismo que poco después se apoderaria de toda Europa. Tampoco están dispuestos a arriesgar su vida por la justicia y la libertad.

Esos jóvenes brigadistas son dignos de encomio y admiración. Y la España libre siempre tendrá una enorme deuda de agradecimiento hacia ellos.
 
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