Cuentos y chascarrillos andaluces.
Juan ValeraIntroducción
La afición al folk-lore va cundiendo por todas partes. Se coleccionan los romances, baladas y leyendas, los raptos líricos del pueblo, los refranes, los enigmas y acertijos, y los cuentos, anécdotas y dichos agudos que por tradición se han conservado.
Como esta afición es muy contagiosa, nadie debe extrañar que se haya apoderado de nuestro espíritu.
De romances o dígase de poesía épica popular en verso, se ha coleccionado ya mucho en España, y nada o casi nada hay que añadir. D. Agustín Durán formó la más hermosa, rica y completa colección de romances castellanos, elevando con ella un monumento triunfal a nuestra literatura. Acaso no haya pueblo en el mundo que, en esta clase de poesía, presente nada que aventaje o que al menos compita con nuestro Romancero. Para colmo en este género de la riqueza de nuestra península y para hacer mayor ostentación de ella, Garret ha reunido y publicado los romances portugueses, y D. Manuel Milá y Fontanals y D. Mariano Aguiló han reunido los catalanes.
De seguidillas y coplas de fandango tenemos también excelentes colecciones, siendo sin duda la más importante de todas la de D. Emilio Lafuente Alcántara.
Sobre refranes se ha escrito y coleccionado mucho, señalándose recientemente en este género de trabajo D. J. M. Sbarbi.
Infatigables, atinados y diligentes en reunir y publicar producciones de toda clase de la musa vulgar y anónima han sido y son aún el señor don Francisco Rodríguez Marín, residente en Sevilla y el Sr. Machado, conocido por el pseudónimo de Demófilo.
En lo tocante a cuentos vulgares ha habido, no obstante, descuido. En España nada tenemos, en nuestro siglo, que equivalga a las colecciones de los hermanos Grimm y de Musaeus en Alemania, de Andersen en Dinamarca, de Perrault y de la Sra. d' Aulnoy en Francia, y de muchos otros literatos en las mismas o en otras naciones.
En España, sin embargo, se han publicado ya no pocos cuentos vulgares. No tenemos nosotros la pretensión de ser los primeros. Nuestra pretensión es más modesta. Sólo aspiramos a que se aumente, por virtud de nuestra diligencia, el tesoro escrito de los cuentos que el vulgo refiere y que pueden perderse cuando no se escriben.
Los cuentos vulgares son de varias clases, por más que sea difícil marcar los límites que separan unas clases de otras.
Nosotros los dividiremos todos en tres clases distintas. A la primera pertenecen los cuentos de hadas o de encantamientos, los cuales son sin duda los más bonitos de todos, pero son también los menos castizos. Los tales cuentos, desfiguradas reliquias de antiguas y exóticas mitologías, y fragmentos tal vez de primitivas epopeyas, han venido emigrando desde la India, desde la Persia o desde otros países del remoto Oriente; han pasado por todas las naciones, de Europa y en casi todas ellas se han naturalizado. De aquí que apenas hay cuento de Perrault que no se contase en España antes de que Perrault le escribiera, y que, en cambio, apenas hay cuento de esta clase, que en España pueda escribirse o se escriba ahora, que no esté ya escrito por un autor extranjero como propio de su tierra, donde le ha recogido de la boca del vulgo.
Otra clase de cuentos, si cuentos pueden llamarse, son hechos, lances, anécdotas o dichos conservados por la tradición en determinados lugares y tal vez desfigurados o enriquecidos con adornos por la imaginación del vulgo. De esta clase de cuentos, que nosotros titularíamos leyendas y tradiciones locales, no sabemos que haya en España una extensa colección. Muy de desear sería que esta colección se formara y se publicara.
Hay, por último, cuentos de otra clase, que son los que nosotros nos hemos decidido a reunir, y cuyo principal carácter distintivo es el de ser cómicos, jocosos o chuscos. No hay nación que no posea rico caudal de tales cuentos, inspirados por el buen humor, o sea por lo que llaman los ingleses humour, poniendo de moda la palabra, así en las naciones donde la han importado, como en aquellas en cuyo idioma la palabra existía ya, casi con la misma significación y sentido. En castellano, sin duda, no hemos tenido que dar a la palabra humor el sentido que humour tiene en inglés. Creemos que desde antiguo, aun sin llevar el calificativo de bueno, humor equivalía entre nosotros a humourentre los ingleses. Hombre de humor, era como decir hombre gracioso, chistoso, agudo y alegre. Los vocablos que nos faltaban eran los derivados de humor, que se han introducido recientemente en nuestra lengua. Son estos vocablos humorismoy humorístico.
Grande es la estimación que siempre y en todas partes se ha concedido a la literatura humorística. Hoy, que vivimos en una época triste, en una sociedad revuelta y algo desquiciada y con los espíritus llenos de melancolía, a causa, en gran parte, del alimento malsano que nos propinan los pensadores y filósofos pesimistas, lo jovial y alegre es más de desear que nunca para remedio de aquel mal, para triaca de aquel veneno y para clara demostración de que el vulgo no está, por dicha, tan aburrido y desesperado como se supone, y aun se deleita en inventar o en guardar en la memoria y en referir cosas de burlas y de risa.
Los críticos han fijado su atención, ahora más que nunca, en las producciones del humor alegre en los diferentes pueblos de la tierra.
En Londres, por ejemplo, se está publicando una serie de volúmenes elegantemente impresos e ilustrados con preciosas láminas y viñetas, que se titula Library of humour. En esta colección, donde cada tomo vendrá a tener 400 páginas, van ya publicados el humor de Francia, el de Alemania, el de Italia, el de América, el de Holanda, el de Irlanda, el de Rusia, el del Japón y el de España.
En el de España se insertan, por orden cronológico y muy bien traducidos, fragmentos o pasajes de las obras de nuestros singulares autores, desde el poema del Cid, hasta las novelas y versos de los autores que hoy viven, como Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Palacio Valdés, Campoamor y Leopoldo Alas. Contiene, además, el tomo de El humor de España no pocas producciones anónimas, como son proverbios, cantares del pueblo, anécdotas, chistes de los periódicos, y cuentos y chascarrillos vulgares.
En la colección que nosotros vamos a ofrecer al público, nos limitaremos a un solo género, pero en extremo abundante: a los cuentos y chascarrillos, y no a los que se cuentan por todas partes, sino a los que hemos oído contar en Andalucía, distinguiéndose casi todos ellos por cierto color y cierta traza propios de aquella tierra. No es esto afirmar que todos nuestros cuentos sean de invención andaluza. Difícil, casi imposible, sería averiguar el origen de cada uno. Sólo afirmamos que los cuentos y chascarrillos que insertamos en este volumen, se cuentan todos en Andalucía. Acaso pasen de setenta los que vamos a coleccionar aquí pero como hay centenares y centenares, es evidente que se nos quedan muchos en el tintero. Otros colectores o nosotros mismos, si este tomo no desagrada al público, podrán o podremos aumentar la colección con nuevos volúmenes.
En el presente hemos procurado exponer con fidelidad cada una de las historias, tales como el vulgo las refiere, y hasta imitar, en lo posible, la natural sencillez del estilo del vulgo. Nada, absolutamente nada, es invención nuestra.
No faltan cándidos autores que califiquen a la musa popular de casta. Y, ¿quién sabe? Acaso lo sea en el fondo. Acaso no peque sino por lo franca y desprovista de aquellos disimulos, pleguerías y circunloquios que encubren la desnudez, y constituyen, o si no constituyen, contrahacen la decencia.
De todos modos, nosotros damos por seguro que hasta los cuentos más verdes del vulgo, son en el fondo menos contrarios a la moral que muchas atildadísimas novelas, donde no hay frase, suceso ni lance escabroso que no esté envuelto en un velo tupido de perífrasis poéticas y elegantes. En suma, los cuentos y chascarrillos vulgares, más que por inmoralidad, pecan a veces por rudeza y grosería. A fin de no escandalizar o disgustar con dicho defecto, hemos suprimido no pocos cuentos que ya teníamos redactados y que nos parecían graciosos. No hemos podido, sin embargo, resistir a la tentación de incluir en este tomo algunos de aquellos cuentos en que se nota con mayor o menor intensidad el defecto ya mencionado. De esperar es que nos lo perdone el benigno lector, a quien humildemente nos encomendamos. Entiéndase, a fin de que se logre este perdón, que no componemos un libro para lectura, instrucción y recreo de señoritas y de niños. Y entiéndase además que en este libro no tenemos la única pretensión de entretener y divertir, sino que también tenemos la única pretensión de fijar y de guardar por escrito algo de lo que pudiéramos llamar la poesía épico-cómica vulgar y difusa, prestándole adecuada forma literaria para que se salve del olvido.
Nos importa advertir, por último, que el pueblo español, por lo mismo que es muy creyente y fervoroso católico, trata a veces con pasmosa confianza las cosas divinas, sin que en esta familiaridad haya irreverencia ni mucho menos malicia. Cuento hay que, interpretado por un espíritu pervertido y avieso, podría creerse compuesto por Voltaire, pero que en realidad es invención de nuestro pueblo, el cual le inventó con candor y no tuvo ni remotamente al inventarle el propósito de ofender a Dios, ni a los santos, ni a los ángeles, ni de contradecir o impugnar en lo más mínimo los dogmas y creencias de nuestros mayores.
Es casi seguro que muchos de los cuentos del vulgo andaluz que parecen más volterianos, fueron compuestos en los claustros y en las sacristías, por gente de sotana y cuando había Inquisición en nuestro país, y fueron oídos y celebrados con risa por clérigos, frailes y familiares del Santo Oficio. Juzgaban éstos, y en nuestro sentir importa conservar el mismo criterio, que la verdad, católica y la pureza de la fe que la acepta y la conserva sin menoscabo, están tan altas, que no hay chiste que las hiera o lastime. Y están tan arraigadas en la mente y en el corazón de los españoles, que ni en lo antiguo se concebía ni se debe concebir ahora que haya chuscada que prevalezca contra ellas, ni chusco, narrador o inventor de cuentecillo que al componerle o referirle haya tenido la menor intención antirreligiosa.
Todavía en abono de nuestro propósito de coleccionar cuentos vulgares, nos incumbe decir que los que coleccionamos y publicamos ahora están inmediatamente tomados de la boca del vulgo, pero que sería muy curioso e interesante reunir y coleccionar también otros cuentos vulgares de España, no de los que han recibido ya forma literaria y están en colección como la del Conde Lucanor y del Infante D. Juan Manuel, la del Patrañuelo y la del Alivio de caminantes, de Juan de Timoneda, y como la hecha recientemente de cuentos mallorquines por el Archiduque de Austria Luis Salvador. Estas colecciones existen ya y lo curioso sería coleccionar la multitud de cuentos que han recibido también forma literaria y se hallan esparcidos en las obras, en verso y prosa, de nuestros más ilustres autores clásicos.
Los lacayos graciosos de las antiguas comedias españolas, y, especialmente los de Calderón y de Tirso, refieren a menudo cuentos y chascarrillos, como, por ejemplo, el tan celebrado y sabido de memoria por todo el mundo, del vidriero que recibió de Tetuán centenares de monas.
No tienen, por lo general, estos cuentos más propósito que el de mover a risa; pero ocurren a veces casos a los que dichos chascarrillos vienen a aplicarse, resultando o del mismo chascarrillo o de su aplicación una terrible moraleja. Valga para muestra el chascarrillo que refiere, si no lo recordamos mal, un gracioso de Tirso, acerca del hombre que tenía un tumor, y que se gastaba su dinero en médicos y en cirujanos, los cuales no acertaban a curarle. Cada día iba él empeorándose e iba el tumor creciendo, hasta que un día el enfermo acertó a estar cerca de la mula del Doctor que le asistía. La mula era muy maliciosa y sacudió con tanto tino una coz al enfermo que le reventó el tumor y al fin lo dejó sano. Ahora aplican por ahí este cuento a los asuntos de Cuba: los médicos que no aciertan con la curación son nuestros adalides y nuestros políticos y se supone que la mula maliciosa será a la postre la Gran República de los Estados Unidos, si bien contradice la exactitud de la aplicación, entre otras cosas, que en la aplicación la mula no sólo acaba por reventar el tumor de una coz, sino que a fuerza de darnos coces, le produce antes, y luego le fomenta y casi le gangrena, pudriéndonos la sangre.
Como quiera que ello sea, el estro vulgar, que ha dado origen a muchos chascarrillos, ha sido siempre estimado y aprovechado por nuestros más gloriosos ingenios. Sólo de las obras de Miguel de Cervantes Saavedra se podrían entresacar no pocos de los mencionados chascarrillos, que él oyó contar y a los que dio forma imperecedera. Así, pongamos por caso, la historia del deudor que escondió en mi bastón hueco la cantidad que debía, a fin de burlar al acreedor; lance que da ocasión a una discreta sentencia de Sancho Panza; que ya estaba escrito, en tiempo del Emperador Augusto, por el sofista griego Conon, y que fue reproducido más tarde, en la Edad Media, como milagro de San Nicolás, en versos latinos. Y así también el chascarrillo, que el mismo D. Quijote refiere, de la dama que, teniendo como pretendientes a sabios teólogos y jurisconsultos, eligió y concedió sus favores a un lego motilón, diciendo a quien por esto la motejaba que para lo que ella le quería sabía él más filosofía que Aristóteles.
Sirva todo lo dicho como prueba del valer poético que tienen los chascarrillos y del aprecio con que han sido mirados por nuestros clásicos, a pesar de la rudeza y de la grosería licenciosa que en dichos chascarrillos suele haber con frecuencia.
Y si Tirso, Calderón y Cervantes, gustaron de los chascarrillos y se complacieron en darles forma literaria sin que nadie por ello los condene, bien se nos debe tolerar a nosotros, sin incurrir en censura, ya que no merezcamos aplauso, que imitemos, aunque desmañadamente, sin la menor intención de ofender a Dios ni al prójimo, a los autores ya nombrados, flor y nata de los ingenios españoles.
Antes de concluir no nos parece inútil prevenirnos contra dos acusaciones que se nos pueden digerir.
Es una de ellas la de que tal vez haya en nuestra colección cuentos escritos ya y coleccionados por otros autores. Contra esto decimos y afirmamos que nosotros los hemos tomado de boca del vulgo y que no hemos querido cansarnos en buscar si alguien antes de nosotros ha escrito los mismos cuentos. De esperar es que los escritos por nosotros tengan siempre alguna novedad en la escritura.
La otra acusación que presentimos y de la que queremos defendernos, es de la abundancia de historias y lances que hay en nuestro libro, cuyo fundamento es cierto vaporoso producto del ser humano. A fin de hacer sobre este punto nuestra apología, diremos que desde las edades más remotas dicho producto ha sido mirado o más bien oído como fuente de chistes y de gracias, concediéndosele a veces hasta cierta virtud adivinatoria y agorera, así como al estornudo.
El mismo venerable poeta Homero no cree rebajarse escribiendo sobre el caso y contándonos que el hijo de Júpiter y de Maya, dios de la elocuencia e inventor de la lira, no se limitó a estornudar, sino que lanzó otro agüero para escapar de entre las manos de Apolo, que, por ladrón de sus bueyes, le retenía cautivo.
Lo diremos en griego para mayor claridad, y como documento fehaciente de que el numen de comerciantes y banqueros se valía de tretas y hacía emisiones algo sucias:
[oinòn proéeken ...
tlémona gastrós érithon atásthalon angelióten]
Y dicho ya cuanto teníamos que decir para que se comprenda el objeto de este libro y para que no se nos culpe sin fundamento de pecaminosas desenvolturas, ponemos punto a la Introducción y rogamos al público que reciba con indulgencia y lea estos cuentos y chascarrillos, donde en nosotros sólo tendrá que aplaudir o que reprobar la forma, pues el fondo es suyo.
Madrid, 1896