Cuadernos de Historia

El pueblo que hizo un año de cuarentena voluntaria para frenar la epidemia más mortal de la historia

Si eres de los que estás harto por de estar en casa por el coronavirus, quizá te interese esta historia de un encierro autoimpuesto por cientos de vecinos de una pequeña aldea inglesa, durante 14 meses, que se convirtió en un acto heroico de la medicina sin precedentes

MADRID Actualizado:23/03/2020


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Si eres de los que se tira de los pelos tras una semana encerrado en casa por el coronavirus, si no dejas de pasear por las habitaciones, desesperado, sin saber qué hacer, soñando con el día que puedas salir a la calle, quizá esta historia te interese. Ocurrió en Eyam, un pequeño pueblo del condado de Derbyshire, en Inglaterra, en 1666, donde todos sus vecinos, de manera voluntaria y sin imposición de ningún Gobierno, decidieron encerrarse durante más de un año para no propagar la epidemia más devastadora de la historia en su país: la peste negra. Una cuarentena autoimpuesta que se convirtió en un acto heroico sin precedentes.

En primer lugar, porque consiguieron aguantar 14 meses, soportando la mayoría de ellos los síntomas de aquel virus que había acabado con la mitad de la población de Europa. Véase: inflamaciones dolorosas debajo del brazo, el cuello o la ingle, moretones negros debajo de la piel y, sobre todo, fiebre, vómitos y espasmos. Síntomas aterradores que solían llevar a la muerte y que se propagaban a una ferocidad increíble. Y en segundo lugar, y más sorprendente aún, porque los 350 vecinos de Eyam decidieron encerrarse no para salvarse sí mismos, sino para no contagiar a las poblaciones de los pueblos cercanos. Gracias a ello, salvaron la vida a decenas de miles de personas de ciudades como, por ejemplo, Sheffield y Manchester.

Esta cuarentena se enmarca dentro de la tercera epidemia de peste que azotó al mundo. La primera afectó al Imperio Bizantino en el siglo VI y mató a unos 50 millones de personas (25% de su población). La segunda barrió Asia occidental, Oriente Medio, el norte de África y Europa entre 1346 y 1353, causando pérdidas de población catastróficas y generalizadas, tanto en las zonas rurales como en ciudades pequeñas y grandes. Fue la más mortal y terrible de todas cuantas ha sufrido la humanidad, acabando con la vida de más de 100 millones de personas, más de la mitad de los europeos.


La «Gran peste de Londres»
La tercera, la que nos ocupa, tuvo lugar en diferentes brotes desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII y perjudicó a diferentes ciudades del viejo continente, tales como Tenerife, Milán, Sevilla, Viena, Marsella, Bucarest y Londres. Esta última fue la que le tocó sufrir al pequeño pueblo de Eyam, que tuvo lugar entre 1665 y 1666 y mató a 68.595 londinenses, según la cifra oficial. Se cree, sin embargo, que el número real de fallecidos llegó a 100.000, puesto que la mayoría de los cadáveres de los barrios más pobres, donde más víctimas había, eran simplemente arrojados a fosas comunes. Se lanzaban allí sin dejar constancia en ningún registro.

Debido al comercio terrestre y los desplazamientos de los ciudadanos más pudientes, que huían de la capital en cuanto podían —el Rey Carlos II y su corte, por ejemplo, se refugió en Oxford hasta que todo pasara—, la peste negra se propagó a otras zonas de Inglaterra. A Eyam, 260 kilómetros al norte, llegó en septiembre de 1665. El responsable fue George Viccars, asistente del sastre del pueblo, Alexander Hadfield, que había viajado a la Londres para comprar las mantas y las telas que su jefe necesitaba para confeccionar las prendas que le habían encargado.

A Viccars ya le habrían llegado noticias de que en la metrópoli había aparecido una enfermedad que producía fiebre, vómitos, espasmos y fuertes inflamaciones, la cual había causado miles muertos hasta ese momento. También habría oído hablar de las teorías de su origen, que muchos asociaban a un castigo divino por los pecados del mundo. O habría visto a algún rico comerciante portar hierbas, especias o flores de olor dulce, convencido de repelían la epidemia. También se habría cruzado con muchos más vecinos de los habitual fumando sin parar, creyendo que así ahuyentaban el mal. Y si no, lo que seguro que no pudo evitar es cruzarse con un montón de casas marcadas con una cruz blanca y un vigilante en su puerta, indicando que dentro había infectados obligados a guardar cuarentena.


El virus en una tela
Lo que nunca se imaginó Viccars es que, al regresar a Eyam y desplegar el fardo en el taller de Hadfield, las telas húmedas que traía estaban plagadas de pulgas que portaban el mortal virus de la peste. Era imposible que lo supiera entonces, pero con aquel fatal descuido iba a provocar que su pequeño pueblo se convirtiera en uno de los más importantes de la historia de Inglaterra. El sacrificio que sus 350 vecinos decidieron hacer a continuación tuvo consecuencias decisivas y de largo alcance para el desarrollo del tratamiento contra la peste, así como para la forma de actuar ante la propagación de cualquier enfermedad infecciosa.

Viccars murió menos de una semana después. Su entierro quedó registrado en la iglesia local el 7 de septiembre de 1665. Se convirtió en la primera víctima de la peste negra de la aldea, pero lo peor estaba por venir. Cinco semanas después ya habían muerto 29 vecinos suyos y, antes de llegar a diciembre, la cifra era de 42. El pánico se apoderó de la comunidad, mientras se iban produciendo nuevas víctimas. En mayo de 1666, sin embargo, no falleció nadie y en Eyam todos pensaron que la epidemia había desaparecido.

Se equivocaron. El virus mutó y se hizo más mortal. Dejó de ser una infección transmitida por las pulgas y pasó a los pulmones. A partir de ese momento se volvió una enfermedad pulmonar que en verano regresó con más fuerza y lo arrasó todo en el pueblo. Las escenas a partir de ese momento debían parecerse mucho a las descritas por Agnolo di Tura, cronista siciliano del siglo XIV, sobre la peste en su ciudad: «Grandes fosas se cavan para la multitud de muertos y los cientos que mueren cada noche. Los cuerpos se arrojan en estas tumbas masivas y se cubren del todo. Cuando estas zanjas están llenas, se cavan nuevas zanjas. Tantos han muerto que tienen que cavarse nuevas fosas cada día».


La resistencia de los vecinos
Conociendo la tragedia de en Londres, los habitantes de Eyam tomaron cartas en el asunto de una manera mucho más radical que cualquier otro pueblo de Inglaterra o Europa. La decisión fue impulsada por el reverendo de la localidad, Thomas Stanley. que se percató de la necesidad de contener la enfermedad en junio de 1666, por la sencilla razón de que aquella aldea se encontraba en medio de una importante ruta comercial entre Sheffield y Manchester. Eso la exponía mucha más y la convertía en un enclave potencialmente peligroso para expandir la peste.

Stanley anunció al pueblo que debían hacer cuarentena, pero se encontró con la resistencia de los vecinos, puesto que todavía no se había ganado su confianza en el año que llevaba en el cargo. ¿Qué podía hacer para convencerles? Acudió al reverendo al que había sustituido, William Mompesson, que se encontraba mucho más unido a los feligreses, y le pidió ayuda. Se pusieron de acuerdo y convocaron a todos en la iglesia para pedirles que, por favor, se aislaran voluntariamente en sus casas para evitar el más mínimo contacto con sus vecinos y con los visitantes. Que aquello era muy importante para el futuro de la comarca.

Mompesson les comunicó a sus feligreses que, además, el conde de Devonshire, que vivía cerca de Chatsworth, se había ofrecido a enviar alimentos y suministros si los aldeanos aceptaban ser puestos en cuarentena. Esta comenzó el 24 de junio de 1666. El pueblo se cerró a cal y canto para que nadie pudiera entrar o salir. Los vecinos sabían que se enfrentaban a una muerte casi segura al no poder recibir ayuda médica —la cual, de todas formas, no estaba en aquella época muy asegurada todavía—, pero se consolaron con el hecho de que salvarían a decenas de miles de ingleses si salían de su pueblo e iban a Londres o Manchester.


«Cualquier medida parecerá exagerada»
Todavía hoy se puede leer a la entrada de Eyam un cartel de 1666 que advierte: «Cualquier medida que se tome antes de una pandemia parecerá exagerada. Sin embargo, cualquier medida que se tome después de ella parecerá insuficiente». Mompesson estaba convencido de ello y les prometió que permanecería junto a ellos hasta el final, intentando aliviar espiritualmente su sufrimiento, aunque le costara la vida.

A continuación tomaron una serie de medidas sanitarias inéditas hasta la época. Delimitaron el municipio con una línea de piedras de una milla de largo que marcaba el límite de la cuarentena y colocaron carteles para advertir a los visitantes que no entraran. Elaboraron un plan para enterrar a todas las víctimas de la peste lo antes posible y lo más cerca del lugar donde había muerto, no en el cementerio. Así evitarían que la enfermedad se propagara entre los cadáveres que esperaban sepultura. Y, por último, cerraron la iglesia para evitar la concentración de gente y trasladaron los sermones al aire libre, con el objetivo de que pudieran rezar con una distancia suficiente entre ellos.

«La decisión de poner en cuarentena la aldea significó que se eliminó el contacto humano-humano, especialmente con aquellos visitantes que llegaban al pueblo. Aquello redujo significativamente el potencial de propagación del patógeno. Sin la restricción de los aldeanos, mucha más gente habría sucumbido a la enfermedad, especialmente de las aldeas vecinas. Es remarcable lo efectivo que fue el aislamiento en este caso», contaba hace unos años el doctor Michael Sweet, especialista en enfermedades en la Universidad de Derby, a la BBC.

Durante 14 meses nadie entró ni salió del pueblo. Los vecinos permanecieron encerrados. De las aldeas cercanas llegaba gente a dejar comida en la frontera de piedras a cambio de monedas de oro sumergidas en vinagre. Los habitantes de Eyam creían que así el metal se desinfectaría. Eso ayudó a que la peste no se propagara fuera, puesto que nadie intentó cruzar el anillo.


Seis muertos al día
Con la llegada del verano, la epidemia empezó a hacer estragos dentro del perímetro. Se registraban cinco o seis muertes por día. Se conoce el caso de una mujer, Elizabeth Hancock, que enterró a seis de sus hijos y su esposo en un mes. La llegada del calor había hecho que las pulgas estuvieran más activas y la peste se extendiera sin control por todo el municipio. «Mis oídos nunca han escuchado lamentos tan lamentables. Mi nariz nunca ha olido olores tan penetrantes y mis ojos nunca han visto espectáculos tan dantescos», escribió Mompesson en una de sus cartas.

En los meses de septiembre y octubre, el número de fallecidos disminuyó. El 1 de noviembre, la peste desapareció. El cordón había funcionado en lo que respecta a la propagación de la enfermedad fuera de Eyam, pero cuando llegó el primer inglés del exterior, se encontró con las cifras reales: con 76 familias infectadas, murieron 260 vecinos de 350.

Lo más importante, sin embargo, es que las medidas de este heroico municipio hicieron cambiar en Inglaterra los parámetros médicos, puesto que se dieron cuenta de aquella cuarentena forzada había limitado la propagación del virus. Tanto es así que utilizaron sus acciones como un caso de estudio en la prevención de enfermedades. El uso de zonas de cuarentena se usa en Inglaterra hasta hoy para contener la propagación de enfermedades como la fiebre aftosa, mientras que de la idea de las monedas en vinagre hizo que surgiera el hábito de esterilizar los equipos y la ropa médica.


VIDEO:
 
Nueva historia de España - Capítulo 15 de 20 - El despotismo Ilustrado


El siglo XVIII es el siglo del reformismo borbónico. Los reinados de Fernando VI y Carlos III, con la presencia de personajes como Campomanes, Floridablanca o Jovellanos, conocen una intensa efervescencia politica, económica y cultural. Se reorganiza la administración y el sistema financiero, se regulan las instituciones culturales, se fomenta la agricultura, las manufacturas y el comercio, y se moderniza el ejército. Se respiran los aires de la I lustración mientras en America se consuma el mestizaje.



 
PLAGAS EN EL IMPERIO ROMANO
La peste antonina y el hito de Galeno: ¿las plagas acabaron con el Imperio romano?
Procedentes de Oriente, según los historiadores de la época, primero la viruela y luego la peste hicieron tambalear los cimientos de Roma y Constantinopla



Foto: 'Los filisteos golpeados por la peste', de Nicolas Poussin. (1631)


'Los filisteos golpeados por la peste', de Nicolas Poussin. (1631)


AUTOR
MARTA MEDINA
Contacta al autor
@MartaMedinadelV
26/03/2020




Fue el 13 de marzo a.C. (antes del coronavirus) cuando Manio Semproniovolvió en la segunda temporada de 'Justo antes de Cristo', la serie creada por Juan Maidagán y Pepón Montero, ambientada en el año 31 a.C., en el campamento de legionarios de Cneo Valerio, en la frontera de Tracia. Como una premonición, en el segundo capítulo, Manio estornuda sobre el rey de los tracios y una epidemia acaba asolando el ejército enemigo de Roma. Manio Sempronio nunca existió, pero la realidad es que tanto Tracia como el Imperio romano sobrevivieron a varias plagas que pusieron en jaque la sociedad de la época.







"Cuando muchos hombres sufren al mismo tiempo una sola enfermedad, hay que atribuir la causa a aquello que es lo más común y de lo que todos nos servimos en mayor grado, es decir, lo que respiramos". En su comentario a 'Sobre los elementos según Hipócrates', Galeno de Pérgamo, uno de los médicos y filósofos más importantes del Imperio romano del siglo II, detectó el probable método de contagio de la plaga que se extendió por territorio romano entre el 165 y el 180 d.C. y que aparece en la última novela de Santiago Posteguillo, 'Y Julia retó a los dioses' (Planeta, 2020). Se llamó la peste antonina —también la plaga de Galeno—, y fue una epidemia de viruela que acabó con el emperador Lucio Vero y mató hasta a siete millones de personas.

En ese momento, el Imperio romano se extendía desde Britania hasta el norte de Mesopotamia, desde el Nilo hasta el Rhin, y contaba con 50 millones de habitantes. Allí "surgió una epidemia tan grande que los cadáveres se transportaron en distintos vehículos y carruajes. Los Antoninos promulgaron entonces leyes severísimas respecto a la inhumación y a las sepulturas, pues prohibieron que nadie las construyera a su gusto. Dicha epidemia acabó con muchos miles de personas, muchas de ellas de entre los primeros ciudadanos", cuenta el tratado 'Historia Augusta'.

Lucio Vero "tuvo la fatalidad, según parece, de llevar consigo la peste a todas las provincias por donde pasó hasta que llegó a Roma"

Al parecer, la plaga apareció por primera vez en los territorios de Oriente, y fue el ejército de Lucio Vero —unas 100.000 personas hacinadas y sin acceso a medidas higiénicas básicas—, que volvía de las guerras marcomanas en la frontera del Danubio, quién la extendió por el Imperio. El emperador "tuvo la fatalidad, según parece, de llevar consigo la peste a todas las provincias por donde pasó hasta que llegó a Roma" y llenó "de enfermedad y muerte todo el territorio situado entre la tierra de los persas, el Rhin y las Galias", según recopiló el historiador Amiano Marcelino dos siglos después.



Un grabado que representa el contagio de una epidemia.


Un grabado que representa el contagio de una epidemia.



Galeno, el principal estudioso de la pandemia, describió que los síntomas de la peste antonina comenzaban con "exantemas de color negro o violáceo oscuro que después de un par de días se secan y desprenden del cuerpo, pústulas ulcerosas en todo el cuerpo, diarrea, fiebre y sentimiento de calentamiento interno por parte de los afectados, en algunos casos se presenta sangre en las deposiciones del infectado, pérdida de la voz y tos con sangre debido a llagas que aparecen en la cara y sectores cercanos, entre el noveno día de la aparición de los exantemas y el décimo segundo, la enfermedad se manifiesta con mayor violencia y es donde se produce la mayor tasa de mortalidad".

Como recuerda Posteguillo en su novela, a pesar del contacto continuado de Galeno con enfermos de la plaga, el médico no desarrolló la enfermedad porque, probablemente, al diseccionar animales enfermos para estudiarla desarrolló su propia inmunidad. "La teoría más probable, desde el punto de vista de la ciencia moderna, analizando en retrospectiva todos los datos de este curioso fenómeno, explica que Galeno sufrió un proceso de autoinmunización contra esta terrible enfermedad. Una autoinmunización de la que él no pudo ser consciente", escribe Posteguillo. "Ante la imposibilidad de hacer disecciones en cadáveres humanos, realizó muchísimas disecciones de animales muertos, principalmente perros, gorilas, cerdos y vacas. Es muy probable que el frecuente contacto de Galeno con las vacas muertas, de la misma forma que las lecheras están en contacto con las vacas vivas cuando las ordeñan, hiciera que el propio médico griego contrajera la infección de la viruela vacuna, con su consiguiente inmunización contra la viruela humana [...]. Su trabajo investigador diseccionando animales lo protegió".

Esta fue la primera gran plaga del Imperio romano que, aparte de diezmar la población, provocó profundos cambios en la política, la economía e, incluso, la religión. El comercio se paralizó y Roma se vio forzada a firmar la paz con muchos de sus enemigos. Ante la escasez de soldados, el Imperio tuvo que recurrir a esclavos y mercenarios. Y volvió a implantarse un fuerte culto a los dioses que derivó, además, en la persecución de los cristianos, a los que se culpó del brote.


Peste justiniana
Roma pensó que no volvería a vivir una tragedia semejante, pero 400 años después, una nueva epidemia se extendió por territorio romano. Una epidemia mucho mayor: la peste justiniana, que apareció alrededor del 541, también en Oriente, y que se extendió y reapareció en los puertos del Mediterráneo durante los dos siglos siguientes y diezmó la población del Imperio bizantino.

"La enfermedad duró cuatro meses en Bizancio, y su mayor virulencia duró tres meses. En un principio, las muertes fueron algo más que lo normal, después la mortalidad se elevó mucho más, y más tarde alcanzó a cinco mil personas cada día, e incluso llegó un momento que fueron diez mil cada día y hasta más. Al principio, todos los hombres asistían al entierro de los muertos de su propia casa, después los arrojaron en las tumbas de otros, para finalmente llegar a un estado de confusión y desorden", escribió Procopio de Cesarea en su libro 'Guerra persa'. "Esclavos fueron separados de sus dueños, y hombres que en tiempos habían sido ricos fueron privados del servicio de sus criados, que habían enfermado o muerto, llegando incluso a haber casas completamente vacías de seres humanos. Por esa razón, sucedió que algunos de los hombres notables de la ciudad permanecieron sin sepultar durante muchos días".



Otro grabado representando una epidemia.


Otro grabado representando una epidemia.



Esta vez sí se trató de peste: los enfermos experimentaron bubones, ojos sanguinolentos, fiebre y delirios. Los historiadores hablan de que el cambio climático que experimentó la Tierra en esa época favoreció las migraciones de roedores, cuyas pulgas acabaron contagiando a los comerciantes, que expandieron la epidemia por los puertos.

Cuando la epidemia llegó a Constantinopla, la ciudad se vació. Los mercados cerraron y el emperador Justiniano tuvo que requisar tumbas privadas para enterrar a los muertos y que no se quedasen tirados al sol de la calle. Y al extenderse a Roma, el papa Gregorio Magno sacó en procesión a miles de personas frente al mausoleo del emperador Adriano para rezar y detener la plaga. Pero, obviamente, favoreció el contagio. Pudo haber desaparecido un cuarto de la población conocida de la época, entre 25 y 50 millones de personas. Y provocó el colapso final de la organización tradicional romana para dar paso a la Edad Media. Fue un cambio de paradigma político, económico y social, como lo será —de otra manera— el coronavirus que, sin esa letalidad, sí planteará transformaciones globales. El mundo nunca volverá a ser el mismo.

 
Nueva historia de España - Capítulo 16 de 20 - La crisis del antiguo régimen

El reinado de Carlos IV marca el principio del fin del Antiguo Régimen, La Guerra de la Independencia otorga al pueblo español un protagonismo consagrado por la Constitución de Cádiz, carta Magna del liberalismo español.


 
Nueva historia de España - Capítulo 17 de 20 - La España liberal

Entre 1833 y 1874, España conoce el reinado y el exilio de Isabel II, la monarquía de Amadeo I de Saboya y la experiencia democrática de la Primera República, que concluye cuando el ejército repone a los Borbones en el trono, en la persona de Alfonso XII.



 
Nueva historia de España - Capítulo 18 de 20 . La restauración

En 1874, un golpe militar devuelve el trono a los borbones. Alfonso XII y Alfonso XIII estarán en la cúspide del sistema político de la Restauración, caracterizada por el turno: la alternancia de liberales y conservadores en el gobierno. En 1923, las tensiones derivadas del caciquismo político, del desastre de 1989 ( con la independencia de Cuba y Filipinas ), de la fuerza creciente del movimiento obrero y de la guerra en Marruecos llevarán al poder al general Primo de Rivera, cuya dictadura será la antesala de la Segunda República.



 
MUY CONTAGIOSO, SIN VACUNA, NI ANTIVIRALES
Estos son los "espeluznantes" paralelismos de la gripe de 1918 con el Covid-19
El historiador Elías de Mateo disecciona en un extenso artículo la repercusión de pandemia de hace 102 años que causó 50 millones de muertos. "Se trabaja igual de indefensos"



Foto: Reproducción de la época de cómo se transmitía la enfermedad (Anuario de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga).


Reproducción de la época de cómo se transmitía la enfermedad (Anuario de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga).



AGUSTÍN RIVERA. MÁLAGA
29/03/2020


"Los paralelismos entre lo que pasó en 1918 y ahora son espeluznantes". Elías de Mateo es un prestigioso historiador de Málaga, especialista en historia social y contemporánea andaluza, que radiografió hace dos años en el Anuario de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo la pandemia de gripe de 1918.

Fue la mal llamada "gripe española", bautizada el 2 de junio de aquel año por el corresponsal de 'The Times' como 'spanish influenza', la que provocó hace 102 años "la mayor catástrofe demográfica de la historia". Ocasionó 50 millones de muertos y afectó a 500 millones de personas.Algunos, como Rafael Martínez, de 106 años, se libró de la de 1918 y asegura a El Confidencial que no tiene miedo.


De Mateo, doctor en Historia Contemporánea, director del Museo Revello de Toro y autor de 50 libros y monográficos, estudia en profundidad el caso de Málaga, pero también aporta jugoso contexto nacional e internacional. Aquí van ya algunos: los fallecimientos que se producen días después de la infección y la reacción del sistema inmunitario que provocaba (y provoca) una gran tormenta de citocinas guarda relación entre las dos gripes distanciadas más de un siglo.
En la de 1918 no hubo vacuna. Tampoco un antiviral que atenuara su letalidad. Y era altamente contagiosa. Son tres particularidades en las que coinciden con el Covid-19, al igual que afectara no solo a clases medias y a desfavorecidos, sino también a la clase alta. El rey Alfonso XIII contrajo la gripe. También los presidentes Eduardo Dato y Romanones, como ahora ha ocurrido con miembros del Gabinete Sánchez como las ministras Carmen Calvo e Irene Montero. El Congreso de los Diputados también fue desinfectado, como ocurrió el pasado miércoles (madrugada del jueves) con cada intervención de los portavoces parlamentarios y el presidente del Gobierno.
Los bulos de 1918: se atribuía la causa de la enfermedad al movimiento de tierras de la construcción del Metro de Madrid
La gripe de hace 102 años, que se desarrolló también en 1919, se cebó especialmente con el personal sanitario… como en estos tiempos del coronavirus. "En los pueblos morían los médicos y había que sustituirlos". También había controles sanitarios (los actuales controles de tráfico de la Guardia Civil y de la Policía en las ciudades para exigir el cumplimiento del estado de alarma) en las entradas de los núcleos de población.
Fruta, goma de los sellos, automóviles...
Más semejanzas. Sí, en 1918 existían los bulos. Que si la causa de la enfermedad se atribuía al movimiento de tierras de la construcción del Metro de Madrid y del alcantarillado; que si el consumo de fruta; la harina que llegaba de América; la goma de los sellos; que si con el humo de los primeros automóviles...
"Tanto los médicos como las autoridades sanitarias insistieron en que la gripe se contagiaba por la respiración y el contacto o la cercanía con los enfermos", escribe el historiador. Igual que ahora. "Ahora muchos se salvan por los respiradores, que entonces no existían, pero al no contar con una vacuna ni con un antiviral específico el profesional sanitario trabaja igual de indefenso que en 1918", explica De Mateo en conversación telefónica con El Confidencial.



Elías de Mateo


Elías de Mateo



Se desconoce la procedencia de la gripe de hace 102 años (Kansas, China y el norte de Francia) son algunas de las hipótesis. El historiador malagueño se decanta por la estadounidense y ahora, en 2020, tampoco se sabe de dónde procede, aunque sí conocemos que el foco original está en Wuhan. Sí se coincide en que ambas pandemias procedente de un virus que mutó de animales a humanos. Los virus, como agentes de enfermedades infecciosas, no se conocieron en el mundo hasta los años treinta del siglo XX.

La difusión actual de la pandemia se debe al extraordinario movimiento de población existente entre continentes. Y en 1918, con el desarrollo de la I Guerra Mundial también existió "un ingente desplazamiento de soldados y la convivencia en campamentos en malas condiciones de vida", relata Elías de Mateo. La gente se moría hacinada en los cuarteles y en los barcos. Hoy en día la mayor de los fallecimientos masivos de esta pandemia se ha producido en residencias de ancianos.

"No ocasiona defunciones. El mal desaparece al poco tiempo de ser afectado. Estamos ante una infección molesta, pero de ningún modo grave"
Y en 2020, como en 1918, Madrid es el epicentro de la enfermedad. El 23 de mayo fue portada en 'Heraldo de Madrid', 'El Liberal', 'ABC' y 'La Época'. A pesar del "mensaje de tranquilidad" que se instaba a la ciudadanía: "Reviste características de benignidad extrema, a pesar de su gran poder de difusión. No ocasiona defunciones. El mal desaparece al poco tiempo de ser afectado el individuo. Estamos, puestos, ante una infección molesta, pero de ningún modo grave".

'El Liberal' también advertía los síntomas de la enfermedad… casi calcados de los que ahora cualquier medio o especialista podría enumerar en una gran parte de los casos: "Presentación súbita, fiebre alta y dos variantes posibles, la que afectaba al aparato respiratorio y la que afectaba al aparato gastrointestinal".




Caricatura del periódico 'El Sol' del 7 de junio de 1918


Caricatura del periódico 'El Sol' del 7 de junio de 1918



La actividad diaria en la capital de España se paralizó. Se redujo el servicio de tranvías, teatros y espectáculos públicos (pero no paralizaron estos dos últimos, como este mes de marzo). La gripe no solo afectó a las ciudades, sino también a las aldeas. Y en la cultura la contrajo Josep Pla. Apollinaire murió víctima de la gripe de 1918. También la padeció el presidente estadounidense Woodrow Wilson (quien en 1913 instauró las ruedas de prensa en la Casa Blanca) o el entonces subsecretario de la Marina norteamericana, Franklin Delano Roosevelt.

"Wilson contrajo la gripe durante los debates sobre la paz que tenían lugar en París y Versalles lo que le ocasionó un estado de debilidad en su postura moderada a la hora de tratar a los vencidos, facilitando que se impusiera en los tratados de paz el deseo de venganza del francés Georges Clemenceau", glosa Elías de Mateo.

"El Gobierno de Maura se vio desbordado por los acontecimientos. El endeble sistema de atención sanitaria colapsó"
Más paralelismos con la actualidad. En la segunda oleada de la gripe (septiembre de 1918) el Gobierno de Maura "se vio desbordado por los acontecimientos. El endeble sistema de atención sanitaria a cargo exclusivamente de la beneficencia municipal y provincial, colapsó". En ese momento, se aisló a los enfermos "para evitar aglomeraciones humanas sobre todo en recintos cerrados, y con limpieza y fumigaciones".


"Romanones tardó en reaccionar"
Llegó el cierre de colegios, la desinfección de cafés, iglesias y edificios públicos. Surgieron ya periódicos como 'El Heraldo de Madrid' que criticaron la actitud del Gobierno "y la ineficacia de las medidas adoptadas e instaba a los poderes públicos a que tranquilizasen a la población no con engaños, sino con la actuación y los hechos".
Y el Gobierno presidido por Romanones "tardó en reaccionar", indica Elías de Mateo. Él mismo resalta cómo en algunos medios internacionales se difundía la imagen de hospitales estadounidenses "iguales a las del pabellón de Ifema". "Desgraciadamente, hay muchas semejanzas". Sí, espeluznantes.

 
Hipótesis y esperanzas: Josep Pla y Stefan Zweig en el fin de los tiempos
El inicio de los años veinte, entre la posguerra y el desastre de la gripe española, estuvieron plagados de grandes novelas



Foto: El joven Josep Pla


El joven Josep Pla


AUTOR
JORDI COROMINAS I JULIÁN
Contacta al autor
30/03/2020



8 de marzo de 1918. “Como hay tanta gripe han clausurado la Universidad. Desde este hecho, mi hermano y yo vivimos en casa, en Palafrugell, con la familia. Somos dos estudiantes más bien ociosos. Mi hermano, gran aficionado al fútbol pese a haberse roto un brazo y una pierna, se presenta sólo en las comidas. Hace su vida. Yo voy tirando. No echo de menos Barcelona, menos aún la Universidad. La vida de pueblo, con los amigos que tengo, me gusta. En las horas del postre, aparecen en la mesa una gran bandeja de crema quemada y un bizcocho delicioso, suave, doradito, con una pequeña polvareda de azúcar ingrávido. La madre me dice: ¿Ya sabes que hoy cumples veintiún años?"

Los acontecimientos históricos nos hacen leer el pasado con otros ojos. 'El Quadern Gris' de Josep Pla es una de las obras maestras de la literatura peninsular del siglo XX. No por casualidad fue el primer volumen de las obras completas del autor catalán, publicándose en 1966, y aquí había una trampa. Pla, como nosotros, analizó su trayectoria con la ventaja del paso del tiempo y, si bien el libro es un dietario de iniciación hasta su marcha a París, aquí interviene la reescritura, de ahí ese inicio justo al alcanzar la mayoría de edad, como si se abriera la puerta para comprender el mundo, y con ella la posibilidad de expresarse como adulto.



'El quadern gris'


'El quadern gris'




Pla navegó en la impostura en su voluntad por entender ese instante, y no deja de ser significativo ese principio con la gripe, española sin ser ella nada de eso, pandémica en su primera oleada. Las siguientes acarrearían un vendaval planetario de entre cincuenta y cien millones de muertos, con algunas zonas en cuarentena y muchas ciudades fantasmas, quizá por eso T.S. Eliot reflexionó sobre esa desolación fantasmagórica con su “Jerusalén, Atenas, Alejandría, Viena, Londres: irreales.” Irreales por una doble coincidencia sórdida. Ahora nos planteamos vinculaciones entre eras recientes, como si esto se enlazara con la gran depresión de 2008. ¿Nos recuperaremos? No tiene la mayor relevancia, porque si entonces el armisticio de la Primera Guerra Mundial se encadenó sin más dilación con la spanish flu ahora es el coronavirus quien se enlaza con ese desmorone económico.

Nuestros antepasados estaban hartos de Historia, ya dijo Stephen Dedalus, no en vano el 'Ulises' se publicó en 1922, justo en el cuarenta cumpleaños de Joyce, eso de la Historia es una pesadilla de la que quiero despertar. Eran demasiados vaivenes y puñetazos para la gente normal, esa misma preocupada en una taberna del poema de Eliot, con un soldado de regreso repleto de ganas de divertirse mientras la charla en la barra deriva sobre las relaciones conyugales, los dientes y un futuro con escaso horizonte.

Si menciono tanto a Eliot es por la precisión de sus palabras y el cóctel de su misma gestación. El norteamericano afincado en el Reino Unido estaba desquiciado, con su matrimonio en vilo y ataques de nervios constantes. Lo personal se hilvanó con lo colectivo, y lo mismo acaecía con otro monstruo, Ludwig Wittgenstein, bien reflejado en el fabuloso 'Tiempo de magos'(Taurus), de Wolfram Eilenberger. El último aforismo del 'Tractatus', tan interpretable, nos habla desde lo inaprensible de ese instante: De lo que no se puede hablar, conviene callar. Nosotros deberíamos hacerlo en redes, pero si lo interpretamos desde su latitud sólo pide silencio para aprehender, observar y constatar nuestro empequeñecernos al ser esclavos de una circunstancia superior a nosotros, y en esto, sin saberlo, guiña el ojo a Pla con su “es más difícil describir que opinar, infinitamente más, y en vista de eso todo el mundo opina y casi nadie describe.”


Los pasaportes y el gusto
Con esta emergencia sanitaria se produce una belleza del impedimento. Muchos libros se han quedado en lugares inaccesibles, y la memoria aflora. Stefan Zweig, un autor banalizado por exceso de citas al haber llegado tarde a nuestras librerías, navega en un pasaje de su 'El mundo de ayer' por el recuerdo anterior al precipicio y entona un canto nostálgico del viaje, cuando antes de Sarajevo era posible cruzar fronteras sin pasaportes. En 1919, con los nuevos tratados y el miedo por la enfermedad imperante, los países recién nacidos y los consolidados mutaron el paradigma hasta generar férreos controles para personas y divisas.


La encerrona era querida, pero apuntaba a un orden mucho más turbulento, a un absurdo proteccionista debido al temor de lo pretérito y a la incerteza del presente. Antes de todo esto cultivó fortuna la máxima gramsciana sobre como “El Viejo Mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer: en ese claroscuro surgen los monstruos.”



GRAF3094. VIENA, 16 02 2018.- Fotografía facilitada por el Centro Stefan Zweig de Salzburgo, del escritor austriaco Stefan Zweig en una imagen de finales de los años 20 en su casa de Salzburgo. La editorial austríaca Zsolnay y el Centro Stefan Zweig de Salzburgo han presentado recientemente el primero de los siete volúmenes de una edición crítica de sus ficciones completas, con la intención de publicar un nuevo tomo cada año. EFE  ---SOLO USO EDITORIAL---



GRAF3094. VIENA, 16 02 2018.- Fotografía facilitada por el Centro Stefan Zweig de Salzburgo, del escritor austriaco Stefan Zweig en una imagen de finales de los años 20 en su casa de Salzburgo. La editorial austríaca Zsolnay y el Centro Stefan Zweig de Salzburgo han presentado recientemente el primero de los siete volúmenes de una edición crítica de sus ficciones completas, con la intención de publicar un nuevo tomo cada año. EFE ---SOLO USO EDITORIAL---




Ahora es el adiós temporal a Schengen, y mientras las líneas plagan el mapalos nacionalismos, siempre perniciosos, intentan aprovechar el lance para seguir con sus detestables cantinelas. Leer lo anterior tiene la utilidad de proyectarnos y poder asentir ante las páginas. En la década de los veinte la inestabilidad debida a esos dos factores, posguerra y despertar de la gripe española, zarandeó los Estados hasta debilitarlos. Siempre lo mismo, política y pandemia. La Italia de Mussolini como esperanza de los Fascistas y desasosiego de los demás, con la Democracia mancillada, y el efecto de la bota se trasladó a España con Primo de Rivera, con Alfonso XIII diciéndolo eso de tú serás mi Mussolini, y Alemania aquejada por una hiperinflación coincidente en su cénit con el primer envite de Hitler desde Baviera.

Todo historiador tiene en su interior la contradicción de lo negativo de lanzar hipótesis sobre lo no ocurrido. No podemos determinar qué será del mañana. La crisis europea tras el Tratado de Versalles tuvo la fortuna de los créditos americanos, tumba posterior en 1929. China nos aporta material, y en esa generosidad gana los puntos del buen amigo, mientras Trump simbolizaría todo el peligro de la endogamia y la ceguera.
La catarsis, ¿qué haremos cuando nos dejen salir con normalidad a la calle?

Las fronteras, a eliminar con razón según los anarquistas, únicos conscientes del internacionalismo ciudadano, exhibieron el conservadurismo de las autoridades. La catarsis, ¿qué haremos cuando nos dejen salir con normalidad a la calle?, se esgrimió con otra sensibilidad. Se da muy por sentado una hegemonía de los paradigmas previos, y pocos se han preguntado hasta si las cuestiones juzgadas tan cruciales por los expertos tenían tanto empaque.

Los gustos viraron a un giro de ciento ochenta grados. En 1917 Jean Cocteau, Pablo Picasso, Erik Satie y Serge Diaghilev estrenaron en el Théâtre de Chatelet su ballet total 'Parade', digno heredero vanguardista de las ambiciones de Richard Wagner. Los abucheos abundaron porque el público burgués aún estaba con el chip de la Belle Époque, pero en diciembre de 1920 todos esos pitos se tornaron en aplausos. ¿Qué había pasado? Proust tiene la respuesta en el tramo final de su 'Recherche', cuando tras iluminarse por esas baldosas deslavazadas, como las de San Marco en Venecia, la verdadera madalena de la insuperable novela, asiste a una recepción en casa de los Guermantes, príncipes de antaño y momias del presente, algo similar a la imagen del Príncipe de Salina y sus familiares en ese mítico traveling de Luchino Visconti en 'El Gatopardo'. De ser los leones de la aristocracia han devenido polvo encanecido, a sacudir. Quizá debamos hacer lo mismo contantas convicciones impuestas, y desde esa vertiente todos los agentes configuradores de ideas están amenazados por el atiborramiento de debates no tan palmarios.


Las clausuras y los ciudadanos
El inicio de los años veinte, esos que satirizábamos hace meses con nuestra ignorancia complacida, estuvieron plagados de grandes novelas. En 'La conciencia de Zeno' de Italo Svevo hay una burla conseguida por la clausura del protagonista para frenar su adicción al tabaco. El episodio con el internamiento en la clínica triestina, el tonteo con la enfermera y la posterior huida son metáfora de muchos deseos de todo confinado, la negación a aceptar la violación del statu quo y la locura por romper con las rutinas cotidianas.

Svevo, triunfador a la postre gracias a James Joyce y el inigualable Valery Larbaud, nos depara una última perla con la clausura de su 'Conciencia': "Tal vez gracias a una catástrofe inaudita, producida por los instrumentos, volvamos a la salud. Cuando no basten los gases venenosos, un hombre hecho como los demás, en el secreto de una habitación de este mundo, inventará un explosivo inigualable, en comparación con el cual los explosivos existentes en la actualidad serán considerados juguetes inofensivos. Y otro hombre hecho también como todos los demás, pero un poco más enfermo que ellos, robará dicho explosivo y se situará en el centro de la Tierra para colocarlo en el punto en que su efecto pueda ser máximo. Habrá una explosión enorme que nadie oirá y la Tierra, tras recuperar la forma de nebulosa, errará en los cielos libre de parásitos y enfermedades."

Tras el doble marasmo emergió la sociedad de las masas y los poderosos se vieron urgidos a escuchar la voz de la ciudadanía
Hay ironía en este párrafo, así como muchos avisos. Tras el doble marasmo emergió la sociedad de las masas y los poderosos, cada uno a su manera, se vieron urgidos a escuchar la voz de la ciudadanía para valorar encrucijadas desatendidas hasta la fecha. Piensen en ello, en cómo la dejadez del ayer, la sumisión pasiva, es una rémora a cortar de cuajo para aprovisionar lo venidero de otras partículas. Al fin y al cabo paréntesis de tanta gravedad son muy útiles para lanzar a la papelera tanta ropa vieja considerada moderna. El miedo tiene muchas formas, y si nuestros abuelos ensalzaban y abominaban de la revolución rusa esta sólo fue un hombre del saco más del panorama. La revolución debe venir desde dentro, y las lecciones de otrora sirven para no tropezar dos veces en la misma piedra aunque, es irrefutable, seamos humanos.

 
Nueva historia de España - Capítulo 19 de 20

En 1931 nace la segunda República. Bajo el nuevo Régimen, son constantes los enfrentamientos entra izquierdas y derechas. En 1936, la derecha contraria al reformismo republicano se suma a los militares ejecutores de un golpe de Estado que desencadena la Guerra Civil. A su término, en 1939, el general Franco, jefe de los sublevados, ocupa el poder, en el que se mantiene hasta 1975.




 
Nueva historia de España - Capítulo 20 de 20 España en democrácia


En 1975, tras la muerte del general Franco, empieza la llamada transición democrática, un proceso de gradual apertura política que culmina con la aprobación en referéndum de la Constitución de 1978. España, convertida en un Estado Democrático, se estructura en comunidades autónomas, se integra plenamente en la OTAN y en la Unión Europea, y experimenta transformaciones decisivas durante los sucesivos gobiernos de la Unión de Centro Democrático, del Partido Socialista Obrero Español y del Partido Popular.



 
Quince años de la muerte de Juan Pablo II, un gigante cuestionado
Sobre la gestión del que fue considerado en vida "el mayor Papa de todos los tiempos" pesan muchas sombras


JUAN G. BEDOYA
Madrid
2 ABR 2020



Juan Pablo II


El papa Juan Pablo II reprende a Ernesto Cardenal ante Daniel Ortega, en Managua, el 4 de marzo de 1983. REUTERS



Sobre Juan Pablo II, de civil Karol Jósef Wojtyla (Polonia, 18 de mayo de 2020-Ciudad del Vaticano, 2 de abril de 2005), se han dicho todo tipo de hipérboles, pero también enormes improperios. "El mayor papa de todos los tiempos", "irrepetible", "un Atlas solitario sosteniendo a la Iglesia y el mundo". Hasta mereció una asombrosa exaltación del Gobierno español, socialista entonces. "Es el gran papa del siglo XX", dijo en el Vaticano el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, enviado oficial a la ceremonia de beatificación del pontífice polaco en la primavera de 2011. Enfrente, se alza, muy en primer lugar, la sentencia con que el colaborador principal del papa polaco, futuro Benedicto XVI, se postuló para sucederlo. "¡Cuanta suciedad!", dijo quien entonces solo era el cardenal Josep Ratzinger, una semana después de la muerte de Juan Pablo II. Se refería a la "suciedad" de la Iglesia católica. No lo dijo para juzgar un pontificado en el que él mismo fue protagonista muy destacado, pero la terrible frase lo definía. Ratzinger se refería a los abusos sexuales a menores por eclesiásticos de toda graduación, incluidos algunos cardenales, en todo el orbe católico, también en España.

No cabe ya la menor duda de que Juan Pablo II protegió a algunos de los abusadores y ordenó durante décadas que se guardase silencio sobre el resto. Su sucesor, Benedicto XVI, empezó su mandato castigando al mayor de los crápulas protegidos, el sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. "No se castiga a un amigo del Papa", justificaron entonces el retraso. Que Maciel era un delincuente y promotor de otros delincuentes en su organización lo sabía el Vaticano desde los años 60 del siglo pasado. Lo reconoció en Madrid el prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, el cardenal João Braz. "Quien lo tapó era una mafia, ellos no eran Iglesia", proclamó. Es el último trallazo en el rostro del pontificado Wojtyla.


¡Cuanta suciedad!", dijo quien entonces solo era cardenal Josep Ratzinger, una semana después de la muerte de Juan Pablo II. Se refería a la "suciedad" de la Iglesia católica


El catolicismo más conservador presenta al papa polaco como un Juan Pablo II Magno (Grande), intentando compararlo con los dos únicos que en la historia del Vaticano merecen ese honor: León I el Magno, que convenció a Atila de que no entrase en Roma a saco, y el patricio Gregorio Magno, que puso los cimientos del pontificado de las pompas actuales. Hasta lo han hecho santo, con una celeridad jamás vista antes. "Monstruoso", calificó el místico Ernesto Cardenal tan temprano ensalzamiento. Él mismo fue víctima del carácter autoritario del nuevo santo. Era el 4 de marzo de 1983 ministro de Cultura en Nicaragua y había acudido al aeropuerto de Managua a recibir al Papa, que llegaba en visita oficial, agasajado al pie del avión por el Gobierno sandinista en pleno. La imagen del monje trapense y poeta, humillado de rodillas, respetuosamente, a la espera de la bendición papal, dio la vuelta al mundo.

Aquel dedo índice de Juan Pablo II reprendiendo con gesto airado a un ministro que predicaba la teología de los pobres es icónico del pontificado que terminó hace 15 años. El Vaticano no solo condenaba la Teología de la Liberación y subrayaba el carpetazo a la opción por los pobres proclamada por el concilio Vaticano II. También lanzaba una advertencia a los teólogos de todo el mundo, obligados a disciplinarse ante Roma. Frente a un Papa que daba la comunión, sin reparos, al dictador Augusto Pinochet, se alzaba la teología popular sintetizada por otro ministro nicaragüense. "Es posible que esté equivocado, pero déjenme equivocarme en favor de los pobres ya que la Iglesia se ha equivocado durante años en favor de los ricos", dijo el jesuita Fernando Cardenal, hermano pequeño de Ernesto. Los dos fueron castigados sin miramientos.

Hay que remontarse a Pío X, entusiasta del Índice de libros prohibidos, para encontrar una suma tan elevada de condenas como en el pontificado de Juan Pablo II. Lo hizo mediante la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el Santo Oficio de la Inquisición. En la larga lista (un millar, o más), figura lo más granado del pensamiento teológico contemporáneo. "La Congregación tiene perfecto derecho a salvaguardar la fe, aunque hará mejor si la promueve", reprochó semejante furia inquisitorial, en 2001, el ilustre cardenal austriaco Franz König. "Suprimió los problemas, en lugar de resolverlos", remachó Hans Küng, uno de grandes teólogos represaliados.

 
Una carta de Londres, 67 palabras, 100 años sin paz
Israel evoca la Declaración Balfour como germen del Estado judío; los palestinos, como preludio de su retroceso territorial

JUAN CARLOS SANZ
Jerusalén 31 OCT 2017 - 21:33 CET


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Arthur Balfour, cuarto por la derecha, en 1925 en una visita aTel Aviv. AFP


Una carta datada el 2 de noviembre de 1917 —un año antes de que concluyera la Primera Guerra Mundial—, con una sola frase de 67 palabras es recordada en Oriente Próximo de forma enfrentada. En Israel, la declaración firmada por el secretario del Foreign Office Arthur Balfour, en la que expresaba el respaldo del Gobierno británico al establecimiento en la provincia otomana de Palestina de “un hogar nacional para el pueblo judío”, es considerada como la primera piedra del Estado hebreo, fundado en 1948. Para los palestinos, que hace 100 años representaban el 90% de la población en la región, la misiva del Ejecutivo de Londres marca en la memoria colectiva el inicio de un imparable retroceso territorial. Su repliegue desde la partición aprobada por la ONU hace 70 años, que precedió a un conflicto armado en el que 750.000 palestinos tuvieron que dejar sus hogares, se ha prolongado hasta nuestros días con la ocupación militar tras la guerra de 1967.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, celebrará el centenario en Londres, junto con la jefa del Gobierno británico, Theresa May. “La Declaración Balfour reconoció la Tierra de Israel [denominación bíblica de la Palestina otomana] como hogar nacional para el pueblo judío y avanzó las medidas para establecer el Estado de Israel (...) y le proporcionó impulso internacional”, aseveró el mandatario ante su Gabinete.

A su vez, los dirigentes palestinos encabezarán mañana una manifestación en Ramala, sede administrativa de su autogobierno, para reclamar a Reino Unido que pida perdón por la comunicación diplomática de 1917. El primer ministro de la Autoridad Palestina, Rami Hamdalá, ha exigido a Londres que se disculpe por la “injusticia histórica” cometida hace un siglo en la conocida en el mundo árabe como Promesa Balfour.

La carta enviada por el entonces ministro de Exteriores británico a lord Walter Rothschild, destacado representante de la comunidad judía en Reino Unido, es interpretada en clave actual por las partes en liza en el conflicto israelo-palestino. Una aproximación histórica denota que, antes incluso de tomar el control territorial de Tierra Santa, el Gobierno imperial de Londres necesitaba garantizarse el control del canal de Suez para mantener la comunicación con sus colonias en Asia.

Para ello buscó atraerse el apoyo de los judíos mediante la Declaración Balfour. También cortejó el de los árabes, como refleja la correspondencia mantenida por el alto comisionado en Egipto, Henry McMahon, con el jerife de La Meca, Husein bin Alí, a quien el militar británico prometió la independencia si apoyaba a los aliados contra el Imperio Otomano. Como anticipo, despachó a su servicio en calidad de asesor al oficial de inteligencia Thomas Edward Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia.

En un centenario que discurre entre la leyenda y la diplomacia de guerra, los palestinos no suelen hacer referencia a una cláusula de advertencia incluida en la propia Declaración Balfour: “En el bien entendido de que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”. El actual secretario del Foreign Office, Boris Johnson, se ha encargado de recordar que esta salvaguarda “no se ha ejecutado por completo”, y la reivindica ahora al sostener la solución de los dos Estados —el de Israel y el de Palestina— como salida al centenario conflicto.

Pese a las declaraciones y promesas de 1917 —los kurdos también recibieron un ofrecimiento de Estado propio por su contribución a la derrota otomana, que no fue recompensado tras la guerra—, británicos y franceses ya se habían repartido un año antes los despojos del enemigo en Oriente Próximo en el llamado Acuerdo Sykes-Picot, que reservaba a la provincia de Palestina el estatuto de territorio bajo control internacional. La Sociedad de Naciones acabó adjudicando en 1922 un mandato a Reino Unido para administrar en exclusiva el territorio de Tierra Santa.

Rebelión y atentados
Desde entonces y hasta 1935 la población judía en la Palestina británica pasó de algo menos del 10% a un 27%. Las autoridades de Londres, sin embargo, redujeron los cupos de inmigración judía poco antes de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1944 grupos armados clandestinos hebreos se rebelaron contra las fuerzas británicas en un alzamiento que tuvo su expresión más reconocible en el atentado con bomba contra el hotel King David de Jerusalén —que albergaba instalaciones civiles y militares británicas—, donde murieron 92 personas.

Israel celebrará la Declaración Balfour con una ceremonia en la Knesset (Parlamento) que contará con la ausencia de los diputados árabes israelíes, representantes de una comunidad que agrupa a la quinta parte de la población del Estado hebreo. Cien años después de la polémica carta de Londres, ondearán banderas negras en los edificios oficiales de la actual Palestina.

https://elpais.com/internacional/2017/10/31/actualidad/1509480724_478944.html

Como la pifiaron los ingleses!
 
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