Cuadernos de Historia

CHURCHILL: WALKING WITH DESTINY – Andrew Roberts
Publicado por Farsalia | Visto 1593 veces

Sobre Winston Churchill prácticamente se ha escrito todo… y se ha visto todo. Su figura, considerada de las más importantes de la historia británica por parte de los propios británicos, en los últimos tiempos ha recibido una especial atención en cine y televisión: películas como Churchill(Jonathan Teplizky, 2017) y El instante más oscuro (Joe Wright, 2017) o series como The Crown (Netflix: 2016-), en cuya primera temporada la figura de Churchill tiene un especial protagonismo. En Dunkerque (Christopher Nolan, 2017), el discurso «Lucharemos en las playas», pronunciado tras la evacuación de la Fuerza Expedicionaria Británica al continente europea, es evocada en los últimos minutos del filme, cuando los soldados británicos regresan a casa, y constituye una de las piezas oratorias más importantes de todos los tiempos. Pero… ¿está todo “dicho” y “escrito”? ¿Queda margen para conocer algo más de una figura tan icónica como Winston Churchill? En esta reseña exponemos los muchos alicientes y puntos a favor que tiene esta mastodóntica biografía de Andrew Roberts, Churchill: Walking With Destiny (Viking, 2018, 1.152 páginas). Empecemos por una anécdota poco conocida muy reveladora sobre el personaje. En el capítulo 15, “Into the Wilderness: January 1931–October 1933” (En el desierto: enero de 1931-octubre de 1933), Roberts relata un episodio que pudo producirse y no tuvo lugar: un encuentro personal entre Winston Churchill y Adolf Hitler en Múnich, a finales de agosto de 1932. Churchill, que por entonces no ejercía ningún cargo en el Gobierno de coalición del laborista Ramsay MacDonald con los conservadores (era únicamente diputado tory), estaba de viaje por el sur de Alemania. Los nazis habían ganado las elecciones al Reichstag en el mes de julio, alcanzando la cifra más alta de diputados y voto popular (230 escaños, 13,74 millones de votos, un 37,27% del voto escrutado) en unas elecciones libres, y Hitler presionaba en vano para que Paul von Hindenburg, presidente del Reich, le encargara la formación de un gobierno.[1] Cedemos la palabra a Roberts:

A finales de Agosto [Churchill] casi conoció a Hitler en Munich, cuando el publicista del Partido Nazi, Ernst “Putzi” Hanfstaengl, educado en Harvard, intentó organizar una reunión entre los dos hombres. «Herr Hitler», dijo Hanfstaengl al Führer en su apartamento, «¿se ha dado cuenta de que los Churchills están sentados en el restaurante? (…) Le esperan para tomar un café y se tomarán esto como un insulto deliberado». Hitler, que estaba por afeitar y tenía muchas cosas por hacer, dijo: «¿De qué diablos hablaría con él?». Probablemente no habría sido una conversación demasiado fructífera, ya que Churchill le envió un mensaje a través de Hanfstaengl: «Dígale a su jefe de mi parte que el antisemitismo puede que sea un buen arranque, pero es una pésima etiqueta». Churchill preguntó a Hanfstaengl: «¿Por qué su jefe es tan violento en relación con los judíos. Hasta cierto punto puedo entender que esté enfadado con judíos que hayan hecho cosas malas o estén en contra de su país, y puedo entender que se resista a ellos si tratan de monopolizar el poder en cada esfera de la sociedad. Pero, ¿qué sentido tiene estar en contra de alguien simplemente por su origen? ¿Cómo puede alguien evitar el hecho de haber nacido?». Terminó el relato de su casi reunión con una broma: «Así que Hitler ha perdido la oportunidad única de conocerme» (…) En sus memorias de la guerra de dieciséis años después, Churchill escribió: «Yo no tenía prejuicios nacionales contra Hitler en aquella época. Sabía poco de su doctrina y nada de su carácter. Admiro a los hombres que defienden a su país en la derrota, aunque yo estuviera en el otro bando. Tenía un perfecto derecho a ser un alemán patriota si así lo había elegido» (traducción propia).

La escena fue reproducida tanto por Hanfstaengl (en un libro de 1957 titulado Hitler: The Missing Years) como por el propio Churchill en The Gathering Storm, primer volumen de sus memorias de la Segunda Guerra Mundial, y de ambas fuentes la toma Roberts, reproduciendo con exactitud los diálogos (también la menciona Roy Jenkins, más brevemente, en su también extensa biografía del personaje, publicada en castellano por Ediciones Península en 2003). Desde la ficción, aparece también, con algunas licencias, en la serie de televisión Winston Churchill: The Wilderness Years (ITV: 1981), que recoge su década de aislamiento político entre 1929 y 1939.[2] Lo interesante de este párrafo es que se recogen dos de los muchos aspectos que Winston Churchill defendió o se tomó como asunto “personal”: la defensa de los judíos y la alerta ante el auge del nazismo en la Alemania weimariana: un auge que finalmente culminaría en la decisión de Hindenburg, presionado desde varios sectores, para designar a Hitler como canciller el 30 de enero de 1933. En pocos meses, el líder nazi destruyó la democracia en Alemania, prohibiendo y persiguiendo a los demás partidos políticos, reduciendo el Reichstag a una cámara legislativa sin poder alguno y erigiendo una dictadura (afianzada tras la muerte de Hindenburg en agosto de 1934).

Churchill, que en esos años treinta no tuvo influencia alguna en los gobiernos conservadores de Stanley Baldwin y Neville Chamberlain, se mantuvo como prácticamente la única figura con voz propia que alertó sobre la deriva de la Alemania nazi hacia un dominio del continente europeo por la fuerza, ya desde que los nazis salieron de la Sociedad de Naciones, iniciaron una política de rearmamento que rompía con las cláusulas del Tratado de Versalles y reocuparon la Renania desmilitarizada en 1935. A partir de ahí, Churchill se erigió en el particular “tábano de la sociedad británica” frente a una política apaciguadora, especialmente bajo el Gobierno de Chamberlain (mayo de 1937-mayo de 1940), que fue aceptando tácitamente las agresiones de Hitler: la anexión de Austria en marzo de 1936, la ocupación de los Sudetes checoslovacos en el otoño de 1938 y la invasión de lo que quedaba de Checoslovaquia en la primavera de 1939. El ataque sobre Polonia en septiembre de ese año fue la última gota que colmó el vaso y que el Gobierno británico se negó a aceptar, declarándole la guerra. Para entonces, Winston, que en esa década de los años treinta había sido atacado constantemente por los “chamberlainitas” y los apaciguadores tories, que lo consideraban un exaltado belicista y que no deseaban una repetición de la Gran Guerra de 1914-1918, se vio reivindicado políticamente y entró de nuevo en el Gobierno, asumiendo (otra vez) el puesto de Primer Lord del Almirantazgo… casi un cuarto de siglo después de que tuviera que abandonarlo a causa del desastre de Galípoli, operación anfibia en los Dardanelos que impulsó con vehemencia pero de la que no fue el único responsable.

La magna biografía de Andrew Roberts, trabajo inmenso que bien merecería el apelativo de “obra definitiva” sobre el personaje (siendo, por cierto, y como el autor menciona en una nota a pie de página en su libro, la biografía número 1.010 sobre Churchill), trata con muchísimo detalle este aspecto de la personalidad de Winston Churchill: su renuencia a aceptar sin más las agresiones de Hitler en Europa y su constante denuncia de los peligros de la dictadura nazi no sólo para la estabilidad del continente, sino también para la supervivencia del Imperio Británico (y ya, en segunda instancia, la democracia en todo el planeta). Su insistencia, a la altura de Catón el Censor y su machacón ceterum censeo Carthago delenda est, lo elevó ante la opinión pública como figura de una integridad casi única y clarísimo candidato primer ministro cuando el Reino Unido entró en guerra con Alemania en septiembre de 1939.

Pocos le habían creído en los años precedentes, apenas un puñado de amigos y colaboradores en una Cámara de los Comunes que, hasta entonces, consideraban los discursos y arengas de Churchill como una más de sus muchas rarezas. Chamberlain quedó políticamente desacreditado y la puntilla vendría con la fracasada operación militar en Noruega en abril de 1940; una operación, como Galípoli en 1915, fue responsabilidad del Primer Lord del Almirantazgo, otra vez Winston, pero que el primer ministro asumió como propia. Como se detalla en El instante más oscuro. Winston Churchill en mayo de 1940 de Anthony McCarten [3] (Crítica, 2017), Chamberlain se vio obligado a dimitir, presionando para que su sucesor no fuera Churchill, sino el vizconde de Halifax, uno de los más inveterados apaciguadores, pero que tenía en contra dos aspectos: en primer lugar, como miembro de la Cámara de los Lores, no tenía asiento entre los Comunes, que es donde se dirimía (y se sigue dirimiendo) la política británica; y además era consciente de que no podía competir con el carisma de Winston dentro y fuera de la Cámara de los Comunes y del propio Partido Conservador. El rey Jorge VI era partidario de designar a Halifax, pero finalmente aceptó a Churchill, pues se le consideraba, tanto entre los conservadores como entre la oposición laborista, la persona más adecuada por carácter, carisma y experiencia para asumir el cargo de primer ministro.

Y de este modo, Winston Leonard Spencer Churchill fue nombrado para el cargo que desde pequeño había soñado. Como menciona Roberts en el libro, el ambicioso Winston de los años precedentes a la Primera Guerra Mundial afirmó que sería primer ministro a los cuarenta años; en realidad tuvo que esperar hasta los sesenta y cinco, y lo hizo por dimisión de su antecesor, no por haber ganado unas elecciones generales; de hecho, perdió las primeras elecciones que convocó, en julio de 1945, al final de la guerra. Pero se mantuvo en primera línea política, ahora en la oposición, hasta las elecciones de octubre de 1951, que sí ganó, a los setenta y cinco años de edad, y ejerciendo un segundo mandato, un “Indian Summer” como lo define el autor –un “veranillo de San Martín” en castellano– en los que se agudizaron los achaques propios de alguien de su edad y se ocultó incluso a la opinión pública un serio problema de salud (una embolia cerebral), que lo mantuvo apartado del Gobierno durante varios meses en 1953.[4]Finalmente, y tras mucho insistir Anthony Eden, ministro de Asuntos Exteriores y su “heredero” político, Churchill dimitió como primer ministro en abril de 1955, poniendo fin a casi medio siglo de estar en primera línea de la política británica.[5]

Una carrera política vasta y que podría servir de guía a políticos del presente de cómo acumular experiencia (y ser constante) en el servicio público. Y éste es precisamente uno de los aspectos que con más detalle se tratan en la biografía de Roberts: la carrera política de un personaje que lo dio todo por el Imperio Británico, que más tiempo pasó en la Cámara de los Comunes (su segundo hogar), con cientos de discursos pronunciados (que permiten conocer cómo Churchill jugaba con las palabras y llevaba la oratoria a niveles que hoy en día cuesta ver, ya no sólo en el Reino Unido sino en la propia España) y una labor legislativa de altura. Echando un vistazo a esa carrera política, desde que entrara como diputado tory en 1900 [6] y hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Churchill pasó por los siguientes cargos:

  • Viceministro para las Colonias, 1905-1908.
  • Presidente de la Junta de Comercio, 1908-1910.
  • Ministro del Interior, 1910-1911.
  • Primer Lord del Almirantazgo, 1911-1915.
  • Canciller del Ducado de Láncaster, 1915 (un ministerio sin cartera).
  • Ministro de Armamento, 1917-1919.
  • Ministro del Aire y de la Guerra (1919-1921).
  • Ministro para las Colonias (1921-1922).[7]
  • Canciller del Exchequer o ministro de Hacienda (1924-1929).
En 1929 los tories perdieron las elecciones frente a los laboristas y se iniciaron los “Wilderness Years” (los años en el desierto), la particular “travesía por el desierto” de Churchill fuera del Gobierno durante una década –ni Ramsay MacDonald en 1931, ni Stanley Baldwin en 1935, ni tampoco Neville Chamberlain en mayo de 1937 le invitaron a participar en sus gabinetes– y como un diputado “disidente” dentro del Partido Conservador, opuesto a una mayoría “apaciguadora” frente a Hitler, como se ha comentado antes. Pero su experiencia política no tenía parangón hasta entonces, ocupando (y “aprendiendo en”) diversos ministerios. Si se me permite la expresión, “Políticos Presentes y Futuros, examinad la Hoja de Servicios de Winston Churchill” en poco más veinte años: los ministerios de las Colonias (para un ferviente creyente en el Imperio Británico como era él fue esencial), el Interior (haciendo frente a huelgas generales y oponiéndose al sufragio femenino, “error” que siempre recordaría), la Marina (con una política de fuerte inversión en la construcción y renovación de la Royal Navy, pero también volviendo loco a su staff y metiéndose en aventuras desastrosas como la campaña de Galípoli, que le costaría el cargo), la Economía de Guerra (el suministro de armamento en los dos últimos años de la Gran Guerra), la Aviación y el Ejército (insistiendo en renovar unas fuerzas armadas desgastadas tras la guerra de 1914-1918, siendo una voz poco escuchada por una mayoría social y política que reclamaban paz) y ministro de Hacienda (con decisiones erróneas como el retorno de la libra esterlina al patrón oro en 1925, error del que aprendió para los siguientes años).

Con excepción de la cartera de Asuntos Exteriores, Winston Churchill estuvo en los principales ministerios durante ese período de tiempo. En todos ellos dejó su huella, comenta Roberts, y en todos ellos aprendió algo que le serviría para siempre; en todos ellos cometió errores, algunos gravísimos, pero de la experiencia de esos mismos errores supo sacar conclusiones para no repetirlos. De todos los colaboradores, incluso de quienes no simpatizaban con él, en aquellos ministerios supo sacar lo máximo y aprender con ellos. Era difícil trabajar con él, comentaban muchos de sus subordinados, pero Churchill hizo lo posible por colaborar con ellos y nunca les culpó por una mala decisión tomada. En última instancia, asumió que él era el responsable de lo que sucedía en ese ministerio.

Aprendizaje constante, pues: esa fue uno de los bagajes de Winston Churchill a lo largo de su vida. Ensayo y error, en muchos casos.

Para cuando Churchill volvió a la primera línea político, en septiembre de 1939, otra vez como Primer Lord del Almirantazgo (una segunda etapa más serena y sensata que la primera) y, especialmente, como primer ministro en mayo de 1940, como relata Roberts en su libro, la experiencia sucesiva en Armamentos, Aviación y Guerra supuso un aprendizaje (y un saber rodearse y escuchar a quienes le rodeaban en dichos ministerios) no fue olvidada cuando fue premier y ministro de Defensa, en mayo de 1940; labores ambas que compatibilizó hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa. Al contrario: Churchill supo moverse como pez en el agua en problemas que cualquier otro político habría tenido dificultades en comprender por falta de experiencia. Y precisamente experiencia era la que Winston acumulaba: y a carretadas, por decirlo coloquialmente. Tenía sus manías y prejuicios, desde luego: así, aun escuchando las opiniones de los comandantes militares y mariscales a su cargo, como ministro de Defensa, no dudó en relevarlos si era necesario, asumiendo la responsabilidad. Militar él mismo durante la Primera Guerra Mundial, cuando como coronel se hizo cargo durante unos meses de una unidad de combate en suelo francés, conoció de cerca la guerra de trincheras y los sufrimientos del soldado, lo cual le permitió tener una visión amplia cuando se hizo cargo de la estrategia militar (al menos hasta 1942) durante la Segunda Guerra Mundial, en especial en el período en el que Inglaterra luchó “sola” frente a Alemania, tras la evacuación de Dunkerque.

Pero, como el lector podrá captar en este libro, Winston Churchill no fue sólo un político, sino muchas otras cosas, sorprendente alguna que otra. También fue deportista (jugó al polo hasta avanzados los cuarenta años de edad), pintor (y nada despreciable, incluso hubo una retrospectiva de su obra en sus últimos años), periodista (tanto como corresponsal de guerra como articulista, tareas que inició en su juventud y que le dieron para vivir cuando no pudo dedicarse de lleno a la política, al menos hasta los años veinte), ensayista (autor de una extensa obra histórica y de biografías, que le permitieron ganar millones de libras durante su vida [de manera escalonada y que no alcanzaron del todo para sufragar su nivel de vida] y ganar un Premio Nobel de Literatura en 1953)[8] y soldado (en la guerra de los Bóers, como alardeó siempre, pero también una breve experiencia en las trincheras durante la Gran Guerra). Fue también un aventurero, invirtió una fortuna en la Bolsa de Nueva York que perdió en el crash de 1929 y que le costó recuperar; un patriota (Britannia rules!) y un internacionalista (creyó en una Europa de tipo confederal, unos Estados Unidos no aislacionistas y un papel rector del Reino Unido entre ambas esferas); un anticomunista pragmático (a menudo tenemos la visión de Churchill como un feroz azote del comunismo, pero, a riesgo de que se le etiquetara de veleta, apostó por la integración de la URSS en el concierto de las naciones y defendió la alianza con Stalin frente a la Alemania hitleriana incluso cuando se destaparon masacres soviéticas como la de Katyn en Polonia); un “sionista” (siempre rechazó el antisemitismo y apostó por una patria para los judíos, aunque a veces disintió del modo de concederla); un imperialista (se negó sistemáticamente a conceder cualquier tipo de autonomía, como los dominios, a las colonias; fue crítico con cualquier concesión a Gandhi en la India, al que despreciaba) y un demócrata que consideraba que la democracia era “el menos malo de los sistemas políticos” y que creía que una conversación de cinco minutos con el votante medio era la mejor prueba que uno podía tener contra este régimen político (la visión aristocrática de la política siempre estuvo en el ADN de alguien como Churchill, criado en la élite). De todo ello, y con largueza, habla Andrew Roberts en esta magna biografía.

Y lo hace “hablando” por boca del propio Churchill y quienes le rodearon, pues un vistazo a las fuentes de archivo que se recogen al final del volumen nos da una idea de hasta dónde ha llegado el autor de esta biografía para documentarse y permitir que el personaje “hable” por sí mismo: más de cuarenta colecciones de documentación privada, depositadas en el Churchill College de Cambridge, algunas de ellas inéditas hasta ahora, y que incluyen la extensísima correspondencia familiar (con su esposa Clementine y sus hijos Randolph y Sarah),[9] y los papeles privados y diarios de muchos de sus colaboradores. Roberts destaca el uso que ha hecho de los diarios oficiales del Gabinete de Guerra durante el período 1940-1945, así como de los diarios personales del rey Jorge VI (con permiso expreso de la reina Isabel II) o los escritos personales de Ivan Maisky, embajador soviético en Londres durante la Segunda Guerra Mundial y con quien Churchill mantuvo una fluida relación. Esta labor de documentación es inmensa y permiten que esta biografía, decíamos antes, se acerque a la etiqueta de “obra definitiva” sobre el personaje.

Una documentación que nos permite conocer a fondo a Churchill en su esfera pública y especialmente en la privada: su pasión por el coleccionismo de mariposas, por ejemplo, pareja a la que alimentó como pintor. Marido y padre cariñoso (a pesar de la tensa relación que mantuvo siempre con su hijo Randolph), y también hijo piadoso respecto a su propio padre, Randolph Churchill (1849-1895), cuya muerte le afectó especialmente y cuyo recuerdo siempre tuvo muy presente. También era alguien que se emocionaba y lloraba en público con facilidad (Roberts lo menciona en innumerables ocasiones de diversas fuentes, algunas de las cuales dudaban de la sinceridad de sus lágrimas); que bebía de manera inmoderada (¿fue alcohólico?), que desde los años veinte se acostumbró a una larga siesta después de comer, que mantuvo cuando fue primer ministro, y que no mostraba pudor alguno ante sus colaboradores (por muy de alto nivel que fueran) cuando salía de la bañera desnudo; con horarios intempestivos y jornadas de trabajo que se alargaban hasta las dos o tres de la madrugada. Hedonista y romántico, soñador y pragmático, egocéntrico y quisquilloso, dilapidador y trabajador para recuperar lo perdido.

Otro de los (muchos) alicientes del libro es conocer a fondo la fijación, por no decir, obsesión, con su padre: la relación entre ambos no fue sencilla y Winston siempre esperó que su padre se sintiera orgulloso de él (algo complicado como estudiante más bien mediocre y con una juventud azarosa que, como menciona Anthony McCarten en el libro antes mencionado, lo hacían ver, a ojos de su padre, como “un zángano en la sociedad” [“the social wastrel”]). Desde que murió, se rumoreaba que como consecuencia de la sífilis, aunque parece ser que pudo ser a causa de un tumor cerebral no diagnosticado (Winston siempre rechazó el chisme sobre la muerte de su padre), Churchill lo mantuvo en su memoria, incluso en actitudes que imitó de él, como ciertos gestos con la cabeza o el tipo de bastón que utilizaba. Son diversas las ocasiones, recogidas en el libro, en las que Churchill rememoraba la figura pública de su padre y el rencor que le tuvieron algunos de sus colegas tories, como el marqués Salisbury, primer ministro entre 1895 y 1902, y líder de los tories; en un momento determinado, pasados cincuenta años de la muerte del progenitor, Churchill le comentó a un descendiente del Salisbury cuánto mal le habían hecho a su padre. La prematura muerte de quien pudo ser un político de altura y dimitió de su cargo de canciller del Exchequer de manera intempestiva afectaron a Churchill, que como político siempre procuró seguir su modelo, a veces de manera obsesiva.

Si la primera parte del libro es la larga “preparación” de Churchill para ser primer ministro en mayo de 1940 y que supone, de por sí, todo un volumen, la segunda parte nos muestra, y es otro de los puntos fuertes del libro, la Segunda Guerra Mundial a través de la labor (y la experiencia) de Winston Churchill como primer ministro. Las diversas operaciones militares (con algunas de las cuales no estuvo de acuerdo), las conferencias con Franklin D. Roosevelt y Stalin (las “cumbres” por antonomasia, de la Carta del Atlántico a la conferencia de Potsdam) y los detalles personales de la relación con ambos; los numerosos viajes a los escenarios de guerra, muchas veces poniendo en riesgo su vida (es elocuente la insistencia por estar presente en el desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, hasta que el propio Jorge VI le prohibió acercarse); el día a día de la gobernación en medio de una guerra en la que Inglaterra estuvo “sola” durante un año y medio (y cómo Churchill tuvo que hacer frente a la dificilísima situación en la primera mitad de 1942, con los ataques japoneses en el Pacífico, el avance alemán en el norte de África y amenazando Egipto, o los problemas para conseguir armas y municiones a lo largo de 1941 de un aliado como Estados Unidos que, en puridad, era neutral), etc. Esta segunda parte, dedicada en extenso al período de mayo de 1940 a finales de julio de 1945, cuando Los tories perdieron las elecciones generales y Churchill dejó de ser primer ministro, es exhaustiva (como de hecho lo es todo el libro), y se complementa con tres capítulos finales sobre el período en la oposición política (hasta 1951), el segundo mandato (agosto de 1951-abril de 1955) y la última década de vida de Churchill (cada vez más acosado por los achaques de salud).

El resultado es una extensísima y muy completa biografía del personaje, por un lado, pero también una esclarecedora panorámica de un período (1900-1955, sobre todo) y de un escenario, la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX y la vida política focalizada en la experiencia y la visión de este personaje, por el otro. Un cuadro muy amplio que impacta por su exhaustividad y por un estilo amenísimo, muy literario; profuso en detalles y que desborda pasión. Una lectura deliciosa y una obra, por último, que va a quedar como referencia sobre el personaje. Un libro que, por muy extensa que sea su traducción (y parece que lo será) debe ser leída por todos aquellos que quieran saber quién fue Winston Churchill.



Notas

[1] El desgaste del NSDAP en los meses posteriores a estas elecciones al Reichstag fue evidente cuando el canciller Franz von Papen las convocó por segunda vez en 1932, en noviembre: los nazis perdieron 34 escaños y algo más de dos millones de votos.

[2] Winston Churchill: The Wilderness Years, episodio 3, “In High Places”, disponible on line en YouTube [fecha de la última consulta: 10 de noviembre de 2018]. La cuestión de marras se desarrolla entre los minutos 4:15 y 10:15. En esta secuencia, Churchill (acompañado de su esposa Clementine, su hijo Randolph y algunos amigos) acude a cenar a un restaurante y charla con Hanfstaengl sobre la política del momento en Alemania. Churchill pregunta si Hitler ganará las elecciones (las ha ganado el mes anterior, como sabemos, pero sin conseguir alcanzar la cancillería); Hanfstaengl le responde que si no éstas, ganará las siguientes. «¿Por su política respecto a los judíos?», pregunta Churchill. Hanfstaengl le responde: «Espero que entienda que el problema al que se enfrenta Alemania es la influencia de judíos extranjeros del Este, la excesiva representación de sus correligionarios en la política, el ámbito laboral y demás. La respuesta natural de los auténticos arios hacia este infeliz estado de cosas…», momento en el que Churchill le interrumpe: «[…] dígale a su jefe de mi parte, si no tengo la oportunidad de hacerlo personalmente, que el antisemitismo puede ser un buen punto de partida, pero es una mala etiqueta». Hafstaengl se reúne entonces con Hitler, que ha visto desde otra estancia la escena y, a pesar de la petición de éste, se niega, furioso, a reunirse con el británico. Al día siguiente, y frente a una multitud que vitorea a Hitler a las afueras del hotel en el que residen los Churchills, Haefstaengl le reitera a Winston la posibilidad de encontrarse con Hitler, pero Churchill la rechaza, alegando que ya se marchan, y le dice: «dígale a su amigo que, si alguna vez decide a viajar a Londres, por supuesto estaré dispuesto a reunirme con él».

[3] Y en la desigual película homónima y con guion del propio McCarten, dirigida por Joe Wright y con Gary Oldman en la piel de Churchill.

[4] El filme para televisión Churchill’s Secret (ITV, 2016) relata con detalle los meses de convalecencia en secreto de Churchill y en cómo fue tomando la decisión de retirarse definitivamente, cediendo el cargo de primer ministro a Anthony Eden.

En el 7º episodio de la primera temporada de la serie televisiva The Crown(Netflix: 2016-), se cuenta cómo el secreto de la enfermedad de Churchill afectó incluso a la propia reina Isabel II (Claire Foy), que reaccionó con una soberana reprimenda al anciano primer ministro (John Lithgow), a instancias del profesor que ha escogido para instruirla en los asuntos esenciales de la política británica: «No puedo convocar a los hombres más brillantes y extraordinarios del país para echarles una regañina como a niños», dice la reina. El profesor le pregunta por qué no: «Usted ha actuado bien y ellos no». «Sí, pero son mucho más inteligentes que yo. En cualquier confrontación me ganarían en debates, en ideas y en manipulación», responde la reina. El profesor responde que se trata de una cuestión de integridad y principios, y que ella conoce al dedillo la “Constitución” británica: «Tiene la única educación que importa», incide, insistiendo en que los convoque (a Churchill y su colaborador, lord Salisbury) y les eche una buena regañina, «como a niños». Cuando la reina pregunta «¿y por qué iban a soportarlo?», el profesor responde, en uno de los diálogos más ingeniosos de toda la temporada a cargo del creador de la serie, Peter Morgan: «Porque son ingleses, hombres y de clase alta: una buena regañina de una niñera es lo que más desean en la vida».

[5] Aún retendría el escaño en la Cámara de los Comunes, que revalidó en las elecciones generales de mayo de 1955 y octubre de 1959, y para el que no se presentó en las de octubre de 1964, unos meses antes de su muerte.

[6] En 1904 abandonó el Partido Conservador, «cruzando la sala de la Cámara de los Comunes«» y sentándose en la bancada de la oposición, el Partido Liberal. Winston fue “liberal” (a su manera) hasta las elecciones de 1924, en que volvió a presentarse por el Partido Conservador, que ya no abandonó hasta su muerte. Con todo, y hasta su designación como primer ministro en mayo de 1940, Churchill siempre fue visto como “un verso suelto” entre los tories; no asumió el liderazgo del partido hasta la renuncia de Neville Chamberlain, en octubre de 1940, y que mantuvo hasta su dimisión de 1955.

[7] 1922 fue uno de los anni horribilis en la vida de Churchill; en apenas unos meses, y como escribió en su momento, con su característico humor: «En un parpadelo de ojo, me encontré sin cargo, sin escaño, sin un partido y sin un apéndice» (final del capítulo 12). Se volvió a presentar como candidato en unas elecciones parciales en 1923, perdiendo de nuevo. No volvió a los Comunes hasta marzo de 1924 y desde entonces no perdió en ningunas elecciones generales hasta su retirada del acta de diputado en 1964.

[8] La obra escrita de Winston Churchill, desde sus primeras obras a finales del siglo XIX, con una visión muy victoriana del Imperio Británico, pasando por sus grandes estudios históricos (The World Crisis en cuatro volúmenes [editada en castellano en 2014 por DeBolsillo: La crisis mundial, 1911-1918], Marlborough. His Life and Times, Great Contemporaries, The Second World War [en seis volúmenes, y que le hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura] o A History of the English-speaking Peoples), recibe un tratamiento pormenorizado por parte de Roberts a lo largo del volumen. Roberts pone en contexto cada una de sus obras y analiza qué quería aportar Churchill con ellas, especialmente sus grandes obras históricas, como sus memorias de la Segunda Guerra Mundial, una obra más literaria que estrictamente histórica.

[9] Los lectores de otra extensa biografía de Roberts, Napoleón: una vida(Palabra, 2016), saben hasta qué punto el autor saca partido de la correspondencia privada de los personajes sobre los que trabaja

http://www.hislibris.com/chuchill-walking-with-destiny-andrew-roberts/#more-24624


Casi cuentan aqui el libro entero, una cosa es una recensión y otra esto... De todos modos, no es la primera biografia de Churchill, un personaje del que he leído mucho.
 
CONQUISTADORES EN NORTEAMÉRICA
Jean-Michel Sallmann: «Exterminar al pueblo indio en América no hubiera tenido sentido para los españoles»
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El profesor de Historia en la Universidad francesa de París X-Nanterre acaba de publicar en castellano el libro «Indios y conquistadores españoles en América del norte: hacia otro El Dorado» (Alianza Editorial, 2018), con el objeto de alumbrar de forma amena y minuciosa la odisea hispánica menos conocida al otro lado del charco
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César Cervera
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Actualizado:21/01/2019 01:59h
2Así se forjó el Imperio español, la Roma de América

Los españoles llegaron al norte de América buscando lo mismo que en el sur, descubrir una nueva Tenochtitlán o un nuevo Cuzco. La historia de Juan Ponce de León, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Francisco Vázquez de Coronado o Pánfilo de Narváez no tiene nada que envidiarle a la de Francisco de Pizarro en Perú o la de Hernán Cortés en México, salvo porque los resultados fueron menos espectaculares. Arriba no había grandes imperios que someter, sino una algarabía de tribus dispersas por un territorio enorme y hostil, pronto en disputa con franceses e ingleses.

El profesor de Historia en la Universidad francesa de París X-Nanterre Jean-Michel Sallmann acaba de publicar en castellano el libro «Indios y conquistadores españoles en América del norte: hacia otro El Dorado» ( Alianza Editorial, 2018), con el objeto de alumbrar de forma amena y minuciosa la odisea hispánica menos conocida al otro lado del charco. Su obra e investigación, que cuenta con una excepcional traducción de Ramón García Fernández, cubren un gran vacío historiográfico. Si Sallmann puede, a pesar de no ocultar su admiración por la hazaña de esos españoles, sortear o no algunos de los tópicos de la Leyenda Negra resulta más difícil de determinar...

minas de metales preciosos, ciudades ricas para saquear como lo fueron Tenochtitlán o Cuzco...

Usted dice en el libro que nada queda de la huella española en América del Norte al respecto del supuesto fracaso de los españoles en esta región. ¿Es posible que la historia contada por el mundo anglosajón (enemigo tradicional del mundo latino y católico) haya solapado parcialmente la memoria hispánica?

Tal vez decir nada sea exagerado. Decir que no queda mucho sería algo más correcto. Sigue siendo una ciudad española la primera creada en el continente, San Agustín, así como algunos nombres de lugares como San Francisco o Albuquerque. Florida fue cedida en 1819 por el Tratado de Adams-Onis. México se independizó en 1821, y pronto cedió el 40% de su territorio a los Estados Unidos por el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848). La frontera entre los dos estados se estableció en el Río Bravo (Grande para los estadounidenses). Aquello fue una hemorragia considerable para el mundo hispánico.

Dicho esto, no hay que confundir a España con México. Sin negar su pasado español, México quiere ser un país mixto de españoles e indígenas. Aquella súbita pérdida de territorio sigue siendo un amargo recuerdo para la pobre México «tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos», por usar una expresión de Porfirio Díaz. Hoy son los mexicanos y los centroamericanos quienes están conquistando estos territorios perdidos, pero pacíficamente, gracias a la fertilidad de su población. Y con muro o no muro, Estados Unidos nunca detendrá esta presión demográfica.

¿Los ingleses y los franceses actuaron en su avance de manera diferente a los españoles con la población indígena?

Sí, a los tres pueblos colonizadores les fue bien de una manera diferente. Los españoles llegaron a América en busca de una fortuna inmediata, ya sea saqueando ciudades ricas en metales preciosos o encontrando vetas de oro o plata. Los conquistadores también trataron de trabajar tierras (encomiendas) en las que vivir como aristócratas. Necesitaban la mano de obra india para cultivar estas encomiendas y explotar las vetas de metales preciosos. Como buenos católicos, cristianizaron a los indios gracias al conocimiento de las órdenes religiosas, mezclándose con las familias principescas indias y con los estratos más modestos de la población india al elegir allí a sus esposas. Probablemente no haya en el México actual un indio cuya sangre sea pura. En Perú, el historiador, poeta y filósofo Garcilaso de La Vega estaba orgulloso del título de Inca que se había atribuido a sí mismo, pero en realidad era mestizo, hijo de un conquistador y de una princesa inca.

Ingleses y franceses procedieron de manera diferente. Los franceses fueron relativamente pocos en América del Norte, poco atraídos por Canadá y su clima hostil. Los que emigraron allí lo hicieron interesados, sobre todo, en el comercio de pieles, que era un negocio muy rentable. Muchos de ellos se convirtieron en «corredores», se casaron con indias y se «indianizaron». La debilidad demográfica por parte de estos colonos franceses los obligó a confiar su protección en los jefes indios aliados para resistir a los ingleses.

Los ingleses se sintiron atraídos por América por razones religiosas y políticas. Los disidentes religiosos y los opositores políticos encontraron allí un refugio y abundantes tierras fértiles para explotar. Sin embargo, los indios les resultaron molestos. Después de haber probado a vivir, como los colonos franceses, del comercio de pieles, intentaron establecer en el continente una sociedad que se asemejara lo máximo posible a la que habían dejado en las Islas Británicas. Pronto, estos invasores se apoderaron de tierras indias empujando a las poblaciones nativas hacia el oeste. Cuando la migración comenzó a hacerse masiva por razones económicas en el siglo XVIII, y especialmente en el siglo XIX, no dudaron en usar la violencia contra esta población indígena. El ejército de los EE.UU. recibió órdenes de recluir a los indios en reservas, cuyos límites ni siquiera se respetan con el tiempo.

¿Consideras que los españoles, a tenor de la caída demográfica que se produjo entre los indígenas, fueron responsables de un genocidio en América?

Para hablar de genocidio, lo primero es definirlo. El genocidio consiste en una política voluntaria de aniquilación de una población. No hubo genocidio de los pueblos indígenas por parte de los españoles por una simple razón: los españoles conquistaron territorios para enriquecerse y acceder a un estilo de vida aristocrático mediante la explotación de tierras y minas de oro y plata. No intentaron trabajar allí por su cuenta, sino hacer que la fuerza laboral local trabajase para ellos. La desaparición de casi el 90% de la población indígena en América Central se debió a epidemias causadas por enfermedades desconocidas allí y para las cuales los indios no eran inmunes. Es obvio que la caída de la población nativa perjudicó la rentabilidad de las encomiendas, como se puede comprobar a través de los textos que enviaron estos propietarios al Consejo de Indias en Sevilla. Los archivos nos muestran perfectamente que estos aristócratas fueron los primeros en lamentar la caída de la fuerza laboral india. No fue hasta la década de 1650 que se detuvo la sangría demográfica. Exterminar al pueblo indio no hubiera tenido sentido para los colonos.

El ejemplo de Canadá es interesante en este punto. Cuando los franceses pisaron el continente en la década de 1530, las poblaciones costeras ya sufrieron el choque microbiano provocado por los pescadores de bacalao y los balleneros vascas, bretonas e inglesas que habían estuvieron pescando en la costa desde finales del siglo XV. Los indios murieron de viruela y enfermedades pulmonares sin haber conocido a ningún europeo.

Después de la Guerra de Independencia estadounidense, las 13 colonias experimentaron un despegue demográfico y económico. Todo lo contrario sucedió en la otra América después de la partida de los españoles. ¿Por qué un territorio fue hacia abajo y otro hacia arriba?

Las 13 colonias independientes se desarrollaron gracias a la inmigración masiva de todos los países europeos y al trabajo de los esclavos africanos. También heredaron las revoluciones comercial, industrial y agrícola que se estaban manifestando en todo el norte de Europa desde finales del siglo XVIII. Nueva York y Boston estaban conectadas con el resto del mundo gracias a su poderosa marina. La cultura industrial del algodón y el tabaco enriqueció a las colonias aristocráticas del sur, y la industria pesada temprana se desarrolló en las colonias del norte.

Mientras tanto, nada de esto está sucediendo en España, que seguía viviendo en el siglo XVI. Su imperio estadounidense vivió ese mismo ritmo y no fue hasta finales del siglo XIX cuando México comenzó a resurgir de su letargo económico, gracias a la apertura de su economía al capital extranjero y luego a la explotación de sus fabulosos depósitos. De aceite en el siglo XX. México es hoy una de las primeras potencias económicas del mundo, a pesar de la guerra civil latente que la socava.

¿Qué opinas de la reciente controversia sobre la retirada de las estatuas españolas de Cristóbal Colón y Fray Junípero en los estados americanos con pasado hispano?

El nacionalismo es y siempre será una estupidez que inflama los peores instintos del hombre.
https://www.abc.es/historia/abci-je...tido-para-espanoles-201901210159_noticia.html

Es cierto que en el continente los españoles que llegaban tras la conquista querían ser "señores", poseedores de tierra pero sin trabajarla con sus manos - concepto de conquista anglosajona con granjeros a quienes los indios estorbaban. Pero en el caribe las tribus indígenas fueron exterminadas, tanto por la viruela, sarampión y demás enfermedades como por la explotación a la que les sometieron los primeros españoles llegados con Colón. Los caribes desaparecieron de la faz de la Tierra.

Y los españoles también introdujeron a los esclavos negros. También es cierto que no tuvieron problemas con el mestizaje, si bien siempre prefirieron a una mujer española a la hora de casarse.
 
7 curiosidades que quizás no conozcas sobre los espejos
Redacción BBC News Mundo
  • 7 horas
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Image captionLos espejos han sido, a lo largo de la historia, fuente de fascinación para diferentes culturas y pueblos.
Sin lugar a dudas, hay algo bastante peculiar en los espejos.

Nos dan la oportunidad de "vernos a nosotros mismos tal y como nos ven los demás", además de permitirnos practicar nuestra cara más sexy y discursos importantes, o consiguen meternos el miedo en el cuerpo en la oscuridad.

Durante milenios, los espejos se han utilizado para contar el futuro, ver el pasado o buscar la verdad.

En Venecia, por ejemplo, los usaban las familias ricas pudientes para ostentar su riqueza. Otros creen que romperlos pueden truncar tu futuro…

Pero los espejos esconden más historia y creencias de las que muestran.

Aquí hay siete curiosidades que quizás no conocías.

1. Ventana al futuro
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Image caption¿Qué puedes ver?
En la Antigua Grecia, las brujas de Tesalia del siglo III a. C usaban los "espejos mágicos" para después escribir sus oráculos con sangre.

También losspecularii, antiguos sacerdotes de la Antigua Roma, los utilizaban para ver el pasado, el presente y el futuro.

Las tradiciones de catoptromancia, el uso de espejos para la adivinación, han perdurado a través de la historia y se han incluido en cuentos y en prácticas populares de todo el mundo.

2. Puente a otro mundo
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Image captionEl dios azteca Tezcatlipoca usaba espejos para cruzar entre el reino terrenal y el inframundo.
Hoy en día, los espejos están hechos con polvo de aluminio, pero los egipcios usaban cobre pulido.

El cobre se asociaba con la diosa Hathor, que era la personificación femenina del sol, y representaba la belleza, el amor, el s*x*, la fertilidad y la magia.

Los aztecas usaban obsidiana muy pulida, un vidrio volcánico de color negro, para hacer sus espejos, y creían que estaban vinculados con el dios Tezcatlipoca.

Tezcatlipoca era el señor de la noche, el tiempo y la memoria ancestral, y usaba espejos para cruzar entre el reino terrenal y el inframundo.

3. Fuente de éxito profesional
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Image caption¿Y si un espejo reflejase lo que verdaderamente escondes? Hay culturas que así lo creen...
En China, los espejos se usaban para canalizar y capturar energía, principalmente la de la Luna.

Al parecer, uno de sus emperadores llegó al poder por saber utilizar de forma inteligente un "espejo mágico".

Qin Shi Huang, el primer emperador de la dinastía Qin en el año 25 d. C, afirmó que su espejo le permitía ver las cualidades internas de quien miraba en él.

4. Reveladores de la verdad
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Image caption Una ciudad alemana era conocida por fabricar "espejos parlantes" en el siglo XVIII.
A menudo se creía que los espejos absorbían y almacenaban lo que reflejaban para usarlo después y se cree que este podría ser el origen del famoso cuento del espejo de Blancanieves.

Se creía que la verdadera Blancanieves fue en realidad una baronesa bávara del siglo XVIII, cuyo padre se volvió a casar en 1743.

La nueva madrastra, que favoreció a los hijos de su primer matrimonio, recibió un espejo de su nuevo esposo a modo de regalo.

Se decía que era un "espejo parlante", ya que los espejos hechos en la región bávara de Lohr, en la Alemania moderna, eran de tal calidad que se creía que "siempre decían la verdad".

El espejo real de este cuento de hadas todavía se puede ver hoy en el Museo Spessart, en el Castillo de Lohr.

5. ¿Portadores de (mala) suerte?
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Image caption Hay maneras de romper la "maldición" de siete años por romper un espejo.
Hay muchas supersticiones relacionadas con los espejos, incluyendo aquella que dice que si rompes uno, tendrás siete años de mala suerte.

Los romanos son los culpables de esto, ya que creían que la vida se renovaba en ciclos de siete años. Ellos sostenían que si rompías un espejo, tu alma se quedaría atrapada entre los pedazos y no sería liberada hasta que llegase el siguiente ciclo de vida.

Pero también había formas de romper la maldición: recogiendo todas las piezas y enterrándolas en el suelo o arrojándolas a un río con una corriente fuerte, dejando que así el agua se lleve la desgracia.

Pero en Pakistán, por ejemplo, romper un espejo o un vaso en una casa es un buen presagio. Significa que el mal está saliendo de tu hogar y la buena suerte se acerca.

Los actores, famosos por sus supersticiones, creen que trae mala suerte que otra persona se mire al espejo por encima del hombro mientras se prepara para una actuación.

Y los espejos en el escenario están prácticamente prohibidos. Existe el temor de que se rompan y por lo tanto, la maldición involucre a los actores en escena y al teatro entero.

Todo se basa en la vieja superstición de que los espejos son una puerta de entrada para los espíritus malignos.

A un nivel más práctico, los espejos no son los mejores amigos de los escenógrafos ya que reflejan la luz y arruinan los juegos de luces.

6. Espejos velados
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Image captionSe creía que los espejos podían atrapar el alma de las personas recién fallecidas, que aún podía estar vagando.
En la Gran Bretaña victoriana, cuando los muertos estaban expuestos antes de que se celebrase el funeral, todos los espejos de la casa estaban cubiertos con un velo para evitar que el alma quedara atrapada.

Sin embargo, esta práctica no era exclusiva de los británicos. Se practicaba en todo el mundo, desde Estados Unidos, a China, Madagascar, Crimea y Bombay.

La costumbre aún persistehoy entre los judíos cuando practican el shiva, un período de luto que dura una semana.

7. La verdadera imagen del alma
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Image caption Un espejo nunca miente, dice la creencia.
Algunas culturas antiguas creen que los espejos reflejaban el "alma oculta" o la verdadera naturaleza de la persona.

Esto podría haber sido el origen de la creencia de que los vampiros y los demonios no tienen un reflejo porque tampoco tienen alma que reflejar.

Ahora que sabes estas cosas, la próxima vez que te mires en un espejo puedes preguntarte qué dice realmente la imagen reflejada.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-46973142
 
¿Por qué cayó el Imperio romano? Una respuesta inesperada (y fascinante)
La desarrolla el profesor estadounidense de historia clásica Kyle Harper en 'El fatal destino de Roma', que publica en España Crítica


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'The Course of Empire - Destruction', por Thomas Cole (1836)


RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ
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HISTORIA

15/01/2019


Es una pregunta que se ha repetido una y otra vez en los últimos 15 siglos: ¿por qué cayó el Imperio romano? Ha habido toda clase de respuestas (un estudioso alemán hizo una lista que incluía 210 posibilidades), desde las interesadamente ideológicas, según las cuales el problema de Roma fue que el Estado gastaba demasiado en guerras y en alimentar a los pobres, a las claramente morales, para las que el hedonismo y el afeminamiento de los romanos les impidieron mantener en funcionamiento una entidad política de su calibre.

Pero las respuestas serias son básicamente dos. Por un lado, que Roma cayó porque el sistema político era tremendamente caótico. La sucesión de los emperadores era demasiado indeterminada y el Estado era al mismo tiempo muy burocrático y siempre se encontraba enzarzado en batallas por el liderazgo militar. Y, por el otro, que el Imperio había crecido en exceso ―abarcaba de Londres a Damasco, del Danubio al Sáhara― y eso fomentó la creación de estados secundarios internos que, sumados a las amenazas externas, hicieron inviable la supervivencia de ese monstruo sin precedentes.

Pero hay una nueva teoría, fascinante y original. Lo que acabó con el Imperio romano fueron un cambio en el clima y la viruela.

Así lo explica 'El fatal destino de Roma' (Crítica), del profesor estadounidense de historia clásica Kyle Harper. Según él, ninguna de las teorías anteriores es desdeñable, y no existe ninguna duda de que las razones bélicas, políticas y económicas tuvieron que ver con la desaparición del Imperio. Pero, en los últimos años, el estudio de “núcleos de hielo, piedras rupestres, depósitos de lagos y sedimentos marinos”, así como de “huesos humanos [que] por su tamaño, forma y cicatrices preservan un sutil registro de la salud y las enfermedades”, de “dientes [que cuentan] historias sobre la dieta y la migración, biografías biológicas de la mayoría silenciosa” y de “los genes” nos permite ver muchísimo más allá de lo que lo hicieron los historiadores previos.

En primer lugar, Harper cuenta por qué Roma ―que en el siglo VIII a. C. era un poblacho poco prometedor, alejado del mar y sometido a sus vecinos etruscos― se convirtió en el mayor imperio de la historia. Por supuesto, hay razones humanas: desde el talento de sus líderes a su inteligente organización política y militar, y sobre todo una soberbia comprensión de las posibilidades del comercio y la tecnología. Sin embargo, también tuvieron mucho que ver las fuerzas de la naturaleza; en concreto, el clima.

"El sol fue generoso"
“El crecimiento de los mercados alimentó la expansión empresarial y las instituciones romanas incentivaron deliberadamente la ocupación de tierras marginales. La circulación de capitales propició el enorme aumento de las obras de irrigación en paisajes semiáridos. El auge económico del África romana [recordemos que Egipto fue durante mucho tiempo el granero que alimentaba a Roma] se logró gracias a la construcción de acueductos, pozos, cisternas, terrazas, diques, embalses y [canales]”. Lo cual pudo suceder gracias a que entre los años 200 a. C. y 150 se produjo lo que se conoce como el Óptimo Climático Romano, una fase del Holoceno ―la época geológica iniciada hace unos 12.000 años que permitió la aparición de la agricultura y, con ella, de las entidades políticas complejas― con “altos niveles de insolación (…), un periodo de clima cálido, húmedo y estable en gran parte del vasto Imperio romano”. O, por decirlo de otro modo, “el sol (…) fue generoso con los romanos”.

Como ya advirtió Plinio el Viejo, y Harper cuenta con datos, se produjeron migraciones botánicas que no se debieron únicamente a las artes humanas: las hayas, que antes solo crecían en las tierras bajas, empezaron a ser un árbol de montaña. Grandes glaciares comenzaron por entonces a retirarse de las alturas de los Alpes. Se podían plantar viñas, olivos y cereal en lugares antes imposibles. “Las condiciones del Óptimo Climático Romano permitieron que mayores extensiones de tierra fueran más maleables al avance de los cultivos humanos que en los siglos anteriores o posteriores”. De nuevo, sin el ingenio humano nada de esto habría servido para forjar un imperio que duró más de 500 años, pero sin estas condiciones, tampoco hubiera sido posible.

Ahora bien, esta época feliz llegó a su fin. Por un lado, el Óptimo Climático Romano terminó: el periodo entre los años 150 y 450 fue de una enorme inestabilidad climática, que tuvo efectos inequívocos en las reservas alimentarias y una enorme influencia en los acontecimientos militares y políticos. Y ya en el siglo VI, con el Imperio condenado, esas alteraciones climáticas culminaron en una Edad de Hielo: entre los años 530 y 540 se produjo la temporada más fría de todo el Holoceno y la energía procedente del sol descendió a mínimos, en parte debido a las erupciones de volcanes, cuyas emisiones crearon una capa que dificultaba la llegada de la luz a la tierra.

Como dice Harper, "los gérmenes son mucho más mortíferos que los germanos"

Pero además, como dice Harper, “los gérmenes son mucho más mortíferos que los germanos”. Roma llegó a tener un millón de habitantes ―ninguna ciudad del mundo igualaría esa cifra hasta el Londres del siglo XIX―, y había creado una red de carreteras y un sistema de intercambio entre zonas geográficas dispersas que no tenían precedentes. Y por eso mismo “deberíamos imaginarnos el mundo romano en su totalidad como un contexto ecológico para los microorganismos (…). La urbe romana era una maravilla de la ingeniería civil y, sin duda, los baños, las alcantarillas y los sistemas de agua corriente aliviaban los efectos más temidos de la eliminación de residuos (...) [pero] la ciudad estaba infestada de ratas y moscas, y pequeños animales graznaban en callejones y patios. No existía una teoría sobre los gérmenes, la gente casi nunca se lavaba las manos y no podía impedirse la contaminación de los alimentos. La ciudad antigua era un hogar insalubre. Las pequeñas enfermedades provocadas por la ruta fecal-oral, que inducían diarreas mortales, probablemente fueron la principal causa de muerte en el Imperio romano”.

En la década de 160 estalló la primera gran pandemia, la llamada 'peste antonina' (por el nombre del emperador del momento). Es probable que fuera la viruela, aunque no se sabe con certeza, y acabó con alrededor del 20% de la población. Las consecuencias políticas y económicas fueron devastadoras, y también se dejaron notar en el reclutamiento militar. El Imperio sobrevivió, pero a partir de entonces no volvería a ser el mismo. Solo mantenerse en pie le costaba ya un esfuerzo colosal.

Nos gusta hacer grandes interpretaciones morales de los acontecimientos históricos más trascendentes, y la caída del Imperio romano quizá sea uno de los más significativos. Este extraordinario ensayo de Kyle Harper demuestra cómo la humanidad se puede condenar no solo por clamorosos errores ideológicos sino por sucesos que escapan a su poder, como el tiempo ―aunque el cambio climático que experimentamos ahora sí tenga que ver con la acción de los humanos―. Sea como sea, deberíamos recordar la lección romana: incluso las civilizaciones mas sofisticadas están a expensas de las leyes de la naturaleza e incluso lo gigantesco puede caer. Así pasa la gloria en el mundo.


https://blogs.elconfidencial.com/cu...omano-roma-kyle-harper-fatal-destino_1755318/
 
Un saludo, acabo de llegar al foro y por algún sitio tenía que empezar...:) Me parece un buen artículo sobre un tema muy interesante como es la crisis y posterior caída del Imperio romano occidental. Que es un proceso multifactorial es un hecho, pero claro, no es decir mucho ya que cualquier fenómeno en la historia lo normal es que no venga determinado por un solo factor. Esto no quita que dentro de un proceso haya diferentes tipos de factores, digamos que hay factores primarios,otros que son consecuencia de éstos e incluso otros que serían externos. Por ejemplo, uno de los factores primarios del auge y caída del nazismo podría ser el Tratado de Versalles, y a partir de él se desencadenaron unos hechos que generaron otros factores secundarios condicionados a su vez por otros factores externos como podría ser la crisis del 29.

Y ya metiéndome en tema, no considero que esta respuesta a la caida de Roma sea tan inesperada. Durante toda la historia el clima y sus cambios han condicionado el desarrollo de las distintas sociedades, e incluso antes de la historia el clima ha sido el que ha favorecido la proliferación de unas especies de seres vivos y el declive de otras menos adaptadas al clima de ese momento y sus consecuencias como pueden ser el tipo de recursos alimentarios o su cantidad. Como bien explica este artículo los estudios paleoclimáticos indican que el Imperio Romano creció y floreció durante un periodo en el que el clima favorecía unas cosechas de cereales regulares y abundantes. En este periodo, desde el 100 a.C hasta el 200 d.C, hubo una relativa estabilidad climática, había veranos cálidos y húmedos seguidos de inviernos suaves que incluso permitían el cultivo de la vid en Inglaterra y el norte de Europa. Se ha calculado que a principios de siglo I las temperaturas eran superiores en más de un grado a la media actual. Todo esto llevó a la generación de excedentes en la agricultura favoreciendo así el comercio que hizo prosperar a la civilización romana. Este periodo cálido fue seguido de un clima más frío y más seco (No me meteré en las posibles causas de este enfriamiento global: Aumento de la actividad volcánica, descenso de la actividad solar, variaciones en la inclinación del eje terrestre, variaciones en la distancia de la Tierra al Sol en su movimiento de traslación,etc...) que tuvo sus consecuencias económicas y humanas. Al haber peores cosechas disminuye la producción de alimentos, se hunde el comercio y como consecuencia colapsa la economía, se producen hambrunas, la miseria se generaliza y la vida pasa a valer poco provocando revueltas continuas y por lo tanto, más miseria. Todo esto fue agravado por una crisis demográfica, ya que fuera de las fronteras romanas, en el norte de Europa y centro de Asia muchos de los cultivos que durante el óptimo climático anterior eran posibles dejaron de serlo y la producción de alimento se mermó hasta el punto que los pueblos que habitaban esas zonas tuvieron que emigrar a zonas con climas más favorables para los cultivos. A pesar de que se suelen denominar "invasiones bárbaras" poco tuvieron que ver con los ataques de los pueblos bárbaros que sufrió Roma durante la república y el comienzo del imperio, en este caso fueron ejércitos que saltaban las fronteras y se dedicaban a saquear para luego volver a su lugar de origen con el botín, en cambio los que "invadieron" el imperio a partir del siglo III fueron pueblos enteros (hombres, mujeres y niños con todas sus pertenencias) que cruzaron las fronteras del imperio buscando tierras con un clima más propicio para la agricultura y así poderse alimentar. En un principio no buscaban las riquezas del imperio, sólo lugares donde asentarse y poder sobrevivir.

Espero mi comentario aporte algo. Para profundizar en el estudio del clima en época romana y sus consecuencias recomiendo el trabajo de Michael McCormick et al. titulado "Climate Change during and after the Roman Empire: Reconstructing the Past from Scientific and Historical Evidence" publicado en 2012 en la revista Journal of Interdisciplinary History Volume 43 p.169-220. Dejo enlace:

https://www.mitpressjournals.org/doi/10.1162/JINH_a_00379

Buena vida!
 
Bueno, yo creo que la caída del Imperio romano se debió a una mezcla de todas estas razones, no solamente a las biológicas. De todos modos, la caída del poder de Roma fué gradual, con su división y la aceptación de territorios bárbaros subordinados a Roma. El año 476 se destronó a un joven Rómulo Augústulo que ya carecía de poder.

Si que carecía de poder. Como dato curioso lo de "augústulo" era de cachondeo,en plan peyorativo, como llamarle "augustito" y si que era bastante niño, unos 14 ó 15 años, ahora no recuerdo exactamente. En realidad desde Valentiniano III todos los emperadores fueron títeres puestos y quitados por generales de origen bárbaro como Ricimero, deponer a Rómulo Augústulo sólo certificó lo que era una realidad desde hacía décadas, el Imperio romano occidental estaba "caput"
 
Cómo acabaron con la teoría de la conspiración sobre el nazi Rudolf Hess y su supuesto doble en la prisión de Spandau
RedacciónBBC
News Mundo
  • 23 enero 2019
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Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionHess llegó a ser el segundo en la jerarquía del partido nazi, sólo por debajo de Hitler.
¿Era realmente Rudolf Hess el hombre que estuvo encarcelado en Spandau durante 40 años hasta su muerte en 1987?

Hay teóricos de la conspiración que aseguraban que no, que la condena la cumplió un doble de quien fuera número dos de Adolf Hitler durante el régimen nazi.

Uno de los principales promotores de esta teoría era su médico durante sus años en la cárcel, W. Hugh Thomas, quien se basaba, entre otras cosas, en que el hombre en Spandau presentaba diferencias físicas con Hess.

Thomas también destacaba que el preso se había negado a ver a su familia durante años.

Y tampoco ayudó el hecho de que parecía sufrir de amnesia.

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Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionHess fue el único preso de Spandau durante 20 años.
Pero a partir de ahora los teóricos de la conspiración lo tendrán mucho más difícil ya que una prueba de ADN hecha por científicos en Austria avala al tesis oficial de que Hess sí era el hombre que murió en Spandau.

Los investigadores de la Universidad de Salzburgo rastrearon a un pariente lejano y obtuvieron una muestra de material genético.

Posteriormente la compararon con los análisis de sangre del hombre conocido como prisionero número 7 de Spandau.

Los resultados mostraron una coincidencia de casi un 100%.

Quién fue Rudolf Hess
Hess fue uno de los más estrechos colaboradores de Adolf Hitler hasta que en 1941 fue capturado en Escocia, donde se había estrellado el avión que él mismo pilotaba.

El número dos del Tercer Reich, en plena II Guerra Mundial, se había aventurado en una aparente misión de paz no autorizada.

Al ser capturado, permaneció encarcelado en territorio británico, incluso pasó por la Torre de Londres.

La guerra terminó en 1945 y en 1946 Hess fue condenado durante los juicios de Núremberg.

Absuelto de las acusaciones de crímenes de guerra y contra la humanidad, fue sentenciado a cadena perpetua por crímenes contra la paz.

Fue encarcelado en Spandau, donde desde 1966 era el único preso.

Murió en la cárcel a la edad de 93 años. La versión oficial señala que lo encontraron ahorcado en su celda.

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Image captionHess fue condenado por crímenes contra la paz.
Rudolf Hess
1894: Nació en Alejandría, Egipto.

1914-18: Sirvió durante la Primera Guerra Mundial, tiempo en que llegó a ser teniente.

1920: Se une al partido nazi en ciernes.

1923: Lo encarcelan con Hitler y se convierte en su secretario.

1933: Se convierte en delegado del Partido Nazi tras el ascenso de Hitler al poder.

1941: Busca la paz con los británicos volando solo a Escocia donde lo detienen.

1946: Lo condenan por crímenes contra la paz en los juicios de Núremberg y es sentenciado a cadena perpetua.

1947: Lo trasladan a la prisión de Spandau en Berlín.

1987: Lo encuentran ahorcado.
https://www.bbc.com/mundo/noticias-46967976
 
UN HOMBRE Y SU GESTA
La historia verdadera, y apenas contada, de Fernando de Magallanes
Los portugueses apuestan por conmemorar la ruta Magallanes-Elcano pero ¿cuál es la verdadera historia de este noble explorador que pudo dar la vuelta al mundo?


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ÁLVARO VAN DEN BRULE
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26/01/2019


"Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad".

-Joseph Goebbels



Ante el debate abierto sobre la propuesta del ministerio de cultura portuguéssobre la inclusión del Proyecto de la Ruta Magallanes a la UNESCO como patrimonio de la humanidad, arrogándose de forma unilateral el gobierno luso aquella grandiosa hazaña de circunnavegación al globo terráqueo –algo sin precedentes en la historia conocida–, y sin que haya ningún fundamento a mi entender sobre su supuesta participación; como español y hermano de los portugueses, nuestros vecinos de toda la vida en esta vivienda llamada Iberia,casa común de nuestras dos naciones, me gustaría hoy desdecir los argumentos que este departamento de la administración lusa maneja a mi juicio de forma sesgada e injusta, ante un acontecimiento en el que no tuvieron ninguna intervención, y si acaso, habría sido para sabotear en todo momento el proyecto del que fue hijo de esta ilustre, distinguida y antigua nación, de la cual, este escribano se enamoró hace mucho tiempo por el carácter afable de sus gentes, su educación inusual en un mundo cada vez más carente de ella y su saudade, melancólica y sabia serenidad de pueblo grande donde los haya.

El viaje de Magallanes y Elcano comenzaría en el año 1519, como así lo consignan los escritos en las crónicas de Antón de Pigafetta –el cronista embarcado en la expedición– en un lunes por la mañana temprana de un espléndido 10 de agosto. Cuando la escuadra embarcó todo lo necesario para aquel increíble proyecto de exploración, reto colosal para las posibilidades náuticas de la época y por las incertidumbres que se atisbaban ante la magnitud de la apuesta, una tripulación compuesta por 237 hombres inició el despliegue de velas de trinquete. Esta aventura hacia lo desconocido y la ambición de los propósitos que la presidían duraría hasta el 6 de junio de 1522 en una de las odiseas más dramáticas que un grupo humano hubiera padecido jamás.

Se le conoce por su faceta de explorador, pero tocaba otras teclas, como la de marino profesional y militar con conocimientos de cosmografía


Muertes por inanición, escorbuto, enfermedades solapadas por desnutrición, avitaminosis generalizada, sabotajes por parte de un resentido rey portugués que no aceptaba su mal perder ante la Corona de Castilla, deserciones, traiciones y todo un corolario de contratiempos variopintos entre ellos el enfrentamiento a la cruel naturaleza y su subproducto, los humanos, convirtieron aquella expedición en una antología de los horrores que culminaría en uno de los más grandes hechos históricos conseguidos por esta contradictoria especie que igual que es capaz de crear grandeza lo es de crear horror.


Un noble explorador portugués

Hernando de Magallanes era un noble portugués con un cúmulo de sueños comprimidos, que en la cabeza de un humano con aspiraciones potentes y ese nivel de fantasía propia de las gentes que como Ícaro, vuelan alto, parecían un lugar atestado de ahogo y frustración sin salidas de escape ni termostato a la vista. Esencialmente, aún hoy, se le conoce todavía por su faceta de explorador, pero tocaba otras muchas teclas, tal que era la de marino profesional y militar con amplios conocimientos de cosmografía (había estudiado un tiempo en la famosa escuela de Chagres fundada por Enrique el Navegante).

Tras ser humillado por su rey en una sucesión de desaires y ninguneado cuando le exponía sus proyectos para el engrandecimiento de Portugal apostando por nuevas vías marítimas, el soberano maltrató al marino con indolencia e incluso con crueldad, sin los mínimos de cortesía debidos hacia un noble que lo había dado todo por Portugal. Sus pretensiones inicialespasaban por solicitar una carabela para viajar a las Indias y tras el desprecio manifiesto del monarca luso acabaría apelando a un aumento de su magra pensión de lisiado. Nada de ello le sería concedido y sin embargo los asistentes a aquella denigrante audiencia quedarían conmovidos por la frialdad del rey impasible.

Manuel I de Portugal era un rey sin luces aferrado al oropel del cargo y con un desdén y arrogancia más propias de un grosero afortunado y venido a más. Sin modales, sin capacidad diplomática, sin consejeros de nivel (si alguno opinaba diferente no salía en la foto). Magallanes apostató literalmente de su patria desnaturalizándose como portugués y renunciando a la ciudadanía de la tierra que le alumbró, cruzó la demarcación fronteriza para venir (como Cristóbal Colón lo hizo en su momento) a intentar poner en valor su proyecto de rodear el mundo y buscar un camino más cortopresentándose al monarca español Carlos I de España. Pero una cosa era la intención y otras las probabilidades de que esa ansiada reunión se dieran. Ya sin obligaciones legales para con su tierra y rey, despreciado por su insolente monarca, Magallanes, que había dejado de ser portugués por propia voluntad, se sintió liberado para abrirse al mundo.

Enfrentado a su propio rey decidió apostatar de su patria voluntariamente y se presentó al monarca español Carlos I, que le nombraría adelantado

Desanimado pero al tiempo esperanzado, Magallanes llegaría a Sevilla el 20 de octubre del año 1517, acudiendo a la Casa de Contratación para intentar conseguir los permisos necesarios que le permitieran armar una nao y tirar “palante” con su mundo fantástico. Para su desgracia, la administración de esta añeja institución clave en la organización del comercio con la América recién descubierta le hizo un par de chicuelinas y una verónica para rematar. Razón no les faltaba a aquellos probos funcionarios, pues las islas Molucas en principio eran posesiones portuguesas según el Tratado de Tordesillas, gracias a un documento fechado en 1494 mediante el que el Papa había dividido el Océano en dos partes a través de una línea imaginaria. Julio II en 1506 –sucesor del Papa Alejandro VI, el Papa Borgia– dirimió así las diferencias que se estaban dando entre las dos naciones con clara vocación marítima.

Tras esperar un año empobrecido y al borde del colapso personal ante la indiferencia de la burocracia, finalmente sería llamado a capítulo por Carlos I de España. El emperador le nombraría adelantado –título muy codiciado en los predios de la exploración en aquellos tiempos–, por la Monarquía Hispánica. Para rematar, se le otorgó el titulo adicional de capitán general de la 'Armada para el descubrimiento de la especería'. Casi nada…

Al servicio del rey de España

Ya al servicio de Carlos I, tal que un 22 de marzo de 1518, ambos, el marino soñador y el emperador de todas las cosas, se darían un apretón de manos. En el contrato figuraba que recibiría el título de capitán, una paga de 50.000 maravedís, y la concesión del quinto real y una veinteava parte de las rentas producidas en todas islas que descubriera. En el verano de 1519 los preparativos ya habían finalizado y las cinco naos cedidas por la Coronaestaban prestas a zarpar desde el puerto de Sevilla,

Manuel I estaba muy bien informado por una tupida red de espías. Ordenó a su embajador Álvarez Costa para convencer a Magallanes y persuadirlo de su error alegando que era una ofensa flagrante contra su rey, pero al paciente y perseverante marino le habían salido canas en el trayecto. En los meses posteriores, llegarían noticias de que los portugueses planeaban asesinar a Magallanes para así boicotear su viaje. Para Portugal, la especiería era el secreto mejor guardado de la nación y la base de sus negocios con Europa. En caso de ser abordada una embarcación portuguesa, automáticamente se lastraban planos y bitácora y se arrojaban al mar.

Después de dos años de retrasos, boicot y palos en las ruedas del sueño del renunciante a su madre patria, aquel profesional de la lectura de las estrellas y los vientos iniciaría una de las gestas más grandes que la condición humanahaya afrontado a lo largo de la historia.

En 1519 al mando de la expedición que descubriría el canal natural navegable tan ansiado por los marinos de la época, paso que actualmente recibe su nombre, el Estrecho de Magallanes, y no sin antes padecer un fuerte amotinamiento por parte de la tripulación (leer el maravilloso libro del malogrado Stefan Zweig, 'Magallanes, el hombre y su gesta'), aparece en el horizonte del Océano Pacifico siendo él y sus hombres la única referencia en aquel inmenso vacío comprimido entre dos azules.

Aquel profesional de la lectura de las estrellas iniciaría una de las gestas más grandes que la condición humana haya afrontado en su historia

Magallanes estaba convencido de que en base a sus cálculos el archipiélago de las Molucas se hallaba en la zona de influencia española. Algo nada improbable pues en torno a ello y con las nuevas configuraciones cartográficas, había una enconada controversia en torno al Tratado de Tordesillas. Según el trazado del meridiano fantasma acordado en el tratado, este enorme centro de producción de especias debería corresponder a Castilla. Pero aquello estaba a punto de convertirse en un “casus belli”, por lo que se relajó la presión sobre este tema buscando otro tipo de compensaciones.

El rey Manuel de Portugal, que se subía por las paredes ante su metedura de pata, no cesaría en su empeño por darle un buen susto a Magallanes. Diego López de Sichera era su comandante en jefe en las Indias, y a él, le ordenaría enviar media docena de naves contra los exploradores españoles, pero quiso la fortuna que los turcos armaran un “pollo”en Adén, teniendo que acudir el comandante portugués a combatir a los del turbante, abandonando así la persecución de los intrépidos españoles.

La primera vuelta al mundo

Todos los intentos de torpedear aquella apuesta de osados no impedirían a estos audaces marinos culminar finalmente la primera vuelta al mundo, que se completaría en septiembre de 1523, tras recorrer más de 14.460 leguas (unos 70.000 km) yendo siempre de este a oeste. El día 8 de septiembre era lunes. Una ingente cantidad de público en medio de una algarabía atronadora miraba cómo 18 famélicos cuerpos bajaban al muelle en condiciones de deterioro flagrante. Rápidamente se les daría verduras cocidas y vino con miel en abundancia para recuperarse de aquella odisea vivida en el infierno. Magallanes había muerto en las Filipinas cerca de Mactán combatiendo a los nativos y el vasco Elcano se había hecho cargo de aquella heroica expedición.



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Sebastián Elcano.



Lo sucedido fue una empresa estrictamente castellana. Se intentó llegar a las Molucas por un camino diferente al portugués que contorneaba África a través del Cabo de Buena Esperanza, atravesando el Índico para llegar alsudeste asiático. Magallanes y Elcano lo consiguieron tras pérdidas humanas insoportables rubricando una de las hazañas más increíbles en la historia de la navegación.

¿Qué reclaman nuestros hermanos portugueses después de haber desahuciado a uno de los suyos? Por favor, un respeto.


https://www.elconfidencial.com/alma...es-historia-real-portugal-navegacion_1775006/
 
Auschwitz, 74 años después
Este 27 de enero se cumple el aniversario de la liberación del campo de concentración nazi

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Una imagen de la entrada principal del campo de concentración Auschwitz. Wikipedia
KARINA SAINZ BORGO
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PUBLICADO 27.01.2019 - 05:15ACTUALIZADOhace 3 horas

"La muerte es un maestro de Alemania/ sus ojos son azules/ te alcanza con su proyectil de plomo/ te alcanza con su buena puntería", escribió el poeta alemán Paul Celán tres años después del cierre de un infierno que lo acompañó siempre: Auschwitz-Birkenau. No fue ingresado ahí -estuvo en Moldavia-, pero sí pudo ver cómo los vagones partían de su pueblo natal rumbo a aquella tumba donde el régimen nazi exterminó a los que, como él, eran judíos. Celán soportó la culpa del superviviente. Se arrojó al Sena, en 1970, carcomido por todo cuanto había visto. Los versos de Fuga de muerte sintetizan, todavía, el horror que quebró a hombres y mujeres y que aún se alza como una advertencia y de cuya liberación se cumplen este 27 de enero, 74 años desde su liberación.

Auschwitz-Birkenau. No fue el único de los campos creador por el nazismo, pero sí uno de los más cruentos. En su interior encontraron 7.000 supervivientes en estado espectral, un millar de cadáveres amontonados para ser quemados y unas 600 personas ejecutadas en el último momento. El Holocausto -la Shoá, como se refiere al genocidio la comunidad hebrea- tuvo muchos campos de exterminio: Sobibor, Treblinka, Belzec, Majdanek, Chelmno... sin embargo, el de Auschwitz, instalado en 1940 en la localidad polaca de Oswiecim, a setenta kilómetros de Cracovia, es el signo más oscuro que sobre este episodio pueda existir. Incluso vacío, aún resuena. Los objetos encontrados -zapatos vacíos, relojes, ropa requisada- son las huellas de un horror que atravesó el siglo XX.

"Encontraron 7.000 supervivientes, un millar de cadáveres amontonados para ser quemados y 600 personas ejecutadas en el último momento"

Hitler fue la gasolina más potente de aquel horror. Hitler y el horror con el que compuso la obra más duradera del siglo XX: un horror que atravesó a todos y propició la muerte incluso clausurado. Afectado por un mesianismo de proporciones ciclópeas, Hitler creyó en todo lo que dijo y escribió: la necesidad de revisar la Europa creada en 1919, devolver a Alemania su poderío y crear un nuevo orden mundial. Todo eso ya lo había dicho, y desde muy pronto. Auschwitz fue su creación perpetua, incluso quienes sobrevivieron acabaron buscando la muerte con la que vivieron, piel con piel. Así le ocurrió al italiano Primo Levi, aún tras ser liberado no soportó las pesadillas que lo persiguieron y lo llevaron a suicidarse en 1987.

"Cuando estaba en el campo de concentración tenía siempre el mismo sueño: soñaba que regresaba, que volvía con mi familia y les contaba, pero no me escuchaban. La persona que tengo delante no me escucha, se da media vuelta y se marcha", escribió Levi, quien una vez libre, vagó por toda Europa. Nunca encontró el hogar al que ansiaba regresar: ya no existía. Unos, como Levi, vivieron para contarlo. Otros, como Anna Frank, pudieron llegar a contar su angustia antes de morir. Tras permanecer escondida en un sótano durante dos años, fue trasladada con toda su familia a Auschwitz. Dejó su diario como un atado de verdad a los pies de la vida que le fue arrebatada.

"Auschwitz fue su creación perpetua, incluso quienes sobrevivieron acabaron buscando la muerte con la que vivieron, piel con piel"

Hay quienes, como el filósofo Reyes Mate, se preguntaron: ¿hay que conmemorar la liberación de Auschwitz? "Todavía campean en el mundo las fuerzas que alientan el olvido, la revisión o la negación de lo ocurrido", aseguraba Reyes Mate para referirse a lo que constituye la más honda y oscura herida moral del mundo moderno. En su obra Temblores de aire, Peter Sloterdijk ahonda también en la lógica del exterminio, en la turbia niebla del terror como nuevo paisaje forjado, en buena medida, bajo la bruma de aquel sitio. Las preguntas –o mejor dicho, la actualización de esas preguntas- se suceden en el recuerdo de un infierno que aún tiene supervivientes y en el que toda revisión es susceptible de alborotar la cicatriz. El polaco Antoni Dobrowolski, el superviviente del campo de concentración de Auschwitz con más edad, murió a los 108, hace ya seis años. Y sin embargo, aquel lugar aún resuena, con la fuerza de una advertencia.

https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/Auschwitz-anos-despues_0_1212479586.html
 
ANTIFASCISMOS, 1936-1945 – Michael Seidman
Publicado por Rodrigo | Visto 274 veces

Si algo queda meridianamente claro tras la lectura de este libro, trabajo reciente del historiador estadounidense Michael Seidman, es que la idea de antifascismo concierne menos al ámbito de las ideologías que al de las actitudes y cursos de acción. Su misma amplitud y pluralidad, relativa a la capacidad de englobar a sectores notoriamente contrapuestos del espectro político (involucrando tanto a comunistas y socialdemócratas como a liberales y conservadores), pone en evidencia la extrema porosidad del concepto; cosa que equivale a subrayar que, en el plano ideológico, la consistencia del fenómeno antifascista es exigua, tornándolo volátil y muy poco operativo. El propio Seidman da una pista de esta constatación al apuntar que, en el período comprendido por los años de preguerra y la Segunda Guerra Mundial -cuando el término cobró su máxima vigencia-, la mayor prioridad del antifascismo era actuar o luchar contra el fascismo. Lo decisivo aquí es que la sola voluntad de oponerse al fascismo no podía constituir una plataforma ideológica unívoca y homogénea, nítidamente perfilada; antes bien, su deficiente especificidad fue precisamente lo que le permitió estrechar el insalvable abismo de diferencias que había entre el estado comunista por excelencia, la Unión Soviética, y los mayores representantes del orden liberal, EE.UU. y el Reino Unido, enlazándolos en abigarrado connubio contra un enemigo común. El que semejante amalgama no sobreviviese a la coyuntura bélica corrobora la lenidad ideológica del antifascismo; la derrota de Alemania e Italia despojó de todo sentido a la alianza antifascista, anclada como estaba no en una (inimaginable) comunidad doctrinaria o de principios sino en una convergencia circunstancial de intereses, exclusivo factor capaz de aglutinar en un mismo frente -de manera por demás efímera- a potencias ideológicamente irreconciliables. Por su misma naturaleza, la coalición soviético-angloestadounidense no podía arraigar más que en consideraciones de estricta conveniencia práctica (urgentes e impostergables, huelga decirlo): además de la transitoriedad, su signo era el oportunismo.

Ilustrativo de la singularidad del antifascismo histórico es la caracterización primaria formulada por Seidman, un mínimo común denominador conformado por tres ingredientes: rechazo resuelto del fascismo; rechazo de la teoría de una conspiración judeocomunista orientada a la conquista subrepticia del mundo; rechazo del pacifismo a ultranza y su correlato práctico, la política de apaciguamiento, contraproducente e inútil frente al belicismo fascista. Como queda de manifiesto, la caracterización pone el acento en la impronta reactiva del fenómeno; difícilmente podría hacerse de otro modo. Habida cuenta de su indeterminación doctrinaria, de su índole inclusiva -la capacidad de congregar a elementos ideológicamente diversos- y de su condición esencialmente pragmática y circunstancial, el antifascismo es irreductible a una única modalidad concreta, siendo más adecuado emplear regularmente el plural. Los antifascismos respondían a una amenaza, en ocasiones interna a la vez que externa, y su mismo origen consensuado, derivado de la necesidad de tender puentes entre fuerzas antagónicas a fin de enfrentar la agresión fascista, explica la precariedad y endeble cohesión de sus formaciones. De resultas de su intrínseca y extrema heterogeneidad, las diferencias entre los antifascismos son cualitativamente mayores que las existentes entre las variedades nacionales de fascismo (italiano, alemán, rumano, etc.). Seidman distingue dos grandes vertientes: el antifascismo revolucionario, adoptado por anarquistas y comunistas y profusamente fomentado por la URSS -a través de la Komintern-, y el antifascismo contrarrevolucionario, practicado en las sociedades occidentales por liberales, conservadores y reformistas de izquierda (pero también por elementos netamente reaccionarios como las agrupaciones racistas del sur de los EE.UU., incluyendo el Ku Klux Klan). En las dos grandes potencias atlánticas, países en que operaban la diversidad ideológica y el pluripartidismo, la lucha contra las potencias fascistas llegó a comprometer a todos los sectores que no persistieron en su simpatía o alineación con el bando fascista: un compromiso casi unánime, puesto que las expresiones domésticas de fascismo eran minúsculas.

El estudio pasa revista a cuatro casos de antifascismos según el país de origen: España, Francia, el Reino Unido y los EE.UU. Uno de los ejes de la investigación emprendida por Seidman es el de las formas que adquirió la lucha contra el fascismo por diversos sectores sociales, lo que en concreto remite a la guerra contra los estados fascistas más que al rechazo de las versiones domésticas de fascismo. Un nutrido apartado final tiene por tema la actitud de los trabajadores frente al problema fascista, especialmente durante la guerra. Fuera de las las características del momento acorde con la situación internacional y las eventuales señales de lucha de clase (perspectiva enfatizada a la sazón por los marxistas), lo cierto es que la colaboración de los dirigentes sindicales fue muy apreciada por los gobiernos británico y estadounidense; cuando no bastaba para contener las reclamaciones de los obreros, cuyo patriotismo no equivalía a transigir con situaciones laborales abusivas, ambos gobiernos recurrían a la fuerza. De todos modos, las autoridades asumieron que la represión de huelgas espontáneas -por ejemplo- era menos provechosa que la persuasión en la forma de incentivos salariales y mejora de las condiciones en los lugares de trabajo (talleres, astilleros, etc.). La realidad francesa estuvo complicada por la ocupación alemana y el colaboracionismo de Vichy. El desplazamiento masivo de trabajadores franceses a la industria germana (a medias voluntario, a medias coaccionado) rindió pocos frutos; por necesitados que estuviesen los alemanes de mano de obra extranjera, no estaban dispuestos a dispensarle un trato privilegiado. Por otro lado, no conviene exagerar la participación del mundo obrero en la resistencia, inhibida en gran medida por las durísimas represalias de los alemanes a los actos de sabotaje y las actividades de guerrilla.

En la perspectiva amplia, es evidente que los principios y las ideas importan menos que la defensa de unos intereses coyunturales, apremiantes y efímeros por definición. De partida, escasa concomitancia podía haber en las manifestaciones tempranas de antifascismo en vista de la postura asumida inicialmente por el Kremlin y sus acólitos del orbe entero, quienes calificaban de fascistas a todos sus rivales por igual, no discriminando entre tradicionalistas, liberales y socialistas moderados (a los que motejaban de “socialfascistas”). La primera forma de antifascismo transnacional emergió en el contexto de la guerra civil española, momento seminal que ya estuvo saturado de señales contradictorias. Por un lado, la descarada intromisión efectuada por los gobiernos de Italia y Alemania, en pronunciado contraste con la pasividad de las potencias occidentales, terminó por convencer a buena parte de los pacifistas europeos de que la beligerancia de los estados fascistas sólo podía ser contrarrestada por la fuerza, llevándolos a abjurar de su apoyo al apaciguamiento. Por el otro, factores como los ataques perpetrados por elementos republicanos contra la religión y la propiedad privada, además del violento sectarismo del que muy especialmente hicieron gala los comunistas, interpusieron un pesado obstáculo entre la causa de la defensa de la república española y las simpatías de los sectores moderados en el extranjero.

Si la izquierda española fue incapaz de erigir un frente cohesionado en la acuciante tesitura de 1936, refrenando los impulsos revolucionarios que anidaban en su seno, menos probabilidades había de que la causa republicana suscitase el favor incondicional de las democracias occidentales. El radicalismo de la extrema izquierda española empujó de hecho al tradicionalismo extranjero a un principio de comprensión respecto del bando insurgente y el intervencionismo de Mussolini y Hitler, reforzando al anticomunismo como el principal motivo del limitado poder de sugestión ejercido por el antifascismo inicial. (Ello sin contar con que el anticlericalismo republicano sólo podía enajenarse la buena disposición de la ecúmene católica y el tradicionalismo religioso en general.) Un punto a destacar es que el drama español insufló vida a la instrumentalización del concepto de totalitarismo, conforme una acepción que sería latamente explotada en los años de la Guerra Fría. El antifascismo contrarrevolucionario se valió del término como medio de denigrar a los comunistas, a quienes acusaba de perseguir metas y emplear prácticas sospechosamente similares a las de los fascistas: el radicalismo de izquierda como el gemelo opuesto del radicalismo de derecha. La noción de totalitarismo contaba menos como herramienta de análisis que como arma propagandística. Pero más relevante aun es que el fin de la GCE favoreció a la causa antifascista: el triunfo de los insurrectos expuso la magnitud de la agresividad fascista, sorda a los llamamientos a la conciliación y a la neutralidad en confictos internos, mientras que el sofocamiento de la amenaza comunista en España canceló un motivo de alarma en el flanco meridional del continente. En palabras de Seidman: «Quizá la República revolucionaria [española] tenía que ser derrotada para que pudiera darse una coalición antifascista más inclusiva». El proceso dio un paso adelante merced a los episodios checoslovaco y polaco, propiciado por la circunstancia de no prevalecer en Checoslovaquia ni en Polonia el ímpetu revolucionario.

Francia contrastaba con los estados anglosajones por albergar en su interior agrupaciones de extrema derecha de suficiente entidad como para perturbar la paz social y convulsionar la arena política. Con desinterés por las sutilezas conceptuales parecido al de los comunistas cuando esgrimían a diestra y siniestra la acusación de “fascistas”, la izquierda moderada gala erró también el diagnóstico del fascismo al juzgarlo la manifestación de última hora de la mentalidad reaccionaria, detractora sempiterna de la Ilustración y el legado de la Revolución Francesa. Los críticos franceses del fascismo fueron incapaces de advertir que los fascistas aspiraban a algo muy distinto de la restauración de un mundo premoderno (el Antiguo Régimen), y la misma radicalización de la política nacional, enfrascada en disputas que en el fondo se ceñían a las pautas virulentas de los días del Caso Dreyfuss (por no remontarlas a 1789), impidió que los franceses calibraran en su justa medida la amenaza hitleriana. Considerando al radicalismo de derecha doméstico como un peligro mayor que el Tercer Reich, los franceses moderados apostaron por una política de apaciguamiento que, cuajada de entreguismo y resignación ante los hechos consumados, sólo podía hacerle el juego a la voracidad del régimen nazi. En paralelo, los marxistas comparaban el fascismo con el bonapartismo y veían en él una reacción desesperada del sistema capitalista, el último coletazo de un orden moribundo. Aun con su aparente normalización de la agitación política como parte de la cotidianeidad, el contexto francés -con su avanzada secularización y una realidad socioeconómica mucho más desarrollada que la española- no era pasto del alarmismo de los sectores tradicionalistas, o no debía serlo. A diferencia de España, la victoria del Frente Popular no representaba en Francia un desafío existencial para el imperante orden burgués. No obstante, la ofuscación de una parte significativa de la sociedad francesa ante el peligro rojo podía imponerse a cualquier otro factor; en medida importante, el régimen de Vichy pudo sostenerse en los miedos del conservadurismo nacional, muchos de cuyos integrantes preferían contemporizar con el invasor extranjero antes que hacer concesiones al enemigo interno.

La opinión pública en el Reino Unido solía ser rehén de un complejo de culpa por el Tratado de Versalles, lo que a su manera también obnubilaba la percepción del fenómeno fascista. No pocos de los dirigentes y buena parte de la ciudadanía pensaban que Alemania había sido víctima de un afán vindicativo falto de contrapesos, y que la administración de Lloyd George se había dejado arrastrar en 1919 por el vehemente revanchismo de Clemenceau. (No por casualidad, en Francia cobraban fuerza el remordimiento y la reprobación del papel desempeñado en aquel entonces por sus propios dirigentes.) Si el pueblo alemán había depositado su confianza en un gobierno de signo nazi, ello se debía al estado de postración al que lo habían abocado las arbitrarias imposiciones dictadas por los vencedores de la Gran Guerra. Aunque la sociedad británica no propendiese a un genuino filonazismo, al menos sí tendía a una excesiva receptividad para con las ansias alemanas de recuperar el estatus de gran potencia. (Algo similar ocurría en EE.UU.) Una vez más, asociar el estridente discurso nazi con un mero revisionismo de Versalles suponía distorsionar la naturaleza del nazismo y subestimar el peligro encarnado por Hitler. Por otra parte, los líderes británicos compartían con sus pares franceses la creencia de que el ofrecimiento de compromisos económicos podía aplacar a los alemanes, como si la camarilla nazi fuera un interlocutor igual de sensato que los respetables dirigentes de la República de Weimar. Chamberlain y Halifax distaban mucho de estar solos en su miopía frente a señales como el abandono alemán de la Sociedad de Naciones, el acelerado rearme y la remilitarización de Renania, por no hablar de la anexión de Austria y la absorción de los Sudetes; nada que insinuase la gravedad del militarismo y el expansionismo del Tercer Reich llegaba a eclipsar el miedo a la URSS, excepto en unos pocos espíritus capaces de discernir la verdadera amenaza del momento. (Churchill el más destacado de todos. Churchill fue el gran promotor de un acercamiento a la URSS, adelantándose al vasto consenso antifascista gatillado por la Segunda Guerra Mundial.) Habría de llegar el año fatídico de 1939 para que los pacifistas a ultranza empezaran a abrir los ojos.

Ya en los años veinte había echado raíces en EE.UU. una difundida aprensión respecto del régimen mussoliniano; el ascenso de los nazis en Alemania surtió un efecto parejo. En ello terció la inclinación de la idiosincracia estadounidense a recelar de las dictaduras y sus restricciones a las libertades individuales, con alguna incidencia del impacto provocado por el antisemitismo legalizado de los regímenes fascistas. También tuvo su parte la interpretación del fascismo como una forma de neopaganismo que pretendía suplantar la religión tradicional por una versión espuria de religiosidad política, lo que en una sociedad impregnada del puritanismo fundacional debía por fuerza suscitar desconfianza. Sin embargo, la difusa hostilidad de los estadounidenses hacia los fascismos tardaría en transitar hacia un cerrar filas en torno a un compromiso antifascista eficaz, estorbado todavía por la distancia geográfica, la ausencia de serias manifestaciones vernáculas de fascismo y, ante todo, por el despertar del siempre latente aislacionismo (reforzado por el temor al bolchevismo, que para muchos seguía siendo un foco mayor de preocupaciones). Los aislacionistas, al igual que los pacifistas británicos y franceses, concentraban sus suspicacias en los enemigos internos antes que en la amenaza exterior; dichos enemigos eran los comunistas y el gobierno de Roosevelt, poniendo también en la mira a los británicos, demasiado afectos -según ellos- a tentar a EE.UU. con los señuelos del intervencionismo en asuntos foráneos. Había, cómo no, una fuerte dosis de antisemitismo, pero por lo general se le daba rienda suelta en privado.

No deja de ser pertinente el distingo entre los antifascismos históricos y las formas que puede adquirir en el mundo de hoy la impugnación de los extremismos de derecha. Las diferencias entre éstos y los fascismos clásicos son mayores que sus semejanzas, por lo que tomar las luchas de los años treinta y cuarenta como parámetro estricto de las actuales -reproducible punto por punto- tiene escaso sentido. Tan poco como, en otro plano de cuestiones, contentarse con descalificar al fundamentalismo islamista motejándolo de “islamofascismo”.

– Michael Seidman, Antifascismos, 1936-1945. La lucha contra el fascismo en ambos lados del Atlántico. Alianza Editorial, Madrid, 2017. 472 pp.

http://www.hislibris.com/antifascismos-1936-1945-michael-seidman/#more-24226
 
Resolviendo los antiguos misterios de la Isla de Pascua.
10 de enero de 2019, Universidad de Binghamton.
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El arqueólogo de la Universidad de Binghamton, Carl Lipo, forma parte de un equipo internacional de investigadores que trabaja para resolver los misterios antiguos de la Isla de Pascua. Crédito: Universidad de Binghamton, Universidad Estatal de Nueva York.

Los antiguos pobladores de Rapa Nui (Isla de Pascua, Chile) construyeron sus famosos monumentos ahu cerca de las fuentes costeras de agua dulce, según un equipo de investigadores que incluye profesores en la Universidad de Binghamton, Universidad Estatal de Nueva York.

La isla de Rapa Nui es conocida por su elaborada arquitectura ritual, particularmente por sus numerosas estatuas (moai) y las plataformas monumentales que las sustentaron (ahu). Los investigadores se han preguntado por qué los antiguos construyeron estos monumentos en sus respectivos lugares alrededor de la isla, considerando todo tiempo y energía que se requerían para construirlos. Un equipo de investigadores, incluido el antropólogo de la Universidad de Binghamton, Carl Lipo, utilizó un modelo espacial cuantitativo para explorar las relaciones potenciales entre los lugares de construcción de ahu y los recursos de subsistencia, como los huertos agrícolas, los recursos marinos y las fuentes de agua dulce, los tres recursos más críticos de Rapa Nui. Sus resultados sugieren que las ubicaciones de los ahu se explican por su proximidad a las limitadas fuentes de agua dulce de la isla.

"El problema de la disponibilidad de agua (o la falta de ella) ha sido mencionado a menudo por investigadores que trabajan en Rapa Nui / Isla de Pascua", dijo Lipo. "Cuando comenzamos a examinar los detalles de la hidrología, comenzamos a notar que el acceso al agua dulce y la ubicación de las estatuas estaban estrechamente vinculados. No era evidente, cuando se caminaba por ahí, con el agua emergiendo en la costa durante la marea baja, no necesariamente se veían indicaciones obvias de agua. Pero cuando comenzamos a observar las áreas alrededor de los ahu, encontramos que esas ubicaciones estaban muy vinculadas a los lugares donde emerge el agua dulce subterránea, en gran parte como una capa difusa que fluye hacia el borde del agua. Cuanto más lo mirábamos, más consistentemente veíamos este patrón. Los lugares sin ahu / moai no mostraron agua dulce. El patrón fue impactante y sorprendía su consistencia. Incluso cuando encontrábamos ahu / moai en el interior de la isla, encontrábamos fuentes cercanas. de agua potable. Este documento refleja nuestro trabajo para demostrar que este patrón es estadísticamente sólido y no solo nuestra percepción ".



"Muchos investigadores, incluidos nosotros mismos, hemos especulado durante mucho tiempo con las asociaciones entre los ahu / moai y diferentes tipos de recursos, por ejemplo, agua, tierras agrícolas, áreas con buenos recursos marinos, etc.", dijo el autor principal Robert DiNapoli de la Universidad de Oregon. "Sin embargo, estas asociaciones nunca han sido probadas cuantitativamente o han demostrado ser estadísticamente significativas. Nuestro estudio presenta modelos espaciales cuantitativos que muestran claramente que los ahu están asociados con fuentes de agua dulce de una manera que no están asociados con otros recursos"

Según Terry Hunt, de la Universidad de Arizona, la proximidad de los monumentos al agua dulce nos dice mucho sobre la antigua sociedad isleña.

"Los monumentos y las estatuas se ubican en lugares con acceso a un recurso crítico para los isleños a diario, el agua dulce. De esta manera, los monumentos y las estatuas de los ancestros deificados de los isleños reflejan generaciones de una cultura de compartir, centrada en el agua, pero también en la comida, la familia y los lazos sociales, así como una tradición cultural que reforzó el conocimiento de la precaria sostenibilidad de la isla. Y el compartir apunta a una parte crítica para explicar la paradoja de la isla, ya que a pesar de los recursos limitados, los isleños tuvieron éxito al compartir actividades, conocimientos y recursos durante más de 500 años hasta que el contacto europeo interrumpió la vida con enfermedades foráneas, el comercio de esclavos y otras desgracias relacionadas con los intereses coloniales ".

En la actualidad, los investigadores solo tienen datos completos sobre el agua dulce de la parte occidental de la isla y planean hacer un estudio completo de la isla para continuar probando su hipótesis de la relación entre los ahu y el agua dulce.

Texto original: https://phys.org/news/2019-01-ancient-mysteries-easter-island.html

Más información: https://phys.org/news/2018-10-easter-island-inhabitants-freshwater-ocean.html



 
Arte y Letras, Historia
Compendio de héroes de guerra extraordinarios (I)
Publicado por Diego Cuevas
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Bill Millin en una fiesta de prao. Imagen: Dominio público.
El gaitero loco

William Millin (1922 ̶ 2010) fue uno de los tres millones y medio de soldados que sirvieron a las órdenes del ejército británico a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Durante su participación en el conflicto bélico, también formó parte de las tropas británicas que desembarcaron durante el Día D en las playas de Normandía para plantar cara a los nazis que habían ocupado Francia. Pero, a diferencia de todos sus compañeros, Millin no pisó aquella playa empuñando un arma de fuego, sino que lo hizo armado con una gaita. Y con un cuchillo enfundado en el calcetín, por lo que pudiera pasar.

Millin nació en Canadá y fue criado en Glasglow cuando su padre (escocés) se desplazó hasta Shettleston para formar parte del cuerpo de policía. Bill optaría por unirse a la reserva militar británica de Fort William y sus dotes para las melodías de viento acabarían llevándole a militar entre las filas de las bandas de gaitas de la Infantería Ligera de las Tierras Altas y del Regimiento Queen’s Own Cameron Highlanders. Después decidió presentarse voluntariamente como comando e ingresó en la Escuela de Comandos de Achnacarry (Escocia) donde comenzó a recibir la instrucción correspondiente a las órdenes de Simon Christopher Joseph Fraser, 15º Lord Lovat y 4º barón Lovat, y entre un montón de voluntarios de diversas nacionalidades. Más allá de las formalidades, aquellos dos hombres congeniaron como solo pueden congeniar un par de caballeros escoceses cuando están rodeados de franceses, belgas, holandeses, checoslovacos, noruegos y polacos. De hecho, Bill Millin pasaría a formar parte de la historia de la Segunda Guerra Mundial gracias a una inverosímil ocurrencia táctica de Lord Lovat.

El Día D, el 6 de junio de 1944, Millin tan solo contaba con veintiún años cuando se abrió la rampa de las lanchas desde la que desembarcarían las tropas británicas para conquistar la orilla. Lo inusual de su presencia allí era evidente a primera vista: entre todos los soldados, él era el único que, en lugar de uniforme, iba ataviado con una falda escocesa (un kilt del clan Cameron idéntico al que su padre había llevado puesto al participar en la Primera Guerra Mundial) y, en lugar de arma de fuego, empuñaba una gaita. En su calcetín derecho también escondía un sgian dubh, un puñal («puñal negro» sería la traducción más certera del original en gaélico escocés) que forma parte del traje tradicional de las Tierras Altas de Escocia.

Aquella inusitada indumentaria, poco práctica en tiempos de guerra, había sido preestablecida días antes: a Lord Lovat se le había ocurrido encomendar a Millin la misión de desembarcar armado con música para elevar la moral de las tropas durante la gresca: «En mayo de 1944, Lord Lovat me informó de que estaba formando su propia brigada de comandos, y de que le gustaría que yo me uniera a ellos para tocar la gaita en el campo de batalla» —explicaba Millin—. «A todos nos caía bien Lord Lovat, era un aristócrata que caminaba tranquilamente por el campo de batalla con la cabeza bien alta, mientras el resto de nosotros nos arrastrábamos y buceábamos para evitar los obuses».

Existía, eso sí, un pequeño inconveniente formal ante todo aquel asunto de llevarse las tonadillas al frente, porque en aquella época la oficina de guerra del ejército británico había prohibido expresamente la presencia de gaiteros en combates directos y áreas ajenas a la retaguardia. Cuando Millin le recordó las normas a Lord Lovat, aquel oficial decidió que lo más adecuado era pasarse la prohibición por el forro justificando razones de peso y, sobre todo, de sangre: «Ah, pero esa es la normativa de la oficina de guerra del ejército británico. Usted y yo somos escoceses, por lo que a nosotros no se aplica», le contestó su superior.

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Desembarco durante el Día D con Millin en primer plano. Imagen: Dominio público.
Millin recibió la orden de comenzar a tocar «Highland Laddie» nada más desembarcar en Sword Beach, el nombre en clave de una de las zonas de asalto durante la Operación Neptuno. «Empecé a tocar tan pronto como salté al agua. Cada vez que oigo esa canción me recuerdo caminando por el agua. Y los hombres de nuestro bando heridos en el campo de batalla se sorprendieron al verme. Esperaban ver aparecer a un médico o algún otro tipo de asistencia médica, pero en su lugar me vieron con mi falda y tocando la gaita. Fue horrible, me sentí inútil». El gaitero continuó tocando mientras a su alrededor todo estallaba y sus compañeros se desplomaban abatidos por las balas. «Doce hombres yacían heridos en la entrada de una pequeña carretera. Me preguntaron por los médicos y les contesté que no se preocuparan, que estaban en camino. Me refugié detrás de un muro bajo y vi como un tanque se encaminaba hacia la carretera donde estaban aquellos heridos. Rápidamente me levanté y agité las manos frenéticamente tratando de llamar la atención del comandante del carro, cuyo casco asomaba por la parte superior. No me vio y el carro pasó sobre los soldados heridos. Fue muy traumático».

A pesar de la carnicería, y de modo inexplicable, Millin conservó aire y fuerzas para seguir cumpliendo su propósito principal. Lord Lovat le encomendó subir y bajar la playa tocando «The Road to the Isles» y«All the Blue Bonnets Are Over the Border», una orden que el gaitero cumplió sin rechistar y sin resultar herido. Las tropas británicas tomaron la playa y continuaron avanzando sobre el Puente Pegasus bajo el fuego del enemigo. Se hicieron con el emplazamiento mientras marchaban al ritmo de la gaita de Millin.

Un comando llamado Tom Duncan explicaría años más tarde que aquellas melodías provenientes de las Tierras Altas inyectaron coraje en los soldados: «Nunca olvidaré escuchar el sonido de la gaita de Millin. Además de hacernos sentir orgullosos nos recordó a nuestro hogar, y por qué estábamos allí luchando por nuestras vidas y las de nuestros seres queridos». Otro soldado llamado Maurice Chauvet Kieffer apuntaría que en cuanto Millin pisó la playa, completamente desarmado y muy concentrado en las notas, los alemanes dejaron de disparar por un momento, confusos ante la escena que tenían delante. Cuando los aliados interrogaron a los francotiradores alemanes capturados, aprovecharon para preguntarles por qué no habían disparado contra el músico que se paseaba por la playa de un lado a otro tocando la gaita. «Porque creíamos que se había vuelto loco» contestaron.

Años después, aquel soldado gaitero explicó en la BBC que no consideraba que lo que había hecho fuese algo heroico. «Cuando Lord Lovat me ordenó tocar la gaita yo simplemente dije: “OK”. Ni siquiera noté al principio que estaba bajo el fuego enemigo». En cierto ocasión, Millin también fue entrevistado por el historiador Peter Caddick-Adams, y aprovechó para confesar que recuerda el agua de Sword Beach tan fría como para haberle cortado el aliento en el momento de saltar en ella. No es de extrañar, porque Millin desembarcó en aquella guerra siguiendo al pie de la letra la tradición escocesa: vistiendo kilt, pero sin ropa interior debajo.

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Monumento en honor a Millin en Colleville-Montgomery. Fotografía: Billmillinfan CC.
La muerte blanca

Simo Häyhä (1905-2002) nació en un pequeño pueblo de Finlandia llamado Rautjärvi, en lo que sería actualmente la frontera sur del país con Rusia. Fue el séptimo de los ocho hijos de unos granjeros luteranos y se pasó la infancia trabajando en el inclemente desierto finlandés, cazando, esquiando y ayudando con las tareas de la granja. En 1925 se vio obligado a cumplir un año de servicio militar obligatorio y descubrió que aquello de ser soldado se le daba bastante bien. Poco después, se unió a la Guardia Blanca (o la Guardia Civil finlandesa, una milicia de voluntarios del país) donde recibió un entrenamiento más concienzudo y comenzó a pillarle el gusto (y el truco) a lo de tirotear cosas. El chico dedicó su tiempo libre mejorar su puntería y pronto comenzó a engalanar la granja con los trofeos adquiridos en las competiciones locales de tiro. Con veinte años era capaz de disparar dieciséis veces por minuto sobre un mismo blanco situado a ciento cincuenta metros y se manejaba con soltura tanto con el rifle ruso Mosin-Nagant M91 como con el M28/30 y el subfusil Suomi KP/-31.

En 1939, la Unión Soviética (cuya formación unos cuantos años antes, junto a la independencia de Finlandia, había situado el hogar de Häyhä muy cerca de la frontera) se propuso invadir Finlandia y Häyhä, como miembro oficial de la Guardia Blanca, fue llamado a filas para defender su tierra. Pero el Ejército Rojo que pretendía tomar el país, a pesar de superar en número de manera demencial a las tropas finlandesas, era un desastre en lo que respectaba a la organización interna: sus tropas hablaban diferentes lenguas y no acababan de coordinarse adecuadamente, no estaban acostumbradas al clima del país y ni siquiera vestían trajes de camuflaje para caminar sobre aquel desierto de nieve, lo que les convertía automáticamente en luminosas dianas con patas. Häyhä aprovechó todo eso para agarrar su rifle, acomodarse en el bosque y aumentar su puntuación de killscores como francotirador. Y de qué manera.

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Es probable que el día que ha sido tomada esta foto el hombre sonriente que la protagoniza haya matado a más gente que varios ejércitos de tamaño medio en toda su carrera. Imagen: Dominio público.
Se estima que Simo Häyhä se cargó él solito a unos quinientos cuarenta y dos soldados soviéticos que trotaban por la estepa helada con cara de andar perdidos y estar pasando mucho frío. En realidad el recuento total de cadáveres apilados por nuestro simpático granjero varía ligeramente según la fuente consultada: en sus diarios, el propio Häyhä suma más de quinientas cabezas reventadas. Antti Johannes Rantamaa, el capellán militar de la unidad de Häyhä, atribuía al soldado un total de doscientas cincuenta y nueve muertes a través dela mirilla de su rifle y otras doscientas y pico a base de plomo de ametralladora. Y el comandante A. Svensson contaba que el virtuoso tirador sumaba un número de bajas confirmadas cercano a las cuatrocientas cuarenta.

Entretanto, en las líneas del Ejército Rojo la gente comenzó a ponerse nerviosa al descubrir que un psicópata chalado, presuntamente escondido en un árbol o enterrado entre los arbustos, se estaba cardando él solito a todo el batallón soviético. El enemigo le apodo «la Muerte Blanca» y contribuyó a inflar su leyenda, que tampoco era escasa a aquellas alturas: se crearon numerosos escuadrones y se lanzaron ataques de artillería para intentar, sin éxito, darle caza .En los periódicos finlandeses las hazañas de la Muerte Blanca ocuparon una parte importante de las páginas publicadas durante aquella guerra de invierno. Los editores sabían del valor de la propaganda de cara al pueblo y no hay mejor forma de elevar la moral de una nación que se saberse productora de una máquina de matar humana.

Lo cierto es que, una docena de fiambres arriba o abajo, las cifras de soldados derribados por el francotirador rural son acojonantes. En los poco menos de cien días en los que sirvió en la guerra el hombre mató de media a cinco personas entre la hora de levantarse y la de acostarse. Su técnica seguía a rajatabla el manual del francotirador profesional: se camuflaba con el entorno con facilidad (tenía el culo acostumbrado al gélido temporal), renunciaba a las mirillas telescópicas (porque soportaban peor el clima helado, producían reflejos con la luz y le obligaban a levantar un poco la cabeza), se rellenaba la boca con nieve para no producir vaho y tenía una paciencia infinita a la hora de esperar tranquilamente a que un oponente se asomase para saludar.

El 6 de marzo de 1940, entre los bosques de Ulismaa y durante una maniobra de contraataque, una bala explosiva del enemigo impactó en la cara de Häyhä dejándolo en coma y desfigurándole para siempre al llevarse por delante su mandíbula izquierda. Sus compañeros lo socorrieron y trasladaron hecho un cristo («La mitad de su cara había desaparecido por completo») sin muchas esperanzas de que aquel hombre sobreviviese. Pero el puñetero se demostró duro hasta para eso: despertó del coma el 13 de marzo de 1940, justo el día en el que la paz se había declarado y la guerra se daba por finiquitada. Como si la propia naturaleza lo hubiese dejado en reposo a propósito diciéndole «Mira, hasta aquí. Que me lo estás poniendo todo perdido».

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Simo Häyhä tras la guerra, a nadie se le ocurrió hacer un chiste sobre su cara. Jamás. Imagen: Dominio público.
El dentista guerrero

Benjamin L. Salomon (1914-1944) nació en Milwaukee, Wisconsin, y creció apuntando maneras: obtuvo el rango más alto posible (Eagle Scout) en el programa juvenil de Boy Scouts de América, superó el instituto con notazas, ingresó en la Universidad de Marquette, se trasladó a la Universidad del Sur de California para completar su licenciatura y remató sus estudios graduándose en la Facultad de Odontología de la USC. En 1937, con todos los deberes hechos, comenzó a ejercer como dentista. El futuro se presentaba bastante cómodo para aquel joven judío de familia humilde, hasta que un par de años después estalló la Segunda Guerra Mundial.

En 1940 Salomon fue llamado a filas y pasó a formar parte del ejército de los Estados Unidos. Ingresó como soldado de infantería, pero demostró tanta valía y dedicación (algo de lo que fueron testigos sus años académicos) como para no tardar demasiado en comenzar a escalar posiciones. Tras el entrenamiento básico, Salomon se unió al 102º Regimiento de infantería destacando como experto tirador pero también como un hombre tallado con madera de líder. El oficial a cargo de la unidad lo nombro «el soldado más completo» del regimiento y al cabo de un año Salomon ya había alcanzado el rango de sargento y se encontraba comandando una sección de ametralladoras. En 1944 el hombre recibió la notificación de que pasaría a formar parte del Cuerpo Dental para arreglar muelas en medio de la batalla, un destino que al propio Salomon no le hacía demasiada gracia porque a aquellas alturas él prefería seguir sirviendo en las líneas de infantería. Se trasladó a Schofield Barracks, Hawái, y tras trabajar unos meses en un hospital fue nombrado oficial dental del 105º Regimiento de Infantería, parte de la 27ª División de Infantería.

Como el chaval era de naturaleza brillante, tampoco pudo dejar de destacar en aquel puesto. Sus pacientes y compañeros lo definieron como un dentista excelente y su rutina diaria se dividió entre arreglar bocas por la mañana, entrenar junto a su regimiento por las tardes y aprovechar el tiempo libre entre medias para ganar todas las competiciones de la unidad o enseñar estrategias militares. Sus comandantes era incapaces de hablar de su figura sin sepultarla en flores: «Ben Salomon fue el mejor instructor de tácticas de infantería que hemos tenido. Tenía una forma de inspirar a la gente para hacer cosas que de otro modo no podrían haber hecho. Probablemente ha sido el hombre más vital que muchos de nosotros hemos conocido».

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Benjamin L. Salomon. El afable, sonriente y encorbatado dentista que estaba a punto de desatar el infierno sobre un centenar de japoneses. Imagen: Dominio público.
En junio de 1944 Salomon fue ascendido a capitán y desembarcó en la isla de Saipán, Islas Marianas, junto al 105º Regimiento de Infantería para entrar en contacto con la batalla y enfrentarse a las tropas japonesas, eso sí, desde la sala del sacamuelas. Pero como el dentista de regimiento tenía poco trabajo que hacer durante las operaciones de combate, el muchacho (contaba treinta primaveras por entonces) se ofreció como voluntario para reemplazar al cirujano del 2° Batallón, que había sido herido por un mortero. A medida que aquel 2º Batallón avanzó por el territorio, las bajas y heridos entre sus filas se multiplicaron de manera considerable, dejando diezmada a la formación, cuestionada su valía (el teniente general Holland Smith definió aquella unidad como un grupo de incapaces derrotados por un enemigo desorganizado) y al médico Salomon con muchísimo trabajo sobre la mesa de operaciones.

El 6 de julio, las tropas americanas comenzaron a establecer un perímetro sólido de defensa en torno a la base de operaciones ante la posibilidad de sufrir un ataque suicida por parte de los japoneses. No estaban equivocados, al otro lado de la contienda el general Yoshitsugu Saito andaba azuzando a soldados, marineros y civiles para arremeter contra los americanos a lo bestia y sin freno: «Atacaremos a las fuerzas americanas y todos moriremos de manera honorable. Cada uno de nosotros matará a diez americanos […] Hay muerte si atacamos y hay muerte si nos quedamos donde estamos. Sin embargo, en la muerte hay vida. Avanzaré junto a vosotros para atizar un nuevo golpe a los demonios estadounidenses y dejar mis huesos en Saipán como una fortaleza del Pacífico». El plan del amigo era utilizar el comodín de la carga banzaí, un superpoder de las masas japonesas que consiste en atacar como cabestros en plan avalancha humana y sin preocuparse de la seguridad propia.

Las oleadas de japoneses locos comenzaron a emerger de entre los setos durante la madrugada. Los norteamericanos trataron de hacerles frente tirando de todo tipo de artillería e infantería e infligieron numerosas bajas sobre aquella desquiciada marea de personas, pero no fueron capaces de evitar que el enemigo acabase invadiendo las trincheras de sus instalaciones. Entretanto, Benjamin L. Salomon trataba de remendar a los suyos desde una tienda médica que se encontraba instalada a escasos cuarenta y cinco metros de la línea defensiva. Pasados diez minutos desde el inicio de la contienda aquella carpa ya acumulaban más de una treintena de soldados heridos. Lo peor, y lo mejor, de la historia del dentista militar viene ahora, porque mientras Salomon se encontraba atendiendo a los heridos, los soldados japoneses comenzaron a entrar en la tienda de primeros auxilios. Uno de ellos apuñaló con su bayoneta a un americano convaleciente que yacía sobre una camilla y aquello activó en la cabeza del joven judío de Milwaukee el modo Rambo: Salomon se cargó al asesino de un disparo, tumbó a otros dos japoneses a hostias con su rifle para después rematarlos con un tiro y una cuchillada de bayoneta, le voló la cabeza a un enemigo que se coló por los bajos de la tienda, trinchó a otro con la bayoneta, apuñaló a otro con un cuchillo y derribó a otro más de un cabezazo. Se asomó al exterior y descubrió que la cosa pintaba demasiado mal, ordenó al resto de médicos que evacuasen a los heridos mientras él proporcionaba fuego de cobertura y anunció que se quedaría en el lugar para contener a los invasores mientras le fuese posible.

Al día siguiente, el ejército americano encontró el cuerpo sin vida de Salomon tumbado sobre una ametralladora. Frente a su posición (que el hombre había desplazado varias veces durante la escaramuza para mantener una buena visión del campo de tiro) se apilaban noventa y ocho soldados japoneses. En su cuerpo tenía setenta y seis agujeros de bala, veinticuatro de los cuales los había recibido mientras aún estaba vivo. Porque todo el mundo sabe que no puedes acabar con un humilde dentista judío de Milwaukee tan fácilmente.

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No hay muchas fotos del bueno de Benjamin en internet porque se ve que en la época los jpgs no estaban de moda. Así que hemos seleccionado una de su equivalente moderno más cercano. Para hacerse una idea más certera, dibújese mentalmente una bata de dentista sobre el torso del soldado . Imagen: Orion Pictures.
https://www.jotdown.es/2019/01/compendio-de-heroes-de-guerra-extraordinarios-i/
 
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