Cuadernos de Historia

El bulo que intentó debilitar el reinado de Felipe II
Una "falsa nueva" difundida en 1564 aseguraba que el rey había sido asesinado de un "arcabuzazo


PATRICIA R. BLANCO

Madrid 27 NOV 2018


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Retrato de Felipe II, realizado por Tiziano.MUSEO NACIONAL DEL PRADO


Nadie los llamaba “bulos” en el siglo XVI, pero el efecto de lo que en aquella época se denominaban “falsas nuevas” podía ser igual de devastador e incluso podía llegar a debilitar un imperio. Siglos antes de que se acuñara el término “posverdad” y de que la difusión de falsas informaciones acaparara el foco mediático, especialmente durante acontecimientos políticos decisivos como las campañas electorales, las también llamadas hace más de 450 años “nuevas sin fundamentos pretendían, al igual que los bulos, “sabotear, dañar o perjudicar a la monarquía o a otra institución o persona a la que fueran referidas”, explica María de la Almudena Serrano Mota, directora del Archivo Histórico de Cuenca.

Un ejemplo de la trascendencia que podían llegar a alcanzar estos bulos centenarios es una “falsa nueva” difundida en 1564, cuando “se hizo correr la noticia de que el rey español Felipe II había sido asesinado de un arcabuzazo”, añade Serrano Mota. Según detalla la historiadora en un correo electrónico, “nunca se supo de dónde partió”, en alusión a un documento de la época que literalmente señala que “no se avía podido saber el origen ni fundamento que avía tenido”. Pero “el peligro”, continúa Serrano Mota, “estaba en que la falsa nueva saliese de Madrid, cruzase los Pirineos y recalase en Flandes, Francia, Inglaterra o incluso los territorios americanos, ya que, ante la ausencia de autoridad, se podía suplantar el poder, organizar revueltas, someter a los soldados que estaban fuera de España o que estos desertasen”. Además, aquel rumor de asesinato podía dañar gravemente “la imagen del personal que cuidaba del rey”, por no haber protegido adecuadamente su vida.

“Y en una época en la que las comunicaciones eran lentas, donde los espías abundaban y los mercaderes eran agentes de negocios que contribuían, en muchos casos, a difundir rumores de puerto en puerto había que tener una red de información apropiada” para neutralizar cuanto antes aquellas mentiras, apunta la historiadora.

¿Qué hizo Felipe II en una época sin Internet, radio ni televisión? Cuando el rey, que estaba reunido en las Cortes que se estaban celebrando en 1564 en Monzón (Huesca), tuvo conocimiento de la información que se difundía sobre él “inmediatamente escribió de su puño y letra a los embajadores en Génova y Francia” a quienes hizo llegar dos veces la misma carta, tanto por tierra como por mar, para evitar las “fatales consecuencias de que un correo se perdiese o fuese interceptado”, rememora María de la Almudena Serrano Mota. Y en una de aquellas misivas, según los documentos a los que alude la historiadora, Felipe II escribió: “Todavía porque aquella carta va por Francia a la ventura, con un correo particular, he querido avisaros con este que va por mar de la falsedad desta nueva y cómo gracias a Nuestro Señor, yo quedo muy bueno y atendido a dar fin a estas Cortes”.

Pidió además el Rey que se remitieran “las cartas que van con esta para los duques de Saboya y Sessa, con estafeta propia, que son sobre lo mismo, pues veis quánto cumple que se sepa en todas partes los cierto”. “En esta última frase está la clave: la verdad debía conocerse cuanto antes”, analiza la directora del Archivo Histórico de Cuenca.

El supuesto asesinato de Felipe II no es el único ejemplo. En los archivos históricos de España hay bulos documentados “desde la Edad Media”, añade Serrano Mota. Otro caso de difusión de falsas informaciones, que señala la historiadora, ocurrió en el año 1648, cuando llegó a Sanlúcar de Barrameda un navío procedente de Caracas, que traía literalmente la información de “la voz que corría de lo de Filipinas, y se dijo que, no obstante el poco fundamento de lo que se hauía dibulgado, se quedaua tratando de apurar de dónde hubiese salido este rumor, y que de lo que resultase se daría quenta a Vuestra Magestad”. “Lo de Filipinas” era una supuesta sublevación contra la Corona española en el archipiélago asiático que resultó ser falsa.

También en 1882 un periódico publicó que había “una epidemia de cólera en México”. Según la directora del Archivo Histórico de Cuenca, lo inmediato fue “reunir a la Junta de Sanidad” para frenar la epidemia y, como medida previa, enviar un telegrama al cónsul de Veracruz, quien finalmente negó el rumor.


https://elpais.com/elpais/2018/11/24/hechos/1543087634_866047.html
 
EL ESPÍA DEL REY – José Calvo Poyato
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Uno de las zonas más famosas de Cádiz es sin duda el Barrio del Pópulo. Además de ser un sitio ideal para tapear, también es la zona más antigua de la Tacita de Plata y en ella, si olfateamos bien la Historia, podemos encontrar una serie de placas que nos hablan de un personaje un tanto olvidado dentro de nuestra propia geografía. En este barrio se encuentra la Plaza de San Juan de Dios y junto a ella la calle Pelota, que conduce directamente a otra Plaza, en concreto a la de la Catedral. Pero a mitad de camino, en medio de ese cordón umbilical, nos hemos de detener frente al conocido Arco del Pópulo y observar a mano derecha una placa que reza lo siguiente: «Homenaje de la ciudad de Cádiz a Jorge Juan y Antonio de Ulloa en el CCL aniversario de su partida al Virreinato de Perú para la medición del grado del meridiano». Observamos dicha inscripción y en seguida se nos viene a la cabeza la siguiente pregunta: ¿quién era el tal Jorge Juan y el susodicho Antonio Ulloa? A lo mejor a algunos les suena el nombre de este primero y corran a la Wikipedia a buscarlo y a otros les venga a la mente aquellos billetes de las antiguas 1000 pesetas, donde aparecía vestido con su traje de capitán de navío de la armada española, junto con unos círculos y unas líneas un tanto complejas. Pues bien, este buen hombre, cuyo nombre completo era Jorge Juan y Santacilia (1713 – 1773), pertenecía a una generación de marinos ilustrados que debido a su valentía y conocimientos científicos supieron modernizar la marina española del siglo XVIII. Como muchos otros personajes de nuestra historia, Jorge Juan y sus otros compañeros salidos de la Academia de Guardiamarinas de Cádiz, como el ya mencionado Antonio Ulloa, Dionisio Alcalá Galiano, o José Mazarredo, han caído en el olvido y es por eso que la novela de José Calvo Poyato, El espía del rey(2017), sea tan importante para recordarnos como fue aquella época donde la Razón intentaba dejar atrás épocas oscuras y donde un hombre se convirtió de la noche a la mañana en todo un James Bond de la época al servicio de la corona española.

Como muy bien indica la placa mencionada, el marino Jorge Juan junto con su compañero Antonio Ulloa habían realizado la medición del arco meridiano terrestre en una expedición científica hispano francesa y tras lograr su objetivo había publicado su obra Observaciones astronómicas y físicas hechas en los reinos del Perú en los que daba preeminencia a la teoría heliocéntrica a la vez que demostraba que la tierra no era redonda del todo sino achatada por los polos. Estos resultados, obviamente, chocaron con la Inquisición que considerando heréticas las investigaciones de Jorge Juan, imposibilitaron de este modo la publicación de su obra. Y es aquí donde entra en el juego el todopoderoso Zenón de Somodevilla y Bengoechea, I marqués de la Ensenada (1702 – 1781), que estaba a cargo del secretariado de Hacienda, Guerra y Marina e Indias. Gracias a él y a la bochornosa claudicación, por parte de Jorge Juan de algunos de sus postulados, la obra se pudo publicar. Pero como en este mundo nada sale gratis, tiempo después es el propio Ensenada quien manda llamar a nuestro marino para proponerle un asunto un tanto peligroso a la vez que provechoso para los destinos de España.

Y es precisamente en este punto donde principia la novela histórica que nos atañe. Jorge Juan, como he mencionado antes, se encuentra en un impasse de su vida, sin oficio ni beneficio cuando una cédula le ordena acudir a una audiencia con el todopoderoso secretario real. La misión que éste le encarga es la siguiente: aprovechando que la Royal Society londinense le invita a exponer sus trabajos a tan insigne lugar, recabar información acerca de las técnicas que los marinos ingleses utilizan para la construcción de sus barcos de guerra, además de reclutar hombres allí, expertos en la materia marina y traerlos a los astilleros españoles del Ferrol, Cartagena o Cádiz. Hay que recordar que Ensenada deseaba modernizar la flota del país además de aumentar su tamaño, ya que mientras los ingleses conseguían botar unos 100 navíos de linea, los españoles solo seis un tanto anticuados frente a los avances tecnológicos y científicos utilizados en Inglaterra. Jorge Juan, junto con sus ayudantes Jorge Solano y Pedro Mora tienen que partir de inmediato y comportarse en territorio hostil como verdaderos espías para su nación, con el subsiguiente peligro de morir en el intento.

Para poder completar su misión Jorge Juan ha de ayudarse de un código cifrado con el que ha de enviar continuas cartas a España no solo para informar de sus avances sino también para explicar cómo son los artilleros, los modos de trabajo y cualquier cosa de importancia, por muy nimia que sea, que ayude a la construcción de navíos de guerra. Nuestro protagonista se comporta como todo un Smiley o un James Bond e incluso llega a transformar su apariencia con distintos disfraces. Mientras que durante las visitas y actos oficiales a los que tiene que asistir se viste de capitán de navío de la armada española, cuando visita los astilleros o lugares de importancia para su misión lo hace adoptando distintas personalidades como por ejemplo la de comerciante o librero. Jorge Juan está continuamente en peligro y ha de estar alerta debido a los continuos ataques de sus enemigos como son el contraespionaje inglés e incluso la propia Inquisición. En verdad una misión de alto riesgo en la que nadie puede asegurar a nuestro protagonista que salga con vida.

El espía del rey, es una novela histórica de alto nivel en la que el autor, José Calvo Poyato nos lleva desde la España ilustrada de Fernando VI hasta las calles de Londres del XVIII, de las intrigas políticas de alto nivel de aquel tiempo, a los tugurios y muelles donde se elaboran de manera artesanal las increíbles máquinas de guerra que surcarán los muelles. Esta novela nos revela un episodio histórico un tanto desconocido pero que no por ello deja de ser emocionante y por ello, y por el buen hacer del autor, recientemente El espía del rey ha recibido el premio a la mejor novela histórica en el certamen literario internacional Los Cerros de Úbeda al ser consideraba como la mejor novela de su género en el 2017. Sin duda alguna una buena recomendación.

http://www.hislibris.com/el-espia-del-rey-jose-calvo-poyato/#more-24740
 
ESPADA DE HONOR (Sword of Honour). TRILOGÍA SOBRE LA II GUERRA MUNDIAL – Evelyn Waugh.
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La trilogía Espada de Honor está compuesta por: Hombres en Armas (1952), Oficial y Caballero (1955) y Rendición Incondicional (1961). Waugh revisó las tres obras en 1965 y las editó de modo unitario como Sword of Honour, modificando algunas partes y haciendo pequeños cambios, reestructurando capítulos o secciones. Publicada por Ed. Cátedra por primera vez en España en su totalidad, cada novela ha ido viendo la luz de modo independiente, estando cada una introducida por un magnífico y muy completo análisis a cargo de Carlos Villar, que nos entronca la obra en la trilogía y a su vez, en la totalidad de la obra waughiana, acotando toda una serie de autorreferencias que el autor se hace a lo largo de estas páginas, así como referencias literarias en general.




Hay mucho de autobiográfico en esta trilogía, de hecho, en la introducción se diseccionan muchos de los personajes y hechos que están encubiertos en la obra, como el del sacerdote-espía, vividos personalmente por Waugh, como su participación en los Comandos, en la enloquecida retirada de Creta, y su contradictoria estancia en Yugoslavia. La versión desencantada y pesimista que nos presenta Waugh de la guerra no muestra un panorama arrolladoramente violento o de injustificada crueldad con unas situaciones fuertemente dramáticas, no; Waugh utiliza un tono completamente diferente: recurre a la ironía, y a mostrarnos la parte absurda, banal y fútil de toda la maquinaria cotidiana, de las bambalinas del teatro bélico. De hecho, la guerra que nos presenta Waugh es, en cierto modo, su guerra: la guerra que él vivió. Reglamentaciones absurdas, cambios constantes de órdenes y contraórdenes, contraposición entre lo que está ocurriendo en el escenario real europeo y la vida diaria en los cuarteles de adiestramiento, completamente ajena a la lucha en el frente. Los militares están más concentrados en la continuación de la vida civil, las relaciones familiares o amistosas, las visitas al club o al Bellamy’s, donde tienen lugar periódicamente los encuentros entre los distintos personajes, en torno a una copa.


Por otra parte, Waugh es un escritor católico —converso, para más inri—; en Gran Bretaña, ser católico implica un carácter militante, de minoría, ya que la fe anglicana es mayoritaria. Y en la época de Waugh, también conlleva una cierta posición política. En general, todos los escritores que comparten esa fe están marcados por la militancia. Recordemos Chesterton, Graham Greene, C.S. Lewis, Edith Sitwell… Por otra parte, su procedencia de clase media con aspiraciones le lleva a un continuo intento de desprestigiar a los aristócratas (casi todos los oficiales británicos provenían de la aristocracia), a la vez que inconscientemente trasluce un fuerte deseo de ocupar su lugar. Todo ello se respira en su obra literaria, y mucho más en esta trilogía que se apoya directamente en su experiencia personal vivida en la guerra. Retazos de Retorno a Brideshead, escrita precisamente en la primera mitad de 1945, tras un accidente de paracaidismo —accidente que se reproduce en Rendición Incondicional—, pueden entresacarse de diversos tramos de la Trilogía. También se traslucen sus relaciones conflictivas con las mujeres.


En cuanto a la técnica, la formación literaria de Waugh era victoriana, no modernista (como lo fue el Grupo de Bloomsbury). En palabras de Villar, «buscaba estilizar la narración hacia una objetividad deshumanizada y un uso económico de la perspectiva narrativa cercana a la cinemática». Waugh es un escritor muy sólido, y el panorama que nos presenta de la participación en la guerra de la oficialidad británica oscila entre los vapores del whisky y el té de las cinco, entre el mantenimiento de las distinciones de clase llevado a extremos increíbles: la obsesión por las ordenanzas, a la vez que al contrario, la desesperada huida de todo tipo de responsabilidad de algunos de los personajes, entre el valor y el pánico, entre las copas de champagne y el hambre y la sed atenazadoras, entre la vida y la muerte…, en suma, pintan un fresco desalentador de la gran contienda.




Evelyn Waugh, (Londres, 1903, Somerset, 1966), escritor británico, novelista, de origen social medio, nacido protestante y converso al catolicismo en 1930, casado de segundas nupcias con Laura Herbert, tras una desafortunada experiencia matrimonial previa. En la década del 29 al 39 realizó múltiples viajes: Mediterráneo, África, Suramérica, Abisinia…, de los que produjo reportajes periodísticos o se inspiró para algunas de sus novelas. Incorporado a filas en la II Guerra Mundial, es destinado a Yugoslavia en el 44; en el 47 visita Estados Unidos. Alcanzó la fama con su obra Retorno a Brideshead, que fue llevada a la pantalla televisiva; es un autor que ha diseccionado la sociedad británica, satirizando a la aristocracia, hacia la que siente una doble atracción/repulsión; su corrosiva crítica, de tendencia conservadora, añora los valores perdidos tras las guerras.



I. HOMBRES EN ARMAS (Men at Arms, 1952)


El primer libro de la trilogía, está dividido a su vez en tres partes, precedidas de un prólogo: Apthorpe Gloriosus, Apthorpe Furibundus, Apthorpe Inmolatus. Podría pensarse que Apthorpe es el protagonista, pero no es así. Guy Crouchback es el protagonista de toda la trilogía. Apthorpe es el pretexto; es un compañero de armas, oficial como Guy, bastante peculiar en su comportamiento y en sus hazañas, con algunos secretos inconfesables (su enorme y oculta impedimenta, sus tías ficticias, su pasado ignoto) y que por azar aparece ligado a Guy en las situaciones más diversas. La amistad que les une es superficial pero en algunos momentos parece crearse un vínculo mayor entre ellos.


Tras un prólogo que introduce la historia de la antigua familia Crouchback, de rancio abolengo, y la de la persona e historia particular de Guy, la acción comienza en la soledad de una mansión italiana, desde donde, al recibir la noticia de la guerra, el ultimo vástago de los Crouchback decide marchar e incorporarse a filas, a pesar de haber sobrepasado la edad para ello. Se nos describe el largo proceso de incorporación, a base de casualidades, encuentros y desencuentros, la fase de adiestramiento militar en Inglaterra, y finalmente, su entrada en acción en una misión en la costa africana de Dakar. La misión resulta ser un fiasco, y los singulares acontecimientos que la acompañan implican a Guy en un proceso de investigación militar por supuestas «irregularidades».


La ingenuidad del personaje central, Guy, que concibe la guerra como una contienda del Bien contra el Mal, de la Democracia contra la Tiranía, paulatinamente va deviniendo en un pesimismo profundo, y la aparición de personajes secundarios cargados de obsesiones, subterfugios, traiciones y lealtades, colorea el cuadro gris que se presenta al principio. El brigadier tuerto Ritchie-Hook, homenaje al fiero pirata peterpaniano; el enloquecido oficial Apthorpe, cuyo pasado africano le une a Guy, pero las descomunales borracheras y la obsesión por sus posesiones le lleva a continuos conflictos; Virginia, la ex esposa de Guy y ex de otros muchos guys, encarnando la infidelidad femenina; el inútil y tramposo Trimmer, que reaparecerá en Oficiales y Caballeros con un cambio de identidad; Leonard, en su eterno oscilar entre el Ejército y su familia; todos ellos conforman un paisaje penoso, mostrado en el detalle minucioso de lo cotidiano y absolutamente trivial, para hacernos ver la decadencia de una sociedad cuya desintegración no solo deberá a la guerra, sino a sus propios mecanismos internos, caducos y obsoletos.


En Hombres en armas el tono es uniforme: ingenuo, superficial, casi diríamos colegial: la instrucción y el adiestramiento militar es equiparada a la instrucción en la escuela, así el ánimo y la actitud de soldados y oficiales, siempre atentos al humor del jefe de turno. Waugh tiene unos temas recurrentes: la inocencia perdida, la amistad y la lealtad, el amor traicionado, el pasado histórico honorable, el refugio en la fantasía y en la religión. El objeto de la ironía waughiana no solo se concentra en la guerra, sino que se amplía a la alta sociedad victoriana británica, a la que mentalmente pertenece, pero que le produce un terrible malestar.




II. OFICIALES Y CABALLEROS (Officers and Gentlemen, 1955)


Oficiales y caballeros es la segunda parte de la trilogía y se subdivide en dos partes: Guerreros felices (Happy Warriors) y En el ajo (Into the picture), separadas por un brevísimo Interludio. A lo largo de sus páginas seguimos de modo polifónico y coral, las distintas trayectorias y enfoques de la guerra: desde la preparación y adiestramiento de los comandos británicos, los traslados, las interminables instrucciones, los contactos de oficiales y tropa, entre el Londres del blitz y la brumosa isla en Escocia, pasando por el breve intermedio relajador que supone el viaje en barco hasta El Cairo dando un incomprensible rodeo por Sudáfrica; y finalmente, la inmersión en el avispero de la batalla de Creta en la primavera de 1941, en la que los alemanes infringen un severo castigo a las tropas británicas, donde el caos y el desastre rodean al personaje central, Guy, y a muchos de sus compañeros, que reaccionan de formas diversas, incluidas la traición y la huida, mezcladas entre el valor y el honor.


Entre la primera y la segunda parte del libro hay una diferencia muy marcada de tono. Mientras que en Guerreros felices el tono es jocoso, frívolo, distendido, en la segunda, traducida En el ajo (en el sentido de «en el meollo» «metidos hasta el cuello» o algo así), el tono se va agriando, efectivamente, al entrar en contacto con la guerra real, los disparos, las bombas, los boches; los personajes van sintiéndose abandonados, abrumados por el caos y el desorden, por la muerte y las urgencias físicas insatisfechas. La concepción de la guerra de caballeros (gentlemen) desaparece y el «sálvese quien pueda» es frase desgraciadamente común.


Hay, pues, una serie de temas importantes que recorren la obra, como muy bien señala Carlos Villar: el del encanto fatal (encandilamiento con ciertos personajes que luego se revelan como falsos), el tema de la traición; el papel de la propaganda en la guerra, las situaciones límite: el hambre que llegan a sufrir hasta casi enloquecer. Y entre los motivos recurrentes, el agua, con distintos simbolismos, los accidentes, la liturgia cristiana (católica). El uso constante del «contrapunto» en su obra, nos sugiere la influencia del cine en ella; no es el único autor al que ha influido mucho la técnica cinematográfica: el uso y el abuso del flash-back e incluso el flash-forward, el montaje, cortar/pegar, son efectos acusados por gran parte de la narrativa del siglo XX. Esta obra, que a su vez ha sido llevada a la pantalla, aunque para televisión, puede considerarse como un documento que nos ayude a comprender una época y una sociedad marcadas por la tragedia de dos grandes guerras, ejemplarizados en una larga lista de personajes a cual más peculiar.




III. RENDICIÓN INCONDICIONAL (Unconditional Surrender, 1961)


Tercera parte de la Trilogía, la novela está a su vez estructurada en tres partes: Espada de Estado, Fin de ligne, y Deseo de morir, más un prólogo, Los años de la Langosta, en el que nos pone al día de lo sucedido hasta el momento, y un epílogo, Festival de Gran Bretaña, en el que nos cuenta qué ha sido de los principales personajes tras la guerra. Guy ahora es el capitán Crouchback; sus movimientos están insertos en el habitual desfile de personajes secundarios, colegas del ejército británico o americano, esposas, amantes, familiares, etc. Ian y Kerstie Kilbannock, el tío Peregrine, Virginia, Da Souza, Jumbo Trotter, Ritchie-Hook, el general Whale, Ludovic…


En Espada de Estado, Waugh revolotea alrededor del famoso regalo que el monarca británico hace a Stalin, una magnífica y enjoyada espada, que es expuesta al público en la Abadía de Westminster, y que será entregada por Churchill al líder soviético en Teherán. El autor la considera un símbolo del nuevo y peligroso rumbo que toma Inglaterra en política exterior al aliarse con Stalin. Guy pasa una temporada “en conserva” —para variar— tras el retorno de Creta, en una absurda oficina londinense sin saber bien cuál es su papel. Waugh hace un repaso de la vida literaria londinense, los clubs, las relaciones sociales… Guy se aburre.


En Fin de ligne, tiene lugar la muerte de Crouchback padre, figura que encarna la autoridad moral a lo largo de la trilogía, y que, al principio de esta novela, le da un toque de atención al hijo por sus juicios excesivamente «mundanos»; el autor hace la descripción del funeral, el reencuentro con viejos conocidos, los recuerdos de la infancia, así como todo el ceremonial católico que una vieja casa aristocrática como los Crouchback deben desplegar, y toda la ceremonia fúnebre católica, descrita con mucha extensión y detalle; Para Guy es un punto de inflexión que le hace replantarse su vida. Después le trasladan a un enloquecido centro de adiestramiento paracaidista, dirigido por un psicótico Ludovic, donde sufre un accidente y es hospitalizado; mientras yace convaleciente en el piso de su tío Peregrine, con una rodilla machacada, es visitado por su ex esposa Virginia, que inicia un acercamiento, dada su angustiosa situación, aunque Waugh lo presenta con una carga de ironía tal que descartamos todo dramatismo y lo miramos con humor.


En El deseo de morir, nuestro hombre es destinado a Yugoslavia, donde debe realizar una misión de intermediario entre los partisanos y los aliados. Es quizás la parte más amarga, tratada con un humor corrosivo, y por la que desfila una serie de personajes que realmente parecen buscar la muerte, incluido el propio Guy, que comprende, a posteriori, que sus intentos de arreglar el mundo son absolutamente infructuosos, y a veces, contraproducentes. El epílogo cuenta qué ha pasado con los personajes principales, y cómo Guy parece salir adelante en su vida civil. El editor nos comenta que en una edición posterior, antes de morir, Waugh cambió el final de la novela cargado de sentido simbólico: el autor quiere darnos a entender que tras la guerra, el poder político de la aristocrática Inglaterra ha sido ocupado por la clase media ascendente. Las cosas ya no van a ser como antes, ciertamente. Pero la actual edición mantiene el primitivo final.


Esta última parte de la trilogía, si bien mantiene esos saltos a los que Waugh nos tiene acostumbrados, de un personaje a otro, de un lugar a otro, pintándonos con su habitual economía literaria el panorama de la fase final de la contienda en Europa, y las contradicciones que Waugh-Crouchback va encontrando en la dirección de la guerra y la posición de Inglaterra tras la conferencia de Teherán, que no le convence en absoluto. En la Conferencia, los líderes angloamericanos dieron su visto bueno a las ansias expansionistas de Stalin, propiciando que se «comiera» una parte de Polonia y la formación de los futuros estados satélites de Este de Europa. El simbolismo de la Espada de Stalin con que comienza la trilogía y con el que acaba, es interesante y llamativo.


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Con esta novela se cierra el ciclo dedicado a la II Guerra Mundial, ciclo que supone el punto más alto en la trayectoria literaria de Waugh, y a partir del cual, lo poco que el autor produjo posteriormente fue de un nivel menor.


Ante todo, es necesario destacar el estudio analítico que Carlos Villar hace en las Introducciones de cada uno de los libros de la Trilogía. Pensada para lectores que van a empezar por leer la novela y después ya leerán la Introducción, nos cuenta la vida de Waugh y sobre todo, su participación en la guerra, que es comparable con los episodios y muchos personajes que desarrolla la trilogía y en qué puntos coinciden y en cuáles divergen. Desgrana Villar los aspectos técnicos, temas, personajes y estructura de la novela, tramas secundarias, motivos recurrentes, etc. En fin, un trabajo completísimo y altamente encomiable.


Igualmente el sistema de notas a lo largo de las tres novelas nos aclara muchos puntos que a un lector no anglosajón podrían ser de difícil entendimiento.


Las detalladas Introducciones que precede a cada una de las novelas suplen bastante bien la carencia que podría suponer el desconocimiento de la evolución de los personajes desde el comienzo de la guerra, además de la ya citada intertextualidad de Waugh que remite constantemente a muchos otros, por alusiones, citas encubiertas o explícitas, y además se alude a personajes reales presentados en la ficción con otros nombres, pero que el lector no británico difícilmente reconocería.


Así pues, estamos ante una magna obra literaria, y un excelente producto editorial. Lástima que solo se haya editado en rústica/bolsillo. Hubiera merecido una edición en un formato más noble.


ESPADA DE HONOR (Sword of Honour). TRILOGÍA SOBRE LA II GUERRA MUNDIAL.
Evelyn Waugh.
(Cátedra, 2010-2011)

Ariodante, Septiembre 2011

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ISLAS TERCEIRAS. BATALLA NAVAL DE SAN MIGUEL. 1581 – 1582 – Antonio Luis Gómez Beltrán
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12 de septiembre de 1580. Felipe II de España es proclamado rey de Portugal, tras la muerte de Sebastián I y Enrique I de Portugal. El rey de España se corona en Lisboa como el rey más poderoso de Europa y allende los mares. Sin embargo, otro candidato a la corona, el prior de Crato, don Antonio, ha huido primero a Inglaterra y luego a Francia, para buscar valedores que le apoyen en su pretensión al trono de Portugal.


Este ensayo que hoy reseño nos refiere a lo sucedido en las islas Azores durante los años 1581 y 1582, cuando la isla Tercera encomendó su fidelidad al portugués frente a los que apoyaban al monarca español. Antonio Luis Gómez Beltrán nos aporta su visión de un conflicto no especialmente conocido de nuestra historia y que, sin embargo, ocupó el interés y preocupación de Felipe II. La importancia del enclave de las Azores era clave en la ruta de las flotas española y portuguesa en su regreso de América y las Indias Orientales, de camino a España y Portugal. Si D. Antonio y sus aliados se hicieran un puerto de tan vital importancia para el control de ambas flotas, las riquezas de los territorios allende los mares peligraban gravemente. Además, tanto Inglaterra como Francia estaban a la expectativa de los acontecimientos y complicar la existencia de su más acérrimo enemigo, apoyando en sus expectativas a D. Antonio. Por último, las Azores era claves para los intereses del candidato portugués, ya fuese por crear una base desde la que luego intentar recuperar Portugal, como en la posibilidad de buscar y acometer la creación de un nuevo reino proclive a su persona en Brasil.


El autor desgrana en la primera parte del libro, de manera detallada aunque en algunos momentos reiterativa, los preliminares y acontecimientos acontecidos en las islas tras la coronación de Felipe, hasta finales de 1581. En esta primera fase se muestra la posición tomada por los gobiernos de las islas a favor del candidato D. Antonio y del rey Felipe, y la narración de la primera operación naval dirigida a asegurar la vuelta de las flotas de Indias y América. Las posiciones enfrentadas se muestran preclaras en su postura geoestratégica en las islas, como el interés de Felipe II por apoyar a sus aliados y comprometer a sus enemigos. En una segunda fase del libro, prácticamente su segunda mitad, el autor se sumerge en la descripción de la operación naval desarrollada en 1582 y la batalla que enfrentó a las escuadras española y francesa, en pos de dominar unas islas que ya llevaban un casi un año en estado de guerra, particularmente entre la isla San Miguel, pro española, y la isla Tercera, fiel a D. Antonio de Portugal. Para ello los conocimientos navales de Gómez Beltrán son claves para entender las maniobras de la batalla.


A pesar de cierta reiteración en algunas fases de libro, el conjunto del ensayo es profuso en detalles e información, explicando con cierta claridad las diferentes fases y enfrentamientos sucedidos por conseguir el control de las islas, sus asentamientos y puertos. Interesante acercamiento a unos hechos y a una batalla merecidamente recordada y tristemente desconocida por el gran público.
http://www.hislibris.com/islas-terc...1-1582-antonio-luis-gomez-beltran/#more-23814
 
POLVO ERES – Nieves Concostrina
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La muerte tiene una sola cosa agradable: Las viudas
(Enrique Jardiel Poncela)

No pretendo asustarles, pero quiero dejar las cosas bien claras desde el principio. No deseo andarme por las ramas y ocultarles la gran verdad: todos vamos a morir. No se espanten, es el ciclo de la vida. Ahora estamos aquí, y al rato siguiente allí, en otro barrio bajo una capa de tierra sirviendo de abono, o si creen en el más allá en cualquiera de los múltiples paraísos que nos prometen las distintas religiones que pueblan nuestro planeta. Sé que esto es difícil de asimilar, pero la gracia del asunto (si existe su lado jocoso) es saber cómo afrontarlo. La muerte puede ser un trágico final al que nos entregamos sin luchar o también puede ser una firma al final del camino, dejando una huella imborrable a los que dejamos en ese momento. Una rúbrica que viva durante toda la eternidad.

He aquí la esencia del libro que en estos momentos les estoy reseñando, Polvo eres, de Nieves Concostrina, publicado por La Esfera de los Libros, que ha alcanzado la séptima edición y que tiene además su segunda parte, tal es el éxito que ha levantado el libro. Pero ¿quién es ésta autora que se enfrenta con tanto desparpajo con la Dama de la Guadaña y sale intacta para mostrarnos tan interesantes curiosidades de la Historia? Aunque es conocida por muchos de nosotros, y sobre todo por la gente que ama el mundo de la radio, les indicaré por qué es la persona ideal para hablarnos del asunto. Es oriunda de Madrid y comenzó a trabajar en el desaparecido Diario 16 entre 1982 y 1997 en diferentes secciones de interés. También trabajó con Antena 3 en el programa de Jesús Hermida y Mercedes Milá y en Vía Digital con Pepe Navarro. Pero los malos tiempos llegan y tras la desaparición del periódico se tuvo que buscar la vida llegando a trabajar en el mundo de la funeraria en un pequeño periódico necrológico titulado Adiós (1996-2003) en donde tomó conciencia de un mundo que pocas personas conocen, llegando en su entusiasmo a recopilar incansablemente curiosidades fúnebres de las grandes personalidades de la Historia. Esta afición e interés llego a oídos de Radio 5 Todo Noticias en donde se empezó a emitir el programa Polvo eres. Aquí comenzó su relación con Radio Nacional aportando su sabiduría no solo sobre curiosidades de la muerte sino también de la Historia en programas como En días como hoy o No es un día cualquiera dirigido por Pepa Fernández. Todo esto supuso que apareciera posteriormente su fantástico libro titulado Menudas historias de la Historia, interesante recopilación de efemérides que nos aporta en sus programas.

La muerte llega a todos los lados, a los más ricos y a los más pobres, alcanza a los más nobles y a los más abyectos, y no aparta su mirada de reyes o miserables. Pero mientras estos últimos suelen caer en el anonimato, los primeros tienden a querer perpetuarse inclus otras haber traspasado el oscuro umbral. Nieves Concostrina en su libro nos ofrece un ameno carrusel de personajes históricos que no se conformaron con llevar una vida por encima de la media normal sino que hicieron de su muerte y de sus cuerpos, de forma directa o indirecta, algo para recordar. La autora nos enseña a través de las páginas de este libro una fascinante miscelánea de las muertes de los grandes de la historia y de cómo sus cuerpos fueron de acá para allá para asombro y consternación del vulgo. Por aquí desfilan todos, sin pudor ni rubor alguno, reyes, nobles, científicos, conquistadores, cantantes, actores… mostrando los detalles más escabrosos de su fallecimiento y posterior enterramiento y enseñándonos con pasmosa gracia un montón de curiosidades que se han establecido a través de los siglos y que al lector le dejara asombrado y fascinado.

Uno piensa que una persona cuando muere se esta quietecita en su tumba, nicho, agujero o lugar más inverosímil donde haya pensado dejar reposar sus huesos. Pero los habitantes del libro de Nieves Concostrina han tenido un sin fin de movimiento pareciendo no querer dejar en paz a sus compañeros de camposanto ni a los vivos que velan por ellos. A lo largo de la lectura de la obra nos sorprende la cantidad de personajes históricos que no han estado quietos ni un momento haciéndoles un sin fin de autopsias durante años o perdiendo miembros de un lado a otro. Cuerpos que aparecen y desaparecen, brazos y piernas que van llegando poco a poco como si fueran un puzzle o incorruptos que luego resultan ser lo que no es o quien no debe ser. Todo un mundo increíble de tumbas y féretros de grandes personalidades que les hará tener una lectura de lo más reconfortante.

Y en verdad que la lectura es de lo más increíble. La autora no se deja llevar por el oscurantismo del tema sino que lo plasma con un humor negro y una amenidad que hace pensar que la misma Nieves está contándonos estas historias tú a tú, con un lenguaje cercano y cálido y una gracia poco comunes en los autores que manejan esta materia. El éxito que tiene con los lectores es debido a este elemento, a la proximidad que tiene con las personas que tienen su libro entre las manos, no abrumándolas a datos y dosificando el elemento histórico a base de anécdotas y sentido común, sin marear ni cansar en ningún momento, llegando a mostrarnos la muerte como algo cercano y amable en donde todos hemos de llegar.

Les recomiendo este libro vívidamente, pues pasaran un rato de lo más entretenido viendo como los muertos nos pueden enseñar muchas cosas, y si encima la voz de éstos la toma una excelente escritora como es Nieves Concostrina, puede llegar a ser de los más irónico y divertido. Polvo eres, un libro que no los dejará indiferentes, y que leerán y releerán una y otra vez desde ahora hasta el día en que se mueran.
http://www.hislibris.com/polvo-eres-nieves-concostrina/

RIP
 
La historia del mundo vista a través de 15 muebles de madera


GENTLEMAN

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09.12.2018
La madera ha jugado un papel determinante a la hora de construir piezas de mobiliario para la historia. Sillas, sofás, banquetas o mesas, entre otras, han adoptado todo tipo de formas que son ejemplo de innovación y buen hacer artesano. En todas sus versiones, desde duras, como el roble, el nogal o cerezo, hasta blanda, como el aliso o el álamo, la madera ha contribuido al progreso dela historia.

[Le puede interesar: El poder de la madera en el diseño]

Dedicamos un capítulo especial a este material exponiendo curiosas piezas de diseñadores y arquitectos que han hecho historia como Alvar Aalto, Marcel Breuer o Charles y Ray Eames. Los muebles que todo el mundo desearía tener en su casa están en esta selección. Siéntase como en un trono de la realeza de siglos pasados o descanse en la cuna que, inconscientemente, siempre añoró de bebé.

GALERIA:
https://www.gentleman.elconfidencia...es-victoria-albert-museo-exposicion_1373171#0
 
HISTORIA
La 'Stasi' de El Pardo: así espió un Franco paranoico a don Juan y los monárquicos
Los boletines inéditos del propio dictador salen a la luz ahora con la publicación de 'Don Juan contra Franco’', de los periodistas de ABC Jesus García Calero y Juan Fernández-Miranda


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Francisco Franco y don Juan de Borbón


JULIO MARTÍN ALARCÓN
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10/12/2018


En la soledad de su despacho el dictador repasa minuciosamente los informes de una red de informadores, soplones, espías e infiltradosque le tienen al tanto de cada movimiento de la conspiración internaque quiere restaurar la monarquía. Resulta irresistible imaginárselo por la noche, bajo la luz de un flexo en el palacio de El Pardo, aunque bien podría haber sido entre interrupciones de sus ministros, en alguna comida o incluso en algún consejo. La imagen no deja de ser desconcertante por el año de los informes: 1948.

Casi diez años después de la guerra, el dictador sigue minuciosamante cada movimiento de una conjura que prácticamente ya ha fracasado


Casi diez años después de la guerra Franco sigue obsesionado y pendiente de una conjura que prácticamente ya ha fracasado. Los boletines inéditos subrayados con lápices de color azul y rojo y con anotaciones del propio dictador salen a la luz ahora con la publicación de ‘Don Juan contra Franco’, Plaza y Janés, de los periodistas de ABC Jesus García Calero y Juan Fernández -Miranda, que han estado en El Confidencial para explicar su libro. Se agradece que entren en la arena, no rehuyan ninguna pregunta aunque se salga estrictamente de lo que narra el libro y que incluso abran un debate entre ellos mismos en algunos momentos.

La 'Stasi' de El Pardo
Lo mejor son los documentos inéditos del servicio de Información de Falange, que ofrecen la visión de un Franco en constante alerta. Lo explica Fernández-Miranda: “Lo especial es que son boletines periódicos y tienen un objetivo común, que es vigilar la conspiración monárquica”. Los papeles afianzan una de sus tesis y que la mayoría de los biógrafos de Franco han tratado como algo secundario: incluso en los coletazos de la conspiración, ya en 1948, siguió muy pendiente, hasta el punto de tener un maquinaria que recuerda a la Stasi de la RDA de los 70 y 80. “Rescatamos del olvido entre 15 y 20 dosieres que están numerados del doscientos al doscientos y pico, así que es un dinámica que funcionaba desde mucho antes y que siguió funcionando después”, prosigue Fernández-Miranda.


"Los boletines son especiales: un servicio que redacta que han escuchado a alguien criticar al régimen y que se envían todos los días"

Para entonces, 1948, el espionaje de Franco en el círculo monárquico era abrumador y constaba de muchas fuentes, como han constatado los historiadores del periodo. Jesús Calero remarca sin embargo que los boletines eran muy detallados, “son un servicio en toda regla de información: hay un señor que escribe si escucha a alguien criticar a Franco y sabe que lo va a leer porque va directamente al dictador”.

¿Toda la información es de calado y tenía un gran valor? “Es verdad que hay muchas cosas que son un tanto pueriles, es un espionaje de andar por casa, pero da una idea de hasta donde había llegado ya Franco”, responde Fernández-Miranda.



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Fragmento de uno de los Boletines de Falange


La réplica es obligada: si el espionaje era pueril, la propia conspiración también, con pocas o nulas posibilidades de éxito, según ha recogido la historiografía. Es fácil jugar a favor de los acontecimientos, pero es necesario inquirir sobre ello. Los autores demuestran prudencia y valor en su argumentación. Fenández-Miranda reconoce que en cierta medida sí fue ingenua, dadas las circunstancias del enorme poder que ya había acumulado a esas alturas Franco: disponía de la red de un estado, de informadores, policía y espionaje pero también que "si había alguna posibilidad pasaba por Don Juan, por eso le preocupó".

La Transición inexistente
Calero relativiza el concepto de ingenuidad de la conjura: “Es verdad que ellos quieren creer que lo que están haciendo es más serio de lo que probablemente es en algunos momentos”, pero remarca que fue importante porque sentó las bases de lo que sería la Transición 40 años después: “Por primera vez hay un rey (sic) que establece que hay que contar con todos. Habría podido coronarse con Franco, que se lo ofrece: sea usted el rey falangista. Lo rechaza y continuamente incide en que tiene que haber un consenso”.

Aquí está la verdadera gran tesis del libro, más peliaguda: un Don Juan de Borbón que se presenta como garante de una monarquía parlamentaria y alternativa a la dictadura. Un rey dispuesto a aunar todas las tendencias políticas "de las derechas y de las izquierdas", como remarca Calero. Antes de eso y cuando Don Juan ni siquiera era el heredero, se había presentado para luchar en el bando nacional enviado por su padre Alfonso XIII, que era el rey en el exilio.

Don Juan se presentó a luchar en el bando nacional sin ser aún el heredero y Franco lo envió de vuelta con el mensaje de que no era su guerra

Era conocido y el libro lo recoge, pero es muy revelador de lo que fue la rebelión militar: básicamente Franco le vino a decir al hijo del rey, por medio del general Fidel Dávila, que se volviera a su casa que esa no era su guerra. Escogió sus palabras: “Su lugar no está en el frente sino en el futuro de España". Se lo recordaría en el intercambio epistolar que mantuvieron en 1943, durante la ofensiva monárquica: “Precisamente V.A. pareció comprender esta necesidad [los principios del Movimiento] cuando dejándose llevar de su hacer natural y siguiendo el impulso de la juventud española se presentó a combatir en nuetras filas a raíz de nuestro alzamiento, vistiendo camisa azul y tocándose con la boina roja" tal y como recoge Jesús Palacios en 'Las cartas de Franco', La Esfera de los Libros (2005).

Errores y virajes políticos
Entre ese apoyo inicial de la Casa Real en el exilio al bando nacional de Franco, que no era precisamente el de todos los españoles y el final de la guerra, es verdad que maduró un joven que pasó a convertirse en heredero designado por Alfonso XIII, que murió en 1941.



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'Don Juan contra Franco'.




Lo que ocurre es que la progresiva maduración y modulación de su discurso, fue paralela a los fracasos. Sumarse a los nacionales primero para que la guerra consistiera en una restauración monárquica y después convencer a Franco para que cediera amablemente el reino. Había fracasado ya todo lo demás. Es entonces, a partir de 1946, con Don Juan en Estoril, Portugal, cuando comienza a coordinarse el movimiento monárquico que acabará en un pacto con más fuerzas que incluye al socialista Indalecio Prieto.

"Con inteligencia y malicia fue capaz de ir modulando las respuestas a medida que se desarrollaba la alternativa de Don Juan"

Es la parte más polémica porque Don Juan decidió pactar con Franco en el famoso encuentro en el Azor en agosto de 1948, acabando con el intento. Unos meses antes Franco había ordenado detenetr a los conspiradores. La excelente narración se resiente un poco de la decisión editorial de prescindir de notas, lo que obliga al lector a un acto de fe, ya que hay párrafos en los que se desconocen la procedencia de las afirmaciones: quién dice qué o cuál es la fuente. No significa que no este bien documentado. Se nota en ‘Don Juan contra Franco’ un gran trabajo de investigación, empezando por los papeles inéditos, además de las citas, pero exige un cierto esfuerzo para quien quiera contrastar lo que sus autores razonan.

Las llaves del reino
Tiene la virtud de recordar que hubo una resistencia interna tras la guerra, aunque fuera débil, que obligó a Franco maniobrar. Según Calero actuó "con inteligencia y malicia y fue capaz de ir modulando las respuestas a medida que se desarrollaba la alternativa de Don Juan”. Fernández-Miranda añade la habilidad que desplegó para conseguir la consolidación del régimen: “En ese proceso de institucionalización está el espionaje. Sabe que para que el caiga tiene que llegar otro y el único que puede llegar es Don Juan. Consigue frenarlo disponiendo de toda la información posible”.



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Renuncia de Don Juan de Borbón


El otro aspecto relevante está en los comienzos: Franco no lideró el golpe de Estado de 1936 tal y como escriben. Si acaso lo hizo cuando este fracasó en los días siguientes y comenzó la Guerra Civil. De forma oficial a partir del 27 de septiembre de 1936, después de menos de tres meses de guerra, cuando la Junta de Defensa Militar de la que formaba parte, le designa jefe de todos los ejércitos. Es importante porque uno de los protagonistas esenciales de ‘Don Juan contra Franco’, es el general monárquico Alfredo Kindelán, el artífice del nombramiento y también impulsor de todas las conspiraciones para derrocarle desde 1941 a 1948.

Franco se hizo en 1936 con la jefatura del Estado de los sublevados a petición de los monárquicos. Sólo se opuso el republicano Miguel Cabanellas

Calero reconoce que de hecho fue el propio Kindelán quién organizó y convenció al resto de los generales para nombrar a Franco como jefe de todos los ejércitos con el objetivo de un mando único. Está en el libro, pero hay un obligado recordatorio: en ese texto que redactó Kindelán junto a Nicolás Franco, le nombraron además “Jefe del Gobierno del Estado”. La réplica de Calero es rápida: “Sí, pero incluyeron expresamente “mientras durase la guerra”. Lo que ocurre es que en apenas tres días ya había desaparecido el matiz, según explica Luis Suárez en su biografía sobre Franco. Cuando se publicó en el Boletín Oficia la frase ya no estaba. Desde el minuto uno iban por detrás.

El sueño de la restauración
Por otra parte, la rebelión militar del 18 de julio de 1936 nunca tuvo como objeto expreso restaurar la monarquía, por mucho que los militares favorables a la restauración se sumaran. El complot militar dirigido por el general Emilio Mola estableció vagamente que la forma del nuevo régimen "no sería una monarquía sino una dictadura republicana" -Stanley G.Payne, 'El camino al 18 de julio', Espasa (2016), aunque el contenido político era prácticamente nulo.

Después se confiaron a Franco y le dejaron las puertas abiertas. El único general que se opuso en la Junta de Defensa a otorgarle semejante poder en septiembre de 1936 fue Miguel Cabanellas, que era republicano. Según Paul Preston, el veterano general advirtió del peligro: "Ustedes no saben lo que han hecho (...) va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra ni después de ella hasta su muerte", -'Franco', Ed. Debate (2015)-.

Tanto Calero como Fernández-Miranda reconocen que en ese momento Kindelán y otros como el duque de Alba -otro protagonista esencial del libro a favor de Don Juan- dieron prioridad a la guerra y no pensaron en lo siguiente. La cuestión es que Franco sí lo hizo. Para más señas, todos sus movimientos políticos durante la guerra, aunque cautos, enviaban señales claras de que lo que habría si alcanzaba la victoria se fundaría un nuevo estado, no una restauración. Fernández-Miranda reconoce que “desde el mismo 36, cada minuto que pasa Franco está cada vez más instalado, en ese sentido siempre hubo un componente de ingenuidad”.

"La desconfianza entre los conspiradores es total, porque están también los socialistas, pero son capaces de firmar el Pacto de San Juan de Luz"

Aunque la gran aportación del libro rebela que la conjura siempre mantuvo la atención del dictador, el momento probablemente más delicado para Franco fue en sus comienzos. En 1943 los generales monárquicos le entregaron por mano del general Enrique Varela -no de Kindelán- un manifiesto en el que le pedían que se echara a un lado. El régimen franquista no se había consolidado y había un connato de disidencia en el seno del propio ejército. Según Calero "las peticiones de sus generales le motivan a instittucionalizar el régimen y buscar mecanismos legales para sustentarlo".

Desconfianza total
Terminada la Segunda Guerra Mundial, la oposición era muy desigual y reinaba la desconfianza. El historiador Paul Preston recuperó en su biografía sobre Franco las impresiones de Gil Robles, que ya en 1943 escribió en sus diarios sobre Kindelán y los otros generales como Aranda: “estos fervorosos monárquicos cuya a lealtad a don Juan no les impide aprovecharse del tinglado franquista, son el mayor enemigo que tiene la Monarquía”. El político era entonces el consejero de Don Juan.

"Nadie se fía nadie de nadie, porque ni Indalecio Prieto se fía de Gil Robles ni éste de Kindelán, ni el duque de Alba de Aranda. Siempre fue difícil"

Está también presente en el capítulo que divide el libro y lo explica Calero: “Es verdad que es es una conspiración que tiene siempre más posibilidades de fracasar que otra cosa, porque es muy difícil, están todos muy dispersos y significa mezclar agua y aceite: los tradicionalistas con los socialistas y cosas así. Nadie se fía nadie de nadie, porque ni Indalecio Prieto se fía de Gil Robles ni éste de Kindelán, ni el duque de Alba de Aranda. Hay una desconfianza total, pero son capaces de sobreponerse a todas esas diferencias, sentarse a hablar y firmar finalmente, aunque inútilmente el Pacto de San Juan de Luz, que es de clarísima y neta inspiración democrática”.

El mentor de Juan Carlos I
'Don Juan contra Franco', recupera un capítulo importante de la historia de España por sus implicaciones posteriores con el atractivo de una nueva documentación. Detalla además una parte del proceso de consolidación del franquismo, que no estuvo exento de amenazas y explica los pormenores y los personajes que intervinieron en el intento de la restauración monárquica en todas sus fases.

"Juan Carlos I culminó la tarea que no pudo hacer su padre, es una falacia que se diga que la Transición y su reinado son fruto del franquismo"

Otra cuestión es el calado de esa conjura y sus contradicciones. Don Juan, el aspirante que nunca reinó, acabó sacrificando la corona en favor de su hijo después de pactar con Franco. ¿Destierra la tesis que se esgrime en ocasiones de que Juan Carlos I es el heredero de Franco? “Absolutamente”, remarcan prácticamente al unísono. “Juan Carlos I culminó la tarea que no pudo hacer su padre, es una falacia que se diga ahora que la Transición y el propio rey son fruto del franquismo”.

En realidad, el principal escollo para los monárquicos es que todo comenzó en 1936, no en 1941 y entonces el recuerdo de la monarquía era el del reinado de Alfonso XIII. La guerra tuvo un precio que muchos de sus impulsores, a pesar de sus esfuerzos no pudieron revertir después. Franco murió siendo el jefe del Estado que le habían puesto en bandeja los generales monárquicos y Don Juan tuvo que renunciar en favor de su hijo.


https://www.elconfidencial.com/cultura/2018-12-10/franco-don-juan-guerra-civil-monarquia_1694054/
 
DEMOCRACY: A LIFE – Paul Cartledge
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Quizá este sea el libro más ambicioso de Paul Cartledge: una historia de la democracia (y, por derivación, de la historia) griegas, que a su vez es una reflexión sobre las diferencias respecto al modelo democrático actual. Su análisis pivota sobre dos ejes: en primer lugar, la idea de que en la antigua Grecia no sólo hubo un modelo predominante de democracia (el más conocido), el ateniense, sino que deberíamos abrir el abanico a la “democracia” a modelos diversos en otras muchas póleisgriegas; y en segundo lugar, la distinción que podemos establecer entre un ejercicio directo del poder por parte del pueblo –que sería lo que significaría realmente demokratía– en los tiempos antiguos (griegos) y la democracia representativa de los tiempos modernos. Estructurado en cinco “actos”, como una obra de teatro, Democracy: A Life (Oxford University Press, 2016) comienza con un repaso a las fuentes, tanto literarias como epigráficas, con un “guía” particular que es Aristóteles y dos de sus obras, Política y Constitución de los atenienses; un viaje a las fuentes en el que no pueden faltar Heródoto, Tucídides, Demóstenes, Esquines, Jenofonte y, por supuesto, Platón, entre otros. Al mismo tiempo se escogen unas cuantas leyes atenienses que han sobrevivido (sobre piedra), regulaciones y decretos. El acto II, que en cierto modo supone el núcleo del libro, se centra (inevitablemente) en Atenas, desde la época arcaica y hasta el primer tercio del siglo IV a.C.; de la stásis y las reformas de Solón (que significaron una tímida redistribución del poder) y que permitieron el acceso de las clases medias a las principales instituciones de la ciudad: arcontado, Areópago (y la Heliea) y asamblea (Ekklesia); las reformas de Clístenes, que plantearon una democracia moderada, y las de Efialtes (una democracia radical), y el breve interludio oligárquico al final de la Guerra del Peloponeso. Cartledge establece también un espejo teórico con el “debate persa” que refleja Heródoto en su obra histórica, la crítica de Platón al modelo oficial de democracia y el análisis matizado de Aristóteles. Al mismo tiempo, el autor británico ofrece un catálogo amplio de “democracias” griegas, por bien que sean menos conocidas que la ateniense.

El tercer acto trata lo que Cartledge considera el período dorado de la democracia griega: el siglo IV a.C., que va más allá de Atenas (en la época del orador Licurgo) y pone también el enfoque en casos como los de Mantinea, Corinto, Tebas y Argos. Acabado el período clásico, el acto IV cubre el período entre la muerte de Alejandro Magno y el final de la Edad Media; apenas cincuenta páginas para pasar, a vuelapluma, sobre los períodos helenístico, romano (republicano e imperial, con incidencia en la tesis de la democracia romana de Fergus Millar en las últimas décadas republicanas), bizantino y un largo salto hasta la Carta Magna inglesa, las ciudades-estado italianas de la Baja Edad Media y la Florencia renacentista. Lo que en las partes precedentes era un jugoso análisis ahora se convierte en una narración más descriptiva y, por qué no, superficial (inevitablemente…). La quinta parte trata sobre la reevaluación de la democracia en los tiempos modernos (de hecho, un modelo muy diferente al griego), que transita por la Inglaterra del siglo XVII (los Debates Putney), la Revolución “Gloriosa” de 1688-1689, la Francia revolucionaria y la democracia de los Estados Unidos del siglo XIX (y brevemente del también decimonónico Reino Unido), con autores como Thomas Paine, los padres fundadores estadounidenses (Jefferson, especialmente) y Alexis de Tocqueville. Quedaría una conclusión, que bascula entre el optimismo y el pesimismo que suscita el futuro de la democracia ante amenazas como ISIS/Estado Islámico o el eventual modelo de China (un país, dos sistemas… y mucha corrupción).

Estamos, pues, ante un libro que aúna narración histórica, análisis de ciencia política y reflexión “posmoderna” en torno a la evolución del concepto de “democracia”. Un libro de corte académico en el que el tratamiento de fuentes y la recepción en autores modernos se combina de manera amena, rigurosa y también accesible para un lector acostumbrado a obras más “livianas” por parte de Cartledge. Un libro que se aparta de la prolija reevaluación de la democracia por parte de Luciano Canfora en su reciente obra El mundo de Atenas (Anagrama, 2014): Cartledge incide también en los críticos con el modelo (democrático) ateniense, como hace el autor italiano, pero abre el objetivo de la cámara a un mundo más amplio (y diverso) que el ateniense, y su análisis no resulta tan negativo en cuanto al alcance del modelo democrático de esta polis. Quizá se acerque a un poco más al que tratara, ya hace décadas, Francisco Rodríguez Adrados en La democracia ateniense Adrados (Alianza Editorial), pero con una mayor claridad expositiva, no tan filológica y desde luego no tan abstrusa como en ocasiones puede parecer la obra del helenista español a un lector profano en la materia. Cierto es que el objetivo de Cartledge difiere de ambos autores, siendo más ambicioso que el de Claude Mossé en Historia de una democracia: Atenas(Akal), a su vez, o no tan dependiente sobre el análisis institucional como hacía R.K. Sinclair en Democracia y participación en Atenas (Alianza Editorial).

Resulta interesante el hecho de que Cartledge incida en las diferencias entre la democracia antigua y la moderna, poniendo el énfasis en el caso de la primera (y especialmente en Atenas) en el hecho de que la demokratía exigía de la ciudadanía una participación directa (que en la actualidad parece haberse perdido), y en cómo la forja de esa demokratía requiere de leyes e instituciones que permitan al ciudadano un acceso directo a la toma de decisiones; quizá sea ese el elemento que en su análisis de la democracia moderna eche de menos el autor, dentro de ese “pesimismo” que subyace en su reflexión final (amén de las amenazas violentas al modelo democrático). Y eso sucedió en la Atenas, principalmente, de los siglos V-IV a.C. Por ello los capítulos pertenecientes a las partes cuarta y quinta del libro pueden parecer cargados de una ciertas ingenuidad a la hora de mostrar otras experiencias “democráticas” (de hecho, la tesis de Millar sobre una “democracia romana” ha sido muy discutida por los especialistas; y quien esto escribe no puede evitar mostrar un cierto escepticismo: en Roma hubo intentos de que el pueblo tuviera un acceso directo a la toma de decisiones, pero el Senado siempre fue un elemento, digamos, “oligárquico”; y populus y plebs no eran elementos indistinguibles).

Más superficial, decíamos, pueden parecer las dos últimas partes del libro y quizá incidiendo en la lectura que ha quedado de la experiencia democrática en los siglos modernos y en la actualidad, cuando el paradigma democrático ha mutado hacia una formulación representativa (e indirecta) de la misma. Una formulación que partía de un amplio debate entre lo que se consideraba aceptable del modelo griego (y ateniense) y aquello que era considerado demasiado “radical” o revolucionario. Quizá (otro quizá) es que el espejo que tengamos de la Grecia clásica nos ilumine al punto de cegarnos respecto a que, por muy directa la toma de decisiones entre la ciudadanía, esta misma ciudadanía quedaba limitada a los hombres libres y de una cierta edad. También el convulso (y violento) contexto de la Inglaterra del siglo XVII y las guerras de independencia estadounidense o revolucionaria francesa atempera el grado de “fidelidad” al modelo primigenio, el griego.

Estamos, pues, ante un libro ambicioso, espléndidamente documentado y bien trabado en cuanto al análisis; al menos en sus tres primeras partes, sin descartar la interesante lectura “postclásica” de la cuarta parte o la reflexión “moderna” que subyace en la quinta. Un libro que supone un estupendo estado de la cuestión sobre la democracia griega (y sobre todo ateniense) y cómo la propia palabra (y lo que significa en sí sobre la participación del pueblo en la toma de decisiones) ha evolucionado a lo largo de los siglos hasta el modelo actual

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KURSK, 1943 – Roman Töppel
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La gran batalla que se dio en Kursk en verano de 1943 no necesita presentación, todos hemos escuchado hablar de esta acción bélica en algún momento de nuestras vidas; ya sea en la educación secundaria, la licenciatura o hablando con nuestros amigos. Kursk es sin duda uno de los enfrentamientos más conocidos de la Segunda Guerra Mundial y esto se ha traducido en la publicación de numerosas obras y artículos sobre el tema. La que aquí os reseño hoy es la última que ha salido al mercado, publicada originalmente en 2017 en Alemania y 2018 en España; de la mano de Ediciones Salamina.

El autor de esta investigación es el doctor en historia y alemán de origen Roman Töppel. El recorrido profesional de este es muy interesante, ya que recibió el máster con una tesis sobre esta batalla y fue seleccionado para trabajar en la edición crítica de Mein Kampf de Adolf Hitler. Desde 2015 Roman Töppel trabaja como historiador independiente en Múnich. Kursk, 1943 es una obra que ha terminado tras veinte años de investigación con fuentes primarias.

Centrándonos ahora en su trabajo, es realmente un soplo de aire fresco para un tema que ya puede pecar de «trillado». El señor Töppel nos adentra en su obra con una pregunta que parece obvia. ¿Existió una «batalla de Kursk»? ¿O fue una «batalla entre Orel y Bélgorod»? Después de esto nos sitúa política y militarmente a principios de 1943, se nos informa de cómo estaban los ánimos y que sucesos habían ocurrido en dicho año. Tras esta brevísima introducción entramos en el eje de la cuestión y en el tema principal, que es la preparación, desarrollo y consecuencias del enfrentamiento.

El primer capítulo (ojo, son capítulos extensos) está fundamentalmente dedicado al planteamiento de la batalla. Cómo se veía el Frente Este desde el Estado Mayor Alemán y que planes había para el verano de 1943, momento en el cual se podían lanzar operaciones, pues el temporal daba tregua. Es muy interesante como el autor nos va desgajando las diferentes opiniones que existían entre los oficiales, comandantes y mariscales alemanes en cuanto a lanzar una operación en el saliente que se había creado en Kursk; sin olvidar las opiniones de Hitler respecto a la misma. Desde los primeros planteamientos de una campaña limitada hasta la formulación final de la conocida «Operación Citadelle» con una serie de objetivos muy ambiciosos, pero necesarios. Por supuesto, los soviéticos no son olvidados en el relato y también son descritos y analizados sus movimientos.

El segundo capítulo está consagrado a la batalla propiamente dicha. A partir del 5 de julio, los alemanes se lanzan con 33 divisiones divididas entre el sur y el norte. El objetivo es llegar a la localidad de Kursk, cortar el saliente y crear una gran bolsa donde destruir a las formaciones soviéticas. Töppel una vez más nos desgrana como se sucedieron los combates, que problemas técnicos, logísticos y militares hubo en ambos bandos, el porqué del estancamiento alemán y, en definitiva, por qué se canceló finalmente la campaña. Algo que dejó a los ejércitos alemanes en una situación muy comprometida y nada cómoda. Asimismo, a partir del parón en Kursk, los soviéticos lanzaron dos grandes ofensivas (Kutuzov y Gran Capitán Rumiantsev) que hicieron retroceder a los alemanes y perder lo ganado.

Por último, los capítulos tercero y cuarto son los más pequeños en tamaño, pero en ellos se nos explican las consecuencias que tuvo la batalla para los dos ejércitos enfrentados y que visión se ha tenido de la misma en la posterior historiografía. Las conclusiones a las que llega el autor son sorprendentes y hacen replantearse lo sabido hasta hoy día sobre esta acción militar. También son a la vez increíbles y escalofriantes los números en cuanto a las bajas (tanto en personal como en material) que se produjeron.

Aunque se ha descrito aquí eje fundamental que sigue el libro, Kursk, 1943 es mucho más. El texto se lee de una forma amena y no hace falta ser un entendido en temas militares para comprenderlo y hacer una valoración personal. La tipografía es correcta; además en un buen número de páginas se nos adjuntan mapas del transcurso de la batalla, algo que nos ayuda a situarnos geográficamente y también a las unidades en pugna. Asimismo, se ha añadido un tríptico a todo color que representa los movimientos de carros blindados en la batalla de Prochorokva, donde las fuerzas acorazadas de ambos ejércitos se enfrentaron. Finalmente, al final de la obra hay un buen número de fotografías sobre la batalla, protagonistas y material utilizado.

En definitiva y, para terminar, Roman Töppel nos muestra una batalla de Kursk muy diferente a la contada hasta hoy día. El historiador germano se esmera constantemente en superar mitos que rodean el enfrentamiento y en corregir datos erróneos que se han ido transmitiendo de un historiador a otro a lo largo de los años. Es sinceramente una delicia el leer nueva información sobre esta batalla en castellano.

Sin duda, la traducción de Kursk, 1943 ha sido una gran apuesta de los compañeros de Ediciones Salamina. A los que les deseo una buena salud editorial y que sigan así.
http://www.hislibris.com/kursk-1943-roman-toppel/#more-24795
 
HADRIAN’S WALL – Adrian Goldsworthy
Publicado por Farsalia | Visto 2520 veces

En su saga de novelas Canción de hielo y fuego (1996–?)–posteriormente adaptadas en la serie de televisión Juego de tronos (HBO: 2011-2019)–, George R.R. Martin creó un enorme “Muro”, en el norte del territorio de Poniente (Westeros), de una altura de más de doscientos metros y con una extensión de alrededor de los trescientos kilómetros. La función de este Muro, vigilado y custodiado por los Hermanos de la Espada de la Guardia de la Noche (The Night’s Watch), es establecer una barrera permanente que separe (y proteja) los Siete Reinos de los salvajes del otro lado, así como de los llamados Los Otros (The Others) –los Caminantes Blancos (White Walkers) en la serie televisiva–, figuras humanas que han vuelto de la muerte y que, dirigidos por el Rey de la Noche (Night King), pretenden invadir y destruir Poniente. Pero hace miles de años que Los Otros no han dado señales de “vida” y se les considera en Poniente una antigua leyenda, un cuento con el que asustar a los niños. En la serie de televisión, los Caminantes Blancos aparecen ya en el primer episodio, una velada amenaza de que “llega el Invierno”, el final de una era y la destrucción de la vida humana; a medida que avanzan las temporadas de la serie, los Caminantes Blancos van avanzando, especialmente en las temporadas seis y siete, mientras que desde el Norte se intenta advertir a los demás reinos de que la leyenda es una peligrosísima realidad. Al final de la séptima temporada, el Muro es destruido por los invasores y queda expedito el camino para que Poniente caiga en sus manos. Una batalla final que será el leitmotiv de la esperadísima octava y última temporada, que prevé una alianza de los reyes que disputan el Trono de Hierro (Cersei Lannister, Danerys Targaryen, Jon Nieve) y los Siete Reinos frente a esta amenaza “global”.

Martin, de manera indisimulada y como ha reconocido (del mismo modo que se ha basado en la Guerra de las Dos Rosas en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XV para componer el tablero de juego de su saga, entro otras muchas referencias del período medieval)–es ineludible mencionar el imprescindible libro de Carolyn Larrington, Winter is Coming. El mundo medieval en Juego de Tronos(Desperta Ferro Ediciones, 2017)–, se inspira en el Muro de Adriano para recrear el Muro en el extremo norte de Poniente. El muro romano no es tan imponente como el creado por Martin, pero sus dimensiones también impresionan diecinueve siglos después de su construcción: con una extensión 118 kilómetros, recorre el norte de la isla de Gran Bretaña entre el golfo de Solway y el estuario del río Tyne. Una primera sección del muro, al oeste, hasta Bowness-on-Solway, y con una distancia de 46 km, estuvo construida con madera, césped y tierra, y con una muralla de unos 6 metros de ancho. Los 73 kilómetros siguientes se construyeron en piedra y con una anchura de 3 metros. Contaba con unas 15 fortalezas cada 11-12 kilómetros, para albergar guarniciones permanentes; en el lado norte del muro había un foso de unos 10 metros de distancia y un camino militar en el lado sur, al que se añadiría otro foso y unos montículos. Una estructura construida a lo largo de una década (122-132), abandonada temporalmente cuando, a unos 160 kilómetros al norte, Antonino Pío hizo erigir otro muro entre los años 140 y 142 entre el estuario de Forth y el golfo de Clyde, y recuperada tras el abandono de esta segunda muralla en torno al año 162.

El Muro de Adriano permanecería entonces como una frontera estable al norte de Britania, separando la provincia romana de las poblaciones de caledonios y pictos. ¿Con qué propósito? Como menciona Adrian Goldsworthy en la introducción de Hadrian’s Wall (Head Of Zeus, 2018), «el muro de Adriano y todas las instalaciones asociadas al mismo estaban destinados a ayudar al ejército romano en las tareas que tenía asignadas en el norte de Britania. Los soldados no estaban allí para servir al Muro, sino que el Muro estaba allí para servirles a ellos» (p. 20, traducciòn propia, igual que en las siguientes citas). Como detalla en la parte final del libro el Muro «no se diseñó para resistir el ataque de un gran ejército hostil, pues era demasiado largo para poder ser defendido con fuerza en cada punto», sino que su intención era «ralentizarlo», pues el enemigo se tomaría su tiempo (y tendría bajas) para encontrar un cruce, y más tiempo aún para superarlo. Este retraso proporcionaría tiempo a los romanos para recuperarse y traer tropas de otros rincones de la provincia –o incluso de otras provincias–, de modo que pudieran tener un contingente lo suficientemente fuerte para derrotar al enemigo en una batalla campal. De este modo, combinando la solidez del Muro con sus tropas, «disuadieron a los atacantes o trataron con ellos de manera efectiva en el terreno» (p. 134). La constante presencia romana en el Muro, con guarniciones permanentes de soldados, muchos de ellos a caballo, la convertirían en una «barrera para un paso no autorizado» (p. 136); de hecho, su fortaleza era tal que «mientras […] estuviera razonablemente guarnecido, sería muy difícil que hubiera incursiones a través de él que tuvieran éxito» (p. 139). Desde el momento en el que, ya en el siglo V, los recursos y sobre todo los hombres dejaran de llegar a Britania para defender sus fronteras septentrionales, el Muro perdería su eficacia, como así fue: el colapso administrativo, financiero y político de la parte occidental del Imperio Romano en la primera mitad del siglo V –cuestión que Goldsworthy consideró clave para entender la “caída” del Imperio, y que detalla en su libro La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente (La esfera de los libros, 2009)–, afectó a Britania especialmente, que paulatinamente en el período 410-450 fue abandonada como provincia romana, imposible de defender ante las invasiones de los pueblos anglosajones; y, lógicamente, el Muro, cuya defensa pudo pasar a la población local, iniciándose, sin embargo, un progresivo abandono (y destrucción) en las siguientes décadas y hasta muy avanzado el siglo VI.

A grandes rasgos tenemos en este libro, breve pero muy sustancioso (y que, como reconoce con justicia el autor en unos agradecimientos finales, es la síntesis de las contribuciones de trabajos precedentes de arqueólogos e historiadores especializados en el tema), la historia del Muro de Adriano. Una historia que a su vez es una descripción detallada de sus partes, defensores y de la vida alrededor del mismo, y que cubre el núcleo central del libro (capítulos 5-8). Esta parte central es sin duda la más interesante, pero no lo son menos los primeros cuatro capítulos, que sirven de extensa introducción y contextualización del Muro: la conquista romana de Britania (“última avanzadilla del Imperio”) en sus diversas fases, el papel de Adriano como primer “diseñador” del Muro, las campañas de Antonino Pío a Septimio Severo, y el período hasta mediados del siglo IV.

En los capítulos centrales Goldsworthy disecciona el Muro (capítulo 5), sus partes y construcciones, y establece las sinergias entre los habitantes de los alrededores (y los pueblos que pudieron crearse a su alrededor) y los soldados acantonados (capítulo 6), de modo que observamos de cerca cómo era la vida en la frontera (sin ser el Muro de Adriano una frontera tan “permeable” como pudo ser la línea Rin-Danubio, aspecto que el autor trata con detalle en un capítulo de su último libro traducido al castellano, Pax Romana. Guerra, paz y conquista en el mundo romano (La esfera de los libros, 2017). En el capítulo 7, quizá el más descriptivo pero no por ello menos estimulante, se describe la vida del soldado en el Muro y sus fortalezas, con especial incidencia en fuentes de la época que detallan las instalaciones, la alimentación, las relaciones con la población local y los posibles matrimonios de los soldados, la vestimenta y los cultos religiosos (un capítulo que recuerda, por sus contenidos, el capítulo “Una vida en armas” de Los olvidados de Roma. prost*tutas, forajidos, esclavos, gladiadores y gente corriente de Robert C. Knapp [Ariel, 2011]). El octavo capítulo, y como ya entrecomillamos antes, supone el aporte interpretativo del volumen alrededor de la función del Muro a partir de las evidencias (arqueológicas y textuales) de que disponemos, mientras que el capítulo 9 nos traslada al período de crisis de finales del siglo IV a mediados del V, el abandono de Britania y el declive del Muro (y su recuerdo en la posteridad). En su globalidad, el libro nos traslada a la vida de frontera de los soldados romanos en los siglos II-IV, grosso modo, y a las construcciones que llevaban aparejadas el diseño de una estructura fronteriza estable y con voluntad de perdurar. Resulta especialmente interesante el capítulo 10, a modo de breve guía para el visitante que quiera conocer in situ lo que queda del Muro de Adriano y algunas de las reconstrucciones que se han realizado (siguiendo las evidencias arqueológicas). Unas sugerencias bibliográficas, suficientes para seguir tirando del hilo cierran un volumen que tiene en el aparato visual, entre fotografías aéreas y de secciones del Muro, así como algunas reconstrucciones muy sugerentes, otro aliciente esencial para tener muy en cuenta este volumen. Un libro concebido para un público amplio (y en una colección sobre temas cruciales de la historia de la civilización) y con el estilo asequible de Goldsworthy, marca personal y que ha logrado que sea uno de los historiadores romanos más populares entre los aficionados al mundo romano.

El resultado es un valioso libro, de lectura cómoda y apasionante sobre uno de los vestigios que nos quedan del mundo romano, comparable a la Gran Muralla china por su función. Un libro que, además, cubre un vacío en el mercado editorial en castellano, pues hasta ahora no hay una obra específica sobre el tema en español, al menos en ensayo histórico (dejaremos la novela histórica al margen). Y que, a modo de sugerencia, podría complementarse con la publicación de una obra, también breve, sobre el otro Muro, el de Antonino: The Antonine Wall. A Handbook to Scotland’s Roman Frontier de Anne S. Robertson, edición revisada por Lawrence Keppie (Glasgow Archaeological Society, 2015), otro indispensable estudio-guía de la frontera septentrional romana en Gran Bretaña. El análisis de Goldsworthy se combina con un aparato visual muy sugerente, y su publicación en castellano, que animamos desde ya, supondría un importante aporte sobre los estudios de la frontera romana, en este caso en Britania.
http://www.hislibris.com/hadrians-wall-adrian-goldsworthy/#more-24317
 
DE ADOLF A HITLER – Thomas Weber
Publicado por Rodrigo | Visto 323 veces

Este libro es la continuación lógica de La primera guerra de Hitler, trabajo en que el historiador Thomas Weber emprendía una búsqueda de las raíces de la politización y radicalización de quien se convertiría en el siniestro dictador de Alemania. Weber concluía en la primera parte de su pesquisa que la experiencia de Hitler en la Primera Guerra Mundial y en la inmediata posguerra no bastó como semillero del jefe supremo del Tercer Reich; dicho de modo sucinto: la guerra no engendró a Hitler. Haría falta una sucesión de nuevas experiencias y un período de maduración ideológica para que acabara gestándose el Hitler que trascendió del anonimato a la historia. Esto, la fase verdaderamente decisiva en la génesis del supremacista ario y antisemita furibundo, del propugnador de un conflicto de escala global y de la fundación de un imperio alemán milenario, es objeto de escrutinio en la segunda parte, titulada De Adolf a Hitler: la construcción de un nazi (la edición original en alemán data de 2016). Fue en la etapa comprendida entre mediados de 1919 y fines de 1924 (cuando Hitler fue liberado de la prisión de Landsberg), que el artista fracasado y veterano de guerra se transformó en figura política, pero sobre todo fue en ese período que floreció la específica visión hitleriana del mundo, desarrollándose a la par el estilo característico del futuro Führer (su estrategia y sus tácticas predilectas, o el modo hitleriano de desenvolverse en la arena política). Esta tesis refuta la imagen que de sí mismo presenta el personaje en Mi lucha, en especial el pasaje en que asegura haber sufrido la mutación esencial de su vida -su camino de Damasco- en noviembre de 1918, cuando terminaba la guerra y estallaba la revolución que derribó la monarquía alemana. De acuerdo a nuestro autor, la afirmación -tenida por válida por muchos biógrafos e historiadores- no es más que una de tantas falsedades convenientes que un examen minucioso puede descubrir en el referido manifiesto. El Hitler que salió de la guerra no había absorbido aún el batiburrillo de ideas que animarían la quintaesencia programática del nazismo, y ni siquiera el Hitler que encabezó el fallido “Putsch de la cervecería” en 1923 es plenamente identificable con el que empujaría a Alemania a una nueva conflagración mundial, desencadenando de paso el Holocausto.

En su estudio, Weber entrelaza dos temas principales: la hechura de Hitler tal cual lo conocemos, y la forma en que él mismo urdió una versión falsa de su evolución personal, expuesta para consumo público en Mi lucha. Respecto del primero, hace hincapié en la singularidad del movimiento revolucionario bávaro, relevante puesto que la capital del estado de Baviera, Múnich, fue el lugar de residencia de Hitler en los primeros años de posguerra, haciendo las veces de cuna del movimiento nazi. En vez de acogerse al llamado a la desmovilización, el nacido en Austria optó por permanecer en el ejército (ciertamente, no tenía un hogar al que regresar ni una fuente de ingresos alternativa). La cuestión es que las unidades militares bávaras adhirieron masivamente a la agitación revolucionaria. De las tumultuosas jornadas emergió un gobierno estadual de corte socialista moderado, más afecto a la instauración de un régimen reformista que a una ruptura total con el pasado. En la práctica, pertenecer en ese contexto al ejército equivalía a comprometerse en la defensa del nuevo orden democrático, encabezado por izquierdistas republicanos que se esforzaban por mantener a raya a los radicales de izquierda. (Recordemos que, en su obra anterior, Weber demostró que la experiencia bélica no incidió demasiado en las afinidades políticas de los veteranos, renuentes en su mayoría a secundar a los partidos extremistas, tanto antes como después de la guerra.) Según Weber, no existen indicios incontrovertibles de que a Hitler le repugnase ese orden, no en 1919. Poco había por entonces de las fobias y las tendencias radicales que luego sazonarían la retórica hitleriana (su nacionalismo y su antisemitismo eran aún difusos), poco del azote implacable del republicanismo parlamentarista cuyo origen fecharía en noviembre de 1918. Esto no encaja con la imagen que más tarde se construyó de cara al público: la de un temprano inconformista de derechas, hostil desde siempre a la democracia liberal; resulta esta una imagen incoherente con la de alguien que de hecho ofició como una especie de servidor de la incipiente república bávara.

Weber lleva su tesis al punto de sostener que Hitler, lejos de aborrecer desde un principio la transición a un régimen democrático, en 1919 todavía dudaba de qué lado inclinarse, y que sus simpatías y sus cálculos lo acercaron por un momento a la izquierda moderada. Sería sintomático el que fuera elegido por los integrantes de su compañía para un puesto de responsabilidad (Vertrauensmann, representante de los soldados) que implicaba participar en actividades prorepublicanas; el grueso de los soldados simpatizaban con la socialdemocracia: no habrían votado por alguien que pregonase ideas de extrema derecha. Y votaron nuevamente por él después de que se estableciera en la capital bávara un régimen soviético (abril de 1919), de efímera existencia. El giro de Hitler hacia la derecha radical habría empezado recién a mediados de aquel año, por los días en que fue reclutado para asistir al curso de propaganda que lo iniciaría en la oratoria política. ¿El detonante de la conversión? La ratificación del Tratado de Versalles por el gobierno alemán, el 9 de julio. Como tantos de sus compatriotas de adopción, el propagandista en ciernes comprendió tardíamente que Alemania había sido derrotada, pero esta toma de consciencia estuvo tamizada por la versión amañada de lo sucedido, conforme la cual la derrota se había materializado no en los campos de batalla sino por obra de quienes propinaron al país una puñalada por la espalda; además, las condiciones punitivas del tratado, alejadas de las promesas benignas de Woodrow Wilson, eran consideradas un abuso de las potencias occidentales y una traición por parte del presidente estadounidense. La frustración y el despecho causados por el tratado serían el germen de las fobias primigenias de Hitler, enfocadas en el capitalismo y las finanzas internacionales; de hecho, las diatribas contra el materialismo de la economía moderna, la “esclavitud de los intereses” y la erosión del tejido social por la rapacería capitalista eran algunos de los motivos prevalecientes en el aludido curso de propaganda.

Weber realiza un puntual examen de la constelación de personalidades e ideas que terciaron en la formación ideológica de Hitler, precisamente cuando empezaba la andadura que lo puso en contacto con los círculos nacionalistas, en particular con el Partido Obrero Alemán de Anton Drexler, antecesor directo del partido nazi. Rastrea también sus primeros pasos como agitador y como miembro de esta agrupación, en la que conquistó tempranamente una posición de privilegio merced a sus virtudes oratorias, indispensables para la captación de adeptos. Hitler consolidó su estatus dentro del partido a medida que reforzaba las líneas directrices de su pensamiento -harto más flexibles de lo que admitiría después- y maniobraba entre diversos camaradas y mentores prominentes. Varios de ellos desertaron del partido y pasaron a ser detractores de Hitler; otros rivalizaron con él por la supremacía partidista, terminando desbancados con habilidad (entre ellos estuvo Drexler, relegado a una posición meramente simbólica). Vemos, pues, a un líder ascendente que se exponía a un surtido de influencias ideológicas, seleccionando los temas, dogmas y objetivos que movilizarían al nazismo. Se trata de una faceta significativa, puesto que no dejaba de haber matices y fluctuaciones en los conceptos que articulaban el discurso alemán de derechas. El antisemitismo, por ejemplo. Ni siquiera uno de los ideólogos más reputados de la época, Houston Stewart Chamberlain, cuyo pensamiento cabe calificar de protofascista, profesaba un antisemitismo biologicista como el que adoptó Hitler. Para el publicista anglo-germano, el judaísmo -al que rechazaba- era una cuestión cultural en vez de racial, y había que combatirlo en el plano de las ideas y las actitudes. De ninguna manera habría propendido a juzgarlo insoluble si no era por la vía del exterminio. En cuanto al antisemitismo de Hitler, el que se agudizara a partir de 1919 estuvo más relacionado con el repudio del capitalismo internacionalista angloestadounidense, supuestamente controlado por los judíos y presunto responsable de las cadenas impuestas a Alemania por Versalles, que con los trastornos sufridos por Rusia a manos de la “caterva de revolucionarios judeobolcheviques”.

Ya a comienzos de los años veinte se prefiguraba el caudillo nazi que causaría perplejidad entre los analistas futuros de su trayectoria y personalidad, divididos por lo general entre quienes ven en él a un oportunista inescrupuloso y táctico consumado y quienes lo conciben como un dogmático irrestricto, ceñido a un exclusivo e invariable patrón de comportamiento (ideológicamente motivado). Mejor opción es la de atribuirle una alternancia de ambos factores, esto es, la combinación de pragmatismo y de fanatismo doctrinario. Una muestra de la destreza táctica de Hitler está en el haber camuflado todavía en 1923 su convicción de encarnar la figura providencial que tantos ansiaban para Alemania. Si se presentaba como el escudero de un salvador en vez del salvador mismo (en su fuero interno ya por entonces se arrogaba ese papel), lo hacía únicamente por cálculo. Estaba consciente de que el diminuto partido nazi era insuficiente como plataforma de apoyo (por no hablar de su propia falta de figuración nacional), y que nada podría lograr sin el concurso de los conservadores, cuya aprobación se habría enajenado en caso de exhibirles abiertamente su ambición. Frente a la clase dirigente, lo rentable era hacerse pasar solo por el portavoz de una causa, o por un agitador al servicio de quien tuviese las credenciales adecuadas para personificar el liderazgo mesiánico. (Por de pronto, ese alguien parecía ser Ludendorff.) Con todo, la capacidad maniobrera de Hitler no era infalible: el frustrado golpe de noviembre de 1923 (el “putsch de la cervecería”) fue una movida chapucera, irremediablemente condenada al fracaso por su absoluta carencia del sentido de la oportunidad y por su pésima planificación. El grotesco incidente debió provocar el final abrupto de la carrera política de Hitler. Sin embargo…

Lo que siguió es historia conocida: Hitler fue juzgado y condenado a prisión en Landsberg. Pero el juicio le suministró una palestra en que exponer sus ideas y una caja de resonancia de alcance nacional. Lo convirtió, al fin, en una celebridad. Gracias a la condena, además, tuvo ocasión no solo de escribir el libro que devendría la bibia del nazismo sino de reflexionar sobre la improcedencia de la vía insurreccional al poder: la acomodación oportunista a la legalidad le brindaría mejores resultados. Por si fuera poco, la reclusión carcelaria le abrió las puertas de la alta sociedad muniquesa, cautivada por su aura de misteriosa energía y su imagen de genio salvífico, de redentor dispuesto al sacrificio por la patria. A la larga, el fracaso del putsch resultó una bendición, para él y para su partido.

En lo concerniente a su ideario político, fue en Landsberg que Hitler terminó de darle forma, perfilando las que en adelante serían sus obsesiones definitivas. Allí se apropió del tema del “espacio vital” (Lebensraum), base del expansionismo germano orientado hacia el Este (Hitler había coqueteado previamente con la idea de una alianza entre Alemania y una Rusia monárquica); radicalizó sus convicciones racistas, en particular su antisemitismo, provisto de una vez por todas del sustrato biologicista que precedería a la voluntad de exterminio; reconfiguró el mapa del destino geopolítico de Alemania, fijándose en Francia y Rusia como enemigos primordiales de la nación germana (antes concentraba sus odios en la esfera angloestadounidense, desde la que el capitalismo judío extendía supuestamente sus tentáculos hacia el orbe). Tal cual apunta Weber: «Con la conclusión de Mi lucha, la metamorfosis de Hitler —de ser un don nadie con ideas políticas indefinidas y mudables a convertirse en un líder nacionalsocialista— quedó completa. En la segunda mitad de la década de los veinte, el Adolf Hitler que, una vez en el poder, casi puso al mundo de rodillas se hizo visible».

– Thomas Weber, De Adolf a Hitler. La construcción de un nazi. Taurus, Madrid, 2018. 592 pp.

http://www.hislibris.com/de-adolf-a-hitler-thomas-weber/#more-23946
 
Medina Azahara, el espíritu de Córdoba
Publicado por J. Benítez
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Fotografía: Jocelyn Erskine-Kellie (CC).
Hasta el siglo XIX no se pasó de estudiar al-Ándalus como la presencia de los árabes en España a la historia de los musulmanes españoles. No fue un accidente en la historia, sino nuestra historia. La visión de este periodo ha dado lugar a múltiples controversias y apasionados debates en este sentido y ha llegado incluso a mitificación. Se ha llegado a asegurar que de sus años de esplendor e influencia, los del califato de Córdoba, proviene el Renacimiento europeo, muy anterior al italiano. Sin duda alguna los años de predominancia de los omeyas fueron los de más estabilidad y tolerancia y, por tanto, los de mayor progreso científico y artístico. «El espíritu de Córdoba» se concibe como un pasado edénico, continuamente se buscan fórmulas para regresar a él. Y de todo su legado, si hay una joya inigualable, esa es Medina Azahara. La capital de Abderramán III. El Versalles de los omeyas.

Tras pacificar el territorio, someter a los rebeldes y acabar con la anarquía, este califa quiso hacer una demostración de poder con la construcción de este gran palacio. Cuenta Pierre Guichard en Esplendor y fragilidad de al-Ándalus que eligió su emplazamiento con sumo cuidado, a siete kilómetros de Córdoba, entre la llanura del Guadalquivir y las elevaciones de Sierra Morena, para dominar desde él toda la campiña cordobesa desde una amplia panorámica. En el nivel superior del palacio estaban sus dependencias, abajo, entre lujosos y cuidados jardines, el lugar para hacer las recepciones oficiales.

El origen del proyecto tiene visos de leyenda. Una esclava concubina del califa le dejó en herencia una alta suma de dinero para que la dedicase a la compra de cautivos en la zona de los francos, Cataluña, pero al no encontrar ninguno decidió emplearlo en la construcción del palacio. De ahí su nombre, el de esa mujer, que significa Flor. Hasta el siglo XII, cuando fue retirada por el califa almohade Al-Mansurpreso de la intransigencia religiosa, una efigie de Azahara todavía presidía los restos de la ciudad.

Toda la obra costó un tercio de los ingresos fiscales anuales. Diez mil albañiles trabajaron en ella. Había seis mil piedras talladas y más de cuatro mil columnas, la mayoría de ellas traída de otros puntos de la península. Guichard destaca que los trabajadores eran asalariados, un rasgo de modernidad frente al modelo económico imperante en la época, que empleaba mano de obra servil o esclavos. Además del hecho de que la mezquita se encontraba en los márgenes de las instalaciones, subordinada por tamaño e importancia a las dependencias políticas, la residencia y jardines del califa y la zona reservada para ceremonias y grandes recepciones, el Salón Rico.


La corte de Abderramán III, de Dionisio Baixeras, 1885.
Entre los visitantes más ilustres estuvieron las embajadas de las máximas autoridades de la época, como la de Constantino VII Porfirogeneta, emperador de Bizancio, u Otón I el Grande, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Una recepción esta última que inmortalizó el pintor catalán Dionis Baixeras en 1885 en su obra La corte de Abderramán III, que se encuentra expuesta actualmente en el Museo del Paraninfo de la Universidad de Barcelona, y fue creada a partir de los textos del monje Juan de Gorze, quien describió a su regreso de Córdoba las maravillas y sofisticación de la corte completamente fascinado.

Se tardó más de veinticinco años en construir Medina Azahara. El conjunto de la ciudad era mayor al de cualquier otra capital de la península. Era monumental. De mil quinientos metros por ochocientos, mientras que las otras no llegaban a cien hectáreas de diámetro. Albergó todas las instituciones del Estado y gran cantidad de sirvientes y eunucos. También vivieron dentro de sus murallas los artesanos de metales, cerámica y marfil y los trabajadores del textil. Una extraordinaria concentración de poder muchos años antes de que empezasen a configurarse los Estados modernos y absolutistas; poder con sus purgas. Está escrito que tras una derrota ante leoneses en 939, a la vuelta de la batalla Abderramán III ordenó crucificar a trescientos oficiales de su ejército.

En la farmacia de la ciudad se hacían preparados con las plantas de los jardines y las huertas del palacio. El centro médico era de tal envergadura que daba atención a todo el personal de la corte, pero también a la población cordobesa o incluso a los cristianos allende de las fronteras. De esta corte salió el médico judío de Jaén Hasdai Ibn Shaprut, galeno del califa, con la misión de ayudar a adelgazar a Sancho I, rey cristiano de León, que no podía subirse a su caballo para acudir a la batallas ni apenas levantarse de la cama por su peso.

La ciudad-palacio controlaba una réplica de la administración central en cada una de las veinte provincias de al-Ándalus, a cuyo cargo había un gobernador o walí. Muestra de la prosperidad de este periodo fue el consumo de bienes de lujo y la promoción de las artes que competían con las producciones artísticas del resto del Mediterráneo. Hasta entonces al-Ándalus importaba las telas desde Egipto por Irán y Bizancio. Con los omeya comenzaron a autoabastecerse con su propia producción.

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Fotografía: mandoft (CC).
Si hay un hito, a día de hoy, que merezca ser reseñado de este periodo, es el del gobierno de Sobeya. Una mujer secuestrada en Navarra con la que se casó Al-Hakem II, célebre por instalar la primera fábrica de papel de al-Ándalus para editar libros. Sobeya fue una de las mujeres más influyentes de su tiempo. Según cuenta Ana Martos en su historia de al-Ándalus, le pidió a su marido que le diera un nombre familiar masculino para poder salir a pasear sola vestida de hombre.

Medina Azahara fue destruida en la guerra civil de 1010-1013, cuando fue tomada por Sulaimán al-Mustaín y saqueada por bereberes antes de prenderla fuego, aunque se escribió que acabaron con su brillo «los celos y la furia de Dios». La destrucción fue tal que quedó inhabitable para siempre con tan solo setenta años de existencia. Su influjo fue tal que Almanzor quiso construir poco después una réplica para demostrar también su poder personal. Madinat al-Zahira, «la Ciudad Brillante» también fue de existencia efímera, no duró más de dos décadas, fue destruida por Muhammad II. Situada al oeste de Córdoba, aún no se conoce su emplazamiento exacto y no se ha podido excavar para buscarla.

Cuando el poeta y viajero Ibn Arabi se encontró con las ruinas de Medina Azahara, escribió: «Yo leí las siguientes estrofas, que son un recordatorio para el hombre discreto y un aviso para el disipado, escritas sobre la puerta de Medina Azahara, en la cual estaba esculpida la imagen de la propia Azahara, después de que la ciudad fue destruida y convertidas sus ruinas en guarida de las aves y las fieras. Esta ciudad era una construcción de maravillosa arquitectura, en tierras de al-Ándalus, cerca de Córdoba».

En la actualidad, aún queda un noventa por ciento de la ciudad-palacio por excavar, pero desde julio de 2018 los restos son Patrimonio Mundial de la Unesco. Una ciudad que en su día compitió en esplendor con las capitales más importantes del mundo, como Bagdad o Constantinopla. Una joya de vida efímera, pero recuerdo eterno.

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Fotografía: Trevor Huxham (CC).
https://www.jotdown.es/2018/12/medina-azahara-el-espiritu-de-cordoba/
 
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