Cuadernos de Historia

KIEV 1941 – David Stahel
Publicado por Iñigo | Visto 451 veces



El reconocido historiador neozelandés, y profesor de la Universidad de Nueva Gales del Sur, David Stahel es un afamado especialista en el estudio del Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial. Ha escrito multitud de libros dedicados a este sector que enfrentó a las tropas del Eje con los ejércitos soviéticos. Ediciones Salamina publicó su ensayo en el que analiza la invasión de Ucrania en 1941 y particularmente la Batalla de Kiev, así como sus consecuencias.


Su visión del conflicto es muy interesante y novedosa por la importante contribución de aspectos tácticos como estratégicos aportados en el texto. Esta batalla se presenta históricamente como una victoria de las divisiones y grupos de combate alemanes. Sin embargo, el desgaste que sufrieron en su avance, a niveles difícilmente recuperables tras su terminación, nos hace revisionar nuevos aspectos y circunstancias puntuales de la batalla, para analizar después, en un ámbito más global de la batalla, sus consecuencias en el trascurso del resto de la guerra. Stahel plantea al lector que la Operación Barbarroja no terminó exactamente con la victoria que el gobierno alemán publicitó en todo el mundo a lo largo de la guerra. La invasión de Ucrania y la Batalla de Kiev, desarrolladas durante los meses de julio, agosto y septiembre de 1941, conllevaron un gran desgaste para la llamada Biltzkrieg alemana. El ejército ruso siempre mantuvo en el frente ingentes masas de soldados, un fuerte ímpetu patriótico y la gran reserva industrial del país en su casi intocable retaguardia, lo que hizo que se soportara en gran medida y a cuenta de grandísimos sacrificios, la presión alemana en su avance hacia Moscú.


Stahel apunta otras claves con las que ejército invasor se enfrentó en su avance en el Frente Oriental. Entre otras, la distancia excesiva del frente respecto a la patria alemana complicó el abastecimiento de los ya de por sí escasos reemplazos humanos y recambios mecánicos; un invierno adelantado convirtió las carreteras en lodazales inundados llenos de barro en los que el tráfico de miles de vehículos se convirtió en una tarea harto complicada; la producción industrial alemana era ya escasa para las necesidades del ejército; las hondas diferencias tácticas y estratégicas de los distintos mandos, especialmente entre Guderian y Bock, así como las variables y desconcertantes instrucciones del Adolf Hitler en sus decisiones al respecto del desarrollo la estrategia en las Operaciones Barbarroja y Tifón hacia Moscú de julio y agosto. La oportunidad de llegar a Moscú antes del invierno desapareció conforme las divisiones se alejaban de Berlín y se expandían por Ucrania, forzando un cerco sobre Kiev largo y sangriento.


Según el autor señala, en este muy recomendable ensayo, estos factores desarrollados a lo largo de más de 450 páginas, convirtieron una de las más celebradas victorias de Hitler en la guerra, en el inevitable inicio del declive de la máquina de guerra alemana

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Las brujas de verdad vuelan de noche
Publicado por Alejandro García
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1. Maria Dólina (1922-2010). Maria, sonriente frente a su Pe-2, fue una legendaria navegadora del 125.º Regimiento. Cumplió arresto por lanzar sin permiso sobre Borísov una pancarta con un mensaje de saludo de «las mujeres piloto del Regimiento Borisovski». Fue rescatada de morir abrasada en su cabina por el artillero de cola. / 2. Marina Mijáilovna Raskova (1912-1943). Aunque la familia de Marina quiso que fuera cantante de ópera, acabó convirtiéndose en la primera mujer instructora en la Academia Militar Zhukovski. Sus hazañas como aviadora y su carácter indomable le atrajeron la admiración de todas las mujeres piloto soviéticas.
Septiembre, 1941. La tormenta de fuego y acero que Adolf Hitler ha desencadenado sobre la Unión Soviética amenaza la misma existencia del único Estado socialista del mundo. Ingentes cantidades de hombres han muerto o caído prisioneros de la Wehrmacht y se han perdido montañas de equipo militar. El panorama es desolador mientras la URSS se aferra a su determinación y voluntad de resistencia para librar su batalla más decisiva. En estas críticas circunstancias, la mayor Marina Raskova se reúne con el omnipotente camarada Stalin para trasladarle una petición insólita: autorización para crear la primera unidad militar exclusivamente femenina de la historia, un grupo de aviadoras de combate. Por impactante que pudiera parecer el plan de Raskova, no se trataba de un arrebato patriótico improvisado o de una medida desesperada de carácter propagandístico: existían razones de mucho peso detrás de tal solicitud.

La primera era de carácter pragmático, dado que una gran parte de la Fuerza Aérea Soviética (VVS) había sido destruida por los alemanes y era necesario reconstruirla a toda prisa, entrenando pilotos competentes que reemplazaran a los perdidos. La segunda, de tipo ideológico, estaba relacionada con la perspectiva de género. El marxismo no establecía diferencias entre hombres y mujeres, por lo que no había ningún impedimento sociológico para el proyecto. Al igual que la francesa, la Revolución rusa se había caracterizado por el importante papel femenino: comienza en marzo de 1917 con una huelga de trabajadoras, encabezando las mujeres muchas de las manifestaciones. La revolucionaria bolchevique Aleksandra Kolontái no solo fue la primera mujer que ocupó un puesto de gobierno de una nación, sino que fue una destacada activista por la emancipación femenina, consiguiendo el derecho a voto, divorcio o aborto y la conciliación familiar para la mujer soviética. La dictadura de Stalin había supuesto un enfriamiento de esta cuestión, pero la ortodoxia socialista era bien clara en este punto.

Por último, una razón puramente logística derivada de las anteriores. Durante los años treinta por toda la URSS habían proliferado los aeroclubs, sociedades donde se impartían clases de pilotaje para civiles. Muchas chicas jóvenes, sobre todo estudiantes universitarias, se habían apuntado a través del Komsomol —la organización juvenil comunista— a este tipo de actividades que podían incluso suponer una cierta promoción social. Al estallar la guerra, estaban deseosas de ayudar al país en su lucha contra los nazis aportando sus habilidades como aviadoras.

A pesar de todos estos contundentes motivos, el factor decisivo debió de ser sin duda la propia figura de Marina Raskova, que los sintetizaba de manera espectacular. No solo era oficial del Ejército Rojo y el NKVD, sino que además era una experimentada instructora de vuelo en posesión de varias marcas mundiales. En 1938 voló en el Rodina —‘Madre Patria’— desde Moscú a Komsomolsk en línea recta en veintiséis horas y media, casi seis mil kilómetros. Lo consiguió a la rusa manera, lanzándose en paracaídas en el último tramo para aligerar el peso del aparato, sobreviviendo durante diez días en la taiga siberiana con dos barras de chuches y frutos silvestres hasta ser rescatada. Tal hazaña le valió el merecido título de Heroína de la Unión Soviética, convirtiéndola en un ídolo popular femenino y dándole acceso a las más altas esferas del PCUS. Con estas credenciales, en octubre de 1941 se formó el Grupo de Aviación 122.º, donde las jóvenes de entre diecisiete y veinticinco años recibieron entrenamiento militar durante unos escasos seis meses antes de desplegarse en tres regimientos diferentes.

Lídiya Litviak y el 586.º Regimiento de Defensa Aérea

El primer regimiento en ponerse en acción estaba destinado a defender instalaciones estratégicas de los ataques aéreos alemanes. Lo comandaba la controvertida Tamara Kazarinova, una mujer severa que aborrecía que sus pilotos dedicaran tiempo a arreglarse o pintarse. Estas, por su parte, no soportaban las excesivas exigencias de una mujer que no dominaba el avión que pilotaba —de hecho, cojeaba debido a una herida, lo que le impedía volar—. Este conflicto fue zanjado enviando a ocho de las «disidentes» a regimientos masculinos en el frente de Stalingrado.

Los traslados en la aviación soviética se hacían a la brava —piloto y aparato—, sin identificaciones a priori, por lo que la sorpresa de sus camaradas masculinos al ver bajarse de la cabina a aquellas chicas no fue menor que el escepticismo y condescendencia que ellas recibieron en un primer momento. No solo eran novatas, sino que además eran mujeres. Sin embargo, algunas como Katia Budánova y especialmente Lídiya Litviak se contaban entre las mejores luchadoras del 586.º y pronto demostraron su valía en condiciones muy difíciles. En pocos meses recibieron autorización para volar como «lobos solitarios», escogiendo sus propios objetivos, una táctica reservada para auténticos ases —categoría que se alcanzaba tras cinco victorias—.

A la menuda Litviak se le contabilizan doce victorias en solitario y tres compartidas, y fue la primera mujer de la historia en derribar un avión enemigo. Su víctima fue el Experte —once victorias— Erwin Maier, capturado en tierra por los soviéticos. El alemán pidió conocer al piloto que le había tumbado y cuando vio a aquella veinteañera pequeña y rubia pensó que los rusos le gastaban una retorcida broma. Lídiya, un espíritu libre y muy agresiva en combate, cayó en la batalla de Kursk en territorio enemigo, por lo que se la dio oficialmente por desaparecida. Ello impidió su nombramiento como Heroína de la Unión Soviética hasta que treinta años después se encontraron sus restos, en 1979, siendo finalmente Mijaíl Gorbachov quien tuvo el honor de condecorarla. Sin embargo, hay autores que sostienen que es posible que Lídiya sobreviviera e hiciera su vida de forma anónima en Occidente.

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3. Natalya Meklin (1922-2005). Completó novecientas ochenta misiones de bombardeo en el 46.º Regimiento Tamán. Después de la guerra se graduó en Lenguas Extranjeras y trabajó de traductora y escritora hasta su jubilación. En sus memorias cuenta cómo las chicas protestaron cuando se las obligó a llevar paracaídas por considerarlo un engorro. / 4. Rufina Gásheva (1921-2012) y Natalya Meklin (1922-2005) fotografiadas delante de los famosos Po-2 lastochka. Gásheva, con ochocientas veintitrés misiones, perdió a su inseparable compañera Olga Sanfirova al saltar de su avión derribado sobre un campo de minas. Como Meklin, después de la guerra se graduó en Lenguas Extranjeras y se convirtió en profesora de inglés en academias militares.
En cuanto al 586.º, las tensiones crecieron tanto que Kazarinova fue retirada alegando problemas de salud. Su relevo fue un hombre, el mayor Aleksandr Gridnev, lo que marcó la conversión del regimiento a mixto con la adición de un escuadrón masculino. Así permaneció hasta el final de la guerra; en las memorias de las aviadoras el recuerdo de Gridnev es positivo, mientras que del escuadrón masculino no se hace ninguna mención. Fue el único de los tres que no consiguió la categoría de «Guardias» —una distinción de élite— aunque se sospecha que Kazarinova urdió alguna artimaña para impedirlo.

El Regimiento 125.º Borísov de la Guardia

Originalmente llamado 587.º Regimiento, estaba destinado al bombardeo diurno y lo comandaba Raskova in pectore. Se planteó como una unidad femenina, pero durante el periodo de entrenamiento se decidió sustituir el obsoleto Su-2 por el moderno bombardero bimotor en picado Petliakov Pe-2, que incluía un anclaje de ametralladora trasera. Dado que pesaba unos sesenta kilos y se requería estatura elevada y mucha fuerza para accionarlo, se incorporaron artilleros y personal de tierra masculino.

La enorme dificultad que requería volar el rapidísimo Pe-2, con su espantoso diseño de cabina y su pesada palanca de vuelo, hizo que se dudara de la capacidad de las mujeres para hacerse con un aparato con el que los hombres tenían muchos problemas. Una vez más cundió el escepticismo, al que por si fuera poco se unió la desmoralización cuando Raskova se estrelló con su Pe-2 en medio de condiciones climáticas muy difíciles en enero de 1943.

Se comprende la lógica preocupación de las pilotos cuando la inspiradora del proyecto falleció sin haberlas podido guiar al combate, a la que pronto se agregó la indignación por el nombramiento del mayor Valentin Markov para sustituirla. Los peores temores de las chicas parecían cumplirse, aunque la desconfianza era mutua: cuando a Markov le comunicaron su nuevo destino, se lo tomó como el final de su carrera militar, algo en lo que sus compañeros estuvieron de acuerdo.

Sin embargo, y a pesar de sus intenciones iniciales de no hacer distinciones, Markov se interesó por conocer la idiosincrasia de su tropa femenina, se dejó aconsejar por las oficiales bajo su mando y obtuvo reconocimiento y respeto de las aviadoras, a las que lideró el resto de la guerra. El regimiento obtuvo el estatus de élite por sus acciones en Borísov y las chicas se convirtieron en un ejemplo de cómo manejar el temible Pe-2; en uno de sus días más gloriosos, un escuadrón de nueve aparatos fue atacado por ocho cazas enemigos, de los cuales consiguieron derribar cuatro y volver todas a casa habiendo bombardeado sus objetivos, operación que se estudió posteriormente en las academias de vuelo soviéticas. El 125.º combatió codo con codo con otra unidad «exótica» del frente oriental, el escuadrón de caza francés Normandie-Niemen, que dejó constancia de su admiración por las rusas entre un buen montón de galanterías cursis y tópicos al uso.

El 46.º Tamán de la Guardia: las «Brujas de la Noche»

Pero las que forjaron la leyenda fueron sin duda las componentes del 588.º de Bombardeo Nocturno, leyenda basada en tres pilares principales: por ser el único que permaneció totalmente femenino durante toda la guerra, por estar comandadas por la brillante Yevdokia Bershanskaya y por las dramáticas limitaciones del avión que les tocó pilotar, el Polikarpov Po-2, una auténtica reliquia de los años veinte.

Fabricado en madera y tela, el Po-2 era un pequeño biplano de entrenamiento de dos plazas. Su velocidad máxima era aproximadamente la mitad que la de los cazas alemanes. Cualquier antiaéreo o bala trazadora podía incendiarlo con facilidad, por lo que la única protección se la ofrecía la falta de visibilidad nocturna. Solo podía transportar un par de bombas sin comprometer su estabilidad, así que las chicas realizaban una media de entre diez y quince misiones de bombardeo por noche, debiendo estacionar cerca de las líneas del frente dada su escasa autonomía. Por supuesto, sin llevar paracaídas para no añadir aún más peso. Tampoco disponía de sistemas de puntería, así que las bombas se arrojaban accionando una palanca o directamente a mano, a altura no inferior a cuatrocientos metros para evitar el riesgo de resultar destruido por la explosión.

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5. Nadia Popova (1922-2013) y Larisa Rozanova (1918-1997). Nadia (izquierda) fue una de las Brujas más longevas y una figura popular en la URSS. Se alistó después de que los nazis asesinaran a su hermano. Larisa (derecha) voló la fatídica noche en que las Brujas perdieron cuatro aparatos; sobrevivió volando a muy baja altura mientras lanzaba las bombas a mano. / 6. Valentina Stepanovna Grizodubova (1909-1993). Fue compañera de Raskova en el mítico vuelo del Rodina. Sin embargo, se opuso a la formación de regimientos femeninos: a la muerte de Raskova, declinó hacerse cargo del 125.º. Sirvió como piloto en una unidad masculina de bombardeo y apoyo a los partisanos de la zona de Leningrado.
A pesar de todos estos inconvenientes, la buena maniobrabilidad del Po-2 y su facilidad de pilotaje fue muy apreciada por las chicas del 588.º, que lo apodaron lastochka —‘golondrina’—. Su vulnerabilidad exigió desplegar una enorme astucia táctica: los aviones despegaban en intervalos de tres minutos y al acercarse al objetivo apagaban el motor para evitar ser detectados por los alemanes, dejando caer su carga en completo silencio sobre instalaciones, aeródromos o tropas enemigas. Estos ataques silenciosos no solo provocaban la destrucción de los objetivos, sino que afectaban psicológicamente a los soldados alemanes impidiéndoles el descanso. A medida que transcurría el conflicto, estas tácticas evolucionaron y se sofisticaron, introduciendo Bershanskaya los vuelos por parejas: uno de los Po-2 se aproximaba al destino atrayendo la atención de reflectores y fuego enemigo mientras el segundo irrumpía sobre el blanco por sorpresa. De aquí nació el apodo que las hizo famosas, las «Brujas de la Noche» —Nochnye Vedmy—, y que según la tradición les pusieron los nazis, aunque es bastante probable que se lo adjudicaran ellas mismas dado que, hasta que no encontraron los cuerpos de la primera tripulación derribada, los alemanes no supieron que eran mujeres quienes los martirizaban.

Yevdokia se convirtió muy pronto en una de las comandantes más eficientes de toda la Fuerza Aérea Soviética. Era una firme partidaria de la segregación militar por sexos, pues creía que la cohesión —aspecto esencial en formaciones de combate— era mayor así, como la experiencia de las pilotos en unidades masculinas parecía indicar. Mantener el carácter totalmente femenino de las Vedmy y aumentar el ritmo de misiones nocturnas la llevó a adoptar un original sistema de organización. Como el biplano tenía dos plazas, piloto y navegadora, Yevdokia organizó una «carrera» por la cual las nuevas reclutas empezaban como personal de tierra, las mecánicas aprendían a ser navegadoras y estas entrenaban para convertirse en pilotos: que el Po-2 fuera un excelente avión de entrenamiento le facilitó mucho esta labor. Además de este programa de promoción interna, estableció un servicio en pista de corte «taylorista», por turnos horarios y con funciones específicas para cada miembro del personal, lo que le permitió aumentar la frecuencia de salidas de bombardeo a unas quince por aparato y noche, mayor que cualquier otra unidad similar.

Las Brujas de la Noche obtuvieron el rango de Regimiento de la Guardia Tamán, por sus acciones en el mar Negro durante 1943. Terminaron la guerra habiendo realizado veinticinco mil misiones y arrojado veintitrés mil toneladas de bombas. Algunas de las pilotos completaron más de mil salidas; para hacerse una idea de lo que supone física y psicológicamente hay que tener en cuenta que la US Air Force establecía para sus tripulaciones un programa de veinticinco misiones como máximo para evitar el desgaste por estrés. El extremo riesgo que padecieron en combate lo ejemplifica dramáticamente la misión del 31 de julio de 1943, donde la aparición de un solitario caza nocturno alemán supuso la pérdida de cuatro biplanos en unos pocos minutos en el día más negro de la historia de las Brujas; las bajas totales en la guerra ascendieron a una de cada cuatro muchachas.

Al acabar la Gran Guerra Patriótica los tres regimientos fueron disueltos y la mayoría de las chicas supervivientes volvieron a sus estudios universitarios, la vida laboral o fundaron familias. Algunas de ellas pasaron a la aviación civil y muy pocas pudieron continuar su carrera militar. Este lógico deseo de reincorporarse a la normalidad después del conflicto se interpretó tradicionalmente como un síntoma de que no combatían demasiado bien, razonamiento absurdo aplicable a cualquier unidad masculina desmovilizada. Nada más lejos de la realidad: casi un millón de mujeres soviéticas luchó en la guerra contra los nazis —solo la URSS incorporó féminas en roles de combate—, totalizando unos noventa nombramientos como Heroínas de la Unión Soviética. De los treinta y tres concedidos a las aviadoras, nada menos que veinticuatro pertenecen a las Brujas de la Noche.

Es interesante destacar algunos aspectos relacionados con el género: en primer lugar, la evolución observada en sus camaradas varones, que pasaron del escepticismo inicial a la completa aceptación y reconocimiento de sus habilidades en todos los casos. Markov es muy explícito en sus apreciaciones, no solo sobre la elevada capacidad técnica de las mujeres que manejaban el Pe-2 —orgullo de la ingeniería soviética—, sino de su alto grado de cohesión y espíritu de combate. El 46.º Tamán también cuestiona el mito machista del mal funcionamiento femenino como equipo; la teoría de Bershanskaya se mostró correcta, y uno de los fundamentos del éxito de su unidad estriba en los fuertes lazos de compañerismo entre las chicas. En las memorias de todas ellas los hombres pasan prácticamente desapercibidos, lo que apunta en este sentido más allá de las diferencias de s*x*.

Aunque la guerra constituyó una excepción en la incorporación de mujeres en las Fuerzas Armadas Soviéticas sin demasiada continuidad posterior, su servicio en el Ejército Rojo demostró que podían combatir satisfactoriamente al mismo nivel —o superior— que los hombres. Sus historias personales de valor y sacrificio sobrepasan con mucho el reducido espacio de un único artículo.

https://www.jotdown.es/2018/11/las-brujas-de-verdad-vuelan-de-noche/
 
La Mata Hari del sur: "Soy la Reina de Corazones"

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Larissa, en sus veranos de soltera en Cannes. Muy creativa, en París se hizo fotógrafa. ÁLBUM FAMILIAR



Se llamaba Larissa Swirski. El autor de 007 se inspiró en ella para la amada del agente secreto en 'Casino Royale'

Estaba emparentada con los Romanov, casada con un aviador, fue doble espía en la II GM e intentaron vincularla con la explosión de Cádiz de 1947

Su hija nos cuenta la historia real y desconocida de esta singular Mata Hari del sur: la 'explosiva' Larissa, a la que Almudena Arteaga convierte ahora en personaje de su última novela

EN IMÁGENES: Álbum y secretos de la espía Larissa

A ojo, le calculó unos 30 años. «Se sentó frente al escritorio de la oficina, cruzó las piernas, ajustó el dobladillo de su vestido para revelar lo mejor posible, encendió un cigarrillo lentamente, inhalando y exhalando el humo de manera furtiva y reticente, mirando hacia abajo. Nariz larga y aguileña al mismo tiempo. Y luego me sonrió y dijo, en un inglés cosmopolita: "Soy la Reina de Corazones. ¿Quién eres tú?"».

La oficina estaba en Gibraltar y la escena ocurrió en realidad. Aparece, textual, en los archivos desclasificados del MI5, descrita por el jefe de los Servicios Secretos de Inteligencia británicos en Gibraltar, David Scherr. Fue en 1943: le impactó tanto que su experiencia acabó plasmada en un dibujo.

Al poco tiempo, la Reina de Corazones ya estaba trabajando como agente doble, para los nazis y para los aliados, durante la Segunda Guerra Mundial, en el Spy Row, como denominó el MI5 el entramado de espionaje y contraespionaje en Gibraltar y Campo de Gibraltar durante la contienda.

Dicen que esa mujer inspiró al mismísimo Ian Fleming, al que conoció en persona y con el que trabajó. Él la inmortalizó en su primera novela, 'Casino Royale': fue la arrebatadora Vesper Lind, el gran amor de James Bond.

Es también la misma mujer que ha inspirado a la escritora Almudena Arteaga el personaje central de su nueva novela, 'Cenizas de plata y sangre'. El relato sigue el hilo documental aparecido en el Archivo Municipal del Ayuntamiento de Cádiz, que alberga el llamado Archivo del General Varela.

En octubre de 1947, dos meses después de la Explosión de Cádiz, a manos de Varela llegó una carta manuscrita: «Si usted cree que la catástrofe ocurrida en Cádiz fue un acto de sabotaje, creo que podría contarle una historia interesante». La carta, firmada por «A. Reque», indicaba el presunto papel desempeñado por «una espía rusa» afincada en Puente Mayorga, una pedanía de San Roque, en el Campo de Gibraltar.

La misiva indicaba que la espía colaboraba «con el auxilio rojo». Sabía seis idiomas, y estaba «ligada maritalmente con un oficial de la Marina de Guerra». Varela desechó la información... porque ya sabía quién era esa bella mujer y qué hacía.

Siguiendo la pista de Almudena de Arteaga, Crónica logra poner nombre y rostro a la misteriosa «espía rusa». Porque en el Archivo de Varela también se encuentra el dibujo de un mapa que acompañaba a la carta, con las presuntas conexiones que partían desde Puente Mayorga, desde la casa en la que vivía la mujer. Y aparece un nombre: Larissa.

El historiador gaditano José Antonio Aparicio, especialista en la explosión que arrasó Cádiz dejando un rastro de 150 muertos y más de 5.000 heridos, no tiene duda de que Larissa «no tuvo nada que ver», como pensaba el propio Varela. «La catástrofe se debió al mal estado de conservación del material explosivo en la base de Defensa Submarina de la Armada». No habría habido sabotaje anarquista.


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Larissa, con el militar sevillano Manuel Romero. Se conocieron en una fiesta en Cannes. «A las cinco horas él le pidió matrimonio», cuenta la hija de ambos. ÁLBUM FAMILIAR



¿Y la mujer? Se llamaba Larissa Swirski, y efectivamente, era rusa y era espía, pero nunca fue espía rusa. El periodista Wayne Jameson le dedica un capítulo en su libro 'Esvásticas en el sur', basado en una investigación histórica que ha contado con el apoyo documental y los recuerdos de Liana Romero, la hija de Larissa.

Liana tiene 86 años y una cabeza llena de imágenes prístinas. «Mi madre se tronchó de risa cuando se enteró de que la querían implicar en lo de la explosión, aunque luego se mostró muy dolida», cuenta a este suplemento.

Liana Romero nos ayuda a desentrañar por completo el misterio de su enigmática madre. Nació en Odessa, la actual Ucrania, en 1910. Su familia pertenecía a la nobleza boyarda, emparentada con los Romanov y con el zar Nicolás II.

Con siete años estalló la Revolución: le destrozó la infancia ser testigo de cómo los bolcheviques asesinaban a su familia y le arrebataban todo. Pero la pequeña Larissa logró huir con su hermana y sus abuelos. En Yalta, según narra Jameson en su libro, fueron evacuados en un buque de guerra enviado por el primo del zar Nicolás II, el rey Jorge V de Inglaterra, para salvar a la escasa nobleza rusa que luego vagaría por Europa codeándose con la alta sociedad.

Todo esto determinaría más tarde que Larissa decidiese trabajar para los nazis.«Salió de Rusia huérfana y con una mano delante y otra detrás. Por eso desarrolló un odio cerval contra los soviéticos y el comunismo», explica su hija.

La diezmada familia acabó recalando en el fastuoso, moderno y desenfrenado Berlín de los años 20, donde mientras se lamían las heridas de la Gran Guerra se gestaba el caldo de cultivo que originaría la segunda. Allí estudió y aprendió idiomas: alemán, inglés, francés... y comenzó Medicina, que abandonó tras marearse en una de las primeras prácticas.

Muy creativa, se decantó por la fotografía y adquirió poco a poco un equipo fotográfico que le sirvió para abrir un estudio cuando se mudó a París con su hermana y su abuela. Su glamuroso origen y su personalidad impulsarían que llegase a retratar a figuras como Rodolfo Valentino o Josephine Baker, mientras se codeaba con Dalí o Coco Chanel, quien la reclamaba como intérprete para la clientela rusa que pasaba por su boutique en la rue Cambon.

Larissa pasaba los veranos en Cannes, en Villa Menival, un señorial edificio aún en pie. Y allí, en una fiesta, conoció a Manuel Romero Hume. Tenía el encanto irresistible de nacer y crecer en Sevilla, de padre sevillano y madre escocesa, en el seno de una familia acomodada y conocidísima a ambas orillas del Guadalquivir. Era militar.

«Se conocieron a las seis de la tarde. A las cinco horas él le pidió matrimonio. Eran las 11 de la noche, y ella dijo que sí», cuenta su hija, que nació justo un año después de la boda. «Tuvieron una luna de miel de 50 años, hasta la muerte de ella». Ligada maritalmente, decía despectivamente la carta que recibió Varela en 1947.

¿Sabía su marido a qué se dedicaría su mujer, pocos años más tarde? «Sí, claro que lo sabía», responde Liana. Manuel provenía de una familia de profundas raíces militares. Durante la Guerra Civil fue aviador.

También era íntimo del hermano menor de Franco, Ramón, el que en 1926 logró la hazaña del Plus Ultra, volando de Europa a América.

Años más tarde la providencia quiso que Manuel escapara del accidente aéreo que le costaría la vida al menor de los Franco, en octubre de 1938. Manuel había pasado la noche volando, regresó a casa y se quedó dormido: eso hizo que no llegara a tiempo para volar con Ramón. Dormir le salvó de la muerte.

Pero ¿cuándo fue el momento en el que Larissa, felizmente casada y con una hija en el mundo, decide convertirse en la Reina de Corazones? Tras la Guerra Civil, a Manuel, que todavía lloraba el fusilamiento de su hermano Guillermo en Paracuellos, lo destinan a Ceuta. La Alemania nazi ya había invadido Rusia, y en España y en muchos países se les veía ganadores y con simpatía.


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Ian Fleming, teniente de la Marina inglesa destinado en Gibraltar desde 1941.



Es en 1941, durante una visita a Tánger, cuando los servicios secretos alemanes contactan con la inteligente, sofisticada y políglota Larissa. Fue Johann Rudolf Recke, El Moruno, el responsable del espionaje y contraespionaje alemán en Marruecos y el Estrecho de Gibraltar.

«A mi madre le prometió la luna: que recuperaría su país, que visitaría la tumba de sus padres y que le sería devuelto todo lo que le había robado el comunismo». Larissa comenzó como espía en ese primer destino de su marido, en Ceuta, asistiendo a fiestas de la alta sociedad a las que tenía acceso por su matrimonio con un oficial y por su aristocrático porte eslavo. En ellas llegó a coincidir con Serrano Suñer, el ministro de Asuntos Exteriores y cuñado de Francisco Franco.

Poco después Manuel cambia de destino, cruzando el Estrecho: la Ayudantía de Marina de Puente Mayorga, en San Roque. La familia vive en una casa señorial con acceso a la playa, con vistas a Ceuta y al Peñón. La cercanía de Gibraltar y Tánger, en un país presuntamente neutral como España, hace que el lugar se convierta en epicentro mundial del espionaje.

Siempre estuvo protegida por el régimen franquista. Así se explica el pase expedido por Eleuterio Sánchez Rubio, alias el Abuelo, teniente coronel del Servicio de Información español en el Campo de Gibraltar, para que entrase en la Roca. Su hija aún lo conserva, y recuerda la misión en la que tuvo que fotografiar cómo habían quedado los tanques de combustible tras un ataque aéreo alemán en el muelle de Gibraltar.

Era 1943. Iban juntas. Solía llevar a Liana, para no levantar sospechas. ¿Una madre y su hija, espías? Imposible. Sin embargo, la misión estuvo a punto de costarle la vida: fue detenida y conducida a una habitación donde fue desnudada y registrada al milímetro. Su sangre fría hizo que metiese el minúsculo carrete de su Minox en uno de sus guantes, que luego recuperó.

Mientras, Francisco Franco vira su política con respecto al Eje. Seguía apoyándolo, pero intuyendo ya su derrota comienza a colaborar más con los Aliados. Ese mismo año, en 1943, Larissa recibe la visita su hermana, Ala.

Vivía en París y formaba parte de la Resistencia Francesa. Ala le muestra la verdadera cara del nazismo. La redada del Velódromo de Invierno, en París, las deportaciones de judíos hasta Drancy, al norte de la capital, y de ahí, hasta los campos de exterminio. Y también el sitio de Leningrado, las matanzas de Babi Yar y Odessa, donde habían nacido...

Su hija Liana tenía 11 años, pero recuerda: «Mi madre se echó a llorar. En ese momento decidió dejar de trabajar para la Alemania nazi. Podía haber decidido quedarse en casa, pero eligió ayudar a los buenos, aunque se jugaba la vida».

Ese mismo día salió de su casa en Puente Mayorga y cruzó a Gibraltar para ofrecer sus servicios de espionaje a los británicos. Como agente doble valía su peso en oro. Fue el mismo día en que la conoció el que sería su jefe, David Scherr, y se convirtió en Queen of Hearts para el MI5.

Scherr era también el superior de Ian Fleming, un joven teniente de la Marina inglesa destinado en Gibraltar desde 1941 para poner en marcha la operación Goldeneye.

En Puente Mayorga, la casa familiar frente al mar era un hervidero. «Venían alemanes, italianos, españoles e ingleses», recuerda Liana. Como Fleming, quien se convertiría en el autor de la saga de espionaje protagonizada por James Bond. Su ópera prima sería 'Casino Royale', y Larissa, su inspiración para construir a la primera mujer fatal de una serie de tantas como novelas escribió.

La siguiente, 'Operación Trueno', reflejaría una operación real y exitosa gracias a la labor de espionaje de Larissa: la destrucción de la 10ª Flotilla MAS italiana, con torpedos dirigidos por hombres rana que volaban los buques británicos en Gibraltar.

El final de la II Guerra Mundial fue también el de la espía, el de la Reina de Corazones. «Gente de renombre del Gobierno español contactó con mi padre para decirle que la actividad de su mujer le podía perjudicar, y que debía dejarla». Decidió abandonar. «Fue por amor a mi padre. Y de Puente Mayorga nos destinaron a Sevilla».

Quizá añorando el océano de Puente Mayorga, acabaron comprando una casa frente al mar, en Chipiona, donde pasar los veranos. Larissa vivió de manera anónima. Fue en Sevilla, el 13 de mayo de 1977, cuando la Reina de Corazones dejó de respirar mientras dormía. Se llevó con ella muchos secretos de una vida apasionante. Una vida de novela.



Frías, la pista anarquista que seguí


POR ALMUDENA ARTEAGA


Después de descubrir la carta guía que me dio las pautas para perfilar a la espía protagonista de mi novela 'Cenizas de plata y sangre', necesitaba armar el personaje del anarquista que colaboró con ella y así di con una nota informativa policial emitida el 3 de enero de 1948 por la Brigada Político-Social de la Dirección de Seguridad de la Zona del Protectorado, con el sello de 'muy reservado'.

"El pasado mes de mayo pasó clandestinamente de Francia y destinado a la región andaluza un destacado miembro de la CNT (fracción de Federica Montseny) llamado "FRÍAS", (...) tenía por objeto organizar en la región andaluza los grupos específicos que habían de llevar a efecto toda clase de sabotajes y actos vandálicos".

No sería extraño el 'modus operandi' ya que poco tiempo antes habían intentado atentar en Cataluña y en septiembre, tan sólo un mes después de la catástrofe de Cádiz (agosto de 1947), igualmente hicieron saltar por los aires un polvorín en mal estado de Alcalá de Henares.

Seguí buscando el rastro de 'Frías'. Por conducto de Tánger (estafeta Copérnico) se recibió de Toulouse (Francia) una carta donde 'Frías' comunicaba al Comité Nacional, entre otras cosas de menor importancia, la siguiente noticia: "Llego hoy de Cádiz, trabajo con nuestros hermanos de la Pirotécnica, pronto leeréis en la prensa mundial noticias sensacionales".

Finalmente, en la hemeroteca de 'Abc' (el rastro que deja la prensa siempre es una joya para los investigadores) di con una noticia del 17 de enero de 1933. Catorce años antes de la explosión del polvorín de Cádiz, antes de la Guerra Civil y en tiempos de la II República, fue detenido aquella madrugada un joven anarquista llamado Manuel Sánchez Frías junto a otros 39 compañeros, y llevado a la cárcel Modelo de Madrid... ¿Realidad o ficción? Les dejo que saquen sus propias conclusiones.


«Cenizas de plata y sangre» (ed. La Esfera de los Libros), de Almudena de Arteaga, a la venta el próximo martes.


https://www.elmundo.es/cronica/2018/11/07/5bdc9225e2704ee1108b463d.html
 
LEONOR DE AQUITANIA – Régine Pernoud
Publicado por Ascanio | Visto 11655 veces

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«Leonor, por la cólera de Dios, Reina de Inglaterra».

Realizar una reseña sobre un personaje histórico cuando ya existe un estupendo precedente nunca es tarea fácil. Pero Leonor no merecería sólo una biografía, sino muchísimas más, ya que forma parte de ese puñado de mujeres excepcionales que destacaron por no conformarse con el papel que la sociedad les otorgaba, y en el que figuran nombres propios como Hatshepsut, Isabel la Católica, María de Molina, Teresa de Jesús, Juana de Arco, Agustina de Aragón o Marie Curie; mujeres envueltas en un halo de leyenda como el que rodeó, ya en vida, a la duquesa de Aquitania, dos veces reina, de Francia y de Inglaterra.

Leonor de Aquitania nació a principios de la década de 1120 y, desde su infancia, se vio rodeada de un ambiente culto y cortés. Convertida, al morir su hermano, en la única heredera del vasto dominio aquitano, siempre sintió una inclinación natural por las letras y la música. Al contraer matrimonio con Luis VII, rey de Francia, Leonor entra en la Historia y, a partir de ese momento, todos sus actos y decisiones se funden con un siglo excepcional, salpicado de figuras como la de Enrique II, Tomás Becket, Bernardo de Claraval, Guillermo el Mariscal, Ricardo Corazón de León o Juan Sin Tierra. Años de religiosidad, de cruzadas, de trovadores y de poesía cortés que ella impulsará en gran medida, y en los que se asiste en las artes al nacimiento de un nuevo estilo, el gótico, que llegará a todos los confines del orbe cristiano y erigirá catedrales para acariciar, con los dedos del alma, la majestad de Dios.
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No es posible leer la biografía de Leonor de Aquitania sin caer preso de su personalidad arrolladora. Lejos de los cánones medievales de la mujer, la reina de Francia marcha con su marido a Jerusalén en plena cruzada; impulsa la nulidad de su casamiento para contraer matrimonio con Enrique II; es madre de diez hijos (dos con Luis VII y ocho con el rey inglés); recorre sus dominios con admirable tesón; se convierte en fuente de inspiración del amor cortés; subleva a sus propios hijos contra su padre e, incluso, encabeza una carta dirigida al mismísimo Papa de la siguiente manera: «Leonor, por la cólera de Dios, Reina de Inglaterra». Una mujer que, desgarrada por el dolor de ver a su hijo predilecto prisionero, se atreve a reprochar el comportamiento al propio Celestino III: «Los reyes y príncipes de la Tierra han conspirado contra mi hijo; lejos del Señor se le tiene en cadenas, mientras otros saquean sus tierras; se le sujeta mientras otros le flagelan. Y durante todo este tiempo la espada de San Pedro permanece en su vaina».

Régine Pernoud (Châteaux Chinon, 1909- París, 1998), medievalista rigurosa y narradora de excepción, se embarcó hace cuarenta años en una empresa nada sencilla: acabar con los mitos, leyendas y fábulas que acompañaron a la reina Leonor, no sólo durante su vida sino también tras su muerte. Para la historiadora francesa y doctora en Letras no sería un hecho aislado, ya que hizo de la lucha contra los prejuicios su leitmotiv, como dejaría patente en el brillante ensayo Para acabar con la Edad Media, publicado por la editorial Medievalia y cuyo rotundo título avanza el propósito de la autora, que no es otro que el de alumbrar la oscuridad medieval y desmontar de un plumazo la creencia generalizada de que el Medievo encarna, mejor que ninguna otra época, la ignorancia, el embrutecimiento y el subdesarrollo. En este caso ha sido Acantilado la encargada de traer al mercado español una reedición de esta estupenda biografía publicada por primera vez en 1969, fecha que, curiosamente, no se indica en el libro, pero que no constituye un olvido involuntario de la editorial como ya ha demostrado en otras de sus publicaciones. No es ésto lo único a destacar en las siempre impecables ediciones de Acantilado: en este caso encontramos también un par de erratas en los árboles genealógicos que ilustran el texto, y en los que se menciona a la esposa de Alfonso VIII de Castilla como nieta en vez de hija de Leonor, y a San Luis, rey de Francia, como Luis VIII en vez de Luis IX.

Con una figura histórica de la magnitud de Leonor –o Aliénor, como se la conoce en la historiografía francesa-, es fácil caer en la tentación de la hagiografía. Sin embargo, Pernoud levanta una muralla que mantiene alejados sentimentalismos, sensiblerías, leyendas y cuentos románticos trasnochados para construir una imagen sólida y bien documentada de una mujer con una fuerza y un empuje excepcionales, dotando al ensayo de amenidad sin perder un ápice de rigor. Esta medievalista francesa que, como Leonor, rompió moldes en una época en la que la investigación científica era terreno casi exclusivo del s*x* masculino, acerca al lector la figura de la reina de Inglaterra cuidando hasta el más mínimo detalle. Los capítulos de esta biografía, tan apasionante que se lee como una novela, están intitulados con elegancia y evocación, arrancan con unas bellas estrofas de amor cortés de Bertrand de Born, de Bernart de Ventardorn o de Peire Vidal, y su prosa es tan elegante, delicada y embaucadora que al acabar un capítulo no se puede evitar devorar el siguiente con fruición. La abundancia de anécdotas, el desfile de personajes, la vida cotidiana en la corte, las intrigas políticas, las guerras intestinas o los conflictos entre Iglesia y Estado transmiten la pasión de la autora y contagian su fascinación por un siglo deslumbrante y rebosante de Historia con mayúsculas.

Régine Pernoud
LEONOR DE AQUITANIA
Acantilado 2009

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LAS PERSONAS DE LA HISTORIA – Margaret MacMillan
Publicado por Rodrigo | Visto 206 veces

«La historia de nuestro siglo, como la de los precedentes, habría podido desarrollarse de otra manera: basta imaginar, por ejemplo, un año 1917 en Rusia sin Lenin, o una Alemania de Weimar sin Hitler». François Furet

Para contrariedad de ciertas escuelas de pensamiento, empecinadas en asignar una preponderancia absoluta a la acción de fuerzas impersonales en la historia -el peso de los llamados “determinantes abstractos” o “factores estructurales”-, la personalidad sí incide en el curso de los acontecimientos, para bien o para mal, y debe ser considerada entre los agentes que dan forma al devenir histórico. Ejemplos no faltan, al contrario: el siglo XX exhibe cantidad de casos ilustrativos y asaz dramáticos, entre otros los de Lenin y Hitler, quienes contribuyeron como pocos a hacer de la pasada centuria una nefanda era de extremos. Considérese también el caso de Churchill: el mayo de 1940 lleva su singularísima impronta, clave en el derrotero de la Segunda Guerra Mundial. Considérese la Italia de Mussolini, los Estados Unidos de Franklin Delano Roosevelt o la Unión Soviética de Stalin. Retrocediendo en el tiempo, podemos imaginar una Atenas sin Pericles, una Roma sin Julio César, una Francia sin Napoleón: un abismo de (hipotéticas) diferencias. En un específico plano de la realidad, téngase en cuenta al mismísimo Karl Marx, epónimo de una de las manifestaciones insignes del determinismo histórico y su principio de la inexorabilidad de las leyes históricas (otro nombre para los factores impersonales); la huella del marxismo en el siglo XX es de las más profundas, dejando a su gestor intelectual en la primera línea de los pensadores influyentes. Ahora bien, la personalidad descollante no opera desvinculada del contexto ni a pesar de las circunstancias; éstas deben confluir de tal manera que resulten propicias a la emergencia del liderazgo extraordinario o a la plasmación del papel crucial. Por decirlo con una perogrullada: el lugar y el momento deben ser los adecuados. También es cierto que el estudio de la personalidad en la historia no opera necesariamente en contradicción con el paradigma de las corrientes históricas o tendencias de largo aliento, ni con el enfoque puesto en las tendencias de corto plazo. Aun admitiendo la importancia de ciertos individuos como agentes de la historia, no es un modo apropiado de comprenderla el hacer de ellos unos héroes -o unos malvados- de proporciones míticas, como si se bastasen en solitario para movilizar grandes agrupaciones humanas, arrastrar tras de sí a las instituciones y moldear épocas enteras. La biografía no colma los márgenes de la historiografía.

La historiadora canadiense Margaret MacMillan, una conocida en nuestra casa, practica en Las personas de la historia una suerte de reivindicación del rol histórico de los individuos. Aunque el liderazgo sea una de las aristas ineludibles del libro, no es en absoluto su eje vertebrador, como pudiera inferirse del subtítulo de la edición española (Sobre la persuasión y el arte del liderazgo; en la edición original: ‘History’s People: Personalities and the Past’, 2015). El verdadero tema es la personalidad influyente en términos muy genéricos, y en su rastreo la autora abarca un universo que excede la esfera del liderato en sentido estricto, al punto de incluir un capítulo abocado a la categoría de los “observadores”: personas que tomaron nota de lo que vieron y que legaron a la posteridad invaluables testimonios, como los del emperador mogol Babur (que destaca a la vez como líder político-militar y como memorialista), el diplomático canadiense Charles Ritchie, el conde Harry Kessler o el filólogo judeo-alemán Victor Klemperer. El enfoque de MacMillan está presidido por la idea de que el factor emocional es fundamental en el escrutinio del rol histórico de la personalidad, tanto por lo menos como la racionalidad. «El miedo, el orgullo o la ira -afirma la autora- son emociones que crean actitudes y decisiones, tanto o quizá más que el cálculo racional». Asumida esta premisa, MacMillan articula un conjunto de semblanzas y consideraciones que comprende tanto celebridades universales como personas de menor fama pero destacables en su campo, varios de ellos de nacionalidad canadiense; una mixtura encomiable puesto que amplía la mirada y otorga un aire de frescura al libro, eximiéndolo de los riesgos de optar sólo por lo consabido.

La estructura del ensayo obedece a un número acotado de características que la autora tiene a bien destacar, abordándolas en sendos capítulos: la persuasión, la osadía, la arrogancia, la curiosidad y la observación. La tercera de ellas anticipa otra de las cualidades del libro, a saber, el sentido crítico o falta de complacencia ante el rango o el impacto de los individuos seleccionados. Sin llegar a preterir diferencias insoslayables, MacMillan hace comparecer ante el tribunal de la arrogancia lo mismo a dirigentes de estados democráticos como Woodrow Wilson y Margaret Thatcher que a dictadores como Hitler y Stalin. En esencia, el error de creerse siempre en posesión de la verdad y de actuar en nombre de fuerzas superiores es una forma de hybris que eventualmente hace presa no sólo de gobernantes de estados totalitarios (esto es, el tipo de régimen que solemos asociar con la puesta en marcha de programas de transformación radical de la sociedad, inspirados por cosmovisiones de raigambre utópica y determinista). En tiempos de crisis e inestabilidad social, la necesidad hace del mesianismo una tentación especialmente sugerente, y no son raros los dirigentes que sucumben al atractivo de presentarse como agentes de un cambio radical. No cautivarían a las masas si se mostraran motivados únicamente por la ambición; esta suele ir disfrazada o combinada con una dosis de altruismo e idealismo, o el afán de servir al bien común. Embarcados en proyectos grandiosos, los tropiezos de estos dirigentes implican con frecuencia un tremendo costo para sus pueblos, además de sumir en el desprestigio ideas eventualmente valiosas (una de ellas, por ejemplo, la Sociedad de Naciones impulsada por Wilson). Con todo, es evidente que el peligro mayor acecha cuando se amalgaman la demagogia, el dogma ideológico y la convicción mesiánica con la ambición personal y el liderazgo carismático: ni más ni menos que la amenaza de los profetas armados y sus evangelios de salvación, genuina tara del siglo XX.

Para ilustrar la relevancia de la curiosidad, MacMillan echa mano sobre todo de las mujeres. Es de suponer que nombres como Elizabeth Simcoe, Fanny Parkers, Edith Durham o Ursula Graham Bower dirán poco a la mayoría de los lectores en lengua hispana, posiblemente a los de cualquier lengua (incluida la inglesa), pero su inclusión tiene mucho sentido. Lo mismo que representan a la curiosidad, también podrían haber representado a la audacia y a la observación. Viajeras, escritoras, artistas, investigadoras, todas ellas -de origen británico- desbordaron el estrecho margen de acción que los prejuicios sexistas reservaban a las mujeres de sus respectivas épocas (desde fines del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XX), registrando con tanta agudeza como avidez cuanto veían en sus travesías por tierras lejanas: Canadá, Elizabeth Simcoe; la India, Fanny Parkers; los Balcanes, en el caso de Edith Durham; India y Birmania, en el de Bower. Aunque sus escritos -diarios, cartas, memorias, libros de viajes, estudios etnográficos- no estén siempre libres del característico barniz de superioridad de la mirada colonialista o etnocentrista, estas mujeres supieron desgarrar el velo del prejuicio cultural y penetrar muchas de las singularidades de los pueblos aborígenes, llegando a enamorarse de ellos. Deslumbradas por el colorido y lo que tomaban por espontaneidad y vivacidad de las costumbres vernáculas, la vuelta a la madre patria solía producirles el efecto del retroceso a un mundo frío, opaco y deformado por los vicios de la civilización. En no pocas ocasiones, ellas adoptaron posturas que iban a contracorriente de la opinión o el sentir predominante en la metrópoli (y sus representantes). Elizabeth Simcoe, por ejemplo, aborrecía el tratamiento de bárbaros que los europeos deparaban a los nativos americanos. Fanny Parkes criticó el fervor evangélico que cundía en la colonia británica de la India, el que, en pleno siglo XIX, apenas ocultaba la arrogancia imperialista de sus compatriotas, demasiado ansiosos de acentuar las diferencias culturales con sus subordinados, los nativos que ella, por el contrario, aprendió a admirar. Edith Durham abogó por la causa albanesa en los días en que el pequeño país luchaba por su independencia, una lucha que resultaba del todo indiferente a los círculos oficiales del Reino Unido. (Hoy en día, Durham es mejor recordada en Albania que en su propia patria.) Verdaderas exploradoras de mundos extraños, estas y otras mujeres atestiguan el valor de la mirada desinteresada y de la apetencia del conocimiento directo.

Indviduos como Winston Churchill, que dio cara a la adversidad en una de las horas más peligrosas para el Reino Unido, oponiéndose a la atmósfera derrotista que atenazaba al país, o como el navegante y explorador Samuel de Champlain, que a principios del siglo XVII fundó la colonia francesa del río San Lorenzo -base del asentamento francés en el Canadá-, ilustran los méritos de la osadía. El espíritu aventurero, la capacidad de afrontar riesgos, la disconformidad con las convenciones y las verdades establecidas, el ver oportunidades donde la mayoría ve obstáculos: estas variantes de la osadía son el punto de partida de las empresas que hacen historia, desde la conquista de nuevos mundos a los hitos señeros del arte y el conocimiento. De observadores como los mencionados Babur, Klemperer y otros MacMillan enaltece atributos como «el ojo avizor para los detalles significativos, la capacidad de ver lo absurdo en gran parte de los asuntos humanos, el sentido de la ironía y, sí, la afición al chismorreo». Sin su determinación de tomar nota de lo que vieron, agrega, nuestro conocimiento del pasado sería menos preciso.

«El estudio de los individuos de antaño (…) nos hace conscientes de la importancia de las contingencias y del momento», escribe la autora. Preguntarse sobre lo que hubiera pasado si otros hubieran ocupado el lugar de Churchill, o Stalin, o Hitler -o de tantas otras personalidades señeras- nos ayuda a pensar mejor la historia, es decir, a pensar sobre nosotros mismos y sobre nuestro presente.

En suma, pues: un libro interesante.

– Margaret MacMillan, Las personas de la historia: sobre la persuasión y el arte del liderazgo. Turner, Madrid, 2017. 296 pp.

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JULIUS CAESAR: A LIFE – Patricia Southern
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Gayo Julio César es el personaje perenne de la historia romana, sobre el que siempre se vuelve. Su vida, carrera y obra es la más conocida de la historia de Roma, gracias al hecho de que su período es el mejor documentado de esta civilización y sobre él hay relatos de autores romanos durante varios siglos. Tuvo el acierto –y el oportunismo propagandístico– de escribir dos esbozos de obras históricas, sus comentarios sobre la guerra de las Galias y sobre la guerra civil de los años 49-47 a.C. (añadamos los textos sobre la guerra africana y la guerra hispana de los años 46-45 a.C incluidos en el Corpus cesariano), que permitieron que generaciones de lectores conocieran, «de primera mano», lo que hizo en ambas contiendas. Contamos con el testimonio explícito de Cicerón en muchos de sus discursos y sobre todo en su correspondencia con Ático y algunos amigos y familiares (Bruto, su hermano Quinto, el propio César en unas pocas epístolas) y con relatos casi contemporáneos como Salustio (su monografía sobre la conjura de Catilina), para, ya en las siguientes dos generaciones, las obras de Tito Livio y Veleyo Patérculo. Con casi dos siglos de distancia nos quedan las biografías de Plutarco (incluida la suya), Suetonio (su biografía, para la que pudo tener acceso a documentación de archivo) y Apiano (su historia de las guerras civiles), siendo la historia de Dión Casio (ya en el primer tercio del siglo III de nuestra era) una obra muy posterior al personaje pero también valiosa (y discutible). Todos ellos, empezando por el propio César, crearon una imagen del personaje «diferente» en cada caso, partiendo de fuentes similares pero también diversas (la historia perdida de Asinio Polión sobre el período de los años 60-42 a.C. influyó en algunos de esos autores). La leyenda, acicateada por el heredero de César, Octavio/Augusto, se forja, mezcla, amplía, difunde y mitifica, hasta el punto de que parece confundirse la vida del personaje con esa leyenda que la cultura popular del último siglo y pico ha llegado a exacerbar (del cine a la televisión, sin obviar la masa de novelas históricas que sobre el personaje se ha escrito, con mejor o peor pluma). Y más en un personaje siempre de candente actualidad: «[…] cada generación lo contempla a la luz de su propios tiempos, por lo que, al final, resulta cuestionable si en algún momento hubo un César real» (p. 9, traducción propia).

Tratar de dejar la leyenda a un lado y situarse en el hombre y en lo que hizo en cada momento, a partir de un estudio crítico de las fuentes, es la labor que Patricia Southern (n. 1948) se ha propuesto con una obra que excede los márgenes a menudo borrosos de la biografía y que ya en el título deja claras sus intenciones: Julius Caesar: A Life (Amberley Publishing, 2018). Como la autora remarca en un primer capítulo, “Caesar: An Extraordinary Life”, a menudo la escritura histórica no puede evitar vestirse con la ventaja que supone la presciencia que nos da analizar los hechos conociendo sus consecuencias. «En cada momento significativo durante la carrera de César, es tentador reconocer los aspectos y las características que le ayudaron a resolver sucesivos dilemas, y aunque esto puede ser útil también puede hacer que parezca que el auge hacia el poder era inevitable, un progreso fluido a partir de un objetivo planeado y hacia otro objetivo planeado, superando obstáculos y la oposición hasta que se alcanzara la meta final. Este enfoque no tienen en cuenta los contratiempos documentados y los no documentados, los fracasos, las oportunidades perdidas y los retrocesos, las revisiones de los planes y la a menudo despiadada manipulación de las personas y los sucesos que permitieron a Cesar sobrevivir y seguir adelante con sus ambiciones intactas» (p. 11, traducción propia). Y es algo que los autores antiguos que escribieron sobre él, especialmente los más tardíos, hicieron: establecer un camino que no necesariamente estaba claro en vida del personaje. César mismo era consciente de sus habilidades y capacidades, y las explotó, «pero no era omnisciente, sobreviviendo muchas veces por un pelo gracias a una combinación de determinación, rapidez mental, oportunismo y, muy a menudo, una cierta dosis de suerte» (p. 12, traducción propia). En cualquier momento pudo morir por una enfermedad, sucumbir en un combate o ser asesinado (antes de los Idus de Marzo), o pudo tener que lidiar con una derrota política o militar que lo hubieran condenado a la oscuridad, comenta Southern.

Y es que, básicamente, la «historia» de César comienza con su pretura, o especialmente su primer consulado, y se convierte en la figura «extraordinaria» en sus últimos quince años de vida. Antes del año 59 a.C., César era un senador más, un hombre que, como tantos otros que formaban parte de la nobilitas de ese período, trataba de desarrollar una carrera política que lo condujera a lo que todo miembro de esa nobilitas aspiraba: el consulado, lo más alto que, en cuestión de ejercer el poder, podía ejercer un romano de la élite. «Si César hubiera muerto en el año 61 a.C. [durante su propretura en Hispania], sin haber alcanzado el consulado y sin ser descendiente de una importante familia en ese momento y con una larga y ancestral línea de cónsules que habían realizado varias hazañas en defensa de Roma, apenas habría dejado una impresión en la historia romana» (p. 15, traducción propia). Son esos quince años finales de su vida, profusamente documentados, los que formaron el legado de su «grandeza» y reputación en el mundo antiguo… y el moderno.

Leyendas al margen sobre combates en la cuna contra serpientes –del mismo modo que el mito del niño Octavio que mandó callar a las ranas– y anécdotas como la altanería mostrada ante los piratas que lo secuestraron en su camino a Rodas, entre otras muchas, César no parecía más «predestinado» que sus coetáneos de la élite a alcanzar y retener el poder. Fue a partir de su consulado e incluso durante si edilidad, a causa de decisiones y comportamientos que tomó, cuando algunos contemporáneos suyos, como Cicerón, «reconocieron» una tendencia al despotismo. El modo en el que, por ejemplo (según el relato de Suetonio), humilló a Lúculo en una sesión del Senado durante su consulado, cuando éste se opuso a que fueran ratificadas las disposiciones de Pompeyo en el Este, y cómo lo hizo caer de rodillas y suplicar –ya fuera un acto de cobardía por parte de Lúculo o un gesto para mostrar abiertamente hasta dónde llegaban los rasgos de tiranía en César–, debió de dejar perplejos a sus colegas. Del mismo modo, sus «hazañas» durante mando en las Galias (58-50 a.C.), engrandecidas en unos «comentarios» que trataban aparentemente de ser informes «oficiales» –pero no escondían propósitos de propaganda– o la celeritas (rapidez) con que se movió durante las (interminables) guerras civiles de los años 49-45 a.C. –siendo el famoso lema veni, vidi, vici (llegué, vi y vencí) el epítome de todo ello–, por no hablar de su clementia (que engañó a pocos, pues dejaba entrever que todo el mundo estaba a su merced… excepto Catón, que se negó a permitir ser perdonado y prefirió suicidarse), no dejaban de ser (múltiples) evidencias de una leyenda que el propio César ayudó a crear. Una leyenda rosa que se teñiría de negro cuando, en sus últimos meses de vida, acumuló inmensas cotas de poder, más que ningún romano hasta entonces, y toda una sucesión de honores que hicieron pensar a no pocos (amigos y especialmente enemigos) que su propósito en la vida era alcanzar un poder absoluto, algo nefas para los romanos fervientemente creyentes en el componente «republicano» del Estado romano (la res publica).

De este modo, pues, tratando de ponernos en el preciso contexto en el que vivió y actuó César, es como Southern ha escrito una biografía que, por méritos propios, podemos ubicar entre los mejores libros sobre el personaje. Y todo ello teniendo en cuenta las fuentes de que disponemos, lo que nos cuentan de ello y especialmente cómo lo cuentan. César mismo, Cicerón, Salustio, Veleyo, Plutarco, Suetonio, Apiano, Dión Casio y alguno más son las fuentes principales sobre el personaje, pero no cuentan las cosas de la misma manera, como Southern apuntilla a menudo. Tal asevera esto, pero obvia el contexto, o tal cuenta esto sobre una campaña en las Galias o un aspecto de la guerra civil, pero César no lo menciona en sus comentarios. Es constante la crítica de las fuentes, del mismo modo que se apoya la autora en la bibliografía moderna y no cualquiera. Southern aporta dos páginas de bibliografía, entre obras antiguas y obras modernas, pero entre estas están aquellas que son las más relevantes sobre el período de César. Obras en inglés, por supuesto, o traducidas al inglés, como la biografía de Luciano Canfora; pero desde luego no faltan las consideradas mejores biografías de César (incluida la de Canfora, algo que no suele suceder a menudo), como son la de Matthias Gelzer (traducción inglesa de 1968, orig. alemán de 1921), la de Christian Meier (traducción inglesa de 1995, original alemán de 1982) y la de Adrian Goldsworthy (2006, aunque personalmente tenga mis reservas sobre éste). No falta la obra seminal de Ronald Syme (The Roman Revolution, 1939, traducción española de Taurus en 1989, reeditada en 2010 por Crítica), estudios como los de P.A. Brunt (Social Conflicts in the Roman Republic, 1971) o Lily Ross Taylor (Party Politics in the Age of Caesar, 1949), entre otros, todos ellos imprescindibles. Del mismo modo que la autora trata convenientemente a las fuentes antiguas, hace lo propio con las interpretaciones de los autores modernos, citando ora aquí y ora allá a Meier y Gelzer (sobre todo).

Detalle importante es que Southern expone y analiza, en ocasiones con un énfasis que no suele abundar en una biografía para un público amplio, diversas cuestiones sobre el personaje: por ejemplo, hasta qué punto estuvo implicado, y si resulta «creíble» el hecho, en la llamada «primera conjura de Catilina» (cui bono, como dicen los clásicos, o qué tenía que ganar con ello); cómo considerar el pacto privado que conformó el mal llamado «Primer Triunvirato» que reunió a César, Pompeyo y Craso (y si se forjó antes de o durante el primer consulado del personaje, en el año 59 a.C.); cuál fue la estrategia «real» de Pompeyo a la hora de enfrentarse a César en la guerra civil de los años 49-48 a.C.: no tanto si fue acertada o no su decisión de llevar la guerra a Grecia, como interpretar hasta qué punto tenía decidida esta decisión o si fue un working progress; o, para rematar, hasta qué punto César calibró los numerosos honores y poderes recibidos en sus últimos meses de vida. La autora expone, a partir de las fuentes, e interpreta (a menudo dejándose llevar por la «lógica»), pero no impone una única interpretación (aunque, desde luego, tiene las suyas).

El hecho de que sepamos más, o la leyenda del personaje sobredimensione más, de los últimos quince años del personaje, de su primer consulado a su asesinato, no significa que este período (60/59-44 a.C.) tenga más peso en el libro. A diferencia del libro de Jérôme Carcopino, Julio César: el proceso clásico de la concentración del poder (original francés de 1936, traducción española en 2004; no se menciona en la bibliografía), que comienza su relato con un César ya crecidito (a la muerte de Sila, en 78 a.C.), y al que apenas dedica unas pocas páginas sobre su «formación», Southern no da mayor énfasis a los años de madurez política del personaje; de hecho, un tercio largo del libro transcurre antes del año 59 a.C. y se ofrece una amplia y detallada panorámica de la Roma del período, así como la biografía de César. Dos capítulos están dedicados a las campañas gálicas: uno sobre las tribus galas y la situación «política» que se encontró César, así como la manera de guerrear de estos y el tipo de ejército romano que él forjó, y otro sobre las propias campañas durante los años 58-50 a.C. Del mismo modo, la guerra civil de los años 49-45 a.C. se desarrolla en cuatro capítulos: las causas y el camino hacia ella en la misma década de la guerra de las Galias, la escalada hasta el cruce del Rubicón (punto de no retorno), las campañas de los años 49 a 47 a.C. y las de los años 46 y 45 a.C., sin dejar a un lado las reformas políticas de César. Queda un capítulo final sobre los últimos meses del personaje, la acumulación de poderes y honores, y la conjura y asesinato.

El resultado es un libro que, como su espléndida biografía de Augusto (1998, 2ª edición en 2014, traducción española en 2013), trasciende lo puramente biográfico y se erige en una valiosa monografía sobre el personaje y su época, sobre su carrera política y la Roma que lo albergó y vio, con mayor o menor reticencia, alcanzar un poder que en todo era monárquico menos en el nombre. Su heredero, Gayo Octavio –tanto de su fortuna como de su nombre («tú, muchacho, que todo lo debes a un nombre», como le reprocharía Marco Antonio) y su «legado» político–, engrandecería su leyenda, pero también aprendería de los errores y la imprudencia de César: «Octaviano aceptó su posición como heredero de César y se aferró a ella con tenacidad durante los siguientes cincuenta años, remodelando el Imperio lenta y pacientemente, quizá de un modo parecido al que César tuvo en mente, pero con mucha menos prisa. César fue un hombre que tenía prisa y en su frenético deseo por rápidos resultados abandonó la tradición y pisoteó a aquellos que se agarraban a ella. Octaviano fue más afortunado ya que tuvo más tiempo para alcanzar aquello que quería y en el 27 a.C. un Senado agradecido le cambió el nombre por el de Augusto. Se convirtió entonces en el primer emperador de Roma, utilizando el nombre personal de Imperator con el que se distinguió a César y con más poder en sus manos que cualquier rey» (p. 299, traducción propia).

Otro buen libro que merecería una traducción española

http://www.hislibris.com/julius-caesar-a-life-patricia-southern/#more-24315
 
HISTORIA Y LITERATURA
Y estalló la paz: el fin de la I Guerra Mundial según Pla, Gide y Virginia Woolf
El lunes 11 de noviembre de 1918, hace 100 años, la delegación alemana firmaba el armisticio que ponía fin a la Gran Guerra


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Soldados franceses celebran el fin de la I Guerra Mundial

JORDI COROMINAS I JULIÁN
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10/11/2018
Estamos en Compiègne. A las cinco y veinte de la mañana del lunes 11 de noviembre de 1918 la delegación alemana firma el armisticio que pone fin a la Primera Guerra Mundial ante la atenta mirada de sus homólogos franceses. En cierto sentido se cumplía la primera parte de la venganza por la derrota gala años atrás, cuando en 1870 la caída del segundo imperio napoleónico propició el ascenso del alemán, la unificación del país teutón y el inicio de más de siete décadas de rivalidad insana entre ambos países por el dominio del Viejo Mundo.

La noticia corrió como la pólvora en un planeta mucho más lento que el actual. En ocasiones contemplamos los acontecimientos históricos desde una perspectiva intemporal, como si fueran entes independientes que apenas afectaran al devenir de las personas, seres inmersos en una periodicidad ajena al ruido del campo de batalla. Las fuentes desmienten esta última afirmación y nos permiten conocer de primera mano cómo lo mínimo se mezclaba con lo máximo a través de las confesiones y puntos de vista registrados en el trabajo diarístico de varios escritores de renombre.

Josep Pla llega tarde a casa
El 7 de noviembre de 1918 Josep Pla (Palafrugell 1897-Llofriu 1981) llegó demasiado tarde a casa. Sus padres se enfadaron y él se sintió inútil por completo, como si fuera incapaz de servir para nada más que vaguear. El 'Quadern gris' se publicaría en 1966 y todos los expertos están de acuerdo en considerarlo un diario en perpetua reelaboración. A partir de eso es fácil dudar de su autenticidad, sin que ello implique menos placer lector, pues ese dietario de juventud se halla entre las mejores obras publicadas en la península ibérica durante la pasada centuria.




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Josep Pla


El 10 de noviembre Pla dice que en Alemania todo el mundo abdica. La ubicación de la frase es genial. La sitúa en un aparte entre una charla con una señora que irá a una reunión de las hijas de María y la tristeza de la jornada, peligrosa y ofensiva, ideal para perpetrar cualquier tontería. La entrada se cierra con una crítica a Cataluña desde la reflexión nietzschiana de la belleza como riesgo.

Cuando han vencido, los vencedores me interesan menos que antes de serlo

Tras despertar queda para pasear con un pianista y por la tarde se reúne con un grupo de amigos. Justo antes de irse a la cama surgen los rumores de armisticio, confirmados por la mañana. En Palafrugell se organiza una manifestación con una orquesta dotada de bombos y platillos. Pla la juzga con su habitual parsimonia como un entusiasmo sin gravedad superficial. La guerra ha sido práctica para llenar las charlas durante cuatro años y medio en los cafés. Una vez termina lo que define como una fiesta cívica republicana con sardanas y discursos envalentonados por el alcohol se retira pronto a sus aposentos y entonces, una seña de identidad del libro y toda su monumental prosa, emite un buen caudal de sus frases lapidarias. "Cuando han vencido, los vencedores me interesan menos que antes de serlo. La Historia, lo que la gente define así, me gusta sobre todo leerla en la cama".

Pla vuelve a su normalidad en un periquete. El 13 de noviembre se asombra por la conclusión del conflicto, al que todos se habían acostumbrado. Dos días más tarde menciona la ocupación de Fiume por parte del poeta D’Annunzio, en un imperdonable error cronológico, pues ese preludio estético del Fascismo acaeció en septiembre de 1919.

Virginia Woolf se emborracha
En Londres, mucho más que en la supuestamente neutral España, sí había motivos de celebración. El 11 de noviembre de 1918 Virginia Woolf (Londres 1882-Sussex 1941) escribe lo siguiente en su 'Diario', recuperado recientemente por Tres Hermanas Ediciones: "Hace veinticinco minutos los cañones dispararon anunciando la paz. Una sirena silbó en el río. Aún siguen silbando. Unas cuantas personas se asomaron a la ventana. Los grajos revolotearon y, durante unos momentos, fueron la representación simbólica de unas criaturas que realizan una ceremonia, en parte de acción de gracias, en parte de despedida, sobre la tumba".



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Virginia Woolf


El martes opta por no conformarse con el aspecto visible del cese de hostilidades y acude junto a Leonard a Londres. En el tren una mujer gorda, desaliñada y medio borracha insistía en darle las gracias a los soldados, a los que dio de beber una botella de cerveza. En la ciudad el panorama no era muy distinto. Los párrafos posteriores muestran un desprecio de clase ante la alegría reinante, con el pavimento embarrado por la lluvia y una multitud desatada entre alcohol, banderas, taxis abarrotados y una emoción colectiva sin centro ni forma.

El armisticio cayó como una enorme piedra en una charca donde los remolinos seguirán ondeando en su orilla más alejada

Al cabo de unos días las preocupaciones se tornan ordinarias. No tiene dinero para comprarse otro cuaderno. La paz se ha disuelto en la luz de la cotidianidad. Los beodos disminuyen y ha llegado la hora del cambio mental, de volver a ser una nación de individuos. Se intuyen elecciones, la lucha política retoma sus hábitos y para más inri aparece en casa T.S. Eliot, al que define como "un joven norteamericano refinado, cultivado y minucioso, que habla tan lento que asigna a cada palabra un acabado especial desde un poso demasiado intelectual e intolerante". La visita del autor de 'La tierra baldía' constituye un paréntesis antes de una toma de conciencia personal que bien podría simbolizar el cosquilleo de muchos europeos en aquel instante histórico: "el armisticio y sus consecuencias cayeron como una enorme piedra en una charca donde los remolinos seguirán ondeando en su orilla más alejada. Un aviso para navegantes, metáfora de un silencio nunca cancelado".

André Gide borra su pasado
El siglo XXI ha olvidado en demasía la grandeza de André Gide (París 1869-1951), quien en la Europa revolucionada de aquel entonces era considerado el contemporáneo capital. Suya es la invención moderna de la metaliteratura con 'Paludes', la creación del acto gratuito surrealista en 'Los sótanos del Vaticano' antes de André Breton o la gestación de la 'Nouvelle Revue Française', un faro cultural que no empañaba su inmenso error de haber rechazado 'A la búsqueda del tiempo perdido' de Marcel Proust para el catálogo de Gallimard.



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André Gide


El paso de los años ha perjudicado toda la inmensidad del escritor francés, pionero en hacer públicas sus libretas privadas. Antes de este paso su 'Diario' es un compendio de los dimes y diretes de la vida literaria europea con muchas anotaciones que demuestran el sinfín contradictorio de una personalidad encerrada entre la excelencia de su reputación y una serie de problemáticas derivadas de su sexualidad.

Los escritos privados no suelen tener ninguna regla fija. En octubre de 1918 Gide escribió mucho para sí mismo. Comentaba sus lecturas, el avance de su propia obra y los sinsabores del día a día. En noviembre no lo retomó hasta el 21 del mes, en lo que sin duda es la entrada más significativa de esas tres mil páginas que abarcan casi toda su existencia: "Madeleine ha destruido todas mis cartas. Acaba de confesármelo y me trastorna. Lo hizo tras mi partida para Inglaterra. Sabía que había sufrido de modo atroz al irme con Marc. ¿Debía vengarse sobre mi pasado? Desaparece lo mejor de mí y no nivelará lo peor. Durante más de treinta años le di, y sigo dándoselo, lo mejor de mí día tras día. De golpe, me siento arruinado. No tengo ánimo para nada. Me mataría sin apenas esfuerzo".

La nota sigue. Gide habla de la tristeza de saber que es ella quien ha perpetrado tal crimen cancelando su memoria. Su matrimonio con su prima carnal Madeleine era blanco. Desde la revelación de 'Biskra', cuando Óscar Wilde le sirvió en bandeja su primera relación homosexual, el Premio Nobel de 1947 rechazó la carnalidad femenina. La muerte de su madre en 1895 precipitó el compromiso nupcial. Quería contraerlo para recuperar una cierta estabilidad perdida sin pensar en la dualidad que implicaba mantener relaciones con otros hombres y desarrollar una falsa paz marital basada en un apoyo mutuo consolidado por un secreto a voces.

Madeleine destruyó las cartas al enterarse del enamoramiento de su esposo del joven Marc Allégret, a quien Gide convirtió en su secretario. Las semanas posteriores concilia mal el sueño, toma aspirinas y medita sobre si ha respetado el pudor de su mujer entre infinitas infidelidades. Una adenda datada en Luxor durante el invierno de 1939 explica cómo se desarrollaron los hechos, con el escritor enfrascado en la documentación de sus memorias, tituladas 'Si le grain ne meurt'. "Al pedir a Madeleine la llave del cajón donde tenía las cartas esta le dijo que no existían, produciéndose el descalabro, el llanto ininterrumpido durante una semana y los reproches por haber conseguido tanto bienestar a través de la mentira". La amargura por su comportamiento y el daño causado acompañaría a Gide hasta sus últimos días, tal como demuestra el librito 'Et nunc Manet in te', canto de pena por la pérdida de la amada y una dura filípica contra sí mismo.

https://www.elconfidencial.com/cult...io-primera-guerra-mundial-escritores_1642037/
 
AMAZONAS. GUERRERAS DEL MUNDO ANTIGUO – Adrienne Mayor
Publicado por Valeria | Visto 4667 veces

Es este libro reseñado un amplio, detallado, concienzudo y a la vez ameno e interesantísimo ensayo sobre la vida y las leyendas que rodean a las mujeres guerreras en el mundo antiguo. Y pese a su amplitud, y a la multitud de aspectos abordados en el texto, es también, en palabras de su autora, un libro inacabado y sujeto a revisión, puesto que nuestros conocimientos sobre las mujeres guerreras, conocidas a través de la visión que de las amazonas nos dejó el mundo helénico, apenas arañan la superficie de la historia.

Comienza con el mito como ficción reveladora, y el prólogo nos introduce en la historia de Atalanta, la amazona griega. Adrienne Mayor nos inicia, a través del registro iconográfico sobre esta atípica mujer, no solo el estudio de lo que se ve, sino también en aquello que no se ve; cómo la intrincada y paradójica historia de la luchadora Atalanta puede esconder desde una moraleja derivada de la visión griega del lugar de las mujeres en el mundo, a innumerables pistas sobre la existencia real de mujeres con un estilo de vida más propio de héroes o guerreros, roles impensables en la Hélade.

“La idea de unas mujeres comportándose como hombres sería tan difícil de captar, tan desconcertante y amenazante, tan perturbadora para los griegos, que tal concepto era solo concebible en el mundo imaginario del mito.”

La vestimenta de Atalanta, las ofrendas encontradas en sus templos, rituales con posibles vinculaciones con su historia, el origen de su nombre…, todo es objeto de atención en este amplio prólogo. Esta pasión por el detalle que se advierte en el prólogo se mantiene en el resto del ensayo.

El libro está estructurado en un prólogo y cuatro grandes apartados: ¿Quiénes eran las amazonas?, Guerreras en la historia y la tradición clásica, Las amazonas en los mitos, las leyendas y la historia de Grecia y Roma, y Más allá de la Hélade. Cada apartado está dividido en capítulos independientes sobre temas específicos, pero conectados con el anterior y el siguiente, como eslabones de una cadena argumental muy fluida, que mantiene en todo momento la atención del lector.

No hay pregunta o especulación que nos hagamos sobre estas mujeres que no se aborde, que no haya sido objeto de investigación, utilizando para ello todo tipo de recursos: estudios filológicos, textos clásicos, numismática, joyería, armamento, cerámica, restos de monumentos funerarios o “kurganes”, informes de ADN o recientes investigaciones osteoarqueológicas.

“Hasta no hace mucho tiempo, los arqueólogos identificaban mecánicamente los enterramientos escitas como “masculino” o “femenino” basándose única y exclusivamente en sus nociones preconcebidas acerca de los tipos de ajuares funerarios que de cada género cabía esperar. [..] En la actualidad, sin embargo, la determinación científica del s*x* de los esqueletos demuestra no solo que un número sustancial de mujeres de todas las clases sociales se enterraron junto con una amplia gama de herramientas, armas y piezas de armadura, sino también que sus huesos, en ocasiones, exhiben cicatrices de guerra idénticas a las de los guerreros masculinos”.

Los capítulos señalados abarcan desde los espectaculares tatuajes revelados por cámaras infrarrojas en momias de mujeres guerreras, a las ropas y arreos cubiertos de oro con los que eran enterradas con grandes honores. Del origen y significado de sus nombres, hasta la leyenda negra sobre su odio visceral hacia los hombres. Del estudio de los textos de la Ilíada, a sus contactos con Alejandro, Pompeyo o Mitrídates. De los mitos sobre amazonas surgidos en Grecia y Roma, a las historias de legendarias mujeres luchadoras de China, Persia o Egipto. De la leyenda a la Historia.

Pudieran llevar a engaño las menciones sobre la amplitud del estudio o su rigor científico, haciendo pensar en un espeso texto solo apto para especialistas, pero no es así. Este libro es un viaje apasionante hacia el descubrimiento de dónde, cuándo y de qué manera vivían las mujeres guerreras de la antigüedad, bautizadas como Amazonas, amazones antianeirai,iguales a los hombres”.

Si tuviera que señalar una objeción, diría más como deseo que como objeción que es una lástima que las fotos, mapas y otro material gráfico no se hayan impreso a color, para poder disfrutar aún más del material complementario y apreciar todas las sutilezas o detalles de algunas imágenes. Y aunque alguno de los capítulos finales (concretamente, el relativo a Asia Central) me pareciera una lectura menos fluida que el resto del libro, como si estuviésemos ante un apéndice añadido con posterioridad, creo que esta obra se merece la atención de todos aquellos interesados en el mundo antiguo. Aunque haya que hacer un esfuerzo por el tamaño de la letra. Es una lectura más que recomendable.



AMAZONAS. GUERRERAS DEL MUNDO ANTIGUO
Adrienne Mayor
DESPERTA FERRO EDICIONES

http://www.hislibris.com/amazonas-guerreras-del-mundo-antiguo-adrienne-mayor/
 
DOCUMENTAL
Experimento Stuka: la misteriosa masacre nazi que sacudió Castellón, al descubierto
En 1938, cuatro pequeños pueblos de Castellón fueron bombardeados sin un motivo aparente, causando destrozos y 40 muertos; han pasado 80 años hasta que han sabido quién estaba detrás

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Un piloto nazi posa junto a los destrozos de una de las bombas en un pueblo de Castellón para plasmar el tamaño de su impacto.

PAULA CANTÓ
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CASTELLÓN


12/11/2018
Han tardado casi ochenta años en saber que fueron víctimas de un experimento nazi. Entre el 18 y el 30 de mayo de 1938, cuatro pequeños pueblos de Castellón vieron caer sobre sus cabezas una bomba tras otra desde unos extraños aviones que no habían visto nunca. Ninguno de sus habitantes conocía la guerra. Desde el principio del conflicto, los pueblos estaban en zona republicana y el frente todavía estaba muy lejos. Tras la batalla en Teruel, las tropas franquistas avanzaron por el norte de la provincia de Castellón, en abril del 38, pero aún así, allí había tranquilidad absoluta. Al oír el rugir de los aviones, algunos vecinos se asomaron a las ventanas y los niños salieron corriendo a saludar.

“Creía que eran hombres cayendo”, cuenta el ya anciano Ángel Beltrán. Las bombas impactaron en el centro de los pueblos, dejando cuarenta muertos en Benassal, Albocàsser, Ares y Vilar de Canes. Lugares indefensos con apenas centenares de personas que nunca entendieron esa masacre a sangre fría. “No pensábamos que podrían bombardear Benassal”, lamenta Beltrán. “¿Quién iba a imaginarlo?”

Beltrán vio los aviones cuando un día, a las siete de la mañana, se dirigió al campo a trabajar con sus padres. Como él, la inocencia de sus vecinos se plasma en sus palabras. “Nosotros éramos niños y no teníamos miedo. Cuando mi abuela oyó el ruido se asomó a la ventana y se le rompieron todos los cristales en la cara”, relata José Luis Ferrando. María Pitartch cuenta que allí nadie sabía lo que era una bomba. "Le dije a uno de hacer un refugio por si bombardeaban y él contestó ‘si bombardean me pondré a mi mujer encima y no pasará nada”.

“Mira qué pajarraco”, le dijo Obdulia Mir a su hermana. Esa bomba que a la que señalaba mató a varias personas, incluido un niño con el que Mir solía jugar. Rosa Soligó se salvó “de milagro”: dormía en una habitación de la que solo se cayó medio techo. Tenía diez años. Otras familias perdieron a sus hijos, padres o abuelos. A algunos los llevaban sangrando, con cristales clavados en las piernas. “No entendíamos nada. Después dijeron ‘esto es que ha llegado la guerra’”.

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Rosa Soligó sobrevivió porque solo se cayó medio techo de su habitación ('Experimento Stuka')

"No querían que los franquistas se enteraran"
Ochenta años después, el vecino y profesor Óscar Vives decide rebuscar en la historia para entender qué ocurrió en su pueblo. El documental ‘Experimento Stuka’, de Rafa Molés y Pepe Andreu, revive sus pasos para desentrañar qué ocurrió en Castellón en mayo del 38. “Nunca entendimos por qué nos eligieron a nosotros”. Las casas que se destruyeron fueron las del centro del pueblo, donde vivían los más ricos, que solían ser de derechas. “Es un poco raro que si eran las tropas franquistas bombardearan justo el centro y la iglesia”. Durante muchos años, se culpó a los republicanos y las fotos se usaron como propaganda franquista. “Han tenido que pasar 75 años para encontrar un archivo en Alemania que desvelara las razones”.



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Ángel Beltrán, uno de los supervivientes, en el documental 'Experimento Stuka',


Los responsables de los bombardeos fueron la legión Cóndor y su escuadrilla de Junkers 87-A, un grupo de voluntarios alemanes que llegaron para ayudar a Franco, al menos esa era la versión oficial. Los aviones, nuevos, llegaron desmontados y pronto los pilotos comenzaron a entrenar con ellos. Los de los Junkers eran bombardeos precisos, “de operación quirúrjica” y con objetivos marcados: “cruce de carreteras en Villarreal”, “estación de tren en Nules”... Cuando llegaron a España y se establecieron en unos pequeños pueblos cerca de Castellón, “se dieron cuenta de que podían experimentar un poco”, explica la historiadora Stefanie Schüler-Springorum.

“Los alemanes no querían que los franquistas supieran lo que estaban haciendo porque no tenía nada que ver con la guerra civil. Fue uno de los experimentos más sanguinarios de la tecnología militar”, explica el historiador británico Anthony Beevor. Fue el primero en concluir que lo que había pasado en los cuatro pueblos de Castellón había sido un experimento nazi.


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Objetivos marcados por los nazis (Archivo de Friburgo)


“Imágenes de los efectos de las bombas de 500 kilos en Benassal, Albocàsser, Ares y Vilar de Canes”, reza en alemán un documento al que tiene acceso Vives en el Freiburg Militärarchiv. En la carpeta hay fotos tomadas a cuatro mil metros de altura de antes y después de los bombardeos, con indicaciones detalladas de los efectos del primer y segundo día. “Reconozco mi casa”, susurra Vives. También hay fotos de los impactos de las bombas, donde los pilotos nazis posan orgullosos, dentro de los agujeros para mostrar su tamaño. Querían probar su nuevo armamento y los pueblos fueron dianas con corazón y huesos.

Creo que solo nos eligieron por motivos prácticos. Vas, en 20 minutos estás en el pueblo, tiras la bomba y vuelves

“Este informe se ha hecho explícitamente para probar los efectos de estas bombas”, explica Vives. “Creo que solo nos eligieron por motivos prácticos. Vas, en 20 minutos estás en el pueblo, tiras la bomba y vuelves”. Los nazis bombardeaban por la mañana y pasaban la tarde bebiendo cerveza en la playa. "Al final ni víctimas ni verdugos se veían las caras y la decisión de la masacre la había tomado alguien a miles de kilómetros de allí."



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Uno de los tres Junkers 87-A ‘Stuka’ utilizados en el experimento.




Estos experimentos aportaron a los nazis datos importantes que utilizaron para atacar Polonia en septiembre de 1939. Los cuatro pueblos de Castellón que no tenían ningún papel en la guerra civil jugaron uno bastante relevante en el desarrollo de la todavía inexistente segunda guerra mundial. Este fin de semana, el documental se estrenará en los cines españoles, pero muchos de sus protagonistas no podrán verlo. “Lo grabamos hace cuatro años y todos eran octogenarios. La mayoría han muerto”.

"Franco es el cadáver que menos importa"


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Destrozos en el centro del pueblo.


Uno de los testimonios que más ha impresionado al director es el de Antoni Girona. “Todos queremos pasar página tras una guerra, pero la vida real no pasa página y menos en este mundo rural más aislado”, comenta Molés a El Confidencial. La historia de Antoni Girona comienza en Barcelona, cuando siendo niño su padre lo trasladó a Benassal para protegerle de la crítica situación de la capital. “Éramos tres hermanos, no sé por qué me envió a mi solo al pueblo. Pensé que no iban a venir a por mí y que no me querían”. Cuando vio los aviones y los bombardeos, Girona solo pudo creer una cosa: que le habían abandonado allí a propósito. Recuerda, entre lágrimas, cuando regresó a Barcelona: “En casa yo era un extraño”. Girona pasó toda su vida pensando que sus padres lo habían dejado en el pueblo para deshacerse de él. “Al ver esto se ha dado cuenta de que su padre lo escogió a él para darle una oportunidad de salvarlo”, cuenta Molés.

“Lo que nos gusta de esta historia es que al final ha venido un ciudadano a hacerse las preguntas que nadie se había hecho”, explica. “Esa acción ciudadana de salir de la pasividad y el silencio de la transición, que es una transición que no se acaba nunca. La transición era para cerrar heridas pero cuando tocas la herida te das cuenta de que no ha cicatrizado. Rebuscar en la historia es lo que las ha cerrado”.

‘Experimento Stuka’ quiere “poner luz sobre los puntos oscuros de nuestra historia”. “La verdad es algo productivo y hay que hablar para que las personas que no han podido hacerlo puedan conectarse con sus raíces”, insiste Molés. “Al final, Franco es el cadáver menos importante de toda esta historia”.

VIDEO:

https://www.elconfidencial.com/cultura/2018-11-12/documental-stuka-bombas-nazis-castellon_1642654/
 
LA LUCHA POR EL PODER: EUROPA 1815-1914 – Richard J. Evans
Publicado por Urogallo | Visto 3899 veces

“Francisco José vivió marcado por la tragedia y por las muertes en su familia”.

Este es el ÚNICO juicio del libro que yo discutiría. El único que toca un lugar común. La única vez en la que no he considerado un libro de más de 900 páginas como un prodigio de erudición, brillantez y capacidad crítica.

Al fin y al cabo, Francisco José no tenía una relación especial con su hermano, la tenía realmente pésima con su hijo, no convivía hacía años con su esposa y era francamente hostil hacia su heredero.

Francisco José y Austria-Hungría resumen la historia del XIX.

Nació en 1830, justo cuando se producía la primera gran oleada revolucionaria que desafiaba los resultados del congreso de Viena. Quizás por eso fue educado bajo la tutela del Príncipe de Metternich. (Luego tendría a su hijo cómo embajador en París, siempre fiel a la tradición y las dinastías).

Logró el trono en 1848, durante la segunda oleada, que enterró ese orden establecido. Metternich se iba. Pero el nuevo emperador se quedaría. Hasta el final.

Francisco José era un hombre con suerte. Consiguió oscilar de una dirección a otra, con una fortuna notable. Nada más ser coronado tuvo que arrodillarse ante el mismo Zar de Rusia para lograr su apoyo en el aplastamiento de la rebelión húngara. Pero no le costó nada olvidarse de eso y traicionarlo durante la guerra de Crimea, donde el coste de la movilización preventiva condicionó el mismo sistema gobierno, obligándole a diversas medidas liberalizadoras. Con esta chapuza diplomática sin precedentes ni necesidad, se encontró solo frente a Saboya y Francia en 1859, donde tuvo la cuestionable ocurrencia de dirigir él mismo sus tropas en la batalla. Consiguió una derrota total, que al menos le convenció de la necesidad de no volver a dirigir ejércitos, poniendo en peligro su prestigio y su trono. Desde entonces prefirió dedicar su pólvora a abatir animales salvajes, siempre menos peligrosos que los zuavos franceses.

Escarmentado en lo militar pero no en lo diplomático, consiguió ir a la guerra y ser derrotado también por Prusia, lo que fue por completo mérito de las nulidades que dirigían su ejército, más preocupados por sus uniformes de gala y sus rimbombantes rangos que por la organización militar. El ejército austriaco era más poderoso y encima combatía a la defensiva, pero aparte de eso, hizo mucho por ponérselo fácil a Moltke el viejo.

De nuevo sobreviviría a la derrota, y con el tiempo, en otra prueba notable de su capacidad de olvidar viejas ofensas en pos de mantener su poder, llegaría a convertirse en un sólido aliado de sus ahora victoriosos enemigos prusianos. (No cabe duda de que morir en 1916, cuando la suerte de las armas alemanas aún prometía la victoria, fue otro golpe de suerte).

En fin, que a pesar de haber nacido 15 años después de la derrota de Waterloo, vivió para celebrar el centenario de dicha acción. Para ver a las mujeres entrar en la universidad, para tener que tolerar un parlamento elegido por un sufragio muy amplio y en el que se practicaría el obstruccionismo más ruidoso, para ceder una autonomía casi total a los húngaros, para asistir a la revolución industrial, a la muerte de la reina Victoria, a la caída del segundo Imperio y a la introducción masiva de la electricidad.

Desde luego, Francisco José fue un hombre con suerte, ya que pudo contemplar todos estos cambios dramáticos y morir en su cama, sin tener que soportar ver la destrucción del conglomerado dinástico que había mantenido unido, más por la suerte que por ninguna habilidad especial (como no fuese, como dijo su destronado tío, la de perder batallas y provincias).

Y Francisco José, que resume en sí mismo el siglo XIX, es un buen resumen del libro. Una narración de cambios profundos, de desarrollo permanente y de avance científico y geográfico.


http://www.hislibris.com/la-lucha-por-el-poder-europa-1815-1914-richard-j-evans/
 
Hace un siglo, Europa creía en el progreso. Lo que llegó fue la I Guerra Mundial
Muchos asumen que pese a los reveses, las cosas volverán a la normalidad y todo saldrá bien. A lo largo de la historia ha habido momentos semejantes, cuando bajar la guardia fue desastroso


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Estatua de un soldado francés de la Primera Guerra Mundial en Doulcon, Francia. (Reuters)

FAREED ZAKARIA. NUEVA YORK
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14/11/2018
Al hacer frente a las malas noticias estos días, muchos tienden a asumir que es simplemente un bache en el camino y que las cosas acabarán por ir bien. Al presidente Barack Obama le gustaba citar la frase de Martin Luther King de que “el arco del universo moral es largo, pero se dobla hacia la justicia”. Pero podríamos estar equivocados al asumir que, pese a algún desliz aquí y allá, el avance es inexorable.

El pasado domingo -a las 11 del 11º día del 11º mes- conmemoramos el centenario del final del conflicto más largo y sangriento que el mundo haya visto jamás. La Primera Guerra Mundial marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad: el final de cuatro grandes imperios europeos, el auge del comunismo soviético y la entrada de Estados Unidos en la política global. Pero tal vez si mayor legado intelectual fue el final de la idea de la inevitabilidad del progreso.

En 1914, antes de que empezase la guerra, la gente había vivido en un mundo muy parecido al nuestro, definido por un estimulante crecimiento económico, revoluciones tecnológicas y una globalización creciente. El resultado fue que se creía ampliamente que las tendencias desagradables, cuando aparecieron, eran temporales y serían superadas por la marcha hacia el progreso. En 1909, Norman Angell escribió un libro explicando que la guerra entre grandes potencias era tan costosa que resultaba inimaginable. “La gran ilusión” se convirtió en un bestseller internacional, y Angell se convirtió en una celebridad de culto (y recibió posteriormente el Premio Nobel de la Paz). Pocos años después de la publicación del libro, una generación de europeos fuedestruida por la carnicería de la guerra.

¿Podemos estar siendo igual de complacientes hoy? Hay muchos estadistas serios que así lo creen. Durante una reciente entrevista, el presidente francés Emmanuel Macron explicó: “En una Europa dividida por los miedos, la aserción nacionalista y las consecuencias de la crisis económica, vemos de forma casi metódica la rearticulación de todo lo que dominó la vida de Europa desde el final de la Primera Guerra Mundial a la crisis de 1929”. Y durante una alocución anterior este año al Parlamento Europeo, Macron dijo: “No quiero pertenecer a la generación de sonámbulos que ha olvidado su propio pasado”. Como el historiador Christopher Clark escribió en su libro “Los Sonámbulos”, los estadistas de 1914 se metieron en una burda guerra mundial sin haberse dado cuenta nunca de la magnitud o los peligros de sus decisiones aisladas, graduales… o la falta de ellas. Macron no se limitaba a hablar: ha organizado un Foro de Paz en París para más de 60 líderes mundiales, que empezó este domingo, para intentar combatir los peligros del creciente nacionalismo y la erosión de la cooperación global.




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El presidente francés Emmanuel Macron participa en una ceremonia en memoria de los soldados caídos durante la Batalla de las Fronteras, en Morhangue, Francia, el 5 de noviembre de 2018. (EFE)




¿Son estos peligros tan reales e inminentes? Si comparamos el mundo de hoy, no se asemeja tanto a los años 30 como a los 20. El crecimiento económico y el progreso tecnológico se estaban acelerando entonces, igual que ahora. También estamos viendo un incremento en el nacionalismo y la ruptura de la cooperación, que fueron rasgos distintivos de los años 20. Nuevos grandes poderes estaban en ascenso, como ahora. Las democracias estaban bajo la presión de demagogos, como en Italia, donde Mussolini destruyó las instituciones liberales y estableció su control. Y en medio de todo esto estaba el crecimiento del populismo, el racismo y el antisemitismo, que fueron utilizados para dividir países y excluir a varias minorías como ajenas a la “nación real”. Naturalmente, debido a las presiones de los años 20, tuvieron lugar los años 30.

Las presiones de hoy están todas conectadas. El crecimiento económico, la globalización y la tecnología han generado nuevos centros de poder, dentro de las propias naciones y en todo el mundo. Esta es una era de grandes ganadores y grandes perdedores. El ritmo de cambio genera ansiedad en la gente acerca de los cambios en sus países y culturas, a lo largo y ancho del mundo. Y hallan consuelo en supuestos líderes fuertes que prometen protegerles.

En su libro “The Road to Unfreedom” [“El camino hacia la falta de libertad”], el historiador Timothy Snyder hace una distinción entre lo que él llama “las políticas de la inevitabilidad” -la fe ciega en que todo va a ir bien- y “las políticas de la eternidad”. Esto último es la visión, que mantienen líderes como el presidente ruso Vladímir Putin, de que nada es inevitable, de que mediante la fuerza, el engaño, el poder y la voluntad, uno puede alterar, e incluso revertir, el arco de la historia. Snyder describe cómo Putin hizo justamente eso en Ucrania, negándose a aceptar que estaba inevitablemente estrechando lazos con Occidente, y lanzando una implacable serie de acciones que han desmembrado el país y lo ha anegado en un conflicto interno aparentemente interminable.

Tal vez Putin no gane. Los esfuerzos de gente como él para revertir los progresos del pasado podrían no funcionar. Pero hará falta más esfuerzo de los que se sitúan en el otro bando. Las cosas no van simplemente a resolverse solas mientras miramos. La historia no es una película de Hollywood.

https://blogs.elconfidencial.com/mu...iega-progreso-primera-guerra-mundial_1643543/
 
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