Cuadernos de Historia



LAS 9 CAUSAS DEL RECHAZO PORTUGUÉS A LA MONARQUÍA ESPAÑOLA

En 1580, en tiempos de Felipe II, Portugal pasó a formar parte de la monarquía hispánica. En 1640, en los de su nieto Felipe IV, el país vecino decidió luchar por otro soberano. ¿Qué pasó en aquellos sesenta años para que Lisboa diera ese paso?

José Calvo Poyato 18/01/2018

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Juan IV es proclamado rey de Portugal.



En el castillo de Tomar se reunieron las Cortes portuguesas que en 1581 reconocieron a Felipe II como soberano de Portugal. El rey español era hijo de la infanta portuguesa Isabel de Avís –esposa del emperador Carlos V– y nieto de Manuel I de Portugal. Sus derechos dinásticos tomaron cuerpo al morir sin descendencia su sobrino, el rey Sebastián I, en el desastre portugués en Alcazarquivir. Su muerte dejó el trono en manos de otro de sus tíos, el cardenal don Enrique, que al fallecer puso fin a la casa de Avís.

Felipe II hubo de enfrentarse a las aspiraciones del prior de Crato, don Antonio, hijo bastardo del infante Luis de Portugal y, por tanto, también nieto de Manuel I. El prior se proclamó rey, apoyado por el bajo clero y las clases populares, que lo aclamaron como el candidato “natural”, frente a Felipe II, un extranjero.

El rey español reaccionó con la invasión de Portugal con un ejército a las órdenes del duque de Alba. Tras la victoria de Alcántara, a las puertas de Lisboa, sus tropas entraron sin problemas en la capital portuguesa.

Portugal se incorporaba así a la monarquía hispánica. Sin embargo, el reinado de los Austrias terminaría solo sesenta años después con una guerra. Estas son nueve causas del rechazo de los portugueses a los reyes españoles.



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Retrato de Felipe II.



1. El miedo a la anexión

Pese a la rápida victoria militar, la proclamación de Felipe II como soberano de Portugal no fue una empresa fácil. Existían sospechas de que, en realidad, supusiera la anexión del reino a la Corona de Castilla. Eso explica que el reconocimiento de las Cortes, donde estaban representados los estamentos del reino (clero, nobleza y povo, las ciudades), fuera un proceso complejo.

Las Cortes se reunieron en Tomar para pactar las condiciones en que se aceptaba a Felipe como monarca y Portugal entraba a formar parte de la monarquía hispana.

Las Cortes se reunieron en Tomar para pactar las condiciones en que se aceptaba a Felipe como monarca y Portugal entraba a formar parte de la monarquía hispana. Aquellos acuerdos suponían la aceptación de las particularidades lusas en el seno de la monarquía. Portugal se regiría por sus leyes y mantendría sus instituciones, y en modo alguno su incorporación podría ser considerada una anexión a la Corona de Castilla.

Con el acuerdo alcanzado se alejaba el fantasma de la anexión y nacía el llamado Portugal de los Felipes: Felipe II, Felipe III y Felipe IV, que para los lusitanos serán Felipe I, Felipe II y Felipe III.



2. El recelo de la baja nobleza

La sociedad portuguesa mantenía estructuras feudales, aunque era muy heterogénea, lo que se tradujo en opositores y detractores de la nueva dinastía. Los fidalgos (un puñado de familias con gran poder económico y político) secundaron la unión dinástica, esperando los cargos y prebendas que podía ofrecerles la monarquía más poderosa de la época. Los nobres (la baja nobleza), que no los esperaban, se mostraron mucho más recelosos.

Otro tanto ocurría con el alto y el bajo clero. Los separaba un abismo económico y social. Las grandes dignidades eclesiásticas, ligadas familiarmente a los fidalgos, apoyaron a la nueva dinastía.El bajo clero se opuso a ella desde el primer momento.



3. La resistencia popular

La heterogeneidad del estamento popular era aún mayor, al tener cabida en él desde campesinos sin tierra hasta pequeños y medianos propietarios, pasando por los artesanos y la burguesía, que acaparó el gobierno de las ciudades. Los estratos más bajos rechazaron desde el principio a Felipe II. Primero, respaldando las aspiraciones del prior de Crato, y después mostrando su descontento en los numerosos motines con que respondieron a una fiscalidad creciente.



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Retrato de Antonio, prior de Crato.



La resistencia a la nueva dinastía no desapareció nunca entre las clases populares. Su mala disposición a reconocer a los Felipes dio lugar al mito del sebastianismo. Se trataba de una especie de mesianismo, alentado por el hecho de no haberse encontrado nunca el cadáver de don Sebastián. Muchos portugueses se aferraron a la creencia de que el rey aparecería en el momento oportuno para expulsar al monarca extranjero.



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El rey Sebastián I de Portugal dio origen al mito del sebastianismo.



4. La lejanía del rey

Felipe II permaneció en Lisboa de finales de 1580 a febrero de 1583. Durante su estancia procuróatenuar el repudio de las clases populares y evitó herir la sensibilidad de los naturales del reino.

La lejanía del monarca fue un argumento de los enemigos de la dinastía, que lo consideraban un abandono de los intereses lusitanos.

Sin embargo, con la marcha de Felipe II se inauguró el gobierno de los virreyes, la mayoría portugueses de la más alta esfera. La lejanía del monarca, en un reino que siempre había sentido la proximidad de su soberano, fue un argumento de los enemigos de la dinastía, que lo consideraron un abandono de los intereses lusitanos.



5. La indiferencia por los intereses lusos

En el reinado de Felipe III la tensión no dejó de aumentar, y bajo Felipe IV el malestar estalló en revuelta. El escaso apego de los nobres a la nueva dinastía fue cada vez más patente. Un momento clave lo encontramos en 1609, durante el reinado de Felipe III, cuando se firmó la Tregua de los Doce Años entre la monarquía hispánica y los holandeses. El acuerdo provocó en Lisboa grandes protestas, porque no contemplaba la salvaguarda de las colonias portuguesas en Oriente.

Sucedía en unas fechas en las que el imperio colonial lusitano sufría los ataques de ingleses y holandeses, y la llamada Carreira da Índia soportaba cada vez peor la competencia de las compañías privadas de estos países.



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Mapa portugués de la India, de 1630.



6. Las cargas de la guerra

Con la disminución de los cargos de gobierno coloniales, los nobres, empobrecidos, veían menguar sus posibilidades de prosperar. A ello se sumaron, en las décadas finales del período, las contribuciones, cada vez más onerosas, que imponía la política de prestigio impulsada por el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV. Se pretendía restablecer la hegemonía del Imperio como potencia internacional, para lo que se recurría a un programa agresivo, que representaba la incursión en unos siempre caros conflictos bélicos.

Al descontento del bajo clero se agregó el de las altas dignidades eclesiásticas. Las razones de su desafección hay que buscarlas en el desasosiego que generaron los impuestos con que la Corona gravó a la Iglesia lusitana, argumentando que, si tenía que defenderse la labor de los misioneros en Oriente, la Iglesia debía colaborar en esa defensa.



7. La Unión de Armas

El reinado de Felipe IV, con Olivares en el poder, significó un aumento de los problemas. El valido recortó privilegios a la nobleza, y en 1626 puso en práctica la llamada Unión de Armas. En virtud de ella, cada reino debía aportar un número de hombres para la defensa de la monarquía. A Portugal le correspondieron 16.000, dentro de la planta de 140.000 soldados que se exigirían al conjunto de los territorios. Tal disposición, que era un primer paso hacia la conversión de la monarquía en un Estado centralizado, provocó una reacción muy negativa en Portugal.



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Retrato ecuestre del conde-duque de Olivares.



8. Más tributos “indecentes”

En la década de 1630 la situación empeoró. La Corona quería ingresos para la defensa de las colonias, y por ello en 1632 se exigió un impuesto extraordinario, que suponía la mitad del salario anual, a todos los oficiales de justicia del rey en Portugal.

La Corona quería ingresos para la defensa de las colonias, y por ello exigió un impuesto extraordinario a todos los oficiales de justicia del rey en Portugal, hecho que extendió el malestar.

Fue calificado como “tributo indecente” y, con él, el malestar contra la monarquía de los Austrias se extendió todavía más. Madrid priorizaba sus compromisos exteriores por encima de los particularismos de cualquiera de sus reinos.

Poco después estalló en Évora, la segunda ciudad lusa, un motín contra un impuesto que gravaba el trigo en un momento de carestía. Otras ciudades siguieron el ejemplo, y la insurrección se prolongó durante varios meses, con el apoyo de los jesuitas y la pasividad de los gobernantes. Finalizó cuando Madrid otorgó un perdón general, con algunas excepciones, pero se mantuvo el impuesto.



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La muerte de Miguel de Vasconcelos.



9. Un llamamiento inoportuno

Ese ambiente imperaba en Portugal cuando se produjo la revuelta catalana de junio de 1640. Felipe IV hizo un llamamiento a la nobleza lusa para ayudar a aplastarla. La inquietud aumentó y desencadenó el levantamiento del 1 de diciembre, cuando un grupo de fidalgos y nobres asaltó el palacio de la virreina.

Aunque apenas encontraron resistencia, mataron al secretario Miguel de Vasconcelos, que en Lisboa era la personificación del poder real. El arzobispo de la ciudad, Rodrigo da Cunha, salió en procesión para bendecir lo ocurrido, y el pueblo aclamó al duque de Braganza, que aguardaba acontecimientos, como Juan IV. Tanto la nobleza y el clero como el estamento popular, por causas muy diferentes, habían protagonizado la rebelión.

Muchos hablaban del “rey de invierno” para referirse al duque de Braganza, asumiendo que en primavera los castellanos marcharían sobre Lisboa. Sin embargo, la guerra contra los holandeses, la lucha con Francia y la revuelta catalana, a la que se dio prioridad, hicieron que la temida marcha no se produjera. Felipe IV carecía de medios para hacer frente a la sublevación de Portugal. Cuando Madrid pudo reaccionar, dos decenios después, la nueva casa real, a la que los portugueses consideraban restauradora de la legitimidad dinástica, se había asentado. La independencia de Portugal era un hecho, que sería reconocido en el Tratado de Lisboa, firmado en 1668.



Este texto se basa en un artículo publicado en el número 562 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
 
HISTORIA MEDIEVAL

12 AÑOS CLAVE EN LA VIDA DE JUAN SIN TIERRA

El rey Juan sin Tierra, hermano de Ricardo Corazón de León, arrastra una pésima fama. Presentamos doce años clave para la vida del monarca.


Eva Millet 24/01/2018
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El rey Juan Sin Tierra en una cacería.



Fue su padre, Enrique II, primer rey de Inglaterra de la casa Plantagenet, quien le apodó “Sin Tierra” cuando Juan tenía dos años. Toda una profecía para un niño que, aunque heredaría finalmente las posesiones que conformaban el llamado Imperio angevino (territorio acumulado por Enrique a golpe de guerras y por su matrimonio con Leonor de Aquitania, la mujer más rica de su tiempo), sería incapaz de conservarlas.

Su padre fue rey de Inglaterra, duque de Normandía y de Aquitania, conde de Anjou, de Maine y de Nantes y señor de Irlanda. Enrique también controló, en distintos períodos, Gales, Escocia y Bretaña. Su poder solamente tenía parangón con el del emperador Federico I Barbarroja, en el este de Europa.

Juan estuvo al margen de aquel primer reparto de la herencia familiar, ganando a cambio un apodo que, sin duda, lo marcaría a nivel personal. Estos fueron algunos de los años clave en la vida del futuro monarca inglés:



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Juan fue el menor de los ocho vástagos (a la dcha.) de Enrique II y Leonor de Aquitania.



1167

Nació en Oxford en 1167. Juan fue el menor de los ocho vástagos de Enrique II y Leonor de Aquitania, la pareja más influyente en la Europa de mediados del siglo XII. Cuando nació, Enrique gobernaba en un territorio que se extendía desde el sur de Francia hasta la frontera entre Inglaterra y Escocia. En cuanto tuvo la edad, el más pequeño de los Plantagenet fue enviado a estudiar a un monasterio, lejos de sus padres. El lugar escogido era una institución excepcional: la abadía de Fontevraud, en Anjou.



1183

Su padre, Enrique II, empezó a tener en cuenta a Juan tras la muerte de su hermano mayor Enrique, por disentería, en 1183. Juan tenía entonces dieciséis años y, en uno de sus famosos arranques de impulsividad, su padre le ordenó enfrentarse a Ricardo y reclamar el ducado de Aquitania. Obedeció Juan, fracasando en la primera de las muchas batallas que perdería a lo largo de su vida.



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Claustro de la Abadía de Fontevraud. Foto: Wikimedia Commons / Jean-Christophe Benoist / CC BY-SA 3.0.



1185

En abril de 1185, con una tropa de trescientos soldados y una importante suma de dinero en las alforjas, Enrique II lo destinó a Irlanda en calidad de “Señor” de la misma. La misión de Juan era arrebatar el control del territorio a Hugo de Lacy, un caballero que siempre había sido leal a Enrique II, pero del cual el rey desconfiaba en ese momento. El periplo de Juan en Irlanda fue un nuevo desastre: a su ya notoria crueldad con sus oponentes se unieron su ineptitud política y sus gustos extravagantes (le apasionaban las joyas), que hicieron que se quedara sin fondos para las tropas. Tras ocho meses de periplo y sin lograr los apoyos para ejercer de “Señor de Irlanda”, volvió a Inglaterra, derrotado.



1189

En esta fecha, Ricardo, temeroso de no ser nombrado heredero, se rebeló contra su padre. Se alió con el rey Felipe Augusto de Francia y ambos declararon la guerra a Enrique II. Juan se unió a ellos. Enfermo y abandonado por casi toda su familia, el monarca falleció el 6 de julio, en la fortaleza real de Chinon.

Ricardo I Corazón de León otorgó a Juan diversos títulos y tierras entre las que se encontraba el condado de Nottingham, marco de las historias de Robin Hood.

Ricardo I Corazón de León fue coronado en la abadía de Westminster en septiembre de ese mismo año. El nuevo monarca otorgó a Juan el título de conde de Mortain, lo ratificó como Señor de Irlanda y lo prometió con Isabel, heredera del condado de Gloucester. Asimismo, le otorgó una vasta extensión de tierras en Inglaterra. Entre ellas, las del condado de Nottingham, marco de las historias de Robin Hood, el arquero que robaba a los ricos para ayudar a los pobres.



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Coronación de Ricardo I en la abadía de Westminster.



1194

Juan, ante la noticia de que Ricardo iba a reconocer como heredero a Arturo, hijo de su hermano mayor Godofredo, intentó derrocar al rey ausente, aliándose con el siempre dispuesto Felipe Augusto de Francia.

El segundo intento de rebelión lo abortó la vuelta de Ricardo en 1194, que había sido hecho prisionero del archiduque Leopoldo de Austria. Con el retorno del rey, Juan fue desterrado y desposeído de sus tierras. Sin embargo, unos meses después, su hermano lo perdonó.



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Castillo de Chinon, donde murió Enrique II. Foto: Wikimedia Commons / Franck Badaire / CC BY-SA 3.0.



1199

Ricardo, epítome del rey guerrero y ausente, murió a causa de una herida de ballesta en una nueva batalla contra Felipe Augusto. “En su lecho de muerte nombró sucesor a Juan, pese a que, por la ley de primogenitura, su sobrino Arturo debería haberlo sucedido. De este modo, y pese a su rivalidad, Ricardo y Juan conspiraron para mantener la Corona en la familia inmediata”, escribe el autor Mike Ibeji. Juan I fue coronado en la abadía de Westminster el 27 de mayo de 1199. Tenía 32 años.



1204

El nuevo rey provocó el primer conflicto de su reinado al disolver su matrimonio con Isabel de Gloucester para, a continuación, secuestrar a la jovencísima Isabel de Angulema, de doce años, prometida de Hugo de Lusignan, y esposarse con ella. Este acto fue un agravio para la poderosa casa de Lusignan y desembocó en una nueva guerra entre Juan y Felipe Augusto, que se saldó conla pérdida de Normandía en 1204.



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Retrato del papa Inocencio III.



1206

En 1206, Anjou, Maine y partes de Poitou también pasaron a manos del rey francés. Estas pérdidas territoriales supusieron un gran revés para Juan y le obligaron a residir casi de forma permanente en Inglaterra, lo que implicó que fuera el primer rey inglés desde la conquista normanda que habló este idioma con fluidez.

El gobierno de Juan se caracterizó por una fortísima presión tributaria y una interferencia cada vez mayor en los privilegios de la nobleza.

Su presencia constante en suelo inglés se tradujo en la construcción de una administración muy eficiente, supervisada por el propio Juan. Un gobierno caracterizado por una fortísima presión tributaria y una interferencia cada vez mayor en los privilegios de la nobleza.



1208

Juan desencadenó un agrio enfrentamiento con el papa Inocencio III a causa del nombramiento del nuevo arzobispo de Canterbury. Se negaba a aceptar al candidato del pontífice, lo que conllevó su excomunión y la amenaza de una cruzada, liderada por Felipe Augusto, para colocar en el trono a su hijo Luis. Consciente de que sus barones apoyarían la cruzada, el rey cedió finalmente ante el papa.



1212

La obsesión de Juan por recuperar los territorios perdidos, su empecinamiento contra el papa y su afán recaudatorio estuvieron a punto de costarle también el trono de Inglaterra. En agosto de 1212,diversos miembros de la nobleza, hartos de sus injerencias, se confabularon para asesinarlo durante una expedición militar. Juan consiguió zafarse y, dos años después, lanzó una nueva campaña para retomar sus antiguas tierras francesas. Fue otro sonado fracaso.



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La Carta Magna que Juan sancionó en 1215.



1215

A su retorno a Inglaterra, derrotado, se enfrentó a un descontento cada vez mayor de los barones, liderados por Robert Fitzwalter, que se tradujo en el estallido de la guerra civil en 1215. Los rebeldes llegaron a sitiar Londres. Al ver que tenía todas las de perder, Juan aceptó negociar con sus oponentes.

Juan I sancionó la Carta Magna en junio de 1215, por la cual se comprometía a respetar los derechos de los señores feudales y someterse a la legislación inglesa.

La paz se ofrecía bajo una condición: la firma de un acuerdo –conocido como Carta Magna– en el que el rey se comprometía a respetar los derechos de los señores feudales y someterse a la legislación inglesa. Juan I sancionó la Carta Magna en junio de 1215, a orillas del Támesis.



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La catedral de Worcester, donde está enterrado Juan I. Foto: Wikimedia Commons / Diliff / CC BY-SA 3.0.



1216

La paz, sin embargo, duró poco: tres meses después de la firma, el soberano convenció al papa de que declarase el documento ilegal, con el pretexto de que interfería con los derechos reales. Ambos bandos volvieron a las armas, aunque esta vez los nobles ingleses contaban con el apoyo de Felipe Augusto. El conflicto se zanjó con el fallecimiento de Juan en el castillo de Newark, en Nottingham, en 1216. Tenía 49 años, y murió debido a la disentería y el agotamiento físico y mental. Fue enterrado en la catedral de Worcester.



Si quieres saber más acerca de Juan Sin Tierra y su reinado en Inglaterra, consulta el artículo principal publicado en el número 599 de la revista Historia y Vida.
 
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