Cuadernos de Historia

Noviembre de 1893: cuando el puerto de Santander vivió una explosión más sangrienta que la de Beirut
El barco de vapor Cabo Machichaco arrasó hasta con 60 edificios de la ciudad durante uno de sus trayectos y dejo al menos 590 muertos y más de 2.000 heridos

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Cristina Galán
PUBLICADO 08/08/2020 04:45

Una fuerte explosión ha sacudido el puerto de Beirut (Líbano) este martes, como consecuencia de la deflagración de una carga de cerca de 3.000 toneladas de nitrato de amonio que se encontraba almacenada en él desde hacía seis años.

El número de heridos es de 179 y se estima que haya alrededor de 50.000 heridos. Los destrozos materiales han sido masivos en la capital libanesa, han dejado a entre 200.000 y 250.000 personas sin vivienda, y han causado unas pérdidas de entre 3.000 y 3.500 millones de dólares.


La catástrofe vivida en Líbano puede asemejarse a la detonación del barco de vapor Cabo Machichaco, que arrasó con la ciudad de Santander (Cantabria) el 3 de noviembre de 1893. Al menos 590 personas murieron y hubo más de 2.000 heridos.

1.720 cajas de dinamita

El barco de vapor, Cabo Machichaco, tenía la función de transportar mercancías entre Bilbao y Sevilla, con escala en el puerto de Santander. El navío partió del País Vasco el 24 de octubre de 1893 con dirección a Cantabria.

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Cabo Machichaco en el puerto de Santander


La nave llevaba 1.616 toneladas de carga: barras de hierro, lingotes, cubos de hierro, clavos, raíles, hojalata, harina, vino, papel, tabaco, madera, licores, aceite... Además, transportaba 12 toneladas de ácido sulfúrico en toneles de vidrio y 1.720 cajas de dinamita, con un peso neto de 43 toneladas aproximadamente. Oficialmente, existía un reglamento que obligaba a los barcos que transportaban material explosivo declararlo a las autoridades, un trámite que el Cabo Machichaco no ejecutó.

¿Cómo sucedió?


En medio de su trayecto, durante la escala en Santander, donde se descargaba parte de la mercancía en el Muelle de Maliaño, se declaró a las autoridades locales un incendio a bordo del Cabo Machichaco. Una de las bombonas de vidrio, llena de ácido sulfúrico, estalló en cubierta y el fuego se extendió rápidamente a la proa.

A pesar de los esfuerzos de los bomberos locales y de barcos colindantes que se encontraban en el puerto, no se consiguió sofocar el incendio y las llamas alcanzaron las 1.720 cajas de dinamita, lo que causó una masiva explosión que destrozó más de la mitad de la ciudad de Santander.

La detonación fue de tal intensidad que se encontraron fragmentos de hierro y otros materiales a varios kilómetros de distancia del puerto. Al menos 60 edificios fueron totalmente derruidos, incluida una ermita en San Juan de Maliaño, y el fuego devoró las calles de Santander. Además, la ola generada por la explosión arrastró a centenares de personas mar adentro.

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Destrozos en Santander por la explosión del Cabo Machichaco


El barco quedó semihundido en el puerto donde se produjeron los hechos, y en marzo de 1894, después de un año, se volvió a producir una explosión que causó la muerte de 15 operarios.

Después de la catástrofe
127 años después de una de las mayores catástrofes de España, en Santander no hay rastro de la explosión. La ciudad fue reconstruida y se levantó un monumento en el cementerio de Ciriego para recordar a todas las víctimas.

La estructura actual de la ciudad cántabra es el resultado de la remodelación que se hizo tras la explosión, pues las 25 manzanas que formaban Santander fueron totalmente arrasadas. De esta manera, se optó por centralizar la urbe, que hasta entonces estaba volcada al mar, hacia un interior más seguro.

 
Así fue el asesinato de Calvo Sotelo: una detención falsa y un tiro en la nuca
La muerte del líder de derecha, crítico con la II República, sigue generando debate entre los historiadores



Sacamos del armario el discurso de Calvo Sotelo




José Calvo Sotelo fue un político español que jugó un gran papel en la historia de España a principios del siglo XX.

Ministro durante la dictadura de Primo de Rivera, tuvo que exiliarse con la llegada de la II República, pero pudo regresar en 1934, con el bienio radical-cedista, como líder de la derecha.

La madrugada del 13 de julio de 1936 fue sacado de su casa con una orden de arresto falsa y asesinado de un disparo en la nuca. Se cree que el autor del crimen fue Luis Cuenca, miembro de las Juventudes Socialistas.

Aunque tradicionalmente se ha defendido que este asesinato fue una respuesta a la muerte, un día antes, del teniente Castillo, otras teorías apuntan a una conjura organizada con anterioridad por dirigentes de partidos de izquierda.


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AGOTADOS DE ESPERAR EL FIN (III)
La muerte vino del Támesis: la epidemia de cólera de 1854 y el mapa que salvó Londres
Como este verano es un momento de pandemia e incertidumbre, en esta serie recuperaremos algunos de aquellos momentos en los que el mundo parecía a punto de acabarse



Foto: 'Muerte sobre el Támesis' (Alegoría)
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Muerte sobre el Támesis' (Alegoría)



AUTOR
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ
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PANDEMIA
LONDRES
CAPITÁN SWING
REINO UNIDO

11/08/2020




No es la primera vez que una pandemia, una catástrofe natural o una sucesión de acontecimientos azarosos producen la sensación generalizada de que el mundo va a terminar o, en cualquier caso, va a transformarse radicalmente. Antes, a estos sucesos se les buscaba una explicación religiosa —la ira de Dios, habitualmente, que castigaba nuestros pecados—; ahora, más bien, se acude a la ciencia para obtener una explicación, pero la superstición sigue propagando sus mensajes confusos e histéricos. En todo caso, el mundo no se ha acabado nunca, y por lo general solo ha cambiado de manera gradual. Como este verano es un momento de pandemia e incertidumbre, en esta serie recuperaremos algunos de sus precedentes. Como el gran brote de cólera de Londres en 1854.

Friedrich Engels y Charles Dickens eran hombres muy distintos. El primero era prusiano, tenía poco más de veinte años y con el tiempo cofundaría la doctrina socialista que sería conocida por el nombre de su socio, Karl Marx. El segundo era la quintaesencia de lo inglés, tenía poco más de treinta años y era un conservador compasivo. Pero ambos estaban horrorizados por lo mismo: la acumulación de cadáveres en el centro de Londres.
Los cuerpos se hacinaban en los cementerios situados dentro de la ciudad. En uno solo de ellos, el de Islington, con capacidad para tres mil fallecidos, había ochenta mil. Se les veía sobresalir de la tierra, mal enterrados, corrompidos a la intemperie. Provocaban una peste insoportable en la ciudad, además de una enorme sensación de vergüenza.



Cementerio de Bunhill Fields, Finsbury, Londres, 1866


Cementerio de Bunhill Fields, Finsbury, Londres, 1866



Por eso, cuando se declaró una misteriosa enfermedad que nadie sabía cómo se transmitía, ambos creyeron que era consecuencia de ese hedor que inundaba las calles. No solo ellos. Lo creían la reina Victoria, los editores de la revista científica 'The Lancet' y los políticos reformistas. Sin embargo, el olor nauseabundo no era lo que estaba matando a los londinenses. Era otra cosa. Y nadie sabía cuál.



'El mapa fantasma'
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El mapa fantasma'


Habían estallado varios brotes en los años previos, y habían muerto decenas de miles de personas, cuando el 28 de agosto de 1854 una niña de apenas seis meses, que vivía con sus padres hacinada en un piso del centro de Londres que albergaba veinte inquilinos, se puso a vomitar y a defecar “heces aguadas de color verdoso que desprendían un olor acre”, cuenta 'El mapa fantasma', un libro fascinante del divulgador científico Steven Johnson sobre la pandemia de cólera que arrasó Londres a mediados del siglo XIX, recién publicado por la editorial Capitán Swing. La pobre madre lavaba una y otra vez los pañales en un cuenco de agua tibia y, cuando la niña se dormía, aprovechaba para bajar a tirar el agua sucia al pozo negro que había frente al sótano de la casa. “Y así —dice Johnson— es como empezó todo”.

¿Por el aire o por el agua?
Porque la enfermedad no la transmitía el aire, en forma de miasma desprendida de la acumulación de malos olores, putrefacción y, como creían Dickens y Engels, los cadáveres mal enterrados cerca de donde vivía la gente. La causa era otra. En el centro de Londres aún no había cloacas. Los pozos negros se desbordaban. Y, a falta de una solución mejor, el gobierno de la ciudad decidió que la manera de deshacerse de los desperdicios y las aguas residuales era arrojarlos al Támesis. Y cada vez el volumen era mayor, porque la densidad de población aumentaba sin parar, y con ella los despojos y el número de cadáveres. Cada día y cada noche, centenares de personas recorrían las orillas del río y los túneles subterráneos en busca de algo de valor en mitad de la porquería. Y entre las cosas de valor, podían estar las heces de los perros o los huesos de cadáveres de animales.


Dos compañías tomaban esas aguas contaminadas del Támesis y las suministraban para el consumo humano

“Cada cierto tiempo —dice Johnson en el extraordinario arranque del libro— una bolsa de gas metano inusualmente densa entraba en combustión a causa de una de las lámparas de queroseno que utilizaban [los recolectores de basura] y algún alma desafortunada se incineraba a seis metros bajo tierra, en medio de una corriente de inmundas aguas residuales”. El detalle macabro, el que desató el estallido de cólera de aquel año, fue que dos compañías tomaban esas aguas contaminadas del Támesis y las suministraban para el consumo humano. Pasaban, tras un largo recorrido, de los pañales de la pequeña enferma a la boca de sus vecinos.

Pero, ¿cómo llegó a saberse que el cólera se transmitía por el agua y no por el aire emponzoñado? Esa es la historia principal del libro, cuyos protagonistas son John Snow y Henry Whitehead, dos hombres también muy distintos. El primero era un médico pionero de la anestesia, y una celebridad gracias a sus estudios sobre el uso del éter y el cloroformo en las intervenciones quirúrgicas y, más tarde, en los partos —de hecho, la reina Victoria le pidió que le administrara cloroformo durante el nacimiento de su octavo hijo—, que se puso a investigar la transmisión del cólera como un detective privado. Estudiaba los patrones de los contagios, la arquitectura de los lugares donde se producían, los hábitos sanitarios de los fallecidos. El segundo, Whitehead, era un sacerdote de la iglesia local, que pensaba que la enfermedad se transmitía por medio de las miasmas, pero que gracias a la habilidad de Snow acabó convencido de que la culpable era el agua. No solo eso, juntos terminaron detectando exactamente cuál era la fuente exacta del céntrico barrio de Londres en la que se producía la transmisión. Entre los dos poco menos que inventaron una nueva disciplina de la que hoy oímos hablar a diario: la epidemiología.




enry Whitehead, el dispensario de la muerte y John Snow (Capitán Swing)


Henry Whitehead, el dispensario de la muerte y John Snow (Capitán Swing)



¿Cómo resistió Londres ante esa epidemia? ¿Por qué no llegó el fin del mundo o, al menos, el de la ciudad, que siguió creciendo y durante buena parte del siglo XIX fue la capital global de la economía, el comercio y la industrialización? Porque los descubrimientos de Snow y Whitehead pusieron en marcha una profunda transformación, basada en la ciencia, de las ciudades, la higiene, los cuidados médicos y la propia indagación científica. La lección que podemos aprender en estos momentos del brote de cólera de 1854 es evidente: “Por graves que sean las amenazas a las que nos enfrentamos en la actualidad, tendrán solución si reconocemos el problema subyacente, si tendemos a la ciencia y no a la superstición, si mantenemos un canal abierto para las voces disidentes que realmente pueden sugerir respuestas verdaderas”.


 
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Bienvenida Pérez o ‘los cuernos de Estado’ que pusieron en jaque la seguridad nacional británica

Durante la época de la primera Guerra del Golfo, el trío formado por Bienvenida Pérez, sir Anthony Buck y sir Peter Harding resultó casi tan peligroso como el Trío de las Azores.

Eduardo Bravo - 11.08.2020 - 18:20h


«La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa», afirmaba Karl Marx al comienzo de 18 de brumario de Luis Bonaparte. Una reflexión que encaja a la perfección a la hora de describir ese triángulo de amor bizarro que fue el matrimonio de Bienvenida Pérez y sir Anthony Buck y su affaire sentimental con sir Peter Harding, Jefe del Alto Estado Mayor británico. Un escándalo que hacía el número tres de los grandes casos de infidelidad protagonizados por altos cargos del gobierno inglés en la segunda mitad del siglo XX.

Primero fue el escándalo Profumo de 1963, que forzó la dimisión del ministro de la Guerra John Profumo tras conocerse que había mantenido una relación extramatrimonial con Christine Keeler, bailarina menor de edad que también era amante de un traficante de drogas y del espía ruso Yevgeni Ivanov. La tragedia, en el sentido marxista del término, llegaría en 1992. Ese año, David Mellor, Secretario de Estado del gobierno conservador de John Major, tuvo que dimitir al descubrirse su relación extramatrimonial con la actriz y modelo de origen español Antonia de Sancha. Apenas unos meses más tarde le tocó el turno a la farsa, sainete o zarzuela, protagonizada por Bienvenida Pérez, una peculiar valenciana de enigmático pasado.

«Recuerdo que intenté hablar con ella en español y no pudo contestarme ni una palabra. Me dijo que había olvidado nuestro idioma porque llegó aquí siendo una niña pequeña», comentaba al diario ABC poco después de estallar el escándalo la marquesa de Torregrasa. Esta anécdota de la esposa del ministro consejero de la Embajada de España en Londres en la época del escándalo, sacaba a relucir una de las facetas de la personalidad Bienvenida Pérez: la fabulación.

Si bien era cierto que la española había llegado a Inglaterra procedente de Valencia cuando todavía era una niña, no lo era que hubiera olvidado su idioma natal. De hecho y como pudo comprobarse en infinidad de programas de televisión a los que acudió para contar su historia, Bienvenida hablaba español con soltura, desparpajo, un marcado acento británico que en ocasiones parecía impostado y un tono de voz que fue calificado como de «dibujos animados». Si se negaba a hablar en español tal vez fuera porque, como afirmaba Ramón Pérez Maula en ABC, «sus hábitos lingüísticos y algunos dejes denotaban un origen social muy humilde».

Un ascenso social meteórico

Bienvenida Pérez Blanco había nacido en el valenciano barrio del Carmen el 15 de febrero de 1957. Su padre era cuchillero y su madre un ama de casa que decidió separarse y emigrar a Londres cuando la niña todavía era muy pequeña. Bienvenida se crió en Valencia con su abuela paterna hasta que la familia decidió enviarla a Londres con su madre, con la que nunca tuvo buena relación.

Al cumplir los dieciocho años, en 1975, se independizó y comenzó a trabajar en diferentes empresas del sector del lujo, lo que le permitió entrar en contacto con la alta sociedad inglesa. Por esa época, Bienvenida, que se hacía llamar Bernardette y a frecuentar las mejores tiendas de Londres y asistir a las fiestas más exclusivas. «Acudía a las fiestas luciendo cada día un modelo diferente, siempre de alta costura francesa. Con frecuencia llevaba consigo un pequeño perro de lanas y dedicaba la mayor parte de su tiempo a tratar con hombres, casi siempre de forma insinuante», decía de ella ABC, periódico que en sus informaciones sobre Bienvenida siempre dejó entrever, insultándola sin miramientos ni verguenza, que era escort o, en palabras de Jaime Campmany, «suripanta», «put* de candileja» y «pelandrusca de salón».

Para los columnistas machistas y rancios de los años 90, lo que sucedió entre Bienvenida Pérez, Sir Anthony Buck y Sir Peter Harding solo podía explicarse a través del arquetipo de una Eva perversa y calculadora que se dedicaba a seducir a hombres inocentes y desvalidos. Sin embargo, como explicó la propia Bienvenida respecto de Harding, «era mayorcito y sabía los riesgos que corría». De hecho eran «mayorcitos» los dos. Cuando conocieron a la valenciana, Buck tenía 62 años, treinta más que ella, y Harding ya había alcanzado el medio siglo.

El primer encuentro entre Bienvenida y sir Anthony Buck, diputado del partido conservador, se produjo en 1990 en una fiesta, tres semanas después contrajeron matrimonio y, casi con la misma rapidez, comenzaron los problemas en la pareja. Las razones principales fueron el alcoholismo de Buck, su agresivo carácter y las infidelidades de Bienvenida que, ya por entonces, había comenzado su relación sentimental con Sir Peter Harding. A pesar de que la situación matrimonial se hacía cada vez más insostenible Buck se negaba a divorciarse para no perjudicar su carrera en el partido conservador. De hecho, no fue hasta pasadas las elecciones de 1992 cuando aceptó poner fin a la relación de forma legal.

Para entonces, la relación con Sir Peter Harding también había terminado pero, animada por News of the World, el tabloide sensacionalista del magnate australiano Rupert Murdoch, Bienvenida decidió quedar una vez más con Harding. La cita fue en el restaurante del Hotel Dochester de Londres. Durante el encuentro, el Jefe del Estado Mayor habló, entre otras cosas, del IRA, de la política inglesa hacia Bosnia y del futuro de John Major sin sospechar que, en una mesa cercana, un periodista de News of the World estaba grabando la conversación y, desde otro punto del restaurante, un paparazzi fotografiaba a la acaramelada pareja.

La publicación de la entrevista reportó a Bienvenida alrededor de 42 millones de pesetas (unos 250.000 euros) y provocó la dimisión de Harding, no solo por su indiscreción durante la cita, sino porque los medios de comunicación no tardaron en vincular a su examante con importantes personalidades de Arabia Saudí.

Amistades peligrosas

Durante los años ochenta Bienvenida Pérez había vivido en Texas, estado petrolero en el que conoció a un grupo de empresarios saudíes también relacionados con el negocio del crudo. Esos hombres de negocios la habrían contratado como relaciones públicas aunque, de nuevo, las informaciones de la época reducían esa tarea a la de dama de compañía. Unas acusaciones que Bienvenida siempre ha negado, matizando que ella no era una prost*t*ta sino una amante. «Peter nunca me pagó nada. Yo abonaba las facturas del hotel, le invitaba a cenar en mi cumpleaños y él ni siquiera me compró un ramo de flores».

Uno de esos empresarios saudíes para los que trabajaba Bienvenida era Basil S. Faidi, cuñado del jeque Ahmed Zaki Yamani y ministro del Petróleo y los Recursos Minerales de Arabia Saudí desde 1962 a 1986. En esa fecha, ya sin responsabilidades de gobierno, Faidi decidió fijar su residencia en Suiza para, posteriormente, radicarse en Londres. En la capital británica compró la Isla de los monos, situada en mitad del Támesis, y una antigua abadía del barrio de Wimbledon en la que celebraba lujosas fiestas a las que acudía Bienvenida. Todos esos antecedentes, así como la relación de Bienvenida con Jamal Izztet, importante hombre de negocios Iraquí durante la época de la primera Guerra del Golfo, hicieron saltar las alarmas del MI5. El servicio secreto británico comenzó a espiar las comunicaciones de la mujer con Peter Harding pero, finalmente, las autoridades no tomaron ninguna medida hasta que no se publicó la exclusiva de News of the World.

A partir de ese momento y mientras Harding caía en desgracia, Bienvenida se convirtió en una celebrity reclamada en todo el mundo. Tanto es así que, para gestionar sus compromisos, contrató a Max Clifford, agente que también representaba a Antonia de Sancha. Las gestiones de Clifford consiguieron, entre otras cosas, una entrevista exclusiva de Bienvenida con Sky News y su aparición en La máquina de la verdad, programa de Tele 5 presentado por Julián Lago.

La cita de Bienvenida con el polígrafo se produjo el jueves 24 de marzo de 1994 y se publicitó a través de spots e inserciones en prensa con frases como «¿le confió sir Peter Harding secretos de estado durante su romance? ¿Transmitió información confidencial al gobierno iraquí durante la Guerra del Golfo? ¿Ha tenido relación con organizaciones implicadas en el tráfico de armas? ¿Seducirá también al detector de mentiras?». Para salir de dudas, además de la máquina de la verdad, el programa invitó al plató a Ilia Protsenko, exagente de la KGB, Desmond Bristow, exjefe de los Servicios Secretos británicos en España, María Antonia Velasco, columnista de Diario 16 y, para no dejar ningún tema por tocar, a la sexóloga Pilar Cristóbal.

A la vista del interés que su persona generaba entre el público español, Bienvenida fijó su residencia en Marbella decidida a sacarle el máximo partido a su fama. Incluso se llegó a hablar de rodar un telefilme producido por Zeppeling sobre su vida, pero el proyecto no llegó a buen puerto. A cambio, la valenciana posó para Interviú por tres mil euros, apareció en Hola Raffaella, fue contertulia habitual el programa Moros y cristianos, publicó en Ediciones B el libro Hazte valer –«un manual destinado a toda mujer que luche por el poder sin peleas ni golpes bajos, que busque asegurarse el futuro y que entienda toda relación como una diversión que pueda resulta beneficiosa para ambas partes»–, participó en Tómbola, se peleó en directo con Lydia Lozano y, tras un periodo apartada del foco mediático, en 2006 volvió a posar en Interviú aprovechando que volvía a ser popular por su participación en el reality La cocina del infierno.

En los últimos tiempos, casi treinta años después del escándalo que la hizo famosa, Bienvenida ha decidido apartarse de la vida pública e iniciar una vida más o menos tranquila en Liverpool, ciudad de la que quiso ser alcaldesa en las elecciones de 2012 sin conseguirlo. Por su parte, los otros dos protagonistas de esta historia corrieron diferente suerte. Anthony Buck contrajo un tercer matrimonio con la ciudadana rusa Tamara Norashkaryan antes de fallecer en 2003 y David Mellor comenzó a colaborar como periodista especializado en fútbol y música clásica en medios como The Guardian o BBC Radio. En 2014, cuando su carrera como prestigioso crítico y columnista parecía encaminada, Mellor volvió a saltar a las portadas de los periódicos por un nuevo escándalo. En esta ocasión se trató de la filtración de una conversación en la que trataba de manera degradante a un taxista. En ella le decía al conductor perlas como que «era una gran mierda después de llevar diez años conduciendo un taxi», mientras que él «había estado en el Gabinete presidencial, era un periodista galardonado y era abogado de la Reina». Como era de esperar, de lo de Bienvenida prefirió no decir nada.

Artículo actualizado el 11 agosto, 2020 | 18:31 h

 
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AUTOR
DANIEL ARJONA
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@elarjonauta

13/08/2020


A Jorge Luis Borges le hacía mucha gracia aquella anécdota que solía citar en entrevistas para referirse al realismo literario y a ese vástago suyo que llamamos novela histórica. Cuando Flaubert escribió 'Salambó', el obsesivo escritor francés se documentó prolijamente y viajó a Cartago con el fin de observar los escenarios reales para su célebre novela sobre las guerras púnicas. Allí vio cactus y, creyéndolos africanos, los incluyó en su libro ejecutando así un anacronismo histórico pues aquella planta era originaria de México y hubiera sido imposible que creciese en África en tiempos de Aníbal. El autor de 'El Aleph' añadía a continuación que, por mucho que nos ocupemos literariamente del pretérito, no podemos dejar de ser contemporáneos de nuestro tiempo y que toda novela histórica dice más de nuestro presente que del pasado del que en teoría trata.
La lista que ofrecemos a continuación en orden de ambientación cronológica, personal e intransferible, despliega por ello un perfecto jardín de senderos que se bifurcan para conocer el presente por medio del pasado.


1. 'El clan del oso cavernario' - Jean M. Auel

'El clan del oso cavernario'


'El clan del oso cavernario'
Primera -y mejor- entrega de la triunfal saga 'Los hijos de la Tierra' que ha vendido 45 millones de ejemplares en todo el mundo y que se ocupa de uno de esos cruces de camino decisivos de la historia. Cuando la estadounidense Jean Marie Auel imaginó en 1980 el encuentro en la Edad del Hielo entre una niña Cromagnon -Ayla- huérfana y la familia de Neandertales que la acogen, los conocimientos científicos sobre los posibles contactos entre aquellas dos especies de humanos eran aún muy pobres. Hoy sabemos que ambos grupos se cruzaron de tal modo que nuestro ADN conserva de media un 4% de ADN Neandertal. Bien narrado, imaginativo y excepcionalmente ambientado, 'El clan del oso cavernario' es ya todo un clásico popular de la novela histórica.

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2. 'Sinuhé el egipcio' - Mika Waltari


'Sinuhé el gipcio'



'Sinuhé el gipcio'
Inolvidable descubrimiento juvenil que sigue irradiando su encanto en posteriores relecturas, la primera y más exitosa novela histórica del finlandés Mika Waltari expone las aventuras del médico Sinuhé en el Egipto de la dinastía XII. Una época de convulsiones terribles marcada a fuego por la herejía monoteísta de Akhenatón y su esposa Nefertiti sirve el pretexto para los viajes de Sinuhé por los grandes escenarios de la Antigüedad tras haberlo perdido todo por culpa de una sibilina cortesana: Babilonia, el país hitita, la Creta del ya extinto minotauro... Publicada en 1945, muchos han querido novelar posteriormente a su manera aquel reinado pero nadie ha logrado la fascinación y el sentimiento de maravilla que deja la lectura de Waltari.

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3. 'Creación' - Gore Vidal

'Creación'



'Creación'
Sólo un provocador entusiasta como el estadounidense Gore Vidalpodía sortear nuestra obsesiva mirada filogriega para sumergirse en el imponente siglo V a.c. desde el punto de vista persa. El inteligente, culto y ladino embajador Ciro Espitama, embajador del gran imperio asiático en la polis, se ríe de las tercas ilusiones griegas mientras cuenta, a su manera, los hechos de las Guerras Médicas y el nacimiento de algunas de las grandes religiones históricas como el zoroastrismo o el budismo. De lectura en ocasiones ardua,'Creación' recompensa con creces el esfuerzo del autor de otras novelas históricas inolvidables como 'Juliano el Apóstata' o 'Lincoln'.

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4. 'Yo, Claudio' - Robert Graves


Yo, Claudio


Yo, Claudio
"Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido de mis parientes, amigos y colaboradores como 'Claudio el Idiota', o 'Ese Claudio', o 'Claudio el Tartamudo' o 'Cla-Cla-Claudio', o, cuando mucho, como 'El pobre tío Claudio', voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida". Así arrancaban las memorias ficticias del emperador romano más improbable y sorprendentemente exitoso "descubiertas" por el escritor británico Robert Graves. 'Yo, Claudio' bien podría describirse como el más brillante arquetipo de la novela histórica: personajes fascinantes, exacta recreación favorecida por una documentación abundante, drama, humor, conocimiento... Hubo una segunda parte -'Claudio el Dios y su esposa Mesalina' y una buena adaptación televisiva de la BBC que, con todo, no supera al original,

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5. 'Memorias de Adriano' - Marguerite Yourcenar


'Memorias de Adriano'



'Memorias de Adriano'
Probablemente la más alta cima literaria de esta lista, las 'Memorias de Adriano' de Marguertie Yourcenar recogen las confesiones epistolares que el emperador habría legado a su nieto adoptado y sucesor Marco Aurelio en torno al poder, la guerra, la comida, el arte, los placeres, la amistad, el amor, la pérdida o la inminencia de la muerte. Un libro imperecedero que se bebe como agua fresca y deja un recuerdo imborrable de aquel tiempo en el que, como escribió Flaubert, "cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre"

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6. 'El puente de Alcántara' - Frank Baer


'El puente de Alcántara'
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El puente de Alcántara'
El cacereño puente romano que cruza el Tajo en Alcántara da el título a este novelón que da una vuelta de tuerca a ese ensueño histórico dislocado por la violencia llamado 'la España de las Tres Culturas' encarnada aquí en sus tres protagonistas: un poeta musulmán, un médico judío y un escudero cristiano en torno al año 1064. El periodista y escritor alemán Frank Baer evoca así en esta gran novela histórica la época en que lo que hoy llamamos España se transformaba desde un escenario plural y más o menos tolerante hacía la intransigencia y la homogeneidad que caracterizarían su posterior evolución.

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7. 'El nombre de la rosa' - Umberto Eco


'El nombre de la rosa'



'El nombre de la rosa'
Cuentan que Umberto Eco colocó estratégicamente -y se negó a eliminarlas tras el requerimiento de su editor- las cien páginas más difíciles de su obra cumbre al inicio de su libro a modo de criba: el esforzado lector que hubiera sido capaz de atravesar aquellas farragosas sinuosidades estaría listo para proseguir con el resto pero el que, incapaz de hacerlo, trampeara saltándoselas... en fin, no entendería tampoco lo siguiente. La aparente trama detectivesca que a finales de 1327 se despliega ante fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk en una recóndita abadía. Crímenes diabólicos, estrafalarias discusiones teológicas, herejías y toneladas de referencias históricas, literarias o filosóficas brotan de esta extraordinaria novela cuya célebre adaptación cinematográfica protagonizada por Sean Connery no es menor pero sí, ¡ay! mucho más simple.

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8. 'El hereje' - Miguel Delibes


'El hereje'



'El hereje'
Es atrevido proclamar que 'El hereje' es la mejor novela de Miguel Delibes pero por ahí anda la cosa. Fue la última del escritor español y en ella ejecutaba un doble salto mortal para adentrarse por primera vez en el género de la novela histórica (pese a negarse a describirla de tal guisa) con los avatares del comerciante Cipriano Salcedo en la Valladolid de la época de Carlos V, cuando las corrientes protestantes comenzaban a introducirse en España perseguidas con celo por la Santa Inquisición. Su apropio autor caracterizó este libro como "un alegato a la libertad y, sobre todo, a la libertad de pensamiento, que es la primera y más eminente de todas las libertades. Una denuncia contra la intolerancia entre hermanos, tan de actualidad, en estos momentos en que el racismo, la xenofobia y los nacionalismos radicales son habitual portada informativa".
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9. 'Q' - Luther Blisset

'Q' - Luther Blisset


'Q' - Luther Blisset
Luther Blisset fue el nombre colectivo asumido por el colectivo de autores que posteriormente pasarían a llamarse Wu Ming para firmar esta novela histórica sorprendente y memorable sobre los tiempos de la Reforma Radical, cuando la caja de los truenos abierta por Martin Lutero sirvió para que una caterva de pequeños grupos milenaristas, comunistas e incendiarios protagonizaron una sangrienta y apasionante serie de conflictos y rebeliones. La guerra de los campesinos de Thomas Müntzer o la efímera toma del poder por los anabaptistas en la 'Nueva Jerusalén' de Münster son algunos de los polos de efervescencia por los que transita un misterioso protagonista que atiende a nombres diversos perseguido incansablemente por 'Q', el espía del Papa. Una historia grandiosa que es también una alegoría poderosa de las luchas antiglobalización en la que participaron sus autores.

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10. 'En la corte del lobo' - Hilary Mantel


'En la corte del lobo'



'En la corte del lobo'
Con 'En la corte del lobo' Hilary Mantel ganó su primer premio Booker; con la secuela 'Una reina en el estrado', obtuvo -por primera vez en la historia- el segundo; y con 'El trueno en el reino', la tercera y última parte que se publicará al fin en España en septiembre, acaba de ser nominada al tercero. Veremos si lo gana pero, en fin, el extraordinario fresco de la Inglaterra de los Tudor, la de Enrique VIII, Ana Bolena y, sobre todo, el fabuloso Thomas Cromwell, protagonista total de la serie, es lo mejor que le ha pasado a la narrativa histórica en mucho tiempo. Literatura de primera.

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Una arquitectura para la Alemania de Hitler
Mil años esperaba el Führer que perviviesen las monumentales construcciones de su imperio. Con su estilo pretendió sobrecoger a sus adeptos y arredrar a sus enemigos


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Fachada del edificio que acogió la sede del partido nazi en Múnich. Dominio público

Hitler mandó llamar a uno de sus arquitectos más fieles, Hermann Giesler. Era el encargado de remodelar Linz, la ciudad austríaca que el dictador consideraba su lugar de nacimiento (aunque en realidad vio la luz en un villorrio cercano) y donde pensaba pasar el otoño de su vida junto a Eva Braun.

La tarea de Giesler era convertir Linz en la ciudad más bonita del Danubio, por encima de Praga y Budapest, así como satisfacer algunos caprichos del Führer. Diseñó un campanario de 150 metros de altura en cuya base estarían enterrados los padres de Hitler, que descansarían eternamente al son de una melodía de Bruckner interpretada regularmente por un carillón. La ciudad albergaría también el museo con todas las obras de arte expoliadas por los nazis y un salón de conciertos con un aforo de 35.000 personas.

El Führer adoraba las maquetas, y Giesler, por supuesto, acudió a la reunión con una. La guinda de aquella Linz en miniatura era una imitación del Panteón de Roma: la tumba que el tirano tenía en mente para sí mismo.

Lo espeluznante es que aquel encuentro tuvo lugar en la verdadera tumba de Hitler: su búnker en Berlín. La fecha, el 9 de febrero de 1945. La capital era un paraje lunar. La guerra estaba prácticamente perdida. Y Hitler andaba metido en caprichos arquitectónicos.

La compota del Führer

Edificar siempre había sido una manera de demostrar poder. Los totalitarismos habían sido especialmente duchos en ello, desde los tiempos de las pirámides de Egipto. Pero nunca hubo nada parecido al colosal proyecto nazi. “Para muchos dirigentes, la arquitectura es solo un medio para llegar a un fin. Existe la posibilidad real de que, para Hitler, al menos, siempre fuera un fin en sí mismo”, escribe Deyan Sudjic, uno de los grandes teóricos actuales de la arquitectura.

Hitler preside la reunión del partido nazi en 1930.

Hitler preside una reunión del partido nazi en 1930.
Bundesarchiv, Bild 119-0289 / Unknown author / CC-BY-SA 3.0

Lo macabro de la escena del búnker entre el Führer y Giesler podría atribuirse a los delirios del primero en sus últimos meses de vida. Pero no es así. Ya en 1925 garabateaba los diseños de los edificios que pensaba construir en Berlín cuando llegara al poder. Un dibujar por dibujar: en las elecciones de 1928 su partido solo obtuvo el 2,5% de los votos. Pero los sueños se convirtieron en realidad. O, mejor dicho, en una realidad de pesadilla.

Hitler fue un tirano del siglo XX con los irresponsables caprichos de un monarca del Barroco. Alemania era para él algo así como un juego de construcción donde dar rienda suelta a su frustrada vocación artística. Tras ver truncada su carrera pictórica al ser rechazado en la Academia de Bellas Artes de Viena, parece que el joven Adolf coqueteó con la arquitectura. De hecho, se conservan bocetos suyos en papel milimetrado.

Hitler tuvo a su lado un grupo de arquitectos dispuestos a hacer realidad sus visiones

Muchos años después le preguntaron por qué no dirigió hacia allí su carrera. Su respuesta: “Es que decidí ser el maestro de obras del Tercer Reich”. Tuvo las mejores herramientas: un grupo de arquitectos dispuestos a hacer realidad sus visiones, una burocracia con una capacidad casi ilimitada para planificar y ejecutar y un estado de terror que convirtió en prohibida la palabra “imposible”.

¿Cuál era el estilo arquitectónico nazi? A los estudiosos les gusta decir que no había. Una corriente nace de manera espontánea, de la maduración de otra anterior o como contraposición a la precedente. La estética nazi se fabricó en la mente de Hitler, por así decirlo, de la noche a la mañana. Era una compota que podía bascular entre el revival romano neoclásico, las fortalezas militares y las folclóricas casitas rurales germanas.

Proyecto para Berlín desarrollado por Albert Speer

Proyecto para Berlín diseñado por Albert Speer
Bundesarchiv, Bild 146III-373 / CC-BY-SA 3.0

Pese a que la Bauhaus fue demonizada, el Führer no le hizo ascos tampoco a las líneas puras de Mies van der Rohe. Eso sí: no podía ni ver los tejados planos, las ventanas horizontales y el acero expuesto que tan famoso hicieron al autor del pabellón de Barcelona.

Lo único que parecía tener claro el Führer era que quería colosalismo en piedra. Mastodónticas construcciones que amilanaran al enemigo y despertaran catárticas reacciones entre sus fieles súbditos. Y piedra, mucha piedra, nada de cristal o metales. El Tercer Reich debía durar mil años y dejar tras de sí las ruinas más bellas de todos los tiempos. Esta era la “teoría del valor de la ruina”, una de las formulaciones estéticas más disparatadas de la historia. Su autor: Albert Speer, el arquitecto favorito de Hitler y uno de sus pocos amigos íntimos.

El niño feliz

El Führer tuvo tres arquitectos de cabecera: Paul Troost, Hermann Giesler y Albert Speer. El primero murió prematuramente. El segundo se centró en los trabajos en Weimar, Múnich y Linz. Y el tercero fue quien supo llegar realmente al corazón de Hitler.

Joachim Fest, biógrafo de Speer, apuntó que entre mecenas y artista (cuando se conocieron, este era un joven de 29 años sin casi experiencia) existía una extraña corriente homoerótica. La gran cualidad de Speer fue darle y decirle a Hitler lo que este quería. La “teoría del valor de la ruina” fue el clímax de este metafórico matrimonio que se presentó ante el mundo, al más puro estilo de las lunas de miel, en París.

Albert Speer junto a Adolf Hitler en 1933.

Albert Speer (a la dcha.) con Adolf Hitler en 1933.
Bundesarchiv, Bild 146-1971-016-29 / CC-BY-SA 3.0

En 1937, la capital francesa albergaba una alicaída Exposición Universal. España estaba en guerra y Europa andaba ya crispada. Aquella iba a ser la exhibición de la propaganda. Roosevelt presentaba su New Deal a través de un pequeño rascacielos. Mussolini mostraba las maravillas de la arquitectura fascista. Y Stalin pensaba enmudecer el globo terráqueo con su realismo socialista: su pabellón era una especie de plinto coronado por dos figuras, un obrero y una campesina, de 25,5 metros de altura. La pareja avanzaba decidida hacia delante... Y lo que había delante era el pabellón alemán. El choque de los totalitarismos.

Speer tenía un as en la manga: había visto, por casualidad, los planos de su oponente y se puso a trabajar para contrarrestarlos. La fachada del pabellón alemán empequeñecía todo el recinto: una torre de 150 metros de altura coronada con un águila y una esvástica. A sus pies, un grupo escultórico de musculosos arios de siete metros de altura.

El estilo soviético y el nazi guardaban similitudes pasmosas, y ambos pabellones ganaron ex aequo la medalla de oro. Hitler y Speer quizá quedaron decepcionados con la cita parisina, pero en tres años la Ciudad de la Luz iba a ser suya. Además, les esperaban tantos planes con los que jugar en casa...

Hitler mandó desalojar el palacio de la Academia Prusiana de Bellas Artes para convertirlo en el estudio berlinés de Speer. Este gozaba de un sueldo superior al del alcalde de la ciudad. A cambio debía agasajar versallescamente al Führer.

Le construyó una maqueta de 30 metros de largo del nuevo Berlín, pintada con los colores de los materiales constructivos y con soldados de plomo desfilando por las calles. Algunas secciones eran móviles, para que el dictador las viera de cerca y experimentara con los juegos de luces y sombras. Muchas noches, tras la cena, Hitler regalaba a sus invitados una visita con linternas al proyecto en miniatura.

En su 50 cumpleaños, el tirano era el niño más feliz del mundo: Speer le había regalado una maqueta del arco del triunfo que tenían planeado, bajo la cual el Führer podía ponerse en pie.

Ruinas de la Casa Parda de Munich, uno de los emblemas arquitectónicos del nazismo, tras la IIGM

Ruinas de la Casa Parda de Múnich, uno de los emblemas arquitectónicos del nazismo, tras la Segunda Guerra Mundial.
Sam / CC BY SA-4.0

La velocidad con que Hitler planeaba era pasmosa, pero la capacidad organizativa de Speer no le iba a la zaga. Durante la guerra, el Führer le llegó a nombrar ministro de Armamento y Producción de Guerra. Speer, para los proyectos constructivos, contaba con la ayuda inestimable de la Fábrica de Obras de Tierra y Piedra Alemanas, una sección de las SS.

Los prisioneros de los campos de concentración eran la base del sistema. Flossenbürg y Mauthausen se alzaron al lado de canteras. En Oranienburg se erigió una fábrica de ladrillos. En los juicios de Núremberg, Speer se dibujó a sí mismo como “el nazi bueno”, el que no sabía nada de los planes del Holocausto. Sin embargo, le cayeron 20 años de cárcel por el uso de mano de obra esclava.

Liberación de los prisioneros del campo de Mauthausen.

Liberación de los prisioneros del campo de Mauthausen en 1945. Dominio público

Hitler tuvo muchos sueños, aunque poco tiempo para ponerlos en práctica: desde 1933 hasta 1945, con la Segunda Guerra Mundial en el tramo final. De aquella era aún quedan edificios, modificados, con nuevos usos y, desde luego, desprovistos de simbología. Otros fueron destruidos durante el conflicto y la posguerra se encargó de borrar sus restos. La “teoría del valor de la ruina” era un disparate, pero mejor que no quedara ninguna reliquia de aquella pesadilla.

 
Galdós y los Borbones
El escritor no fue nada contemplativo con la dinastía: "es un poder arbitrario para oprimir a ese pueblo infeliz y mantenerlo en la pobreza y la ignorancia", decía

JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid -
14 AGO 2020

Retrato de Isabel II de España (1830-1904), cuya entrevista con Galdós dio pie a la entrega de los Episodios Nacionales titulada 'La de los tristes destinos'

Retrato de Isabel II de España (1830-1904), cuya entrevista con Galdós dio pie a la entrega de los Episodios Nacionales titulada 'La de los tristes destinos'CORDON



Si a los guionistas de El Ministerio del Tiempo se les ocurriera un episodio en el cual Benito Pérez Galdós se encontrara este 14 de agosto con Juan Carlos de Borbón, no sabrían dónde desarrollar la escena. El emérito sigue perdido por esos mundos, errante, en el exilio, para cumplir con la tradición de los dos antecesores suyos que ocuparon el trono –Isabel II y Alfonso XIII-, envuelto en ese mismo bucle del desatino final, de la imposibilidad de un remate, como una maldición
.

Don Benito no fue nada contemplativo con la dinastía. “El Borbonismo no tiene dos fases, como creen los historiadores superficiales... Aquí y allá, en la guerra y en la paz, es siempre el mismo, un poder arbitrario que acopla el Trono y el Altar, para oprimir a ese pueblo infeliz y mantenerlo en la pobreza y la ignorancia”, decía Galdós en España sin Rey. Es sólo una prueba de la larga ristra de juicios contrarios a ellos y sus políticas que vierte en su obra.


El escritor fue un republicano convencido y entregado a la causa. Entró como diputado en el Congreso en 1907, cuando ganó el escaño en unas elecciones con más del 40% de los votos. Pero uno era el político, el pensador, el sociólogo y el historiador que como tales confluían en él y otro, el novelista: en ese aspecto hablamos del espécimen con infinita curiosidad por la carne y el alma de sus personajes.

Entre los reyes que le tocaron en suerte a lo largo de su vida, a quien dedicó buena parte de sus páginas fue a Isabel II. Con Alfonso XIII sintió algo parecido también, sobre todo como vecinos de veraneo en Santander, donde la casa del escritor quedaba pegada al palacio de la Magdalena. Pero la curiosidad que le despertaba a Galdós su abuela era enorme. Su reinado y sus catástrofes habían servido de telón a buena parte de su obra. Tanto que quiso conocerla personalmente.

La entrevista con Isabel II sirvió a Galdós para escribir en 1907 el Episodio de ‘La de los tristes destinos'.


Si los de El Ministerio del Tiempo idearan un episodio así, lo desarrollarían en París. Allí marchó al exilio la reina en 1868, sin que le dolieran prendas contarlo tras coger su tren en San Sebastián y allí se reunió con ella Galdós muchos años después, en 1902, tras haber mediado para la cita su amigo el embajador Fernando León y Castillo. Éste andaba inmerso en toda una operación de blanqueo de su imagen y pensó que el autor vivo más grande trazaría quizás una visión cercana de la reina.

Ella mostró recelo al encuentro: “¿De qué puedo hablar con este escritor que tiene unas ideas tan diferentes a las mías?”. Pero el embajador la convenció. “Razón de más para que os conozca mejor”. Isabel II exigió que León y Castillo los acompañara. Pero a los 10 minutos ya habían entrado en materia: “Se había roto, no diré el hielo porque no lo había, sino el macizo de mi perplejidad”, contó Galdós. “Más grande me parecía por desgraciada que por reina”. Una frase que marca precisamente la jerarquía de un escritor. Materia humana frente a pompa. Una franqueza sin límites de la monarca, que fluía ante todas las preguntas pertinentes y formuladas de manera elegante por parte de quien debe realizar su trabajo notarial.

Hasta el punto de reconocer sus errores ante el autor: “Sé que lo he hecho mal, muy mal y no debo rebelarme contra las críticas acerbas que se han formulado a mi reinado. Pero no ha sido mía toda la culpa, no toda”, comenta Galdós que le dijo. Descendieron al detalle, le contó aspectos desconocidos de quienes la rodearon, confesó su desastre matrimonial con Francisco de Asís, compartió con él una visión maternal del trono. Reflexionó junto a él: “Y el poder, ¿dónde está? ¿Ha dependido de mí o de los demás? Esa es mi duda…”.

La entrevista sirvió a Galdós para escribir en 1907 el Episodio de La de los tristes destinos. El balance que traza de su reinado es realista y negativo pero su encuentro con ella, directo, abierto, honesto, le ayudó a entender los porqués de aquel desastre.


 
MASACRES DE LA GUERRA (III)
El sur en llamas en 1936: el asesinato de Lorca, Granada y la venganza roja de Málaga
En apenas un mes, los días que transcurrieron entre ese 18 de julio y la madrugada del 18 de agosto, todo Andalucía reventó de cadáveres


Foto: El poeta y dramaturgo Federico García Lorca en Granada.


El poeta y dramaturgo Federico García Lorca en Granada.



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JULIO MARTÍN ALARCÓN
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16/08/2020



El 20 de julio de 1936, tras una rocambolesca trama golpista y dos días después de que el alzamiento iniciara la Guerra Civil, la ciudad de Granada, en donde parecía que todo estaba bajo el control de un gobierno ya casi inexistente, los sublevados sumaron la plaza a los rebeldes. En Sevilla, el general Gonzalo Queipo de Llano azuzaba a los derechistas contra los rojos para que se cometieran todo tipo de represalias. En Málaga, la única capital de provincia que no se rebeló, comenzó la represión contraria por parte de los sindicatos anarquistas. En Granada, estaba Federico García Lorca.

En apenas un mes, los días que transcurrieron entre ese 18 de julio y la madrugada del 18 de agosto, todo el sur reventó de cadáveres. Cuando fusilaron al poeta más famoso de la Historia de España, en Granada ya habían caído 3.000. La represión se unía a la del resto de Andalucía, mientras que el terror rojo asolaba también Málaga. Así se gestó la grotesca tragedia del sur durante la guerra, que no terminó hasta 1937, cuando tocó la hora del ajuste de cuentas final 'rojo' en Málaga y los nacionales rindieron definitivamente a la ciudad.

Pocos asesinatos se han investigado tanto como el del poeta, quizás el de J. Antonio Primo de Rivera. Irónicamente, Falange jugó un papel en Granada


Pocos asesinatos de la guerra han sido tan profusamente investigados como el de Federico García Lorca. Quizás el de los mártires del otro bando: Paracuellos, los fusilamientos de la Casa de Campo —en donde cayó entre otros Melquíades Álvarez— y por supuesto, el del líder de Falange, José Antonio Primo de Rivera. Precisamente Falange Española sería una de las claves del asesinato de García Lorca: el poeta se refugió en la casa de los Rosales, falangistas de peso en Granada. No sirvió de nada, como es sabido. Lo que ocurre es que el misterio de donde yace su cadáver ha empañado en las últimas décadas la secuencia de su apresamiento y asesinato y los motivos que llevaron a tanto baño de sangre. La cosa fue más o menos así.


Campins, Franco y Queipo
El día 18 de julio era San Federico y se celebró en Huerta San Vicente, la casa de los padres de Lorca, con cierta normalidad después de que el poeta hubiera decidido salir de Madrid para refugiarse en su ciudad natal. Para entonces, los ecos lejanos del golpe aún no se hacían notar en la ciudad cuyo alcalde, Manuel Fernández Montesinos, era además cuñado de Lorca. El general al mando de la plaza era Miguel Campins y se suponía a la Guardia de Asalto y a la Guardia Civil fieles a la República. En dos días todo se desmoronó: los subalternos de Campins le apresaron y le hicieron firmar un bando de guerra que el general, entre la confusión y el shock y después de haber introducido alguna reducción de los castigos, acabó firmando con un ¡Viva la República! absolutamente desconcertante (Ian Gibson, 'El asesinato de Lorca'). No podía ser más premonitorio de lo grotesco que estaba por ocurrir.

En pocos días, Campins al mando de Granada fue llevado a Sevilla y fusilado por Queipo de Llano a pesar de la intervención del mismo primo de Franco


Al general Campins se lo llevaron a Sevilla, donde ni la intervención de Francisco Franco Salgado Araújo, que era amigo de Campins y primo de Francisco Franco, pudo salvarle del juicio sumarísimo al que le sometió Queipo de Llano —rival de Franco—, que le fusiló de inmediato. Era el comienzo de un drama en el que nadie iba a poder salvar a nadie. De Franco para abajo. Mientras, en Málaga un comité revolucionario comenzó a fusilar a los del otro bando al tiempo que las autoridades republicanas eran incapaces de mantener el orden.



Guerra Civil en Granada.


Guerra Civil en Granada.



El historiador Santos Juliá definió así la terrible represión durante la guerra: "En la zona insurgente, la represión y la muerte tenían que ver con la construcción de un nuevo poder; en la leal, la represión y la muerte tenían que ver con el hundimiento de todo poder". Exactamente lo que ocurrió en Málaga, que Gerald Brennan calificó como delirio y borrachera de toda pérdida de valor moral, aunque atribuyera las muertes a elementos descontrolados que provenían de fuera de la provincia, no de las autoridades de Málaga.

Desde Radio Sevilla, las incendiarias soflamas del general calentaron los ánimos en el resto de provincias: las noticias sobre Málaga se usaron interesadamente, aunque existe literatura de sobra sobre el terror rojo en la ciudad, como la olvidada 'Muerte en Málaga' del estadounidense Edward Norton, el negativo de otro ilustre hispanista, Gerald Brennan, que matizó la situación. Todo eso ya fue después de la guerra. En el calor de la noche, la sangre se derramó en las fosas de unos y otros.


La hora de Falange
Así las cosas, en Granada uno de los grupos más activos en la represión eran las Escuadras Negras de Falange. Pero por extraño que parezca, aunque algunos de esos miembros serían responsables del fusilamiento de Federico García Lorca, Falange intentaría salvar al poeta con la intervención de la familia Rosales. Todo a su tiempo. Lo cierto es que una vez que el golpe triunfó, el cerco comenzó a cerrarse sobre el poeta. ¿Existía algún motivo? Lorca no participaba activamente en política, ni su obra podía calificarse como tal, pero sus simpatías eran claramente republicanas y, además, era homosexual. No parecía suficiente.

Angelina Cordobilla: "Al señorito Federico le dijeron allí dentro mari**n, le dijeron de 'to'. Y le tiraron también por la escalera y le pegaron"


El hostigamiento comenzó pronto. Ya el día 9 de agosto comenzaron los registros en su casa de Huerta San Vicente, las vejaciones y los golpes. Según el testimonio de la niñera de la casa, Angelina Cordobilla, que recoge Ian Gibson en una obra menos conocida 'Lorca y el mundo gay' ocurrió así: "Al señorito Federico le dijeron allí dentro mari**n, le dijeron de 'to'. Y le tiraron también por la escalera y le pegaron. Yo estaba dentro y 'to', y le dijeron de mari**n. Al viejo, al padre, no le hicieron 'na'. Fue al hijo". Según Gibson, los matones que habían ido a Huerta San Vicente eran Horacio y Miguel Roldán, miembros de la familia que estaba enemistada con Federico García Rodríguez —padre de Lorca— especialmente dolidos después de que este hubiera estrenado 'La casa de Bernarda Alba', que hacía alusión a otra familia enemistada. Comenzaba así el rosario de rencillas personales que se iban a llevar por delante a Lorca y por supuesto, a media España.



El poeta y falangista amigo de Lorca, Luis Rosales.


El poeta y falangista amigo de Lorca, Luis Rosales.


El poeta Luis Rosales, amigo de Lorca y entonces falangista en Granada al igual que sus hermanos, le explicó a José María Zavala muchos años más tarde detalles de cómo se decidió proteger al poeta. "Un día Luis -serían los primeros días de agosto-, le dice a su padre: 'Me ha llamado Federico García Lorca para que vaya a verle. Parece que está en dificultades y quiere venirse a casa ¿qué te parece?'. Y tras consultarlo asimismo con la madre y hermanos y sobre todo con Pepe, que en aquellos días era todo un personaje en Granada [José Rosales, jefe de Falange y hermano de Luis], se fue Luis a la Huerta de San Vicente". Así quedó refugiado en la casa de los falangistas.

Al final no fue Falange sino un diputado de la CEDA con el beneplácito del gobernador civil y el permiso de Queipo de Llano: "Dadle café, mucho café"


El día 16 llegaron terribles noticias: habían asesinado a su cuñado, el alcalde de Granada Manuel Fernández-Montesinos, y según relataron los Rosales habían destrozado el piano en la Huerta de San Vicente. Presa del pánico, su hermana Conchita, la mujer del recién asesinado Manuel Fernández, les reveló el paradero de su hermano Lorca en la casa de los Rosales —José María Zavala 'Los expedientes secretos de la Guerra Civil'—.

El diputado de la CEDA
Al final, tal y como investigaron Eduardo Molina Fajardo e Ian Gibson, la orden para llevárselo partió no de otra cabeza de Falange sino de un diputado de la CEDA, Ramón Ruiz Alonso, que tuvo el visto bueno del gobernador civil, Valdés, después de que este pidiera su permiso nada menos que a Queipo de Llano en Sevilla, que respondió aquello de "Dadle café, mucho café". Se plantaron en casa de los Rosales y sin más se llevaron a García Lorca, para declarar en el Gobierno Civil. No bubo nunca orden por escrito.



Ramón Ruiz Alonso, diputado de la CEDA que apresó a Lorca.


Ramón Ruiz Alonso, diputado de la CEDA que apresó a Lorca.




Es imposible desligar, por mucho que se haya hecho antes, el asesinato de Lorca con el clima de la represión brutal. Por muchas rencillas y rencores familiares de la propia Granada, de su aversión a su condición de homosexual, por circunstancias conocidas, no fueron unos exaltados de los Escuadrones Negros de Falange, si no un diputado de la CEDA, un gobernador civil y en la cúspide de todo el virrey de Sevilla, el general Gonzalo Queipo de Llano. Aunque es conocida la aversión que se profesaban mutuamente Franco y él, el asesinato de Lorca, inscrito en un clima de represión, se decidió por uno de los militares rebeldes. Los ánimos de aquel verano eran incontrolables ya que en Málaga seguían también los asesinatos de los que daba buena cuenta el general en sus alocuciones.

En 2005 salió un documento de la Policía de Granada fechado en 1965 en el que se explicaban los motivos para la detención y asesinato


En cualquier caso, cuando se llevaron a Lorca habían asesinado ya a 3.000 personas en el maldito tramo de Víznar, fosa cercana donde acabaría también García Lorca junto al maestro de escuela Diósforo y los pandilleros anarquistas. Baste decir que Lorca pasó con ellos apenas un día en el Gobierno Civil, de allí fue trasladado al palacio de Víznar y en la misma madrugada del día 18 de agosto, a las 04:45 fue fusilado.



'Los últimos días de García Lorca', de Eduardo Molina Fajardo.


Los últimos días de García Lorca', de Eduardo Molina Fajardo.



El periodista Eduardo Molina Fajardo, investigó con detalle en 'Los últimos días de García Lorca' la cadena de mandos —a muchas de los cuales interrogó— para conocer cómo fueron sus últimos momentos y por supuesto, donde fue finalmente fusilado y enterrado. El hispanista Ian Gibson hizo lo mismo a partir de los sesenta. El caso es que sobre los motivos finales de su asesinato, ya en 2005 salió un documento de la Policía de Granada fechado en 1965 en el que se explicaba cuál había sido el procedimiento. Sin duda, Molina Fajardo tuvo acceso a él. Su libro, a diferencia de los diferentes ensayos publicados por Gibson, pasó al olvido hasta hace pocos años.


Málaga, el final
Cuando asesinaron a Lorca, la represión en Granada estaba en todo su auge. Las fosas repletas. En Málaga, algunos simpatizantes del alzamiento pudieron huir pero otros muchos también fueron asesinados vilmente. Más allá de Andalucía, Madrid se había llenado de las infaustas 'checas', preludio de los temidos paseos por la Casa de Campo y otros lugares. La tragedia de Paracuellos estaba a punto de estallar. La obra final de la represión del sur durante la guerra no terminó hasta un año más tarde, en 1937, cuando las tropas nacionales entraron finalmente en la ciudad.

Antes de eso, el propio Luis Rosales estuvo a punto de ser fusilado también por haber escondido a Lorca, lo que indica que no fue Falange la que protegió al poeta sino simplemente los Rosales. En su obra Eduardo Molina Fajardo lo detalla, al igual que José María Zavala, quién reproduce la carta que tuvo que firmar el poeta Luis Rosales en la sede de Falange, una vez asesinado ya su amigo. Mintió para salvar la vida.

Cuando los nacionales tomaron Málaga comenzó la contrarrepresión. Fue célebre un fiscal que firmó cientos de sentencias: Carlos Arias Navarro


En 1937, cuando los nacionales rindieron Málaga se produjo, primero la penosa huida por la carretera de Málaga, la tristemente célebre 'desbandá': una fila de mujeres, ancianos y niños tratando de salir del cerco y siendo hostigados por las bombas no sólo de la artillería nacional, sino de los aviones alemanes e italianos. Murieron miles. Los que se quedaron sufrieron la represión ahora del enemigo. Siempre la venganza. Se hizo célebre no sólo Queipo de Llano, sino un joven fiscal Carlos Arias Navarro, que firmó unas cuantas sentencias de muerte ejecutadas en el acto, lo que le ganó el sobrenombre de 'Carnicerito de Málaga'. El que fuera el último presidente del gobierno de la dictadura y anunciara muchos años después, con voz trémula y ante millones de espectadores, aquello de: "Españoles, Franco, ha muerto".

 
El componente humano
Hace 80 años Trotski murió asesinado en México por órdenes de Stalin


JOSÉ ANDRÉS ROJO
21 AGO 2020 -



León Trotski y Natalia Sedova, a su llegada a México en 1937, donde los recibió Frida Kahlo, a la derecha de la pareja.


León Trotski y Natalia Sedova, a su llegada a México en 1937, donde los recibió Frida Kahlo, a la derecha de la pareja.



Hace 80 años, un 21 de agosto como hoy, León Trotski murió en México. Un día antes estuvo trabajando en la casa en la que vivía en Coyoacán, donde se instaló después de haber estado alojado en la de Diego Rivera y Frida Kahlo, en la que aterrizó tras llegar en 1937 al país latinoamericano. Ramón Mercader entró en su despacho por la tarde y le clavó un piolet en la cabeza. El golpe fue brutal, Trotski no podía durar mucho tiempo. Mercader cumplió así una de las grandes obsesiones de Stalin. Al entonces líder de la Unión Soviética no le fueron bien las cosas con el que había sido responsable de dirigir el Ejército Rojo durante la guerra civil que estalló después de la revolución. Cuando Stalin se hizo con el poder, lo fue poco a poco apartando fuera de la historia, borrándolo literalmente de las heroicas gestas que cambiaron el mundo en 1917. Del país consiguió expulsarlo en 1929 y, desde ese momento, se aplicó a perseguirlo de manera incansable. Ramón Mercader, un comunista español, le hizo el último servicio.

Los primeros roces entre Trotski y Stalin empezaron pronto. El Ejército Rojo, formado de manera improvisada con los entusiastas que defendían la revolución, estaba recibiendo severos reveses en todos los frentes en los que era atacado por sus numerosos enemigos. Trotski se vio obligado a dar un golpe de timón. La eficiencia militar tenía que estar por delante de la igualdad revolucionaria si no querían caer derrotados. Así que decidió, primero, incorporar a los oficiales zaristas que andaban sin empleo para asegurarse que las tropas fueran conducidas de manera efectiva, y forzó poco después un reclutamiento masivo. A los campesinos que habían luchado para defender al zar les tocaba ahora dar la vida por la bandera roja. Los bolcheviques más convencidos vieron con ojos torcidos unas medidas que los apartaban de sus ambiciones. “Ellos consideraban que el propósito de la revolución era reemplazar a los antiguos especialistas burgueses por proletarios leales al partido”, escribe Orlando Figes en su imponente historia de la revolución rusa. “El suyo era un comunismo de trepadores: combinaba el rechazo de las antiguas autoridades con la exigencia de que ellos, como comunistas, disfrutaran de una posición similar de poder y privilegios dentro del nuevo régimen”.

Trotski fue duramente criticado por incorporar a oficiales del viejo ejército a uno revolucionario, y Stalin respaldó al comandante bolchevique de los guardias rojos que lideró las protestas, aunque él mismo nunca llegara a cuestionar aquella medida. El partido apoyó al responsable militar que, de paso, exigió que Stalin fuera apartado del frente sur, donde ya estaba haciendo músculo y había fusilado a docenas de funcionarios. Figes observa que igual fue entonces cuando se inició el desencuentro. Cuenta, además, que Trotski enervaba a los comandantes revolucionarios por su arrogancia y sus modales aristocráticos. “Siempre llegaba al frente en su tren ricamente amueblado (era bien conocida su faceta de gourmet y su tren iba equipado con un restaurante de alta categoría)”.

El piolet de Mercader provocó sonoros titulares de hondo calado político, aunque el factor humano que hubo detrás de todo aquello quedara seguramente sepultado por otras consideraciones. Pero está siempre ahí, y no está de más rascar en lo que ocurre para encontrarlo. Ayuda a explicar las cosas.





¿Quién fue León Trotsky? // 80 años del asesinato de uno de los líderes de la Revolución Rusa



 
La guerra de las Dos Rosas, auténtico ‘Juego de Tronos’

DUELO POR EL TRONO INGLÉS

¿Cómo discurrió el enfrentamiento inglés en que inspiró George R. R. Martin su serie de novelas ‘Canción de hielo y fuego’?

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Pintura de Henry Payne de comienzos del siglo XX que muestra a los aliados de las facciones rivales escogiendo rosas rojas o blancas.
Dominio público

Las dos rosas, con cuyo nombre se conoce una larga guerra que tuvo lugar en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XV, eran los emblemas de las dos familias rivales que se disputaban el trono. Se trataba de los duques de Lancaster y de los duques de York, primos entre sí, pertenecientes a distintas ramas de la dinastía Plantagenet, la misma que había visto nacer a Ricardo Corazón de León tres siglos atrás.

Las dos rosas emblemáticas se distinguían por el color. La que correspondía a los duques de York era blanca. La de los duques de Lancaster, roja. Miembros de esta última familia habían ocupado el trono durante la primera mitad del siglo XV. Fueron tres reyes (abuelo, hijo y nieto) con el mismo nombre: Enrique IV, Enrique V y Enrique VI.

La semilla del mal

El primero de ellos, Enrique IV, no era el heredero legítimo del monarca anterior. Había desposeído a su primo Ricardo II de la Corona con la ayuda de la nobleza y parte del Parlamento. Este ascenso al trono fue la semilla de los conflictos familiares que terminarían desembocando en la guerra de las Dos Rosas.

Retrato de Enrique IV.

Retrato de Enrique IV.
Dominio público

Su padre, Juan de Gante, era el tercer hijo de Enrique III, por lo que sus derechos en la línea de sucesión eran escasos. La Corona debería haber pasado a los descendientes varones del segundo hijo de Enrique III.

Enrique IV
pasó buena parte de su reinado luchando por mantener el control de su territorio. Estaba en deuda con parte de la nobleza, que le presionaba para favorecer sus intereses, e incluso se vio amenazado por una conspiración para derrocarle.

El conflicto galo

Su hijo y sucesor, Enrique V, pasó la mayor parte de su reinado en Francia. Aspiraba a la Corona de aquel país y quería poner fin al interminable conflicto anglofrancés que, por su larga duración, la historia conoce ahora como la guerra de los Cien Años (1337-1453).

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La batalla de Agincourt, acontecida en 1415.


El motivo del enfrentamiento era de naturaleza feudal. Los reyes de Inglaterra eran descendientes del duque de Normandía, y, como ostentores de este título, debían rendir pleitesía al soberano francés. Con el paso de los siglos y alianzas matrimoniales, los reyes ingleses habían reunido la posesión de una extensa parte de Francia. Era cuestión de tiempo que la Corona gala y su poderoso vasallo se enfrentaran por la supremacía.

Los éxitos militares de Enrique V en tierras francesas hicieron olvidar a los ingleses la anómala llegada al trono de su padre. Pero el brillante vencedor de los franceses en Azincourt murió relativamente joven, con solo 35 años, en la propia Francia. Se había casado con la hija del monarca francés Carlos VI, a quien había exigido por ello el título de heredero.

Una vulgar disentería acabó con su vida sin que hubiera consolidado sus triunfos. Dejaba atrás un hijo de corta edad que no solo heredaba el trono inglés, sino las aspiraciones de su progenitor a la Corona gala. Pero este pequeño de pocos meses, Enrique VI, no resultó ser, una vez adulto, un rey generoso y valiente como su padre, sino un personaje débil, acomodaticio e inseguro.

Miniatura que representa la victoria de las tropas de Enrique V contra los franceses en Azincourt.

Miniatura que representa la victoria de las tropas de Enrique V contra los franceses en Azincourt.
Dominio público

La pérdida de Francia

Todavía menor de edad, se encontró en Francia con la aparición estelar de Juana de Arco, que movilizó los sentimientos del pueblo francés a favor del delfín Carlos, heredero legal de Carlos VI, y provocó con éxito la reanudación de la lucha contra los ingleses. Estos, derrotados en Orleans, Patay, Auxerre y muchas otras regiones francesas, tuvieron que regresar a su país, conservando únicamente el puerto de Calais.

La sombra de aquella derrota, que ponía fin a la guerra de los Cien Años, recayó sobre Enrique VI. La oposición al rey y a su gobierno fue fomentada, en parte, por muchos de los combatientes ingleses procedentes de Francia, entonces inactivos.

Pero la resistencia armada la dirigió sobre todo un miembro joven y decidido de la familia rival, Ricardo de York. Ricardo no consiguió suplantar en el trono a su débil primo, pero sí dejar a su hijo Eduardo el camino abierto hacia la victoria y el cambio de dinastía.

La decadencia de los Lancaster no pudo detener el ímpetu de los que apoyaban a los York

Estos fueron precisamente los años de la contienda que sería llamada más tarde guerra de las Dos Rosas. Se desarrolló en la campiña inglesa, con escasa participación de los habitantes de las ciudades y ante la indiferencia de casi todos los campesinos, pero con una activa intervención de la nobleza. Duró casi toda la segunda mitad del siglo XV, cuando la decadencia de los Lancaster, personificada en el inepto Enrique VI, no pudo detener el ímpetu entusiasta de los que apoyaban a los duques de York.

Frente a la rosa roja, que comenzaba a marchitarse, surgían la novedad, la fuerza y la fragancia de la rosa blanca. Y un nuevo concepto de la monarquía, el absolutismo, que no acabaría imponiendo ninguno de los soberanos de la casa de York. Lo realizaría años más tarde –una vez arruinada por la guerra civil casi toda la aristocracia inglesa– la implacable familia Tudor, curiosa mezcla de sangres provenientes de York y de Lancaster.

La rosa blanca

Pero todavía faltaba mucho para todo eso. La casa de York, con Ricardo a la cabeza, no consiguió imponerse con facilidad pese al descrédito y la precoz locura de Enrique VI, el último rey Lancaster.

Los líderes de la rosa blanca, primero el propio Ricardo y después su hijo Eduardo, mostraban cualidades que entusiasmaban al pueblo y a la nobleza. Sin embargo, el comportamiento ambiguo de aristócratas influyentes como el conde de Warwick –que tan pronto favorecía a uno de los pretendientes como se inclinaba por el otro– y la actitud enérgica y la capacidad de la reina Margarita de Anjou, esposa de Enrique VI, determinaron la evolución larga e indecisa de aquella guerra civil.

Retrato idealizado de Margarita de Anjou

Retrato idealizado de Margarita de Anjou
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En 1455, Ricardo de York derrotó e hizo prisionero al rey Enrique en la batalla de St. Albans. Pero no fue una victoria definitiva. Los Lancaster recobraron el poder cuatro años después, gracias sobre todo al talento de la reina Margarita.

Ahora bien, pasados dos años, cambió otra vez la suerte de los Lancaster. El hijo de Ricardo de York, Eduardo, que entonces contaba con la ayuda de Warwick, se hizo coronar como Eduardo IV. Tenía dieciocho años, un físico espléndido, un carácter optimista y cualidades de gran jefe. Enrique VI, sin fuerzas ni ánimo para luchar, dejó que su mujer buscara ayuda en Escocia, mientras él vegetaba lejos del trono perdido.

Pero más tarde el poderoso Warwick, conocido no en vano como “the Kingmaker”, “el Hacedor de reyes”, cambió de bando y abandonó al joven Eduardo, poniendo sus armas y su dinero al servicio del monarca destronado y de su ambiciosa esposa, que así pudo recobrar el poder.

Retrato de Eduardo IV.

Retrato de Eduardo IV.
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El jefe de la casa de York se refugió en Francia, dispuesto a realizar en su momento el asalto definitivo al trono inglés. No tardaría en hacerlo. Regresó a la isla menos de un año después y se enfrentó a Warwick, que acabó vencido y muerto en la batalla de Barnet. En 1471, el duque de York, amo de la rosa blanca, convertido en rey de Inglaterra de nuevo como Eduardo IV, pudo considerarse por fin seguro en el trono.

Problemas de familia

La ambición de sus dos hermanos, los duques de Clarence y de Gloucester, fue muy pronto una fuente de problemas para él. El menor de ellos, Ricardo de Gloucester, astuto, ambicioso y cruel, consiguió engañar al rey para que autorizase el asesinato del otro hermano. El joven intrigante apartaba a uno de sus competidores del camino hacia el trono.

Quedaban los dos hijos de Eduardo IV, menores de edad. Al morir este, la única forma de apartarlos de la Corona era la calumnia, la prisión y la muerte. El joven Eduardo y su hermano menor Ricardo fueron encarcelados en la torre de Londres, donde murieron misteriosamente poco después. Su desaparición dejaba el campo libre a su tío, que en aquel momento actuaba como regente. Y, de esta forma, el personaje pudo proclamarse rey con el nombre de Ricardo III.

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El fin de los York

Fue un triunfo efímero. Las sospechas de asesinato recaídas sobre él le habían hecho perder la confianza de sus nuevos súbditos. Y otro pariente suyo, Enrique Tudor, conde de Richmond, refugiado en Francia y ayudado por el rey de aquel país, había vuelto subrepticiamente a Gales con tropas leales y bien armadas. Descendiente de los Lancaster por la vía materna y dispuesto a casarse con Isabel, hermana de los pequeños, Enrique Tudor ofrecía las mejores credenciales para sustituir en el trono a Ricardo.

Ambos rivales, con sus respectivas tropas –más numerosas y bien armadas las de Enrique–, se enfrentaron en el campo de Bosworth. Ricardo se comportó heroicamente en aquel combate, pero acabó perdiendo su caballo y la propia corona, que, según la leyenda, quedó oculta entre unos matorrales. Allí la encontró el pretendiente victorioso, que se coronó en el acto.

La batalla de Bosworth, según un cuadro de Philip James de Loutherbourg.

La batalla de Bosworth, según un cuadro de Philip James de Loutherbourg.
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El destino trágico de Ricardo III significó el fin de los York en la monarquía inglesa y también la conclusión de aquella larga contienda entre las dos rosas, reconciliadas por fin en la persona de un lejano pariente de la casa Tudor. La rosa roja y la rosa blanca siguieron figurando en muchos escudos de armas ingleses, pero ya no como flores enemigas y enfrentadas, sino juntas y como aliadas bajo la nueva dinastía.

 
Agosto de 1962: atentado contra Franco en San Sebastián

Una bomba subterránea como la que mató a Carrero Blanco esperaba a Franco en el Palacio de Ayete, su casa de veraneo en San Sebastián

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Luis Reyes
PUBLICADO 23/08/2020 04:45
ACTUALIZADO 23/08/2020 04:51


ETA asesinó a Carrero Blanco con una mina, una potente carga explosiva enterrada. Es una forma de atentado rarísima por el trabajo que da; no se mete uno a terrorista para trabajar con pico y pala, pero la mina de Carrero Blanco tuvo un resultado espectacular, incluso se han hecho películas con su enorme coche blindado volando por los aires. Sin embargo tenía un precedente que habría sido mucho más famoso si no hubiera fallado: once años atrás, en agosto de 1962, pudo volar el coche de Franco.

“La noche pasada estalló un petardo en una huerta situada en la cuesta de Aldapeta, en la carretera de San Sebastián a Hernani… Los daños materiales se reducen a la rotura de algunos cristales de una villa particular y de un noviciado de monjas en las proximidades del solitario lugar”, se podía leer en las páginas interiores de la prensa local del 21 de agosto de 1962. Ninguna referencia a que “el solitario lugar” era el acceso al Palacio de Ayete, residencia de veraneo de Franco en San Sebastián. Pero en la vecina Francia los periódicos hablaban de “un fallido atentado contra el jefe del estado español”.


Tras la Guerra Civil Franco, triunfante Caudillo, mandaba en España sin discusión. Muchos generales, al tomar el poder absoluto, se coronan reyes como hizo Napoleón. A Franco le tentaba la idea, pero se conformó con jugar a ser rey: tenía una escolta africana propia de un emperador bizantino, la Guardia Mora, y entraba en las iglesias bajo palio, sacralizando así a su persona como los monarcas del Antiguo Régimen. Y decidió seguir la tradición de los veraneos regios, restableciendo en San Sebastián la “Corte de verano”, con Ministerio de Jornada y todo.

La sede de la Corte de verano en tiempos de la monarquía era el Palacio de Miramar, construido por la reina regente María Cristina en el mejor sitio de San Sebastián, dominando la bahía de la Concha, pero Franco no podía ir allí porque no era Patrimonio Nacional, sino propiedad privada de Alfonso XIII. El Ayuntamiento de San Sebastián acudió al quite. En 1940 le compró al conde de Casa Valencia el Palacio de Ayete y se lo ofreció a Franco, que lo convirtió en su residencia oficial para los meses de agosto desde 1940 hasta su fallecimiento.

Ayete era una finca magnífica. El edificio, de estilo neoclásico, lo construyó en 1878 el arquitecto francés Adolf Ombrech como residencia campestre de los duques de Bailén, aunque lo más notable eran sus inmensos jardines de 74.000 metros cuadrados, diseñados por el jardinero real de Versalles Ducasse. Ayete sería un escenario de la Historia; aquí veranearon Alfonso XII, María Cristina y Alfonso XIII, e incluso pernoctó la reina Victoria de Inglaterra, siendo también frecuentado por la emperatriz Eugenia. Y desde aquí saldría Franco para su histórica entrevista con Hitler en Hendaya.

La única pega que se le podía poner a Ayete es que no estaba junto al mar, sino en el interior, en el camino de Hernani, pero a Franco no le importaba porque no le gustaba la playa. En realidad tampoco le gustaba San Sebastián, prefería su Galicia, y San Sebastián le servía más bien como base para sus cruceros. Eso le salvó quizás la vida.

El submarino
A principios de los 60 el grupúsculo anarquista Defensa Interior, llamado en clave 'el Submarino', comenzó a poner bombas. Hicieron atentados sin mucho riesgo, buscando hacer ruido, como los petardos del Valle de los Caídos y la basílica de San Pedro de Roma. Pero tenían un proyecto más ambicioso: matar a Franco.

Eligieron San Sebastián porque estaba pegado a Francia, donde los anarquistas tenían infraestructura, armas y explosivos. Además contarían con apoyo de la recién nacida ETA, al parecer fue su fundador, Julen Madariaga, quien trajo 20 kilos de explosivos desde Francia a San Sebastián. Los enterraron en la carretera de acceso al Palacio de Ayete, pero sin detonador. Los detonadores, que tenían sólo una semana de vigencia, los colocarían cuando fuese a llegar Franco.

El veraneo del Caudillo empezaba tras la recepción del 18 de julio en los jardines de la Granja. De allí Franco se iba a su Galicia, al Pazo de Meirás, donde permanecía hasta que en agosto se trasladaba a San Sebastián. Un confidente gallego del Submarino avisó cuando Franco salió del Pazo de Meirás y los terroristas colocaron el detonador y esperaron su llegada, pero solamente llegó su esposa. Franco se había ido a pescar en el Azor. El 20 de agosto, con la efectividad del detonador al límite, decidieron activar el explosivo para no dejarlo allí poniendo en peligro a gente inocente.

Parece que la policía había detectado algo y advirtió al Caudillo que no se acercara por San Sebastián. El caso es que al día siguiente de la inútil explosión, Franco desembarcó del Azor y atravesó la ciudad en coche descubierto, saludando sonriente a los donostiarras.

 
MATANZAS DE LA GUERRA CIVIL (Y IV)
Fuego y terror en la Modelo: ¿qué ocurrió de verdad en la cárcel en agosto de 1936?

¿Quién comenzó el incendio en la cárcel Modelo? La pregunta que nadie ha podido responder nunca de forma veraz encierra otra de las tragedias del agosto



Foto: Interior de la Cárcel Modelo de Madrid.


Interior de la Cárcel Modelo de Madrid.


AUTOR
JULIO MARTÍN ALARCÓN
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@Julio_M_Alarcon
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GUERRA CIVIL
HISTORIA DE ESPAÑA
MADRID

23/08/2020


¿Quién comenzó el incendio en la cárcel Modelo? La pregunta que nadie ha podido responder nunca de forma veraz encierra otra de las tragedias del agosto maldito del 36, cuando las autoridades republicanas en Madrid fueron incapaces de garantizar la seguridad de los presos, o lo que es peor, cuando alentaron y se hicieron a un lado para que se produjera una matanza, otra más, antes incluso de las sistemáticas sacas de esa misma cárcel, cuando miles de españoles acabaron en las fosas comunes de Paracuellos del Jarama. Muchos de los teóricos derechistas que se encontraban allí habían ingresado voluntariamente para evitar el peligro de los "paseos" ante el descontrol en el que se había sumido la capital. Fueron a la boca del lobo.

El misterio del incendio en la cárcel desató una serie de sucesos los días 23 y 24 de agosto de 1936 que acabaron en una auténtica película de terror: durante dos días, mientras se ponía en libertad a los presos comunes, se fue sacando a los presos políticos para llevarlos a los sótanos de la prisión donde tras una burla de proceso fueron ejecutados allí mismo. Lo acontecido en la cárcel Modelo de Madrid en el verano de 1936 ha tendido a diluirse después de la matanza de Paracuellos, el operativo de ejecuciones más sistemático de toda la guerra.

Muchos de los "derechistas" que estaban significados políticamente se refugiaron en las cárceles para evitar los temidos "paseos"

Lo cierto es que la mayor parte de los asesinados en Paracuellos provinieron de la Modelo, pero varios meses antes ya se había producido una matanza que los años han comenzado a borrar, a pesar de que en ella cayeron personalidades importantes de la época, entre ellos, Melquíades Álvarez, el mentor político del mismísimo Manuel Azaña en sus comienzos republicanos. No era precisamente derechista, pero dio igual. El entonces presidente de la República escribió en sus diarios que lloró cuando tuvo noticia de lo ocurrido.


Malas calles
La tragedia comenzó a gestarse poco después del fallido golpe de estado del 18 de julio en Madrid. Tras el progresivo desmoronamiento del gobierno, los comités de orden público de anarcosindicalistas se hicieron de facto con el control de la capital. Se habilitaron diferentes checas, una suerte de centros de detención políticos que básicamente servían como ajuste de cuentas gangsteril con todo aquel que pudiera ser considerado enemigo de la república, o más técnicamente, de la revolución.

El progresivo avance desde el sur de la denominada "columna de la muerte" de los militares rebeldes que comandaba el mismo Francisco Franco no hizo sino aumentar la tensión, ya que el objetivo era precisamente Madrid. Durante su avance, pocos días antes de la matanza en la Modelo, se había producido la de Badajoz a las órdenes del teniente coronel Juan Yagüe. Se sabe que llegaron noticias sobre la masacre de los rebeldes. Venganza más odio igual a más asesinatos.

En la Modelo convivían los presos comunes -a los que se liberó- los condenados por la revlución del 34 y los sospechosos de ser afines al alzamiento


Así, la inseguridad en las calles se convirtió en la tónica, lo que hizo que muchos de los que estaban significados políticamente con la derecha optaran o bien por refugiarse en las embajadas neutrales, o como explica el historiador Julius Ruiz, presentarse ante las autoridades republicanas para evitar los temidos "paseos" que acababan invariablemente con un disparo en las tapias y cunetas de la ciudad -Julius Ruiz, 'Terror Rojo' (Espasa)-.

En este contexto se produjeron varias irregularidades. Para empezar, una buena parte de los funcionarios de prisiones eran simpatizantes con el alzamiento y aún no habían sido depurados, además las autoridades del maltrecho gobierno del Frente Popular aún disponían de funcionarios leales que intentaban mantener el orden y para terminar, entre medias se habían organizado diferentes grupos de "orden público" que no eran sino elementos revolucionarios dispuestos a asesinar por su cuenta a sus enemigos.


Venganza más odio
El CPIP fue uno de los más importantes y el que presionó para hacerse cargo de los "prisioneros" derechistas de la cárcel modelo con el objetivo de asesinarlos. Por si esto no fuera poco, allí mismo cumplían condena muchos presos comunes, además de un importante número de condenados por los sucesos de la revolución de Asturias de 1934, entre ellos multitud de anarquistas. En esas circunstancias, las organizaciones revolucionarias y los propios presos exigieron su excarcelación al gobierno del Frente Popular para hacer frente a la "amenaza fascista". Así las cosas, en la Modelo había comunes, revolucionarios y anarquistas del 34 y derechistas de uno y otro signo. Aquello era un polvorín.

Todo comenzó cuando se acusó a los presos de derechas de recibir armas de los funcionarios para preparar un motín y una fuga de la prisión


Todo comenzó cuando se acusó a los presos derechistas de haber recibido armas de los propios funcionarios para preparar un motín y una fuga de la prisión, lo cual era absurdo dadas las circunstancias, aunque no del todo inverosímil, por extraño que parezca. La acusación servía para desgastar aún más los últimos vestigios de orden y legalidad porque apuntaba directamente a la permisividad de los responsables de prisiones con el objetivo de quitarlos de en medio y poder ajustar cuentas con los líderes de la derecha como Jose María Albiñana, del Partido Nacionalista Español, o de personalidades influyentes de falange como Julio Ruiz de Alda. También se encontraba Leocadio Moreno, jefe del SEU falangista de Murcia, que tras una serie de peripecias, engañó por tres veces a los anarquistas y evitó la muerte.

Una vez que se impuso la versión de las armas escondidas para un motín, se realizó un registro por parte de Felipe Sandoval, en connivencia con el CPIP, ya que lideraba un grupo anarcosindicalista. La búsqueda de Sandoval no fue concluyente según explica Julius Ruiz, a pesar de que se sustrajeron objetos de valor a los prisioneros políticos. Se realizó un nuevo registro al día siguiente después de haberse asegurado que el turno de los celadores correspondiera a los izquierdistas. El propio director general de prisiones, Pedro Villar Gómez se quejó al ministro de Justicia. Le avisó concretamente de que podían "desarrollarse sucesos lamentables y de gravedad de no cortar de plano tales ingerencias y desmanes".




El presidente de la República, Manuel Azaña.


El presidente de la República, Manuel Azaña.



Fue premonitorio. De nuevo, el registro de Sandoval no dio frutos pero a las cuatro de la tarde del sábado se declaró un incendio en la segunda galería. Aquí difieren las versiones. Se ha asegurado que fueron los propios comunes los que originaron el incendio con la connivencia del propio Sandoval pero la realidad es que cuando fue detenido por lsa policía franquista en 1939, confesó numerosos crímenes pero no el incendio de la Modelo.


Pasividad del gobierno
Otras versiones apuntan a la negativa del líder del Partido Nacionalista Español, José María Albiñana, a que se realizara el registro. En mitad de las acaloradas discusiones, los presos comunes exigieron a Sandoval su liberación. La totalidad de la cárcel bullía hacia la tragedia, puesto que el líder anarcosindicalista accedió. En realidad, los que querían escapar desde el principio eran estos y no los derechistas, que se habían refugiado precisamente en la Modelo. Se produjo el caos.

Mas de una veintena fueron "juzgados" en la noche del 22 al 23, fusilados en los mismos sótanos de la cárcel y arrojados a la Ciudad Universitaria


Mientras los presos se escapaban de la prisión, las llamas seguían devorando parte de la cárcel y los militares y derechistas seguían rodeados en el patio por milicianos nerviosos. Hubo un disparo accidental y se produjo un tiroteo. Al mismo tiempo, en el exterior de la cárcel se había congregado una multitud que exigía el castigo para los presos fascistas que querían el motín. La solución no pudo ser peor: se acordó que un tribunal revolucionario juzgara a los teóricos amotinados.

Albiñana, Ruiz de Alda o el hermano de José Antonio, Fernando Primo de Rivera fueron los primeros. Les siguieron los militares como el hijo del general Fanjul que había fracasado en levantar la ciudad tras los sucesos del Cuartel de la Montaña. Más de una veintena fueron "juzgados" en la noche del 22 al 23 y fusilados en los mismos sótanos. Algunos cadáveres fueron llevados al cementerio del Este, pero la mayoría fueron arrojados en la Ciudad Universitaria y la Pradera de San Isidro.

Ninguna instancia del gobierno republicano reaccionó a tiempo para evitar o detener la matanza. El propio Azaña escribió: "No le oculté mi abatimiento, mi horror, ni el conflicto de conciencia en el que el caso me había puesto" -Manuel Azaña, 'Diarios completos' (Crítica)-. Nadie hizo nada para evitarlo. Aún peor: tan solo unos meses después, en noviembre, comenzaría en la misma cárcel las sacas con destino a Paracuellos.


 
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