Cuadernos de Historia

Estas fueron las severas penas en la antigua Roma para delitos de corrupción que aún existen hoy
Después de un tiempo aceptándola como una práctica normal, la República acabó tipificando y condenando el cohecho o el tráfico de influencias, que podían llegara a ser penados con la muerte o el destierro



Asesinato de Julio César en el senado de Roma


Asesinato de Julio César en el senado de Roma





MADRID 29/05/2020

Explicaba hace unos años Carlo Alberto Brioschi que la corrupción, en el siglo XXI, se ha convertido en una especie de bacilo de la peste que padecemos desde hace siglos. Lo decía en la época en la que desayunábamos, comíamos y cenábamos con los casos de la Gürtel, la Operación Púnica, los ERE de Andalucía, la familia Pujol, Bárcenas y el caso Noos. El escritor y ensayista italiano acababa de publicar una enciclopedia universal que retrocedía hasta la antigua Roma para analizar delitos tan actuales como el cohecho, el tráfico de influencias, el robo de las arcas del Estado, la extorsión, la adjudicación de obras públicas a amigos poderosos o la compra de votos colapsaron.

Graves vulneraciones de la ley que colapsaron muchos de los Gobierno en uno de los periodos más gloriosos de la historia. Por eso los romanos acabaron estableciendo una legislación para castigar a los infractores, tras muchos años sufriéndola en sus estructuras, ya que la corrupción fue, en principio, una parte indispensable de su sistema social y político. «¿Qué pueden hacer las leyes, donde sólo el dinero reina?», se preguntó el escritor y político Petronio en el siglo I, sobre aquel Estado basado en el clientelismo, el abuso de poder, las mordidas y el enriquecimiento personal. La codicia de los funcionarios públicos no tenía límite y estos delitos fueron creciendo a ritmo de las conquistas de su Ejército, hasta que llegó un momento en que el Gobierno se hizo impracticable y el derecho romano tuvo que introducir cambios.

Sin embargo, la convivencia entre buenos propósitos y acciones deshonestas fue siempre una de las características comunes entre los gobernantes de Roma. Un ejemplo de esto fue Licinio Calvo Estolón, tribuno de la plebe en el 377 a.C., que introdujo una fuerte restricción a la acumulación de tierras de los propietarios, además de una severa reglamentación para los deudores. Y poco después, fue acusado de haber violado sus propias leyes.


El sistema electoral
Durante el periodo republicano (509 a.C. - 27 a.C.), el propio sistema electoral facilitaba la corrupción, que se agravó a partir de la expansión territorial y marítima producida después de la Segunda Guerra Púnica. Los gobernadores comenzaron a enriquecerse sin escrúpulos a través del cobro de impuestos excesivos y la apropiación de dinero de la administración pública. Como denunció en aquella época el historiador romano Salustio, «los poderosos comenzaron a transformar la libertad en licencia. Cada cual cogía lo que podía, saqueaba, robaba. El Estado era gobernado por el arbitrio de unos pocos».

La primera ley que se estableció fue la «Lex Calpurnia» (149 a.C.), como consecuencia del abuso del gobernador de la provincia de Lusitania, Servio Sulpicio Galba, al que se acusó de malversación de fondos. Fue procesado por un jurado de la orden senatorial, algo que era toda una novedad. Sin embargo, esta primera ley no imponía ninguna pena pública, sino la devolución del dinero que había sustraído.

En el 123 a.C. se establecieron una serie de tribunales permanentes, los conocidos como «quaestiones perpetuaes». Su cometido era investigar las malas prácticas y extorsiones de los gobernadores provinciales que habían sido denunciadas por los ciudadanos. Al principio no tuvieron mucho éxito, pero fueron importantes porque definieron legalmente el «crimen repetundarum», que hacía alusión a los delitos de corrupción, cohecho o tráfico de influencias.


Abuso de poder
Este sistema se fue perfeccionando con la definición de nuevos delitos. El «crimen maiestatis», por ejemplo, hacía alusión a los abusos de poder por parte de los senadores y los magistrados. Era considerado el acto más grave contra la República y fue castigado, incluso, con la pena de muerte o el exilio voluntario. El «crimen peculatus» hacía referencia a la malversación y apropiación indebida de fondos públicos por parte de un funcionario, así como la alteración de moneda o documentos oficiales. O el «crimen ambitus», que describía la corrupción electoral, especialmente la que se refería a la compra de votos.



Cicerón hablando en el Senado romano


Cicerón hablando en el Senado romano - Cessare Maccari



Todos estos delitos trajeron consigo nuevas leyes para dar respuesta a los diferentes cambios políticos, económicos y morales que se iban produciendo. La «Lex Acilia» subió la pena para los delitos de malversación de fondos y cohecho de la «Lex Calpurnia», estableciendo una multa del doble del valor del daño causado por el funcionario. Fue una de las más conocidas, porque se ha conservado gran parte de su texto original.

Otras leyes importantes fuero la «Lex Sempronia» (122 a.C.) o la «Lex Servilia de Repetundis» (111 a.C.), que establecieron penas más severas para los delitos de cohecho. La segunda, en concreto, fue la primera ley que introdujo la pérdida de los derechos políticos. Ambas fueron completadas con otras como la «Lex Livia Iudiciaria» (91 a.C.), que impuso una corte especial para los juicios contra los jueces corruptos que hubieran cometido extorsión, o la «Lex Cornelia», que aumentaba las condenas para los magistrados que aceptaran dinero en un juicio por cohecho. Esta última debe su nombre al dictador Lucio Cornelio Sila, que la estableció tres años antes de morir.


Robo de fondos públicos
La corrupción, sin embargo, seguía imparable. En esta época, el gobernador de Sicilia, Verres, se convirtió de alguna manera en el arquetipo originario del «corruptócrata» incorregible. Se calcula que robó al erario público más de cuarenta millones de sestercios y arrasó literalmente su provincia. Y no fue una excepción. El mismo Cicerón, que no le tenía especial simpatía y se esforzaba en presentarlo como un caso claro de avidez de poder, afirmó que su conducta representaba la norma en buena parte del imperio romano.

Cuando aún era cónsul, Julio César fue el que propuso la última y más severa ley republicana contra los delitos de corrupción, la «Lex Iulia», que incluía penas de multas desorbitadas y el destierro. Es curioso que fuera él, puesto que poco antes no había dudado en recurrir a cualquier medio para acceder al consulado. «Cuando el tribuno Metello trató de impedirle que tomase dinero de las reservas del Estado, citando algunas leyes que vetaban tocarlo, él respondió que el tiempo de las armas es distinto al de las leyes… y se encaminó hacia las puertas del Tesoro», contó de él el historiador Plutarco. Eso no le impidió establecer más de cien capítulos en su ley, la mayoría de ellos destinados a los magistrados e, incluso, a los jueces que se hubieran dejado sobornar para favorecer a un acusado en un delito de corrupción.

El contenido de todas estas leyes demuestra el grado de corrupción que se vivía en Roma. Con la llegada del Imperio en el 27 a.C., éste no solo no se redujo, sino que se incrementó. Los políticos siguieron sobornando a los funcionarios para conseguir puestos en la administración, mientras que a los ciudadanos se les asfixiaba cada vez más con impuestos y se veían obligados a pagar propinas a cambio de que se les agilizara algún trámite.

A partir de Augusto, el erario público fue perdiendo importancia e independencia, al ser sustituido por la caja privada del emperador. Esto facilitó la corrupción, a la que se intentó poner remedio. Durante la época del emperador Adriano (24-76 d.C.), por ejemplo, se amplió «crimen repetundarum» a todos los actos de malversación realizados por los funcionarios públicos y los sancionó incluso con penas de muerte. Y junto a este crimen, aparecieron otros como la «concussio», una de las prácticas favoritas de los gobernadores provinciales, consistente en exigir a los ciudadanos una contribución no establecida por la ley o aumentar otra sí de manera desorbitada.


 
El olvidado héroe que salvó la vida al primer Borbón en plena batalla y cambió la historia de España
No se ha encontrado ningún retrato de Antonio Benavides a los largo de estos tres siglos y, sin embargo, sin su valiente gesto en combate para ayudar a Felipe V durante la Guerra de Sucesión es probable que España hoy no fuera la misma



Cuadro de Jean Alaux, representando a Felipe V y el Duque de Vendôme durante la batalla de Villaviciosa


Cuadro de Jean Alaux, representando a Felipe V y el Duque de Vendôme durante la batalla de Villaviciosa - ABC




Israel Viana
22/05/2020




A lo largo de estos tres siglos no se ha encontrado ningún retrato de Antonio Benavides (1678-1762). Su posición privilegiada como gobernador de La Florida, Veracruz y Yucatán en el virreinato de Nueva España durante la primera mitad del siglo XVIII habría sido razón suficiente para que le hubieran realizado unos cuantos. Cuentan las crónicas que no quiso gastar ni una sola moneda en tan innecesario fin. De la misma forma que renunció, tanto en América como en su Canarias natal, a numerosos bienes materiales en favor de los más necesitados.

No sabemos, por lo tanto, cómo era su rostro. Y, sin embargo, cambió la historia de España al salvar la vida a Felipe V en plena batalla de Villaviciosa de Tajuña, pocos segundos antes de que un cañonazo cayera a pocos metros del Rey y matara a su caballo. Se trata de uno de los episodios ilustres de este desconocido u olvidado héroe de La Matanza (Tenerife), que pasó gran parte de su vida sirviendo al Ejército como uno de los más activos combatientes contra los piratas y los corsarios del Caribe. Como decía Analola Borges, biógrafo de Benavides en el siglo XIX: «Su patria le debe un monumento que recuerde a cada instante su glorioso nombre. El día en que se eleve, Tenerife habrá cumplido un deber de gratitud y justicia». Desde entonces, no ha llegado.

El episodio en cuestión se produjo durante la tarde del 10 de diciembre de 1710 en esa pequeña pedanía del municipio de Brihuega, en Guadalajara, donde se produjo una de las batallas más importantes de la Guerra de Sucesión (1701-1713). La misma guerra en la que una buena parte del independentismo catalán ha basado en los últimos años su corpus ideológico y sus aspiraciones secesionistas: el enfrentamiento entre los favorables al candidato Borbón contra los defensores de los Habsburgo. Y aunque la contienda fue un litigio internacional, la derrota sufrida por las tropas catalanas en 1714 se conmemora todavía hoy en la « Diada», alimentando el victimismo historicista de generaciones de intelectuales.


Las hazañas de Benavides
En lo que respecta Benavides, había nacido en el seno de una familia numerosa de agricultores acomodados en La Matanza de Acentejo. Fue a los 20 años cuando nuestro protagonista se enroló en los Reales Ejércitos, alentado por un oficial de la Bandera de La Habana que apareció por la isla y se hospedó en propia su casa, para captar a jóvenes de la zona que quisieran viajar a Cuba como soldados de bien. Partió del puerto de Santa Cruz en 1699, dos años antes del comienzo de la Guerra de Sucesión. Allí rápido mostró interés por el estudio y la formación militar, destacando como jinete y tirador.

El primer biógrafo de Benavides, Bernardo Cólogan Fallón, lo describió a comienzos del siglo XIX de la siguiente manera: «Amante del servicio, lo era igualmente de cuantas obligaciones se le señalaban; subalterno obediente, aprendió con los primeros elementos de la disciplina lo que contribuye a formar el perfecto jefe: y para ser buen general supo primero ser soldado». Y es que causó la suficiente admiración entre sus jefes y compañeros como para que, en 1703, le hicieran regresar a Madrid para formar parte de los refuerzos solicitados por Felipe V como teniente.

En España fue destinado a uno de los regimientos de Dragones de la Guardia de Corps, donde demostró tanta valentía y determinación en el campo de batalla que rápidamente fue ascendido de nuevo a teniente coronel. Incluso fue felicitado personalmente por Felipe V por sus hazañas en agosto de 1710, en Zaragoza, cuando la caballería a su mando se hizo con parte de la artillería enemiga en la zona del Ebro. Pero la batalla que marcó su vida fue la de Villaviciosa de Tajuña. Tenía 36 años en aquella tarde de diciembre en que la historia de España podría haber sido muy diferente hoy en día si el primero de los Reyes Borbones hubiera sido asesinado, como apunto estuvo.


La batalla de Villaviciosa
Benavides se encontraba en el campo de batalla al mando de la caballería de los Guardias de Corps en el ala derecha. Obedecía las órdenes del marqués de Valdecañas, que se encontraba a su vez al mando de tres cuerpos de Dragones y otros tres de Caballería. En ese momento, nuestro protagonista se percató de que Felipe V montaba a lo lejos un llamativo caballo blanco, el único con el pelaje de ese color, lo que le convertía en una fácil diana para la artillería enemiga a pesar se estar emplazado en una especie de monte elevado y acompañado de sus generales.

Separándose de su superior y alejándose de sus soldados, Benavides emprendió el galope a toda velocidad, sorteando los cañonazos en medio de la batalla y abriéndose paso entre la tropa y la guardia del Rey. Al llegar a la altura de Felipe V, le informó de su peligrosa situación y de lo expuesto que se encontraba ante un posible ataque del enemigo. El Rey advirtió enseguida a sus generales que el teniente coronel llevaba razón, pero que no disponía de otro caballo. En ese momento, nuestro protagonista se bajó de su corcel y se lo ofreció al monarca, que aceptó el intercambio justo a tiempo. Unos segundos después, sobre aquella misma elevación comenzó a caer con fuerza el fuego de los británicos bajo las órdenes del oficial Guido von Starhemberg.

Las bombas cayeron muy cerca del caballo de Felipe V, que murió en el acto. Sin duda querían descabezar a la pieza más importante del Ejército español, al mismo Rey, pero él ya no montaba aquel corcel. En su lugar, Benavides fue herido de gravedad en su lugar y España se mantuvo en su sitio consiguiendo, al menos, una victoria estratégica. A Von Starhemberg sin duda le había desfavorecido el hecho de recibir demasiado tarde las noticias del peligro que corrían sus tropas en aquella zona. Aún así, le dio tiempo a retroceder y plantar cara en aquella batalla sangrienta con miles de muertos por ambos bandos.

El ejército aliado mantuvo el control del campo de batalla y, aunque ambos bandos la consideraron una victoria, lo cierto es que Ejército del Archiduque Carlos de Austria logró seguir con su retirada de forma ordenada, mucho más debilitado que el español. Von Starhemberg tuvo que abandonar Madrid por la falta de apoyo entre la población madrileña al pretendiente austriaco. Y para cuando llegó a Barcelona en enero de 1711, el número de sus soldados se había reducido en unos 6.000 o 7.000 hombres.


Dado por muerto
Felipe V no se olvidó de su salvador y, como recuerda Jesús Villanueva Jiménez en « La cruz de plata» (Ed. Libros Libres) –novela histórica con la que el escritor quiso recuperar en 2015 la vida y obra de Benavides–, preguntó por él. El marqués de Valdecañas le informó de que una granada de mortero había destrozado a su caballo y alcanzado al teniente coronel de las Guardias de Corps. Él mismo le había visto bañado en sangre y lo había dado por muerto. El Rey, sin embargo, no quiso creerlo y ordenó que lo buscaran entre los cadáveres apilados en el campo de batalla. La corazonada de este resultó cierta, puesto que nuestro protagonista fue hallado al borde de la muerte.

Antonio Benavides fue rescatado y trasladado para ser atendido por los mismos cirujanos del Rey. Fue así como consiguió salvar su vida y la del primero de los Borbones, sin el cual la historia de España habría sido otra. Las heridas fueron sin duda un alto precio a pagar, pero por las que se vio recompensado. A partir de entonces, el monarca se refirió a él como «padre», independientemente de que sus generales estuvieran presentes, consciente de que a él le debía seguir reinando entre los vivos.

Tras firmarse el tratado de Paz de Utrecht el 11 de abril de 1713, Benavides fue ascendido a brigadier de Caballería y siguió en la Corte al servicio del Rey. Era tal la confianza que Felipe V tenía en su salvador que, en 1717, lo nombró gobernador y capitán general de la Florida en el Nuevo Mundo, donde tomó posesión del fuerte de San Luis de Apalache y tuvo que librar cruentas batallas contra los guerreros de la tribu apalache, pero fue capaz también de establecer fructíferas alianzas con otras tribus como los Apalachicola, Uchize, Savacola, Tasquique o Creek, entre otras. Fue el responsable de un largo periodo de paz en la zona.


América
Tan contento estaba Felipe V con sus resultados, que no solo lo mantuvo en el cargo 15 años en vez de cinco, sino que, contra su voluntad, le nombró después gobernador de Veracruz, uno de los puertos más importantes de las Indias españolas, y después capitán general y gobernador de la Provincia de Mérida del Yucatán y del Puerto de Campeche. Benavides tuvo que esperar a la muerte del Rey para recibir de su sucesor, Fernando VI, el permiso para regresar a España 32 años después, cuando ya era mayor. Unos años en los que el héroe de Villaviciosa limpió de corruptos las administraciones, mantuvo a raya a los ingleses y expulsó de los mares a piratas y corsarios.

Una vez en la Península, y tras recibir la visita del nuevo Rey, que le agradeció personalmente sus servicios, Antonio Benavides se marchó a su Tenerife natal, donde vivió tranquilo hasta su muerte a los 83 años, en 1762. Fue enterrado con el hábito de la Orden Franciscana en la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción de Santa Cruz. «Aquí yace el Excmo. Sr. D. Antonio de Benavides, Teniente General de los Reales Exércitos. Natural de esta Isla de Tenerife. Varón de tanta virtud cuanta cabe por arte y naturaleza en la condición mortal», puede leerse en su lápida.


 
El diputado «camorrista» inglés que dejó su escaño en Westminster para luchar en España por la Reina Isabel

Poco después de comenzar la Primera Guerra Carlista, Lacy Evans no dudó en venir a combatir contra Zumalacárregui y el Infante don carlos, durante dos años, después de que este intentara usurpar el trono a la hija de Fernando VII tras la muerte de este



Fotografía de Lacy Evans, en 1860, expuesta en la National Portrait Gallery


Fotografía de Lacy Evans, en 1860, expuesta en la National Portrait Gallery




Israel Vian
MADRID
27/05/2020




Un diputado del Parlamento británico, de origen irlandés, que decide dejar su escaño y hacer el petate para venir a España a luchar por la Reina Isabel II de España tras el golpe de Estado protagonizado por los carlistas en 1833. Una guerra, además, donde su Gobierno se posicionó públicamente por la no intervención y dictó leyes contra aquellos súbditos que osaran alistarse al servicio de potencias extranjeras sin su consentimiento. ¿Se lo imaginan? Pues ocurrió, y lo más sorprendente es que no fue el único, ya que guió a otros miles de compatriotas voluntarios que, incluso, llegaron a hacer cola durante ocho días a la intemperie en las oficinas de reclutamiento establecidas en Londres.

El nombre de nuestro protagonista es Lacy Evans, un general que también había luchado en la Guerra de Independencia contra los franceses, en Estados Unidos contra los americanos y en Waterloo contra Napoleón, aunque nunca de manera tan expuesta e intensa como lo hizo en España nada más desembarcar en el País Vasco. «Tengo la satisfacción de comunicar que, a las nueve y medía de esta mañana, en medio de salvas, repique de campanas y bandas de música, ha entrado en el puerto de San Sebastián un vapor inglés con un batallón de 500 hombres. Deberán seguirles otros 10.000 que debían embarcarse el día 12», podía leerse en el «Boletín de Álava» el 21 de julio de 1835.

Uno de aspectos más curiosos de esta aventura es que tanto Lacy como sus hombres decidieron combatir por la Monarquía española y la causa liberal a pesar de los ataques que sufrieron por ello por parte de muchos periódicos ingleses, sobre todo, de los tories. En primer lugar, destacando sus errores y, en segundo, calificando a todos estos voluntarios y su general de simples camorristas, borrachos, sanguinarios o crueles, entre otras lindezas. El «Annual Register», por ejemplo, afirmaba que eran haraganes de Londres, Manchester y Glasgow. Y cuando seguían presentándose voluntarios también en Escocia, un reputado banquero llegó a felicitar al oficial encargado de reunirlos por dejarle la ciudad limpia de truhanes.


La «Primera Guerra Civil española»
Cuando el general Evans llegó a España no se habían cumplido ni dos años desde la muerte de Fernando VII ni del inicio de la Primera Guerra Carlista. O como se la conocía en la prensa en aquellos años, la «Primera Guerra Civil española». El desencadenante fue provocado por el Rey de España en 1932, cuando, encontrándose ya muy enfermo en La Granja, decidió derogar la Ley Sálica para asegurar la sucesión de su hija Isabel, nacida dos años antes. Aquella decisión fue un golpe muy duro para su hermano, el infante don Carlos, quien estaba convencido de que sería él quien reinaría al no tener el monarca ningún hijo varón.




Retrato del Infante don Carlos, en 1825


Retrato del Infante don Carlos, en 1825 - Vicente López Portaña




Antes de fallecer el 29 de septiembre de 1833, el Rey nombró regente a María Cristina, hasta que su heredera alcanzara la mayoría de edad. El infante veía una vez más cómo fracasaban sus intentos de hacerse con el poder y, además, soportar como la nueva regente excarcelaba a muchos liberales, que eran sus grandes enemigos. Harto de aquella situación, Carlos no guardó ni un solo día de luto. El mismo día de la muerte de su hermano, lanzó un manifiesto reclamando la corona. Y al no oírse sus peticiones, una semana después se proclamó Rey de España en la localidad de Tricio (La Rioja). Comenzaba la guerra que acabó con la vida de más de 150.000 personas en siete años.

Aunque eran de sobra conocidas sus simpatías por la causa isabelina, el Gobierno de Gran Bretaña se declaró neutral, entre otras cosas porque los carlistas contaban con un buen número de seguidores en las islas. Esa fue la razón principal de que no se atreviera a involucrar a su Ejército. Y, además, era consciente de que muchos diarios ingleses –los mismos que tachaban de camorristas y alcohólicos a Evans y los suyos–, ni siquiera habían condenado el asalto al poder del infante don Carlos. ¿Qué podía hacer?


William Lamb y Guillermo IV
La medida adoptada por el Gobierno británico fue muy hábil. No podía quedarse con los brazos cruzados ante los estragos que estaban causando las tropas del líder insurgente Tomás de Zumalacárregui, pero tampoco podía saltarse la «Foreign Enlistment Bill», esa ley que prohibía el alistamiento de cualquier ciudadano en el Ejército de ninguna potencia extranjera. Para ello, su primer ministro, William Lamb, permitió que se organizara un cuerpo de voluntarios no profesionales dispuestos a ir a España para luchar por la causa de la joven Isabel II y la Regente María Cristina, mientras el Rey Guillermo IV hizo público su deseo «de que sus súbditos tomasen parte en la empresa», proporcionando armas y equipo a todos los voluntarios.



Tomás de Zumalacárregui, en 1836


Tomás de Zumalacárregui, en 1836 - Adolphe Jean-Baptiste Bayot.



No hubo muchos problemas para encontrarlos, en parte por la difícil situación económica que atravesaba el Reino Unido. El número exacto nunca se ha conocido, pero sabemos que hacia finales de octubre de 1835, la conocida como «Legión auxiliar inglesa» ya contaba en la costa cantábrica con 7.000 u 8.000 hombres, según las cifras aportadas por José Miguel Santamaría en su tesis «British Auxiliary Legion: aportación británica a la Primera Guerra Carlista» (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2011). En total, 3.200 ingleses, 2.800 irlandeses y 1.800 escoceses, aproximadamente. Pero el autor cree que «pasarían por sus filas entre diez y doce mil hombres, incluyendo los distintos grupos de reclutas que se fueron incorporando a lo largo de los casi tres años de servicio».

«Las noticias de San Sebastián hablan favorablemente de la buena armonía que reina entre las tropas inglesas y españolas. Se estaba preparando todo para facilitar la salida de los auxiliares al teatro de la guerra, pero este movimiento no podría ejecutarse hasta después de llegar el general Evans», informaba la «Revista Española» el 5 de agosto de 1835. Y cuando este lo hizo, se olvidó de su ego y no dudó en ponerse bajo las órdenes del general español Luis Fernández de Córdova, en una sintonía muy buena que describía así «El Español»: «Parece que los generales han quedado satisfechos uno con el otro, y yo mismo he oído decir al general Córdova que el señor Evans ha manifestado los más vivos deseos de emplearse inmediatamente de manera activa contra los enemigos [...]. Evans me ha parecido más español que inglés en su figura y su carácter. Alto, delgado, de color moreno, con ojos negros y vivos y una fisonomía expresiva en extremo. Su genio es franco y sus modales sueltos».

Dos años en España

Los carlistas estaban en plena expansión en el momento de la llegada de Evans. Sus hombres no tardaron en realizar los primeros sacrificios por la Reina Isabel debido a la epidemia sufrida en Vitoria durante el invierno de 1835: dos de sus regimientos quedaron disueltos por las muertes y los supervivientes pasaron a cubrir las bajas del resto de cuerpos. Comenzaba un periodo de dos años de combates, los que el general británico había pactado con la regente María Cristina antes de embarcar hacia el País Vasco. En 1836, su legión participó en mantener a salvo el puerto y la fortaleza del monte Urgull, en San Sebastián, ante los intentos carlistas de sitiar la ciudad. También evitó también la conquista del puerto de Pasajes. Y durante el sitio de Bilbao, se pusieron a las órdenes de Baldomero Espartero para liberar la ciudad. De hecho, no se hubiera conseguido sin el apoyo del general británico y sus hombres desde Portugalete.

Cuando el infante don Carlos organizó la Expedición Real, la Legión Británica siguió combatiendo y acosando sin descanso en su retaguardia. Llegó a conquistar diversas ciudades en la zona del actual País Vasco, frenando el avance de los carlistas en Navarra. «En la tarde del día 14, el general Evans, al mando de la legión auxiliar inglesa, demostró de un modo brillante lo que puede ser el ejemplo de los jefes sobre sus soldados. Habiendo dado por casualidad con más de 200 enemigos, y sin otra gente que unos pocos oficiales de su estado mayor, 17 lanceros de la legión y un cortísimo número de infantes, atacó con mucha decisión y desconcertó al enemigo por el arrojo de su embestida. El mayor Rait consiguió entrar en las filas enemigas y causar mucho daño. Incluso hizo un prisionero que sacó con el cuchillo. Este encuentro sirve de muestra de lo que puede esperarse de nuestros dignos auxiliares ingleses, aunque desgraciadamente ha habido un lancero muerto y se perdió el caballo de uno de los ayudantes del general Evans», informaba la «Revista Española» el 20 de marzo de 1836.

El grueso de los voluntarios británicos siguió combatiendo hasta el banquete que se organizó en San Sebastián, el 10 de junio de 1837, con motivo de la despedida de Lacy Evans, que volvió a Londres para continuar su vida de parlamentario. No se libró de alguna crítica más en relación a sus obligaciones como jefe de la Legión. «Esta crítica se agudizó, una vez licenciadas las tropas, con motivo de las reclamaciones económicas que los soldados y oficiales legionarios presentaron repetidas veces al gobierno español», explica Santamaría en su tesis.

La unidad quedó disuelta, aunque entre 1.000 y 1.500 hombres decidieron quedarse en España para seguir combatiendo por la monarquía con la previa autorización de Espartero. Lucharon en diversos frentes, como es el caso de Andoain, pero las bajas fueron tan altas que la unidad acabó desapareciendo. Se cree que, en aquellos dos años, murieron alrededor de 2400 ingleses. En el monte Urgull de San Sebastián aún existe el llamado cementerio de los ingleses, donde se encuentran enterrados un buen número de británicos muertos en la ciudad durante la Primera Guerra Carlista. En Santander hay otro pequeño cementerio protestante con un monumento funerario en homenaje a los voluntarios de la Legión británica allí enterrados.


 
Alberto Bayo: el legionario español que fue un héroe de la II República y adiestró a Fidel Castro
Alberto Bayo Giroud se convirtió en un destacado guerrillero en la Guerra Civil y, años después, fue llamado por la revolución cubana para entrenar a sus hombres




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Manuel P. Villatoro
Manuel P. Villatoro
04/06/2020




Alberto Bayo Giroud vivió, como poco, a una velocidad de vértigo. Dedicado desde su adolescencia al mundo militar, fue testigo de los combates que el ejército español (y La Legión, con la que luchó) mantuvo contra los rifeños en el norte de África; surcó los cielos como piloto cuando la aviación peninsular levantaba por primera vez los pies del suelo o, entre otras tantas cosas, estuvo a las órdenes del controvertido Lluís Companys antes de su intentona golpista. Sin embargo, es más recordado por haberse convertido en un maestro de guerrillerosdurante la Guerra Civil y, poco después, por haber entrenado a Fidel Castro y a sus barbudos (entre ellos, el Che Guevara) para derrocar a Fulgencio Batista.

Resulta llamativo que este personaje, curioso más allá de identidades políticas, haya caído hoy en el olvido en España y sea en Cuba donde más se le recuerda. Aunque en parte tiene sentido, pues el mismo Castro se refirió a él como «el Maestro» y, por su parte, el Che Guevara le definió como «un gladiador que no se resigna a ser viejo». Para ellos, fue un profesor que instruyó a sus hombres en el arte de la guerrilla.

Aunque en la práctica solo les dio un curso de seis meses antes de que iniciaran la revolución, en uno de los múltiples libros que escribió («150 preguntas a un guerrillero»), este controvertido español se mostraba orgulloso de haber colaborado con el hombre que se aferró a la poltrona en La Habana durante toda su vida: «Sí, yo he entrenado personalmente a los líderes guerrilleros de Calixto Sánchez».

Primeros años
Pero vayamos por partes. El académico Emilio Montero Herreroafirma, en un artículo elaborado para la Real Academia de la Historia, que Bayo vio la luz en el Puerto Príncipe español el 27 de marzo de 1892. Unos siete años antes de que el Imperio se resquebrajara con la pérdida de las colonias. Hijo de coronel de artillería, marchó junto a su familia a Barcelona primero, y a Estados Unidos después, para formarse. Su camino en la vida castrense se inició a las quince primaveras, y fue fulgurante. La tenacidad le llevó, de forma sucesiva, al Regimiento Gran Canaria, a la Academia de Infantería de Toledo y al Regimiento 55 de Gerona.

El primer gran paso lo dio en 1916, cuando siguió los pasos de su hermano -fallecido en un trágico accidente aéreo al servicio del ejército- y viajó hasta Madrid para convertirse en piloto de la novísima Aviación Militar de nuestro país. Un riesgo por aquel entonces, pues todavía estábamos dando los primeros pasos en lo que a surcar los cielos se refiere. En los siguientes años pasó por otras tantas unidades hasta que, después de que el conflicto en el Rif se recrudeciera, fue enviado al norte de África para ayudar a sofocar a las cabilas locales. Desconocía que se adentraba en la boca del lobo y en una de las contiendas más duras de nuestro país.



Alberto Bayo


Alberto Bayo



Entre las gestas más desconocidas de Bayo se hallan las que llevó a cabo en África como parte de La Legión desde 1924. En esta unidad, formada para combatir en primera línea contra los rifeños, llegó a estar a las órdenes de Francisco Franco, su némesis años después. El futuro oficial republicano, como otros tantos de sus colegas que se mantuvieron leales al gobierno, luchó en África y dirigió una compañía durante dos años. Hasta 1925 para ser más concretos, cuando fue herido de gravedad y se vio obligado a guardar cama durante doce meses para recuperarse de forma total. Y todo ello, mientras ayudaba a avanzar la aeronáutica patria.

De África salió con la Cruz al Mérito Militar de 1ª Clase con distintivo rojo y con la Cruz de María Cristina después de pasar por una infinidad de unidades más. Y no solo eso, sino que se empapó de las técnicas de guerrilla rifeña. Poco después dirigió sus pasos a Barcelona, donde se convirtió en ayudante del general Domingo Batet. En esas andaba cuando, el 18 de julio de 1936, el bando Nacional se levantó contra la Segunda República y comenzó el conflicto fratricida en nuestro país.


Maestro guerrillero
Al comienzo de la Guerra Civil, Bayo recibió el encargo de dirigir, nada más y nada menos, que la invasión anfibia de Mallorca e Ibiza, donde había triunfado el golpe. Que no era un don nadie para el Gobierno lo demuestra el que liderara en esta operación a 6.000 hombres, un crucero, un acorazado, varios hidroaviones y otras tantas unidades menores. «En agosto encabezó la expedición. Conquistó Ibiza y Formentera, pero falló en Mallorca por culpa de los bombardeos italianos», explica a ABC el doctor en periodismo Alfonso López García, autor de «Saboteadores y guerrilleros. La pesadilla de Franco en la Guerra Civil» (uno de los pocos trabajos que existen sobre estas unidades en España).



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En palabras de López García, durante la contienda nuestro protagonista se destacó como un ferviente seguidor de las tácticas que había aprendido en África. «Editó un manual, “150 preguntas a un guerrillero”, que usó durante su etapa como profesor de la escuela de guerrilleros de Benimàmet, en Valencia, a partir de 1937. El centro ayudó a profesionalizar a estos combatientes mediante formación en orientación, explosivos, medicina…», completa el experto.

Bayo, a pesar de no combatir tras las líneas enemigas, se especializó en el arte de dar golpes de mano contra los puntos más débiles del enemigo; algo que ya habían hecho nuestros antepasados cuando el ejército francés de Napoleón Bonaparte invadió el corazón de la Península.

Con su ayuda, los guerrilleros cobraron importancia en la Guerra Civil. «Durante el enfrentamiento, y por primera vez en la historia, la guerrilla formó parte de un cuerpo de ejército (el XIV) gracias a su gran efectividad a la hora de desmoralizar al enemigo. Tanto él como la República entendieron que, aunque no podían cambiar el signo de la lucha, si tenían la capacidad de causar mucho daño mediante acciones exprés en el campo enemigo. Que Franco tomara la decisión de formar sus propias guerrillas dio cuenta de la importancia que tuvieron y lo que le metieron el dedo en el ojo», incide López García.

Lo que sí hizo Bayo durante la Guerra Civil fueron labores de contraespionaje en el sur de Francia, además de participar en la batalla de Brunete. Sus acciones le valieron, al final de la contienda, el grado de teniente coronel. En parte, por su labor con los guerrilleros. «La realidad es que, aunque su participación en el conflicto fue limitada, los guerrilleros tuvieron una importancia posterior brutal. Su inspiración sirvió a Gran Bretaña y a Estados Unidos para crear sus cuerpos especiales de acción, los comandos. Además, cuando regresaron a Norteamérica, los miembros de la brigada Linconl fueron reclutados para fundar la OSS, el germen de la CIA. Se podría decir que la influencia de estas unidades se vio a largo plazo», finaliza el autor.




Desembarco en Mallorca


Desembarco en Mallorca



Pero todo aquel conocimiento no impidió que la Segunda Repúblicafuera vencida por el bando Nacional y que este cubano tuviera que exiliarse, allá por 1939, hasta México. «Allí empezó su labor de asesor en guerra de guerrillas en 1947. Su primer trabajo fue hacerse consejero de asuntos estratégicos de la Legión del Caribe, fundada en Guatemala, y cuyo objetivo era derrocar los regímenes de Trujilloen la República Dominicana y de Somoza en Nicaragua», sentencia López García. Así fue como comenzó a convertirse en un auténtico «maestro guerrillero».


Con Fidel y el Che
Cuando superaba la sesentena, Alberto Bayo ya había escrito varios libros sobre la guerra de guerrillas. Su fama no pasó inadvertida para Fidel Castro. Según explica Reginaldo de Ustariz, el gran biógrafo del Che, en «Che Guevara, Vida, muerte y resurrección de un mito», fue en 1955 cuando aquel joven revolucionario que planeaba dar un golpe de mano contra el gobierno de Batista leyó la obra del español y le propuso entrenar a sus inexpertos hombres. El objetivo: convertir a una fuerza amateur en una irregular, pero capaz de luchar cara a cara contra el ejército profesional de Cuba.

Castro se trasladó a toda velocidad hasta México, donde Bayo regentaba una tienda de muebles y, según narra De Ustariz, usó toda su maña con la oratoria para convencerle de que le ayudara. El autor recoge la conversación que ambos mantuvieron aquel día:


-Mi general, vengo a pedir su colaboración para derribar el ejército de Fulgencio Batista.

-¿Con cuántos hombres cuenta?


Alberto Bayo
-En este momento tengo pocos hombres, pero en breve desembarcará en Cuba aproximadamente un centenar de expedicionarios.

-Siento mucho no poder aceptar, soy instructor de la Escuela Militar de Aviación de esta ciudad; fuera de eso, tengo una fábrica de muebles que requiere de mi concurso.

-¡Usted es cubano! Tiene el deber absoluto de ayudar a su pueblo a derribar al tirano sanguinario, corrupto y ladrón.



Castro estuvo acertado. Durante aquella conversación introdujo veladas referencias al odio que sentía hacia Francisco Franco para hacerse con la confianza de Bayo. Así, hasta que le ganó para la causa. En uno de sus libros posteriores, el español confesó que, a pesar de que acometía una labor que parecía casi imposible, sintió cierto magnetismo por la causa de Castro, del que quedó «intoxicado»:


«Aquel joven estaba contándome que esperaba derrotar a Batista en un futuro desembarque que estaba planeando efectuar con hombres. "Cuando yo los tenga", y con barcos "cuando tenga dinero para comprarlos", porque, en el momento en que hablaba conmigo, él no tenía hombres ni dinero... ¿No era una cosa graciosa? ¿No era una jugarreta de niños? Lo que él estaba pidiéndome era mi compromiso para enseñar tácticas de guerrilla a sus futuros soldados cuando él los hubiese reclutado y cuando hubiese conseguido el dinero necesario para alimentarlos, vestirlos y equiparlos, y para comprar barcos para transportarlos hasta Cuba. ¿Qué asunto es ese?, pensé. Este joven desea mover montañas con una mano. Pero, ¿qué me costaba agradarlo? Sí, le dije».




Castro y su guerrilla, en 1957


Castro y su guerrilla, en 1957



Durante los siguientes seis meses, Bayo entrenó a los guerrilleros de Castro. Entre ellos, al Che Guevara. Les enseñó, como bien explicó, a abandonar hábitos como darse una buena ducha, comer varias veces al día o lavarse los dientes. Para él, tanto el cepillo como el dentífrico eran dos objetos de lujo. A su vez, les mostró las normas básicas para internarse tras las líneas enemigas y acechar a un ejército profesional mucho más numeroso.


«Recuerden que la guerrilla nunca invita al enemigo a combatir, todo buen guerrillero debe atacar por sorpresa en escaramuzas o emboscadas. Cuando los soldados carguen para repeler el ataque, los guerrilleros deben desaparecer».

Cuando triunfó la revolución cubana, se deshizo en elogios hacia sus pupilos.

«El corazón me saltaba en el pecho, mis alumnos aprendieron tan bien las lecciones que ahora Fidel puede enseñarme a mí. Quiero ver al Che Guevara, a Camilo, a Raulito a fin de que me digan como se las arreglaron para aprender a pelear en las ciudades porque, lo confieso, yo no les enseñé eso».

El cariño fue mutuo. Castro, además de darle varios puestos en la administración, siempre le llamó «el Maestro». Por su parte, el Che escribió sobre él lo siguiente:

«Para mi constituye un honor el poner estas líneas a los recuerdos de un gladiador que no se resigna a ser viejo. Del general Bayo, Quijote moderno, que solo teme de la muerte el que no le deje ver si patria liberada, puedo decir que es mi maestro».

 
Fernando el Católico murió por un fallo cardíaco y no por tomar afrodisíacos

Un estudio histórico-científico desmonta la teoría que se había mantenido hasta ahora sobre el fallecimiento del monarca artífice de la España moderna



Retrato de Fernando el Católico.


Retrato de Fernando el Católico. E. M.



  • JAVIER ORTEGA
    Zaragoza
  • Domingo, 7 junio 2020

Fernando el Católico (Sos, 1452-Madrigalejo, 1516) está considerado como uno de los reyes más importantes de la historia de España, al ser el artífice, junto a su esposa Isabel, de unificar los reinos de Castilla y Aragón y sentar las bases del actual país. Durante su reinado se conquistó Granada y se descubrió América.

Fue rey de Aragón, Castilla, Sicilia, Nápoles, Cerdeña y de Navarra, además de regente de la Corona castellana, debido a la inhabilitación de su hija Juana I, tras la muerte de Felipe el Hermoso.
Su figura, que inspiró El Príncipe de Maquiavelo, se hizo muy popular tras la emisión entre 2012 y 2014 de la serie "Isabel" de Tve, protagonizada por Michelle Jenner, en el papel de la reina de Castilla, y Rodolfo Sancho en el de Fernando el Católico.

Aragón reivindicó su destacado papel histórico en 2016 con numerosos actos con motivo del V centenario de su muerte.
Su fallecimiento se atribuyó en la época al empleo abusivo de brebajes afrodisíacos, a base de testículos de toro y cantaridina, una sustancia producida por escarabajos.
Esta explicación, que la historiografía posterior no cuestionó a lo largo de los siglos, se ha mantenido hasta el presente. Ahora un estudio apunta al fallo cardíaco como hipótesis "más plausible" del deterioro físico que acabó con la vida del monarca.


EL FIN DE UN MITO
El historiador Jaime Elipe y la médico Beatriz Villagrasason los autores del estudio El fin de un mito: causas clínicas de la muerte de Fernando el Católico, que acaban de publicar en Studium. Revista de Humanidades de la Universidad de Zaragoza y que este domingo adelanta Heraldo de Aragón.
Desde el 10 de marzo de 1513, el día en que cumplía 61 años, el monarca "nunca más volvió a sentirse en salud". Poco después tuvo un cuadro de vómitos, al que siguió en abril una "fiebre desconocida" por la que tuvo que tomar "una medicina y tuvo delirios".

Así lo describe en su Epistolario el humanista lombardo Pedro Mártir de Anglería, miembro de la Corte desde 1487. Narra que cuando tuvo esos síntomas iniciales había ingerido una mezcla afrodisíaca suministrada por su joven esposa, la reina Germana de Foix, con la que se había casado tras morir Isabel la Católica, para mejorar su potencia sexual y poder quedar encinta.
Casi tres años después, marcados por un deterioro físico y anímico, Fernando II moría el 23 de enero de 1516 "en una rústica casa" en un pueblo de Extremadura cuando marchaba a presidir el capítulo de la Orden de Calatrava.

Según explica Elipe, "se sabía que había muerto por tomar un brebaje que le había arruinado la salud, pero nadie se había parado a ver si era cierto o no. Es bastante más jugoso que muriera de afrodisíacos. Nosotros hemos visto que no se sostiene. Es una invención, un mito, son anécdotas inventadas que se van transmitiendo".


CUADRO CLÍNICO
Para trazar un cuadro clínico, los dos especialistas han analizado las cartas del citado humanista lombardo, que recoge hasta 20 noticias sobre el estado de salud de Fernando el Católico en los últimos tres años de su vida.
En el estudio se indica que ya en otoño de 1513, Pedro Mártir mostraba su preocupación por el estado del monarca. Aseguraba que "no tenía ni el mismo semblante, ni la misma atención para escuchar ni la misma amabilidad". Y un mes más tarde, hizo referencia a la disnea o dificultad respiratoria. Desde entonces, el monarca tendría "horror a vivir bajo techado".

Con el año nuevo, se añadirían molestias gástricas, "callos en el estómago", y ardor. Además, en 1514 moría el secretario Miguel Pérez de Almazán, compañero y fiel servidor durante casi toda su vida.
"Pero no solo estos males consumían su vida a ojos del cortesano Pedro Mártir. Según él, y era un pensamiento común, el rey abusaba de las que eran en esos momentos sus dos grandes pasiones: la caza y la reina. A tal punto llegaba que 'si no se desprende de dos apetitos, muy pronto entregará su alma a Dios y su cuerpo a tierra'", tal como se recoge en la investigación.
En noviembre apareció otro de los síntomas relevantes en su deterioro físico, los edemas, descritos así: "empeora su asma y el humor que lo va hinchando".
Un mes más tarde en otra epístola Anglería aseguraba que "progresa la hidropesía, y ni con el movimiento ni con el reposo disminuye el mal, que poco a poco se va extendiendo", al tiempo que criticaba la afición de Fernando el Católico a la caza.


SENSACIÓN DE MUERTE
Pero el episodio que le pudo costar la vida ocurrió la noche del 18 de julio de 1515, cuando tuvo un cuadro de disnea aguda. "Casi quedó ahogado mientras dormía. Un síncope y el catarro le obstruyeron las fibras del corazón (...) sintió al soberano atragantarse y dar unos horribles ronquidos (...). Acudió al estrépito que formaba el Rey, casi a punto de expirar. Traspuesto con el habla perdida, torcía los ojos. Le rocían el rostro con agua fría. Por fin volvió en sí", describe el humanista lombardo.

A partir de ahí, la información ofrecida por el Epistolario se "limita a reseñar su empeoramiento y la sensación de muerte inminente" del monarca.
Con este desarrollo clínico, Villagrasa y Elpe abordan las hipótesis diagnósticas entre las que se descarta una muerte por abusos de afrodisíacos. En su estudio, señalan que no está demostrado que los testículos de toro ocasionen tal deterioro en la salud, "aparte de clínica digestiva (náuseas, vómitos...) en caso de ser ingeridos en mal estado".

Respecto a la cantaridina indican que carece "de cualquier base empírica", la intoxicación no es muy frecuente y la mayor parte de sus efectos tóxicos "están relacionados con su propiedad vesicante, al producir ampollas en la piel y mucosas con las que entra en contacto".


UN FALLO CARDÍACO
Para la doctora Villagrasa, la hipótesis "más plausible" es que Fernando II muriera por un fallo cardíaco. Y explica que "la dificultad respiratoria es lo primero que aparece, y año y medio más tarde, los edemas. Con esos dos síntomas guías y la evolución que había tenido, cuadraba con un fallo cardíaco, más que con el renal o el hepático; que fueron los tres orígenes que uno se plantea".
Cree que "empezaría a fallarle el corazón y cuando eso ocurre, aparecen esos síntomas. Las causas de por qué falla pueden ser miles: una anemia, que tuviera un problema de válvulas... Los monarcas tenían unas dietas muy ricas en carne y podría tener colesterol y ser hipertenso".
Los dos investigadores aragoneses no descartan que Fernando el Católico ingiriera brebajes para mejorar su potencia sexual, pero sí que esa fuera la causa de su muerte.
Según Villagrasa,"es muy improbable; tendría que haber sido un desarrollo mucho más agudo. Es una enfermedad que desde que empieza hasta que se muere transcurren más de dos años. No podemos decir que sea la verdad absoluta, nos faltaría la autopsia".


 
La verdad sobre Leopoldo II de Bélgica, el autor del mayor crimen europeo en África
Los crímenes del Monarca cuya estatuas han sido atacadas este fin de semana fueron dados a conocer al gran público por el famoso escritor Joseph Conrad en la conocida novela «Heart of darkness»


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César Cervera
César Cervera
09/06/2020



La ola de protestas del movimiento Black Lives Matter vivió este fin de semana un estallido de furia iconoclasta contra personajes históricos considerados racistas, lo que según una visión propia del siglo XXI viene a ser todos... En Bristol (Reino Unido) la estatua de bronce de Edward Colston, un negrero del siglo XVIII, fue derribada y arrastrada hasta el agua, mientras que un monumento en Londres a Winston Churchill, uno de los principales responsables de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial, fue vandalizado por las opiniones que el estadista británico tenía sobre los negros africanos, a los que situaba en un nivel muy inferior que los blancos anglosajones dentro de las jerarquías raciales.

Churchill era un personaje de su época, que hablaba el idioma de la época en la que le tocaba vivir y que, aunque creía en las jerarquías raciales, no compartía la idea de que a la gente de los escalones inferiores hubiera que tratarlos de forma inhumana o, como defendían tantos líderes totalitarios, exterminarlas. En 1937, declaró en la Comisión Real para Palestina: «No admito que se haya cometido una injusticia contra estos pueblos [los Indios Rojos de América y el pueblo negro de Australia] por el hecho de que una raza superior, una raza de grado superior, una raza con más sabiduría sobre el mundo por decirlo de alguna manera, haya llegado y haya ocupado su lugar».

Lo más sorprendente de todo es que el Monarca, perteneciente a la dinastía Sajonia-Coburgo Gotha, no tuvo que disparar una sola bala para hacerse con el Congo

El matiz merece ser puesto en su contexto, en un contexto donde el racismo era admitido incluso en algunas teorías científicas, para comprender el abismo que separa a Churchill de personajes del siglo XX como Hitler o el Rey Leopoldo II de Bélgica que sí abogaban directamente por políticas de exterminio.


¿Quién fue Leopoldo II?
Las estatuas del Rey Leopoldo II de Bélgica en Bruselas, Amberes y Gante también fueron atacadas con pintura por los manifestantes el pasado domingo. Léopold de Saxe-Cobourg et Gothase (1865-1909) auspició durante su reinado que el Congo pasara de una población de 20 millones de habitantes a 10 millones. Lo más sorprendente de todo es que el Monarca, perteneciente a la dinastía Sajonia-Coburgo Gotha, no tuvo que disparar una sola bala para hacerse con este territorio. Leopoldo no heredó o conquistó el Congo (de hecho solo a su muerte se integró en Bélgica), le bastó con convencer a la comunidad internacional de que si le daban su soberanía protegería a sus habitantes de las redes de traficantes de esclavos árabes.



Estatua de Leopoldo II


Estatua de Leopoldo II - AFP



Nada más lejos de la realidad, el verdadero objetivo del belga, que solía definir a su pequeño reino europeo como «Petit pays, petit gens»(«Pequeño país, gente pequeña»), era hacerse con una colonia y exprimir hasta la última gota de sus recursos económicos.

Leopoldo supo disimular su afán económico generando una imagen de monarca humanitario y altruista, que financiaba asociaciones benéficas para combatir la esclavitud en el África Occidental y costeaba el viaje de misioneros a esas regiones. En 1876 convenció con su elegancia y buenos modales a un selecto grupo de geógrafos, exploradores y activistas humanitarios en una Conferencia Geográfica, celebrada en Bruselas, de que su interés era «absolutamente humanitario». Fue, además, elegido aquí presidente de la recién creada Asociación Africana Internacional, transformada con el tiempo en la Asociación Internacional del Congo.

Como consecuencia de estos movimientos sibilinos, en febrero de 1885, catorce naciones reunidas en Berlín, y encabezadas por Gran Bretaña, Francia, Alemania y los Estados Unidos, le regalaron a Leopoldo II todo el Congo a través de la asociación que él presidía. Un territorio 20 veces el tamaño de Bélgica, donde se comprometió a «abolir la esclavitud y cristianizara a los salvajes» a cambio de su cesión. Las grandes potencias concedieron al rey de los belgas el Congo, sin saber qué clase de persona era y, sobre todo, porque desconocían el gran tesoro que se escondía entre sus árboles.


Mutilaciones, en nombre del caucho
Además del marfil de sus elefantes, Leopoldo se sintió atraído por el Congo debido a sus grandes reservas de caucho. Durante su reinado se disparó la demanda internacional de goma, que se extraía de los árboles del caucho que se contaba muy numerosos en el Congo. El problema de la recolección de esta materia resultaba la ingente cantidad de mano de obra que se necesitaba y las duras condiciones para estos empleados. Para solventar el asunto, el rey de los belgas diseñó un sistema de concesiones que, en esencia, condenó a la esclavitud a la totalidad de los congoleños.

El Monarca hizo del Congo su cortijo particular entre 1885 y 1906, siendo plenamente consciente de lo que estaba pasando en el interior del país.


El explorador Henry Morton Stanley (el primer europeo en recorrer los varios miles de kilómetros del río Congo) y otros enviados del Rey se encargaron, entre 1884 y 1885, de que los jefes indígenas de la geografía congoleña firmaran, sin saberlo, contratos por los que cedían la propiedad de sus tierras a la Asociación Internacional del Congo. En estos «tratados», los caudillos se comprometieron a trabajar en las obras públicas de aquella institución que, creyeron, iban a servir para expulsar a los esclavistas y modernizar el país.

De esta forma tan descarada, Leopoldo II se valió del trabajo local para la recolección del caucho y para que sirvieran a los funcionarios, soldados y policías belgas que vinieron a instalarse en el país. Una esclavitud que ocupaba las 24 horas del día de los congoleños; y que deparaba sádicos castigos para los recolectores que no entregaban el mínimo exigido. El catálogo de violaciones de los derechos humanos podría ocupar libros enteros: desde latigazos, agresiones sexuales al robo de sus poblados. Las mutilaciones de manos y pies dejaron a tribus enteras mancas y cojas, cuando no eran directamente exterminadas aldeas enteras.

El Monarca hizo del Congo su cortijo particular entre 1885 y 1906, siendo plenamente consciente de lo que estaba pasando en el interior del país. Como explica Adam Hochschild en su libro «El fantasma del rey Leopoldo» (Mariner Books), Leopoldo II de Bélgica estaba perfectamente al corriente de los crímenes e incluso llegó a sugerir que se implementaran equipos de niños para que apoyaran el trabajo, de tal modo que miles de menores fueron arrancados de sus familias.



Un niño víctima de atrocidades belgas en el Congo se encuentra con un misionero


Un niño víctima de atrocidades belgas en el Congo se encuentra con un misionero



El sádico Leopoldo no tuvo que realizar ningún disparo para conquistar el Congo, pero ni siquiera debió enfrentarse apenas a resistencia cuando estableció su sistema esclavista, puesto que el Congo se extendía por un terreno gigantesco en el que cada tribu vivía de forma aislada. El historiador Adam Hochschild calculó que murieron diez millones de personas basándose en investigaciones llevadas a cabo por el antropólogo Jan Vansina.

Tampoco se enfrentó a las críticas de la comunidad internacional ni a las de Bélgica, que todavía hoy recuerdan a Leopoldo II como un entrañable estadista. Cuando pastores bautistas norteamericanos lanzaron la primera voz de alarma, la misma propaganda belga que había elevado a Leopoldo II a benefactor de la humanidad salió al paso para llevar las acusaciones ante los tribunales por calumnias. Todavía, en 1889, Leopoldo se atrevería, en un gran ejercicio de hipocresía, a hacer de anfitrión de la Conferencia Antiesclavista.


La tardía respuesta internacional
Debieron pasar años para que Europa y Bélgica empezaran a hacer autocrítica y a asumir los crímenes en el Congo. Los británicos palidecieron al conocer sus salvajes crímenes por un informe de Roger Casement al Foreign Office, pero solo el empeño particular de políticos extranjeros como el vicecónsul británico en el Congo, Roger Casement, o el periodista Edmund Dene Morel, ex-empleado de una compañía naviera de Liverpool, sacaron a la luz el genocidio belga en los últimos años de vida del Monarca. Morel visitó personalmente al presidente norteamericano Theodore Roosevelt para exigirle que su Gobierno hiciera algo al respecto, además de lograr que personalidades como el arzobispo de Canterbury se manifestaran en contra de aquellos horrores.

Los crímenes serían dados a conocer al gran público por el famoso escritor anglopolaco Joseph Conrad en la conocida novela «Heart of darkness» (El corazón de las tinieblas). Por su parte, Conan Doyle, el creador del personaje de Sherlock Holmes, escribiría un opúsculo «Crimen en el Congo» (1909) demostrando su vena más comprometida.

Poco antes de su muerte, Leopoldo legó a Bélgica la propiedad del Congo ante la presión internacional y se estableció una colonia que recibió los problemas estructurales causados por tanto maltrato y tantísimas muertes. La millonaria indemnización posterior de Bélgica al Congo hizo que la empresa esclavista solo le fuera rentable a Leopoldo.

 
Las 7 mentiras más absurdas sobre los letales guerreros vikingos que creemos desde hace mil años
Ni llevaban cuernos, ni eran tan necios como nos cuenta la Historia. De hecho, supieron usar en su favor la leyenda negra que les acompañaba



Manuel P. Villatoro
Manuel P. Villatoro
10/06/2020 20



Sanguinarios, asesinos y feroces. Los adjetivos que recuerdan a los vikingos en los libros de historia hablan de sus actos de salvajismo, sus saqueos, y la falta de moral que les llevaba a acabar con la vida de mujeres y niños durante sus continuas incursiones. No obstante, el tiempo ha tergiversado la leyenda de estos hombres del norte hasta mostrarlos como guerreros que portaban cascos con cuernos y que sólo pensaban en el pillaje. Nada más lejano a la realidad pues, entre otras cosas, la suya fue una civilización que supo usar la leyenda negra que les acompañaba para vencer a sus enemigos.

Gracias a su pésima reputación y a su barbarie, los vikingos consiguieron castigar con sangre a toda Europa a base de hacha y drakkar. De hecho, estos feroces escandinavos lograron, entre otras cosas, conquistar una gran parte de Inglaterra, desembarcar en España e, incluso, remontar el río Sena con sus navíos para invadir París -ciudad que asaltaron y que sus dueños únicamente pudieron recuperar ofreciéndoles una cuantiosa cantidad de oro-. La de los hombres del norte es, en definitiva, una historia llena de muerte, pero también de falsos mitos que el tiempo ha hecho erróneamente verdaderos.


1-Más allá de asesinar y robar
A pesar de que la tradición nórdica tiene, en ocasiones, más oscuros que claros, el inicio de la era de los vikingos (término con el que se agrupa a los diferentes pueblos ubicados en Escandinavia durante los siglos VIII al XI), tiene una fecha concreta. «El tiempo de los vikingos comenzó en junio del año 793 con el asalto al monasterio de Lindisfarne, una comunidad monástica que se encontraba en Inglaterra» afirma en declaraciones a ABC Víctor Álvarez, autor de «Los Vikingos. Crónica de una aventura» (Sílex, 2013). Aquel día, los guerreros del norte acabaron brutalmente con cientos de monjes cuya única defensa frente a las armas fue la religión. Eran las primeras víctimas de las miles que llegarían después.

Es en esa jornada cuando comienza la leyenda negra de los vikingos, un pueblo cuyos únicos objetivos eran, según Hollywood, asesinar y robar allí por dónde pisaban. «Se tiende a pensar que el movimiento vikingo se produjo debido a la búsqueda de riquezas, y no siempre era así. Los nobles nórdicos presionaban muchísimo a la población con impuestos altísimos y esto produjo que multitud de ellos se hicieran a la mar para escapar de las exigencias abusivas de sus jefes o para sentirse libres», destaca el experto.


En cambio, tampoco se puede eludir que muchos escandinavos sí se subían a sus drakkar con el hacha entre los dientes y dispuestos a reunir la mayor cantidad de oro posible. Esta práctica fue realizada durante los primeros años del siglo IX, cuando su civilización daba los primeros pasos de gigante a través de las aguas europeas. De hecho, en esa época inventaron una táctica muy innovadora que consistía endesembarcar sin previo aviso en cualquier parte de la costa enemiga para saquear sus poblados.

A continuación, ponían pies en polvorosa lo más rápidamente posible en dirección a sus veloces barcos para huir antes de que llegaran las fuerzas regulares enemigas. Esta estrategia tenía incluso su propio nombre, «strandkogg», un término que no tiene traducción en nuestro idioma.

Tras el ataque al monasterio de Lindisfarne, los vikingos demostraron una vez tras otra su falta de moral asesinando y saqueando de la forma más brutal posible. ¿Por qué lo hacían? Álvarez lo tiene claro: «Los vikingos mataban mujeres y niños por mera publicidad. Hacían terrorismo. Como sabían que infundían miedo hacían esas barbaridades para aprovecharlo y que, cuando fueran a otro pueblo, la gente no opusiera resistencia y les tuviera pavor. Hacían propaganda».

A su vez, y en contra de la creencia popular, los vikingos contaban con una gran capacidad para la estrategia y, debido a su condición de nómadas, se esforzaban en conocer las costumbres de aquellas regiones que visitaban o asaltaban. Esta práctica les ayudó en muchos casos a doblegar a sus enemigos. «Después de algunas incursiones, aprendieron a atacar a los cristianos cuando estaban en la iglesia rezando. Esto les facilitaba mucho las cosas porque se encontraban a todos aquellos que podían hacerles frente en un mismo edificio y desarmados», añade el autor. Esta curiosa y cruel- forma de actuar ha sido representada de forma fidedigna en la popular serie «Vikingos».

Mientras que su capacidad de aprender del enemigo no ha sido una de sus virtudes representadas por la factoría Hollywood, el cine si ha acertado a la hora de dar a conocer sus armas y técnicas de combate. Y es que, los hombres del norte usaban el hacha como arma principalfrente al enemigo debido a que también les servía como herramienta en su vida diaria y a que sabían forjarlas a la perfección.


2-La mentira de las drogas
Las sagas, una mezcla de historia y mitología nórdica, describen con especial ferocidad a los berseker, los protagonistas de la tercera mentira. Afirman, con devoción, que eran «aquellos a los que el hierro no puede dañar». Guerreros de élite vikingos («casi una guardia personal», según explica el reconocido investigador Manuel Velasco Laguna en «Breve historia de los vikingos») que combatían en estado de trance y demostraban una ferocidad extrema contra el enemigo. Hasta tal punto obviaban el pavor a ser traspasados por una espada que acudían a la batalla sin armadura y, enajenados por la ira, mordían sus escudos como una suerte de ritual previo al baile de los aceros. Si es que puede denominarse de esta forma a la brutalidad carente de finura y esgrima que exhibían en el campo de batalla.

¿Cómo conseguían llegar a ese trance? Hasta ahora, las investigaciones afirmaban que lo hacían ingiriendo un brebaje elaborado a base de «Amanita muscaria», un hongo conocido también como «matamoscas» o «falsa oronja» y que, además de poder producir daños intestinales y hasta la muerte, cuenta con efectos secundarios beneficiosos para el combate. «La clínica se inicia entre 20 y 180 minutos tras su consumo, con un cuadro gastrointestinal, además de mareos, vértigos, ataxia e incoordinación, convulsiones, euforia, alteraciones de la conducta, alteraciones visuales y alucinaciones», explican un compendio de expertos de farmacología y botánica en el dossier «Drogas emergentes: plantas y hongos alucinógenos».

Sin embargo, un nuevo estudio elaborado por el doctorando Karsten Fatur (etnobotánico de la facultad de farmacia de la Universidad de Ljubljana) puso el año pasado en duda la teoría de la «Amanita muscaria» al afirmar que existe otra planta cuyos efectos secundarios se ajustan mucho más a los síntomas que los berserkers habrían mostrado en batalla: el «Hyoscyamus niger» o beleño negro. El experto también señaló que las sagas exageraron la forma de combatir de estos vikingos.


3-La falacia de las armas
«El hacha era el arma más común para los vikingos, ya que les hacía las veces de elemento de corte diario, de instrumento ofensivo y de arma arrojadiza en el combate. Pero no era la única. Como los primeros años no eran soldados entrenados para la guerra a gran escala como tal, usaban también la lanza y, en algunos casos, una espada si tenían suficiente dinero para encargarla al herrero. Como elemento defensivo usaban un escudo con una gran tachuela. Todo eso está documentado a través de enterramientos llevados a cabo por esta civilización», completa Álvarez en declaraciones a ABC.

El combate directo contra ejércitos organizados es otro de los puntos donde la leyenda ha favorecido mucho los vikingos, ya que, cuando se enfrentaban a fuerzas superiores en número y duchas en el arte de la guerra, caían a decenas debido a su reducido número -al menos durante los siglos VIII y IX-. Había por ello muchos viajes en los que, tras una gran contienda, regresaban al ansiado hogar menos de la mitad de los que habían partido.



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4-El papel de la mujer
Socialmente, los hombres del norte eran una de las civilizaciones más avanzadas de la época, pues daban una gran importancia al papel de la mujer. «Los vikingos no eran muy machistas. La mujer era reconocida más allá del ámbito del hogar. En ese sentido tenían una sociedad mucho más avanzada que la que podía haber por ejemplo en Europa. La mujer podía tomar decisiones, salir de viaje solas, sabían leer, escribir, incluso podían decidir con quién casarse», añade Álvarez.

Además, tampoco era inusual que una mujer cogiera el hacha y el escudo para darse de mamporros en las tierras de ultramar. Un hecho que la serie «Vikingos» muestra a través de Latgerta -esposa de Ragnar Lodbrok, protagonista de la saga-. «Las mujeres podían acudir a la batalla, pero eso es algo que no está muy bien documentado. En algunas sagas islandesas si aparece alguna guerrera, aunque generalmente no tenían gran relevancia. Podían viajar en una expedición como combatientes si eran fuertes y sabían manejar las armas, pero lo más normal es que acudieran para colonizar después de la batalla», completa el experto español.


5-Los dichosos cascos
Con todo, de entre todas las leyendas y creencias relacionadas con los vikingos la más extendida es la que afirma que portaban unos grandes cascos rematados con cuernos que infundían pavor en los enemigos. Sin embargo, los expertos son tajantes en este punto... ¡No llevaban cornamentas!

«Ha trascendido la idea de que el casco vikingo llevaba cuernos, pero no era así. Hay varias teorías que tratan de explicar la causa de que el bulo se haya extendido tanto. Una de ellas afirma que, como la historia de los hombres del norte fue escrita por las víctimas ?los que recibían los ataques-, y estas los veían como hombres endemoniados, se les terminó representando con cuernos por asimilación con los demonios. Otra dice que la equivocación se produjo en 1820 cuando se ilustró un libro de temática vikinga con unos guerreros nórdicos con cuernos, pero esto se hizo así porque se vivía en la época del romanticismo y no se daba una imagen real de las cosas, sino idealizada», finaliza el autor.

En este sentido, el experto recuerda que, hace relativamente poco, se encontró un casco en un enterramiento que tenía dos agujeros. «Según se publicó después, podrían haber servido para portar los cuernos, pero, realmente, no tiene lógica ir al combate con un casco tan incómodo para luchar», completa.



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6-Crueles y sanguinarios
Su excesiva crueldad es otro de los enigmas históricos que existen a su alrededor. «Eran muy sanguinarios, pero la historia de sus viajes la han escrito principalmente los vencidos, que los veían como unos asesinos, así que nunca se podrá saber si eran realmente tan bárbaros o lo escrito es una exageración. A pesar de todo, hay que entender que los cristianos de entonces no comprendían como aquellos tipos podían entrar en un edificio sagrado y matar a todo el mundo. Para ellos era algo inconcebible. Los cristianos no entendían tampoco como Dios no les ponía una barrera divina ante esa barbarie», añade el experto.

En palabras del autor español, las crónicas más fiables a nivel histórico son las anglosajonas, las francas y la historia de los arzobispos de Hamburgo y Bremmen. «Estas nos muestran, por ejemplo- a una gente agresiva y pagana que cometía todo tipo de crueles tropelías.

7-Los «drakkar» y la mitología
El último de los grandes errores sobre los vikingos es el nombre de sus buques. «Se tiene la idea de que todos los barcos de los vikingos se llamaban "drakkars", cuando había varios tipos de navíos. Había buques de cargamento, de recreo para reyes y los de guerra, que eran los famosos "drakkar"», añade.

En sus palabras, el concepto «drakkar» es una denominación francófona que proviene del francés y significa dragón. «Les llamaron así porque tenían animales en la proa. Las proas tenían una función meramente decorativa similar a la del resto de Europa, que también solían llevar animales en el buque para impresionar. No es algo característico escandinavo», finaliza.

En lo que acierta de pleno la leyenda es en que, desde que nacían, eran criados para ver la guerra de una forma muy determinada. «Su mitología es absolutamente proclive hacia la batalla. Sólo tienes que ver a Thor, que empuña un martillo de guerra. Los vikingos eran, en general, muy creyentes», añade.

Según el español, los vikingos entendían que tenían que ser como una reencarnación de los propios dioses Algo que ocurría por ejemplo con los «berserkers», unos guerreros vikingos que combatían medio desnudos y, según la creencia de la sociedad, estaban dotados de una fuerza directa entregada por los dioses que les hacía salir indemnes de la batalla. «En los enterramientos solían usar las runas, una escritura en la que ponían a grandes rasgos las hazañas del fallecido. Solían además respetar a sus muertos con más dedicación de la que tenemos nosotros», completa.


VIDEO
 
Don Diego López de Haro: un elemento puro de la naturaleza
El fundador de la ciudad de Bilbao se dedicó en cuerpo y alma a arrear mandobles más allá de Sierra Morena. Su final le llegó en el sitio de Algeciras al servicio de Fernando VI



Foto: Grabado de la villa de Bilbao, fundada por López de Haro, realizado por Franz Hogenberg en 1554 en el que ya se observan características de la ciudad actual


Grabado de la villa de Bilbao, fundada por López de Haro, realizado por Franz Hogenberg en 1554 en el que ya se observan características de la ciudad actual


AUTOR
ÁLVARO VAN DER BRULE
13/06/2020



Decía Miguel Delibes en su libro 'La Partida', al ser interpelado el protagonista por su hijo a la pregunta: "¿Por qué si uno sabe nadar flota sin moverse y cuando no sabe hacerlo se hunde?" A lo que el ilustre castellano le respondía: "el miedo pesa hijo"… Esto viene a colación porque nuestro personaje de hoy era ajeno al miedo y un hombre de energía sobrada y tenaz resolución en cualquier asunto que enfrentase. Parecía una navaja suiza multiuso. Era terrible con sus enemigos y una poderosa ayuda en la amistad aparte de hombre de probada fidelidad."

Cuando se le cayeron los dientes de leche se dio en él una extraña transformación. La primera, le salieron dos peculiares y personalísimos colmillos en el maxilar inferior que apuntaban maneras. La segunda, como si de una prolongación natural se tratara, una espada de madera y un arco de tejo aragonés se le pegaban a la mano casi de forma natural. Para describir a este enorme personaje (190 cm) y sus andanzas comenzaremos por nada. Según la Biblia los escribanos de la época acompañados a buen seguro de algún potente licor espirituoso y de la severa y escrutadora mirada de los sacerdotes, rabinos-ayatolas del momento, decían que todo viene de la nada. Hay que tener cuidado con el alcohol.


Don Diego era un pelín tarambana y eso nos explica el aura de misterio que rodea algunos aspectos de su vida


A día de hoy no se sabe cuándo nació este díscolo chavalote, pero datos indiciarios de aproximación sitúan la aparición de este “morrosko” riojano en Nájera (paraíso de los amantes del buen morapio y mejor yantar) en una fecha cercana al 1250 que ya es algo. ¿Por qué? El paso de los años hace que los datos recabados sobre los nacimientos registrados en aquellos tiempos no siempre sean accesibles, pero nuestra Santa Madre Iglesia tenía unos registros muy sabrosones con unos muy fiables indicadores de las altas y decesos de población, adelantándose a Google y sus sibilinos controles en más de mil años.




Escultura de Diego López de Haro en Bilbao. (Wikipedia)


Escultura de Diego López de Haro en Bilbao. (Wikipedia)



Que un personaje tan fundamental para la ciudad de Bilbao no disponga de esa información en sus registros, es más que sorprendente. Pero también Don Diego era un pelín tarambana y eso nos explica el aura de misterio que rodea algunos aspectos de su vida. Después de todo, las cifras indican con razonable exactitud que su aparición en este extraño escenario se produjo cercana al año 1250. Fecha que encaja con bastante exactitud con el casorio que tuvo lugar en junio del año del Señor que todo lo ve pero nunca interviene, allá por el 1282, donde contrajo matrimonio en la antiquísima Toledo que ya balbuceaba en la prerromana Edad del Bronce.

La infanta Violante de Castilla, hija del rey Alfonso X de Castilla y de la reina Violante de Aragón, era una mujer de recursos y de una belleza inapelable y la única persona a la que este tierno bruto hacia caso. Desde la Baja Edad media hasta la actualidad, hay un buen puñado de datos curiosos que podrían asombrar a los aficionados a la historia y a los bilbaínos de pro. Lo de este elemento de la naturaleza, es un misterio inescrutable y hay una serie de anécdotas que convierten su biografía en una lectura apasionante.

Don Diego López de Haro, convirtió a Bilbao en villa en uno de esos paréntesis entre mandobles y aporreamientos a los del turbante, afición a la que le había cogido el tranquillo. Quinto de una línea sucesoria en la que este “pieza” había hecho algunas modificaciones administrativas sacadas de la chistera, los derechos sobre el señorío de Vizcaya no fueron presididos por la misma legitimidad de la que gozaron sus predecesores. Don Diego López de Haro V fue el responsable de usurpar los legítimos derechos sucesorios a su adolescente sobrina, doña María Díaz de Haro. Esa intromisión fue muy criticada en aquel entonces, marcándole para siempre con el mote del “Intruso”. De nada sirvieron los pataleos y zapateados de la criatura ante la rotunda presencia de aquel hombre atado a una voz cavernosa. Era mejor no “meneallo”. Años más tarde su ninguneada sobrinita le daría “pal pelo” fundando Bilbao, esta vez sí, con todas las de la ley.


Dos procesos fundacionales
Este ricohombre riojano, fundó la villa de Bilbao tal que un 15 de junio del año 1300. Con anterioridad ya existían edificaciones en aquellos pagos en los que los pescadores y una agricultura minifundista muy propia de la tierra vasca daban lo que daban de si en un bucólico paisaje donde el mar maridaba perfectamente con los inmensos bosques locales salpicados de algunas ferrerías por aquí y por allá. Para tomar potes y txiquitos, ya existían en aquel “Bocho” embrionario Artecalle, Somera y Tendería.

Abrió puertas en el Cantábrico para acercarse a los mercados flamencos y a la embrionaria Liga Hanseática en sus albores


Una década después tras el fallecimiento de este hombretón, María Díaz de Haro, la otrora legítima sucesora, refundó la ciudad haciendo uso de la carta privilegio y con la misma pieza jurídica que se usó en la ceremonia de entronización cuando Don Diego le “levantó” sus derechos sucesorios a la angelical criatura. En dicha carta fundacional no se hizo alusión alguna a López de Haro el usurpador por lo que puede deducirse que la Villa de Bilbao tuvo dos procesos fundacionales y una goma de borrar haciendo horas extraordinarias.
Curiosamente, a pesar de la Damnatio Memoriae (ley del olvido) aplicada con celo por su cabreada sobrinita, los nombres de ambos confluyen hoy en dos de las más importantes calles de Bilbao: la bulliciosa y transitada Gran Vía de Don Diego López de Haro y la no menos conocida María Díaz de Haro. Es de suponer que después de tanto trajín acabarían haciendo las paces.



La Gran Vía de Bilbao, hace unos pocos meses. (EFE)


La Gran Vía de Bilbao, hace unos pocos meses. (EFE)



Hay quien dice que el colmo de los colmos es doblar una esquina. A pesar de que este gentil hombre tenía más ADN de perillán que de caballero, el Señor de Bizkaia y fundador de la hoy hermosa ciudad de Bilbao, centrifugando bosques y mares a tiro de piedra de Atxuri o Indauchu, una ciudad con vitalidad a raudales, además de haberse reciclado para afrontar este incierto siglo con iniciativas industriales y de investigación de vanguardia bien diseñadas por sus emprendedores ciudadanos; no tuvo en su fundador un fiel vecino, pues este estaba haciendo horas extraordinarias igualando los hombros de los recalcitrantes sarracenos, afición a la que este arquero y espadachín era abonado de primera fila. Bien es cierto que abrió puertas en el Cantábrico para acercarse a los mercados flamencos y a la embrionaria Liga Hanseática en sus albores y que creó polos de comercio e industria que dinamizaron enormemente la economía del Señorío de Vizcaya. La verdad es que era un CEO con un par.

Y llegó la malaria

Esta figura imprescindible en la historia del Señorío, fue el impelente del desarrollo de esta riquísima ciudad (por su privilegiada situación geoestratégica con la frontera francesa a tiro de piedra). El caso, es que ni nació ni murió, ni siquiera sentó sus posaderas en Bilbao como para certificar su ciudadanía de forma fehaciente. En el Athletic lo habrían mirado con lupa para darle un abono. Durante los años que vivió, se dedicó en cuerpo y alma a arrear mandobles más allá de Sierra Morena y a la postre, paradojas de la vida, su final le llegó en el sitio de Algeciras al servicio del rey Fernando VI cuando muy probablemente una fiebre cuartana (una calentura de origen palúdico, que cada cuatro días te arrea un subidón que te deja baldado) y que hoy la conocemos como malaria, le dejaría en un inevitable decúbito supino permanente.

Total, que a este hombretón que no lo doblaba ni el Tato, un bicho del tres al cuarto lo envió al más allá de forma expeditiva y sin más preámbulos. A día de hoy, se desconoce dónde están sus restos mortales, lo que es seguro es que no están en Bilbao. Crónicas de la época decían que fue enterrado en una abadía franciscana en Burgos junto a su adorada mujer, la infanta Violante de Castilla, hija de Alfonso X el Sabio.

En su búsqueda del mito fundacional de la figura de Don Diego López de Haro, allá por el año 1895 un grupo de bilbaínos realizó una expedición a Nájera para reivindicar los restos del su bien amado fundador, pero todo fue en vano. El López de Haro allí enterrado no concordaba con los datos que obraban entre los miembros de esta sociedad vascongada de amigos del país y además le faltaban más de 20 centímetros para dar la talla. Al final, los exploradores vasquitos del pasado, se cepillaron unas cuantas barricas de los caldos locales y se volvieron por donde habían venido haciendo unas eses muy escandalosas. Afortunadamente, la Guardia Civil estaba en otros quehaceres.

En su actual ubicación en la Plaza Circular de Bilbao, a salto de rana del Casco Viejo, la memoria de Don Diego López de Haro habita en una escultura de bronce y pedestal marmóreo (muy chulo él) obra del artista Mariano Benlliure. Después de tanto trajín bélico, por fin encontró asiento en un lugar muy apropiado para tomarse unos potes y pintxos de incognito en siete calles, que está muy a mano. Era un pillin.


 
Así frenó Franco las intenciones de EE.UU. de influir en España tras su muerte
En febrero de 1971, el enviado de Nixon, Vernon Walters, se entrevistó con el Jefe del Estado en Madrid. José J. Sanmartín, doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor titular de la Universidad de Alicante, analiza en ABC los pormenores de este encuentro y su importancia para el futuro del país




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Manuel P. Villatoro
Manuel P. Villatoro
12/06/2020




Aquel febrero de 1971, Madrid volvió a recuperar ese perfume a tierra de espías que había adquirido, como franja neutral, durante la Segunda Guerra Mundial. Si por entonces los cafés habían vibrado con las discusiones entre los diplomáticos de embajadas adversarias, esa jornada el escenario de la improvisada obra de teatro que protagonizaron Francisco Franco y Vernon Walters fue el Palacio de El Pardo. Poco hay que decir del primero; pero su par puede que sí necesite presentación. De complexión robusta, más de una cana y mente privilegiada, este norteamericano había arribado a la capital en nombre del presidente de los Estados Unidos con un objetivo: averiguar si habría estabilidad en el país tras la muerte del «general», como le llamaba.


«Quiero que vayas y hables con Franco sobre lo que sucederá después de él». Esta fue la tarea que, según desveló Vernon a ABC en una entrevista publicada el 25 de agosto del 2000, le encargó Richard Nixon. Y no por un capricho puntual, todo lo contrario. La relación entre ambos venía ya de lejos, así como la preocupación del estadounidense por su estado de salud. Esa inquietud, de hecho, fue recurrente en el presidente, quien, como se demuestra en una de las muchas cintas grabadas de forma secreta entre 1971 y 1973 en el Despacho Oval ( cuya transcripción se hizo pública, de forma gradual, a partir de los años 90), solía preguntar por las enfermedades que aquejaban al español: el párkinson, los problemas estomacales o los desvanecimientos. Así quedó registrado en la Conversación 517-01 del 11 de junio de 1971.

Según narró Vernon a este periódico, el encuentro se desarrolló con total normalidad. Cuando ambos estuvieron cara a cara, el que sería el director adjunto de la CIA a partir de 1972 le entregó una misiva a Franco en la que Nixon legitimaba su presencia en España. Después, el diplomático hizo una pregunta de cortesía que el Jefe del Estado obvió con desdén.

«¿Lo que le interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte? […] Siéntese, se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que deseen ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, por**grafía, droga y qué se yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España».

«Pero mi general… ¿cómo puede estar usted tan seguro?», cuestionó Vernon. «Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años. La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, que no habrá otra guerra civil». Tal y como narró el mismo Vernon a este diario, después de esa frase se despidió. El mismo diplomático describió de forma similar el encuentro en sus memorias. Pero, para José J. Sanmartín, doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor titular de la Universidad de Alicante (además de presidente de RADIX INTELLIGENTIA SOLUTIONS y Lifetime member de la American Political Science Association de EE.UU. o la International Political Science Association) ese es el problema. Que solo se suele usar su testimonio público para describir lo que ocurrió.

Según afirma a ABC, la realidad tras esta conversación es que Franco consiguió, mediante un lenguaje correcto, pero incisivo, que los Estados Unidos no se inmiscuyeran en su sucesión. El experto corrobora que los norteamericanos apoyaban al Príncipe Juan Carlos, ya seleccionado, pero añade también que el Jefe del Estado evitó que extendieran su influencia en «el primer nivel» de la política peninsular. «Se quedaron en el segundo», sentencia.

A su vez, Sanmartín, estudioso de este período de la historia y experto en temas de inteligencia y geopolítica, tiene claro que Walters, un mago del espionaje, no debería haber sido el elegido por Nixon para representar a los Estados Unidos en España. «Para Francisco Franco era determinante la posición y status de su interlocutor; si en la reunión hubiera podido participar un expresidente retirado como Eisenhower, o un ex presidente de imagen impoluta, Nixon habría conseguido más de Franco. Pero Eisenhower había fallecido en 1969, sus relaciones con Johnson no eran las mejores, y Truman no estaba en condiciones de afrontar una misión de esa envergadura. Nixon encomendó a Walters la tarea, sin considerar seriamente la alternativa -grata para el perfil jerárquico de Franco- de un General retirado y prestigioso de la Segunda Guerra Mundial», sentencia.

1-¿Por qué era tan importante para EE.UU. la sucesión de Franco?

El Gobierno de Estados Unidos prefería una España políticamente estable para evitar el peligro de infiltración soviética, vulnerabilidades en la frontera sur europea, etc. España era un país relevante en la geopolítica mediterránea de Estados Unidos. Una crisis armada en la nación podría generar la pérdida de un Estado fundamental para la tranquilidad del Mediterráneo. Franco lo sabía desde el primer momento y puso por delante el valor estratégico de España.

2-¿Cuál fue la labor de Walters en España?

Walters era un maestro en Inteligencia. Sus hombres crearon redes de captación de información en numerosos países; España fue uno de ellos. Desde su atalaya en París, Walters también obtenía información de la oposición antifranquista, por ejemplo. Sus agentes también recibían datos precisos desde los grupos y las organizaciones de exiliados españoles en Iberoamérica, por ejemplo. La originalidad de Walters es que reunía toda esa información confomando un formidable puzzle de datos, nombres, expectativas, orientaciones, etc. De esta forma, Walters podía reportar (su forma preferida era de manera hablada, dejando por escrito lo mínimo posible) a sus superiores y a las máximas autoridades en Washington. De ahí viene su ascenso al pináculo del asesoramiento aulico: Walters llegaba donde otros ni siquiera accedían. Su nivel de información era alto.

Era un todoterreno que podía responder preguntas imposibles y resolver problemas irresolubles. Sus contactos a nivel internacional se basaban en el intercambio de favores incluso entre aparentes adversarios. La información era básica en esos procesos de retroalimentación. Walters ponía precio a su información: más y mejor información. El sólo negociaba con quien podía “pagar” a Estados Unidos con información valiosa. La información sensible no es gratis.


Walters


Walters


«El Gobierno de Estados Unidos prefería una España políticamente estable para evitar el peligro de infiltración soviética»



3-¿Cómo fue la visita secreta que mantuvo con Franco?


En realidad, la visita no fue tan secreta. Walters era astuto; basaba su habilidad como espía en serlo… y aparentarlo. Tenía dotes para la vida social, calculado sentido de humor, era locuaz (aunque diestro para hablar sin decir), intoxicaba con datos aparentemente deslizados por error (que, de facto, estaban sabiamente administrados), iniciaba conversaciones sensibles entre aliados y/o antagonistas para inmediatamente marcharse Walters de la charla (dejando a los contertulios hablando del tema que interesaba al norteamericano…y a sus agentes allí cerca), etc.

Los testimonios que tenemos sobre ese encuentro con Franco en 1971 son el relato del propio Walters, comentarios de españoles, y poco más. Pero fuentes norteamericanas a las cuales Walters explicó lo ocurrido inmediatamente después indican que no hubo ninguna química entre Walters y Franco, que éste escuchó a Walters pero no concedió lo que los norteamericanos de facto querían: disponer de la máxima influencia en el proceso de relevo en la jefatura del Estado tras el óbito de Franco. Ese era el objetivo de Nixon; que la España post-Franco tuviese una impronta más norteamericana.

Franco dejó claro –con su lenguaje político- que se trataba de un asunto interno español. A las manifestaciones de Walters sobre la disposición de ayuda por parte norteamericana en ese proceso, Franco respondía que España tendría estabilidad y que el Príncipe cumpliría su deber. Retórica de protocolo.




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4-¿Mantuvo otras visitas con Franco o con otros miembros del gobierno en España?

Sí. Walters se reunió con dirigentes del régimen, pero no sólo con ministros sino también con altos mandos militares, de Inteligencia, empresarios, etc. Su trato con la Inteligencia del Estado no fue como Walters esperaba. Sus agentes y colaboradores -no todos estadounidenses- interactuaban con miembros cualificados de la oposición. En privado, el norteamericano hizo valer la capacidad de información de que disponía, pero descubrió que los españoles tenían infiltrados en numerosos ámbitos (incluso en el entorno más próximo de don Juan de Borbón), que les informaban puntualmente. Comprendió que dentro del régimen había simpatía hacia Estados Unidos pero que ese factor era secundario.

La cultura de la estabilidad política constituía un activo vinculante también para moderados como Gregorio López-Bravo o Laureano López Rodó. La comunicación con Carrero Blanco no fue productiva para Walters. El Almirante era leal a Franco, y no filtraba información (salvo la que interesaba al régimen).


«EE.UU. quería disponer de la máxima influencia en el proceso de relevo en la jefatura del Estado tras el óbito de Franco»


5-¿Llegó a algún acuerdo con Franco o su trabajo fue solo de «cartero» de Nixon?


No hubo acuerdo efectivo. A lo sumo una entente más o menos difusa, más o menos concreta. Franco dio una larga pasada (escuetamente expresada). Buenos deseos. El Jefe del Estado español no admitía que nadie le marcase los tiempos. Nixon cometió un error al enviar como emisario en 1971 a un militar de menor grado que Franco. El respeto que Franco profesó sólo dos años antes a Charles de Gaulle fue genuino y sincero. La reunión con el estadista francés resultó positiva. Pero Walters escuchó el dictado de Franco basado en respuestas lacónicas y generalistas. La única certeza es que don Juan Carlos sería Rey (algo evidente ya entonces), porque no había alternativa (mensaje subliminal de Franco a Walters por su información procedente de la oposición antifranquista).

La democracia a qué aludió Franco estaba más cerca de la idea orgánica de la misma, que del sistema constitucional y liberal de Europa Occidental, pero el Jefe del Estado dejó ese matiz en el aire deliberadamente. Franco tenía un guion de estabilidad y futuro para España, del que no se apartaba. Importante: no concedió a Walters ningún tipo de garantía de preeminencia para los norteamericanos en la situación política española. Nixon envió a Walters a la vista de los magros resultados logrados por el embajador estadounidense ante Franco. Walters captó las cargas de profundidad que Franco le lanzó. Y se retiró asumiendo que no había logrado la misión encargada por Nixon.




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6-¿Era un político, un espía, un diplomático o todo a la vez?

Era una persona inteligente y extremadamente manipuladora. Capaz de construir una narrativa atrayente –y coherente- para posiciones opuestas entre sí. Una rara habilidad. Sabía ponerse en el lugar del otro, intentaba pensar y actuar como el enemigo, adversario o dirigente al que tuviese que derrotar, ganar o captar. No lo consiguió con Franco y, probablemente, tampoco con Nixon, que fue el único Presidente que realmente logró dirigirle. De hecho, Walters le consideró uno de los Presidentes más inteligentes a los que sirvió.

Walters sobre todo era un espía de origen militar pero con estructura mental de outsider. Sin embargo, su prioridad absoluta era servir a su país y a su Gobierno. No se detenía ante nada para conseguirlo. Su sentido de humor, su simpatía natural, su gusto por las anécdotas, su encantadora conversación, todo quedaba en un segundo plano ante la imperiosa necesidad de cumplir un objetivo. Walters era un operativo.


«Era una persona inteligente y extremadamente manipuladora. Capaz de construir una narrativa atrayente –y coherente- para posiciones opuestas entre sí. Una rara habilidad»



Para él los analistas trabajan para los operativos, pero éstos quedan obligados a conocer y dominar cada fibra de su misión. Walters se documentaba de forma exhaustiva sobre sus objetivos (una reunión gubernamental, una operación encubierta, un encuentro diplomático, etc.), y valoraba que los mandatarios del país también lo hiciesen. Sorprendía a sus aliados y oponentes con un dominio absoluto de materias propias de sus organizaciones, Gobiernos y países.

Sin formación elevada, Walters leía de forma abundante y meticulosa. Sin grado militar superior, ascendió por méritos en la escala de poder en Inteligencia. Hechos. Logros. Cuanta más información, mejor la operación. La operatividad, lo primero.


 
Una investigación desmonta el mito de que Fernando El Católico murió por una sobredosis de afrodisíacos
Jaime Elipe (del Grupo de Investigación «Blancas») y la médico Beatriz Villagrasa Blasco (Hospital Clínico Lozano Blesa) firman un trabajo que vinculan las causas de la muerte del Rey con problemas cardiácos que venían de atrás


Doña Isabel la Católica dictando su testamento, oleo de Eduardo Rosales


Doña Isabel la Católica dictando su testamento, oleo de Eduardo Rosales - Museo del Prado



César Cervera
César Cervera
15/06/2020



La muerte de los reyes es un terreno abierto para la fábula y para que sus enemigos venguen con palabras y leyendas lo que no pudieron hacer con hechos. Más mito que realidad, se ha dicho que Felipe «el Hermoso» falleció por un corte de digestión, que Carlos V murió por la picadura de un mosquito –sí es posible que contrajera el paludismo de esta forma–, que Felipe II claudicó por un ataque de piojos y que Felipe IIIfalleció por el exceso de calor de un brasero cuando se encontraba febril. Todas estas historias son verdades a medias, en el mejor de los casos, cuando no completas mentiras.

Las circunstancias en las que murió Fernando «el Católico», el último Rey de la dinastía Trastámara, están igual de mitificadas. Se considera, según la tradición, que el rey aragonés murió a consecuencia de sus intentos desesperado por tener un heredero con su segunda esposa, Germana de Foix, lo que le llevó a abusar de un producto afrodisíaco llamado cantárida con propiedades muy nocivas para el corazón. Una idea falsa que Jaime Elipe (del Grupo de Investigación «Blancas») y la médico Beatriz Villagrasa Blasco (Hospital Clínico Lozano Blesa) se han encargado de desmontar en un trabajo titulado «El fin de un mito: causas clínicas de la muerte de Fernando el Católico» ( publicado en el número 24 de STVDIVM: Revista de Humanidades).


El ocaso del Rey
Tras la muerte de Isabel «la Católica» probablemente por un cáncer de útero, el Rey quedó en una situación muy delicada en la corte castellana. Su matrimonio con su prima segunda Isabel había permitido unificar muchas cuestiones, como la política exterior o la creación de una única hacienda real, pero había mantenido las instituciones de cada reino separadas. Así, aunque el testamento de la Reina nombraba a Fernando de Trastámara regente de Castilla hasta que Carlos –el futuro emperador del Sacro Imperio Germánico– alcanzara la mayoría de edad, la falta de apoyos entre la nobleza local y la llegada de Felipe «el Hermoso» a España obligó al monarca a retirarse a Aragón. Precisamente la decisión de Isabel buscaba evitar que un rey extranjero se hiciera con la corona y que Juana «la Loca», que había mostrado los primeros síntomas de demencia durante la enfermedad de su madre, fuera usada como una marioneta por su esposo.



Los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.


Los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.



A la espera de recuperar la regencia, Fernando neutralizó el apoyo francés a su yerno Felipe por el Tratado de Blois y se casó con Germana de Foix, sobrina del Rey Luis XII. Sin embargo, Felipe I reinó pocos meses puesto que falleció en un suceso que sigue envuelto en el misterio. Entre el pueblo no tardó en prender la sospecha de que Fernando había envenenado a su yerno. De una forma u otra, cuando el aragonés regresó a Castilla, encerró a su hija –quien durante el cortejo fúnebre de su marido evidenció que su salud mental se había resentido aún más frente a aquella escalada de muertes– en Tordesillas y asumió la regencia hasta 1507.

Felipe I reinó pocos meses al fallecer en un suceso que sigue envuelto en el misterio

Pese a todo el afecto que guardaba a Isabel «la Católica», retratado en la frase «su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me podría venir…», lo cierto es que el monarca no esperó mucho tiempo antes de volver casarse. Un año después del fallecimiento de la Reina, el 19 de octubre de 1505, Fernando II de Aragón, de 53 años, se casó con Germana de Foix de 18 años de edad. En los pactos con el Rey de Francia, tío de la esposa, este cedió a su sobrina los derechos dinásticos del Reino de Nápoles y concedió a Fernando y a los descendientes de la pareja el título simbólico de Rey de Jerusalén. A cambio, el Rey Católico se comprometió a nombrar heredero al posible hijo del matrimonio. Es decir, todos los puntos quedaban a expensas de que el veterano rey fuera capaz de engendrar un hijo con la francesa.


El Rey necesita un hijo
En su momento, el matrimonio levantó las iras de los nobles de Castilla y de la dinastía de los Habsburgo, enemiga tradicional de la Monarquía francesa, ya que lo interpretaron como una maniobra de Fernando el Católico para impedir que el hijo de Felipe «el Hermoso», Carlos de Gante, heredase la Corona de Aragón. Y así era, pero todo pasaba porque el matrimonio tuviera hijos.

Precisamente con ese propósito, Fernando recurrió a la cantárida (también conocido como mosca española), un escarabajo verde brillante que una vez muerto, seco y reducido a polvo, se empleaba desde la antigüedad como sustancia vasodilatadora, cuyos efectos son muy parecidos a los que produce la «viagra».

Según Jerónimo Zurita, cronista del Reino de Aragón, el Rey sufrió una grave enfermedad ocasionada por un «feo potaje que la Reina le hizo dar para más habilitarle, que pudiese tener hijos. Esta enfermedad se fue agravando cada día, confirmándose en hidropesía con muchos desmayos, y mal de corazón: de donde creyeron algunos que le fueron dadas yerbas». A los 63 años de edad, Fernando falleció en Madrigalejo (Cáceres), el 23 de enero de 1516, cuando iba a asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara en el Monasterio de Guadalupe. Algunos cronistas apuntaron que la noche anterior a su muerte había ingerido una dosis muy elevada del «feo potaje».

Si bien sus contemporáneos no tenían dudas de que un cóctel de afrodisíacos, en especial por la cantárida, era el culpable del progresivo empeoramiento en la salud del anciano Rey, para Jaime Elipe y Beatriz Villagrasa Blasco este tipo de intoxicación, que puede dar lugar a dificultad respiratoria y a la aparición de edemas, debería haberse hecho patente de «una forma mucho más precoz en el tiempo». Por medio de un estudio interdisciplinar de los textos de Pedro Mártir de Anglería, el único que recogió datos de forma continuada en los últimos días de Fernando, resulta evidente que el deterioro en la salud del Rey fue un proceso que venía de mucho más atrás.

«Habiendo repasado en líneas generales los efectos de este tóxico al que difícilmente podríamos calificar de “afrodisíaco”, se puede constatar que la cantaridina no pudo influir de ninguna manera en la muerte del Rey Católico. La literatura científica sobre este tema recoge que los efectos tóxicos de esta sustancia se manifiestan entre las 2 y 10 horas tras la ingesta. En el caso de Fernando II, Pedro Mártir de Anglería dejó escrito que cuando tuvo ese cuadro de vómitos había sido porque le habían administrado la mezcla afrodisíaca y que “nunca más volvió a sentirse en salud”. No obstante, pasaron unos ocho meses, entre marzo y noviembre hasta que el humanista apuntó el siguiente síntoma relevante en la evolución: la disnea, y más de un año y medio hasta que aparecieron los edemas», apuntan estos investigadores.


La mala alimentación y el corazón
El cuadro clínico que permite trazar las cartas de Mártir de Anglería plantean un deterioro progresivo en la salud del Rey a lo largo de tres años, en los cuales los síntomas fueron empeorando y no aparecen vinculados al uso de más o menos afrodisiacos. La disnea (el «asma») y los edemas «hidropesía» suponen los principales síntomas guía de la enfermedad que consumió a Fernando, los cuales pudieron tener, según Jaime Elipe y Beatriz Villagrasa Blasco, tres posibles orígenes una vez está descartada la acción de los afrodisíacos: cardíaco, renal y hepático.



Retrto de Germaine de Foix


Retrato de Germaine de Foix



La muerte de Fernando no estuvo relacionado con un exceso de consumo de afrodisíacos, sino con una enfermedad probablemente cardíaca que mostró sus primeros síntomas tres años antes de aquella noche


«Teniendo en cuenta el orden de aparición de los dichos síntomas, el fallo cardíaco parece ser la opción más plausible como causante del deterioro físico absoluto en el que pasó sus últimos años de vida el Rey Católico», señalan estos investigadores en su artículo «El fin de un mito: causas clínicas de la muerte de Fernando el Católico».


Jaime Elipe y Beatriz Villagrasa Blasco apuntan que los edemas suelen ser un signo característico de la insuficiencia cardíaca derecha, con lo cual, «se podría establecer que primero comenzó el deterioro de la función de las cámaras izquierdas del corazón (disnea) y al aumentar la presión de la circulación pulmonar se produjo una sobrecarga del ventrículo derecho con la consiguiente insuficiencia cardíaca derecha convirtiéndose así en una insuficiencia cardíaca global».

Traducido en román paladino, significa que la muerte de Fernando no estuvo relacionado con un exceso de consumo de afrodisíacos o algo que le pudiera matar en pocas horas o meses, sino con una enfermedad probablemente cardíaca que mostró sus primeros síntomas tres años antes de aquella noche. El abanico de causas de esa insuficiencia cardíaca es muy variada, entre ellas la cardiopatía isquémica, valvulopatías, cardiomiopatías, anemias, hipertiroidismo, sepsis, etc… y su origen pudo estar relacionado, por ejemplo, con la alimentación rica en colesterol de Fernando el Católico.




Firma de Fernando II de Aragón


Firma de Fernando II de Aragón




«A falta de estudios al respecto, ha de considerarse la típica [alimentación] de las clases privilegiadas, es decir, muy rica en carne. Esto incrementaría sus posibilidades de sufrir problemas de carácter cardiovascular, como hipertensión o hipercolesterolemia», recoge el texto publicado en 2018.



Un heredero habría cambiado la historia
Los esfuerzos del Rey por engendrar un heredero varón parecieron llegar a puerto en 1509. El niño, llamado Juan, falleció a las pocas horas de nacer, evitando que el Reino de Aragón se desvinculara dinásticamente de Castilla. Por el contrario, el Rey no tuvo más hijos y dejó todas sus posesiones a su hija Juana, Reina de Castilla, que al encontrarse inhabilitada para reinar cedió la Corona de Aragón, incluidos sus reinos italianos y una parte de Navarra, a Carlos de Gante, futuro Carlos V de Alemania. Hasta su llegada a España, Fernando nombraba a su hijo natural Alonso de Aragón regente de los reinos aragoneses y al Cardenal Cisneros, regente de Castilla.

El niño, llamado Juan, falleció a las pocas horas de nacer, evitando que el Reino de Aragón se desvinculara dinásticamente de Castilla.

Una de las pocas instrucciones que Fernando «el Católico» dirigió a su nieto Carlos fue para que se encargase de que Germana de Foixviviera holgadamente, «pues no le queda, después de Dios, otro remedio sino sólo vos...». Y el futuro emperador alemán se lo tomó al pie de la letra puesto que mantuvo una relación amorosa con la francesa. Carlos de Gante, con 17 años, quedó prendido desde el primer día de su abuelastra, de 29 años, una mujer discreta y afectuosa que aún no padecía los problemas de obesidad que tendría en su vejez.

Según el historiador Fernández Álvarez, la pareja tuvo una hija, Isabel, y aunque nunca fue reconocida oficialmente por Carlos, Germana de Foix se refiere a ella en su testamento como la «infanta Isabel» y a su padre como «el Emperador». La niña residió y fue educada en la Corte de Castilla. No obstante, Germana se casó dos veces más: la primera de ellas con Johann de Brandenburgo, del séquito personal de Carlos V, y la segunda con Fernando de Aragón, duque de Calabria.


 
Así son los orígenes históricos de la Casa de Alba, la familia más poderosa de Castilla
Su incondicional apoyo al Rey Juan II en su disputa contra la nobleza consiguió para la familia el Condado de Alba de Tormes (Salamanca). Con el segundo conde, el ambicioso García Álvarez de Toledo, el título se elevó a ducado en 1472


Anverso de la medalla en bronce con la efigie y coraza del Gran Alba portando el Toisón de Oro


Anverso de la medalla en bronce con la efigie y coraza del Gran Alba portando el Toisón de Oro



César Cervera
César CerveraSEGUIR
17/06/2020



La historia de la familia Alba fue vertebrada durante trescientos años por los Álvarez de Toledo, que, aunque no obtuvo la consideración de casa nobiliaria hasta el siglo XIV, ya destacaba por su furor guerrero y su fidelidad a Castilla desde los años de la Reconquista.

Como la mayor parte de la nobleza castellana, el ascenso de los Álvarez de Toledo se produjo tras la muerte de Pedro «el Cruel» en 1369. Este controvertido rey castellano es recordado por sus esfuerzos para someter a una nobleza que consideraba anárquica. Su sucesor, Enrique II de Trastámara, impulsó el ascenso de nuevas familias nobiliarias que sirvieran para consolidar su poder. Ese fue el caso de Fernán Álvarez de Toledo, un adepto a Enrique II que falleció luchando bajo su bandera en un asedio a Lisboa.

Cuando la familia ya se encontraba bien situada en la corte castellana, los hijos de Fernán Álvarez de Toledo, Gutierre, obispo de Palencia, y García, señor de Oropesa y Valdecorneja, dieron una nueva muestra del compromiso familiar con el reino al apoyar a Juan II en sus luchas contra los infantes de Aragón. En un tiempo donde la disposición de la nobleza a ayudar al Rey dependía de las recompensas que pudieran obtener, los Álvarez de Toledo no escatimaron nunca en lealtad, ni regatearon en esfuerzos y recursos a la corona. En 1429, el obispo Gutierre recibió los ricos dominios de Alba de Tormes (Salamanca) como recompensa.

En un tiempo donde la disposición de la nobleza a ayudar al Rey dependía de las recompensas que pudieran obtener, los Álvarez de Toledo no escatimaron nunca en lealtad


Pero, el verdadero auge político de la Casa Alba llegó en la década de 1430. En este periodo de confusión absoluta y luchas entre nobles, la casa castellana apoyó a don Álvaro de Luna, el privado del Rey Juan II, que combatió contra el ingobernable poder de la nobleza. Y aunque el privado del Rey fue llevado finalmente a la horca, Juan II nunca olvidó quién le había ayudado en su momento más crítico. Gutierre fue trasladado a la influyente diócesis de Sevilla y acabó siendo Arzobispo de Toledo. Por su parte, el otro hermano, Fernando, se constituyó en el primer Conde de Alba de Tormes.


El ambicioso conde que quería ser duque
Con el segundo Conde de Alba, García Álvarez de Toledo, lo que vino fue el esplendor económico, el poder y el título de ducado. El segundo conde de Alba fue un personaje extremadamente ambicioso que se aprovechó de las muchas debilidades de Enrique «el Impotente» para hacer y deshacer a su gusto. Sin justicia ni ley, la nobleza castellana levantó ejércitos privados para defenderse de los ataques de otros nobles y de las agresiones del propio monarca. En esta situación de anarquía, nadie se movió con mayor soltura que García de Toledo. Las posesiones de Alba de Tormes, que recorrían ambas vertientes de la Sierra de Gredos y el Norte de Extremadura, se extendieron hasta casi las puertas de Salamanca. Y si no tomó esta ciudad, ataque militar mediante, fue por el celo de sus habitantes.



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Ante el gran poder adquirido por el II Conde de Alba, la nobleza castellana, celosa, instó al Rey en 1472 a que le arrebatara las tierras del sur de la Sierra de Gredos. No en vano, la decisión de Enrique «el Impotente» fue ecuánime, posiblemente así evitó una guerra civil, y pidió a García Álvarez de Toledo que renunciara a esas tierras a cambio del rango de duque y de los derechos sobre Coria (en Cáceres).

El I Duque de Alba falleció en 1488, no sin antes sacudirse parcialmente de su fama de hombre codicioso y solo interesado en agrandar su fortuna. García Álvarez de Toledo fue uno de los principales aliados de los Reyes Católicos en la Guerra de Sucesión castellana y prestó su talento militar en la batalla de Toro en 1476. Esta victoria sobre los «juanistas» permitió a los Reyes Católicos asegurar definitivamente el trono de Castilla y la unión dinástica con Aragón.

Fadrique –segundo Duque de Alba– también apoyó sin la menor quiebra a los Reyes Católicos y fue uno de los amigos más cercanos de Fernando «el Católico». Sus habilidades como general, sobre todo en lo que hoy podría llamarse contrainsurgencia, superaron incluso a las de su padre. El noble castellano participó del asedio a Granada y en 1514 se alzó como el conquistador de Navarra para el Rey Fernando. Cuando la mayoría de nobles se unieron a Felipe «el Hermoso» en su lucha por el trono, Fadrique fue de los pocos que se mantuvo fiel al monarca aragonés, y fue quien años después «cerró sus ojos muertos». No obstante, su fidelidad política jugó en contra de ampliar el patrimonio familiar y Fadrique solo pudo añadir el Ducado de Huéscar, cerca de Granada.


El Gran Duque de Alba: temido y respetado
Con la llegada de Carlos I de España, Fadrique le presentó el respaldo de su familia, inicialmente en la Guerra de los Comuneros, y cedió el testigo de la casa a su nieto, el conocido como Gran Duque de Alba. Fernando Álvarez de Toledo, cuyo nombre era un homenaje a Fernando «el Católico», se convirtió en el III Duque de Alba a causa de la prematura muerte de su padre durante una campaña en África en 1510. Desde su juventud estuvo siempre al servicio de los monarcas españoles, bien de Carlos I en principio o bien de Felipe II después, tanto como soldado, cortesano, diplomático o gobernante. Así, su fama de general trascendió las fronteras españolas y le situó como el más prestigioso militar del siglo XVI.

Con todo, su participación en la Guerra de Flandes (1568–1648) es el gran episodio histórico por el que es recordado el noble castellano. El Gran Duque de Alba reprimió con violencia la rebelión de los líderes calvinistas encabezados por Guillermo de Orange, y la propaganda holandesa le presentó como un señor de la guerra brutal, implacable y severo al extremo. Una fama de sanguinario que todavía hoy sigue viva en muchos países de Europa.



Arribo del Duque de Alba a Róterdam en 1567, por Eugène Isabey, 1844.


Arribo del Duque de Alba a Róterdam en 1567, por Eugène Isabey, 1844.



Pese a que la tradición histórica de «Grandeza de España» ya existía desde tiempos de la la monarquía visigoda, no fue hasta el reinado de Carlos I de España cuando comenzó a regularse y se estableció como la conocemos en la actualidad. En 1520, para reconocer a los que le habían apoyado en la Guerra de las Comunidades de Castilla, el Emperador Carlos V otorgó a una veintena de casas nobiliarias la categoría de «Grandeza de España», entre ellas la Casa de Álvarez de Toledo, en la figura del Gran Duque de Alba.

No en vano, la Casa de Alba y su «Grandeza de España»correspondió a la familia de los Álvarez de Toledo durante trescientos años hasta que a la muerte sin descendencia de María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, el linaje pasó a los Fitz-James Stuart, en la persona de Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, sobrino-bisnieto del XII duque Alba de Tormes. La Casa de Berwick (Fitz-James Stuart) es una rama ilegítima de la Casa de Estuardo del Reino de Escocia.

 
Juan Martín Díaz 'El Empecinado': un labriego cabreado en búsqueda y captura
Héroe de la Guerra de la Independencia, fue defenestrado por Fernando VII y consiguió cambiar el sentido de su apodo otorgándole mayor nobleza



Foto: Retrato de Juan Martín Díaz.




20/06/2020


Como dijo William Gladstone, ′′ Los hombres suelen estar muy predispuestos a confundir la fuerza de sus sentimientos con la fuerza de su argumento."

Es probable que uno de los poemas más increíbles de la historia fuera aquel que escribió Sir Percy Bysshe Shelley a cuatro manos con Horace Smith, 'Ozymandias'. En él, se habla del binomio ego y humildad y de cómo ambos deberían ser elementos compensados ante la grandeza de la incógnita que nos rodea, porque a la postre, venimos del polvo estelar y nos convertimos en cenizas en suspensión, una humillación para quienes un día anduvimos erguidos. De eso va este extraordinario poema romántico que escribió el esposo de Mary Shelley, la famosa autora de la novela gótica de ficción titulada Frankenstein.


¿Por qué esta reflexión previa?
En España, durante el gran fiasco del subido Napoleón Bonaparte, emperador efímero de un tránsito de patas cortas para su sobrevalorada fama; un grupo de hombres y mujeres decididos a todo, plantaron cara a aquel tarambana con alzas, idolatrado hasta la saciedad por nuestros hoy vecinos y amigos del otro lado de los Pirineos. Así como en 'Ozymandias' se habla de la grandeza de una colosal estatua troceada y tendida en las arenas del desierto (Ramsés II) aquí hablaremos hoy de como un arrogante emperador que lo tuvo todo a su favor, mordió piedra en nuestro país.

Un guerrillero llamado El Empecinado iba a causar heridas muy profundas entre las tropas francesas


Aquellos grupos de combatientes partisanos parecían la Gran Ola de Kanagawa, monstruosa, arrolladora, sin compasión e inmisericorde. Los franceses habían cometido atrocidades sin cuento y abusos sobre la población civil que ya son historia y es mejor no removerlos. Un guerrillerollamado El Empecinado se había convertido en una extraña alineación planetaria que iba a causar a la postre heridas muy profundas entre las tropas francesas y mucha pupita a la famosa "grandeur" gala.




Napoleón Bonaparte.


Napoleón Bonaparte.



Encontrar con éxito el buen equilibrio entre la lógica y las emociones, no es cuestión baladí. Este hombre enjuto y ensimismado era la síntesis de ambas. Las mejores decisiones tienden a ser siempre una mezcla equilibrada, aunque es obvio que siempre está el principio de incertidumbre por ahí rondando. Todos necesitamos un poco de suerte encontrando ese equilibrio, pero como decía Picasso, que la inspiración te coja trabajando.
El caso de los españoles es culturalmente muy distinto del de los germanos o escandinavos, pueblos aglutinados y sin fisuras en los referentes asociados a la identidad nacional. Hasta los propios griegos, pueblo mediterráneo donde los haya, han mostrado durante la refundación de la Grecia Moderna una vez enajenada del yugo turco, una unidad encomiable reflejada en sus fraternales danzas que casi los hermanan de una forma mística en el llamado Hassapikos antiguo o más moderno Sirtaki.

Aquí, como somos la hostia y ya lo he mencionado en alguna ocasión, estamos las 24 horas a la greña, pero eso sí, que no nos vengan a tocar los bajos desde afuera porque los integrantes de este orfeón de grillos que somos, nos cabreamos y dejamos de vapulear a nuestros hermanos por un rato, para todos juntos y en unión en santa comunión arrearles unos saludables mandobles al invasor. Y eso, exactamente, es lo que pasó tras la alevosa invasión napoleónica. Cuando los echamos del predio patrio a los transpirenaicos…volvimos a las andadas. Qué país…
Bueno, el caso es que al Bonaparte le entró un ataque súbito de amor por las naranjas (no me refiero a la Suite de Prokofiev, no, pues solo eran tres las piezas) y pensó que todo el campo era orégano, pero no reparó en que en esta península somos más variados que una macedonia de gourmet y que cuando nos entra un ataque de mala leche, lo bordamos.


Un labriego con pundonor
El caso, es que mientras todo un ejército que venía de arrasar Europa, pensaba que en estos pagos iban a disfrutar de una relajada jornada dominical; en un pueblo de Valladolid, Castrillo del Duero, un labriego con pundonor y un poquito de mala hostia, un tal Juan Martín Díaz, harto de tirar de arado y sin una formación militar digna de tal nombre y por ende de táctica aplicada, se había echado al monte con dos colegas (Juan García y Blas Peroles) en la primavera de 1808, con la idea de arrearles una mano a los dragones del emperador. Así tal cual. El idealismo y la inocencia de la juventud es lo que suman, un cóctel explosivo.

Todo empezó de una manera casual cuando en Fuentecen, el pueblo donde vivía apaciblemente con la parienta, apareció una patrulla de dragones y se llevó todo el vino del pueblo (hoy dentro de la denominación de origen Ribera del Duero) así, por la cara.

Comenzaron a cortar las comunicaciones y en consecuencia la logística del ejército francés en su principal ruta de abastecimiento Irún- Madrid


El que más tarde se convertiría en héroe de la nación, 'El Empecinado', inició sus actividades (se les podría llamar estragos más bien), echándole el guante a un enlace de postas del ejército francés así como quien no quiere la cosa, para abrir boca. Luego, con sus compinches de travesuras, parte de la familia, y una partida de una treintena de voluntarios muy encendidos por lo ocurrido a los madrileños el Dos de Mayo, comenzaron a cortar las comunicaciones y en consecuencia la logística del ejército francés en su principal ruta de abastecimiento Irún- Madrid.

En su época, mientras luchaba contra aquellos pobres desgraciados del otro lado de las grandes montañas, se le llegó a asociar en paridad con figuras míticas de la historia patria tales como El Cid o Don Pelayo. Tenía el mastuerzo entonces, la edad de 32 años y se escribía de él y no de otras cosas, en los periódicos que en precarias condiciones, en sótanos o buhardillas, en cabañas aisladas y en situaciones de riesgo casi temerario, loaban su figura como si del salvavidas de la nación fuera. Lo era, pero había más españoles dando “caña” también. Y por ahí, estaban los restos del ejército regular intentando ordenarse y hasta los ingleses que se suelen apuntar a cualquier cosa que implique desestabilizar a quien asome la cabeza para amenazar su hegemonía- por otro ya perdida para bien de la humanidad.

Gregorio García de La Cuesta, a la sazón, un general de la vieja escuela, pensó que a los bien entrenados franceses se les podía ganar en campo abierto y así, de esta guisa, comenzó a reunir a las partidas que merodeaban por los alrededores para captar masa crítica y darles un meneo a los franceses; más no pudo ser. La catástrofe fue antológica y en la pequeña villa de Cabezón de Pisuerga, tal que un 12 de julio de 1808, las mal entrenadas e improvisadas tropas peninsulares fueron batidas sin discusión. ¿Resultado? Algunos miles de muertos y prisioneros y una enseñanza dentro del infortunio; había que cambiar de registro.

El que comprendió rápidamente que teclas había que tocar fue El Empecinado; él y su partida se volatilizaron literalmente para convertirse en una auténtica pesadilla para los restos. Correos, armas, víveres, munición, condumio, pagas para las tropas de José Bonaparte (intentó conciliar con los españolespero era el hermano de un “pieza”) eran requisadas sin contemplaciones y desarmados sus adversarios se les reenviaba a sus filas de origen- a los que sobrevivían claro-.

Hacia 1809 la figura del mito se agranda y más de 100.000 kilómetros cuadrados aproximadamente del territorio nacional estaban bajo un control muy precario pero sostenido. Se podría decir que para transportar unos sacos de patatas, los franceses necesitaban un regimiento, hombre arriba hombre abajo.

El camuflaje fue clave del rotundo éxito que hizo que el ejército francés pasara de una guerra de conquista a una guerra defensiva


Y hablando de sacos de patatas, la arpillera era parte de la indumentaria de camuflaje de los partisanos de El Empecinado. Ora la impregnaban de barro, ora de hierbas de matorral, ora de cabecera para un buen dormir. Esas técnicas de camuflaje en adición al conocimiento de una precaria pero eficaz lectura de la topografía que a cada partida de guerrilleros correspondía, y los enlaces con los mejores caballos a mano, fueron la clave del rotundo éxito que hizo que el ejército francés pasara de una guerra de conquista a una guerra defensiva. Empate a uno. A partir de ahí, vendría la remontada.

La partida del Empecinado se convierte en la Ira de Dios y los franceses acantonados en Pedraza, Sepúlveda, Aranda de Duero y al otro lado de la sierra de Madrid en dirección norte no daban abasto con la que les estaba cayendo. Poco más tarde, hacia 1.811 ya comandaba un “ejército” de cerca de seis mil hombres pero él, siempre era fiel a su método.

Napoleón pone precio a su cabeza y promete ascensos fulgurantes a sus generales. El guerrillero, es perseguido por tierra, mar y aire infructuosamente. Tiene el apoyo sin dilación de la población civil. Durante cerca de tres años la persecución se agrava, pero este elemento de la naturaleza acorralado varias veces (llegó a enterrarse en el intramuros de un pequeño cementerio próximo a Patones- Madrid), sobreviviendo a la mayor caza del hombre conocida hasta entonces. Mientras, desde la improvisada oquedad de una solitaria haya a la vera de un río o disfrazado de aparcero bebiendo vino de un pellejo en cualquier sórdida taberna, sus enlaces multiplicaban la grandeza de su figura; hasta tal punto, que el corso, ordena abandonar la persecución desesperado ante la presencia de este demonio encarnado y la arriesgada dispersión de sus tropas.


La toma de Guadalajara
Cuando en 1812 toma Guadalajara, la euforia colectiva se desata. Pérez Galdós cita en sus Episodios Nacionales la siguiente referencia, lamentablemente hoy amalgamada en una clase muy selecta -salvo en el primer enunciado-… “Tres tipos ofrece el caudillaje en España, el guerrillero, el contrabandista y el ladrón de caminos. El aspecto es el mismo, solo el sentido moral establece la diferencia.

Pero cuando acaba la guerra y se restaura el absolutismo, este hombre, ya mariscal de campo, se las prometía felices y en un permanente baño de multitudes; y va el rey ahumado, el rey felón en su triste laberinto y lo destierra a Valladolid.

Como apuntaba al principio, la guerra de la Independencia hizo que los españoles dejáramos de tocarnos los cojo… unidos por un rato en una causa común. Pero la guerra se acabó y retornamos otra vez a la “movida”. La jaula de grillos volvía a ponerse a funcionar a pleno rendimiento.

Fernando VII lo sentenció a la horca no sin antes ningunearle, pues el Empecinado había pedido para él y los suyos un honorable fusilamiento


Lamentablemente para El Empecinado y para poner en valor sus credenciales ciudadano político evolucionado (si vemos con carácter retroactivo la oferta ideológica del momento), se sumó al levantamiento de Rafael del Riego en defensa de la Constitución de Cádiz.

La entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis, otra vez una horda de franceses aderezada de rancios retrógrados españoles que no querían evolución alguna, acabaría con el trienio liberal que a duras penas digería el perillán coronado. Ello, acabaría con el ilusionante proyecto progresista devolviendo el poder absoluto al impresentable de Fernando VII.




Cien mil hijos de San Luis.


Cien mil hijos de San Luis.



Por las mismas, tuvo que huir a uña de caballo a Portugal, hasta que cándida e inocentemente creyó en el indulto de este desgraciado que nos tocó padecer al pueblo español. En Olmos de Peñafiel les esperaba una emboscada. Este Grande de España sin raíces aristocráticas pero con valores a años luz de muchos de los que ostentaban ese título (muchas veces comprado en el mercadillo de la corrupción), sería conducido con sus incondicionales a Roa. Una primavera temprana de 1825, el innombrable lo sentencia a la horca no sin antes ningunearle, pues este hombre de una pieza, ejemplar donde los haya; había pedido para él y los suyos, un honorable fusilamiento. Ese mismo año en medio de una atroz canícula veraniega, llegado el mes de agosto, sería ahorcado uno de los mayores talentos militares de este país por uno de los mayores tarados que ha dado esta tierra de contrastes.

Los que amamos a este país tan turbulento sabemos que no estás muerto porque todavía hoy nos repugna pronunciar el nombre de tu asesino


Juan Martín Díaz “El Empecinado”, los que amamos a este país tan turbulento y cainita, sabemos que no estás muerto porque todavía hoy nos repugna pronunciar el mero nombre de tu asesino. Quizás ese exorcismo en apariencia ineficaz, une tu enorme figura a la del más denostado rey de este país, y mientras tú vives resucitado, él muere en nuestra historia en una agonía permanente.

P.D. En el artículo anterior dedicado a Don Diego López de Haro, colé un gazapo en el que los números romanos se me pusieron rebeldes y llamé aFernando IV, Fernando VI. Obviamente por contexto me refería al rey castellano. Pido al respetable mis más sentidas disculpas.


 
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