Cuadernos de Historia

CIVILIZACIONES COSMOPOLITAS
Trazan el primer retrato genómico de las civilizaciones andinas precolombinas
Los estudios revelan una continuidad genética en algunas de las civilizaciones antiguas más conocidas de la región, famosas por su agitación cultural y carácter cosmopolita


Foto: Detalle de un mural de Cuzco dibujado por Juan Bravo en 1992


Detalle de un mural de Cuzco dibujado por Juan Bravo en 1992



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HISTORIA
07/05/2020



Hasta ahora, todos los grandes estudios genómicos importantes se han centrado en las poblaciones de Eurasia pero ahora un equipo internacional de científicos publica, por primera vez, el mayor retrato genético de las antiguas civilizaciones andinas precolombinas, un trabajo que dibuja la historia de estas poblaciones desde hace 9000 años hasta la llegada de los españoles. Los resultados del estudio, publicados hoy jueves en la revista científica Cell, muestran diferencias genéticas entre grupos de regiones cercanas, mezcla de poblaciones dentro y fuera de los Andes, y una sorprendente continuidad genética en algunas de las civilizaciones antiguas más conocidas de la región, famosas por su agitación cultural y carácter cosmopolita.

El estudio, dirigido por David Reich y Lars Fehren-Schmitz, genetistas de las universidades de Harvard y California, respectivamente, analiza el genoma de 89 individuos de entre 9000 y 500 años de edad, 64 de ellos (de entre 4500 y 500 años de antigüedad), no se habían secuenciado nunca. Además, el análisis incluye genomas de civilizaciones icónicas de los Andes de las que no había ningún tipo de información genómica como la Moche, la Nasca, la Wari, la Tiwanaku y la Inca, lo que le convierte en el proyecto genómico más importante sobre América Latina hecho hasta la fecha.

"Ha sido un proyecto fascinante y único", destaca Nathan Nakatsuka, primer autor del trabajo y estudiante de doctorado en el laboratorio de David Reich en el Instituto Blavatnik en el HMS. Además, este trabajo equilibra los estudios globales sobre ADN antiguo que, hasta ahora, se habían centrado en el oeste de Eurasia y habían obviado a Sudamérica: "Este estudio nos permite comenzar a entender en alta resolución la historia detallada de los movimientos humanos en esta parte del mundo extraordinariamente importante", subraya.




Templo inca Corichanca en Cuzco, Perú. (Reuters)




Los Andes centrales que rodean a Perú son uno de los pocos lugares del mundo en los que se inventó la agricultura y en donde se ha documentado la existencia de las civilizaciones complejas más antiguas de América del Surpero, pese a ser un importante centro de investigación arqueológica, no se había realizado una caracterización sistemática con el ADN antiguo. Ahora, gracias a este nuevo estudio, es posible ver "cómo la estructura genética de los Andes evolucionó con el tiempo", explica Nakatsuka.

Los análisis revelaron que hace 9000 años, los grupos que vivían en el altiplano eran genéticamente diferentes a los de la costa del Pacífico, una diferencia que aún se ve hoy día y que llama la atención "dada la pequeña distancia geográfica" entre ambos pueblos, apunta Reich. Además, hace 5800 años, las poblaciones del norte y las del sur también eran distintas genéticamente, unas diferencias que también en este caso se han mantenido en el tiempo. A partir de ahí, el intercambio de genes tuvo lugar entre todas las regiones de los Andes y se frenó drásticamente hace 2000 años.



Fotografía de Teo Allaín Chambi (Cuzco, 1949), Amanecer en Macchu Picchu. (Efe)




"Es emocionante haber sido capaces de determinar la estructura de la población en los Andes y diferenciar entre los grupos de la costa, el norte, el sur, de las tierras altas, y de la cuenca del Titicaca", subraya Fehren-Schmitz. El estudio también descubrió intercambios genéticos tanto dentro de los Andes como entre las poblaciones andinas y no andinas. Así, vieron que los pueblos antiguos se desplazaban entre el sur del Perú y las llanuras argentinas y entre la costa norte del Perú y el Amazonas, pasando en gran medida por encima de las tierras altas.

Fehren-Schmitz, quien estaba especialmente interesado en determinar si hubo movilidad de larga distancia en el período inca, se sorprendió al detectar huellas genéticas de una población de la costa norte no solo alrededor de Cuzco, Perú, sino también en un sacrificio de niños del sur de Argentina, una práctica conocida gracias a la arqueología y confirmada ahora por la genómica.



Los sacrificios de niños eran habituales en la cultura precolombina de Perú. (Efe)




Asimismo, el estudio revela que múltiples regiones mantuvieron la continuidad genética durante los últimos 2000 años a pesar de las claras transformaciones culturales, "lo que contrasta con muchas otras regiones del mundo, donde los antiguos estudios de ADN a menudo documentan un cambio genético sustancial durante este período", dijo Reich. "Para nuestra sorpresa, observamos una fuerte continuidad genética durante el auge y la caída de muchas de las grandes culturas andinas, como la Moche, la Wari y la Nasca", explica Nakatsuka.

Solo hubo dos excepciones, los centros urbanos de las culturas Tiwanaku e Inca que fueron muy cosmopolitas y albergaron gente de muchos orígenes genéticos, algo similar a grandes ciudades actuales como Nueva York, "donde personas de muy diferentes ancestros conviven uno al lado del otro", comenta el investigador. En este estudio multidisciplinar han participado investigadores de muchos países, entre ellos Alemania, Argentina, Australia, Bolivia, Chile, Estados Unidos, Perú y Reino Unido.


 
Una nueva investigación esclarece la enfermedad que sufrió Fernando VI, el Rey Loco que mordía a la gente
Santiago Fernández Menéndez analiza en el «Estudio de la enfermedad del rey Fernando VI», de la Universidad de Oviedo, el cuadro médico que afectó al hijo de Felipe V en su último año de vida

César Cervera
César Cervera
12/05/2020


Fernando VI, Rey de España.
Retrato de Bárbara de Braganza


Fernando VI, Rey de España. Bárbara de Braganza


Los años finales del reinado de Felipe Vestuvieron marcados gravemente por sus problemas psicológicos, probablemente sufría un trastorno bipolar, y la Corte se convirtió en un lugar extraño, donde las reuniones con los ministros se celebraban a altas horas de la madrugada y el Rey se creía a veces una rana. Su definitivo heredero, Fernando VI, no solo continuó con sus locuras, sino que las llevó al siguiente nivel en lo que los historiadores han llamado «El año sin rey», donde el país se sumió en el desgobierno y la salud del monarca Borbón cayó en picado.
Trescientos años después todavía es complicado realizar un diagnóstico completo de la patología que atormentó a un hombre que en su juventud no había dado muestras de sufrir problemas graves. La gran cantidad de síntomas que registró en ese último año, desde ataques de epilepsia a erecciones incontrolables, complican la empresa que se ha planteado abordar en su tesis doctoral Santiago Fernández Menéndez.


Un joven melancólico
Nacido el 23 de septiembre de 1713, el futuro Fernando VI era el cuarto hijo de Felipe V con María Luisa de Saboya, teniendo por delante en la sucesión al reino a Luis, Felipe Pedro y otro hermano que fallecido al poco de nacer. El joven infante creció sin madre, fallecida a los cinco meses de su nacimiento, y con la desconfianza de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, que prefería promocionar a los infantes de su misma sangre.

La educación de Fernando vivió algunos altibajos dados los desprecios de su madrastra y su condición de segundón en la línea sucesoria. Era en esencia un niño melancólico, amante de las artes y la música. El Conde de Salazar ejerció como su tutor, pero ni él ni su camarilla pudo mejorar su posición en la Corte. El ascenso al trono de su hermano Luis I sí lo hizo durante unos meses, pero a su muerte la Corona no pasó a Fernando sino que volvió al Rey, por insistencia de Isabel de Farnesio, ante las críticas de una nobleza que entendía que una abdicación nunca es reversible. Ese mismo año, 1724, las Cortes de Castilla proclamaron a Fernando Príncipe de Asturias, si bien Farnesio bloqueó su derecho a asistir a las reuniones del Consejo de Estado como heredero del reino.

En enero de 1729, Fernando se casó en Badajoz con Bárbara de Braganza, hija del Rey de Portugal y perteneciente a la dinastía que, en tiempos de los Austrias, se había alzado contra el Imperio español para lograr la independencia del país luso. Al igual que él, la princesa portuguesa era culta, de agradable carácter, dominadora de seis idiomas y gran amante de la música desde niña. Su rostro marcado por la viruela y su figura voluminosa no impedían que los encantos de su personalidad causaran una grata impresión.

Fernando y Bárbara se enamoraron profundamente y vivieron aislados de la Corte durante el reinado de Felipe V por voluntad de la madrastra regia. Cuando en 1733 pudieron residir en Madrid se les impuso un férreo marcaje que incluía la limitación de que solo podían ser visitados por cuatro personas al día, y no podían comer en público ni salir de paseo. Tal vez creía Farnesio que si se le ignoraba Fernando simplemente desaparecería en algún momento dado.

«Paz con Inglaterra y guerra con nadie»
A la muerte de Felipe V en 1746 la situación se volteó por completo, de modo que Isabel Farnesio tuvo que abandonar las dependencias palaciegas y quedó aislada del mundo político. Un año después Isabel se quejaría de que el cordón sanitario en torno a ella cada vez era más grande: «Desearía saber si he faltado en algo para enmendarlo». A lo que el nuevo Rey, en una muestra de carácter, contestó: «Lo que yo determino en mis reinos no admite consulta de nadie antes de ser ejecutado y obedecido».

Durante los 13 años que duró su reinado, Fernando siguió con el programa de reformas iniciado por su padre. Su apuesta por la neutralidad en Europa ayudó a dar un respiro a las arcas públicas: «Paz con Inglaterra y guerra con nadie», usó a modo de guía política. Además, en esos años se materializó la recuperación económica tras los años de derrumbe de los últimos Austrias y se creó el Catastro para conocer la realidad del país. Solo la reforma fiscal impulsada durante su reinado se topó con el rechazo directo de la nobleza. No obstante, su medida más polémica fue la gran redada contra los gitanos autorizada en el verano de 1749. En un mismo día fueron apresados unos 9.000 gitanos españoles, que fueron sometidos a todo tipo de abusos.

Así y todo, ningún rey puede dar por acabada su obra hasta que asegura su descendencia, lo cual resultó un fracaso para Fernando puesto que era impotente, como el trastámara Enrique IV o el austria Carlos II. Una afección genital le impedía eyacular y tener hijos. El asunto no era tan grave, en tanto, que contaba con hermanos todavía jóvenes que podían hacerse con las riendas del país, como así fue a través del futuro Carlos III.

Que su hermano heredara la Corona entraba en sus planes, no así el proceso de demencia que vivió en sus últimos años.


Fallece la Reina y el Rey pierde la cabeza
Si bien los Reyes nunca habían gozado de buena salud, no fue hasta 1758 cuando el deterioro en la salud de la Reina Bárbara de Braganza obligó a la pareja a trasladarse al Palacio de Aranjuez en un intento de que mejoraran sus problemas respiratorios. Lejos de este propósito, ese mismo verano falleció la Reina a consecuencia probablemente de un cáncer abdominal y dejó a Fernando solo, con un comportamiento cada vez más errático. A lo largo de su vida había sufrido varios periodos de inactividad con ánimo deprimido, pero ese verano se aceleró su carácter melancólico. Aquello marcó el principio del conocido como el año sin rey.

Pero, ¿qué enfermedad se escondía tras su locura? ¿Alzheimer? ¿Un trastorno bipolar como su padre? Los acercamientos psiquiátricos al caso han planteado tradicionalmente la hipótesis de que lo que empezó como «un trastorno de adaptación con sintomatología depresiva reactivo a la muerte de su mujer» derivó en un trastorno depresivo mayor. En su tesis doctoral «Estudio de la enfermedad del rey Fernando VI», (Universidad de Oviedo) Santiago Fernández Menéndez ha reconstruido el historial clínico del Rey entre agosto de 1758 y agosto de 1759 para dar una respuesta casi definitiva que se aleja de los diagnósticos clásicos.


La enfermedad de Fernando VI se caracterizó clínicamente por una desorganización conductual, pérdida de capacidades cognitivas y crisis epilépticas»

El mismo día que falleció la Reina, sin esperarse al funeral, Fernando se refugió en el castillo de Villaviciosa de Odón, donde salió a cazar y se mostró contento los primeros días. Sin embargo, a principios de septiembre el Rey empezó a mostrarse agresivo, de ánimo deprimido y surgió en su mente la obsesión por la muerte. Apunta Andrés Piquer, un médico del periodo: «Padecía unos temores sumos, creyendo que cada momento se moría, ya porque se sentía ahogar, ya porque le destrozaban interiormente, ya porque le iba a dar un accidente [...]».

Otros síntomas hicieron aparición en las siguientes semanas: apatía, insomnio, abandono en la higiene personal y en las obligaciones religiosas... Compartiendo algunas extravagancias con su padre, Fernando se empecinó en añadir nuevos disparates a la vida cortesana. Le dio por morder a la gente y fingir que estaba muerto o era un fantasma. Sus asistentes eran constantemente agredidos y tenían miedo de su propia integridad física. Sobre esto, Andrés Piquer refiere: «Se enfurecía con vehemencia, airándose hasta el punto de ejecutar cosas muy impropias a su bondad y a su carácter». Además de correr o bailar en ropa interior, dar cabezazos y morder, le gustaba reírse de sus asistentes y se negaba a dormir sobre su cama, de modo que improvisaba cada noche una camilla con dos sillas y un taburete.

« La enfermedad de Fernando VI se caracterizó clínicamente por una desorganización conductual, pérdida de capacidades cognitivas y crisis epilépticas», explica Fernández Menéndez en el mencionado trabajo, entre cuyas páginas analiza concienzudamente los distintos diagnósticos que los autores de entonces y de hoy han dejado escrito. Tras descartar que sufriera síndrome bipolar (como su padre), encefalitis autoinmune, una enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, tuberculosis del sistema nervioso central o Alzheimer, como se suele especular, este doctor cree que su problema fue originado por una «disfunción progresiva del lóbulo frontal derecho. Desde el punto de vista etiológico las posibilidades son múltiples. Una lesión neoplásica parece la más probable».

Si la lesión fue producto de un tumor, de un golpe o de otra cuestión resulta imposible de saber debido a la falta de datos. «No se puede establecer una etiología a la enfermedad de Fernando VI al tratarse de un evento lejano en el tiempo, y la ausencia total de lo que hoy se considera un estudio complementario reglado. No obstante, desde el punto de vista sindrómico sí se puede establecer con un alto nivel de certeza que Fernando VI padeció un trastorno neurológico focal frontal derecho rápidamente progresivo», concluye.


El año sin Rey
Desde Italia, el futuro Carlos III pidió con insistencia utilizar «violencia respetuosa» para reducir al enfermo. He aquí la cuestión, sin respuesta aparente, de qué es exactamente la violencia respetuosa ante a un hombre que te acaba de morder la nariz. No obstante, a principios de 1759 cada vez fue menos necesaria esta «violencia» debido a que el Rey quedó encamado y cada vez más débil. A partir de la primavera la demencia afectó a su habla, hasta el extremo de que apenas era capaz de articular un discurso desordenado.

«La mayor expresividad clínica de los síntomas conductuales se dio en febrero. Desde entonces las alteraciones conductuales en Fernando VI se fueron aplanando, especialmente desde abril de 1759. Desde el punto de vista de la situación cognitiva, por otra parte, se puede concluir que para finales de noviembre de 1758 el Rey no tenía ya una buena capacidad de juicio», apunta Fernández Menéndezen su tesis.

Los problemas digestivos y respiratorios aceleraron su deterioro en poco tiempo. En julio se describió la aparición de sangre en los esputos. «Fernando VI entró en una situación de descompensación epiléptica en agosto de 1759. Finalmente falleció correlacionado por ese motivo el 10 de ese mes», relata Fernández Menéndez sobre esos últimos días. A esas alturas, su larga ausencia había inquietado al pueblo hasta el punto de que unos versos satíricos corrían furiosos por Madrid:


«Si el Rey no tiene cura

¿a qué esperáis o qué hacéis?

Muy presto cumplirá un año

Que sin ver a vuestro rey

Os sujetáis a una ley

Hijo de un continuo engaño».




Mausoleo de Fernando VI


Mausoleo de Fernando VI



La salud del Monarca, de 46 años, alcanzó niveles críticos a consecuencia de su desnutrición y sus problemas respiratorios. La falta de afecto humano también resultó clave para acelerar este deterioro. Como aprecia Santiago Fernández Menéndez, «Fernando VI debió de sufrir mucho durante su enfermedad, los médicos solo demostraban su ignorancia diagnóstica y terapéutica, y todo ello empeoró las tensiones políticas que se dieron en el contexto de un rey absolutista, sin descendencia y en una situación de incapacidad para gobernar».

Su hermano Carlos III, hijo de Isabel de Farnesio, heredó el reino. Era el tercer hijo de Felipe V que reinaba en España.


VIDEO:
 
Así logró Catalina la Grande poner de moda la vacuna contra la viruela

La emperatriz rusa se alejó de las supersticiones de su país y apostó por la ciencia.


POR Ana Arjona
10 DE MAYO DE 2020



Uno de los retos más importantes de la humanidad en estos momentos es encontrar la vacuna contra el COVID19. Seis meses después de que el misterioso virus pusiera el planeta patas arriba, la sociedad confía en encontrar una cura gracias a la medicina. Pero a lo largo de la historia, ante las grandes pandemias, no siempre se ha tenido la misma fe por la ciencia.

Baños en vinagre, beber soluciones con veneno de víboras, mascar ajo y tabaco, llevar amuletos y flagelarse para aplacar la ira de Dios fueron algunas de las medidas “preventivas” que estilaron los europeos durante la pandemia de la viruela. Una enfermedad que, sólo en el siglo XX, se calcula que acabó con la vida de más de 300 millones de personas. Sumado a la falta de higiene, el desconocimiento hacía que las personas interpretasen ciertos tratamientos científicos como una acción demoníaca. Por otro lado, la escasez de recursos científicos dificultaba la contención de la pandemia a la que no sabían con certeza cómo hacerle frente.



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Retrato de Catalina la Grande, recién vacunada.© GETTY IMAGES.



Por suerte, en Rusia tenían a Catalina la grande. Su marido, Pedro III de Rusia, había pasado sufrido la viruela. Junto a él, durante la segunda mitad del siglo XVIII, la población rusa se había visto diezmada con la muerte de dos millones de personas. Pero Catalina II era una mujer curiosa, abierta de mente e ilustrada que rechazaba cualquier superstición a favor de la ciencia.

Preocupada por su pueblo y por evitar la enfermedad a su heredero ya que, según sus memorias, “necesitaban tener una cara limpia, libre de marcas y pústulas para encontrar una mujer bella que desposar”,Catalina comenzó a investigar para encontrar una cura. Desde el siglo XVI, los monarcas rusos habían sentido predilección por los especialistas ingleses y a sus oídos había llegado que un médico británico logrado grandes progresos al respecto de la viruela.



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Thomas Dimsdale, el médico irlandés que vacunó a la primera persona de Rusia: la emperatriz Catalina, la Grande.© Getty Images.




El doctor del que había oído hablar era Thomas Dimsdale, un británico que había aprendido la medicina por su padre y que había desarrollado un interés especial por la prevención de esta. Dimsdale trabajaba en el Hospital de St. Thomas de Londres y había descubierto que, gracias a la variolación, las personas sanas inoculadas con el virus se volvían inmunes a la enfermedad. Su reputación en la sociedad londineses fue tal que Catalina le hizo llamar de inmediato.

El médico británico se presentó en la corte y le explicó a la monarca su método. La emperatriz no dudó en ofrecerse voluntaria para recibir la primera dosis. Dimsdale, acompañado por su segundo hijo, Nathaniel, inoculó a Catalina, su hijo Pablo y a más de 150 miembros de la Corte. “Debíamos ser los primeros, como ejemplo y prueba dentro del Imperio”, dejó dicho la monarca. Sus cortesanos y círculo cercano pensaron que ésta era una más de sus excentricidades pero los resultados, para su sorpresa, fueron más que favorables.

Catalina II llamó a su consejero, parlamentario y coronel del ejército zarista, Boris Engeraldt para que se pusiera en contacto con los Ministerios de Sanidad de ambos países y consiguiese la vacuna para la ciudad y sus alrededores. Su práctica tuvo tanto éxito que se extendió por todo el país, salvando a millones de personas. También cruzó las fronteras y se extendió por Europa que imitó su ejemplo. Incluso, el ilustre filósofo francés Voltaire, con quien solía intercambiar correspondencia, le escribió una carta reconociéndole su intelecto y valentía. “Ah, señora. ¡Qué lección le ha dado Vuestra Majestad imperial a nuestros maestritos franceses, a nuestros sabios profesores de Sorbona, a nuestros Esculapios de las escuelas de medicina! Ha recibido la inoculación con menos ceremonia que la de una religiosa que se da un lavatorio”.



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Caricatura de 1808 de Edward Jenner , Thomas Dimsdale y George Rose, referentes en el desarrollo de la vacuna de la viruela que salvó miles de vidas, cargando contra los opositores a la vacunación.© WELLCOME TRUST.



La monarca rusa recompensó al médico Dimsdale y a su hijo con 10.000 libras, una pensión de 500 por año, gastos por otras 2.000 y una Baronía del Imperio ruso cada uno. A su vuelta a Inglaterra fueron condecorados como miembros de la Royal Society. Según reza la historia, si esta vacuna hubiera tenido un efecto contrario, la monarca tenía preparados dos caballos a las puertas de palacio para expulsarlos de forma irrevocable del país. Por suerte para los médicos, para Rusia y para el temperamento de la emperatriz, todo fue sobre ruedas.


 
La trágica vida de la Infanta Beatriz de Borbón, la abuela española del Conde Lecquio
La que sería la abuela materna de Alessandro Lecquio y de Sibilla de Luxemburgo fijó su residencia en el palacio Torlonia, en la romana via Bocca di Leone, donde moriría en 2002



En el Palacio Real, la Infanta Beatriz posa para un busto realizado por el escultor Soriano Montagut


En el Palacio Real, la Infanta Beatriz posa para un busto realizado por el escultor Soriano Montagut -Julio Duque



César Cervera
César Cervera
SEGUIRActualizado:14/05/2020


La historia de la familia de Alfonso XIIIy Victoria Eugenia de Battenberg es una de las más terribles en la Monarquía española. El matrimonio, que echó andar tras una boda en la que murieron veintitrés personas a causa de un atentado anarquista, descubrió pronto que la hemofilia de la familia materna no iba a darles tregua.

La última Reina de España antes de la Segunda República heredó de su abuela Victoria la hemofilia, enfermedad entonces muy poco conocida que provoca problemas en la coagulación de la sangre y se manifiesta por una persistencia de las hemorragias. Uno de los hijos de esta ilustre reina del Reino Unido, Leopoldo, murió desangrado en Cannes en 1884 tras herirse levemente en una rodilla.

Tras el nacimiento del primer hijo del matrimonio, Alfonso, los médicos descubrieron que portaba la terrible hemofilia de la familia de su madre. La enfermedad condicionó la existencia del heredero de la corona, siempre entre hospitales y condenado a no poder reinar en España, si bien su padre evitó inhabilitarle y le reservó un papel apartado del primer plano. El segundo varón, Jaime, nació con buena salud y no padeció como su hermano mayor la hemofilia. Sin embargo, fue enviado con cuatro años a un sanatorio suizo al temerse que hubiera contraído la tuberculosis. A su regreso sufrió un violento dolor de oídos en el tren que obligó a los médicos a realizarle una trepanación con rotura de los huesos auditivos. El niño quedó sordo y casi mudo el resto de su vida.


Entre la desgracia y el exilio
El cuadro de hijos enfermos lo completó el más pequeño, Gonzalo, que también sufría hemofilia pero en su caso era un entusiasta deportista y un joven con una salud aceptable. Entre hermanos enfermos, hermanastros bastardos y circunstancias políticas turbulentas, que llevaron al Rey al exilio en 1931, crecieron el resto de hijos del regio matrimonio: Don Juan, abuelo del actual Monarca; la Infanta María Cristina, y la Infanta Beatriz, la más mayor después de Alfonso y Jaime.



La imagen de los Reyes, con la infanta Beatriz al llegar al hipódromo, ocupa la portada de ABC el 15 de junio de 1912


La imagen de los Reyes, con la infanta Beatriz al llegar al hipódromo, ocupa la portada de ABC el 15 de junio de 191



La mujer que hubiera heredado la Corona en España en caso que los hombres no tuvieran preeminencia en la línea sucesoria pasó su infancia y adolescencia en el Palacio Real de Madrid, donde cursó sus estudios a cargo de los profesores encargados de la actividad docente de los infantes.

En 1931 todo ese mundo palaciego se resquebrajó. Los primeros años en el exilio de la Familia Real fueron una pesadilla y un choque con la realidad. De París la Familia Real se tuvo que trasladar pronto a Fontainebleau por cuestiones económicas y por presiones del Gobierno francés, de cariz republicano. El Rey permaneció en esa primera etapa de exilio largas temporadas en Irlanda y viajó a Austria, Egipto y la India.Con su mujer llevaba dieciséis años sin hacer vida marital, por lo que su separación definitiva no resultó traumática. Incluso habitaron en ciudades separadas.

La Reina Victoria Eugenia se instaló primero en Inglaterra, visitó Estados Unidos y solo regresaría una vez más a España, justo en el bautizo del actual Rey Don Felipe. Alfonso XIII se estableció definitivamente en Italia, aunque siguió veraneando en Suiza y Austria.


Un accidente de coche repleto de infortunios
A su lado se encontraba Beatriz y Gonzalo, en la villa del Conde Ladislao de Hoyos, en Pörtschach am Wörthersee (Austria), cuando se produjo un terrible accidente. Durante las vacaciones de verano de 1934, el pequeño infante, que estudiaba con brillantes notas para ingeniero agrónomo en Bélgica, iba en coche junto a su hermana mayor, quien conducía supuestamente el vehículo, cuando tuvieron que maniobrar bruscamente para esquivar a un ciclista que resultó ser el barón von Neumann. El coche colisionó contra un muro y los dos ocupantes, en apariencia, no sufrieron heridas graves. Sin embargo, una vez ingresado, el benjamín de los Borbones murió a consecuencia de las heridas internas agravadas por sus problemas a la hora de coagular la sangre.



Retrato de Beatriz pintado en 1927 por Philip de László.


Retrato de Beatriz pintado en 1927 por Philip de László.



La Infanta Beatriz quedó destrozada por sentirse culpable del accidente. Mientras velaba de rodillas durante horas al pie de su cama en el hospital, incluso prometió a la Virgen que ingresaría en un convento si le salvaba. Según el biógrafo y amigo del Rey, Ramón de Franch, la razón por la que la Infanta sintió tal remordimiento es porque el coche siniestrado no lo conducía ella sino Gonzalo, a quien, en un acto de imprudencia, había cedido el volante sin que este tuviera aún edad para conducir.

El hermano mayor, Alfonso, que se casó con una hermosa cubana en una boda a la que solo acudió la Reina madre y las Infantas Beatriz y María Cristina, moriría pocos años después que Gonzalo en otro accidente de tráfico también agravado por su mala salud. Dos hijos con hemofilia, dos hijos muertos en circunstancias casi idénticas. Paradójicamente, el Rey fue a lo largo de su vida un apasionado de los automóviles y de la velocidad, hasta el extremo de que el Congreso llegó a debatir si era posible establecer un límite de velocidad a sus cabriolas.


Un matrimonio italiano
La Infanta no se metió a monja. Como señala en Gabriel Cardona en su obra «Alfonso XIII, el rey de espadas» (Planeta, 2005), a la Infanta Beatriz costó casarla con alguien de solera debido a la precaria situación política en la que se encontraba el Rey exiliado. Se comprometió en enero de 1935, en presencia de su padre, pero no de su madre, con Alejandro de Torlonia, quien ostentaba un título de príncipe comprado al Papa.

Para ello tuvo que renunciar a los derechos sucesorios antes de la boda y a soportar la retahíla de reproches, incluido el de que la habían buscado un buen marido para consolarla por «haber sido por desgracia causa de la muerte de un hermano», que desde París le envió su hermano Alfonso por posicionarse de parte del Rey, y no de la Reina, en unos años en los que las relaciones del matrimonio estaban rotas por completo.



Los hijos de Alfonso XIII, el Príncipe de Asturias (1), el Infante Jaime (2) y la Infanta beatriz (3) a su regreso a palacio después de su paso por la Casa de Campo en 1913.


Los hijos de Alfonso XIII, el Príncipe de Asturias (1), el Infante Jaime (2) y la Infanta beatriz (3) a su regreso a palacio después de su paso por la Casa de Campo en 1913. - Julio Duque




Una carta con fecha de enero de 1935, reproducida por Juan Balansóen su libro «Trío de Príncipes», terminaba con un agrio deseo de Alfonso para su hermana Beatriz:

«Que tengas suerte (aunque lo dudo, pues el que mal empieza mal acaba) y no tengas que llorar lo que has hecho, pues ten en cuenta es un paso para toda la vida y que a alguno lo has destrozado. Espero que veas en esta carta cariño y no venganza, pues no es ese mi deseo. Te abraza tu hermano».

El matrimonio no acabó mal como pronosticó Alfonso, quien sí tuvo varios tropiezos maritales. La que sería la abuela materna de Alessandro Lecquio y de Sibilla de Luxemburgo fijó su residencia en el palacio Torlonia, en la romana via Bocca di Leone, donde moriría en 2002. Fue madre de cuatro hijos: Sandra (1936), casada con el conde Clemente Lequio di Assaba; Marco (1937-1986), casado con Orsetta Caracciolo; Marino (1939-1995), y Olimpia (1943), casada con el empresario suizo Paul Annik Weiller. Vivir la muerte de Marco y Marino fue otro duro golpe para la española.

A pesar de su arraigo italiano, la Infanta Beatriz fue la primera entre los hijos de Alfonso XIII en regresar a España tras la Guerra Civil. Alojada en el Hotel Ritz, la Infanta jaleó a los monárquicos con su visita de 1950, de manera que la dictadura franquista ordenó su inmediata salida del país. A partir de entonces, si bien pasó algunas temporadas en España, nunca más volvió a residir mucho tiempo en su país natal.


 
La vida secreta de Mao Tse-Tung: el líder comunista de los 40 millones de muertos y las mil amantes



Portada de la edición sevillana del 10 de septiembre de 1976




Resulta sorprendente que la biografía íntima del líder comunista haya estado rodeada de tanto misterio hasta hace pocos años en los que algunas obras escritas por colaboradores cercanos lo han retratado como a un ególatra cruel y sádico con un insaciable apetito sexual


« China, sin Mao Tse-Tung», titulaba ABC en su edición del 10 de septiembre de 1976. El dictador había muerto el día anterior, tras casi tres décadas dirigiendo con mano de hierro los designios del país más poblado del planeta. Tal fue su influencia que acabó convirtiéndose en una especie de icono cultural del siglo XX. En 2017, uno de los retratos que Andy Warhol hizo de él se vendió a través de la casa de subastas Sotheby’s de Hong Kong por más de 17 millones de dólares. Como ya comentaba a este diario entre lágrimas una joven pekinesa frente a las puertas de la Ciudad Prohibida durante el funeral: «Vosotros los extranjeros nunca podréis entender lo que significa para nosotros».

Resulta sorprendente que la vida del «Gran Timonel», como se le conocía en vida, estuviera rodeada de tanto misterio hasta muchos años después de su muerte, a unos niveles enfermizos solo alcanzados por los norcoreanos Kim Jong-un y su padre Kim Jong-il. El mismo día 9 de septiembre, la radio china daba la noticia de que «el líder Mao ha muerto a consecuencia de un empeoramiento de su enfermedad», pero no se especificaba cuál era esta. Se sabía que dos años antes había sufrido un ataque al corazón y se rumoreaba con que, últimamente, había experimentado problemas de salud debidos al mal de Parkinson, aunque esto nunca fue confirmado. Sobre lo que no hubo una sola noticia fue de los tres infartos que tuvo en la primera mitad de 1976.

Hagiografías oficiales aparte, solo unos pocos libros en los últimos años han vertido algo de luz sobre la vida privada del líder comunista. Véase, « Mao: la historia desconocida», de Jung Chang y Jon Halliday, o « La vida secreta del presidente Mao, memorias del médico personal de Mao», del doctor Li Zhisui, los cuales retratan al líder comunista como un ególatra cruel y sádico. No en vano, durante décadas ejerció el poder absoluto sobre la cuarta parte de los habitantes del planeta y fue responsable de la muerte de más de setenta millones de personas en tiempo de paz. Todo ello unido a que desplegó uno de los cultos a la personalidad más extravagantes y profusos de los que se tengan memoria. De ningún otro líder político del siglo XX puede decirse tanto, ni tan siquiera de Hitler, que provocó una guerra mundial.


«Egoísta, paranoico y sanguinario»
Según describe el escritor Pedro Arturo Aguirre en « Historia mundial de la megalomanía: Desmesuras, desvaríos y fantasías del culto a la personalidad en la política», Mao Tse-Tung era un «egoísta, absolutamente inescrupuloso, paranoico, envidioso, sanguinario y vil. A pesar de ser considerado uno de los baluarte del comunismo, en realidad no tuvo otra ideología en su vida que no fuera conservar el poder. En lo personal, Mao siempre estuvo reñido con la más mínima higiene corporal pero, eso sí, estaba obsesionado con el s*x*».

Muchas de las pretendidas hazañas del padre del comunismo chino fueron leyendas difundidas por él mismo. Un ejemplo es el «Gran Salto Adelante», con el que Mao trató de transformar la tradicional economía agraria del país con unas serie de medidas económicas, sociales y políticas, entre 1958 y 1961, pero con las que lo único que consiguió fue acabar con la vida de 40 millones de personas. Una rápida industrialización y colectivización con la que quiso convertir a China en una superpotencia económica y militar, pero acabó en prácticamente un holocausto.

El resultado fue la peor hambruna de la historia, que fue provocada principalmente al expropiar los alimentos del pueblo para enviarlos a la URSS a cambio de fábricas y armas. Superó con creces a la provocada por Stalin en Ucrania, que había acabado unos años antes con diez millones de inocentes. «China tiene en su enorme población uno de los recursos renovables más preciados. Hay que pensar en términos estratégicos. Si alcanzar el rango de potencia nos va a costar el 10 o 15% de la población, es un precio más que asequible», justificó el dictador.

La Gran Revolución Cultural
Al «Gran Salto Adelante» le siguió la «Revolución Cultural Proletaria», con la que Mao Tse-Tung eliminó sin contemplaciones a quienes consideraba sus enemigos. Se calcula que cerca de un millón y medio de personas perdieron la vida, y otros 20 millones fueron enviados a campos de reeducación. Era, tal y como lo como la calificó él mismo, una purga contra «la camarilla derechista y burguesa. Y también fue el periodo de clímax en lo que respecta al culto a su personalidad, que él defendió bajo el pretexto de «fomentar la alta moral de las tropas».

Con esta Revolución Cultural, la vida de todos los chinos debía girar en torno a la figura del presidente y su pensamiento, porque Mao sentía que era el intelectual e ideólogo más importante de todos los tiempos. De ahí la enorme difusión que hizo de su « Libro Rojo», una recopilación de citas, discursos, escritos y ocurrencias que en solo tres años se convirtió en el libro más publicado del mundo por detrás de la Biblia. Su estudio se hizo obligatorio en todas las escuelas y centros de trabajo. Una obsesión que llegó hasta el punto de que todos los teléfonos oficiales debían contestar, por ley, con una de las citas de esta obra: «Las masas son los verdaderos héroes, en tanto que nosotros somos a menudo pueriles y ridículos» o «El Partido Comunista es el núcleo dirigente del pueblo», por poner dos ejemplos.

Pedro Arturo Aguirre cuenta que Mao Tse-Tung fue, sobre todo, un envidioso de lo más ruin e inclemente: «Aniquiló moral y físicamente a tres grandes héroes de la Revolución china: Liu Shaoqi, He Long y Peng Dehui, quienes tenían muchos más méritos, agallas y cualidades humanas que el miserable Sol Rojo; y a un cuarto, Zhou en Lai, lo obligó a tolerar una dolorosa y larga agonía». Este último fue quien se atrevió a detener el demencial «Gran Salto Adelante», para iniciar una serie de reformas que pusieran freno a la hambruna, pero el Gran Timonel no se lo perdonó. Fue depuesto de su cargo y humillado públicamente de manera salvaje. Los Guardias Rojas le acusaban de «rata capitalista» y «traidor» y China entera se llenó de carteles en los que se le insultaba, hasta que finalmente fue enviado a prisión. Allí falleció a los tres años, después de que el líder comunista se negara a que recibiera tratamiento por su diabetes y por su neumonía.

El doctor Li Zhisui comenzó a escribir su «vida secreta» de Mao, publicado en 1995, con las primeras anotaciones que hizo al ser nombrado nombrado para el importante e ingrato cargo de médico del líder comunista, a los 35 años, que no pudo rechazar. El mismo empleó que le llevó al ostracismo cuando el corazón de Mao Tse-Tung se paró el 10 de septiembre y la viuda del mandatario, Jiang Qing, fue a verle: «¿Y ustedes qué estaban haciendo? Ustedes tendrán que responder por esto», amenazó al equipo de doctores que tenía a su mando. No hay que olvidar que, durante décadas, se había hecho popular el eslogan de «Mao no debería morir» y los chinos habían terminado creyéndoselo.


El mismo Mao Tse-Tung estaba obsesionado con ello. A medida que iba envejeciendo, buscaba cualquier terapia de rejuvenecimiento. Una de ellas eran las aguas de yin o secreciones vaginales que usaba para complementar su declinante yang o esencia masculina. Es decir, la fuerza y su longevidad, que él consideraba la fuente de su poder. «Se sentía feliz y satisfecho cuando tenía varias muchachas compartiendo su cama simultáneamente. Casi siempre les decía a las jovencitas que leyeran el manual taoísta “La vía secreta y simple de las muchachas” antes de llegar a su cama. Como el texto era de difícil lectura, ellas me pedían explicaciones con frecuencia», cuenta el doctor Li en su libro.

El médico le había acompañado en sus viajes por el país. Recuerda que se trasladaban en un tren lujoso y que el líder comunista ordenaba al partido que se sembraran de arroz todos los campos que por lo que pasaban las vías por las que él pasaba. Miles de kilómetros sólo para deleitarse con la supuesta fertilidad de sus tierras. No le importaba que el trabajo implicara a centenares de miles de agricultores y que tuvieran que paralizar o desviar el itinerario de muchos trenes durante semanas.


El asunto de la obra de Li que más ha llamado la atención ha sido la vida sexual de Mao. Hiperactividad, sería la palabra clave, dirigida fundamentalmente a jovencitas bailarinas, que eran su debilidad. Se dice que las tuvo por miles y que, a menudo, exigía que fueran vírgenes. El médico asegura que nunca dejó de saciar su apetito sexual, pese a saber perfectamente que sufría blenorragia y que podía contagiar a todas sus amantes. Ni siquiera consintió jamás ser tratado de esa enfermedad.

Como revolucionario seguidor del taoísmo, llegó a escribir que «la sexualidad es una fuerza cósmica cargada de potencialidad revolucionaria». En 1931, 18 años antes de tomar el poder, se mostraba partidario de la libertad sexual e hizo suya la teoría del vaso de agua de los soviets rusos, según la cual las relaciones sexuales no sólo deben servir para quitar la sed. Se ha dicho que durante la Larga Marcha (1934-35) Mao exigía una joven vírgen en cada pueblo por el que pasaba. Algo que contrasta vivamente con el impecable comportamiento de sus soldados en esta epopeya, aunque fuera una estudiada estrategia para ganarse el favor de los campesinos.

El médico confirmó el gigantesco apetito sexual del líder poco después de incorporase a su puesto. «Menos de una semana después de haber empezado a trabajar para Mao, quedé sorprendido cuando me enteré de que el presidente estaba organizando un baile. Los salones de baile habían sido prohibidos como decadentes y burgueses después de la revolución, pero tras los muros de Zhongnanhai, Mao organizaba fiestas una vez a la semana. Se esperaba que yo asistiera. Entré al inmenso salón Loto de Primavera con Mao e, inmediatamente después, estaba rodeado de jóvenes atractivas que coqueteaban con él para que las sacara a bailar [...]. Pasaron varios años hasta que entendí cuál era el propósito de estas fiestas: en 1961, una de las camas de Mao fue llevada a un cuarto contiguo al salón de baile donde se retiraba a “descansar” durante los bailes. Varias veces lo vi llevando a una de las jóvenes de su mano hasta el cuarto donde se metía con ella y cerraba la puerta». Y añade después: «Varias veces su esposa lo encontró con otras mujeres, incluyendo sus propias enfermeras. La conducta de Mao la hirió profundamente. Una vez la encontré llorando en un banco a las afueras de la residencia de Mao. Sollozante dijo que nadie, ni siquiera Stalin, podría ganar una batalla política contra su esposo, de la misma manera que ninguna mujer podría ganar jamás una batalla por su amor. Su gran temor era que Mao la dejara».

La homosexualidad penada, menos para Mao
La actividad sexual del dictador comunista no se limitaba a las mujeres, según confiesa el doctor Li. Los apuestos guardaespaldas del presidente tenían que darle masajes en su cuerpo, incluyendo sus partes íntimas. El mismo médico describe una escena que él mismo presenció: «En 1964 vi como Mao, completamente desnudo, agarró a un joven guardaespaldas y lo comenzó a acariciar. Al principio tomé esa actitud como una evidencia de su homosexualidad, pero más tarde concluí que no era más que un insaciable apetito por cualquier forma de s*x*». Y a continuación relata que, como se negaba a bañarse, obligaba a estos a que le lavaran con toallas calientes.



Una de la imágenes propagandísticas de Mao Tse-Tung


Una de la imágenes propagandísticas de Mao Tse-Tung - ABC



Resulta curioso que esto ocurriera en un lugar como China, donde la tolerancia con respecto a la homosexualidad desapareció en el mismo momento en que Mao creó la República Popular el 1 de octubre de 1949, hace hoy justo 70 años. El régimen comunista persiguió duramente a los gays y a las lesbianas, pues consideraban su libertad sexual como una perversión del capitalismo y, por lo tanto, una práctica contrarrevolucionaria que debía ser erradicada. No existía una ley que tipificara específicamente la homosexualidad como delito, pero las personas que la practicaban eran condenadas a severas penas de cárcel, castración forzada e, incluso, pena de muerte, bajo cualquier pretexto con foma de legalidad.

Cuando empezó a sufrir los primeros síntomas de impotencia a una edad temprana, Mao se volvió prácticamente loco. Estaba convencido de que un líder como él debía ser sexualmente activo hasta lo 80 años. Para intentar ponerle freno, estaba convencido de que debía seguir tratándose con toda clase de afrodisíacos, tal y como habían hecho sus antecesores, incluyendo inyecciones de un extracto de cuernos de venado. Zhisui le recomendó que se sometiera a los tratamientos convencionales, pero su desconfianza se lo impedía. «En todos los años que trabajé para Mao, nunca fui capaz de educarlo en la medicina moderna. A él le faltaban los más rudimentarios conocimientos del sistema reproductor del ser humano. Cuando le dije que las pruebas de laboratorio habían revelado que él no era fértil, respondió: “¿Eso significa que me volví eunuco?”. Pero a Mao no le preocupaba la infertilidad, pues ya había sido padre de seis niños con cuatro esposas», explica el doctor.

A día de hoy, Mao Tse-Tung siendo un desconocido por el celo con que el régimen de Pekín protege su figura. El motivo es sencillo: aunque el país se abrió al capitalismo hace ya cuatro décadas, la legitimidad de su autoritario sistema político sigue descansando en la herencia que él dejó como «padre» de la «nueva China», cuya gestión fue valorada como «positiva en un 70% y negativa en un 30%». Con esta solución de compromiso, el Partido Comunista salvaba siempre la cara del líder y se aseguraba su supervivencia tras causar dos de las mayores catástrofes de la historia del país, las mencionadas «Revolución Cultural» y el «Gran Salto Adelante».


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ISABEL LA CATÓLICA, ‘ENFERMERA’ Y RESPONSABLE DEL PRIMER HOSPITAL DE CAMPAÑA DE ESPAÑA

Un siglo antes que otros países europeos, la reina encontró una solución sanitaria a las tragedias de la guerra.


POR ANA ARJONA
17 DE MAYO DE 2020



lo largo de la historia, la realeza que tenía poder sobre todas las cosas, dios mediante, fue partícipe y precursora de muchos avances médicos. Es el caso de Catalina la Grande, ávida y curiosa, se interesó por buscarle un remedio a la viruela. La emperatriz rusa contactó con un médico inglés que había desarrollado una vacuna contra esta enfermedad y fue la primera persona, junto a su hijo heredero, en testarla.

En España, encontramos el fascinante caso de la reina Isabel la Católica.Durante la guerra de Granada, mientras Fernando II de Aragón se encargaba de la reconquista enfrentándose a los enemigos en el campo de batalla, la reina católica buscaba una solución a sus consecuencias. Aunque Isabel visitaba las tropas y les infundía ánimos, no era suficiente. Los enfermos y heridos eran tantos y los lugares de cura estaban tan alejados del lugar del conflicto que la tarea de salvarlos se tornaba imposible.

Fue entonces cuando surgió la idea de trasladar a médicos, enfermeros y cirujanos al campo de batalla, en lo que se convirtió en el primer hospital de campaña de la historia española, adelantándose un siglo al resto de Europa. Creado en 1484, en el enclave de Loja (Granada), se le denominó El Hospital de la Reina. Un cronista de la época, recogía los hechos así: “Envió la Reina a hacer unas tiendas grandes convertidas en un hospital improvisado que llevaba su nombre”. La organización consistía en seis tiendas para alojar a los heridos y a quienes pedían asistencia. En este puesto se encontraban además del personal sanitario mencionado, ropa limpia, medicinas y todo lo necesario para afrontar los estragos de la guerra.



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En esta obra se refleja, siglos después, los detalles de los primeros hospitales de campaña, ideados por la reina Isabel la Católica.© GETTY IMAGES.
Mientras su marido batallaba al pie del cañón, ella acompañaba a los sanitarios, atendía a los soldados recién llegados y ayudaba en lo que podía. Estos hospitales de campaña funcionaron en Toro, Baza, Málaga y Granada capital hasta el fin de la contienda y marcaron tendencia hasta nuestros días.

Durante su reinado, los reyes Católicos también se encargaron de la organización administrativa sanitaria. En 1977 crearon el Real Tribunal del Proto Medicato, una organización cuya idea era la de ejercer una función docente, regular las tareas sanitarias y vigilar el ejercicio de los profesionales (no sólo médicos y cirujanos, también de boticarios, embalsamadores y especieros).

También se castigaba las malas praxis y los excesos cometidos por los trabajadores de la salud, se regulaba la venta de medicamentos en mal estado y placebos, apartaban el intrusismo laboral y se otorgaban licencias de trabajo a los profesionales que demostraban estar cualificados. De esta forma, Isabel y Fernando no sólo habían instaurado los hospitales de campaña sino que también habían creado un prototipo del Ministerio de Sanidad. Esta organización no actuaba exclusivamente a favor de los médicos de la corte (que en tiempos anteriores tenían que pertenecer obligatoriamente a la nobleza) sino en beneficio de todo el pueblo español.

 
Bombas en el cine: cuando franquistas y republicanos vendían como éxitos sus derrotas en la Guerra Civil
En el bando nacional se rodaron 93 películas, por 360 en el republicano, entre 1936 y 1939. Algunas eran propaganda, otras estaban vinculadas a determinadas divisiones del Ejército y las había también para enseñar a la población a protegerse de los bombardeos o a disparar un fusil contra el enemigo



Malraux, durante el rodaje de «Sierra de Teruel», con el permiso expedido por el bando republicano


André Malraux, durante el rodaje de «Sierra de Teruel», con el permiso expedido por el bando republicano - ABC





MADRID
16/05/2020

Cuando estalla la Guerra Civil el 18 de julio de 1936, hace 74 años, en España se están rodando alrededor de quince películas. Pero entonces se produce lo que el historiador catalán Ramón Gubern califica de «terremoto, en el que la producción privada prácticamente desapareció». Directores, actores, productores leen las noticias preocupados, sin saber qué será de sus proyectos… ni del país. El director de fotografía Juan Marines, por ejemplo, contaba a ABC Cultural hace tres años que él estaba trabajando como auxiliar de cámara en «La canción de mi vida».

«La gente que se dedicaba al cine no se caracterizaba por una militancia política muy activa y aquello les pilló desarbolados», advertía a este diario el director y guionista ganador de dos Goyas y un Oso de Berlín, José Luis García Sánchez, en 2016. Así lo confirmaba el mismo Marine, que cuando cayeron las primeras bombas y empezó a rodar la mítica «Aurora de esperanza», de Antonio Sau, considerada por los críticos como uno de los trabajos más importantes del cine español. «A mí la política no me interesaba nada. Yo solo quería que la gente trabajase y no se matase, pero me daba cuenta de que aquella era una película importante por los medios que pusieron a nuestra disposición, pero era un filme de propaganda y, repito, a mi no me interesaba la política», explicó.

Al igual que Marine, el célebre Luis Buñuel estaba produciendo con Jean Grémillon el filme «Centinela alerta», pero tuvo que mandar al director francés de vuelta a París rápidamente y acabar él mismo la cinta. Benito Perojo –que durante la Segunda República se hizo de oro con «La verbena de la Paloma», que estuvo meses en cartelera– tuvo que interrumpir el rodaje de «Nuestra Natacha» aquel fatídico 18 de julio, una cinta que reflejaba muy bien el ambiente en los meses previos al alzamiento de Franco. Y lo mismo ocurrió con títulos como «Asilo naval» y «El genio alegre», esta última protagonizada por Fernando Fernández de Córdoba, el hombre que leería en la radio el famoso último parte de guerra tres años después. Toda se tuvieron que parar, sin que ninguno de sus protagonistas intuyera todavía que sus profesión se iba a convertir en un arma de guerra más… y una de las más poderosas.


Las dos Españas del cine
«El inicio de la Guerra Civil supuso un corte radical para la industria cinematográfica. Nadie se imaginaba entonces que fuese a ser tan largo», según el profesor de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Valencia y especialista en el cine franquista de 1936 a 1939, David Sánchez-Biosca. Y como tal, también se dividió en dos grandes bandos, como el resto del país. Las dos Españas del cine.



Cartel de «Frente de Madrid»


Cartel de «Frente de Madrid» - ABC



En el nacional se habían quedado sin medios técnicos, puesto que los principales estudios y laboratorios se encontraban en Madrid y Barcelona, donde la insurrección había fracasado. Tan solo contaban con los equipos de «El genio alegre» y «Asilo naval» que coyunturalmente se encontraban filmando en Cádiz y Córdoba cuando fueron ocupadas por los nacionales. En el bando republicano, por el contrario, escaseaba el capital. «De hecho, cuando estalla la guerra, el dueño de Cifesa, Manuel Casanova, se marcha a Sevilla con su dinero para abrir una delegación con la que apoyar la causa franquista y grabar documentales de propaganda», contaba a este diario el profesor de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, Rafael Rodríguez Tranche, en el 80 aniversario del conflicto.

Tras un breve colapso inicial, y pesar de esta escasez de recursos, los gobiernos de ambas zonas tomaron conciencia de la importancia de este medio no sólo para entretener a la castigada población, sino para aleccionarla políticamente, contestar al discurso del enemigo y, sobre todo, vender como éxitos rotundos sus fracasos militares en el campo de batalla. Había que ganar la guerra en todos los frentes y este, sin duda, era uno de ellos. Así ocurría también en la prensa e, incluso, con los cómics, tal y como contamos ya en ABC en otro reportaje.


Laya Films contra el NODO
Con estas consignas, tanto franquistas como republicanos empezaron a rodar pronto de nuevo, aunque en un principio se disminuyera drásticamente el número de largometrajes, ahora demasiado caros para las dificultades económicas que indefectiblemente conllevaba la guerra, y la dificultad para producirlas. Muchos eran documentales de réplica de lo que se producía en el enemigo. En la zona republicana, el sector cinematográfico se quedó a las órdenes de los sindicatos de la CNT (SIE Films) y el Partido Comunista (Popular Films). Esta última, junto a la productora del Gobierno, Laia Films, produjo el noticiario «España al día» desde 1937.

En esa primera época el mismo Juan Mariné, que participó en el debut de Paco Martínez Soria, fue nombrado responsable del material del SIE y, más tarde, fue fichado por Laya Films y encargado de rodar el «multitudinario» entierro de Buenaventura Durruti. Aún recuerda cuando un jefe del sindicato anarquista trató de convencerle para que, ante la creciente tensión de Barcelona, llevara una pistola encima. Su respuesta fue tajante: «Yo no soy policía, soy operador de cámara».

El Departamento Nacional de Cinematografía franquista contestó de inmediato con su propio «Noticiario español» ( NODO), bajo la supervisión del ministro Ramón Serrano Suñer y Dionisio Ridruejo. Franco puso en marcha también un sistema de cine ambulante que recorría los frentes para entretener a los soldados. «Y al día siguiente de conquistar una ciudad se paralizaban las carteleras y se imponían una serie de títulos de obligada proyección. Era como la ocupación simbólica después de la militar», explica Rodríguez Tranche.


Hollywood
Según los datos de Magí Crusells en «La Guerra Civil española: cine y propaganda» (Ariel, 2000), en la zona republicana se produjeron 360 obras, por 93 en la nacional. Algunas eran consignas a la población para que aprendieran a protegerse de los bombardeos o a usar un fusil. Otras estaban vinculadas a determinadas divisiones del Ejército, que siguieron vendiendo sus fracasos como éxitos. También hubo unas pocas películas de ficción. Al frente de ellas, directores españoles como Antonio del Amo, Antonio del Castillo o el gran Edgar Neville, que estaba en el bando republicano como una especie de consejero del ministro de Estado y huyó a la zona franquista para rodar películas de propaganda al servicio de la causa enemiga.



Cartel de «Espoir»


Cartel de «Espoir» - ABC


De allí salió «Frente de Madrid», una película que contaba la historia de un soldado republicano y otro falangista que, agonizando juntos en una trinchera, acaban compartiendo el sinsentido de aquel conflicto. Y no podemos olvidarnos de Buñuel, que iba y venía a España e incluso viajó a Hollywood en nombre del Gobierno de la República para supervisar el rodaje de dos películas de propaganda sobre la guerra que se producían en Estados Unidos, muy cerca de la causa republicana ante la inminencia de la Segunda Guerra Mundial.

Pero no hay que olvidar que a España también llegaron directores extranjeros. «Para ellos era una locura de emoción, una fuente absolutamente prodigiosa de temas», señala el director José Luis García Sánchez. Por allí estaba Hemingway poniéndole voz a uno de los documentales más estremecedores de aquel trienio negro, «Tierra de España», dirigido por Joris Ivens con un presupuesto de 2.000 dólares. El fotógrafo Henri Cartier-Bresson realizando «L'Espagne vivra» (1939), una crítica a la intervención extranjera en apoyo de Franco. O Russell Palmer –presidente de Peninsular News Service, un grupo de presión profranquista de Estados Unidos–, que contó con el permiso de Franco para para grabar las conquistas de su Ejército en Teruel y Castellón, de donde salió el primer y único documental en color de la guerra: «Defensores de la fe» (1937).


«Sierra de Teruel»
Por encima de todos estaba el director André Malraux, que filmó la que dicen es la gran película de la Guerra Civil, «Sierra de Teruel», cuyo guion escribió con ayuda del gran Max Aub. «Cinematográficamente es la mejor. Un filme que mira la guerra con unos ojos más limpios. Visualmente es muy hermosa, con esa fotografía, esa luz y esa mezcla de realidad y documental... Es maravillosa», aseguraba a ABC el director Fernando Trueba en 2016.

En medio de las bombas, ambos bandos también quisieron rodar algunas películas de ficción. La CNT se atrevió con «Aurora de esperanza», «Barrios bajos» o la comedia «Nuestro culpable», mientras que los franquistas se fueron a producirlas a Alemania con el apoyo de Hitler. Los nazis montaron la productora Hispano Filmproduktion y se llevaron a directores españoles como Florián Rey y Benito Perojo junto a estrellas como Imperio Argentina o Estrellita Castro. Rodaron cinco películas, algunas tan relevantes como «Carmen, la de Triana», «El barbero de Sevilla» o «Suspiros de España». Un universo muy particular que Fernando Trueba quiso recrear en 1998 con «La niña de tus ojos», que obtuvo siete premios Goya. «Me parecía una situación tan surrealista que españoles se fueran a la Alemania de Hitler a hacer películas folclóricas mientras el país estaba en guerra», reconoció el director.


 
El oscuro pasado de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores: una cárcel de lujo para asesinos y corruptos
A lo largo de los siglos, los reos caminaron desde este edificio hasta la Plaza Mayor para ser ejecutados mediante la horca, en garrote vil o en la hoguera en presencia de cientos de madrileños. Entre sus presos más famosos se encuentran Lope de Vega, el bandido Luis Candelas o el general Riego, además de algunos concejales



Grabado de la ejecución de Luis Cándelas, que estuvo preso en la Cárcel de Corte, sobre una imagen de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores


Grabado de la ejecución de Luis Cándelas, que estuvo preso en la Cárcel de Corte, sobre una imagen de la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores - ABC



Israel Viana
MADRID Actualizado:20/05/2020


En su «Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa» (1831), el escritor Mesonero Romanos aseguraba que el edificio que hoy alberga el Ministerio de Asuntos Exteriores, en la pequeña plaza de la Provincia, es «uno de los mejores de Madrid». Esto se debe a que, según el cronista, contaba con «una de las fachadas más bonitas de la capital». Se detenía después en sus columnas de diferentes órdenes, en sus torres, en su frontispicio y en «su magnífica escalera», para añadir al final un detalle desconocido para muchos de los que pasean estos días por los alrededores de la Plaza Mayor: «En el bajo están las prisiones».

Si no se ha fijado, también se advierte de este oscuro pasado en la inscripción que hay en una de las puertas que cada día atraviesa la ministra socialista Arancha González Laya: «Reinando su majestad Felipe IV, año de 1634, con acuerdo del Consejo, se fabricó esta cárcel de Corte para seguridad y comodidad de los presos». La última morada de muchos de los condenados a muerte que, llegada su hora, tendría que recorrer a pie o en carreta los escasos metros que separan al actual Ministerio de la que antaño era la plaza de las ejecuciones, la famosa Plaza Mayor, donde los madrileños acudían en masa para ver el «espectáculo» de la horca, el garrote vil o la hoguera.

Pero, ¿cómo se convirtió este emblemático edificio en uno de los más siniestros y a la vez modélicos de Madrid durante los siglos XVII y XVIII? Todo comenzó en 1543, después de que un centenar de vecinos protestara por la costumbre de las autoridades de requisar sus viviendas para encerrar a los delincuentes. En estas estuvo recluido, por ejemplo, Lope de Vega, en 1588, tras ser juzgado por denunciar en su comedia «Belardo furioso» el matrimonio de su amada, Elena Osorio, con un noble. Pero para evitar que el descontento desembocara en una gran revuelta social, el Ayuntamiento compró y acondicionó varias de estas casas situadas en la plaza de Santa Cruz, para convertirlas en una cárcel en condiciones. Una centro «seguro» y «cómodo», como lo calificaba Mesonero Romanos, en el que privar de libertad a los criminales y corruptos más peligrosos de la Corte.

La primera piedra
Sin embargo, pronto resultó pequeño y ruinoso, por lo que fue sustituido por dos casonas reformadas que había en la vecina calle del Salvador durante el reinado de Felipe IV. En ese espacio se colocó la primera piedra el 14 de septiembre de 1629, en una ceremonia a la que, según algunas fuentes, asistió el Rey de España junto a los cinco alcaldes que formaban la «Sala» y sus colegas del Consejo de Castilla. Otras fuentes, sin embargo, aseguran que fue presidida por el cardenal obispo de Málaga y presidente del Consejo de Castilla, Gabriel de Trejo.

Sea como fuere, se construyó con el dinero recaudado por el Ayuntamiento a través de una sisa o impuesto establecido sobre el consumo de vino. El resultado fue un edificio emblemático diseñado con el estilo de los Austrias por el arquitecto Juan Gómez de Mora, el mismo que se encargó de la Casa de la Villa (Ayuntamiento de Madrid desde el siglo XVII hasta 2007). Y allí, entre las mil paredes del Palacio de Santa Cruz, se garantizó desde entonces la custodia y la salud de los presos, dando a la vez prestigio a la administración de Justicia.

En esa época hubo en Madrid dos cárceles comunes: la Cárcel de Corte y la Cárcel de la Villa. La diferencia entre ambas dependía de los delitos que hubiera cometido cada reo. Los acusados de homicidio, robo y estafa, por ejemplo, eran juzgados por las instituciones de la Corona y destinados a la primera, mientras que aquellos que hubieran atentado contra el Ayuntamiento de Madrid iban a la segundo. Por ejemplo, si han estafado al Repeso –la institución encargada de vigilar los mercados de alimentos en la ciudad–, al Fiel Contraste o actuado contra cualquiera de los arbitrios municipales.



Grabado del Palacio de Santa Cruz


Grabado del Palacio de Santa Cruz - ABC



La cárcel modelo
No hay que olvidar que, a pesar de ello, la cárcel de Corte fue un modelo para su época. Una especie de estancia de lujo para quienes había delinquido, puesto que sus celdas contaban con suficiente luz y ventilación, a diferencia de la mayoría en aquella época, y estaban ocupadas por reclusos clasificados según su s*x*, su tipo de pena y su grado de peligrosidad. Había también un patio amplio en la parte trasera para que los condenados pudieran pasear y varios lugares elevados para que los vigilantes no perdieran detalle de lo que estos hacían. Y albergaba, además, grandes salas para los tribunales, los escribanos y el archivo, así como una vivienda digna para el verdugo en calle contigua de Santo Tomás.

Con el tiempo, esta cárcel también se quedó pequeña y, en 1786, durante el reinado de Carlos III, el Consistorio negoció con los frailes del convento del Salvador, situado en la parte trasera, el cambio de su edificio por el del Noviciado de los jesuitas en la calle San Bernardo. Estos último habían sido expulsados de España y las autoridades municipales no perdieron el tiempo. Sin embargo, durante las obras de adaptación del convento, esta parte del edificio sufrió un dramático incendio que duró cinco días y que destruyó parte de la planta superior y su archivo. Tuvo que ser reconstruido por el arquitecto Juan de Villanueva, que mantuvo el mismo estilo e introdujo algunas mejoras.

Uno de los episodios más curiosos de la Cárcel de Corte se produjo el 2 de mayo de 1808, durante el levantamiento contra los invasores franceses en el comienzo de la Guerra de la Independencia. La recogía en 2007 Arturo Pérez Reverte en su blog, que lo calificaba de «rigurosamente verídico, aunque parezca un esperpento propio de una película de Berlanga». Se refería a la carta escrita esa misma mañana por uno de los presos, mientras en el exterior la caballería gala cargaba contra los madrileños, que se defendían armados con navajas en la puerta del Sol y la puerta de Toledo. «Habiendo advertido el desorden que se nota en el pueblo –anotaba este– y que por los balcones se arroja armas y municiones para la defensa de la Patria y del Rey, suplico, bajo juramento de volver a prisión con mis compañeros, que se nos ponga en libertad para ir a exponer nuestra vida contra los extranjeros».

El carcelero le hizo llegar la solicitud al director de la cárcel, quien, en vista del panorama, les dio permiso para salir armados con sus hierros y sus palos a continuar la lucha contra el invasor. Según los datos del autor de «El capitán Alatriste», 38 de los 94 reclusos prefirieron quedarse en sus celdas, pero el resto salió para unirse a la turba de madrileños. Lo más sorprendentemente es que tan solo uno de los supervivientes faltó a su palabra de volver a prisión para continuar cumpliendo su condena.

Luis Candelas
Una vez finalizada la Guerra de la Independencia y las obras en el convento del Salvador, los reclusos ocuparon en el nuevo anexo y el edificio original se destinó a palacio de justicia. Por esa época la prisión acogió a otro de sus famosos visitantes: Luis Candelas, el bandido más famoso de Madrid, que fue apresado en 1837. A este se sumaron otros como el político liberal Salustiano Olózaga, que ingresó poco después del mítico bandolero. También el general Riego, que obligó a Fernando VII a jurar la Constitución en 1820, así como el militar y concejal madrileño Pablo Iglesias González, capitán de la Milicia Nacional en la sublevación de la Guardia Real de 1822 contra el Gobierno.

En 1846, amenazado de ruina, los presos fueron trasladados desde el antiguo convento hasta otras cárceles provisionales, por lo que este dejó de tener su función de prisión. El edificio fue subastado y derruido para volver a levantar viviendas en su lugar. Así permanecieron hasta que, en 1941, fueron expropiadas de nuevo para construir la parte nueva del Palacio de Santa Cruz, en la parte trasera del edifico original. El encargado fue el arquitecto Pedro Muguruza, que respetó de nuevo el estilo de los Austrias y añadió las dos torres a las que se refería Mesonero Romanos.

 
Abd el-Krim: el oscuro pasado de amor a España que avergonzó al diablo del Rif
Durante su adolescencia, y antes de convertirse en líder de las cabilas, estudió en la Península y solicitó ser súbdito de la monarquía


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21/05/2020

Julio de 1921 fue un mes aciago para la historia de nuestro país. Entre el 21 y el 22, un contingente liderado por el líder cabileño Abd el-Krim, pesadilla del ejército español en general y del oficial Manuel Fernández-Silvestre en particular, arrasó la posición del comandante Julio Benítez en Igueriben. Horas después hizo lo propio en el campamento de Annual, donde la sorpresa se convirtió en su aliado e hizo que causara unas 10.000 bajas entre los soldados de Alfonso XIII. El caos se generalizó y, en apenas unas jornadas, los rifeños ya amenazaban una Melilla que tuvo que ser socorrida, en última instancia, por la Legión.

La barbarie era la seña de identidad de aquel contingente. Así lo narró un superviviente que, después de que le rebanaran un dedo, escapó de la parca haciéndose el muerto: «Los moros, con salvaje ferocidad, degollaban sin piedad a los soldados». A nivel oficial, el desaire fue provocado, entre otras causas mucho más elevadas, por la aversión de Abd el-Krim hacia España. Él mismo lo corroboró en una misiva que envió en agosto de ese año y en la que especificaba, como si de la lista a los Reyes Magos se tratara, todas las presuntas ignominias cometidas por nuestro país contra su persona. Desde no devolverle una deuda millonaria, hasta encerrarlo.

Pero la verdad, como siempre, tiene dos caras. Aunque Abd el-Krimcultivó aquella imagen de bestia negra del Ejército, la realidad es que su familia había mantenido una muy buena amistad con el viejo Imperio hasta hacía menos de una década. Ejemplo de ello es que tanto él como su hermano estudiaron en universidades de la Península; y el segundo, a cuenta del Estado. El Jatabi, como se hizo llamar, fue además bien considerado entre las autoridades patrias, llegó a solicitar la nacionalidad española y, el 9 de septiembre de 1915, envió una carta en la que, según explicaba, «he sido, soy y seré de los más adictos servidores de la nación española».



Guerra de Marruecos, el padre y un hijo de Abd el krim antes de partir para Fez.


Guerra de Marruecos, el padre y un hijo de Abd el krim antes de partir para Fez. - Flaviens



Este acercamiento se extendió después del denominado Desastre de Annual y de que se creara la autoproclamada República del Rif. Durante ese tiempo, Abd el-Krim llevó a cabo un desconcertante juego en el que, atendiendo a quién fuera su interlocutor, se definía como amigo o enemigo de España. En una entrevista realizada por Luis de Oteyza en 1922, el líder cabileño insistió, por ejemplo, en que no despreciaba a la Península: «Quisiéramos que no hubiese guerra. El Rif no odia al pueblo español, y no le hubiera odiado nunca si no fuera por la invasión militar. Hubo odio porque el Rif vio en el militar al español; pero ya comprende que no es así».

Algo parecido le sucedió con el general Manuel Fernández-Silvestre, considerado el máximo culpable de la tragedia de 1921 por adentrarse demasiado en territorio enemigo. «Le conocí en Melilla hace muchos años, cuando no era más que comandante, y fue muy amigo mío», afirmó. No mentía. A pesar de que su ataque le costó la vida al general (una buena parte de los historiadores afirma que se suicidó cuando dio por perdido el campamento de Annual), ambos habían sido amigos durante la década anterior. No obstante, ante los rifeños no titubeaba al hacer referencia a las supuestas tropelías que España había cometido contra él, contra su familia y contra el Rif.


Familia favorable a España
¿A qué Abd el-Krim debemos creer, al que se definía como amigo de nuestro país, o al asesino de soldados? Que los hechos y la historia hablen por sí mismos. Como breve dato biográfico, nuestro protagonista vino al mundo entre 1882 y 1883, atendiendo a la fuente a la que se acuda. Poco importa en realidad. Lo que sí resulta clave es que su padre, al que definió a la postre como «inteligente y persuasivo», se amoldó pronto a la ocupación extranjera del Rif. No solo eso sino que, como bien explicó el segundo de sus pequeños, Mohamed, entendió que le convenía «una alianza o la protección de España».


De esta forma se explica el que se relacionara con las autoridades hispanas y no tardara en ser considerado por estas como «afecto a España». El joven Abd el-Krim creció, por tanto, junto a un padre obsesionado con medrar y lograr el favor de la nación arribada desde el otro lado del Estrecho. Así lo confirma el historiador Julio Albi en su obra «En torno a Annual», en la que también explica que el progenitor del futuro líder cabileño sufragó una buena educación a su pequeño en la reputada universidad de Qarawiyin entre 1902 y 1904.



Abd el-krim, después de Annual


Abd el-krim, después de Annual


Tres primaveras después, cuando Abd el-Krim sumaba ya 24 años, empezó el largo camino que recorrió de la mano de las autoridades españolas. Fue nombrado «Maestro moro de la Escuela de Indígenas», recién constituida, con un sueldo de 155 pesetas al mes. También fue por aquellos años cuando se convirtió el autor de una columna periodística en el periódico «El Telegrama del Rif» (el más destacado de Melilla). Sus escritos, aunque sin firma, se publicaban en la primera página del diario. Todo ello, a cuenta de la que, a la postre, definiría como la nación invasora.


Buena vida
Fue también durante estos años cuando conoció en persona al comandante Manuel Fernández-Silvestre y al teniente José Riquelme, personajes a los que, después, causaría más de una úlcera. Su buena relación con ellos supone más que una curiosidad. Denota que era bien considerado entre los españoles y que podía tratar con los altos mandos sin mediadores. Hasta tal punto llegó su acercamiento a la Península que, en dos telegramas enviados en 1908, sus compatriotas cargaron contra su familia por considerar que se había «vendido a los cristianos» a cambio de obtener suculentos beneficios en una serie de empresas mineras.

Pero si hay un hecho que pone de manifiesto la buena relación entre nuestro país y el mayor de los hermanos El Jatabi es que solicitó la nacionalidad española, como bien corrobora Albi, allá por mayo de 1910. Y lo hizo destacando que «he demostrado adhesión y cariño a la nación española». Las autoridades fueron en principio favorables al trámite: «Son notorias su lealtad y amor a España, su familia es la más adicta del campo vecino de Alhucemas, cuya plaza frecuenta su padre continuamente, laborando a favor nuestra». Aunque al final no consiguió sus deseos, si fue ascendido a intérprete de la Oficina Indígena con un sueldo de más de 100 pesetas al mes. Dinero que se sumó al que percibía como profesor.



Retrato de Abd el-Kirm


Retrato de Abd el-Kirm


La amistad de su familia con las altas esferas peninsulares hizo que su padre enviase a los dos hermanos hasta Málaga para cursar sus estudios. El más joven, Mohamed, afirmó haberse reunido, ya al otro lado del Estrecho, con el monarca Alfonso XIII, al que prometió «ser útil a España, de la que seré siempre fiel y honrado servidor».

Durante aquella década el destino fue piadoso con Abd el-Krim gracias a España. Las crónicas de la época cuentan que, ya antes de ser nombrado «juez de jueces» («qaid qudat») de Melilla en 1914, vivía en una gran casa rodeado de lujos como una cocinera española o un sirviente marroquí.

Según narra el historiador español Francisco J. Romero Salvado, profesor de la Universidad de Bristol, en su obra «The Foundations of Civil War: Revolution, Social Conflict and Reaction in Liberal Spain, 1916–1923», durante aquellos años Abd el-Krim estaba tan bien considerado por España que fue condecorado, nada más y nada menos, que «con la Cruz de caballero de Isabel la Católica, las cruces roja y blanca de primera clase del mérito militar y la Medalla de África». Todas con su correspondiente retribución monetaria.



Abd el-Krim, junto a varios de sus edecanes


Abd el-Krim, junto a varios de sus edecanes - Flaviens


Pero no solo obtuvieron estas riquezas gracias a España. Ni mucho menos. Albi narra que, en la década de 1910, el padre de Abd el-Krim recibió varios aumentos de su pensión hasta percibir un total de 250 pesetas al mes. Todo ello, por ser «muy adicto a nuestra causa», y por intentar, mediante «su gran prestigio e influencia», favorecer que el Ejército español desembarcara en la bahía de Alhucemas desde 1911 para hacerse con la región. Desde la Península también le fueron concedidos a la familia 2.000 duros de indemnización después de que el patriarca enviara una misiva a las autoridades militares en la que declaraba haber sufrido grandes pérdidas por apoyar la bandera rojigualda e informar (espiar) a las familias enemigas.

Y eso, por no hablar de que el pequeño de la familia, Mohamed, cursó buena parte de sus estudios en universidades españolas. «En marzo de 1915 se accedió a costear los estudios de ingeniero civil de Mohamed. Es notable que antes hubiera solicitado ingresar en la Academia de Ingenieros del Ejército», añade el autor. Aunque no recibió la autorización requerida, el que tramitara la petición dice mucho de las relaciones entre ambas partes.


Llega la desgracia
¿Cómo es posible que los miembros de una familia tan cercana a España acabaran rechazando un dominio que reclamaban desde 1910? En la tesis doctoral «El Desastre de Annual y la crisis de la Restauración en España (1921-1923)», el historiador Pablo Laporte arroja algo de luz sobre el curioso fenómeno. Todo comenzó con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Por aquel entonces, Abd el-Krim llevó a cabo trabajos para Alemania en contra de los territorios francesas ubicados en el norte de África. Al enterarse, los galos exigieron que El Jatabi fuese encarcelado. Aquello derivó en que pasó varias semanas en la prisión de Rostrogordo.

Aunque al terminar la contienda fue restituido en su puesto de juez de jueces en Melilla, para entonces Abd el-Krim había desarrollado una gran aversión hacia España. El mayor de los Jatabi llamó entonces a su hermano, que estudiaba en Madrid, y ambos se retiraron hacia la cabila de Beni Urriagel, aquella que les había visto nacer. Un año después, cuando falleció su padre, ya había decidido convertirse en un gran jefe local y atesorar todo el poder que pudiera para, con total probabilidad, tener una baza con la que negociar con la Península cuando el Ejército empezara su expansión.

 
Medjay: la verdad histórica tras la unidad de élite del faraón mal representada en «La Momia»

En principio mercenarios nubios, evolucionaron hasta convertirse en una casta policial encargada de proteger los lugares más determinantes de Egipto

Nuevos libros como «Breve historia de la vida cotidiana en el Antiguo Egipto» o«24 horas en el Antiguo Egipto» nombran a estos combatientes y analizan cómo era la vida de los ejércitos del Nilo





Manuel P. Villatoro


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Hablar de la civilización egipcia es una tarea casi tan ardua como romper los mitos que se han generado a su alrededor. Los datos lo avalan, pues se extendió durante 3.500 años. Es un hecho, por ejemplo, que la popular Cleopatra VII estuvo más cerca de comer en un McDonalds que de ver la construcción de la pirámide de Keops. Por ello cuesta tanto explicar conceptos tan aparentemente sencillos como la forma en la que se estructuraba el ejército del Nilo o cómo iban armados sus soldados. Lo mismo ocurre con los Medjay, una etnia de mercenarios nubios que, con el paso de los años, evolucionó hasta convertirse en laguardia de élite del soberano y en la policía encargada de proteger lugares de importancia determinante como las tumbas de los dignatarios. Nada que ver con la forma en la que los representa el largometraje «La Momia».

Sí, hubo una parte de los Medjay que se dedicaron a la protección del faraón. Y sí, llegaron a ese estatus gracias a su buen hacer con las armas. Sin embargo, ni eran un grupo de agentes secretos encargados de dilapidar las conjuras de palacio, ni estaban encargados solo de salvaguardar a la familia real. Por el contrario, y durante la época que rememora el largometraje de Brendan Fraser (el año 1290 a. C.), la mayoría de ellos se encargaban de mantener el orden en las ciudades y de evitar los saqueos de tumbas. En favor de la película hay que señalar, eso sí, que sus responsables se cuidaron de seleccionar los años de la XVIII dinastía de Egipto para enmarcar a estos combatientes: aquellos en que ya habían dejado de ser mercenarios reclutados y habían pasado a adquirir cierta importancia militar.



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La verdad de los Medjay, así como otras tantas curiosidades de la sociedad del Antiguo Egipto, vuelven a estar de moda gracias a dos libros que se han atrevido a abordar una época tan extensa como compleja. El más novedoso, «24 horas en el Antiguo Egipto» (Edaf, 2019), acaba de salir a la luz y recrea cómo era el día a día en las ciudades ubicadas a lo largo del Nilo a través de la visión de diferentes personajes como una bailarina, un soldado o un embalsamador de la época. En el segundo, «Breve historia de la vida cotidiana en el Antiguo Egipto» (Nowtilus, 2018), la historiadora Clara Ramos se centra en describir cómo era aquel mundo. Sus páginas desvelan desde qué comían y bebían los ciudadanos, hasta cómo era la estructura social o el entrenamiento de los soldados.


Verdades y mentiras


El origen de los Medjay hay que buscarlo en el Imperio Antiguo,ubicado entre los años 2686 y 2181 a. C.). Por entonces eran un pueblo que una buena parte de los autores definen como esquivo. Una suerte de subgrupo dentro de los nubios cuyos miembros provenían del desierto oriental (en la tierra Medja, en Sudán). Sus primeras menciones los ubican en el año 2400 a. C., cuando los egipcios registraron sus encuentros con ellos y empezaron a integrarlos en sus filas como exploradores o combatientes equipados con armamento ligero. Pronto se convirtieron, así, en un elemento útil para los faraones después de que su patria fuese sometida.

Sin embargo, la realidad es que -según explica el doctor en historia antigua Miguel Parra en sus múltiples artículos sobre la policía en Egipto- ni siquiera la sociedad de entonces tenía claro de donde provenían de forma exacta. Así lo demuestra el que, durante el Imperio Antiguo, los egipcios afirmaran que residían en el este de la Segunda Catarata y, a partir del Imperio Medio -entre los años 2050 y 1750 a. C.-, señalaran que eran nómadas del desierto.



Soldados egipcios


Soldados egipcios



Lo que está claro es que los Medjay empezaron a formar parte del ejército. Así lo corrobora Ramos en su obra al hacer referencia a la organización del contingente militar de la época : «Hay que señalar que el ejército egipcio estaba compuesto no solo por nativos, sino también por los medjay -habitantes de la región del norte de Sudán-, nubios y libios, que engrosaron sus filas tras ser reclutados o por haber sido hechos prisioneros de guerra». Su caso, como bien señala, no era extraño. De hecho, se replicó un sin fin de veces con otras civilizaciones como los denominados Pueblos del Mar, los cuales fueron vencidos por Ramsés III en el Delta del Nilo el año 1178 a. C.

Con todo, tan cierto como esto es que no fue hasta muchos años después cuando el término Medjay adquirió el sentido de etnia propia. Hasta entonces se ubicaba dentro de los «nehsi» (los habitantes de Nubia).

La entrada de los Medjay en el ejército egipcio (y el reconocimiento de su etnia) quedó registrada en las llamadas «Enseñanzas del rey Ammenemes a su hijo Sesostris» (enmarcadas en el Imperio Medio): «Yo he dado al pobre; he criado al huérfano. Hice que alcanzara [el bienestar] tanto el que no tenía como el que tenía […]. Nadie tuvo hambre en mis años; nadie padeció sed en ellos […] He sometido a los nubios y he capturado a los Medjai. Hice que los asiáticos hicieran la “marcha de los perros”». Durante dicho período, los expertos también relacionan a este pueblo con la cultura Pangrave (característica por hacer enterramientos en forma de sartén).


Evolución de labores
Cien años después (en el período de Amenemhat III, en el siglo XIX a. C.) existen escritos que afirman que los Medjay desempeñaban labores de escolta para los exploradores egipcios. Así queda atestiguado en los despachos que enviaban a este soberano: «Es una comunicación a ti, vida, fuerza, salud [forma de referirse al faraón], respecto a que los dos guerreros y setenta gente Medjay que habían partido para seguir el rastro en el cuarto mes de la estación, día 4, regresaron para informarme el mismo día por la tarde, trayendo tres hombres Medjay y cuatro niños y niñas, diciendo: “Los encontramos al sur del margen del desierto bajo la inscripción de la estación del verano”». Por entonces hacían también labores de patrullaje en la frontera Meridional de Egipto y las del Delta.

La teoría más extendida afirma que los Medjay se mudaron a Egipto cuando comenzaron a ser integrados en el ejército y que, poco a poco, se fueron adaptando a la sociedad de los faraones.

Con todo, no fue hasta la llegada del Imperio Nuevo (entre el 1550 a. C. y el 1070 a. C.) cuando se convirtieron en un cuerpo policial militarizado que asumió deberes de gran importancia en toda la región. Y todo gracias a que, como señalan los textos antiguos, eran expertos en la tarea de acabar con los «reyes de pueblos extranjeros». A partir de entonces pasaron a encargarse de la protección de emplazamientos vitales para el soberano como los poblados de trabajadores (por ejemplo, Deir el Medina) o las tumbas del Valle de los Reyes.

Habría que señalar que, al menos en lo que respecta al Valle de los Reyes, no fueron especialmente cuidadosos. Y es que, la tumba de Tutankhamón fue saqueada hasta en dos ocasiones poco después de haber sido enterrado. En la primera los ladrones se llevaron desde pequeñas joyas, hasta ungüentos, pero salieron despavoridos ante el miedo que les generaba ser vistos allí. No obstante, al cerciorarse de que la vigilancia escaseaba, volvieron al sepulcro. En esta ocasión sí fueron capturados en pleno trabajo y los Medjay sellaron el lugar.

No eran, por el contrario (y según Parra) los encargados de vigilar el harén del soberano, pues para ello se instauró un cuerpo especial denominado sasha (a quienes también se les encomendó la tarea de proteger las puertas de algunos templos). Con el paso de los años, y según se fueron integrando en la sociedad egipcia, un grupo selecto de Medjay recibió también la orden de proteger al faraón como su guardia personal.

En cada ciudad había un oficial al mando de las fuerzas policiales Medjay que no tenía por qué ser nubio. Y es que, esa fue otra de las características de este cuerpo: que, poco después de que comenzaran a integrarse en la sociedad egipcia, se adhirieron a sus filas nativos.

Un ejemplo de oficial lo tenemos en Mahu, «jefe de los Medjay de Akhenatón». Encargado de mantener el orden en la ciudad de Amarna, en los relieves de su tumba quedó escrito que se levantaba de buena mañana (al amanecer), recibía un informe de los disturbios sucedidos durante la noche, recorría los puntos conflictivos sobre su carro junto a sus agentes y, si la situación lo requería, se desplazaba a toda prisa hacia el lugar en el que estuviesen sucediendo disturbios.

Los registros de los Medjay se apagan con la XX dinastía, cuando desaparecieron. Desde entonces, su historia ha quedado como un mito. Sin embargo, con ellos la realidad supera la ficción.




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El viejo soldado sueña con la batalla
Texto extraído de «24 horas en el Antiguo Egipto».

Ha sido una semana dura en la que el miserable enemigo asiático ha presentado dura batalla. Aunque las fuerzas egipcias han sufrido algo más que una pocas pérdidas, no son nada comparadas con las de sus enemigos, que ahora están siendo masacrados en gran número... bueno, los que no se han dado la vuelta y huido.

No hay arqueros o soldados de a pie mejores que los egipcios. Merimose es uno de estos últimos y se alimenta de cada contacto mortal que inflige con su hacha de batalla o espada curva, y le encantan las ocasiones en las que puede luchar contra un combatiente enemigo, cuerpo a cuerpo, sobre el terreno. A pesar de lo apurado del combate, la lucha siempre termina con un oponente muerto.

Es un gran día para Merimose, que se detiene sobre uno de los caídos para registrar el cuerpo en busca de algo de valor antes de cortarle una extremidad. Distraído en esta labor, no está preparado para lo que sucederá después. Uno de los muertos del campo de batalla se pone de pie y derriba de espaldas a Merimose, presto a asestarle una puñalada mortal con su daga. Mermose se despierta entonces con un sobresalto, su sueño interrumpido al caerse del banco bajo de ladrillo que le sirve de lecho.

[...]



 
PROTESTAS HISTÓRICAS
El origen de las caceroladas
Los inicios de este tipo de protestas se remontan al siglo XIX y fueron llevadas a cabo por opositores del régimen de Luis Felipe I



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F.S.B.
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26/05/2020



En los últimos días las caceroladas contra el Gobierno de Pedro Sánchezestán ocupando parte del espacio informativo de nuestro país. No solo por la protesta en sí, también por la irresponsabilidad de las concentraciones sin seguir las medidas de seguridad contra el covid-19. A pesar de que estas acciones sean las que más resuenen, cabe recordar que la primera protestas de este tipo en el estado de alarma fue contra el rey Felipe VI, como forma de boicot a su discurso del 18 de marzo, tras conocerse las presuntas irregularidades en la fortuna de su padre.

A pesar de que las tengamos tan presentes y recientes, el origen de las caceroladas se remonta al siglo XIX. Las primeras protestas de este estilo ocurrieron en Francia en la década de 1830, al comienzo de la Monarquía de Julio, por parte de los opositores del régimen de Luis Felipe I de Francia. Según el historiador Emmanuel Fureix, los protestantes tomaron la tradición del uso del ruido para manifestar desaprobación y golpearon cacerolas para hacer ruido contra políticos oficialistas.

Este modo de mostrar descontento de la población francesa se volvió popular en 1832, con protestas en días consecutivos que podían durar horas y llevándose a cabo principalmente por la noche. Alguna de esas protestas eran reducidas, apenas unas docenas de personas, pero en algunos casos la participación era mucho mayor, de varios millares, logrando un verdadero eco nacional.

Según explica Fureix, las sartenes y las cacerolas no eran los únicos objetos que se utilizaban. Se buscaba por encima de todo hacer ruido, por lo que los silbatos y los sonajeros también fueron protagonistas de aquellas protestas.

Se volvió popular en 1832, llevándose a cabo principalmente en la noche y a veces con la participación de miles de persona


Más de un siglo después, en 1961, se realizaron en Argelia "las noches de las cacerolas", en el marco de la guerra de Independencia de Argelia. Fueron estruendosos despliegues de ruido en ciudades del territorio, realizados también con todo tipo objetos caseros, silbatos y bocinas acompañados por el grito de “Argelia francesa".

En las décadas siguientes este tipo de protesta se circunscribió casi exclusivamente a Sudamérica, siendo Chile el primer país de la región con registro de ellas. Posteriormente se la ha visto también en España y en otros países.


Caceroladas en España
En la historia reciente la primera cacerolada registrada en España se produjo el 27 de marzo de 2003. Miles de ciudadanos realizaron una cacerolada en varios puntos del territorio nacional, acompañada de apagones, como protesta contra la posición del Gobierno de José María Aznar a favor de la guerra de Irak.

Después de los atentados terroristas de Madrid el 11 de marzo de 2004 y de que se anunciara la detención de dos marroquíes y dos indio (a tan solo un días de las elecciones generales del 14 de marzo) miles de ciudadanos salieron a las calles en toda España exigiendo saber la verdad sobre los atentados. Es protestas se acompañó de estruendosas caceroladas nocturnas en la Puerta del Sol en Madrid y en otras ciudades.

Los siguientes gobiernos también vivieron protestas por sus actuaciones y polémicas. En la tarde del 10 de marzo de 2007 sonó una cacerolada en diferentes puntos de Barcelona contra "la manipulación y la hipocresía del PP", el cual a su vez convocó para ese momento una manifestación contra la política terrorista del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

En la historia reciente la primera cacerolada registrada fue una protesta contra la posición Aznar a favor de la guerra de Irak


El 15 de mayo de 2011 comenzaron en España una serie de protestas con un amplio espectro de reclamos contra el sistema político y económico, llevadas a cabo por los denominados "indignados", algunas de ellas en forma de caceroladas. La primera ocurrió 3 días después, cuando cerca de 2.000 personas se reunieron en la Plaza de Cataluña acompañando a unos 300 activistas que acampaban allí para protestar por la crisis económica y la forma en que los políticos y la banca la abordaban, y realizaron una estruendosa cacerolada a las 21 horas.

Casi año después de iniciado el movimiento indignado, y ahora bajo el gobierno de Mariano Rajoy, el movimiento volvió a convocar protestas en la Puerta del Sol de Madrid por la gestión de la crisis. La primera ocurrió el 12 de mayo, con una pequeña cacerolada registrada en la madrugada. Otra el 15 de mayo, cuando unas 5.000 personas conmemoraron un aniversario del movimiento sonando cacerolas, llaveros, latas y botellines por casi una hora en la tarde-noche. Y al día siguiente, luego que aumentara la prima de riesgo. Casi un mes después, una nueva cacerolada en la Puerta del Sol reunió a más de un centenar de personas para quejarse por el rescate bancario español, al que calificaron de "estafa"; también se registraron caceroladas en la Plaza de Cataluña de Barcelona y en Santander.

El 18 de abril de 2016 se realizaron distintas caceroladas convocadas por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y Alianza Contra la Pobreza Energética (APE) en hasta 44 ciudades y municipios a nivel estatal, con diversas concentraciones en las sedes del Partido Popular, por el posible recurso a la ley catalana contra los desahucios y la pobreza energética.

Durante el proceso soberanista iniciado en Cataluña también se vivieron varias protetas en las que las caceroladas eran la principal acción.


 
Moneda, ministros y leyes propias: la extraña Asturias independiente que irritó a España en la Guerra Civil
Un grupo de socialistas, con el «presidente» Belarmino Tomás al frente, decidió separarse de aquella España que enfrentaba a franquistas y republicanos, para convertirse en un estado propio que concentró todo el poder civil, económico y militar durante dos meses. Azaña entró en cólera y Franco aprovechó para terminar de conquistar el norte

Billetes de 25 céntimos que emitió el Consejo Soberano de Asturias y León en 1937


Billetes de 25 céntimos que emitió el Consejo Soberano de Asturias y León en 1937


Israel Viana
MADRID 28/05/2020

En agosto de 1937, el País Vasco, Santander y Asturias estaban ya rodeados por las tropas de Franco. Incluso por mar, desde donde los sublevados bombardeaban sin descanso desde sus barcos. España se encontraba en uno de los momentos más decisivos de la Guerra Civil, pero el Gobierno republicano, que esta estaba volcado en la defensa de la costa mediterránea y Madrid, apenas ayudaba al norte, que resistía como podía a las ofensivas de los sublevados. Todo el mundo daba prácticamente por perdido ese frente, al que historiadores como Gabriel Jackson calificaron como «La guerra separada».

Esa fue la razón de que un grupo de partidos y sindicatos de izquierda declararan unilateralmente la independencia de Asturias el 24 de agosto de ese mismo año. Una proclamación que pilló por sorpresa tanto a sus enemigos franquistas como a sus camaradas republicanos. El resposable de tan extraña y singular decisión fue el Consejo Interprovincial de Asturias y León, la autoridad regional en la que estaban representados PSOE, Partido Comunista (PCE) e Izquierda Republicana, además de UGT, CNT y FAI, entre otros. Un conjunto muy variopinto que decidió asumir el poder de su comunidad en contra de la legalidad del Gobierno de Madrid y las órdenes de su entonces presidente, Juan Negrín.

Pero no solo no dieron marcha atrás en su decisión cuando llegaron las primeras protestas de los mandamases republicanos de la nación, sino que siguiendo adelante con su experimento durante dos meses. La primera decisión fue cambiarse el nombre por el de Consejo Soberano de Asturias y León, establecer su capital en Gijón y crear una serie de comisiones que funcionaban a modo de «ministerios» con sus respectivos «ministros»: Guerra, Interior, Obras Públicas, Hacienda, Industria, Comunicaciones, Asistencia Social, Agricultura, Sanidad, Instrucción Pública, Marina y Pesca.

La noticia en ABC
Fue la edición madrileña de ABC quien informó de ello tres días después de la declaración: «Quedan íntegramente sometidos a este consejo todos los organismos civiles y militares que funcionen en lo sucesivo», decía, mientras otros diarios como «Nosotros» o «La Libertad» hacían lo propio en titulares como «La lucha en el norte». En ellos podía leerse el difícil contexto donde producía: «A las tres de la tarde de ayer, nueve aparatos facciosos sobrevolaron Gijón y arrojaron treinta bombas que cayeron en el barrio de La Guía. Causaron algunos destrozos, seis muertos y diez heridos. Más tarde lanzaron otros artefactos en la parroquia de Somió».


Belarmino Tomás


Belarmino Tomás


La razón esgrimida por estos independentistas coyunturales, presididos por el socialista Belarmino Tomás, fue la imposibilidad de comunicarse con el Gobierno republicano instalado en Valencia, puesto que estaba dividido y en su mayor parte rodeado por los franquistas. Aún así, la noticia sacó de sus casillas al ministro de Defensa, Indalecio Prieto. Tal y como escribió Manuel Azaña: «Prieto está indignado y dolido por la disparatada conducta de los asturianos». Él mismo montó en cólera y convocó de inmediato en Valencia al nuevo presidente asturiano, pero este se negó a acudir.

Nada de eso importó, porque el nuevo Gobierno asturiano siguió implantando medidas y organizando su «Estado» a sus anchas. Por ejemplo, prohibió terminantemente la salida de nadie de Asturias, ni siquiera con las bombas cayendo. Según recoge el historiador Octavio Cabezas en su biografía de Indalecio Prieto, la expresión que utilizó Belarmino Tomás fue: «De aquí no sale ni Dios». Y después comenzó a gobernar haciendo oídos sordos de lo que se ordenaba desde Valencia o Madrid, gestionando él mismo la escasez de avituallamiento y armas y el aumento de los refugiados vascos y santanderinos.



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Moneda y sellos
En el tiempo que el Consejo Soberano ejerció el poder en Asturias, entre sus actuaciones más importantes destacaron la emisión de sellos de correos y moneda propia, los billetes conocidos popularmente como «belarminos», que iban firmados por el nuevo presidente. Promulgó 52 edictos, muchos sobre cuestiones económicas o de seguridad ciudadana. Celebró 51 causas políticas que se saldaron con 17 penas de muerte, de las cuales al final solo se ejecutaron tres.

También organizó con la vida diaria. Dictaminó el cierre de cafés, restaurantes, bares y tabernas. Estableció el toque de queda a las 22.00 y extendió el Estado de sitio a toda la región. Prohibió la posesión de armas, los aparatos de radio y el traslado por carretera sin el correspondiente permiso. Y por si fuera poco, algunos de sus consejeros iniciaron contactos internacionales con organismos como la Sociedad de Naciones, como si fuera un estado. Comunicaron que, de continuar los bombardeos sobre Gijón, fusilarían a todos los presos políticos. Esto sentó muy mal en el Consejo de Ministros de la República, que hizo llegar a Tomás su «sorpresa y disgusto». Todo este autogobierno llevó al hispanista Hugh Thomas a calificar a la región como la «República de Asturias».

Como explicación a tan atrevida decisión, el historiador Jesús Ángel Rojo explica en su libro «Grandes traidores a España» que Tomás y sus camaradas no siempre fueron leales a los diferentes gobiernos de la Segunda República. De hecho, el socialista fue uno de los líderes de la Revolución de 1934 en Asturias, donde murieron cerca de 2.000 personas durante los enfrentamientos con las autoridades y el Ejército español. Fue condenado a muerte, incluso, aunque luego fue amnistiado. Según el autor, parecía evidente que aprovecharía la coyuntura política de la guerra para alcanzar su beneficio personal.


La cuarta declaración de independencia
Aquella situación fue motivo de muchos disgustos entre las autoridades de la República, que habían sufrido ya tres intentos fallidos de proclamar el Estado catalán durante la Primera y Segunda República. A pesar ello, Indalecio Prieto no se atrevió a intervenir por temor a que un desacato a sus órdenes por parte de los separatistas diese mayor relieve a esa declaración, que solo parecía justificada por el nerviosismo de los asturianos ante la rápida caída de Santander y las deserciones militares.

Los ministros republicanos, por su parte, se movían entre el estupor y la indignación. En Madrid denominaron a aquel Gobierno asturiano, con desprecio, el «Gobiernín». Un apelativo promovido, al parecer, por el propio presidente Azaña, que rechazaba aquella proclamación. Veía en ella el primer paso de una insurrección mucho mayor y criticaba el supuesto ansia de poder de Belarmino, a quien veía como una amenaza secesionista para la República.

El presidente asturiano, sin embargo, envió varios informes al Ejecutivo central a lo largo del mes de septiembre. En ellos exponía la situación que le había llevado a él y sus compañeros a tomar aquella decisión. Hablaba de «un ejército en derrota y carente de moral; una retaguardia resignada ante los avances del enemigo y convencida de su impotencia para impedir que continúe el bloqueo que impide el aprovisionamiento, y un inmediato panorama de hambre. Con estos factores puede producirse un desmoronamiento total en unas horas».

Y así fue, porque Asturias cayó en manos de Franco el 20 de octubre de 1937, 57 días después de que se hubiera formado el Consejo Soberano. Tres días antes, el Ejecutivo independiente asturiano celebró su última reunión. En el acta se recoge el pesimismo del coronel Adolfo Prada: «No es posible resistir más». Y propone concentrar todas las tropas posibles en los puertos de Avilés, Candás y Gijón para que sean trasladadas en barco, «a ser posible hoy, puesto que mañana será tarde». Belarmino Tomás y el resto de miembros de su Gobierno abandonaron la ciudad en barcos de pesca, en una dura travesía hasta las costas francesas. Al final de la guerra, todos se dispersaron por diferentes países. El presidente del «Gobiernín» se instaló en México y se ganó la vida vendiendo alpargatas.

 
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