Cuadernos de Historia

ALEJANDRO GARCÍA SANJUÁN
«Negar que los musulmanes conquistaron la Península Ibérica es un disparate»
Más que nunca, se necesita comprender la historia del Islam y desprender los mitos de lo ocurrido durante la invasión musulmana de la Península Ibérica
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César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:10/03/2019 02:13h15El heroico rescate español a Malta que puso fin a uno de los asedios más salvajes del pasado

Una teoría sin resonancia académica ha tomado forma en ciertos círculos andalucistas en los últimos años: los musulmanes nunca conquistaron la Península Ibérica. ¿Tiene algún fundamento este peculiar negacionismo? El profesor titular de Historia Medieval de la Universidad de Huelva, Alejandro García Sanjuán, se encarga de desmontar en una entrevista con ABC estas ideas basadas en «disparates» y «sin consistencia» histórica. En un libro escrito en 2013, «La conquista Islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado» (Marcial Pons), García Sanjuán sale al paso de este nuevo negacionismo y, además, desmitifica muchos episodios sobre lo que fue Al-Ándalus y la llamada Reconquista cristiana.

–¿Cuál es el propósito de las teorías que niegan que los musulmanes conquistaron la península?

–Estas teorías negacionistas nacieron de un historiador aficionado, Ignacio Olagüe, que intentó potenciar las características autóctonas de lo andalusí frente a la naturaleza árabe e islámica de la sociedad de Al-Ándalus. Fue una formulación de carácter nacionalista y españolista. Quería vincular los grandes logros de Al-Ándalus a algo autóctono, y no foráneo. Con este propósito, Olagüe planteó una hipótesis donde afirma que el Islam es una evolución del arrianismo —una versión del cristianismo que practicaron los visigodos y otros pueblos germánicos en la Península Ibérica–. No en vano, son unas ideas inconsistentes, sin respaldo en los testimonios históricos, que se basan precisamente en el soslayo de ciertos testimonios y en la tergiversación de otros.



–¿Y quién toma el relevo a Olagüe, que falleció en 1974?

–Las ideas de Olagüe nunca tuvieron resonancia a nivel académico, hasta que hace diez años un arabista de la Universidad de Sevilla decidió retomar la hipótesis. El interés de Emilio González Ferrín (profesor titular de Historia del Islam de la Universidad de Sevilla) se explica por sus conexiones con el político andalucista Manuel Pimentel. De hecho, González Ferrín publicó un libro con estas teorías en la editorial de Pimentel, Almuzara.

El andalucismo siempre ha visto con buenos ojos las teorías de Olagüe, puesto que les permite dotar de un sentido autóctono a Al-Ándalus, siendo la época más dorada de la nación andaluza. Además, niegan que el origen de Al-Ándalus tenga un componente de conquista, sino una visión más amable. Por otra parte, el que Ferrín haya recuperado estas teorías obedece simple y llanamente al afán de protagonismo. Su notoriedad no responde a su resonancia académica.

–Uno de los argumentos que emplea González Ferrín para negar la invasión es que el Corán no estaba codificado en ese periodo y no se puede hablar de los musulmanes como tales.

–González Ferrín dice disparates enormes y sus ideas están completamente desacreditadas a nivel académico. En muchos casos son medias verdades y, en otros, se acoge solo a los testimonios históricos que a él le interesan. Desde el punto de vista historiográfico, sus obras no son consistentes. El Islam, como todas las religiones, protagonizó una evolución y un proceso de elaboración de los textos sagrados (el Corán y la tradición profética de Mahoma). En las épocas omeya y abasí ya existía el inicio de ese desarrollo de la tradición religiosa, pero todavía no estaba conformada por completo. Los textos de Olagüe y Ferrín se dedican a soslayar los testimonios históricos que acreditan que en el año 711 se produjo una conquista de la península por contingentes militares bereberes enviados por el gobernador omeya del norte de África. Ignorando, a su vez, las evidencias arqueológicas, cada vez más numerosas.

–Si bien hay evidencias para confirmar esta invasión, ¿cómo se explica la derrota tan fulminante de los visigodos?

–El Islam era en ese momento una fuerza expansiva que avanzó desde el Próximo Oriente, conquistando Siria, Palestina, Egipto, hasta el Norte de África. Allí los árabes se entretuvieron bastante con los bereberes, pero luego se lanzaron de golpe a por la Península de la mano de esos contingentes bereberes. La explicación del derrumbe visigodo, más allá de esa fuerza expansiva, está en que la Monarquía visigoda era un estado muy débil en proceso de feudalización, donde existían facciones nobiliarias enfrentadas constantemente entre sí. Cuando los musulmanes llegaron a la zona del Magreb más occidental, la Monarquía visigoda estaba viviendo precisamente una de esas situaciones de crisis periódica. Había muerto el rey Witiza y se estaba produciendo un enfrentamiento interno. La intervención musulmana se produjo en el contexto de esa disputa interna por el poder.

En cualquier caso, la facilidad de la conquista a nivel militar se explica en que el rey Rodrigo murió en batalla y no hubo posibilidad de reconstruir la Monarquía visigoda. Se desencadenó una especie de sálvese quien pueda. Amplios sectores de la nobleza visigoda optaron por pactar con los musulmanes acuerdos ventajosos antes de continuar la lucha.

–Se han conformado muchos relatos para interpretar esa conquista. Todavía hoy están cargados de mitos.

–En todos los conflictos históricos coexisten dos visiones, la del vencedor y la del vencido. Los perdedores vieron en la derrota la señal de un castigo divino. Esa visión catastrofista ya aparece registrada en los textos latinos inmediatamente posteriores a la invasión, que hablan de «la ruina de Hispania» para referirse a la conquista musulmana. Esta visión catastrofista es recogida por la historiografía del siglo XIX, que estaba imbuida por el concepto de Reconquista, hasta convertir a los conquistadores en bárbaros que producen «una catástrofe nacional». El primer error es no matizar la diferencia histórica entre Hispania y España, que son dos nombres con un vínculo etimológico similar pero que no pueden equipararse.

«Cuando los musulmanes llegaron a la zona del Magreb más occidental, la Monarquía visigoda estaba viviendo precisamente una de esas situaciones de crisis periódica»
–La visión de los conquistadores tampoco se corresponde con lo que realmente ocurrió.

–Todo conquistador tiene que justificar sus actos. Los musulmanes desarrollaron una visión providencialista que interpreta los éxitos militares de los musulmanes como la mejor prueba de la veracidad del mensaje religioso del Islam. No en vano, la historiografía árabe actual ha dado continuidad a ese mismo discurso. Ellos se ven como los civilizadores, es decir, como exportadores de la civilización árabe, que ciertamente alcanzó hasta el siglo XII niveles de desarrollo cultural, pensamiento y desarrollo científico mucho más adelantados de lo que se conocían en Europa. Pero eso en el momento de la conquista no se podía saber o prever. Esta visión mitificada trata de explicar el pasado a través del presente, y eso nunca es válido.

–¿Esa religión que movió a los musulmanes a invadir la península era violenta? ¿Lo era, en cualquier caso, más que el Cristianismo?

–Ambas religiones tienen tradición de sacralizar la guerra. En eso se diferenciaban poco. Lo que se suele olvidar es que hubo importantes sectores de la aristocracia laica y la eclesiástica visigoda que, ante la desarticulación del estado, optaron por entenderse con el invasor. Esto facilitó la conquista y probablemente redujo en muchos niveles la violencia. Sin olvidar que, en cualquier caso, toda invasión está protagonizada irremediablemente por contingentes militares.

–¿Hubo una conversión masiva al Islam por parte de la población?

–La masa de la población no tuvo protagonismo destacado en los hechos. Hay que hablar de la actuación de las élites sociales, que, a largo plazo, se vieron influenciadas por el proceso de islamización y arabización que vivió la sociedad. Es la consecuencia habitual del predominio de los parámetros socioculturales de las élites conquistadoras, como ocurrió con los romanos o con los españoles en América. Los árabes, la élite conquistadora, hicieron exactamente lo mismo. Al-Ándalus se puede definir como un país árabe e islámico en la Península Ibérica

–¿Y esa élite visigoda se ve forzada a convertirse al Islam?

–Es algo que se desarrolla de forma progresiva. No es que la fuerza invasora imponga su religión, sino que es el producto de la convergencia natural entre élites. Una forma de integrarse en la nueva élite del estado y adaptarse al nuevo orden social. Eso explica por qué la islamización y la arabización fueron predominantes.

–Posiblemente el mito más extendido sobre Al-Ándalus es que se vivió una convivencia ejemplar entre las tres religiones, ¿es cierta esta coexistencia pacífica?

–Se ha abusado significativamente de esta idea de la tolerancia religiosa. Los invasores no quisieron imponer sus creencias, porque no estaban en condiciones de provocar una relación de tensión con la población local. Además, el Corán establece que la fe islámica no se puede imponer por la fuerza a nadie, y esto es un precepto que está claramente estipulado en la tradición religiosa musulmana. Sin embargo, el concepto de tolerancia es algo contemporáneo, que no podemos extrapolar a la Edad Media. Ni en relación con los cristianos ni en relación con los musulmanes. Evidentemente había una coexistencia, y había unos determinados márgenes de tolerancia en ciertos aspectos, pero no hay que olvidar que había una separación de carácter legal entre unas comunidades y otras.

–¿Se puede hablar de Reconquista para englobar un mismo hecho histórico que se extendió durante 800 años?

–El concepto historiográfico de la Reconquista ha tenido una proyección importante en la tradición española. Es cierto que los cristianos de la Edad Media tuvieron el proyecto ideológico de recuperar un territorio que ellos consideraban que se les había sido arrebatado. No obstante, el trabajo del historiador no consiste en legitimar cierta visión o proyecto de guerra. Si hablamos de Reconquista estamos legitimando que esos territorios les fueron realmente arrebatados. Por lo tanto, no soy favorable a la utilización del concepto de Reconquista. Además la noción de Reconquista es algo asociada a una determinada ideología.

Las propias élites cristianas fueron ampliamente colaboracionistas con los conquistadores, como pone de relieve la figura del famoso obispo Don Opas
–El tercer protagonista del periodo es la comunidad judía ¿cuál fue su papel durante la invasión de 711?

–En la época visigoda se aprecia ya una intensa animadversión de los cristianos hacia los judíos. Se puede comprobar en los textos legales de la época visigoda y también en los textos de los concilios (las reuniones de la jerarquía laica y eclesiástica que se realizaba en Toledo). Poco antes de la conquista musulmana se llegó a acusar a los judíos de estar conspirando con sus correligionarios del Norte de África para atacar a los visigodos. A raíz de este clima se ha especulado con la opción de que, de alguna forma, los judíos pudieron facilitar la llegada de los conquistadores musulmanes. No tenemos constancia histórica de que esto llegara a suceder, pero no sería algo discordante con la situación de los judíos y la inestabilidad interna en la península. Las propias élites cristianas fueron ampliamente colaboracionistas con los conquistadores, como pone de relieve la figura del famoso obispo Don Opas, que es el prototipo del obispo católico colaboracionista con los musulmanes.

–¿Qué opina usted cuando escucha a los grupos terroristas reivindicar la recuperación de Al-Ándalus? ¿Es una forma de asustar o realmente existe ese anhelo en la tradición árabe?

–No creo que hablen en broma. Son fanáticos y son capaces de cualquier cosa. Pero ciertamente ha existido siempre en el imaginario árabe una mitificación de Al-Ándalus como el paraíso perdido. Para los árabes, los poetas y los logros de Al-Ándalus forman parte de su cultura. Los extremistas solo han exagerado esa tradición árabe de interpretar Al-Ándalus como el paraíso perdido. No en vano, es algo exclusivo de una minoría. Si hablas con cualquier árabe con cierta capacidad o formación cultural, lo de Al-Ándalus se queda en un ejercicio de nostalgia
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Compendio de héroes de guerra extraordinarios (y III)
Publicado por Diego Cuevas
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Todos los que están alrededor de Carton de Wiart (el caballero sin zurda en la imagen) morirán antes que él. Imagen: Dominio público.
(Viene de la segunda parte)

No sin mi espada

Mayo de 1940, un sargento alemán patrulla junto a su pelotón por una ciudad desierta en busca de soldados aliados a los que dar caza. De repente, escucha un grito de ataque llamando a la carga, pero antes de que pueda reaccionar nota un impacto bajo el cuello y es consciente de que ha sido golpeado por un proyectil enemigo. Se lleva la mano a la herida y descubre con asombro que tiene una flecha clavada en su cuerpo, eleva la mirada hacia una torre cercana y entonces lo ve: un inglés chalado empuñando un arco y blandiendo una espada en medio de la Segunda Guerra Mundial. Aquel sargento acababa de conocer a Jack Churchill y no tendría mucho tiempo para conocer a nadie más.

John Malcolm Thorpe Fleming Churchill (1906-1996), Jack Churchill para los amigos y «Mad Jack» o «Fighting Jack Churchill» para los enemigos, fue un oficial del ejército británico que participó en numerosas refriegas destacando por su arrojo y coraje, pero también por el llamativo detalle de saltar al campo de batalla armado con un arco, una espada y una gaita. Churchill formaba parte de una longeva familia británica de Oxfordshire, llegó a este mundo en Colombo (una colonia británica) y vivió sus primeros años entre Sri Lanka, Inglaterra y Hong Kong. Estudió en King William’s college y se apuntó al Royal Military College de Berkshire para recibir entrenamiento militar. Salió de allí en 1926 con el uniforme planchado, convertido en parte del Regimiento de Manchester y siendo destinado a servir en Burma.

Los años posteriores se los tiró entre las filas de aquel escuadrón viviendo a su manera y recorriendo sobre dos ruedas el sudeste asiático. Porque en general al hombre le aburría bastante tener el culo quieto: cuando se encontraba en Rangún (Birmania) se le encomendó asistir a un curso militar en Pune (India) y decidió, tras razonar que pillar un vuelo era para vagos y acomodados, recorrer los cuatro mil cuatrocientos kilómetros que separaban ambas ciudades en moto. Para la vuelta se lo tomó con más calma y optó por sacarse un billete de barco. Lo hizo en el puerto de Calcuta, tras conducir en su moto los dos mil y pico kilómetros que existen entre Pune y dicha urbe. Trotar motorizado por aquellas tierras era algo que parecía divertirle bastante y sus travesías a lo largo de Burma tenían más de aventura salvaje que de viaje placentero: al no existir carreteras en las rutas, Churchill conducía siguiendo las vías del tren y superaba los ríos cruzando sobre los puentes del ferrocarril, empujando la moto mientras caminaba sobre las traviesas procurando no caerse.

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Jack Churchill. Parece que está realizando trabajos administrativos, pero realmente está calculando cuantas flechas puede clavarle al fotógrafo antes de que se desplome por completo. Imagen: Dominio público.
En 1936, algo aburrido por la falta de acción de aquella época, decidió dejar el ejército y lanzarse a probar suerte en otros terrenos. Trabajó en la redacción de un periódico de Nairobi (Kenia) y como modelo de anuncio. Se esmeró en practicar con la gaita (se había aficionado al instrumento en Maymyo tras toparse con los Queen’s Own Cameron Highlanders) y en mejorar su puntería con el arco hasta que logró hacer oficial que era la hostia en ambos lances: en 1938 quedó finalista en una de las competiciones de gaita más importantes de Inglaterra y un año después representó a su país en los campeonatos mundiales de tiro con arco que se celebraron en Oslo. Ser tan mañoso con los instrumentos de viento y las armas de cuerda también le permitió colarse fugazmente en el mundo del séptimo arte. En la gran pantalla, Mad Jack ejerció de extra en películas como Revuelta en la India(donde aparecía tocando la gaita), El ladrón de Bagdad (donde aparecía disparando el arco) o Un yanqui en Oxford (donde aparecía remando, porque el tío en su momento también se había cruzado el Isis a golpe de pala).

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Jack Churchill en el campeonato mundial de tiro con arco. Imagen: Dominio público.
En septiembre de 1939 las cosas comenzaron a ponerse delicadas en Europa, los alemanes entraron en Polonia y Churchill reingresó en el ejército británico, en el Regimiento de Manchester, para ser destinado a Francia. Parecía el único que realmente estaba contento con todo el marrón de la Segunda Guerra Mundial: «Volví a mi abrigo rojo, el país se había atascado durante mi ausencia». Se le encomendó patrullar tramos tranquilos de Francia pero al hombre aquello le daba sueño y solicitó algo más animado. En mayo de 1940 Mad Jack fue enviado a Richebourg como como segundo al mando de infantería y comenzó a trabajar duro para ganarse su apodo: pisó el campo de batalla portando un arco largo, una gaita y una espada escocesa con guarda de cesta. Y tendió una emboscada a un destacamento alemán agujereando a un comandante de un flechazo y dando la señal de ataque con la tizona. Cuando sus oficiales le preguntaron a qué se debía todo eso de ir a la guerra empuñando un filo, Churchill contestó muy serio: «En mi opinión, señor, cualquier oficial que entre en acción sin su espada está incorrectamente vestido».

Mad Jack continuó la guerra en Dunkerque, hasta donde se supone que llegó montando en bici y con su arco sobre el lomo. Poco después fue enviado de vuelta a Inglaterra y se alistó en los comandos sin saber de qué iba eso (la organización se acababa de crear y no existía demasiada información sobre la misma) y con la intuición de que debía de ser una experiencia emocionante. Churchill disfrutó bastante con la dureza del entrenamiento y, a finales de 1941, se posó en Vågsøy , Noruega, tocando «The March of the Cameron Men» con su gaita antes de comenzar a repartir plomo y espadazos entre las formaciones enemigas.

Un par de años después se presentó en tierras italianas liderando a los comandos con su arco, espada y gaita para guerrear en Catania (Sicilia) y posteriormente en Salerno (Campania), donde capturó a cuarenta y dos nazis ayudado por un cabo llamado Rufell. A Salerno regresaría poco después de la contienda para recuperar su espada, que por lo visto se le había caído mientras trinchaba alemanes. En 1944 encabezó otro rebaño de comandos en Yugoslavia para echar una mano a los partisanos, y los alemanes se llevaron por delante a toda la tropa excepto a Churchill, que se encontraba tocando el «Will Ye No Come Back Again» con su gaita cuando una granada lo dejó inconsciente. Fue capturado, interrogado y trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen, de donde se fugó para ser capturado de nuevo en las costas alemanas y trasladado a la alpina Tirol. Allí, las tropas de las SS abandonaron a los prisioneros a su suerte y el bueno de Jack se pateó más de ciento cincuenta kilómetros a pie hasta Verona para reencontrarse con tropas americanas.

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Juego: localícese a Jack Churchill en esta imagen de un grupo de comandos. Pista: es el único que lleva una espada. Imagen: Dominio público.
Como en la zona oriental del globo las cosas seguían bastante animadas, a Churchill lo destinaron a la guerra del pacífico para que le tocara la gaita un rato a los japoneses, pero fallaron con el timming: cuando llegó a Burma, Nagasaki e Hirosima habían sido desintegradas a base de bombazos y la guerra estaba finiquitada. Aquello no le sentó nada bien a un Mad Jack que se había molestado en afilar la espada: «Si no hubiese sido por esos malditos yanquis habríamos podido mantener la guerra en marcha durante otros diez años más». Eran unas declaraciones insólitas pero coherentes con la mentalidad de alguien que instruía a sus hombres con sentencias como «No hay nada peor que estar sentado sobre tu culo sin hacer nada porque el enemigo ha decidido dejarte solo». Posteriormente se sacó el tituló de paracaidista y en el abril de 1948 se encaró contra los árabes durante la masacre al convoy médico Hadassah.

La posguerra de Churchill fue mucho menos emocionante, pero también tuvo momentos estelares. Volvió a colarse en el cine haciendo de extra en Ivanhoe (disparando un arco), navegó el Támesis en barcos de vapor y ejerció de instructor en una escuela de guerra australiana. Por aquellas tierras descubrió el surf, y no se le dio mal: en julio de 1955 se convirtió en el primer británico que surfeó, sobre una tabla de fabricación propia, una ola del río Severn durante dos kilómetros. Cuando los testigos de aquella gesta le gritaron que saliera del agua por la naturaleza suicida de la tontería, Churchill se rio, les saludó y contestó «¡Estaré bien!». Churchill ostenta también el honor de ser la última persona conocida del hemisferio occidental que ha matado a alguien con un flechazo durante una guerra oficial. Curiosamente, durante sus aventuras militares la espada no fue el único complemento inusual que Mad Jack se atrevió a combinar con el uniforme: en una ocasión se presentó en un desfile cargando con un paraguas. Cuando uno de sus oficiales le preguntó por qué se le había ocurrido traérselo el hombre respondió muy diligentemente: «Porque está lloviendo, señor».

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Jack Churchill animando a la cuadrilla con alegres tonadillas. Imagen: Dominio público.
El inmortal

Sir Adrian Paul Ghislain Carton de Wiart (1880-1963) nació en Bruselas en el seno de una familia de aristócratas, aunque los rumores de la época aseguraban que su sangre tenía una graduación de pedigrí más elevado y en realidad se trataba de un hijo ilegítimo de Leopoldo II, rey de Bélgica. Aquel pequeño Carton de Wiart se tiró sus primeros años saltando entre las tierras de su padre (belga) y su madre (irlandesa) hasta que, tras el fallecimiento de la mujer cuando el niño solo contaba con seis años, su progenitor decidió hacer las maletas e irse a vivir al Cairo. Cuando soplaba las velas de los diez años su madrastra lo envió de vuelta a Inglaterra para que se sacase una educación británica. Pero entre los pupitres de la Universidad de Oxford (concretamente en el Balliol College) comprendió que tendría más futuro caminado entre los fusiles que entre los libros, y desertó de la carrera universitaria para inscribirse en la militar. Se alistó en el ejército británico mintiendo sobre su edad (tenía veinte años pero se echó encima cinco más), con un seudónimo de secundario de serie B («Trooper Carton») y bastantes ganas de participar en la segunda guerra Boer.

Años más tarde, en sus memorias dejaría claro que a él lo que había hecho tilín en un principio era la batalla en general: «Supe que la guerra estaba en mi sangre. Estaba decidido a pelear y no me importaba ni el quién ni el por qué. No sabía por qué había empezado la guerra y tampoco me importaba de qué lado iba a luchar. Si los británicos no me querían me ofrecería a los bóeres. […] Ahora sé que el soldado ideal es el que pelea por su país porque quiere luchar, y por ninguna otra razón. Las causas, la política y las ideologías es mejor dejarlas para los historiadores». En su caso el conflicto bélico parecía un hobby, uno que le llevaría a coleccionar tanto plomo en el cuerpo como para no poder volver a pasar nunca a través de un detector de metales sin fundirlo por sobrecarga.

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Carton de Wiart en un robado. Imagen: Dominio público.
El joven Carton de Wiart se presentó en la segunda Boer con mucha energía y pasión. Y recibió un par de tiros bastante feos en la ingle y el estómago que lo devolvieron a casa. A pesar de la bronca de su padre, que acababa de descubrir que la criatura había dejado los estudios para coleccionar agujeros nuevos en el cuerpo, no abandonó el ejército británico y unos cuantos años después fue enviado a África como parte de la acción aliada en Somalia. Allí se vio envuelto en una lid particularmente sangrienta contra los fanboys de Mohammed bin Abdullah, un encuentro en el que fue disparado dos veces en el mismo ojo, troceada su oreja a causa de otro balazo y herido en el codo por una astilla traicionera. Carton de Wiart describió posteriormente aquel enfrentamiento (del que, recordemos, salió sin ojo y con parche de pirata) como algo muy «excitante y divertido».

En 1915 fue destinado a Francia para liderar diversos batallones en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial y aprovechó para coleccionar nuevas muescas: recibió un balazo en la cabeza y otro en el tobillo durante la batalla del Somme, otro en la cadera durante la tercera batalla de Ypres, otro en la oreja mientras trotaba por Arrás (paso de Calais), y otro más en la pierna en Cambrai. Los enfrentamientos también le dejaron hecha trizas la mano y mientras los doctores decidían si era conveniente o no amputarle los dedos, el hombre se los arrancó por su propia cuenta (la leyenda dice que a mordiscos, aunque no está del todo claro) para ahorrarle tiempo a los cirujanos. En el fondo tampoco parecía preocuparle demasiado quedarse sin zurda, porque comparó el perder aquel miembro con «quitarse un diente».

A pesar de tantas magulladuras, el aguerrido Wiart no se alejó de las aventuras locas: cumplió misiones en Polonia, sobrevivió a un accidente de avión, fue capturado en Lituania y se tiroteó con el Ejército Rojo desde un tren en plan película del Oeste. En 1923 se retiró del ejército siendo general, pero aquello fue más un paréntesis entre guerras que una jubilación real, porque en 1939 volvió a la acción encabezando las misiones británicas en Polonia. En la frontera rumana su destacamento fue atacado por los aviones de la Luftwaffe pero Wiart salió ileso, en Noruega la fuerza aérea alemana bombardearía la ciudad (Namsos) que estaba intentado tomar junto a sus hombres y en Trondheim sufrió diversos ataques de tropas alemanas, ametralladoras, bombarderos y la marina enemiga.

En 1941, el avión en el que viajaba Carton de Wiart rumbo a Belgrado para negociar una alianza con el gobierno yugoslavo se estrelló en el mar tras perder dos motores, pero el hombre sobrevivió al impacto y fue capaz de nadar hasta la costa, donde sería apresado por las autoridades de la Libia italiana. Convertido en prisionero de guerra, Carton de Wiart intentó fugarse en al menos cinco ocasiones tirando de métodos tan clásicos como construir un túnel durante meses (con el hándicap añadido de solo tener una mano disponible) y huir disfrazado del clásico campesino italiano que no sabía hablar italiano y tenía pinta de pirata manco. De manera inexplicable lo acabaron pillando, y no sería liberado hasta un par de años más tarde. Posteriormente colaboró con el gobierno italiano en misiones secretas y se convirtió en el representante personal de Winston Churchill en China. Se retiró definitivamente de las aventuras militares a los sesenta y seis años, con el rango de teniente general. Murió a los ochenta y tres, en su casa.

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Carton de Wiart en el Cairo en 1943, meditando para qué quiere la gente dos manos si con una ya se puede sujetar la pipa. Imagen: Dominio público.
Carton de Wiart no era la persona más abierta del mundo y lo cierto es que era bastante rancio en lo que respecta a la multiculturalidad: antes de pisar China pensaba que los chinos eran «Gente pequeña y caprichosa, con costumbres pintorescas que se dedicaban a tallar jade y venerar a sus abuelas» y al encararse en la frontera con un grupo de guardias rumanos les informó de que en Rumanía solo se había encontrado con tres tipos de personas «Chuloputas, homosexuales y violinistas». Pero su puntuación en el terreno bélico, y esa profunda manía por no querer morirse, resulta envidiable: participó en tres grandes guerras, sobrevivió a bombardeos, coleccionó agujeros en la cabeza, cadera, estómago, ingle, oreja, talón y piernas, perdió un ojo y una mano, fue prisionero de guerra, se estrelló dos veces y casi muere congelado en el mar. Cuando la gente le preguntaba por su pasado militar, aquel Mister Potato humano siempre contestaba: «Sinceramente, disfruté de la guerra».

Mulan Serbian Edition

Milunka Savić (1892 aprox.-1973) nació en la localidad serbia de Koprivnica, en un pequeñísimo pueblo de una veintena de habitantes, y acabó tallando su nombre en la historia a lo bestia al convertirse en la mujer que (probablemente) atesoró más condecoraciones militares. Lo más llamativo de todo esto es que, cuando comenzaron sus tribulaciones soldadescas, ni sus compañeros ni sus superiores sabían que los enormes huevos que demostraba aquel temerario soldado eran en realidad un par de gónadas internas unidas a unas trompas de Falopio.

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Milunka Savić. Imagen: Dominio público.
En 1913 estalló la segunda guerra de los Balcanes por culpa de un montón de señores que no se ponían de acuerdo sobre dónde plantar el alambre que delimitase las fronteras. Y en el buzón del hogar de Savić no tardaría en aparecer una misiva citando a su hermano para formar parte del ejército y servir en el frente. Aquí es donde la cosa comienza a ponerse interesante: Milunka Savić decidió sustituir a su hermano en el combate, se cortó el pelo, se enfundó en ropa de hombre y se presentó ante las autoridades poniendo voz de machote y cara de no saber porque la genética le había parido tan imberbe. La treta le salió bien en un principio, no tardó en catar el combate en Bregalnica, recoger su primera medalla y ascender a cabo. Participó en nueve misiones más procurando (como casi todos los soldados) no acabar visitando la enfermería, pero en la última de ellas la metralla le perforó el pecho y los médicos al desnudarla para atenderla en el hospital descubrieron que eh, esto no debería de estar aquí.

Con su verdadero s*x* revelado, a Savić se le ordenó presentarse ante su comandante. Y la mujer se encontró con un hombre que tenía muy claro que la guerra no era cosa de señoritas, pero también con que ese mismo hombre era un oficial que no tenía ningún interés en perder a una soldado tan valiosa y aguerrida. Se le ofreció el traslado a la unidad de enfermeras y Savić lo rechazó alegando que el único modo en el que ella serviría a su país sería con un arma al hombro. El oficial prometió pensárselo con calma y otorgarle una respuesta al día siguiente, y una hora después la devolvió al frente para seguir masacrando enemigos. Aquello se le dio bastante bien; durante la Primera Guerra Mundial, en la batalla de Kolubara, se coló de un brinco entre las trincheras austriacas y capturó ella sola a una veintena de soldados a punta de bayoneta, un acto por el que fue condecorada con la Estrella de Karadjordje con Espadas.

Su segundo galardón estrellado sería más espectacular y, lo que es más encantador, llegaría propiciado por la necesidad de hacer de vientre: en 1916 Savić estaba asentada junto a sus compañeros en los alrededores del río Crna cuando tuvo que ausentarse para hacer sus necesidades en lo profundo del bosque. Pero al volver a la base se desorientó por completo y acabó metiéndose por error en medio de un campamento enemigo búlgaro. La mujer aprovechó que se sentía ligera y el enemigo estaba bastante confuso para detener por su cuenta a los veintitrés soldados enemigos del asentamiento recién descubierto. Su currículo en todas aquellas lides la cubrió con un medallero envidiable: Francia le colgó la Croix de Guerre (fue la única mujer que la recibió durante la Primera Guerra Mundial) y la Legion d’Honneur, Gran Bretaña la Medalla de la Distinguidísima Orden de San Miguel, Serbia la Medalla a la Valentía y Rusia la Cruz de San Jorge.

A Savić la retiraron del ejército en 1919 y decidió buscarse el pan en Voždovac (Belgrado) pese a que los franceses le ofrecieron una pensión decente como compensación por sus servicios durante la guerra si se instalaba en sus tierras. Durante la Segunda Guerra Mundial, y ante la imposibilidad de combatir en ella, se dedicó a prestar ayuda médica a los partisanos yugoslavos. Pero acabó siendo apresada y enviada a un campo de concentración alemán durante diez meses tras negarse a trabajar (ejercía de limpiadora) en un banquete donde varios oficiales nazis estarían presentes. De vuelta en Voždovac sobrevivió de manera miserable y con escasos recursos hasta que, a principios de los setenta, varios artículos periodísticos denunciando sus condiciones de vida propiciaron que el gobierno le regalase un pequeño apartamento. Murió a los ochenta y un años en 1973, ostentando un par de records difíciles de superar: no solo es la mujer que ostenta el mayor número de reconocimientos por sus servicios en el ejército, sino que además es el único soldado de la historia que fue capaz de ganarse una condecoración cuando se fue a cagar al bosque.

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Milunka Savić la única persona del mundo que es igual de peligrosa sosteniendo ese fusil que agarrando un rollo de papel de váter. Imagen: Dominio público.
https://www.jotdown.es/2019/02/compendio-de-heroes-de-guerra-extraordinarios-y-iii/
:woot: qué personajes!!!!(y) :bigtears:
 
Desvelado el misterio de la miliciana desconocida
Tras dos décadas de investigación, Manuel García ha descubierto al fin que su madre Pilar fue la combatiente que apareció en la portada del 14 de abril de 1936 en ABC
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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:11/03/2019 00:49h

Toda buena historia merece un comienzo a su altura. Y la que hoy ocupa estas líneas cumple tan a rajatabla esa premisa que bien podría empezar como los cuentos de Charles Perrault… Había una vez, allá por septiembre de 1936, una joven miliciana de mono azul y alpargatas de cinta blanca que, en plena Guerra Civil, recibió la visita de un fotógrafo mientras se hallaba en el frente de Aragón. Aunque en la actualidad es imposible saber por qué (quizá por su buena planta, quizá por la mera casualidad), al reportero le llamó la atención la fuerza que inspiraba y decidió hacerle una fotografía en lo alto de un campanario.

Fusil en mano, la chica quedó inmortalizada para siempre recostada bajo la campana de la torre. La instantánea debió gustar al editor de ABC, el diario para que el que trabajaba el periodista, pues la ubicó en una posición inmejorable: la portada del periódico del 14 de octubre.

Sin nombre
La pega fue que, en el texto que acompañaba a la instantánea, el fotógrafo no incluyó el nombre de su modelo. Así pues, aquella joven pasó a la historia como «una miliciana» que «vigila el campo enemigo desde la torre de la iglesia de un pueblo aragonés». Una combatiente anónima, entre otras muchas. Después los caminos de ambos se separaron. El periodista obtuvo su trofeo y, tras publicarse, el retrato se perdió en los archivos.

Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil», Almuzara, 2019). Una bella composición elaborada por Antonio Cuesta que muestra a una miliciana enarbolando un fusil y sentada en lo que parece ser una torre. Aunque sin campanas. «Vi su cara. Era ella», afirma a este diario.

El rompecabezas empezaba a tomar forma, aunque faltaban piezas. Emocionado, contactó con la editorial, desde donde le corroboraron que, efectivamente, se habían basado en una instantánea en la que había una joven y un campanario para hacer la cubierta. También le informaron de que el retrato había sido comprado en Estados Unidos. Pero la mayor parte del trabajo ya estaba hecho y, tras unas rápidas pesquisas con el autor de la obra, pudo hallar la página perdida de ABC con su madre posando.

Misterio descubierto
Con ello desveló un misterio (el nombre de la miliciana, Pilar Pérez Llopis, fallecida en 1999) y demostró algo que todos sabemos, pero que en ocasiones olvidamos: las madres siempre tienen razón. El punto y final del cuento bien podría haberse puesto aquí, pero dos décadas de investigación dan para mucho y han permitido averiguar a Manuel, el mismo que hoy mira ilusionado la instantánea en la sede de ABC y apenas puede hablar debido a la emoción, que su progenitora tuvo un papel destacado en la Guerra Civil.

Gracias a sus pesquisas ha descubierto, por ejemplo, que la mujer que le crió (a veces con mano dura, pues recuerda que era una dama «de armas tomar») apareció también en la portada de La Vanguardia del 20 de septiembre de 1936 y que, según una entrevista que le hizo el mismo diario durante la contienda, tuvo el honor de ser la «primera mujer de España oficialmente sargento».

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Instantáneas de Pilar Llopis - GUILLERMO NAVARRO
Así lo confirma a ABC, entre recortes de periódico, fotos y alguna que otra lágrima de ilusión por tener el privilegio de estar en la misma sala que Manuel, el periodista e investigador Pedro Corral. «En septiembre de 1936 el presidente Largo Caballero acababa de disolver el ejército para expulsar a todas las unidades que habían participado en la sublevación y lo había refundado con el nombre de Ejército Popular de la República. Sin duda fue su primera suboficial», explica.

Pasar página
Gracias al mismo artículo, este abogado también ha descubierto cosas que su madre jamás le había contado, como que ayudó a desenmascarar a dos militares que pretendían pasar al bando franquista y que colaboró de forma activa en batallas acaecidas en Aragón. Algo que, en palabras del escritor, no era habitual. «A pesar de la propaganda, la mayor parte de las milicianas actuaban en retaguardia limpiando, cosiendo o fabricando munición», completa.

Cuando fue entrevistada, Pilar se había convertido en la responsable de intendencia del batallón de Milicianos Pablo Iglesias, y cumplía su cometido con mano de hierro. «No toleraba que las milicianas fueran a lucir el uniforme y la pistola, las organizaba para que trabajaran», añade Manuel. Tras la guerra, sin embargo, decidió abandonar aquella vida y apenas habló de sus gestas con sus hijos. «Pasó página, para ella eran cosas del pasado», completa.

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García y Corral, durante la entrevista - GUILLERMO NAVARRO
Su familia, eso sí, es un ejemplo de libertad de opinión y de hermanamiento. No en vano, su marido (capitán republicano) trabajó tras la contienda para el gobierno de Franco y pasó de votar a Adolfo Suárez, a depositar su confianza en José María Aznar. «Aunque ella siempre fue de izquierdas, en casa jamás escuché una discusión política», finaliza su hijo.

El mito de las amazonas republicanas
La historia de las milicianas republicanas navega entre la realidad y el mito. Cuando comenzó la Guerra Civil se multiplicaron las imágenes de mujeres anarquistas, comunistas y socialistas armadas y preparadas para enfrentarse al enemigo. La estudiosa del feminismo Mary Nash, sin embargo, afirma en sus obras que esta apariencia de guerreras no era más que mera propaganda que buscaba llamar a los hombres a alistarse y que solo una minoría de chicas empuñaron un fusil.

No obstante, eso no impidió que algunas como Rosario La Dinamitera o Casilda Méndez participaran de forma activa en la contienda y se hicieran famosas. Tras la refundación del Ejército Popular, Francisco Largo Caballero insistió en que se retiraran y llevaran a cabo labores como fabricar munición, ensamblar aviones, trabajar en fábricas textiles o lavar la ropa de los militares. Al final, y por desgracia, se las llegó a equiparar con prost*tutas desde ambos bandos para favorecer su marcha de la primera línea. No obstante, eso no impidió que fueran determinantes en este período.

Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil» (Almuzara, 2019) para tratar de desempolvar algunas de esas hazañas y evitar que caigan en el olvido. Aunque, como el mismo recuerda, huyendo siempre del partidismo y del revanchismo. Su trabajo, como él mismo señala, es el fruto de meses de investigación y de decenas de visitas a archivos y bibliotecas. «He podido descubrir sucesos muy llamativos como que el teniente Pedro Mohíno, abanderado de la República el 14 de abril del 31, acabó fusilado por la propia República posteriormente», explica.

https://www.abc.es/cultura/abci-desvelado-misterio-miliciana-desconocida-201903110049_noticia.html
 
La trágica vida sexual de Napoleón: violencia, falta de virilidad y cuernos
El Emperador lo tuvo todo, pero nunca logró enamorar realmente a Josefina, a la que acabó odiando por no quererle
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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:11/03/2019 08:24h
1 El infierno de los españoles que Napoleón usó como carne de cañón en Rusia
Tuvo bajo sus botas a Francia, a Italia y a una buena parte de Europa. Luchó contra los mejores generales de su época y llegó hasta la recóndita tierra de los faraones para tratar de dar su merecido a la colonia más próspera de Gran Bretaña.Napoleón Bonaparte pudo presumir de haber sido un auténtico rey de reyes en el siglo XIX, aunque él prefería hacerse llamar Emperador. Sin embargo, lo que nunca logró tener es aquello que más ansiaba: el amor de su querida Josefina de Beauharnais. Una mujer a la que el «Pequeño corso» quería con locura pero que, según podemos establecer gracias al privilegio que nos da ver los hechos más de dos siglos después, únicamente fingió quererle para poder llenarse los bolsillos a su costa.

Así lo atestigua el amante que la Emperatriz tuvo en París mientras su esposo andaba guerreando para Francia. Un fugaz romance que provocó que su marido pasase de estar rendido a sus pies, a odiarla y hasta maltratarla físicamente. Ella no se quedó atrás pues solía tildarle de inepto sexual.

Napoleón y Josefina se conocieron en 1795, cuando el futuro Emperador no era más que un general de provincia que aún no se había ganado sus galones en el campo de batalla. A esta mujer –a quien los historiadores definen como una dama no excesivamente bella, aunque sí con una sonrisa cariñosa y una figura elegante- tampoco le había deparado la vida nada bueno. Además de haber tenido una cantidad de amantes que podría haber llenado el ala este del palacio de Versalles, acababa de salir de la cárcel después de ser apresada por haber luchado –presuntamente- contra la Revolución Francesa.

«Napoleón y Josefina. Cartas en el amor y en la guerra»- (Editado por Fórcola).

En palabras de esta experta española, Napoleón era entonces un general sin destino, empobrecido (le habían tenido que dejar dinero para comprarse su uniforme) y que vivía en condiciones miserables. Sin embargo, también era un oficial al que se le auguraba una gran carrera militar y que contaba con buenos e importantes amigos en política. «Josefina le vio cómo su salvación. Como un hombre que, cuando ascendiera, podría velar por ella. Sabía que tenía relaciones con grandes políticos, así que fue a por él», añade.

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Napoleón y Josefina
Aunque la leyenda nos dice que fue Napoleón el que se fijó en Josefina y consiguió enamorarla con sus artes, Caso es de una opinión diferente. Ella es partidaria de que el futuro Emperador se enamoró realmente de la española Teresa Cabarrús. No obstante, Beauharnais se interpuso entre ambos y logró mediante sus «artes femeninas» encandilar a Bonaparte.

«En él vio la oportunidad de tener un futuro. Le engañó diciéndole que tenía menos edad de la que realmente tenía y Napoleón, que era sumamente joven y con poca experiencia, cayó rendido en sus brazos. Se enamoró alocadamente de ella», completa la escritora. La escritora es partidaria también de que esta treintañera era una aventurera en el sentido más inmoral de la palabra, aunque dice no querer juzgarla desde el punto de vista actual, pues el contexto social era totalmente diferente. «No podía trabajar, tenía dos hijos… poco podía hacer con su vida. No puedo opinar sobre ella y su forma de actuar», determina.

Loco de amor
Un año después, la feliz pareja se casó en una ceremonia a la que acudió una buena parte del elenco político de la época. Casi como si Josefina fuese un talismán, Bonaparte fue enviado por el Directoriodos días después de su boda a Italia, donde tenía órdenes de combatir y expulsar a los austríacos al mando de un poderoso ejército. La suerte empezaba a sonreír al galo tanto en su vida amorosa, como en su carrera militar.

En los siguientes meses, poseído por el espíritu romántico de la «belle Italie», el francés envió decenas y decenas de cartas a su amada, que residía en París. Todas ellas señalando el gran amor que sentía por ella y su desesperación por volver a estar entre sus brazos. «Napoleón usó el romanticismo más exaltado que se pueda imaginar en sus misivas. Fue la primera fase que vivió su relación: él sumamente enamorado y arrastrándose como un perro ante su mujer», establece Caso.

«Napoleón usó el romanticismo más exaltado que se pueda imaginar en sus misivas»
Las cartas de Napoleón todavía se conservan y muestran claramente a un «Pequeño corso» impactado de lleno por la flecha de Cupido. Así queda claro, por ejemplo, en una misiva enviada el 17 de julio de 1796 en la que escribió lo siguiente: «Desde que te he dejado he estado siempre triste. Mi felicidad consiste en vivir junto a ti. Sin cesar repaso en mi memoria tus besos, tus lágrimas, tus amables zelos, y los encantos de la incomparable Josefina alimentan siempre una llama viva y ardiente en mi corazón y en mis sentidos. ¡Cuándo podré, libre de inquietudes y de negocios, pasar todos mis instante en tu compañía!». Lo mismo sucede en el siguiente escrito sellado apenas diez días después en Milán: «Eres el alma de mi vida y el sentimiento de mi corazón. Bella y virtuosa sin igual, divina Josefina; mil besos amorosos».

Pero mientras el general andaba por tierras italianas, su esposa prefería disfrutar de la buena en París poniéndole, además, una imponente cornamenta con un amante que había quedado prendado de su belleza. «Mientras él escribía totalmente enamorado, ella compraba joyas y ropa en París. Gastaba muchísimo dinero en caprichos», añade Caso.

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Tampoco le devolvía las cartas a su esposo, quien le terminó recriminando su actitud en varios de sus mensajes. Algunas tan duras como la siguiente, enviada el 31 de agosto: «Confiaba haber recibido carta tuya, y tu silencio me abisma en una horrorosa inquietud. Te lo ruego, no me dejes por más tiempo en semejante desasosiego. […] Tú, a quien la naturaleza ha dado dulzura, amenidad y todos los atractivos, ¿cómo puedes olvidar al que te ama con tanto ardor? Tres días estoy sin carta tuya, y sin embargo te he escrito muchas veces. La ausencia es horrible, las noches son largas, fastidiosas e insulsas».

Desesperado por ver a su amada, Bonaparte llegó a pedirle en varias ocasiones que se reuniera con él en Italia. Sin embargo, Josefina tenía siempre una excusa para evitar este encuentro y quedarse en París con su amante. De hecho, se inventó un falso embarazo para escapar de su marido.

Napoleón –que, aunque enamorado, no tenía un pelo del pelucón de tonto- empezó a sospechar lo sucedido unos meses después. Fue entonces cuando envió alguna que otra carta totalmente despechado. Una de las más famosas la escribió el 13 de noviembre de 1796 desde Milán: «Ya no te amo; al contrario, te detesto. Eres una ruin, una torpe, una ruda. No me escribes […], no amas a tu marido. ¿Qué hace usted todo el día señorita? ¿Qué negocio tan importante quita a usted el tiempo para escribir a su bien amante? ¿Qué afecto ahoga y hace poner en el olvido el amor, el tierno y constante amor que le tiene usted prometido? ¿Quién puede ser ese prodigioso y nuevo amante que absorbe todos sus instantes? […] Josefina, tome usted sus precauciones. Una de estas hermosas noches se caerán las puertas y allí estaré».

Desamor en Egipto
En 1798, cuando Napoleón –un general ya reconocido por su éxito en las campañas de Italia- fue enviado a Egipto, la relación entre ambos estaba sumamente dañada. «Egipto fue un punto de inflexión para los dos. Para empezar, porque Napoleón se enteró de que ella le engañaba a nivel económico. Supo que Josefina había empezado una serie de negocios turbios con proveedores del ejército para ahorrar costes y llevarse una parte. Así fue como, por ejemplo, hubo botas que llegaron con suelas de cartón a los soldados o cargamentos de comida en muy mal estado. Todo ello hacía a Josefina ganar un dinero con el que compraba joyas y ropa», añade Caso.

La mayor decepción, sin embargo, le atacó cuando sus generales le dijeron que su esposa tenía un amante. En ese momento el francés se sintió tan decepcionado que tuvo su primera (de varias) aventuras. También empezó a escribir misivas más cortas, de uno o dos párrafos y absolutamente frías y carentes de sentimiento. Todo ello, según Caso, a pesar de que la seguía queriendo.

Cuando el 28 de mayo de 1804 se hizo nombrar Emperador, la relación tenía pocos visos de salvarse. «Fue entonces cuando la situación se invirtió. Ella, que siempre había pasado de él, se volvió cada vez más suplicante. Josefina se percató de que, al no tener hijos con su marido, su papel como emperatriz corría peligro. Por eso se convirtió en un ser amedrentado, suplicante, destrozado, celoso… Intentó usar sus mal llamadas «armas femeninas» para retenerle. Habían cambiado los papeles. Por su parte, Napoleón pasó de tener a Josefina en un altar, a odiarla. Le cogió una manía horrorosa y no volvió a escribirle una de aquellas cartas empalagosas», determina la experta

Inepto sexual y violento
El odio desquició entonces a ambos. Josefina, para empezar, empezó a afirmar en los pequeños círculos de la corte que no había logrado tener hijos por culpa de la ineptitud sexual de su marido. «Viendo que su matrimonio peligraba y que no lograba alumbrar a un niño, quiso echarle las culpas a él. Hay varios testigos de la época que afirmaron que Josefina puso en duda la virilidad de Napoleón, aunque ella nunca deja constancia de ello directamente. Fue una estratagema para dificultar un posible divorcio y ridiculizarle ante los demás», completa Caso.

Sin embargo, y en palabras de la escritora, este argumento quedó rebatido en el momento en que Bonaparte comenzó a tener retoños con sus amantes. Por su parte, el Sire -movido por fugaces momentos de ira- maltrató en repetidas ocasiones a su esposa delante de varias personas. «Era una relación de amor odio. Lo misma la cubría de joyas, que le pegaba», completa la experta a este diario.

Al final, el «Pequeño corso» solicitó el divorcio en diciembre de 1809. Pidió la separación de la mujer que había amado durante 13 años. Así pues, pasó de escribirle cartas subidas de tono hablando de pasar la noche con ella en su «jardín oscuro», a detestarla; de decirle que querría que se quitase los zapatos para hacerla entrar entera en su corazón, a considerarla una traidora.

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Su divorcio –según afirma el cronista de la época Philippe Paul Comte de Segur- fue especialmente duro para el Sire, que renunció al verdadero amor de su vida. Con todo, oficialmente se dijo que ambos habían acordado separarse por el bien de Francia debido a que no habían logrado tener hijos. «El 15 de diciembre se presentó en el senado el Emperador con su esposa. […] Los dos consortes hicieron su declaración, fundada la de Napoleón en la necesidad de tener descendientes, y la de Josefina, en la obligación de sacrificarse por Francia», determina en sus escritos este historiador galo.

Meses después, tras casarse con María Luisa de Habsburgo, Napoleón recordó de nuevo el amor que sentía hacia Josefina y empezó a enviarle regularmente dinero para que pudiese seguir viviendo como una emperatriz. «Parece que recordó a aquella Josefina a la que amó en Italia. Por ello empezó también entre ambos una relación epistolar», añade Caso.

Así, hasta que nuestra protagonista dejó este mundo en 1814 debido a una pulmonía. Con todo, al final Napoleón decidió ponerse «digno» en su destierro en Santa Elena y escribir, poco antes de marcharse al otro barrio, lo siguiente: «Quise de verdad a Josefina, aunque no la estimaba. Era demasiado mentirosa. Pero tenía algo que me gustaba mucho; era una verdadera mujer; tenía el culo más bonito del mundo, con sus tres islotes de la Martinica».
https://www.abc.es/historia/abci-tr...virilidad-y-cuernos-201903110059_noticia.html
 
La trágica vida sexual de Napoleón: violencia, falta de virilidad y cuernos
El Emperador lo tuvo todo, pero nunca logró enamorar realmente a Josefina, a la que acabó odiando por no quererle
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Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:11/03/2019 08:24h
1 El infierno de los españoles que Napoleón usó como carne de cañón en Rusia
Tuvo bajo sus botas a Francia, a Italia y a una buena parte de Europa. Luchó contra los mejores generales de su época y llegó hasta la recóndita tierra de los faraones para tratar de dar su merecido a la colonia más próspera de Gran Bretaña.Napoleón Bonaparte pudo presumir de haber sido un auténtico rey de reyes en el siglo XIX, aunque él prefería hacerse llamar Emperador. Sin embargo, lo que nunca logró tener es aquello que más ansiaba: el amor de su querida Josefina de Beauharnais. Una mujer a la que el «Pequeño corso» quería con locura pero que, según podemos establecer gracias al privilegio que nos da ver los hechos más de dos siglos después, únicamente fingió quererle para poder llenarse los bolsillos a su costa.

Así lo atestigua el amante que la Emperatriz tuvo en París mientras su esposo andaba guerreando para Francia. Un fugaz romance que provocó que su marido pasase de estar rendido a sus pies, a odiarla y hasta maltratarla físicamente. Ella no se quedó atrás pues solía tildarle de inepto sexual.

Napoleón y Josefina se conocieron en 1795, cuando el futuro Emperador no era más que un general de provincia que aún no se había ganado sus galones en el campo de batalla. A esta mujer –a quien los historiadores definen como una dama no excesivamente bella, aunque sí con una sonrisa cariñosa y una figura elegante- tampoco le había deparado la vida nada bueno. Además de haber tenido una cantidad de amantes que podría haber llenado el ala este del palacio de Versalles, acababa de salir de la cárcel después de ser apresada por haber luchado –presuntamente- contra la Revolución Francesa.

«Napoleón y Josefina. Cartas en el amor y en la guerra»- (Editado por Fórcola).

En palabras de esta experta española, Napoleón era entonces un general sin destino, empobrecido (le habían tenido que dejar dinero para comprarse su uniforme) y que vivía en condiciones miserables. Sin embargo, también era un oficial al que se le auguraba una gran carrera militar y que contaba con buenos e importantes amigos en política. «Josefina le vio cómo su salvación. Como un hombre que, cuando ascendiera, podría velar por ella. Sabía que tenía relaciones con grandes políticos, así que fue a por él», añade.

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Napoleón y Josefina
Aunque la leyenda nos dice que fue Napoleón el que se fijó en Josefina y consiguió enamorarla con sus artes, Caso es de una opinión diferente. Ella es partidaria de que el futuro Emperador se enamoró realmente de la española Teresa Cabarrús. No obstante, Beauharnais se interpuso entre ambos y logró mediante sus «artes femeninas» encandilar a Bonaparte.

«En él vio la oportunidad de tener un futuro. Le engañó diciéndole que tenía menos edad de la que realmente tenía y Napoleón, que era sumamente joven y con poca experiencia, cayó rendido en sus brazos. Se enamoró alocadamente de ella», completa la escritora. La escritora es partidaria también de que esta treintañera era una aventurera en el sentido más inmoral de la palabra, aunque dice no querer juzgarla desde el punto de vista actual, pues el contexto social era totalmente diferente. «No podía trabajar, tenía dos hijos… poco podía hacer con su vida. No puedo opinar sobre ella y su forma de actuar», determina.

Loco de amor
Un año después, la feliz pareja se casó en una ceremonia a la que acudió una buena parte del elenco político de la época. Casi como si Josefina fuese un talismán, Bonaparte fue enviado por el Directoriodos días después de su boda a Italia, donde tenía órdenes de combatir y expulsar a los austríacos al mando de un poderoso ejército. La suerte empezaba a sonreír al galo tanto en su vida amorosa, como en su carrera militar.

En los siguientes meses, poseído por el espíritu romántico de la «belle Italie», el francés envió decenas y decenas de cartas a su amada, que residía en París. Todas ellas señalando el gran amor que sentía por ella y su desesperación por volver a estar entre sus brazos. «Napoleón usó el romanticismo más exaltado que se pueda imaginar en sus misivas. Fue la primera fase que vivió su relación: él sumamente enamorado y arrastrándose como un perro ante su mujer», establece Caso.

«Napoleón usó el romanticismo más exaltado que se pueda imaginar en sus misivas»
Las cartas de Napoleón todavía se conservan y muestran claramente a un «Pequeño corso» impactado de lleno por la flecha de Cupido. Así queda claro, por ejemplo, en una misiva enviada el 17 de julio de 1796 en la que escribió lo siguiente: «Desde que te he dejado he estado siempre triste. Mi felicidad consiste en vivir junto a ti. Sin cesar repaso en mi memoria tus besos, tus lágrimas, tus amables zelos, y los encantos de la incomparable Josefina alimentan siempre una llama viva y ardiente en mi corazón y en mis sentidos. ¡Cuándo podré, libre de inquietudes y de negocios, pasar todos mis instante en tu compañía!». Lo mismo sucede en el siguiente escrito sellado apenas diez días después en Milán: «Eres el alma de mi vida y el sentimiento de mi corazón. Bella y virtuosa sin igual, divina Josefina; mil besos amorosos».

Pero mientras el general andaba por tierras italianas, su esposa prefería disfrutar de la buena en París poniéndole, además, una imponente cornamenta con un amante que había quedado prendado de su belleza. «Mientras él escribía totalmente enamorado, ella compraba joyas y ropa en París. Gastaba muchísimo dinero en caprichos», añade Caso.

resizer.php

Tampoco le devolvía las cartas a su esposo, quien le terminó recriminando su actitud en varios de sus mensajes. Algunas tan duras como la siguiente, enviada el 31 de agosto: «Confiaba haber recibido carta tuya, y tu silencio me abisma en una horrorosa inquietud. Te lo ruego, no me dejes por más tiempo en semejante desasosiego. […] Tú, a quien la naturaleza ha dado dulzura, amenidad y todos los atractivos, ¿cómo puedes olvidar al que te ama con tanto ardor? Tres días estoy sin carta tuya, y sin embargo te he escrito muchas veces. La ausencia es horrible, las noches son largas, fastidiosas e insulsas».

Desesperado por ver a su amada, Bonaparte llegó a pedirle en varias ocasiones que se reuniera con él en Italia. Sin embargo, Josefina tenía siempre una excusa para evitar este encuentro y quedarse en París con su amante. De hecho, se inventó un falso embarazo para escapar de su marido.

Napoleón –que, aunque enamorado, no tenía un pelo del pelucón de tonto- empezó a sospechar lo sucedido unos meses después. Fue entonces cuando envió alguna que otra carta totalmente despechado. Una de las más famosas la escribió el 13 de noviembre de 1796 desde Milán: «Ya no te amo; al contrario, te detesto. Eres una ruin, una torpe, una ruda. No me escribes […], no amas a tu marido. ¿Qué hace usted todo el día señorita? ¿Qué negocio tan importante quita a usted el tiempo para escribir a su bien amante? ¿Qué afecto ahoga y hace poner en el olvido el amor, el tierno y constante amor que le tiene usted prometido? ¿Quién puede ser ese prodigioso y nuevo amante que absorbe todos sus instantes? […] Josefina, tome usted sus precauciones. Una de estas hermosas noches se caerán las puertas y allí estaré».

Desamor en Egipto
En 1798, cuando Napoleón –un general ya reconocido por su éxito en las campañas de Italia- fue enviado a Egipto, la relación entre ambos estaba sumamente dañada. «Egipto fue un punto de inflexión para los dos. Para empezar, porque Napoleón se enteró de que ella le engañaba a nivel económico. Supo que Josefina había empezado una serie de negocios turbios con proveedores del ejército para ahorrar costes y llevarse una parte. Así fue como, por ejemplo, hubo botas que llegaron con suelas de cartón a los soldados o cargamentos de comida en muy mal estado. Todo ello hacía a Josefina ganar un dinero con el que compraba joyas y ropa», añade Caso.

La mayor decepción, sin embargo, le atacó cuando sus generales le dijeron que su esposa tenía un amante. En ese momento el francés se sintió tan decepcionado que tuvo su primera (de varias) aventuras. También empezó a escribir misivas más cortas, de uno o dos párrafos y absolutamente frías y carentes de sentimiento. Todo ello, según Caso, a pesar de que la seguía queriendo.

Cuando el 28 de mayo de 1804 se hizo nombrar Emperador, la relación tenía pocos visos de salvarse. «Fue entonces cuando la situación se invirtió. Ella, que siempre había pasado de él, se volvió cada vez más suplicante. Josefina se percató de que, al no tener hijos con su marido, su papel como emperatriz corría peligro. Por eso se convirtió en un ser amedrentado, suplicante, destrozado, celoso… Intentó usar sus mal llamadas «armas femeninas» para retenerle. Habían cambiado los papeles. Por su parte, Napoleón pasó de tener a Josefina en un altar, a odiarla. Le cogió una manía horrorosa y no volvió a escribirle una de aquellas cartas empalagosas», determina la experta

Inepto sexual y violento
El odio desquició entonces a ambos. Josefina, para empezar, empezó a afirmar en los pequeños círculos de la corte que no había logrado tener hijos por culpa de la ineptitud sexual de su marido. «Viendo que su matrimonio peligraba y que no lograba alumbrar a un niño, quiso echarle las culpas a él. Hay varios testigos de la época que afirmaron que Josefina puso en duda la virilidad de Napoleón, aunque ella nunca deja constancia de ello directamente. Fue una estratagema para dificultar un posible divorcio y ridiculizarle ante los demás», completa Caso.

Sin embargo, y en palabras de la escritora, este argumento quedó rebatido en el momento en que Bonaparte comenzó a tener retoños con sus amantes. Por su parte, el Sire -movido por fugaces momentos de ira- maltrató en repetidas ocasiones a su esposa delante de varias personas. «Era una relación de amor odio. Lo misma la cubría de joyas, que le pegaba», completa la experta a este diario.

Al final, el «Pequeño corso» solicitó el divorcio en diciembre de 1809. Pidió la separación de la mujer que había amado durante 13 años. Así pues, pasó de escribirle cartas subidas de tono hablando de pasar la noche con ella en su «jardín oscuro», a detestarla; de decirle que querría que se quitase los zapatos para hacerla entrar entera en su corazón, a considerarla una traidora.

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Su divorcio –según afirma el cronista de la época Philippe Paul Comte de Segur- fue especialmente duro para el Sire, que renunció al verdadero amor de su vida. Con todo, oficialmente se dijo que ambos habían acordado separarse por el bien de Francia debido a que no habían logrado tener hijos. «El 15 de diciembre se presentó en el senado el Emperador con su esposa. […] Los dos consortes hicieron su declaración, fundada la de Napoleón en la necesidad de tener descendientes, y la de Josefina, en la obligación de sacrificarse por Francia», determina en sus escritos este historiador galo.

Meses después, tras casarse con María Luisa de Habsburgo, Napoleón recordó de nuevo el amor que sentía hacia Josefina y empezó a enviarle regularmente dinero para que pudiese seguir viviendo como una emperatriz. «Parece que recordó a aquella Josefina a la que amó en Italia. Por ello empezó también entre ambos una relación epistolar», añade Caso.

Así, hasta que nuestra protagonista dejó este mundo en 1814 debido a una pulmonía. Con todo, al final Napoleón decidió ponerse «digno» en su destierro en Santa Elena y escribir, poco antes de marcharse al otro barrio, lo siguiente: «Quise de verdad a Josefina, aunque no la estimaba. Era demasiado mentirosa. Pero tenía algo que me gustaba mucho; era una verdadera mujer; tenía el culo más bonito del mundo, con sus tres islotes de la Martinica».
https://www.abc.es/historia/abci-tr...virilidad-y-cuernos-201903110059_noticia.html

Este artículo tiene muchas contradicciones.

Quien tenía relaciones con los políticos del Directorio era ella, quien, de hecho, era amante de Barràs. Cuando éste quiso terminar su relación le recomendó que se casase con ese joven general tan ambicioso. Para ella conquistarle fué coser y cantar,

Es extraño que hasta ahora no se haya leido en ninguna parte que Josefina minusvaloraba sexualmente a su Bonaparte, como le llamaba. Es posible que al principio él hubiese ido tras la Cabarrús, pero después le prohibió pisar su corte despechado porque la Cabarrús no habría querido acostarse con él. Se casó enamoradísimo de Josefina y es cierto que al principio ella le era infiel, pero el amor de ellos fué cambiando, a medida que alcanzaba más poder el de él iba disminuyendo mientras el de ella aumentaba hasta enamorarse de él y sufrir con las infidelidades y la noticia de que la condesa Walezka había tenido un hijo al que Napoleón reconoció, no como a otro anterior.

El divorcio fué cruel aunque él siguió visitándola y escribiéndola. Le dolió que ella fuese anfitriona del zar Alejandro I cuando éste llegó a Paris estando él en el exilio de Elba. Cuando volvió a Paris, tras los 100 dias, ella había muerto. Y durante el resto de su duro exilio en Santa Elena, nunca pudo olvidarla.
 
Elena Ceauşescu, celebrity odiosa
Publicado por Álvaro Corazón Rural
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Nicolae y Elena Ceausescu, 1976. Fotografía: Ion Chibzii (CC BY-SA 2.0)
Su carácter y ambiciones eran similares a los de la albanesa Nexhmije Hohxa, a los de la alemana oriental Margot Honecker o los de la china Jiang Qing, esposa de Mao Zedong, pero ninguna de ellas tuvo tanto poder en el partido ni recibió un culto a la personalidad como la rumana Elena Ceauşescu. Su personalidad también fue siempre bastante singular. Vaya por delante que Gheorghiu Dej, primer líder comunista de Rumanía, le prohibió la entrada a los terrenos de juego después de pelearse en un estadio con Martha Drăghici, esposa del ministro del Interior. Elena era hincha del CCA, años después Steaua, y aquel día jugaba contra el Dinamo que presidía Martha. El derbi eterno. Elena era, de natural, hooligan.

Su comportamiento áspero no era un mito. Según el politólogo y actualmente diplomático polaco Adam Burakowski en su obra sobre la etapa comunista rumana Dictatura lui Nicolae Ceauşescu (1965-1989), su forma de ser conspiradora, celosa y despiadada se ha podido constatar en conversaciones transcritas:

La figura clave fue Elena Ceauşescu. De acuerdo con la opinión consensuada de los testigos de la época, la esposa del dictador rumano era una persona de una extraña tensión espiritual, atormentada por un profundo complejo de inferioridad y una sed de poder. Desconcertaba a quienes la rodeaban, le gustaba intrigar y humillar a los demás. Las actas de las sesiones de Comité del Partido Comunista Rumano u otros órganos de poder confirman esta tesis: las intervenciones de Elena confirman todos los rasgos negativos que se le han reprochado.

Gran parte de lo que se sabe de ella se debe a que su hombre de confianza, su mano derecha, Ion Mihai Pacepa, general de los servicios secretos, la traicionó. La suya fue la deserción de mayor rango de todo el bloque del Este. Pacepa servía a los Ceauşescu, pero los odiaba en secreto. En la actualidad sigue siendo un convencido anticomunista. Ha escrito libros y artículos sobre desinformación con la teoría de que los comunistas se centraron en conquistar mentes porque no podrían ganar una guerra. Se dijo que su huida causó más daño que el terremoto de 1977. Nicolae Ceauşescu quedó al borde de la apoplejía del disgusto. Sobre todo por lo que reveló en el libro de memorias que publicó en 1987 una vez instalado en Estados Unidos, Red Horizons, en el que la megalomanía y el despotismo del matrimonio en el poder estaba salpimentado con escenas de su vida íntima y cotidiana.

Por ejemplo, en las primeras páginas el libro empezaba en alto contando que a Nicolae le encantaba relajarse en su cine personal viendo Kojak en pantalla grande. Le acompañaba normalmente su esposa con el camisón puesto. Pacepa reveló que se servían unas bebidas. Él, vino blanco moldavo; ella, champán Cordon Rouge (era capaz de bajarse más de una botella, dijo en otro pasaje). Al terminar el episodio ella casi nunca acababa despierta y yacía con el camisón entreabierto medio desnuda en la butaca.

Escenas de matrimonio que fueron serializadas y emitidas por Radio Free Europe en Rumanía, también se introdujeron copias del libro impresas ilegalmente en Hungría en el país. Todo lo publicado, verdad o mentira, se conoció rápidamente. Tanto es así que en el juicio en el que se les condenó a la pena capital parte de las acusaciones del fiscal procedían palabra por palabra de esas páginas. Burakowski confirmó que Elena era irascible y caprichosa en la documentación del partido, entrevistas posteriores a miembros de la nomenclatura también han ido por los mismos derroteros. La mejor imagen que se ha dado de ella quizá sea la de las memorias de su traductora e intérprete de inglés, Violeta Năstăsescu, que escribió Elena Ceauşescu: confesiuni fără frontiere (Confesiones sin fronteras) con la intención expresa de arrojar algo de luz sobre el personaje con tanta información «exagerada y deformada» que se ha difundido sobre ella.

La paradoja es que justo después de que Pacepa, un personaje tan sensible para la jerarquía del partido, escapase y empezase a escribir, en Rumanía los Ceauşescu intensificaron hasta niveles delirantes el culto a la personalidad. Los chismes sobre su vida privada y personalidad penetraron en el país cuando más pomposa y persistente era la propaganda política para mayor gloria de sí mismos. Fue un cóctel explosivo que solo pudo acabar como acabó.

En 2017, un artículo firmado por Annemarie Sorescu Marinković en la revista Balcanica, editada por el Instituto de Estudios Balcánicos de la Academia de las Artes y las Ciencias de Serbia, analizó la presencia de Elena Ceauşescu en la televisión rumana. Su conclusión era que con la exposición al público que llevó a cabo consiguió lo contrario que pretendía: fue la persona más odiada del país. Veinte años después de la caída del régimen, un 87% de rumanos todavía la despreciaban.

Hubo miles de horas en televisión y radio dedicadas a la madre de la nación. Se mentía sobre su edad y su educación, se inventaron sus logros científicos y se desarrolló toda una industria para rendirle homenajes. Todo, según Marinković, para «ocultar su abismal ignorancia y su infinita vanidad». En un libro aparecido en Francia, Femmes de dictateur, Diane Ducret había dedicado un capítulo a Elena basado prácticamente en su totalidad en las revelaciones Pacepa. La parte más espectacular era la de su carrera y tesis. El profesor Dimitru Sandulescu se negó dos veces a graduarla, tuvo que ceder a la tercera. La tesis se defendió a puerta cerrada. Christopher Simionescu, su director, se ausentó alegando enfermedad. En el tribunal, Constatin Nenitzescu protestó por lo que estaba oyendo. Fue degradado y su nombre desapareció de la enciclopedia. Coriolan Dragulescu, que la llenó de elogios, se convirtió en el nuevo rector. Pero pudo permitirse semejantes atropellos porque su marido, líder del país, se encontraban en un momento dulce.

Como es sabido, Ceauşescu comenzó su andadura al frente de la nación con gran prestigio. Se opuso a la intervención del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. Puso a desfilar al ejército y a los obreros con lanzacohetes al hombro como aviso a la Unión Soviética. Antes ya se había negado a aceptar el papel de su país en el Comecon. En los planes de Moscú para la economía socialista europea Rumanía debía tener una función auxiliar de las repúblicas más desarrolladas industrialmente, la RDA y Checoslovaquia. Ceauşescu quería industria y universidades para su país, no ser el granero de nadie. Se rebeló.

Con esta pequeña revolución dentro de la revolución se ganó el favor de su pueblo. Hasta la oposición se afilió al Partido Comunista aquellos días de emergencia nacional. La confianza que recibió de los rumanos se vio reflejada inicialmente en las celebraciones de su cumpleaños en los periódicos. Le llegaban telegramas de felicitación por miles. Pero todo cambió tras su visita en 1973 a China y Corea del Norte. La eficacia de los sistemas de control de masas que se encontró allí le fascinaron y decidió aplicarlos en casa.

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Elena Ceausescu recibe el doctorado honoris causa por la Universidad de Buenos Aires, 1974. Fotografía: Romanian Communism Online Photo Collection (CC).
El culto a la personalidad, por la influencia asiática, pasó a ser absoluto. Es decir, todo confluyó en él. Fue, como comunista, el gran revolucionario, el gran teórico del orden mundial, el campeón de la paz, el arquitecto de la nueva Rumanía, pero también, en un sentido nacional, fue el padre de la patria, el garante de la unidad nacional, el nuevo rey Carol II. Hubo una especie de fusión de los rituales bizantinos de glorificación con la afirmación de la ortodoxia marxista-leninista.

Sin embargo, según el politólogo rumano Vladimir Tismăneanu, toda la parafernalia que puso en marcha para mayor gloria de sí mismo no le sirvió de nada. Se podría poner como un ejemplo de ineficacia política, añade Marinković. De ser un líder creíble y popular a finales de los sesenta pasó a ser una mera caricatura. En el clímax del culto a la personalidad hacia él, a finales de los ochenta, Ceauşescu era menos popular que cuando subió al poder. La idolatría ciega que instituyó solo le sirvió para convertirse en una de las personas más detestadas en Rumanía, solo por detrás, eso sí, de su esposa. De hecho era frecuente la opinión machista de que por culpa de ella, por su influencia, él se había convertido en un déspota.

Elena al principio apareció en la propaganda con el fin de mostrar que el líder del partido, además de un patriota, era también un padre de familia. Luego ella empezó a servir para ensalzar la meritocracia de la sociedad comunista, gracias a la cual había conseguido llegar a lo más alto en su carrera científica. No hay que olvidar que era una chica de pueblo enviada por sus padres a la ciudad para conseguir trabajo en la incipiente industria. Tras la guerra, sus logros, previo paso por una universidad para miembros del partido sin estudios, a la vista estaban.

Con esa estrategia se incrementaron los cuentos de su carrera científica. A principios de los sesenta había sido secretaria del Instituto Central para Investigaciones Científicas. En el 65 ascendió a directora en el momento en el que su marido consiguió al liderato del partido. En el 66 recibió la Orden al Mérito Científico de Primera Clase. En el 74 ingresó en la Academia de las Ciencias. Y durante todo el gobierno de su marido recibió numerosos premios honoríficos por sus logros científicos. Cada visita internacional de Ceauşescu se traducía en un premio para ella. Recibió doctorados honoris causa por las universidades de Manila, Jordania, Brasil, Teherán… diez países, también un diploma de un instituto de investigación química estadounidense. El Museo Nacional de Rumanía tenía una sala especial para albergar todos estos reconocimientos. En el mercado de coleccionistas una moneda de plata con su rostro en honor a sus méritos científicos cuestan alrededor de quinientos euros.

Pero había una explicación lógica dentro de las dinámicas del comunismo. En aquel entonces, la necesidad del Estado, sin embargo, era prosaica: necesitaban incorporar mujeres a la fuerza laboral del país. Más adelante la prioridad fue aumentar la población y solo se permitió el aborto para las mujeres que ya hubieran tenido cuatro hijos. Ella tuvo tres.

A partir de 1979 el repliegue fue aún mayor. Ceauşescu pasó a ser un dios y Elena una semidiosa. Si a su marido le habían fascinado los líderes comunistas asiáticos ella tuvo como referente a una bailarina: Eva Perón. Copió de ella su papel de madre compasiva de la nación. Pacepa pone en su boca el siguiente comentario para explicar su inspiración: «Si la put* de un nightclub de Caracas (sic) lo consiguió ¿por qué no una mujer de ciencias?». Năstăsescu fue testigo del encuentro entre ambas:

Siguió de cerca cómo se movía, la actitud, los gestos y el estilo de la primera dama argentina. Una noche, antes de cenar, hablando con Elena Ceauşescu sobre las impresiones del día, habló de Eva Perón comentando cómo estaba vestida, las joyas que llevaba y, en general, cómo era su conducta. «Le pregunté cómo organizaba su horario diario y descubrí que siempre reservaba tiempo para un tratamiento cosmético, deportes de tiempo libre y otras cosas así», me dijo. «Me gusta estudiar a mujeres de este tipo».

Otra mujer que pudo influenciarla fue Imelda Marcos, que según Năstăsescu fue extremadamente hospitalaria con ella cuando fueron de visita a Manila. No se separó de ella en toda la visita. «Más bella y mejor vestida que nunca», recordó, Imelda le tocó y cantó al piano «Strangers in the Night». Uno de los palacetes a los que la llevó era de sus padres. Se lo dijo para que viera que ya antes de estar en el gobierno era una mujer de dinero por vía familiar. También tuvo encuentros con la emperatriz Farah de Irán y su lujosa corte. La intérprete tuvo que explicarle en qué consistía el islam para que entendiese dónde estaba y no metiera la pata en las conversaciones. Lo que le interesaba de estos viajes eran sus homólogos. «Solía examinar con lupa a las damas con las que coincidió. Me dijo en una recepción en Egipto: “Mírala, se puso el mismo vestido que usó en nuestra recepción cuando vino Mubarak a Bucarest”».

En esos entornos de riqueza y ostentación célebres fueron sus sablazos. Se antojó de un yate del rey Hussein de Jordania, que se excusó diciendo que era de su hija, pero, avergonzado por su insistencia, le prometió que le pediría uno a Estados Unidos para ella. Parece que se quedó amarrado en el mar Negro sin que llegara a navegarlo. A Pacepa le encargó que se las arreglara para que los Carter le regalasen abrigos de visón. Cualquier empresa japonesa que quisiera negociar con Rumanía tenía que obsequiarla con perlas negras. Puede que su obsesión por construir un palacio más grande que Versalles en Bucarest surgiera en estos viajes.

En un principio, en los setenta, según Cornelia Les, del Students of History Association de Budapest, Elena había permanecido a la sombra de su esposo en la exposición pública. Ni siquiera se la nombraba, se decía solo que era su mujer. Fue cuando cumplió cuarenta años de supuesta «actividad revolucionaria» cuando el diario Scinteia le dedicó dos días a la onomástica con titulares como: «Gran ejemplo de devoción y pasión revolucionaria», «Combatiente principal del Partido por el glorioso destino de Rumania», «Contribución prestigiosa a la evolución de la ciencia rumana, a la causa de la paz y la cooperación internacional», «Han celebrado los logros de Elena Ceauşescu no como esposa, sino como compañera».

Dos años más tarde, por su cumpleaños se le dedicaba un poema:

Para la primera mujer del país, el homenaje de todo el país

Como una estrella está al lado de una estrella en el arco eterno del cielo, al
lado del Gran Hombre

vigila el camino de Rumanía hacia la gloria.

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Nicolae y Elena Ceausescu, 1976. Fotografía: Ion Chibzii (CC BY-SA 2.0)
De su visita a España en el 79 dejó constancia Inocencio Arias en sus memorias La trastienda de la diplomacia. Escribió que el matrimonio trajo un catador que probaba todas las viandas que les ponían por delante, estaba siempre sentado a su lado, incluso en las cenas de gala. Cuando se encontraban en la Moncloa para reunirse con el presidente, Elena desapareció en el momento en que todos ya habían tomado asiento. Juan Durán, director general de la Policía para Europa del Ministerio de Asuntos Exteriores, salió en su búsqueda por las habitaciones contiguas. Se la encontró, precisamente, en el despacho personal de Suárez. Estaba ella sola ahí metida «subiéndose las bragas». Seguramente decidió arreglarse un poco más.

Estas inseguridades las confirmó Emilia Marinela Macovescu, esposa del ministro de Asuntos Exteriores, George Macovescu, que reveló en una entrevista en la revista Historia múltiples excentricidades de la primera dama. Cuando veía que otra mujer rumana vestía bien se sentía frustrada. Según Macovescu hubo muchas ocasiones en las que se dirigió corriendo hacia alguna y agarrándole el vestido le preguntaba gritando «¿Dónde lo has comprado?». Pacepa también contaba que era supersticiosa. Si pensaba que un vestido le había dado mala suerte, lo rompía con sus propias manos y lo mandaba quemar. Si pensaba que le había ido bien con otro, no se lo quitaba nunca. Su armario era tres veces más grande que el de su marido. En la Universidad de Manila, Năstăsescu no se atrevió a ponerse la túnica y sombrero de doctora, confesó, para no competir con ella en la ceremonia de entrega de su doctorado honoris causa.

Todas las mujeres de la nomenclatura tenían cuidado cuando iban a una recepción en su presencia de ir elegantes, pero no sobrepasar los límites. Por si había dudas, llegó a emitirse una circular con instrucciones para ellas que limitaba sus peinados, prohibía el pintalabios, maquillajes y esmalte de uñas. Lo del catador en España no era nada comparado con su pánico a los microbios. En Año Nuevo, cuando tenía que saludar una a una dándoles la mano, tenía un camarero que iba detrás de ella limpiándole la mano con alcohol. Esto también lo confirma la intérprete en su libro.

Tuvo celos de la actriz Violeta Andrei, casada con otro ministro, a la que prohibió volver a actuar. Luego le destituyó a él de su puesto. Su matrimonio era demasiado radiante y se le hizo insoportable. Pacepa revela en su libro que lo que le encantaba era seguir con agentes, cámaras y micrófonos a las mujeres que odiaba para ver si eran infieles. De Violeta descubrió, escribió Pacepa, que lo fue con estudiantes y atletas. Escuchaba las cintas de sus relaciones sexuales una y otra vez.

En el caso de la mujer del ministro Gheorge Pana, otro matrimonio que no le gustaba, como no conseguía nada, se enfadó con Pacepa harta de que esa mujer pareciera «la Virgen María». Le dio un ultimátum al general: tres meses para conseguir algo. Ordenó que pusiera a trabajar a sus mejores agentes Romeo para que esa mujer le fuera infiel a su marido y le dio detalles del vídeo sexual que tenía que llevar a su mesa. Algo similar hizo también con la prole. No le gustaba el novio de Zoia, su hija, y quiso saber cada detalle de su vida privada, le hizo seguimientos, puso micrófonos y cámaras hasta en el baño.

Fue en los ochenta cuando Rumanía empezó a tener problemas para devolver la deuda externa y empezó un periodo de gran carestía, desabastecimiento y cortes de energía, que los Ceauşescu concentraron todo el poder. A Elena las cámaras de televisión la seguían a todas partes. Aparecía en cada visita a una fábrica o una aldea. Los niños del lugar la recibían y ella les acariciaba cariñosamente. El matrimonio, durante esta década, exigía a los editores de los informativos de televisión que se les captase desde una distancia prudencial que no mostrase sus arrugas bajo amenazas de severas sanciones.

En las memorias que publicó Santiago Carrillo en 1993 contaba un encuentro con la pareja que ponía de manifiesto su obsesión por parecer jóvenes. Aunque si juzgamos por sus recuerdos, ella parece cuerda y normal y es a él al que se le va la olla:

Estoy convencido de que a partir de cierto momento Ceauşescu llegó a perder el juicio, no estaba en sus cabales. Empecé a darme cuenta una vez en los años setenta, en que con ocasión de la fiesta nacional me invitó a comer, con mi mujer y otros dirigentes del partido y del gobierno en su residencia en Bucarest. Me había llamado la atención, una vez más, lo jóvenes que parecían los dirigentes en las fotos que los manifestantes portaban en el desfile. Ya en la sobremesa, bromeando, pregunté: «¿Por qué razón las fotos, en vez de ser las de ahora, son las que os hicisteis cuando vuestro ingreso en el partido?». Todos los presentes se echaron a reír y su mujer, riéndose también, reconoció que la suya era de diecisiete años antes. Entonces Nicolae, muy serio, afirmó que la suya estaba hecha ahora. Como le hiciera observar que en la foto tenía el pelo negro mientras que en la actualidad ya era gris, contestó con igual seriedad: «Es que cuando yo descanso quince días, el pelo se me vuelve a poner negro». Lo peor es que lo decía en serio, se lo creía.

La televisión rumana se había montado con fuertes inversiones destinadas a la cultura, como ocurrió con la música, pero en los ochenta toda la maquinaria se puso al servicio del culto a la personalidad, cuando solo se emitieron dos horas diarias de televisión por la falta de electricidad, estuvieron dedicadas prácticamente al matrimonio. Las composiciones de las escenas se repetían de forma recurrente. Detrás del invencible matrimonio Ceauşescu aparecían las masas, pequeñas figuras humanas indistinguibles, agitando banderitas o bufandas con los colores nacionales y cantando canciones patrióticas. Por su cumpleaños, la mayor parte de la programación de un mes entero podía estar dedicada a ella. Según el análisis día por día de Marinković: «Podemos notar que cuanto más corto es el tiempo de retransmisión diario, más asfixiantes y largos son los espectáculos de homenaje a Elena Ceauşescu». La mujer ideal del socialismo debía ser modelada como ella. A esas alturas, conseguir ver las emisiones extranjeras se convirtió en una obsesión para cualquier rumano.

En las fotografías se exigía que el fondo fuese siempre rojo, nunca azul. Los nombres de Nicolae y Elena tenían que ir en la misma frase y en los artículos donde aparecieran ellos dos no debía salir nadie más mencionado. Cuando volvían de un viaje miles de personas se tenían que dirigir al aeropuerto a darles la bienvenida de vuelta casa.

Tismăneanu escribió en su blog que le preguntó a Ion Iliescu por qué fusiló a Elena Ceauşescu. Se le encogió de hombros mostrando aburrido por la cuestión. Hay quien ha dicho que en el espectacular final fatal de la dictadura del matrimonio, cuando fueron fusilados en directo por su querida televisión en 1989, paradójicamente los Ceauşescu fueron lo más digno que se veía en las imágenes del proceso y el tiranicidio. Los excesos faraónicos le vinieron bien a la nomenclatura para seguir en el poder con el cambio de régimen con una transacción tan sencilla como ejecutar al líder y su odiada esposa. Por esas fechas, descubrió Ducret, circulaba un chiste en las calles de Bucarest sobre el orden en el que había que enumerar los títulos de Elena. Había que decir Savant (científica), Inginer, Doctor, Academic. Esto es: SIDA.
https://www.jotdown.es/2019/03/elena-ceausescu-celebrity-odiosa/
 
El mayor trauma de La Pasionaria: la aciaga muerte de su hijo frente a los nazis en la Segunda Guerra Mundial
El 3 de septiembre de 1942, Rubén Ibárruri falleció en la URSS a causa de las heridas sufridas en la batalla de Stalingrado. Según la hija de Dolores, aquella tragedia hizo que la cabeza de su madre se llenase de canas

Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:12/03/2019 10:43h
23Pobre y humillado: la muerte de Mengele, el «carnicero» más desquiciado del nazismo

Aunque recibió su apodo porque escribió su primer artículo en Semana Santa, el sobrenombre de «La Pasionaria» era idóneo para Dolores Ibárruri. Al fin y al cabo, la que fue a la postre secretaria general y presidenta del Partido Comunista vivía todos los aspectos de su existencia con pasión. Desde sus relaciones sentimentales, hasta sus desaires políticos. Incluso se permitió el lujo de derrochar más efusividad de la habitual en la declamación de los discursos que la convirtieron en una leyenda de la Guerra Civil. Ejemplo de ello es que logró popularizar algunos de los lemas más famosos del ejército republicano gracias a arengas como la que pronunció el 19 de julio de 1936: «Todo el país vibra de indignación ante esos desalmados que quieren hundir la España democrática y popular en un infierno de terror y de muerte. ¡Pero no pasarán!».

Sin embargo, Dolores era igual de «pasionaria» en las alegrías que en las tragedias. Por eso, cuando recibió la noticia de que su hijo Rubén había muerto mientras se enfrentaba a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, algo dentro de ella se rompió. «Para mi madre fue un golpe terrible. En pocos días se le llenó el pelo de canas», afirmó en una entrevista posterior Amaya Ruiz, hermana del fallecido. Y es que, más allá de las orientaciones políticas y de las fotografías con Fidel Castro, la vida de Ibárruri estuvo siempre ligada a la tragedia en términos familiares. De los seis pequeños a los que dio a luz, cuatro fallecieron poco después de ver sus primeros amaneceres. «Algunos fueron enterrados en un cajoncito porque no tenían dinero para una caja de pino», explicó Irene Falcón, su secretaria, a Televisión Española en los años noventa.

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Dolores Ibárruri, La Pasionaria, saliendo de Madrid en 1936
En todo caso, lo que jamás se le podrá negar a «La Pasionaria» es que era consecuente con sus ideas. Después de que el Tercer Reichasaltara la URSS en la Operación Barbarroja, Ibárruri permitió a Rubén combatir junto al Ejército Rojo haciendo valer las palabras que había pronunciado en uno de sus mítines: «Es necesario hacer todavía mayores esfuerzos. La victoria solo podrá ser obtenida a costa de sacrificios y de abnegaciones. ¡Que no seáis vosotras las que retengáis a vuestros hijos y a vuestros maridos! Porque, si queréis velar por su vida, sabed que esta no se defiende quedándose en casa, sino luchando». Esto le costó la vida del joven; un soldado al que, poco después, Stalin nombró Héroe de la Unión Soviética y que, en la actualidad, cuenta con un monumento en su honor en Volgogrado.

Real Academia de la Historia española. El anglosajón es partidario de que «La Pasionaria», nacida en el seno de una familia obrera, rehuía los mítines y las asambleas hasta que contrajo matrimonio con el minero Julián Ruiz. Este personaje fue el que hizo que abandonara el catolicismo y que se adentrara en las ideas socialistas primero, y comunistas después. En esta época de cambio llegaron sus pequeños. «Entre noviembre de 1916 y 1929 dio a luz seis hijos, de los cuales sólo sobrevivieron dos: Rubén y Amaya. Con su marido, frecuentemente encarcelado por actividades políticas y con la muerte de cuatro niños, conoció la pobreza y el dolor», añade el experto.

A partir de entonces, la unión de los niños fue tan sólida como la de una cadena. «Era un chico encantador, muy cariñoso, muy cantarían... En fin, extraordinario», afirmaba Amaya. Ella solía deshacerse en elogios hacia este joven nacido el 9 de enero de 1920, aunque también explicó varias veces que pasaron una infancia dura debido a que sus padres eran encarcelados día sí y tarde también. «Íbamos a visitarles. […] Me acuerdo que yo estuve con Dolores en la celda, sentada con ella en su camastro. Yo tenía unos nueve años. Me enseñó las labores que estaba haciendo, porque a mi madre le ha gustado siempre hacer ganchillo», explicaba Amaya en declaraciones para la «Biblioteca Mundo Obrero».

Después de trasladarse a Madrid con su madre, los pequeños no acudieron al colegio durante algunos meses. Se pasaban el día, en palabras de Amaya, haciendo el «zángolo-mángolo». Tras pasar por una escuela que dirigía un socialista laico, los hermanos decidieron ganarse unos duros. «Aunque éramos niños, vendíamos Mundo Obrero. Íbamos juntos Rubñen y yo, cogíamos nuestro fardo y voceábamos: “Ha salido Mundo Obrero, órgano de la revolución”», explicaba la hermana. Al poco tiempo, ya se conocían todos los cafés de la capital y ningún cliente se resistía a los encantos de los pequeños, lo mismo que aquellos que vivían en «Cuatro Caminos, Bravo Murillo y por ahí».

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Amaya y Rubén Ibárruri - ABC
Aunque, con lo que no logró terminar la capital, fue con los pasos de Dolores por prisión. Entre 1931 y 1936 «La Pasionaria» estuvo entre rejas hasta en tres ocasiones. Durante los meses y meses que pasó encarcelada, tanto Amaya como Rubén fueron a visitarla de forma recurrente. Así fue como se fueron imbuyendo del espíritu de su madre y comenzaron a participar en las manifestaciones comunistas que se desarrollaban en los primeros años de la década de los treinta. De nada sirvió que ella les instara a evitar los problemas. «Quedaros en casa, que va a haber tiros, que os pueden matar», les repetía. Nada de nada. Ellos estaban decididos a seguir sus pasos. «íbamos con huchitas de hojalata que hacían los jóvenes comunistas por los cafés, por los bares, pidiendo para los presos políticos, para el Partido...», completaba Amaya.

Así pasó el tiempo hasta 1935, fecha en la que Amaya y Rubén fueron trasladados a la Unión Soviética bajo una identidad falsa. «Nos fue muy duro separarnos de nuestra madre», explicaba. Durante el viaje, hecho en tren, Rubén vio por primera a los que, años después, serían sus verdugos: los nazis. Cuando el ferrocarril se detuvo brevemente en Alemania, el chico sintió un escalofrío al vislumbrar a aquellos sujetos que caminaban a paso de ganso con sus «botas altas, acharoladas» y vestían camisas marrones en las que había un brazalete con la esvástica.

«Rubén, que ya tenía catorce años, fue a trabajar a una fábrica de automóviles y estuvo aprendiendo una profesión en un taller instrumental», completaba la hija de «La Pasionaria». En la actualidad llama la atención que se recuerda su paso por aquel lugar mediante una placa que cuenta con la siguiente inscripción: «Aquí, en 1935, trabajó Rubén Díaz Ibárruri».

De la Guerra Civil a la IIGM
Poco después empezó su carrera militar cuando solicitó entrar en una escuela de aviación. Su objetivo era ir cuanto antes a España para combatir contra Franco. «Estudió en Stalignrado, y estuvo como un año», añadía Amaya. Su aventura como piloto, no obstante, se terminó rápido. Y es que, poco después de comenzar sus estudios en la academia, se alistó en el ejército y se ofreció voluntario para participar en la Guerra Civil por el bando republicano, algo mucho más rápido para cumplir sus deseos.

Según su hermana, es cierto que «era joven para ello», pero también «muy testarudo», así que fue imposible negarle sus deseos. Su paso por España fue una calamidad. Después de combatir a las órdenes de Juan Modesto en la batalla de Ebro (una matanza indiscriminada que se saldó con más de 50.000 bajas en ambos bandos) no tuvo más remedio que exiliarse a Francia. «Estuvo en un campo de concentración francés, en Argéles, y de ahí se escaparon un grupo de españoles y en un barco llegaron a la URSS», señalaba Amaya. El problema es que los vientos de guerra le siguieron y, allá por agosto de 1941, Adolf Hitler ordenó a sus divisiones acorazadas y a su «Luftwaffe» invadir las tierras de Stalin y aplastar al Ejército Rojo.

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La Pasionaria aplaudiendo a un camarada durante el acto celebrado en el Monumental Cinema en 1937 - ABC
Cuando los primeros alemanes pisaron territorio soviético, Rubén desarrollaba su carrera en el ejército de tierra. «Europa está en guerra, hay que estar preparado», solía afirmar. Según Amaya, el joven se enteró del comienzo de la Operación Barbarroja mientras disfrutaba de una agradable tarde con su madre (también exiliada) y ella misma en la Unión Soviética. «Desde el primer día se fue a la guerra, pero el mismo día; estaba precisamente en casa con nosotros, porque cuando los alemanes declararon la guerra a la URSS era domingo y estaba con nosotras», completaba su hermana. Al recibir la noticia fue tajante:

-«Madre, Amaya, yo me marcho a mi cuartel».

Acababa de sellar su destino, al igual que lo hicieron otros miles y miles de rusos. Dolores Ibárruri asumió aquel momento con una mezcla de entereza y dolor:

-«Rubén, sé valiente, la guerra es una cosa terrible».

-No te preocupes madre, yo sabré comportarme como tú quieres».

Muerte dolorosa
Dolores Ibárruri sufrió, durante varios meses, la escasez de noticias de su hijo. Mientras los alemanes embolsaban uno tras otro a los diferentes ejércitos en los que se dividían las fuerzas rusas, «La Pasionaria» se vio obligada a enfrentarse a un enemigo mayor que los nazis: la incertidumbre. Un contrario cuya arma no es el fusil, sino la desazón.

Sin embargo, un día recibieron una buena noticia: Rubén había sido condecorado con la Orden de la Bandera Roja y había sido trasladado a un hospital militar para recuperarse de varias heridas superficiales. Poco después les llegó una misiva del joven: «No os asustéis, que no es nada, estoy en un hospital, pero de esta no me muero. Estoy herido en un hospital de la ciudad de Oriol... No os preocupéis, que no es nada».

De Oriol pasó a Moscú para evitar ser cazado por los nazis, que seguían su avance hacia la capital a la velocidad del rayo. Eran momentos aciagos para los hombres de Stalin pero, a pesar de ello, Rubén viajó hasta su casa con el brazo en cabestrillo para saludar a su madre y a su hermana. «Tenía todo el brazo paralizado, pero él estaba alegre, como siempre. Luego tuvo que pasar por muchos hospitales porque constantemente tenían que sacarle trozos de metralla», señalaba Amaya. Las diferentes operaciones, para su desgracia, no le sirvieron de nada, pues -siempre en palabras de su hermana- «el brazo no recuperó la movilidad» a pesar de que cicatrizó de la forma correcta. Para entonces los nazis ya se encontraban a las puertas de la ciudad.

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Mítin de Dolores Ibárruri
Como tantas otras, la familia Ibárruri fue obligada a abandonar Moscú a toda prisa y a viajar en tren hasta los Urales, último bastión del gobierno soviético. Su brazo bien podría haber exonerado a Rubén de combatir. Sin embargo, durante el trayecto insistió en que estaba decidido a volver al campo de batalla. Ni las altas fiebres le detuvieron. «Yo quiero ir al frente, ya estoy bien», repetía una y otra vez. Unas semanas después sus deseos se hicieron realidad cuando, tras hacer una petición formal, recibió una misiva en la que se le autorizaba a incorporarse de nuevo al ejército. «Se presentó en el hotel con el papel en la mano y saltando.[...] Así desapareció, no volvimos a verle con vida», desvelaba Amaya.

Rubén participó en la batalla de Staligrado a las órdenes de una compañía de ametralladoras de la 35º División de la Guardia. Así lo recogió la misma Dolores en sus memorias, donde también señaló que lo hizo con la graduación de teniente mayor. «La Pasionaria» supo que su retoño luchaba en la ciudad gracias a una carta que él mismo le mandó y en la que, además, le decía que su único deseo era «entrar cuanto antes en fuego». «Puedes estar segura de que cumpliré con mi deber de joven comunista y de soldado», añadía.

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Momento dedicado a Rubén en la URSS
La muerte le llegó durante un ataque germano a la estación de Kotluban, la cual debía proteger. Y así se lo hizo saber el mismo Nikita Jruschov a la mayor de las Ibárruri en un mensaje: «La compañía de ametralladoras, mandada por Rubén Ibárruri, destrozó las primeras líneas del enemigo... En esta batalla, el teniente mayor de la guardia Rubén Ibárruri cayó mortalmente herido y fue trasladado por sus compañeros al hospital. Pese a los esfuerzos de los médicos por salvar la vida del joven español, al amanecer del 3 de septiembre Rubén dejó de vivir». Amaya, en la entrevista para la Biblioteca de Mundo Obrero, se limitó a afirmar que «murió el 3 de septiembre en Stalingrado, como tantos otros».

La muerte de Rubén fue una tragedia familiar que marcó la vida de Dolores. «Para mi madre fue un golpe terrible. En pocos días se le llenó el pelo de canas. Pero lo sobrellevó con entereza, como siempre ha hecho... Siguió trabajando. […] Rubén quería mucho a la Unión Soviética, murió defendiéndola, pero siempre tenía presente a España», explicaba Amaya. «La Pasionaria» también dedicó en sus memorias unas líneas para desahogar sus sentimientos: «Era el dolor, el más hondo de todos los dolores, el de una madre que pierde a su hijo. Y era mi único hijo varón. Ya solo me quedaba Amaya, de los seis que traje al mundo»
Reportaje al completo (video) en el siguiente enlace, gracias:
https://www.abc.es/historia/abci-ma...e-hijo-frente-nazis-201903120145_noticia.html
 
«Hernán Cortés, con sus luces y sus sombras, es el padre del México actual, eso no puede negarse»
Daniel Arveras dobla la apuesta en su libro «Conquistadores olvidados. Personajes y hechos de la epopeya de las Indias» (SND Editores): no solo se propone arrojar luz sobre las principales figuras de la conquista de América, sino sacar de las sombras a personajes secundarios, pero igual de fascinantes, a través de 22 historias.
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César Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:13/03/2019 02:08h
2 La leyenda de la conquistadora española que decapitó a siete caciques y evitó una matanza

Hasta tres veces. A Francisco Pizarro, conquistador del Perú, le golpearon hasta tres veces en su memoria. Los cronistas de Cortés al afirmar que había sido un porquero en España, la leyenda negra al dibujarle como un genocida y, por último, su país al olvidarle. Otro tanto de los mismo se puede decir del propio Cortés, de Núñez de Balboa, de Hernando de Soto, de Orellana, de Coronado, de Pedro de Valdivia y de otros muchos. La historia no ha hecho justicia con los grandes conquistadores, esos locos, morenos y bajitos que, desde Extremadura, Andalucía y otros territorios de España, saltaron un océano para explorar y someter un continente casi de arriba abajo.

Con intención de enmendar años de desprestigio, el periodista y escritor Daniel Arveras dobla la apuesta en su libro «Conquistadores olvidados. Personajes y hechos de la epopeya de las Indias» (SND Editores): no solo se propone arrojar luz sobre las principales figuras de la conquista de América, sino sacar de las sombras a personajes secundarios, pero igual de fascinantes, a través de 22 historias.

–Ha elegido a hombres doblemente olvidados.



–Efectivamente, casi todos los conquistadores yacen en el olvido. A estos hombres y mujeres –que también las había- les cubre un tupido velo de indiferencia y prejuicios que hacen que, pese a los extraordinarios hechos que vivieron en sus carnes, apenas se les recuerde. Pizarro, Balboa, Cortés y algún otro son algo más conocidos –aunque sea rodeados de tópicos y leyendas- pero hubo muchos más que tal vez nos suenan un poco pero de los que desconocemos casi todo. Sobre algunos de estos últimos –Gonzalo Guerrero, Bernal Díaz del Castillo, los trece de la Fama, Gonzalo Pizarro, Alonso de Ercilla, Lope de Aguirre, Inés Suárez, la monja alférez,…- escribo en «Conquistadores olvidados. Personajes y hechos de la epopeya de las Indias».

Blas de Lezo, Benalcázar en Cali,…; en Lima sigue estando la estatua de Francisco Pizarro –eso sí, ya no en la plaza de Armas cuando yo la vi hace años, ahora más escondida en un parque cercano-, etc.

Otra cosa es la visión o lectura que se hace ahora de estos personajes y de la conquista de América. Las hay de todos los colores y, como en casi todo, los extremos hay que rechazarlos por la carga ideológica y sectaria que suelen llevar detrás. Me refiero sobre todo a la leyenda negra que todo lo inunda y juzga de genocidas y violadores a aquellos españoles de hace 500 años. Simplemente, un planteamiento así de radical ya define a quien lo pronuncia. La Historia es poliédrica y compleja, casi nada es blanco o negro aunque nos empeñemos desde el siglo XXI en etiquetar o juzgar aquellos hechos, resaltando a menudo y por desgracia sólo la parte más negativa u oscura.

–¿Cree que se corre el riesgo de pasar de una Leyenda Negra a una blanca si se olvida que la conquista usó métodos violentos?

–Como cualquier episodio o etapa de la Historia debemos acercarnos a ella de una manera mínimamente objetiva y rigurosa. Hay que leer más, investigar y, sobre todo, no tratar de juzgar aquellos personajes y hechos desde nuestra óptica y mentalidad del siglo XXI. Créanme, eso no funciona. Claro que hubo violencia. ¿En qué conquista no la hubo? El mundo era tremendamente violento en aquella época y la conquista, sobre todo en sus primeros años, fue violenta en un Nuevo Mundo también violento, cosa que casi siempre se olvida. Cuando la nao Santa María encalla en las costas de la Española, los taínos pacíficos de la zona informan a Colón que hay otro pueblo, los caribes, que les atacan y además son antropófagos. Igualmente, al llegar Cortés a Méxicopronto ve y comprende que los mexicas dominan y someten a otros pueblos con gran crudeza. ¿Qué hace Cortés? Buscar aliados entre aquellos que están sojuzgados por los poderosos mexicas. De otra manera nunca habría tomado Tenochtitlan con apenas un puñado de españoles.

América no era un lugar idílico poblado por gentes pacíficas y en armonía con la naturaleza exuberante que les rodeaba. Era más bien un espacio inmenso, habitado por muy diferentes pueblos, rivales a menudo entre sí, en el que había guerreros y esclavos, poderosos y oprimidos, sacerdotes y caciques, verdugos y sacrificados,… así era aquél Nuevo Mundo aunque muchos se empeñen en una visión idealizada de una Arcadia feliz e inocente de todo mal o crueldad antes de la llegada de los españoles.

No es cuestión de caer en una leyenda áurea o dorada sobre aquellos personajes y hechos. Pero sí hay que luchar contra esa Leyenda Negra tan instalada en la mente de muchos más allá del océano y también, por desgracia, en la de muchos españoles. Las enfermedades que llevaron a América los españoles –gripe, viruela, sarampión,…- fueron, involuntariamente, un arma de destrucción masiva entre los nativos, causando miles de muertes, muchísimas más que las producidas por las espadas y arcabuces. La conquista fue violenta pero también pacífica, buscando las alianzas y el entendimiento con numerosos pueblos.

Las enfermedades que llevaron a América los españoles –gripe, viruela, sarampión,…- fueron, involuntariamente, un arma de destrucción masiva entre los nativos
–¿Cómo se veía desde Europa las Indias? ¿Había una percepción aproximada de lo que era realmente?

–Había muchos mitos sobre las Indias pero lo que abundaba era la visión de un lugar muy lejano, exótico y donde se podía hacer fortuna con valentía y arrojo. Los conquistadores que regresaron tras conseguir importantes riquezas y mejorar su posición social –los menos por otra parte- ejercieron de gancho indudable para que otros muchos probaran suerte. También, lógicamente, viajaron artesanos, posaderos, libreros, sastres, mercaderes, funcionarios,… todo tipo de gentes de diferentes oficios que buscaban un futuro mejor al instalarse en aquellas tierras.

El propio Cervantes intentó viajar dos veces sin conseguirlo y el Quijote está trufado de referencias a las Indias como lugar lejano y que promete un futuro halagüeño para quien cruce el océano.

–¿España se benefició económicamente de la conquista o fue algo ruinoso?

–Es una pregunta que no tiene una respuesta sencilla. El oro y la plata de las Indias se destinaron sobre todo a financiar las guerras continuas en Europa y a pagar a los prestamistas de la Corona. Se esperaba con ansia la llegada de la flota con sus bodegas cargadas de metales preciosos, oro y plata que en su mayoría ya tenían su destino asignado previamente y del que poco quedaba realmente en España.

Además, hay estudios importantes que resaltan la elevada inflación que la llegada de remesas de las Indias generó en Castilla y el desincentivo que también se produjo en el tejido productivo autóctono. Todo o casi todo se fiaba a la llegada de la flota, lo que produjo graves crisis cuando esta se retrasaba o no llegaba como estaba previsto. Lo que sí consiguió el oro y plata de América fue alimentar y sostener la maquinaria bélica de la Monarquía Hispana en Europa y llenar los bolsillos de prestamistas y banqueros de la Corona que adelantaban el dinero a unos intereses muy elevados.

–¿Por qué este año, conmemoración de la conquista de México, merece la pena celebrar a Hernán Cortés?

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Fotografía de Daniel Arveras
–Conmemorar es recordar de una manera especial acontecimientos importantes de la Historia, y la llegada de Cortés en 1519 al actual México, sin duda lo es. Hernán Cortés, con sus luces y sus sombras, es el padre del México actual, eso no puede negarse.

Hace no mucho el ministro de Cultura español dijo que no había prevista una conmemoración oficial del quinto centenario de la llegada de Hernán Cortés a México porque «allí es un tema complicado». Una respuesta significativa y lamentable que pone de relieve nuestros prejuicios, vergüenzas y leyenda negra asumida como verdad por muchos españoles, entre ellos nuestros gobernantes.

Hernán Cortés era un tipo de su tiempo, con su mundo y mentalidad de entonces. Fue astuto y valiente, tuvo un hijo mestizo con la Malinche al que adoraba,… ¿Cometió errores? Por supuesto. ¿Fue cruel en ocasiones? Seguro. ¿Y? ¿De verdad que no hay que conmemorar su llegada hace quinientos años al actual México? ¡Ojo! No digo para alabarle sin medida pero sí para recordar aquellos hechos y sobre todo para resaltar lo mucho que nos une con América y con México en particular.

Hace falta mucha pedagogía y huir de extremos, odios y rencores absurdos. Después de quinientos años no tienen ningún sentido y esta conmemoración debería servir para unir más a dos mundos que tienen mucho en común, dejando además el grueso de los actos o jornadas a historiadores y expertos de ambos lados del océano, los que en realidad arrojarían mucha más luz sobre Cortés y los hechos por él protagonizados.

–Uno de los personajes que tratas en tu libro es Inés de Atienza, ¿por qué las mujeres han sido sacadas de la ecuación que constituyó la conquista?

–La conquista fue una obra sobre todo de varones valientes y a menudo temerarios que buscaban gloria, fama y fortuna. Muchos dejaron a sus esposas en Castilla para cruzar el océano en busca de aventuras y un futuro mejor pero también hubo mujeres que se embarcaron hacia aquellas tierras, casi desde el principio. Es cierto que fueron menos que los hombres pero muchas de ellas jugaron papeles muy destacados en aquél Nuevo Mundo tan lejano y exótico. Inés de Atienza fue la amante de Diego de Ursúa, una viuda mestiza y bella que enamoró al capitán navarro y le acompañó en aquella trágica búsqueda del Dorado a mediados del siglo XVI. La conocemos sobre todo por el cine y yo he querido rescatarla para que nos cuenten quienes la conocieron cómo veían a aquella mujer.

También escribo sobre la monja alférez –su historia es digna de la mayor superproducción de Hollywood- Inés Suárez, la amante de Pedro de Valdivia, la esposa, Marina Ortiz de Gaete, y la india Catalina, la «Malinche» colombiana.

«Es cierto que fueron menos que los hombres pero muchas de ellas jugaron papeles muy destacados en aquél Nuevo Mundo tan lejano y exótico»
–¿Qué hay de verdad en el mito sobre Gonzalo Guerrero, que también recoges en tu libro?

–Casi todo lo que nos ha llegado sobre este hombre, soldado castellano, náufrago, cautivo de los mayas durante años, convertido en uno de ellos con posterioridad asimilando su modo de vida y creencias, con mujer india e hijos mestizos y que murió combatiendo contra los españoles años después, no está del todo confirmado y está envuelto en la leyenda.

Lo que yo he podido hallar es que sí que hubo al menos un castellano arrojado a las costas del Yucatán en un naufragio a comienzos del siglo XVI y que fue capturado por los indios. Con los años se mimetizó con ellos y acabó sus días luchando contra los españoles años después. Que fuera o se llamara Gonzalo Guerrero ya es otra cuestión…

En una playa de la Rivera Maya hay una bella estatua del supuesto Gonzalo Guerrero y su familia mestiza. Allí se le considera el padre del mestizaje y aquí se le tachó de traidor en su tiempo por rehusar de su origen y morir luchando contra los castellanos. En fin, visiones muy diferentes de un tipo enigmático y apasionante, sin duda…
https://www.abc.es/historia/abci-he...al-no-puede-negarse-201903130208_noticia.html
 
La familia española más poderosa de Europa en los siglos XV y XVI
La Ruta de los Borja, en la Comunidad Valenciana, recorre los lugares más representativos de la familia de los dos únicos Papas españoles
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0Los castillos y monasterios de Juan de Austria

La Ruta de los Borja es una experiencia turística que recorre en la Comunidad Valenciana los lugares más representativos de la familia más poderosa de Europa en los siglos XV y XVI. Creada en 2007, va a recibir en 2019 un impulso especial ya que se cumple este año el V centenario de la muerte de Lucrecia, la controvertida hija del papa Alejandro VI.

Entre las localidades que componen esta ruta se encuentran Gandía, Játiva, Canals, Simat y Valencia.

Los Borja fueron una familia aragonesa de origen campesino que llegó a Valencia en el s. XIII durante la repoblación posterior a la expulsión de los musulmanes. Empoderada, de allí pasó a Italia y adaptó su apellido al de Borgia.



Gandía es sinónimo de turismo y de playa y alberga alguno los lugares más emblemáticos de esta familia. Podemos empezar por la plaza de la antigua Universidad, fundada en el s. XVI por el que llegara a ser San Francisco de Borja. Aquí, en 1998 se colocaron 5 estatuas de bronce que representan a los papas Alejandro VI y Calixto III, Lucrecia de Borja, César de Borja y el propio santo.

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Monasterio de San Jerónimo de Cotalba, en Gandía - Pilar Arcos
El Palacio Ducal es uno de los edificios más importantes en la historia de Valencia en el que se acumulan diversos estilos arquitectónicos desde el s. XIV al XIX. Aquí nació Francisco de Borja como duque de Gandía, quien tras ver morir en Toledo a la esposa de Carlos I, Isabel de Portugal, de quien se dice que estaba enamorado, juró no volver a servir a quien se pueda morir. Mención especial merece la Galería Dorada, obra maestra del barroco civil, compuesto por cinco salas continuas profusamente decoradas en oro en conmemoración de la santificación de Francisco.

A 8 km, en Alfauir, está el monasterio de San Jerónimo de Cotalba, con más de 600 años de historia, una de las construcciones monásticas más notables y mejor conservadas de la Comunidad Valenciana por cuyos claustros se pasearon algunos de los Borja.

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Castillo de Játiva - Pilar Arcos
Hacia el interior está Játiva, cuyo casco histórico fue declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1982. En la calle Montcada ya encontramos algunos palacios vinculados a los Borja. En la plaza de Alejandro VI está la casa en la que nació el futuro papa. También en Játiva nació Calixto III.

En la Colegiata (La Seu) se levantan las esculturas en bronce de los dos papas valencianos, y en el Museo Colegial hay varias piezas relacionadas con la familia. En el Museo de Bellas Artes se conservan algunas partes de la ya desaparecida Capilla de los Borja, construida sobre la que fuera mezquita mayor. Como curiosidad, cabe citar un retrato de Felipe V colgado boca abajo, «pena» a la que lo condenaron a mediados del s. XIX por haber sido el monarca que ordenó el incendio de Játiva en 1707.

No podemos abandonar la ciudad sin subir a su castillo, de origen ibérico y romano, aunque la mayoría de lo que vemos hoy data del periodo islámico. La situación estratégica de Játiva, entrada natural desde el Reino de Castilla al de Valencia, fue el motivo de la importancia de esta fortaleza. En lo que se refiere a la familia que nos ocupa, Diego de Borja, hermanastro de Francisco, fue ajusticiado en su patio en 1552 por la muerte de un hijo bastardo del duque de Segorbe.

Una familia singular
Estatua de Lucrecia de Borja, en Gandía- Pilar Arcos
En un tiempo turbulento, la poderosa familia de los Borja logró ceñir la tiara papal a tres de sus miembros, dos de ellos españoles: Alfonso de Borja (Calixto III, 1456-1458), y su sobrino Rodrigo de Borja (Alejandro VI, 1492-1503). Otro Borja, Francisco, fue canonizado en 1671. Sobre Lucrecia de Borja, hija de Rodrigo antes de convertirse en papa, pesa todo tipo acusaciones maquiavélicas (asesinatos, incesto, ninfomanía...) lo que llevó a escritores como Víctor Hugo o Alejandro Dumas a que protagonizara alguna de sus obras
https://www.abc.es/viajar/destinos/...osa-europa-siglos-y-201903130213_noticia.html
 
'Las mamás belgas': la historia de las feministas llegadas de Europa del este que lucharon contra Franco y Hitler


Un grupo de 21 mujeres, judías y comunistas, comenzaron en 1937 su propia batalla contra el auge del fascismo

El periodista Sven Tuytens rescata en un libro su historia como enfermeras integradas en las Brigadas Internacionales

Es el relato de unas "valerosas mujeres perdidas entre los pliegues de la literatura bélica", cuenta el corresponsal de la radio televisión pública belga

Juan Miguel Baquero - San Cristóbal de La Laguna (Tenerife)
13/03/2019 - 21:38h
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'Las mamás belgas', en la plaza de Cataluña, Barcelona. | LAS MAMÁS BELGAS

Memoria Histórica
'LA LUNA'

La feminista republicana ejecutada por Franco como castigo para todas las mujeres


Mujeres, judías, feministas y comunistas. Es la foto fija de un grupo de enfermeras que lucharon contra Franco y Hitler. De 21 voluntarias internacionales unidas a la resistencia en la guerra civil española y la II Guerra Mundial para combatir el fascismo. El retrato de unas "valerosas mujeres perdidas entre los pliegues de la literatura bélica" que rescata en el libro Las mamás belgas el periodista Sven Tuytens.

Y una fotografía, precisamente, es el punto de partida de la historia. Una imagen en blanco y negro de la plaza Catalunya de Barcelona, en la manifestación del 1 de mayo de 1937. El hotel Colón viste propaganda comunista "y una foto de Stalin", recuerda Tuytens. El autor acababa de encontrar el hilo del que tirar para reconstruir la vida de las brigadistas internacionales que fueron enfermeras en el hospital militar de Onteniente (Valencia).

En una pequeña caja de cartón, en un armario. De ahí sale la foto con la que Sven Tuytens lleva años bregando, deshilachando el silencio que tapaba el relato de las mujeres antifascistas. En la portada de Las mamás belgas (El mono libre, 2019) siguen sonriendo, décadas después, Rosa Leibovic, Paj* 'Frieda' Buchhalter, Rachel 'Ouka' Oulianetzky, Anna Korn, Feigla 'Vera' Luftig, Rachel Wacsman, Rachela Luftig, Leja 'Lya' Berger, Henia Hass, Golda Luftig y Genia Gross.

"La foto de la portada me llamó la atención. Es un lugar emblemático, la plaza Catalunya. Se ve toda la propaganda comunista. Y este grupo de mujeres, que no son milicianos, que están vestidas casi de domingo... ¿quiénes eran?", rememora. Tras este hallazgo ocasional ha buscado las huellas del periplo de un grupo de voluntarias que había llegado de Europa del este.

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Rachela y Vera Luftig, en Amberes, en 1939.

Una historia "olvidada dos veces"
"La historia de estas mujeres ha sido olvidada dos veces, por judías y por comunistas, lo tenían todo en contra. Han vivido dos guerras. Han perdido toda su juventud. Muchas no pudieron tener hijos. Y acabaron en campos concentración, por ejemplo Ravensbrük o Auschwitz", desvela el periodista en conversación con eldiario.es.

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'Las mamás belgas' frente al hospital de guerra en Onteniente, en Valencia.

El convento de los padres franciscanos de Onteniente se convierte en el hospital militar conocido como el belga por uno de sus impulsores, el doctor Albert Marteaux, también diputado socialista por Bruselas en su Parlamento.

El belga empezó a funcionar en abril de 1937. Y pronto comenzaron a llegar voluntarias enroladas en las Brigadas Internacionales. Entre ellas las mamás: un grupo de mujeres refugiadas en Bélgica en los años 30, de origen judío y procedentes de Polonia, Hungría, Rumanía "y parte de lo que hoy es Ucrania".

Estas familias, "después de la I Guerra Mundial salen de sus países porque hay un nacionalismo tremendo, y con la crisis económica, todos los problemas sociales se giran sobre la población judía", sintetiza.

La generación de las mamás belgas entra en contacto con el Partido Comunista. "Es una manera de integrarse en la nueva sociedad, como también cambian sus nombres o expresan cierto rechazo a la cultura de sus padres, en general judíos ortodoxos", explica Tuytens. La vieja generación "pretende proteger a sus hijos de la modernidad, pero a estos jóvenes les interesa la modernidad".

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Civiles, soldados y enfermeras en el hospital militar.

En pleno auge "de las ideas, del socialismo y el comunismo", desde estas latitudes arranca un reguero de personas "que en verano del 37 se van a España para integrarse en las Brigadas Internacionales". Son "grupos de amigos", dice, "y es impresionante la cantidad de judíos que van a España a luchar contra el fascismo".

España, inicio de la lucha antifascista
"Los voluntarios internacionales ven que España es el principio de la lucha contra el auge de los fascismo y la historia lo confirma", resume Sven Tuytens. "Son antifascistas, y como lo han vivido en el Este y están conectados con judíos en Alemania, saben que algo está pasando y que hay que luchar", explica.

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El grupo de voluntarias.

Las protagonistas del libro "quieren ir a España porque hay una república, donde los hombres y mujeres son iguales". Ellas, como miles de voluntarias, saben "que hay que luchar por esta sociedad, que es de ideas nuevas. Hay que defender España", rememora. "No solo son enfermeras, son también feministas y quieren que las cosas cambien", dice el corresponsal belga.

El peso de la historia (y los silencios)
"La foto de la portada es el primer día que están en España, en la plaza de Cataluña y al día siguiente viajan a Valencia a trabajar como enfermeras. Ninguna tiene formación ni hablan castellano. Va a ser muy duro lo que van a vivir", relata el autor. Porque cuando llegan a Onteniente "ya hay muchos heridos y tienen que aprender sobre la marcha".

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Golda Luftig. | LAS MAMÁS BELGAS

El descubrimiento de la foto "pasó en 2014, yo llevaba cuatro años como corresponsal en España" de la radio televisión pública belga (VRT), cuenta Tuytens. Un tiempo que le sirvió "para ver que el peso de la historia era grande en España, pero me preguntaba qué eran estos silencios, qué significaban", dice.

Y ahí enlaza con el olvido. "Todavía hay más de 100.000 personas en las fosas y la reacción de alguna gente es que me dicen que de esto no se puede hablar, porque es abrir heridas", subraya. Uno de sus primeros trabajos en España "fue ir a Oropesa, cuando estaban sacando a siete personas de una fosa. Impresionaba. Y cómo gente del pueblo se acercaba a preguntar a los arqueólogos si habían encontrado a una persona con unas gafas, que podía ser su padre".

De esta desmemoria oficial, que sorprende al corresponsal belga, parte un interés creciente por la denominada Memoria Histórica. "Aunque mucha información se ha perdido", avisa. Como había ocurrido con 'las mamás belgas'.

"En otros países hicieron este trabajo, para avanzar, es la única manera. Es el miedo que percibo, que una sociedad necesita un relato común, un acuerdo, un mínimo. En Alemania hicieron este trabajo, no se pueden negar los campos de exterminio, es un delito, y punto. Y cuando no existe este relato común cualquier persona puede rellenar este vacío con lo que quiera, con problemas, y esto es grave", advierte Sven Tuytens.

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'Las mamás belgas', en la plaza de Cataluña, Barcelona.

13/03/2019 - 21:38h
https://www.eldiario.es/sociedad/historia-feministas-lucharon-Franco-Hitler_0_875612688.html
 
De las manos de Jesucristo a las de Doña Urraca: así acabó ¿el Santo Grial? en León
El documental 'Onyx, los reyes del grial', reproduce la investigación de los historiadores leoneses Margarita Torres y José Miguel Ortega


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El cáliz de Doña Urraca que se encuentra en el museo de San Isidoro de León. (Efe/J.Casares)



MARTA MEDINA
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LEÓN

RELIGIÓN


14/03/2019

Indiana Jones debería estar muerto. Muerto, momificado y convertido en polvo de huesos como el avieso Vogel en 'La última cruzada': no, por mucho que José de Nazaret, según la tradición cristiana, fuera carpintero, el Santo Grial no era de madera. Mala elección, Indy. Dentro de la iconografía religiosa, el Santo Grial no es una reliquia más: es LA reliquia. El recipiente donde Jesucristo transmutó el vino en sangre durante la Última Cena. "Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados". El clímax de la Eucaristía. Más allá de la importancia capital del cáliz como objeto y símbolo para los devotos cristianos, la cualidad mítica del Santo Grial ha crecido gracias al relato esotérico que le confiere el poder de conceder el regalo de la vida eterna. Que se lo digan a Heinrich Himmler, que financió y encabezó la Deutsches Ahnenerbe, la Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, que entre otras cosas lo buscó en Montserratsiguiendo las pistas que el ocultista nazi Otto Rahn había encontrado en el 'Virolai', el himno del monasterio catalán.

Durante la Edad Media, el culto a las reliquias —ya fuesen objetos atribuidos a Jesús o restos de santos— se disparó hasta cotas enloquecidas. Todas tenían propiedades mágicas y curativas y eran el foco de peregrinaje de los devotos. De ahí que por todo el territorio cristiano empezasen a circular miembros amojamados, incluso cuerpos completos, paños, ropas, instrumentos de martirio que, según aseguraban, habían pertenecido a Jesucristo, a la Virgen, a los apóstoles o a algún santo. Las reliquias se multiplicaron hasta el punto de que en distintos puntos del mundo reclamaban la autenticidad del mismo objeto mítico, como es el caso del Santo Grial: el papa Gregorio Magno, en el siglo VI, le regaló al rey visigodo Recaredo el cáliz de la Última Cena, hallado en la tumba de san Lorenzo, y que se conserva en la Catedral de Valencia desde 1437 por orden de Alfonso V 'el Magnánimo'.







En 2014, los historiadores Margarita Torres, profesora titular de Historia medieval de la Universidad de León, y el doctor en Historia del arte y museólogo José Ramón Ortega publicaron 'Los reyes del grial', un ensayo en el que propusieron una nueva teoría sobre el paradero del Santo Grial y que ha inspirado el documental 'Onyx, los reyes del grial', que se estrena el próximo 22 de marzo. La tesis: que el Cáliz de doña Urraca que guarda la colegiata de San Isidoro de León es, en realidad, el Santo Grial camuflado. La película, dirigida por Roberto Girault y que pasó por la última Seminci, desanda el rastro de textos históricos que podría unir el cáliz leonés con la reliquia de las reliquias. "Somos conscientes, tanto Margarita Torres como yo, de que esta investigación iba a originar una enorme polémica", admite Ortega en un momento del documental.



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Aunque la leyenda mágica entorno al Santo Grial comienza a forjarse alrededor del siglo VI con los mitos artúricos, la realidad es que a lo largo de la historia se han encontrado documentos de diferentes épocas en los que se hace referencia al cáliz. "La tradición cristiana cuenta que Jesús fue a la zona más rica del Monte Sión y tomó la última cena en una casa prestada que tiene dos alturas. Y en la habitación superior tuvo lugar la reunión con sus apóstoles", cuenta el historiador James Tabor. Estamos en el año 33 d.C., en la noche previa a la Pascua judía, en la que se celebraba la alianza de Dios con el pueblo de Israel, que quedaba simbolizada por el sacrificio del cordero. Y en esa cena, según las escrituras, ocurrió el milagro de la Transmutación.

Hasta que los primeros textos islámicos mencionaron por primera vez la existencia del cáliz de Cristo es muy difícil rellenar el hueco


Desde este momento hasta que los primeros textos islámicos mencionaron por primera vez la existencia del cáliz de Cristo es muy difícil rellenar ese hueco. Durante los tres primeros siglos, hasta el Edicto de Milán del año 313, que establecía la libertad de culto en el Imperio Romano, el cristianismo fue una religión perseguida y los cristianos tuvieron que ocultarse. "No existen textos, no existe documentación que hagan referencia al cáliz durante estos primeros cuatro siglos", explica Torres, quien ahora es concejala de Cultura, Patrimonio y Turismo en León por el Partido Popular.



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Con el levantamiento de la prohibición comenzó a extenderse entre los fieles las peregrinaciones a Tierra Santa, donde visitaban el Santo Sepulcro, el Monte de los Olivos o Belén. Quienes sabían escribir, comenzaron a documentar sus viajes para poder reproducirlos a la vuelta a sus lugares de origen, sobre todo a partir del siglo V. El primer texto en el que nombran el cáliz es en un pequeño libro llamado ‘Breviarius’, escrito por un peregrino y que relata su viaje a Jerusalén y lo que allí vio. Supuestamente, en alguno de los edificios construidos alrededor del Santo sepulcro estaba expuesto un cáliz, que en teoría correspondía al que utilizó Jesús en la última cena.

"En el patio de la basílica hay un pequeño cuarto donde guardan la madera de la cruz y también la Copa de ónice con la que bendijo la cena"


Otros peregrinos de Piacenza que durante tres años recorrieron Constantinopla, algunas islas occidentales del Mediterráneo, Beirut y Belén, describen en el ‘Itinerarum Antonini Placentini’ que “en el patio de la basílica hay un pequeño cuarto donde guardan la madera de la cruz y también la Copa de ónice con la que bendijo la cena”. En el año 683, Adomnan, un monje irlandés, asegura en ‘De Locis Santis’ que en el Santo Sepulcro hay “otra capilla [...] en la cual se conserva la Copa del Señor [...] que Él bendijo y dio con sus propias manos durante la cena que tuvo con los apóstoles en la víspera de su pasión”.



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Beda ‘el Venerable’ fue un monje benedictino del siglo VII que vivió en el monasterio de San Pedro Wearmouth, también recomendaba la visita de la capilla de Cristo del Santo Sepulcro para contemplar la copa del Señor. En el siglo IX, el ‘Commemoratium’, de autor anónimo, asegura que el cáliz sigue en la capilla del Santo Sepulcro. Es la última vez que aparece descrito en textos de la época. Carlomagno mandó confeccionar una lista de todas las iglesias y templos que guardaban reliquias y el personal custodio. Pero a partir de eso momento, cuando las guerras entre persas, musulmanes y cristianos se recrudecen en la zona y se destruyen iglesias y monumentos, se pierde la pista de la reliquia. Hasta aquí, todo previamente documentado.

El viraje sorprendente se produce cuando Torres y Ortega buscaron a alguien con amplios conocimientos de árabe para que investigara en la Universidad Al-Azhar en El Cairo. Allí, un becario —del que no especifican el nombre en todo el documental— encuentra dos papiros del siglo XIV. El primero de ellos, atribuido a Saladino, sultán de Egipto y Siria, en el que recuerda el episodio de hambruna que sufrió Egipto en el año 1054 a causa de una sequía, que tan sólo intentó paliar el emir de la taifa de Dénia fletando un barco con víveres para alimentar a la población hambrienta. En él Saladino habla sobre un fragmento faltante en el Santo Grial desprendido a por Bani-I-Aswad, jefe de la expedición musulmana que lo llevó de Egipto a Dénia como recompensa al emir por la ayuda ofrecida.

El emir de Dénia fue el único que envió víveres a la población egipcia, hambrienta por la sequía del año 1054


El segundo hace referencia a un texto perdido del historiador árabe Ibn al-Quizti (1172-1248), es decir dos siglos antes, sobre la entrega del cáliz por parte del emir a Fernando I de León (1016-1065), para firmar con él la paz, evitar la conquista y encontrar un aliado. A Torres y Ortega se les encendió la bombilla: ¿podría haber pasado la reliquia por León? ¿Podría estar aún en León?

Después de seguir con las pesquisas, dilucidaron que el regalo del emir había pasado a manos de la hija de Fernando I, Urraca de Zamora. Y uno de los objetos más preciados por la infanta leonesa, conservada en la colegiata de San Isidoro de León, es un cáliz compuesto por dos copas de ónice —¡de ónice, como indicaban los primeros textos que mencionaban el Santo Grial— unidas por la base y adornadas en el siglo XI con oro, piedras preciosas y un camafeo de imitación romana sobre el grabado de 'In nomine dei Urraca Fredinandi’ (En nombre de Dios, Urraca de Fernando).

Los historiadores leoneses consiguieron los permisos para que un orfebre desmontase el cáliz y se encontraron con... la muesca de la que habla el papiro de Saladino. ¿Será o no será? "A mí me ha supuesto una aventura maravillosa", reconoce Torres en 'Onyx, los reyes del grial'. Lo que tienen claro es que "es un objeto judío, diseñado para el pueblo judío, utilizado por un judío, que era Jesucristo, utilizado en una ceremonia importante para ellos. Es un objeto que se convierte en el epicentro de la Eucaristía, que es el corazón del cristianismo y ha conseguido salvar los vaivenes de la tercera religión monoteísta, que es el islam, y que fue protegido por él, y alguien tan grande como Saladino confió en él y alguien como el emir de Dénia ayudó a que llegase a su destino": León.

https://www.elconfidencial.com/cultura/2019-03-14/santo-grial-leon-documental-onyx_1879238/
 
La falacia de que Felipe II y la Inquisición condenaron a España al atraso y al fanatismo
Durante los años de este reinado, en la Universidad de Salamanca se abanderó la teoría heliocéntrica de Copérnico, discutida en el mundo calvinista; se habló de Derecho Internacional por primera vez, se debatió sobre leyes en protección de los indígenas a una escala hasta entonces inédita y los llamados arbitristas pusieron sobre la mesa análisis macroeconómicos que cambiaron la economía para siempre
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César Cervera@C_Cervera_M

Actualizado:15/03/2019 01:32h
0 El error histórico de Pedro Sánchez: Fray Luis no pronunció el «decíamos ayer»

Para gran parte de la historiografía europea, el error más grave del reinado de Felipe II, criticado por mil y un motivos más, fue la prohibición en 1559 de que los estudiantes españoles se matricularan en universidades extranjeras. Aquello condenó al país, a juicio de los grandes intelectuales de la Ilustración, a la miseria intelectual y al atraso. Supuso perder el tren de la modernidad que representaban las universidades protestantes…

Una sentencia que adolece de perspectiva histórica, y ni siquiera es cierta. Que el mundo anglosajón se fuera a convertir en el referente de la ciencia mundial y en la cuna de la Revolución industrialresultaba insondable en un tiempo en el que las mejores universidades estaban en el lado católico. Cuando toda Europa prendía en llamas de fanatismo, resulta ridículo cargar las culpas contra el mismo imperio. Contra el país donde se fomentaba, en la Universidad de Salamanca, la teoría heliocéntrica de Copérnico, discutida en el mundo calvinista; donde se hablaba de Derecho Internacional por primera vez, donde se debatía sobre leyes en protección de los indígenas a una escala hasta entonces inédita y donde los llamados arbitristas (economistas) manejaban análisis macroeconómicos de un lucidez asombroso para esos años.

La guerra de Lutero en la universidad
Por la pragmática del 22 de noviembre de 1559, Felipe prohibió salir al extranjero a los estudiantes para ir a estudiar o a enseñar a las universidades y colegios, en tanto los que ya estuvieran en tales centros debían volver antes de cuatro meses, bajo pena de confiscación de bienes y destierro perpetuo. La prohibición obedecía, según el texto, a cuestiones morales, económicos y políticos, afectando igualmente a clérigos y laicos. No en vano, la medida (similar a otros decretos emitidos en otros países) solo afectaba a los castellanos, a los que sí les permitían estudiar en centros docentes de la Corona de Aragón, el Colegio de San Clemente de Bolonia y a las universidades de Roma, Nápoles y Coimbra.

al Imperio español. Más allá de cuestiones teológicas, ser protestante significaba distanciarse de España, debilitar a la potencia hegemónica con una religión que invocaba al emergente nacionalismo de estas regiones.

Las religiones reformadas convirtieran a los líderes locales en cabezas de sus iglesias, desplazando a Roma y a los cargos católicos en lo que a la administración de la moral se refiere. Conforme se consolidó el luteranismo, las universidades situadas en territorios de príncipes y reyes protestantes tuvieron que aceptar de buen grado o a la fuerza el punto de vista de la Reforma. La Universidad de Marburgo adoptó el protestantismo en 1527 y la de Cambridge asumió la postura anglicana tras la escisión iniciada por Enrique VIII de Inglaterra. La Universidad de Basilea pasó años críticos entre 1524 y 1535 cuando el consejo municipal impuso sus puntos de vista protestantes, expulsando a los profesores católicos y provocando una estampida de docentes y estudiantes. En el curso de 1528 tan solo contaban con un estudiante, y al año siguiente tuvo que cerrar sus puertas

Cuando las universidades de Colonia, Lovaina y Paríscondenaron a Lutero y apoyaron a Erasmo, el reformador reaccionó con violencia contra las universidades, a las que calificó como «puertas al infierno, fosas de asesinos, casas de vicio...» donde reinaba el pagano Aristóteles por encima de Cristo. Las discrepancias religiosas, la división del profesorado y las revueltas sociales cerraron la libre circulación de alumnos por el mundo académico europeo.

Cuando las universidades de Colonia, Lovaina y París condenaron a Lutero y apoyaron a Erasmo, el reformador reaccionó con violencia contra las universidades, a las que calificó como «puertas al infierno, fosas de asesinos, casas de vicio...»
Tanto los dirigentes católicos como los protestantes pusieron las universidades al servicio de los intereses políticos de cada reino, poniendo fin a la unidad intelectual y a la libertad con la que estudiantes y profesores se habían movido por toda Europa desde la creación de estos centros en la Edad Media. Y no solo por razones religiosas.... Durante la guerra entre Francia y España con la que Felipe II inauguró su reinado, la Universidad de París expulsó a los numerosos profesores y estudiantes españoles que allí residían a modo de represalia. Daba igual que ambos países estuvieran regidos por reyes católicos.

¿Funcionaron las medidas?
Felipe II estableció la mayoría de sus medidas contra el protestantismo tras descubrirse un brote luterano en la península a principios de su reinado. Ya desde tiempos de su padre, la Inquisición española elaboraba su propio índice de libros prohibidos, actualizado cada pocos años, concretamente en 1547, 1551, 1559, 1568, 1583, 1612, 1640, 1707, 1747 y 1790, cuyas restricciones eran distintas a las de la Inquisición pontificia y en muchos aspectos más comprensivo (aquí se introdujo el mecanismo de «purgar» partes de una obra para que se pudiera publicar el resto). En septiembre de 1558, Felipe II dictó, además, dos reales pragmáticas para controlar lo que se editaba e imprimía en sus reinos. Las imprentas debían inspeccionarse cada cuatro meses, y los libros importados tendrían que ser vistos por los «calificadores» del Santo Oficio antes de ser retirados de las aduanas.

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Retrato de Alonso de Santa Cruz, por Eulogia Merle
Lo que es más cuestionable es que estas medidas resultaran efectivas y, sobre todo, que de verdad supusiera un impacto irreversible para la ciencia y la cultura española. Y, ciertamente, entre 1550 y 1650, el historiador de la ciencia José Pardo Tomás ha registrado 759 casos de obras científicas censuradas, probablemente solo una pequeña parte del total. Nada distinto de lo que estaba ocurriendo en otros países, donde la censura ejercida directamente por la Corona o por sus respectivos tribunales religiosos afectaron a todo tipo de títulos, sin que aquello fuera impedimento para que prendiera la ciencia y la Revolución industrial supuestamente antes que aquí.

Como recuerda María Elvira Roca Barea en su libro «Imperiofobia y leyenda negra», en países vecinos como Francia también había un índice de libros prohibidos igual de voluminoso, establecido tanto por la Iglesia como por el Estado, de hecho muchos libros prohibidos allí no lo estaban en España. En Inglaterra, la Licensing Order of 1643permitió un nivel de censura que jamás hubiera soñado la Inquisición española. «La idea de que la existencia de un índice de libros prohibidos por la Iglesia [de Roma] ha afectado grandemente a la vida intelectual y científica en el mundo católico es uno de los tópicos nuevos en la renovación dieciochesca de la leyenda negra. Ha sido poco estudiado y goza todavía de gran predicamento intelectual», explica la investigadora en su libro.

No fue España un caso excepcional en la prohibición de libros o en la restricción de estudiar en otros países, salvo por todo lo contrario. Sin ir más lejos, aquí gozó de gran prestigio la obra de Copérnico, mientras esta era prohibida en las Universidades de Zurich (1553), Rostock (1573) y Tubinga (1582), entre otras en territorios protestantes. De ahí que Galileo quisiera venirse a estudiar aquí o que el cosmógrafo que encontró un tornaviaje en el Pacífico, Andrés de Urdaneta, se valiera de las tablas del astrónomo polaco para llevar a cabo su descubrimiento. La era de los grandes exploradores españoles fue posible porque, precisamente, España estaba a la vanguardia en cuestiones científicas.

De ahí que Galileo quisiera venirse a estudiar aquí o que el cosmógrafo que encontró un tornaviaje en el Pacífico, Andrés de Urdaneta, se valiera de las tablas del astrónomo polaco para llevar a cabo su descubrimiento
De forma excepcional, la Universidad de Salamanca incluyó en sus estatutos de 1561 que en la cátedra de Astronomía podía leerse a Copérnico, cuyo gran valedor fue Juan de Aguilera, profesor de astrología en este centro de 1550 a 1560. En 1594, la lectura se declaró obligatoria y el propio Felipe II costeo personalmente, entre otros, los trabajos de Alonso de Santa Cruz, que fue el primero en describir la variación magnética, y de Juan López Velasco, que describió los eclipses lunares de 1577 y 1578. La teoría heliocéntrica gozó así en España de gran vigencia, mientras Calvino se dedicaba a atacar a Copérnico por osar colocarse por encima del Espíritu Santo y, en 1551, Kaspar Peucer, yerno de Melanchton y profesor como él de la protestante Universidad de Wittemberg, pidió que se prohibiera sus enseñanzas.

Tampoco se hizo caso en España a la censura de la Inquisición Romana contra Galileo, en 1633, a pesar de que era vinculante para todo el orbe católico. La Inquisición española nunca incluyó los libros de Galileo en el Index Librorum Prohibitorum y los decretos del Santo Oficio tampoco se publicaron en otros países católicos como Francia.

Solo en Castilla, solo en la teoría
A decir verdad, el Index Librorum Prohibitorum y la vigilancia inquisitorial se mostraron poco diligentes en España. Las restricciones de 1558 de importar libros fueron dirigidas solo para los castellanos, lo cual significó que la censura no pasó del nivel teórico debido a que en Aragón, Cataluña y Navarra siguieron entrando toda clase de libros. Las librerías de Barcelona estaban repletas de títulos prohibidos, sin que la Inquisición, siempre con muy pocos efectivos, pudiera impedirlo. Según los estudios de Kamen, el intercambio de libros con Europa bajo Felipe II vivió un momento especialmente activo, más que cualquier tiempo anterior o posterior. Eso sin olvidar que, a lo largo de la historia, no ha habido mejor forma de convertir un libro en un best seller que prohibiéndole.

Las librerías de Barcelona estaban repletas de títulos prohibidos, sin que la Inquisición, siempre con muy pocos efectivos, pudiera impedirlo
En cuanto a la prohibición de estudiar fuera no tuvo gran incidencia a largo plazo, pues también en este caso únicamente se extendía a los castellanos y solamente en 1568 incluyó a sujetos de la Corona de Aragón. Ni un grupo ni otro, solía estudiar en universidades extranjeras... Y, como recuerda el hispanista y biógrafo de Felipe II Henry Kamen, más allá de lo que decía la ley los escasos castellanos y aragoneses que lo deseaban continuaron estudiando fuera, mientras el Estado miró hacia otro lado. La universidad española no dejó de crecer en volumen y prestigio durante este reinado. Castilla, después de 1559, alcanzó proporcionalmente más estudiantes en sus universidades que Inglaterra o los Países Bajos.

Tal vez, antes que preguntarse por qué España perdió el tren de la ciencia, habría que plantearse si es que lo extravió o simplemente sus élites intelectuales desconocen su propia historia y han despreciado nombres como el del físico Domingo de Soto, el primero en establecer en 1551 que un cuerpo en caída libre sufre una aceleración uniformemente acelerada, o el de Félix de Azara, autor fundamental para que Darwin desarrollara su tería sobre el Origen de las Especies, entre otros muchos científicos españoles olvidados o solapados por extranjeros. Como siempre en estos casos, falta perpectiva histórica y sobran análisis desde ópticas actuales.
https://www.abc.es/historia/abci-fa...-atraso-y-fanatismo-201903150132_noticia.html
 
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