Cristianismo. Lugares de culto

Para visitar el patrimonio mudéjar de este pueblo pregunte por Angelina
Vecinas de varios pueblos de Málaga se encargan de mostrar iglesias y torreones al turismo

NACHO SÁNCHEZ

Corumbela (Málaga) 28 NOV 2018

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Angelina Córdoba abre la puerta de la iglesia de Corumbela (Málaga). GARCÍA-SANTOS



En pleno corazón de la comarca de la Axarquía (Málaga), Corumbela desparrama sus casas por la sierra. Es una pequeña aldea que ronda los 200 habitantes, aunque sus vecinos creen que el Instituto Nacional de Estadísticas exagera. Basta pasear por sus calles para comprobarlo. Apenas existen ruidos que rompan el silencio. No hay bar. Tampoco tienda o estanco. Pero sí un alminar árabe construido en el siglo XII que hoy ejerce de campanario de una pequeña iglesia. Es el mayor tesoro de la localidad, que en su origen fue una alquería árabe. Pero ante la ausencia de oficina de turismo, quienes llegan hasta allí deben tocar en la puerta de Angelina Córdoba, una vecina que reside a un centenar de metros del monumento. Guarda las llaves del templo “desde siempre” y es ella la persona que abre sus puertas, conoce el nombre de los santos y señala el artesonado de estilo mudéjar. También quien invita a subir los 42 escalones del alminar, donde existe una campana que ella misma toca los sábados a las cuatro y media para llamar a misa. “Vivo muy cerca y no me cuesta venir cuando alguien lo pide para que nos conozcan un poquito más”, explica la mujer.

Uno de los principales atractivos de la Axarquía es la denominada Ruta Mudéjar. Incluye el alminar de Corumbela, así como la huella árabe de otros cinco municipios separados por una veintena de kilómetros e infinitas curvas. Los principales monumentos son torres árabes que ejercen de campanarios sobre las iglesias que sustituyeron a las mezquitas cuando la zona fue conquistada por los cristianos en 1487. Tienen en común el uso de ladrillo, yeserías y cerámica vidriada. También que en todos los casos son los propios vecinos quienes guardan copia de las llaves y los responsables de mostrar los tesoros a los pocos turistas que se aventuran por la zona. “Es la forma tradicional en la que se han hecho siempre las cosas en los pueblos”, explica Antonio Jesús Pérez (PP), alcalde de Sayalonga, núcleo urbano de 1.579 habitantes al que pertenece la pedanía de Corumbela. “No podemos poner una persona del Ayuntamiento permanentemente, pero Angelina siempre está ahí”, añade el alcalde.

Los recursos públicos son escasos en estas pequeñas localidades al pie del Parque Natural de las Sierras Tejeda, Almijara y Alhama. “A pesar del patrimonio que tenemos, nunca se ha apostado fuerte por el turismo”, cuenta Laureano Martín (IU), alcalde de Arenas (1.190 habitantes). En dicho municipio es Isabel, que vive frente a la iglesia de Santa Catalina Mártir, la encargada de las llaves, aunque preguntando en la plaza siempre se da con alguna otra persona que las tiene. Y en la pedanía de Daimalos, donde solo residen 24 personas, son las hermanas Elsa y Regina quienes enseñan desde hace décadas el templo dedicado al Santo Cristo de la Salud. Su alminar, del siglo XIII, será restaurado el año que viene. “Para entonces esperamos también contar con una oficina de turismo gracias a una subvención de la diputación provincial y poder concertar rutas guiadas”, indica el regidor que destaca la importancia que para la economía tienen las visitas turísticas.


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El alcalde de Salares, Pablo Crespillo (derecha) y el vecino Manuel Fernández. GARCÍA-SANTOS


A escasos 10 minutos por una carretera sin rectas se ubica Árchez. Sus blancas calles huelen a puchero y potaje de hinojos. También a chimenea. En ellas apenas hay rastro de los 405 vecinos que, en teoría, residen en el pueblo. “La mayoría son extranjeros. Van y vienen por temporadas”, cuenta Dolores Moyano. El documento oficial de la Diputación Provincial de Málaga explica que para visitar la iglesia hay que “preguntar por Amanda o Carmelina en plaza Alminar”. Sin embargo, es ella quien se encarga de abrir la iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación. Su disponibilidad depende de la hora y el día. “No puedo estar siempre”, explica la mujer, que vive justo enfrente del templo. Al abrir la puerta encuentra una factura de Iberdrola en el suelo. “Mira, ya ha llegado la luz”, dice sonriente mientras la recoge y espera a que los turistas pasen. El recinto es tan humilde como el pueblo. Cuenta con apenas 22 bancos (“y sobran, para una docena de personas que van a misa”) y algunas sencillas imágenes como las de San Antón y San Sebastián, a ambos lados de la Virgen. Destaca, eso sí, una moreneta que un vecino trajo de Barcelona “cuando volvió de trabajar allí muchos años”, asegura Dolores, que en cinco minutos informa de las novedades locales.

En la parte trasera del edificio existe un alminar del siglo XIV que tiene acceso independiente. Dar con su llave resulta más difícil, aunque basta preguntar en el Covirán. En Árchez todos los caminos llevan hasta este supermercado, que hace las veces de plaza del pueblo y posee un curioso techo de yeso que le asemeja a una cueva. Desde allí se moviliza a los vecinos hasta que alguien puede abrir el viejo torreón, declarado monumento histórico-artístico del patrimonio nacional en 1979, para mostrarlo a los visitantes. Considerado como uno de los mejores ejemplos de arquitectura almohade en el sur de España, recuerda a La Giralda sevillana, aunque en color albero. Posee una escalera en espiral para subir al campanario añadido por los cristianos a principios del siglo XVI. Un panel junto a su entrada explica que puede subir “cualquier persona en edad de merecer o soltero”.

Salares es otro de los pueblos más pequeños de la provincia de Málaga con 175 habitantes censados, aunque muchos de ellos viven en Torre del Mar y otros puntos de la Costa del Sol Occidental. A sus 80 años, Esperanza Fernández guarda la llave —que heredó de sus padres— de la iglesia de Santa Ana, que aún conserva su alminar de ladrillo rojo construido entre los siglos XIII y XIV y ha sido restaurado recientemente. “Venga, que os la enseño”, dice a quien llama a las puertas de su vivienda de la calle Puente, que acaba en un bonito puente romano. Mientras llega, recomienda visitar el patio de la antigua mezquita. “¿Es bonito o no?”, pregunta con una sonrisa de orgullo en la cara. “A los forasteros les encanta”, responde ella misma.

Con dificultad, Esperanza abre la puerta del templo, que es prácticamente una extensión de su casa. Es oscuro y con olor a humedad. La mujer se sienta en uno de los bancos y señala el bonito artesonado de madera de estilo mudéjar del techo y un mural dedicado a la patrona del municipio, Santa Ana, realizado por el pintor Moreno Ortega hace dos décadas. A su lado hay una imagen del patrón, San Antón, con el tradicional cochinillo a sus pies. Hace poco instalaron ventiladores en las paredes “porque el cura es muy caluroso”, cuenta la anfitriona mientras llega Manolo, otro de los vecinos que puede abrir la iglesia y que se encarga también de cuidar las imágenes de los santos. “Con ellos es todo mucho más fácil. Ayudan muchísimo a fomentar el turismo en el pueblo”, añade Pablo Crespillo, alcalde de Salares.

Muy cerca, en Sedella, hay que preguntar en los alrededores de la iglesia para poder visitarla, aunque lo más interesante del municipio es la Casa Torreón, que conserva en su parte más alta la arquitectura mudéjar y está decorado con ornamentos de estética morisca. “Una vecina abre la puerta, otra toca la campana y otras muchas se encargan de su mantenimiento para que siempre luzca perfecta”, destaca Francisco Abolafio (IU), alcalde de la localidad. Como tantas otras personas de estos pueblos, han hecho de las iglesias y sus alminares una parte más de sus viviendas.

https://elpais.com/politica/2018/11/27/diario_de_espana/1543275786_442484.html



 
La catedral de Justo
Publicado por Octavio Domosti
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La catedral de Justo en Mejorada del Campo, 2003. Fotografía: Susana Vera / Cordon Press.
«El ser humano es impredecible», decía el anuncio publicitario que lo dio a conocer al mundo. En realidad, él no buscaba reconocimiento, sino algo más prosaico: pasta gansa, vil metal, dinero, en definitiva. Aunque no le pareció suficiente. «Seis millones (de pesetas) para tres días que han estado molestando, una empresa que tiene dinero… pues no, no me dieron tanto». Total, que, como todos sospechábamos, el ser humano es bastante predecible, incluso alguien como Justo Gallego Martínez, el constructor solitario y autodidacta del oficialmente denominado «Templo Consagrado a la Madre de Dios, Nuestra Señora del Pilar», más conocido como La catedral de Justo. Predecible sí, pero también genial, porque Gallego es el más grande artista marginal de nuestro tiempo.

Cualquier persona mínimamente famosa que intenta destacar calma su ego editando con seudónimo su perfil en Wikipedia. Un buen indicador de esta práctica es que cuantos más tintes hagiográficos tenga su página, más ha enredado en persona el sujeto. Pues Justo Gallego ha debido pensar que eso es demasiado moderno y convencional y ha ido más allá: ha escrito su historia en un papel y lo ha pegado en una pared de su catedral en lo que podría parecer un homenaje a Lutero. Esto es lo que dice:

Debido a mis problemas de afonía, les ruego que eviten hacerme hablar. Si desean información, lean este cartel.

Me llamo Justo Gallego. Nací en Mejorada del Campo el 20 de septiembre de 1925. Desde muy joven sentí una profunda fe cristiana y quise consagrar mi vida al Creador. Por ello ingresé, a la edad de veintisiete años, en el monasterio de Santa María de la Huerta, en Soria, de donde fui expulsado al enfermar de tuberculosis, por miedo al contagio del resto de la comunidad. De vuelta en Mejorada y frustrado este primer camino espiritual, decidí construir, en un terreno de labranza propiedad de mi familia, una obra que ofrecer a Dios. Poco a poco, valiéndome del patrimonio familiar de que disponía, fui levantando este edificio. No existen planos del mismo, ni proyecto oficial. Todo está en mi cabeza. No soy arquitecto, ni albañil, ni tengo ninguna formación relacionada con la construcción. Mi educación más básica quedó interrumpida al estallar la Guerra Civil. Inspirándome en distintos libros sobre catedrales, castillos y otros edificios significativos, fui alumbrando el mío propio. Pero mi fuente principal de luz e inspiración ha sido, sobre todo y ante todo, el Evangelio de Cristo. Él es quien me alumbra y conforta y a él ofrezco mi trabajo en gratitud por la vida que me ha otorgado y en penitencia por quienes no siguen su camino.

Llevo cuarenta y dos años trabajando en esta catedral, he llegado a levantarme a las tres y media de la madrugada para empezar la jornada; a excepción de algunas ayudas esporádicas, todo lo he hecho solo, la mayoría de las veces con materiales reciclados… Y no existe fecha prevista para su finalización. Me limito a ofrecer al Señor cada día de trabajo que Él quiera concederme, y a sentirme feliz con lo ya alcanzado. Y así seguiré, hasta el fin de mis días, completando esta obra con la valiosísima ayuda que ustedes me brindan. Sirva todo ello para que Dios quede complacido de nosotros y gocemos juntos de Eterna Gloria a Su lado.

Justo Gallego Martínez.

Me representa: «Si desean información, lean este cartel (Y DEJEN DE JODER LA MARRANA)». Extraordinario; sean honestos y reconozcan que ya ha ganado varios puntos en su corazoncito con esa segunda línea. Tras esa introducción, que es toda una declaración de intenciones, relata lo que reportajes, documentales y demás documentación sobre Justo y su catedral después reproducen, en ocasiones hasta con distintas palabras. Porque no hay que buscar más, él lo cuenta todo ahí y podría considerarse su evangelio. En las decenas de entrevistas que ha dado a diferentes medios su palabra se convierte en apócrifa y comienzan a bailar datos y fechas. Hay unanimidad en que la construcción comenzó un 12 de octubre, pero el año varía entre 1961, 1962 y 1964. La obra lleva, si aceptamos 1961 como inicio, cincuenta y siete años ejecutándose y está bastante avanzada si realmente solo la hubiera construido una persona, como Gallego insiste en decir. En realidad, ha tenido algún apoyo externo, desde voluntarios que pasan largas temporadas con él hasta donaciones (las seis puertas de forja de la entrada principal provienen de un artesano de Alhama, Murcia) o directamente encargos (unos herreros hicieron la estructura metálica de la cúpula principal). Es habitual que los artistas se otorguen más méritos de los que les corresponden (piensen en Liam Gallagher).

Aún más desconcertantes son sus respuestas cuando se le pregunta por el plan de obra (en la autobiografía dice que no hay fecha prevista para finalizarla). En una escena de Snatch: cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000), le preguntaban a un tipo que estaba a cargo de la barbacoa que cuánto quedaba para que acabara de cocinar las salchichas, a lo que respondía que dos minutos; al medio minuto le volvían a preguntar por lo mismo y esa vez contestaba ¡cinco minutos! Pues eso: en 1983, en un reportaje del ABC, Gallego anunciaba que le quedaban cuatro años de obra; en 1997 y para el mismo medio, que cinco años; en 2004, en El País, asegura que, si le dieran cien millones de pesetas, contrataría a cinco peones y un oficial y en cinco años dejaba acabada la obra. ¿Cuánto queda para acabar esa catedral, Justo? Dos minutos. ¿Y ahora? Cinco minutos. ¿Y ahora? Estoy afónico.

Lo importante es la obra, no el autor

Justo Gallego sería un anónimo labrador si no se hubiera obsesionado con construir su catedral, que está compuesta de iglesia, sacristía, cripta, baptisterio, sala capitular, biblioteca, dos claustros y cuatro viviendas para sacerdotes. Un programa muy ambicioso. Esta obra descomunal para un hombre (con pequeñas ayudas, como hemos dicho) mide unos cincuenta metros de largo, veinte de ancho, la cúpula principal alcanza treinta y cinco metros de altura y treinta las torretas laterales, mientras que las torres principales espera elevarlas hasta los sesenta metros. Sus dimensiones son majestuosas. Para ponerlo en contexto, en una ocasión un técnico calculó que el presupuesto de la obra de Justo ascendería a unos mil millones de pesetas (seis millones de euros) si se ejecutara con materiales adecuados y mano de obra profesional, mientras que la redacción del proyecto ascendería a unos ocho millones y medio (unos cincuenta mil euros). Recordarán que, en su autobiografía, Gallego confiesa que no cuenta con proyecto. Es más, ni proyecto, ni dirección técnica de la obra, ni licencia municipal ni de ningún tipo, ni control de los materiales… para aspirar a ser la casa del Señor, aquello es un sindiós.

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La nave central de la catedral, 2009. Fotografía: M. Peinado (CC).
Atendiendo a la legalidad, el Ayuntamiento de Mejorada del Campo debería haber paralizado la catedral de Justo hace décadas y después haberla demolido como responsable subsidiario (cargando los gastos del derribo a Gallego). Pero no solo no lo paralizan, sino que el Ayuntamiento puso el nombre de Justo a un parque municipal. También es cierto que no sueltan la panoja, para queja de Gallego. Ni el Ayuntamiento ni ningún organismo público, habría que añadir, pero por contra tampoco hay inspecciones de trabajo. Lo comido por lo servido, pensarán. Esta indiferencia institucional se ha ido gestando desde que comenzó la catedral; de ser «el loco de la catedral» al que dejaban trabajar casi con condescendencia, ha pasado a convertirse en la imagen de una campaña mundial que despierta muchas simpatías, además de ser un foco de atracción turística. Obviamente, las circunstancias cambiarían radicalmente si se produjera un accidente grave, ya sea del propio Gallego o algún ayudante durante los trabajos, o de los visitantes que acceden a un recinto en obras sin apenas medidas de seguridad. No hay constancia de que haya técnico competente que se quiera hacer cargo de la dirección de las obras (dando validez a lo ya construido) y/o redacte un proyecto que poder presentar para tener al menos en regla algún permiso. Y es muy difícil que alguien asuma ese tipo de responsabilidad.

Pero mientras se produce el derribo de las obras debido a un suceso trágico o por la acción de la ley, la catedral es digna de verse. Siempre dentro de unos parámetros y unas expectativas, claro; es como cuando te enseñan un dibujo de lo que parece ser un oso hormiguero y modificas tu valoración inicial cuando te dicen que es un retrato tuyo que ha hecho un niño pequeño. Las texturas características de la catedral, por ejemplo. Por un lado, las espirales o aros de alambre que luego Gallego reviste más mal que bien con mortero dando lugar a bordes redondeados ya sea en escaleras, balaustradas o en arcos, y por otro lo que podríamos denominar trencadís tridimensional, consistente en paramentos construidos en aparejo caótico de ladrillos irregulares o rotos que rescata de descartes de fabricación industrial o de escombreras. En ambos casos, los acabados dan una sensación de amalgama escultórica a medio terminar o, directamente, mal ejecutada, pero diferente a lo habitual: tiene personalidad. Los volúmenes que remata con esos aros de alambre, como también los pilares de hormigón encofrados con latas recogidas de la basura, presentan un vibrado deficitario con coqueras, huecos sin rellenar, que crean secciones de debilidad. Materiales de desecho y deficientemente puestos en obra… como para estampar tu firma en un documento asegurando que eso se va a mantener en pie.

De todas las soluciones ingeniosas que utiliza Gallego (neumáticos para crear huecos circulares, escaleras de caracol de chapa plegada soldadas a barras corrugadas, etc.), he de confesar que siento especial cariño por las vidrieras. A diferencia de las habituales composiciones plomadas, Gallego fabrica las suyas espolvoreando cristal molido de colores que fija con pegamento, creando representaciones fascinantes, como las que parecen el resultado de combinar las banderas de Macedonia y la insignia militar japonesa, de inspiración lisérgica más que litúrgica. Pero con lo que se me saltan las lágrimas es con aquellas que muestran, fusilando sin ningún rubor, los reyes de la baraja clásica de Naipes Heraclio Fournier.

La catedral de Justo tiene unas características propias que la diferencian de otras edificaciones estrafalarias que comparten, en cierta manera, origen, proceso o fin. Por ejemplo, aunque colocáramos una antena parabólica asomando por alguna ventana y coches de gran cilindrada aparcados en la puerta, desentonaría en un poblado chabolista también construido con materiales defectuosos y sin orden porque demuestra tener un propósito y unas proporciones que intentan trascender más allá de procurar un techo.

A diferencia del castillo de Treigny (Francia), una fortificación de inspiración medieval que se comenzó a construir en 1997 con técnicas (e incluso ropajes) de aquella época, la precariedad de los medios constructivos de la catedral de Justo es fruto de las limitaciones económicas y de su desconocimiento de la materia (que tiene guasa también, que lleva más de medio siglo de obras con la catedral y sigue considerándose un labrador). Además, en Treigny trabajan en torno a medio centenar de personas y en Mejorada del Campo, ya saben, Gallego y algún voluntario suelto.

También carece del fin claramente artístico de las intervenciones de Salvador Dalí en Portlligat o de César Manrique en Lanzarote, o del turístico de las construcciones zoomórficas de chapa ondulada en Tirau, Nueva Zelanda. Y, por supuesto, es más auténtica que la Sagrada Familia de Barcelona (que no deGaudí). La catedral de Justo ha de permanecer tal y como la deje su creador a su muerte o, en todo caso, ser derribada, pero, por favor, no intenten acabarla.

Con la iglesia hemos topado

Todo el mundo se refiere a este templo marginal como catedral cuando técnicamente no lo es ni lo será. La diócesis de Alcalá de Henares ya cuenta con una, la Magistral de Alcalá, y no puede haber otra. No tienen interés en el edificio en sí, sobre todo porque no hay ningún tipo de garantías respecto a su legalidad, estabilidad o funcionalidad, aunque no verían con malos ojos aprovechar los terrenos donde se asienta puesto que su valor catastral es de más de un millón de euros. A Gallego esto le da igual. Decíamos al principio que es el más grande artista marginal de nuestro tiempo, y son múltiples los detalles que lo demuestran. Hoy en día, en España hay pocas cosas más underground que ser artista y reconocer públicamente tu profunda devoción cristiana, y que, para más inri, tu gran obra sea una iglesia que quieres regalar a la Iglesia y esta la rechace. Si en el indie se ponían a tocar sin saber casi sujetar la guitarra y el punk insistía en el «hazlo tú mismo», la obra de Gallego podría etiquetarse perfectamente en cualquiera de estos estilos, dando sopas con honda a cualquiera que intente comparársele por su constancia, independencia e ilegalidad.

¿Que el Chinese Democracy de Guns N’ Roses tardó diecisiete años en ver la luz? Gallego lleva más de medio siglo y sin fecha de finalización. Por no hablar de su indumentaria clásica desde hace décadas: ropa de trabajo azul atada con un cordón del mismo color rojo que la bufanda y el gorro, más o menos vestido como, en el colmo de la modernidad, Sergio Ramos ha ido a ver algún partido de fútbol. Y también presenta el mal humor de los genios: en ocasiones expulsa de su catedral a quien no va vestido como él considera «de manera respetuosa»; y en un cortometraje se lamentaba de no haber lanzado un ladrillo a un periodista de El Mundo que le tuvo un cuarto de hora posando para hacerle fotos y al final se marchó sin dejarle un donativo. La guinda de su (involuntaria) dimensión artística fue aparecer en una exposición denominada The Real Royal Trip en el MoMA de Nueva York a finales de 2003. «La nueva energía estética de los jóvenes españoles», titulaban un reportaje sobre la misma en El Mundo. Por aquel entonces Gallego tenía ya setenta y ocho años. Y declinó la invitación de viajar a Estados Unidos porque tenía mucho que hacer.

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Justo Gallego, 2003. Fotografía: Susana Vera / Cordon Press.
https://www.jotdown.es/2019/02/la-catedral-de-justo/
 
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