Clint Eastwood cumple noventa: venga, alégrale el día
El cineasta se convierte en nonagenario conjugando en presente el verbo trabajar
Clint Eastwood, en el Festival de Cannes de 2008 - Afp
Oti Rodríguez MarchanteSEGUIR Actualizado:31/05/2020 00:42h
Hoy es la fecha en la que, hace noventa años, nació Clint Eastwood, y en San Francisco, que es como llamamos a «Frisco» los que no hemos abierto ni el tarro de la pomada. Y a bote pronto se diría que ninguna de las dos cosas le pegan, ni los noventa ni lo de no ser originario, pongamos, de Arizona o Pasadena (Texas). Solo como datos curiosos de su lejanísima biografía se puede apuntar que pesó más de cinco kilos al nacer y que es descendiente de aquellos primeros colonos que llegaron a América en el Mayflower, un detalle de pedigrí del que presumen prácticamente todos los estadounidenses vivos.
Que Clint Eastwood pase a la categoría de nonagenario no lo convierte en alguien especial, pues todo el mundo tiene al menos un tío que no presume de ello; lo especial en Eastwood es que llega ahí mientras conjuga en presente el verbo trabajar: hacer películas, a cualquier edad y aunque no sean una maravilla, es una proeza física y mental, pero ponerse a dirigir películas a los noventa requiere ya de unas dosis de ilusión, fortaleza y confianza que entran en el terreno de la ciencia ficción. También como curiosidad se apunta que Lenni Riefensthal se fue a Sudán a los 98 años a rodar un documental, o que el insólito cineasta portugués Manoel de ElAceitunoMisogino rodó con 104 años «Gebo et l'ombre» y con 106 cerró su filmografía con el cortometraje «El viejo de Belén». Cuidado, pues, con Eastwood, que, con suerte, estaría en los comienzos de su filmografía.
«El bueno, el feo y el malo»
Atentos a ella, a la filmografía de Eastwood, muchos consideramos que entregaba su testamento cuando hizo, en 2008 -o sea, casi octogenario- «Gran Torino», pues vimos en ella el cierre perfecto a una trayectoria, no solo de él como director y actor, sino del zumo de sus personajes dentro de la pantalla; ese viejo Walt Kowalski, ex combatiente, jubileta, viudo, preñado de prejuicios y con un sentido de la dignidad y la honradez que hoy son anómalos, sonaba a cerrojazo sublime al poncho, al escupitajo, a la Magnun 44 y al rincón del ring. Pues bien, después de su «testamento fílmico» ha hecho otras nueve películas, y las cinco últimas, desde «El francotirador» a «Richard Jewell», con el noble propósito de honrar las virtudes del americano sencillo, ver en él su condición de héroe arrinconado, al tiempo que posaba su peculiar mirada de mosqueo en los trastornos sociales de su país.
Haga lo que haga, sea mucho o poco, Clint Eastwood es ya algo más que un clásico de la Historia del Cine: es el último director de cine clásico. Y aunque su gremio lo consideró en el Olimpo cuando hizo «Sin perdón», su obra cumbre, era ya el cineasta que había firmado obras maestras como «El fuera de la ley», «Infierno de cobardes», «El jinete pálido» y muy, muy especialmente «Bird», ese abrumador retrato en negro de Charlie Parker. El director de «Sin perdón» había llegado a la cumbre y con un género, el wéstern, que parecía ya un paso cerrado hacia ella: todas sus obras inmortales ni soñaban con nueva compañía. Pues el tipo frío, impasible y letal que entraba de una patada a la puerta del «saloon» en «Sin perdón» hizo justo después dos películas de finísima sensibilidad, «Un mundo perfecto» y «Los puentes de Madison», en las que te partía en dos con la misma contundencia que cuando usaba la Magnun.
«Harry el Sucio»
Y ese es un rasgo característico del personaje Eastwood, que cuando crees que lo tienes atado en su casilla, él ya está en otra. Y no solo en lo que concierne al cine, sino en cualquier otro aspecto de su personalidad. Todo el mundo cree saber en qué lado está Eastwood en la política, lo cual resulta gracioso si se tiene en cuenta que es un republicano que a veces vota a los Demócratas, que se ha definido tanto como «moderado» o «libertario» y que llegó a alcalde de su ciudad, Carmel, con una candidatura independiente. Es decir, que es más fácil pillar a Harry el Sucio desarmado que a Eastwood embutido en un traje y trinchera. Por poner un ejemplo cinematográfico, es el director capaz de hacer la asombrosa y hermosa «Banderas de nuestros padres» y luego darse literalmente la vuelta y rodar en japonés y con una mirada monumental y trascendente «Cartas desde Iwo Jima»... ¿Quién sino él, o John Ford con «los indios», es capaz de apuntar con la cámara a dos lugares contradictorios a la vez?
Hace unos años se publicó una biografía de Eastwood, de Patrick McGillian, que fue muy divulgada entre otras cosas porque llevaba en su lomo la advertencia de que «Esta biografía no ha sido autorizada por Clint Eastwood», y en ella se desvelaban, fueran o no ciertos, pero sí muy divertidos, algunos detalles de su vida sentimental, que ha sido un hervidero, y de su relación entre lo tremendo y lo inclasificable con sus esposas, amantes y líos, pero también aspectos económicos ligados a su inmensa fortuna y a su notable capacidad para no gastar un dólar en vano: al parecer, también goza de un lugar de honor entre los tacaños de Hollywood.
«Mula»
Para celebrar el combustible, ojalá inagotable, de Clint Eastwood haremos una clasificación de sus películas entre buenas, muy buenas y maravillosas. En lo más alto estarían, claro, «Sin perdón», «Gran Torino», «Bird», «Los puentes de Madison», «Mystic River», «Million Dollar Baby» y, según el día, «El jinete pálido» y «Un mundo perfecto». Solo son muy buenas, buenísimas, «El fuera de la ley», «Cartas desde Iwo Jima» tras, o delante, de «Banderas de nuestros padres», «El francotirador» y «Richard Jewell». Y casi tan buenas «El intercambio», «Poder absoluto», «Cazador blanco, corazón negro», «El sargento de hierro», «Infierno de cobardes», «Más allá de la vida» (cuestión personal no muy compartida) y «Sully». Y en un lugar más allá de lo cinematográfico, situamos «Mula», donde Eastwood probablemente le dice adiós al interior de la pantalla con un personaje, Earl Stone, en el que se retrata muy por dentro y se confiesa en lo que es su auténtica autobiografía.
El cineasta se convierte en nonagenario conjugando en presente el verbo trabajar
Clint Eastwood, en el Festival de Cannes de 2008 - Afp
Oti Rodríguez MarchanteSEGUIR Actualizado:31/05/2020 00:42h
Hoy es la fecha en la que, hace noventa años, nació Clint Eastwood, y en San Francisco, que es como llamamos a «Frisco» los que no hemos abierto ni el tarro de la pomada. Y a bote pronto se diría que ninguna de las dos cosas le pegan, ni los noventa ni lo de no ser originario, pongamos, de Arizona o Pasadena (Texas). Solo como datos curiosos de su lejanísima biografía se puede apuntar que pesó más de cinco kilos al nacer y que es descendiente de aquellos primeros colonos que llegaron a América en el Mayflower, un detalle de pedigrí del que presumen prácticamente todos los estadounidenses vivos.
Que Clint Eastwood pase a la categoría de nonagenario no lo convierte en alguien especial, pues todo el mundo tiene al menos un tío que no presume de ello; lo especial en Eastwood es que llega ahí mientras conjuga en presente el verbo trabajar: hacer películas, a cualquier edad y aunque no sean una maravilla, es una proeza física y mental, pero ponerse a dirigir películas a los noventa requiere ya de unas dosis de ilusión, fortaleza y confianza que entran en el terreno de la ciencia ficción. También como curiosidad se apunta que Lenni Riefensthal se fue a Sudán a los 98 años a rodar un documental, o que el insólito cineasta portugués Manoel de ElAceitunoMisogino rodó con 104 años «Gebo et l'ombre» y con 106 cerró su filmografía con el cortometraje «El viejo de Belén». Cuidado, pues, con Eastwood, que, con suerte, estaría en los comienzos de su filmografía.
Atentos a ella, a la filmografía de Eastwood, muchos consideramos que entregaba su testamento cuando hizo, en 2008 -o sea, casi octogenario- «Gran Torino», pues vimos en ella el cierre perfecto a una trayectoria, no solo de él como director y actor, sino del zumo de sus personajes dentro de la pantalla; ese viejo Walt Kowalski, ex combatiente, jubileta, viudo, preñado de prejuicios y con un sentido de la dignidad y la honradez que hoy son anómalos, sonaba a cerrojazo sublime al poncho, al escupitajo, a la Magnun 44 y al rincón del ring. Pues bien, después de su «testamento fílmico» ha hecho otras nueve películas, y las cinco últimas, desde «El francotirador» a «Richard Jewell», con el noble propósito de honrar las virtudes del americano sencillo, ver en él su condición de héroe arrinconado, al tiempo que posaba su peculiar mirada de mosqueo en los trastornos sociales de su país.
Haga lo que haga, sea mucho o poco, Clint Eastwood es ya algo más que un clásico de la Historia del Cine: es el último director de cine clásico. Y aunque su gremio lo consideró en el Olimpo cuando hizo «Sin perdón», su obra cumbre, era ya el cineasta que había firmado obras maestras como «El fuera de la ley», «Infierno de cobardes», «El jinete pálido» y muy, muy especialmente «Bird», ese abrumador retrato en negro de Charlie Parker. El director de «Sin perdón» había llegado a la cumbre y con un género, el wéstern, que parecía ya un paso cerrado hacia ella: todas sus obras inmortales ni soñaban con nueva compañía. Pues el tipo frío, impasible y letal que entraba de una patada a la puerta del «saloon» en «Sin perdón» hizo justo después dos películas de finísima sensibilidad, «Un mundo perfecto» y «Los puentes de Madison», en las que te partía en dos con la misma contundencia que cuando usaba la Magnun.
Y ese es un rasgo característico del personaje Eastwood, que cuando crees que lo tienes atado en su casilla, él ya está en otra. Y no solo en lo que concierne al cine, sino en cualquier otro aspecto de su personalidad. Todo el mundo cree saber en qué lado está Eastwood en la política, lo cual resulta gracioso si se tiene en cuenta que es un republicano que a veces vota a los Demócratas, que se ha definido tanto como «moderado» o «libertario» y que llegó a alcalde de su ciudad, Carmel, con una candidatura independiente. Es decir, que es más fácil pillar a Harry el Sucio desarmado que a Eastwood embutido en un traje y trinchera. Por poner un ejemplo cinematográfico, es el director capaz de hacer la asombrosa y hermosa «Banderas de nuestros padres» y luego darse literalmente la vuelta y rodar en japonés y con una mirada monumental y trascendente «Cartas desde Iwo Jima»... ¿Quién sino él, o John Ford con «los indios», es capaz de apuntar con la cámara a dos lugares contradictorios a la vez?
Hace unos años se publicó una biografía de Eastwood, de Patrick McGillian, que fue muy divulgada entre otras cosas porque llevaba en su lomo la advertencia de que «Esta biografía no ha sido autorizada por Clint Eastwood», y en ella se desvelaban, fueran o no ciertos, pero sí muy divertidos, algunos detalles de su vida sentimental, que ha sido un hervidero, y de su relación entre lo tremendo y lo inclasificable con sus esposas, amantes y líos, pero también aspectos económicos ligados a su inmensa fortuna y a su notable capacidad para no gastar un dólar en vano: al parecer, también goza de un lugar de honor entre los tacaños de Hollywood.
Para celebrar el combustible, ojalá inagotable, de Clint Eastwood haremos una clasificación de sus películas entre buenas, muy buenas y maravillosas. En lo más alto estarían, claro, «Sin perdón», «Gran Torino», «Bird», «Los puentes de Madison», «Mystic River», «Million Dollar Baby» y, según el día, «El jinete pálido» y «Un mundo perfecto». Solo son muy buenas, buenísimas, «El fuera de la ley», «Cartas desde Iwo Jima» tras, o delante, de «Banderas de nuestros padres», «El francotirador» y «Richard Jewell». Y casi tan buenas «El intercambio», «Poder absoluto», «Cazador blanco, corazón negro», «El sargento de hierro», «Infierno de cobardes», «Más allá de la vida» (cuestión personal no muy compartida) y «Sully». Y en un lugar más allá de lo cinematográfico, situamos «Mula», donde Eastwood probablemente le dice adiós al interior de la pantalla con un personaje, Earl Stone, en el que se retrata muy por dentro y se confiesa en lo que es su auténtica autobiografía.
Clint Eastwood cumple noventa: venga, alégrale el día
El cineasta se convierte en nonagenario conjugando en presente el verbo trabajar
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