CIUDADES

ACABA DE PUBLICARSE UN RANKING CON LAS CIUDADES MAS LIMPIAS DE ESPAÑA, DE FORMA QUE SI PENSAIS VISITARNOS HACÉIS BIEN, PUES OVIEDO VA EN CABEZA.-
BIENVENIDOS A ASTURIAS,!!!!!.-

ESTE ES EL INFORME DEL CONFIDENCIAL.-

Estas son las ciudades más limpias de España .-
La situación ha empeorado en los últimos cuatro años. Madrid suspende aunque mejora respecto al anterior informe elaboradora por la OCU. Las peores, Cuenca, Alcalá de Henares Alicante y Jaén
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Una trabajadora de los servicios de limpieza del Ayuntamiento de Madrid. (EFE)

TIEMPO DE LECTURA3 min
26/04/2019 06:13 - ACTUALIZADO: 26/04/2019 07:51
Oviedo es la ciudad española donde sus vecinos se muestran más satisfechos con la limpieza de su ciudad, según un estudio de laOrganización de Consumidores y Usuarios (OCU), que indica que Bilbao y Vigo completan el podio de las localidades más limpias.



Estas son algunas de las conclusiones de este informe que ha analizado los servicios municipales de limpieza de sesenta ciudades españolas, y que indica que Cuenca, Alcalá de Henares (Madrid), Alicante y Jaén son las peor situadas en esta materia.

Según el informe, la situación ha empeorado en los últimos cuatro años ya que a día de hoy la puntuación media de limpieza de las ciudades es de 53 puntos, dos menos que en el último estudio de 2015. Guadalajara, Ávila y A Coruña son algunas de las 39 ciudades que más han disminuido su valoración y tan solo 18 han obtenido una mejor puntuación, entre las que figuran Huesca, Castellón, Zamora, Logroño y Valencia.

La organización ha analizado como indicadores de limpieza los excremento caninos, las pintadas, la presencia o ausencia de contenedores y la existencia de lugares especialmente sucios.

En cuanto al presupuesto destinado al cuidado urbano, Barcelona es la ciudad que más dinero gasta con 106 euros por habitante al año, y, según la OCU, "aprueba por la mínima con 51 puntos", mientras que Gijón y Valladolid son las que menos invierten con 32 euros.

El estudio reflejado que las "cacas de los perros" son el factor más influyente en la percepción de la ciudad como un lugar sucio, lo que en algunas ciudades como Ávila, Madrid y Lérida supone multas de hasta 3.000 euros. Los excrementos caninos, el botellón, los mercadillos y los barrios de la periferia son algunos de los puntos negros de las ciudades, pero el porcentaje de encuestados que los destaca ha bajado del 43 % al 32 %.

El informe subraya que Bilbao, que ocupa el segundo lugar en el ránking, es, con diferencia, la ciudad que más ha mejorado en los últimos 24 años en el grado de satisfacción de sus vecinos al haber crecido 31 puntos en este tiempo y haber pasado de un "suspenso" a un "notable alto".

Pontevedra y Vigo son las dos ciudades que más han trabajado en su limpieza urbana después de Bilbao, según el estudio, mientras que A Coruña, Palma de Mallorca y Tarragona son las que tienen una evolución más negativa. Madrid suspende con 39 puntos pese a haber mejorado con respecto al informe anterior, siendo el factor peor valorado la situación de los excrementos que obtiene 28 puntos.

El último estudio de la OCU, difundido este jueves, se basa en dos fuentes: una encuesta realizada a 5.260 socios de la organización -una media de cerca de 100 entrevistados en cada una de las 60 ciudades- y los cuestionarios devueltos por 44 ayuntamientos que quisieron participar en el trabajo (otros 16 consistorios no respondieron).

La organización ha asegurado que "no se han hecho suficientes esfuerzos en los últimos cuatro años en materia de limpieza y que los que se han hecho, "no se han dejado sentir en muchas ciudades".



 
¿Merece la pena mudarse a Dubái?
Dos auxiliares de vuelo nos cuentan su experiencia en el nuevo El Dorado



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Una vida a la medida de los 'expats' © Getty Images




Todos tenemos a un primo en Dubái, o al amigo de un amigo, o a la novia del primo de un amigo. Algunos de ellos hablan maravillas de esta modernísima ciudad que nació, como un espejismo, en medio del desierto. Otros, la aborrecen. Lo que está claro es que todos acuden allí por una misma razón: hacer dinero.

En el colectivo que emigra a Dubái desde España en busca de su El Dorado particular, con posibilidad de conseguir un buen sueldo -la mano de obra no cualificada o poco especializada no puede acceder a él- existen varios perfiles profesionales: economistas, ingenieros, profesores... y, en un gran porcentaje, personal de vuelo.


“Todo ocurrió de imprevisto”, nos cuenta Ana Hernández, Azul Místico en YouTube. “Estaba estudiando mi último año de Bellas Artes cuando me enteré por casualidad de que Emirates venía a Granada buscando personal con base en Dubái. Tenía 21 años, nunca me había planteado trabajar como tripulante de cabina, y menos aún vivir allí… pero me encantaba viajar y varios amigos me lo habían sugerido”, recuerda.

Se presentó sin esperanzas de ser elegida, pero acabó siéndolo. “Cancelé mis planes de verano y, dos días después de mi graduación, puse rumbo a Dubái”, explica a Traveler. Acabó quedándose un año allí.




Carmen López, que acaba de escribir el libro La vida después de Dubai, estuvo siete años más, también trabajando para Emirates. “Había oído hablar de las fabulosas condiciones de trabajo que ofrecían las empresas en Dubái, para que la gente estuviera dispuesta a mudarse allí”, rememora. “Por aquel entonces, como no existían vuelos directos entre los EAU y España y Dubái no era aún conocida ni promocionada como destino turístico por los touroperadores, mucha gente pensaba que, por el hecho de estar en un país musulmán, no sería una ciudad segura para vivir, y mucho menos, si eras mujer… No obstante, empecé a investigar sobre Dubái y sobre la aerolínea y claramente vi una oportunidad única para poder viajar por todo el mundo y poder ganar dinero, ya que los EAU son un país libre de impuestos”.

Hernández también estuvo investigando el lugar antes de mudarse, y se encontró con los mismos prejuicios que López unos cuantos años antes: “La gente suele pensar que, por ser un país musulmán, las mujeres tienen que llevar velo o se van a sentir más discriminadas de alguna manera, pero la realidad es muy distinta”, opina. “La gran mayoría de personas que residen en Dubái son extranjeros o expats, muchos de países occidentales... Todo está muy adaptado para ellos, y al final, el trato que recibes es prácticamente el mismo que en cualquier país occidental. Las reglas de vestimenta, por ejemplo, son las mismas para hombres y mujeres”.






Y continúa: “Creo que en todas partes se discrimina a las mujeres de alguna forma, pero en Dubái particularmente, al menos, en mi caso, nunca sentí que ese trato fuese distinto o peor al que siento en España, por ejemplo. Incluso diría que fue algo mejor, ya que la gente es especialmente respetuosa y educada”.

López sí que percibió un trato distinto a mujeres y hombres… pero, según su punto de vista, las primeras acababan saliendo beneficiadas. “Para mi sorpresa, en ciertos temas en Dubái, se discrimina positivamente a las mujeres. Por ejemplo, en el metro hay un vagón solo para mujeres (donde se viaja de una manera más confortable que en el de los hombres; es el vagón que va seguido del de primera clase). También, en ciertos organismos, públicos o privados, hay distinción de colas para mujeres y colas para hombres. Y como Dubái está mayoritariamente poblada por hombres, siendo mujer te ahorras horas de cola. Lo cierto es que no recuerdo ningún momento ni situación en Dubái en los que haya sentido que se me haya tratado diferente por el hecho de ser mujer”, afirma.




Pero, además de las distinciones en cuanto al género, ¿qué otras realidades chocan a un español nada más aterrizar en Dubái? “¡La temperatura! Me bajé del avión a las siete de la mañana en pleno mes de julio, a casi 50 grados, y parecía que el aire me quemaba la piel. Pensé: ‘¿Dónde me he metido?’. Luego, poco a poco, me fui acostumbrando… pero el primer verano fue bastante duro”, cuenta Hernández a Traveler.es.

También le llamaron la atención las normas con respecto a la vestimenta (aunque se puede vestir como se quiera, existe una recomendación para que se cubran rodillas y hombros en lugares públicos) y a las muestras de afecto en público -se ha de procurar no abrazarse ni besarse en la calle-. Asimismo, y aunque no afectaran directamente a López o a Hernández, cabe destacar que hay realidades prohibidas por la ley y sancionadas con rigor, como poseer drogas, tener relaciones e hijos fuera del matrimonio, el adulterio y la homosexualidad.

A la auxiliar de vuelo no le resultó especialmente difícil adaptarse a la etiqueta del país, pero sí a las diferencias sociales entre habitantes de una misma ciudad. “Cuando paseas por las zonas turísticas, marinas o centros comerciales, se ve mucho bling bling. Coches de lujo bañados en oro, bolsos de marca, diamantes… es como estar en una película. Pero la realidad es que, detrás de todo eso, lejos de los rascacielos y yates, hay una clase trabajadora que vive en condiciones pésimas. Es un contraste bastante alarmante e invisible a ojos de los turistas”, afirma.

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El Dubái de las playas y los edificios de moda tiene una cara oculta © Getty Images




López también pone énfasis en esta idea: “En Dubái tienes desde las mayores excentricidades para ricos, como, por ejemplo, máquinas expendedoras de lingotes de oro, o el hecho de tener como mascota a una pantera, hasta la pobreza más absoluta en los guetos, donde habitan los obreros de la construcción. Allí, por supuesto, no tienen acceso ni los turistas ni los medios de comunicación, para no ‘ensuciar’ la imagen que se tiene de Dubái”, afirma.

Así, Europa Press recogía en 2015 las protestas de los trabajadores asiáticos en Dubái, que suponen la mayoría obrera no cualificada de la ciudad. Sus salarios rondan los 200 euros mensuales, y en la web Disfruta Dubái se afirma que no poseen descanso, ni vacaciones. De hecho, comparten habitación e incluso cama, una realidad que nada tiene que ver con el día a día de los expats.

”La vida en Dubái es diferente a la de cualquier otro lugar”, considera Hernández. “Por la temperatura y la forma en que se ha construido la ciudad, la gente hace vida en interior. No existen demasiadas zonas al aire libre por las que pasear y para ir a cualquier sitio hay que hacerlo en taxi. Normalmente, los planes con amigos suelen consistir en visitar un centro comercial, salir de fiesta o tomar el sol junto a la piscina de algún hotel. Es una vida bastante relajada y, aunque hay mucho donde elegir, se puede acabar volviendo algo monótona…”




López también coincide en que los planes estaban regidos por la temperatura, que en verano alcanza temperaturas propias del desierto, con fuertes rachas de viento y mucha humedad. “Durante la mayor parte del año, la temperatura durante el día ronda entre los 22 y los 35 grados, por lo que puedes practicar deportes acuáticos como surf, submarinismo o esquí acuático, o actividades al aire libre como golf, patinaje o montar en bicicleta... En cambio, desde el mes de junio hasta aproximadamente el mes de septiembre, el termómetro asciende a 50 grados, por lo que, por las mañanas, te refugiabas del intenso calor en las decenas de piscinas climatizadas, y por las tardes te refugiabas dentro de los centros comerciales con el aire acondicionado a tope, siendo algunos de ellos auténticas ciudades”.

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Dubái tiene un clima desértico © Getty Images

Eso sí, el trabajo de ambas como auxiliar de vuelo les permitía pasar más o menos la mitad del mes fuera, viendo mundo: “Cada día era diferente al anterior”, recuerda Hernández. “Solía hacer vuelos de larga distancia: una semana estaba en Nueva York, la siguiente en la Gran Muralla China y la siguiente en Sudáfrica nadando con tiburones. Intenté aprovechar al máximo cada uno de mis viajes, que normalmente duraban sólo 24 horas, para ver y hacer todo lo posible. Luchaba contra el cansancio y el jet lag como podía mientras estaba de viaje, y aprovechaba mis días libres en Dubai para recuperarme y descansar. Fue toda una aventura”.




Con ese ritmo de vida, visitó unos 40 países en cinco continentes en tan solo un año, una experiencia que le cambió por completo, pero que siempre consideró como algo temporal: “Fue mi forma de viajar y ver mundo mientras decidía qué hacer con mi vida”, afirma. “Durante mi segundo año en Dubái, empecé a aburrirme un poco de la ciudad. Es un lugar bastante superficial y echaba de menos poder pasear por la calle o sentarme en una terraza a tomar algo. Además, estaba muy lejos de casa… así que decidí volver a Europa, que es donde me siento más cómoda a largo plazo, y buscar otra forma de viajar que me hiciese más feliz”.

Pese a todo, Hernández, ahora youtuber a tiempo completo, recomendaría sin duda la experiencia de vivir una temporada en Dubái: “El nivel de vida allí es muy alto, y una vez te adaptas a la cultura y la forma de vida, se está muy, muy cómodo. Aún así, creo que hay que tener claro desde un principio que Dubai no es para todo el mundo... al menos, no a largo plazo”.

DUBÁI: UN IDILIO CON FECHA DE CADUCIDAD

Una de las razones de que no sea una ciudad en la que vivir mucho tiempo viene dada por la propia política del país: “Al cabo de estar varios años viviendo allí, lo que más me sorprendió fue que no importaba los años que llevaras viviendo en Dubái, las propiedades que hubieras comprado o incluso si habías tenido hijos, que si te quedabas sin trabajo o te despedían de tu empresa, tenías que abandonar el país en 30 días", nos cuenta López.

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Dubái, llena de comodidades, puede hacerse aburrido © Getty Images




"La razón es que tu visado de residencia en el país depende de la empresa que te contrata, porque en los EAU, el empleador actúa como espónsor. Así que, si perdías tu trabajo, perdías tu derecho a permanecer en los Emiratos Árabes Unidos. De igual manera, si tienes alguna deuda con el banco en el momento en el que te quedas sin trabajo, el gobierno requisa tu pasaporte para que no puedas escapar del país (y sin pasaporte no te pueden contratar en otras empresas). Y por eso, todos sabíamos que Dubái era un lugar de paso con el cual no podías encariñarte ni retirarte, ya que todos teníamos fecha de caducidad”.

Tras casi una década en la ciudad trabajando como supervisora de cabina al principio y luego seleccionando personal en los famosos Open Days de Emirates (las jornadas de puertas abiertas en las que se selecciona a los candidatos), López sintió que esa “fecha de caducidad” había llegado. “A pesar de que tenía un trabajo muy gratificante y mi nivel de vida era bastante alto en Dubái, después de ocho años viviendo en el desierto, ya empecé a plantearme volver a casa”, explica. El constante ritmo de viajes, que empezó a afectarle a nivel físico y mental, también pesó en su decisión.




La vuelta, sin embargo, no fue fácil, y de eso trata precisamente La vida después de Dubái, el libro que lanzará en español el 23 de abril -aunque ya está a la venta su versión en inglés-. “En mayo hará cuatro años que regresé de los EAU, y durante los primeros años tras mi vuelta, sufrí del 'choque cultural reverso'. Este síndrome, tan poco reconocido en psicología por ser relativamente nuevo, podría resumirse básicamente en el impacto psicológico y emocional que sufres cuando regresas a tu país de origen después de haber estado viviendo en el extranjero, y al regresar, no eres capaz de reconocer tu hogar como tal”, explica.

“Básicamente, no sentía que Barcelona, la ciudad en la que nací y en la que he vivido toda la vida, fuera mi ‘hogar’. Después de haber estado durante ocho años en Dubái (donde tenía mi propio apartamento, mi trabajo y mis amigos, con los que socializaba a diario), regresé a una ciudad donde tenía que empezar de cero otra vez con un nuevo trabajo, un nuevo apartamento, y mis ‘viejos’ nuevos amigos, que, obviamente, habían continuado con sus vidas, y ya se habían acostumbrado a hacer su día a día sin mí. Esperaba regresar a la Barcelona que dejé ocho años atrás, algo que, obviamente, era imposible, dado que todo había cambiado, incluso yo”.




Sin embargo, aun con lo difícil que fue su regreso, la ahora escritora anima a otros auxiliares de vuelo a mudarse a Dubái. “A pesar de que sea duro vivir sin tus seres queridos en un país musulmán y en la otra parte del mundo, para mí han sido, sin duda, los mejores años de mi vida… Creo que, si no hubiera vivido esta magnífica y única experiencia en Dubái, ahora no sería la persona que soy hoy, así que animo a todo el mundo a salir de su zona de confort y a no quedarse en el sofá pensando ‘que hubiera sido si…’. La vida es muy corta, y está para disfrutarla con cabeza”.



 
¿Merece la pena mudarse a Dubái?
Dos auxiliares de vuelo nos cuentan su experiencia en el nuevo El Dorado



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Una vida a la medida de los 'expats' © Getty Images




Todos tenemos a un primo en Dubái, o al amigo de un amigo, o a la novia del primo de un amigo. Algunos de ellos hablan maravillas de esta modernísima ciudad que nació, como un espejismo, en medio del desierto. Otros, la aborrecen. Lo que está claro es que todos acuden allí por una misma razón: hacer dinero.

En el colectivo que emigra a Dubái desde España en busca de su El Dorado particular, con posibilidad de conseguir un buen sueldo -la mano de obra no cualificada o poco especializada no puede acceder a él- existen varios perfiles profesionales: economistas, ingenieros, profesores... y, en un gran porcentaje, personal de vuelo.


“Todo ocurrió de imprevisto”, nos cuenta Ana Hernández, Azul Místico en YouTube. “Estaba estudiando mi último año de Bellas Artes cuando me enteré por casualidad de que Emirates venía a Granada buscando personal con base en Dubái. Tenía 21 años, nunca me había planteado trabajar como tripulante de cabina, y menos aún vivir allí… pero me encantaba viajar y varios amigos me lo habían sugerido”, recuerda.

Se presentó sin esperanzas de ser elegida, pero acabó siéndolo. “Cancelé mis planes de verano y, dos días después de mi graduación, puse rumbo a Dubái”, explica a Traveler. Acabó quedándose un año allí.




Carmen López, que acaba de escribir el libro La vida después de Dubai, estuvo siete años más, también trabajando para Emirates. “Había oído hablar de las fabulosas condiciones de trabajo que ofrecían las empresas en Dubái, para que la gente estuviera dispuesta a mudarse allí”, rememora. “Por aquel entonces, como no existían vuelos directos entre los EAU y España y Dubái no era aún conocida ni promocionada como destino turístico por los touroperadores, mucha gente pensaba que, por el hecho de estar en un país musulmán, no sería una ciudad segura para vivir, y mucho menos, si eras mujer… No obstante, empecé a investigar sobre Dubái y sobre la aerolínea y claramente vi una oportunidad única para poder viajar por todo el mundo y poder ganar dinero, ya que los EAU son un país libre de impuestos”.

Hernández también estuvo investigando el lugar antes de mudarse, y se encontró con los mismos prejuicios que López unos cuantos años antes: “La gente suele pensar que, por ser un país musulmán, las mujeres tienen que llevar velo o se van a sentir más discriminadas de alguna manera, pero la realidad es muy distinta”, opina. “La gran mayoría de personas que residen en Dubái son extranjeros o expats, muchos de países occidentales... Todo está muy adaptado para ellos, y al final, el trato que recibes es prácticamente el mismo que en cualquier país occidental. Las reglas de vestimenta, por ejemplo, son las mismas para hombres y mujeres”.






Y continúa: “Creo que en todas partes se discrimina a las mujeres de alguna forma, pero en Dubái particularmente, al menos, en mi caso, nunca sentí que ese trato fuese distinto o peor al que siento en España, por ejemplo. Incluso diría que fue algo mejor, ya que la gente es especialmente respetuosa y educada”.

López sí que percibió un trato distinto a mujeres y hombres… pero, según su punto de vista, las primeras acababan saliendo beneficiadas. “Para mi sorpresa, en ciertos temas en Dubái, se discrimina positivamente a las mujeres. Por ejemplo, en el metro hay un vagón solo para mujeres (donde se viaja de una manera más confortable que en el de los hombres; es el vagón que va seguido del de primera clase). También, en ciertos organismos, públicos o privados, hay distinción de colas para mujeres y colas para hombres. Y como Dubái está mayoritariamente poblada por hombres, siendo mujer te ahorras horas de cola. Lo cierto es que no recuerdo ningún momento ni situación en Dubái en los que haya sentido que se me haya tratado diferente por el hecho de ser mujer”, afirma.




Pero, además de las distinciones en cuanto al género, ¿qué otras realidades chocan a un español nada más aterrizar en Dubái? “¡La temperatura! Me bajé del avión a las siete de la mañana en pleno mes de julio, a casi 50 grados, y parecía que el aire me quemaba la piel. Pensé: ‘¿Dónde me he metido?’. Luego, poco a poco, me fui acostumbrando… pero el primer verano fue bastante duro”, cuenta Hernández a Traveler.es.

También le llamaron la atención las normas con respecto a la vestimenta (aunque se puede vestir como se quiera, existe una recomendación para que se cubran rodillas y hombros en lugares públicos) y a las muestras de afecto en público -se ha de procurar no abrazarse ni besarse en la calle-. Asimismo, y aunque no afectaran directamente a López o a Hernández, cabe destacar que hay realidades prohibidas por la ley y sancionadas con rigor, como poseer drogas, tener relaciones e hijos fuera del matrimonio, el adulterio y la homosexualidad.

A la auxiliar de vuelo no le resultó especialmente difícil adaptarse a la etiqueta del país, pero sí a las diferencias sociales entre habitantes de una misma ciudad. “Cuando paseas por las zonas turísticas, marinas o centros comerciales, se ve mucho bling bling. Coches de lujo bañados en oro, bolsos de marca, diamantes… es como estar en una película. Pero la realidad es que, detrás de todo eso, lejos de los rascacielos y yates, hay una clase trabajadora que vive en condiciones pésimas. Es un contraste bastante alarmante e invisible a ojos de los turistas”, afirma.

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El Dubái de las playas y los edificios de moda tiene una cara oculta © Getty Images




López también pone énfasis en esta idea: “En Dubái tienes desde las mayores excentricidades para ricos, como, por ejemplo, máquinas expendedoras de lingotes de oro, o el hecho de tener como mascota a una pantera, hasta la pobreza más absoluta en los guetos, donde habitan los obreros de la construcción. Allí, por supuesto, no tienen acceso ni los turistas ni los medios de comunicación, para no ‘ensuciar’ la imagen que se tiene de Dubái”, afirma.

Así, Europa Press recogía en 2015 las protestas de los trabajadores asiáticos en Dubái, que suponen la mayoría obrera no cualificada de la ciudad. Sus salarios rondan los 200 euros mensuales, y en la web Disfruta Dubái se afirma que no poseen descanso, ni vacaciones. De hecho, comparten habitación e incluso cama, una realidad que nada tiene que ver con el día a día de los expats.

”La vida en Dubái es diferente a la de cualquier otro lugar”, considera Hernández. “Por la temperatura y la forma en que se ha construido la ciudad, la gente hace vida en interior. No existen demasiadas zonas al aire libre por las que pasear y para ir a cualquier sitio hay que hacerlo en taxi. Normalmente, los planes con amigos suelen consistir en visitar un centro comercial, salir de fiesta o tomar el sol junto a la piscina de algún hotel. Es una vida bastante relajada y, aunque hay mucho donde elegir, se puede acabar volviendo algo monótona…”




López también coincide en que los planes estaban regidos por la temperatura, que en verano alcanza temperaturas propias del desierto, con fuertes rachas de viento y mucha humedad. “Durante la mayor parte del año, la temperatura durante el día ronda entre los 22 y los 35 grados, por lo que puedes practicar deportes acuáticos como surf, submarinismo o esquí acuático, o actividades al aire libre como golf, patinaje o montar en bicicleta... En cambio, desde el mes de junio hasta aproximadamente el mes de septiembre, el termómetro asciende a 50 grados, por lo que, por las mañanas, te refugiabas del intenso calor en las decenas de piscinas climatizadas, y por las tardes te refugiabas dentro de los centros comerciales con el aire acondicionado a tope, siendo algunos de ellos auténticas ciudades”.

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Dubái tiene un clima desértico © Getty Images

Eso sí, el trabajo de ambas como auxiliar de vuelo les permitía pasar más o menos la mitad del mes fuera, viendo mundo: “Cada día era diferente al anterior”, recuerda Hernández. “Solía hacer vuelos de larga distancia: una semana estaba en Nueva York, la siguiente en la Gran Muralla China y la siguiente en Sudáfrica nadando con tiburones. Intenté aprovechar al máximo cada uno de mis viajes, que normalmente duraban sólo 24 horas, para ver y hacer todo lo posible. Luchaba contra el cansancio y el jet lag como podía mientras estaba de viaje, y aprovechaba mis días libres en Dubai para recuperarme y descansar. Fue toda una aventura”.




Con ese ritmo de vida, visitó unos 40 países en cinco continentes en tan solo un año, una experiencia que le cambió por completo, pero que siempre consideró como algo temporal: “Fue mi forma de viajar y ver mundo mientras decidía qué hacer con mi vida”, afirma. “Durante mi segundo año en Dubái, empecé a aburrirme un poco de la ciudad. Es un lugar bastante superficial y echaba de menos poder pasear por la calle o sentarme en una terraza a tomar algo. Además, estaba muy lejos de casa… así que decidí volver a Europa, que es donde me siento más cómoda a largo plazo, y buscar otra forma de viajar que me hiciese más feliz”.

Pese a todo, Hernández, ahora youtuber a tiempo completo, recomendaría sin duda la experiencia de vivir una temporada en Dubái: “El nivel de vida allí es muy alto, y una vez te adaptas a la cultura y la forma de vida, se está muy, muy cómodo. Aún así, creo que hay que tener claro desde un principio que Dubai no es para todo el mundo... al menos, no a largo plazo”.

DUBÁI: UN IDILIO CON FECHA DE CADUCIDAD

Una de las razones de que no sea una ciudad en la que vivir mucho tiempo viene dada por la propia política del país: “Al cabo de estar varios años viviendo allí, lo que más me sorprendió fue que no importaba los años que llevaras viviendo en Dubái, las propiedades que hubieras comprado o incluso si habías tenido hijos, que si te quedabas sin trabajo o te despedían de tu empresa, tenías que abandonar el país en 30 días", nos cuenta López.

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Dubái, llena de comodidades, puede hacerse aburrido © Getty Images




"La razón es que tu visado de residencia en el país depende de la empresa que te contrata, porque en los EAU, el empleador actúa como espónsor. Así que, si perdías tu trabajo, perdías tu derecho a permanecer en los Emiratos Árabes Unidos. De igual manera, si tienes alguna deuda con el banco en el momento en el que te quedas sin trabajo, el gobierno requisa tu pasaporte para que no puedas escapar del país (y sin pasaporte no te pueden contratar en otras empresas). Y por eso, todos sabíamos que Dubái era un lugar de paso con el cual no podías encariñarte ni retirarte, ya que todos teníamos fecha de caducidad”.

Tras casi una década en la ciudad trabajando como supervisora de cabina al principio y luego seleccionando personal en los famosos Open Days de Emirates (las jornadas de puertas abiertas en las que se selecciona a los candidatos), López sintió que esa “fecha de caducidad” había llegado. “A pesar de que tenía un trabajo muy gratificante y mi nivel de vida era bastante alto en Dubái, después de ocho años viviendo en el desierto, ya empecé a plantearme volver a casa”, explica. El constante ritmo de viajes, que empezó a afectarle a nivel físico y mental, también pesó en su decisión.




La vuelta, sin embargo, no fue fácil, y de eso trata precisamente La vida después de Dubái, el libro que lanzará en español el 23 de abril -aunque ya está a la venta su versión en inglés-. “En mayo hará cuatro años que regresé de los EAU, y durante los primeros años tras mi vuelta, sufrí del 'choque cultural reverso'. Este síndrome, tan poco reconocido en psicología por ser relativamente nuevo, podría resumirse básicamente en el impacto psicológico y emocional que sufres cuando regresas a tu país de origen después de haber estado viviendo en el extranjero, y al regresar, no eres capaz de reconocer tu hogar como tal”, explica.

“Básicamente, no sentía que Barcelona, la ciudad en la que nací y en la que he vivido toda la vida, fuera mi ‘hogar’. Después de haber estado durante ocho años en Dubái (donde tenía mi propio apartamento, mi trabajo y mis amigos, con los que socializaba a diario), regresé a una ciudad donde tenía que empezar de cero otra vez con un nuevo trabajo, un nuevo apartamento, y mis ‘viejos’ nuevos amigos, que, obviamente, habían continuado con sus vidas, y ya se habían acostumbrado a hacer su día a día sin mí. Esperaba regresar a la Barcelona que dejé ocho años atrás, algo que, obviamente, era imposible, dado que todo había cambiado, incluso yo”.




Sin embargo, aun con lo difícil que fue su regreso, la ahora escritora anima a otros auxiliares de vuelo a mudarse a Dubái. “A pesar de que sea duro vivir sin tus seres queridos en un país musulmán y en la otra parte del mundo, para mí han sido, sin duda, los mejores años de mi vida… Creo que, si no hubiera vivido esta magnífica y única experiencia en Dubái, ahora no sería la persona que soy hoy, así que animo a todo el mundo a salir de su zona de confort y a no quedarse en el sofá pensando ‘que hubiera sido si…’. La vida es muy corta, y está para disfrutarla con cabeza”.


GRACIAS, COMPAÑERA POR TU RECOMENDACION QUE SE AGRADECE.-
EN BREVE DARE TAMBIEN Y CON TU PERMISO OTRAS RECOMENDACIONES, ESPERO ESTEMOS DE ACUERDO EN ALGUNAS DE ELLAS.- SALUDOS CORDIALES.-
 
ASI SON LAS PRUEBAS DEL VIADUCTO MITRE.-

Ya están en marcha. Tras casi dos años de obra, empezaron a circular los primeros trenes en el viaducto del ramal a Tigre del ferrocarril Mitre. Y este viernes, poco después de las 17.40, arrancó la primera prueba oficial, con el ministro de Transporte de la Nación, Guillermo Dietrich, y el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.


Se trata de la "marcha blanca" de formaciones, sin pasajeros, para probar la nueva traza elevada. La inauguración del viaducto será el miércoles 8 de mayo, cuando el tren empezará a corren a 9 metros del suelo. Al mismo tiempo quedará habilitada la modernista estación Belgrano C. Y, como contó Clarín acá, para el sábado 11 programaron una fiesta para celebrar el estreno del viaducto con un gran espectáculo visual.



Estación. Belgrano C, renovada. / GCBA

¿Cómo son las pruebas? Los 15 días previos a la inauguración, la estructura ferroviaria pasa por diferentes etapas de testeo para asegurar su correcto funcionamiento.



Desde el aire. El nuevo viaducto para el tren./ GCBA

NEWSLETTERS CLARÍN
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Según el Ministerio de Transporte porteño, la primera etapa incluye "señales, cambios y sistema eléctrico" y "se realiza sin electricidad en el viaducto, con un tren movilizado por dos locomotoras, que cumplen también la función de simular el peso del tren lleno".


La idea es "verificar el correcto funcionamiento del sistema de señales y cambios de vías, además de certificar que la altura del tercer riel sea la adecuada en todo el trayecto", agregan las fuentes.


Mirá el video de la obra en la estación Lisando de la Torre


Una vez superadas estas pruebas, se pasa a corroborar el sistema eléctrico del viaducto con energía.


Recién entonces llega la "marcha blanca": 4 formaciones completas sin pasajeros, circulan en ambos sentidos.


"Esta prueba se realiza durante varios días, desde las 7 de la mañana hasta la noche, simulando la misma demanda de energía que un servicio de pasajeros convencional", indican las fuentes. "En esta instancia, todos los motorman de la línea realizan la prueba de manejo sobre el viaducto para ir familiarizándose con el trayecto", agregan.


El viaducto del Mitre, con una extensión de 3.9 kilómetros, va desde avenida Dorrego hasta Congreso, atravesando los barrios de Palermo, Belgrano y Nuñez. Implica eliminar 8 barreras: Monroe, Blanco Encalada, Olazábal, Mendoza, Juramento (ya abiertas al tránsito), Sucre, La Pampa y Olleros (en breve). Y también, abrir 4 calles: Roosevelt, Echeverría, Virrey del Pino y José Hernández, esta última de exclusivo cruce peatonal.


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Las fuentes oficiales estiman en 650.000 los beneficiarios de esta obra, entre vecinos, usuarios y automovilistas que circulan por la zona y que ahorrarán hasta 20 minutos de viaje.

Las barreras que el viaducto se lleva

Las fuentes porteñas sumaron precisiones sobre la obra. En la construcción del viaducto se usó por primera vez en la Argentina el método de lanzadera de vigas, 2 máquinas de origen italiano que permitieron mover y elevar las piezas que conforman el viaducto sin necesidad de cortar el servicio.


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Se utilizaron 1.017 piezas de hormigón premoldeado llamadas dovelas y más de 7.800 toneladas de acero.

La calles Juramento, sin barrera, desde el aire

El viaducto contará con 2 estaciones elevadas: Belgrano C y Lisandro de la Torre Los trabajos fueron llevados a cabo por el ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte de la Ciudad, a través de Autopistas de Buenos Aires S.A. (AUSA), y fueron impulsados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires junto al ministerio de Transporte de la Nación.

"Con los viaductos Mitre y San Martin estamos eliminando 20 barreras de la ciudad. Eso redunda en más seguridad para los peatones y los automovilistas ya que la mayor parte de los accidentes en vías tienen víctimas fatales. Pero además logramos una mejor circulación entre los barrios con la apertura de 14 calles que antes no tenían salida por el paso de las vías", Franco Moccia, ministro de Desarrollo Urbano y Transporte.

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La concordia de las paredes: así se pinta la historia de Belfast
Un paseo por los murales de Belfast de la mano de sus protagonistas


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Los murales de Belfast tienen mucha historia © Javier Arcenillas



Qué sano el choque de copas en los bares. Qué ingenuo y común ese brindis con el compañero de barra, sea o no conocido. Estamos aquí acostumbrados a él. Tendemos los vasos al primero que lo solicita. Más si la chispa del alcohol ya cabalga por nuestro organismo. No tendría nada de anormal, por tanto, que Danny Devenny y Mark Ervine se encendieran un pitillo mientras estampan sus pintas en un callejón de Belfast, tan dada también a esa inmersión etílica sin prejuicios. No lo tendría si no comprendiéramos que la capital de Irlanda del Norte es una ciudad dividida, anegada su historia bajo un conflicto que ha enfrentado a dos comunidades y en la que aún predomina una segregación en grupos de amigos, familiares o simples bebedores de taberna.

Devenny y Ervine, sin embargo, dejan reposar su Guinness los minutos aconsejados para que suba la espuma y dialogan como cualquier parroquiano en el Duke of York, local mítico de la escena belfastiana. Se prodigan en chistes, sentados al aire, con una temperatura que ahuyenta a los gatos, encadenando papelillos para liar tabaco. Cada uno proviene de algunas de las zonas más guerrilleras de la ciudad: Falls y Newtonyards, al oeste y este de esta urbe de 300.000 personas. Ambos son artistas. Pintan murales en una tierra donde las paredes han sido el reflejo de los troubles, palabra bajo la que se condensan 3.600 muertes, miles de familias rotas, medios siglo de incomunicación y vallas que todavía marcan la anatomía de la ciudad.


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De izquierda a derecha: Marty Lions, Michael Dohert y Danny Deveni © Javier Arcenillas




Sus muros siempre han sido el medio de expresión. Tanto para protestantes o unionistas, defensores de la pertenencia del Ulster a Reino Unido, como para católicos o nacionalistas, que abogan por su independencia. Desde arengar a la lucha y la reivindicación de una cultura propia hasta la defensa de causas como la palestina o la kurda. Las pinturas cumplen una función aleccionadora. Marcan la identidad, sirven de propaganda, adornan cada hilera de casas marcada por distintos colores: el rojo, blanco y azul de la bandera inglesa o el verde, blanco y naranja de la irlandesa. Hablar en Belfast de street art levanta carcajadas. Es cosa de modernos. Y ellos no están para salir en portadas de diseño.

Las circunstancias, no obstante, han cambiado. Y la actividad de estos artistas, con ellas. El Acuerdo del Viernes Santo, en 1998, marcó el inicio de las negociaciones para acabar con la violencia y conseguir que el grupo terrorista IRA (Irish Republican Army) y las formaciones paramilitares abandonaran las armas. Casi dos décadas después, los vecinos gozan de una tranquilidad palpable. Sin atentados y con una nueva generación crecida en paz, las escopetas en dibujo carecen de sentido. “Los desafíos actuales de Belfast son los mismos que cualquier otra ciudad occidental: las oportunidades de empleo, el deterioro de la salud, la falta de educación y la apatía”, analiza Peter McGuire, trabajador social con más de dos décadas de experiencia uniendo a jóvenes y expresos de las dos comunidades.




“En estos momentos suponen una celebración cultural: hay escenas de música, deportes, héroes nacionales… No creo que los murales mueran o cambien sustancialmente, pero la audiencia es otra”, razona Ervine, 46 años, segunda pinta en mano. Hace no tanto, rememora este cachorro del bastión unionista, la presencia militar era la norma. “Imprimíamos cualquier tema que estuviera en la palestra de los medios de comunicación o los partidos políticos”, señala, “y se dirigía a la gente del barrio, para influenciarles. No se hacía nada hacia afuera. Había mucho desprecio al resto. Eso se ha transformado en un diálogo y en cierta lección de historia para la juventud”.

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Los murales se han transformado en un diálogo y en cierta lección de historia para la juventud © Javier Arcenillas

A pocos metros de la casa donde se crió, un francotirador apunta a quien cruza por delante de su mirilla y unas sombras en escultura recuerdan a los constructores del Titanic, levantado a principios del siglo XX gracias a la cantera local. Nada que ver con lo que se observa en Falls Road, arteria nacionalista, donde un homenaje a Fidel Castro, unas frases de Nelson Mandela o la preocupación por el cambio climático son fondo de selfi. “Siempre hemos pretendido ser más subversivos y abiertos”, explica Devenny, artífice de varios de este Muro de la Paz, como se hace llamar. “Muchas veces los empezamos sin borrador, de cabeza. Y los cambiamos de vez en cuando”. Antes del pub, este norirlandés de 54 años empeñaba la tarde en repasar uno del edificio del sindicato White Union. “No es obligatorio, pero tenemos nuestro orgullo”, decía.




“Movidas políticas” es lo que solían pintar Marty Lions, Michael Doherty o Mark Knowles en sus inicios, a principios de los ochenta. Alusiones al País Vasco, al zapatismo mexicano… esta camarilla católica se mueve en parámetros semejantes. “Estamos todos en la misma lucha”, justifican. Algún símbolo del IRA, algún insulto a los brits, también. A sus 56, 50 y 55 años han variado su temática. No su discurso peleón: “Me borraron muchos y los volvía a pintar”, afirma Lions, que se alistó en las juventudes del Sinn Féin (partido político nacionalista) y recibió más de una paliza de la policía. “A ellos les financiaban y a nosotros no. Ahora siguen pintando máscaras y escopetas: eso no está bien”, resuelve. “Su función es educar, que los jóvenes sepan qué pasó. Tenemos que contar la historia, remarcar de dónde venimos. Y es significante que no los firmemos, porque esto no es algo individual sino colectivo”, coinciden. “Todos tenemos un rol que cumplir, y nosotros elegimos este”.

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Devenny, artífice de varias pinturas del 'Muro de la Paz' © Javier Arcenillas

Como parte del proceso se enmarca la remodelación de la ciudad. Su tradicional imagen de peligro, mostrada en cine y literatura, su clima y la ausencia de reclamos potentes desanimaba a los visitantes. Desde principios de siglo, los esfuerzos por cambiar este reflejo han cuajado en un intento de efecto Guggenheim con el vanguardista museo del Titanic o la peatonalización del río Lagan. Han aflorado a su vez circuitos de bares, rutas por puntos clave de los troubles y "safaris" por los murales. Según datos municipales, a lo largo de 2018 Belfast acogió a 9,5 millones de visitante, con un impacto económico de 870 millones de libras (unos 1.000 millones de euros) y 10.000 puestos de trabajo. Los estudiantes, además, han empezado a elegir las aulas de Queen’s University, que ya suma casi 25.000 estudiantes. Y el flujo natural de las cosas –con la gentrificación de los barrios y la homogeneización de franquicias- ha pacificado el casco histórico, zona neutral para disfrute mutuo.




¿Y el futuro de estas pinturas? Responde Bill Rolston, profesor emérito de sociología en la mencionada universidad. “Muchos lo van dejando. Ha habido altibajos y desde luego ya no son lo mismo. Para algunos no significan nada. Otros las odian, especialmente si viven en la zona”, adelanta frente a –esta vez- un café.

Autor de tres libros que estudian por décadas la evolución de los murales, Rolston diferencia entre los unionistas y los nacionalistas en sus niveles de identidad y capacidad de cambio: “Los católicos se adaptan mejor porque siempre han querido comunicar más cosas. A finales de los ochenta decidieron no pintar armas, solo memoriales o fotos históricas”, aclara el especialista, autor de varios libros sobre la coyuntura norirlandesa. “Los lealistas nunca han presumido de miras existenciales, solo políticas. No han tenido ninguna madurez: se han centrado en sí mismos. No tienen preocupaciones civiles y su abanico está hueco en ideas. Además, se creen que controlan el mundo y su recreación de episodios que vuelven hasta la 1ª Guerra Mundial les resta atracción”, concede Ronston. “Pase lo que pase, no me gustaría seguir viendo a tipos apuntándome desde las paredes”.

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"Para algunos, estas pinturas no significan nada. Otros las odian" © Javier Arcenillas

Cuesta pensar en la desaparición de este rasgo atávico de Belfast. Los murales no solo recorren la historia reciente sino que se venden en postales o camisetas y alegran las caminatas por suburbios clónicos de ladrillo visto. A la evolución social les ha acompañado una falta entre artistas. Entre ellos se conocen, pero no hay un colectivo que los proteja. Últimamente, desde instancias oficiales se han organizado encuentros (como el que juntó por primera vez, hace diez años, a Mark y Danny) y talleres para promover este patrimonio. “El futuro pasa por pintar todos en todas las áreas de la ciudad. Aunque para establecer del todo la paz, lo normal sería dejar de hacer murales, porque eso los normalizaría y los mantendría ahí”, sopesa la creadora y performer Charlotte Bosanquet. “Ha habido iniciativas y se ve que en paredes del centro se empiezan a ver cosas más artísticas”. ¿Está cambiando la mentalidad de la gente? “No. Lo que pasa es que la historia se está volviendo más rígida”.




“Se ha pasado de la intimidación al esfuerzo o el orgullo”, zanja David McDowell, para el que todavía caminar por calles enemigas si eres “del otro lado” puede ser algo terrorífico. “Son una parte indivisible de la ciudad”, admite este artista de Londonderry. A sus 33 años, crecer rodeado de esas estampas, aduce, ha marcado su forma de dibujar. “Su enorme escala y los colores vibrantes me han inspirado desde pequeño. Cuando no entendía los mensajes era solo una cuestión estética. Ahora, con mayor conocimiento de la coyuntura política, sigo manteniéndome neutral y mirándolos con una perspectiva meramente artística, fijándome solo en su contemporaneidad”.

Y qué mayor jolgorio que apreciar el cambio. Que las medianeras se llenen de colores, aunque haya ‘intocables’, como el de Bobby Sands en la sede del Sinn Féin o los rostros de los huelguistas de hambre en los edificios de New Lodge Road. Kevin Duffy, veterano residente de esta calle -manga corta, pitillo en comisura de labios- también aprecia el cambio en su propia fachada, decorada con un mural deportivo y sello de subvención europea. “La pintan cada poco”, suelta con desdén. “Yo hubiera preferido un Picasso, pero no ha podido ser”.

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Cuesta pensar en Belfast sin sus murales © Javier Arcenillas
 
Ciudades en busca de tierra firme
Venecia comienza a cobrar a los turistas por entrar en la ciudad, mientras Indonesia plantea trasladar su capital porque Yakarta se hunde hasta 25 centímetros cada año


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Fotografía del 6 de febrero de 2018, de varios residentes que caminan por una calle inundada por las aguas del río Ciliwung en Yakarta (Indonesia). Según informes oficiales, la parte noroeste de Yakarta se hunde a una velocidad de entre siete y 10 centímetros por año, lo que la convierte en una de las ciudades de más rápido hundimiento del mundo - EFE

La superpoblada Yakarta, capital de Indonesia, se hunde más rápido que cualquier otra urbe del mundo. Ni siquiera la icónica Venecia y sus dos milímetros anuales se acercan. Porque la ciudad radicada en la isla de Java lo hace a tres centímetros en las zonas más afortunadas y hasta a 25 en la peores, especialmente en el área norte. Ahora, el presidente del país, Joko Widodo, ha aprobado un plan para trasladar la capital administrativa fuera de Yakarta. Un paliativo a un problema contra el que luchan decenas de ciudades en todo el mundo: su desaparición bajo el agua.

No es la primera vez que las autoridades indonesias barajan esta idea, que viene de la presidencia de Sukarno (1945-1967). Ahora el tiempo apremia. El 40% de su territorio se encuentra ya por debajo del nivel del mar y las previsiones apuntan que para 2050, el 95% del distrito norte estará sumergido. Así, en 2017 las autoridades encargaron un estudio de viabilidad para la propuesta que ahora ve los primeros resultados.

Urbes anfibias: subsanar las consecuencias del hundimiento en Rotterdam costará 22.000 millones de euros hasta 2050
Las inundaciones golpean con frecuencia Yakarta, con una población de unos 10 millones de personas, 30 si se incluye el área metropolitana. La principal causa está en la extracción descontrolada de agua subterránea, a la que recurre el 60% de la población y que provoca que la tierra sobre ella se hunda. La subida del nivel del mar y el aumento de eventos climáticos extremos terminan de complicar la situación.

El Gobierno aún no ha decidido dónde ubicará la nueva capital, aunque calcula que el traslado de la capital administrativa podría costar entre 20.000 y 30.000 millones de dólares al país. La urbe escogida albergaría a entre 900.000 y 1,5 millones de personas, entre funcionarios y sus familias.

«Crear una nueva capital no es crear una nueva Yakarta. La nueva capital es solo para el Gobierno», explicó ayer Bambang Brodjonegoro, ministro de Planificación. Porque el banco central del país y otras entidades financieras se quedarían en la misma ciudad. Un anuncio que no fue bien recibido por todos, como el gobernador de Yakarta, que puso en duda el segundo gran argumento del Gobierno: el de la necesaria mejoría en el tráfico, en la ciudad con peores atascos del mundo.

Róterdam
Los problemas de vivir en una zona bajo el nivel del mar son bien conocidos en Holanda. Caminando hacia el norte desde la estación central de Róterdam, que ha está a unos 6 metros por debajo del nivel del mar, se llega al nuevo Zoho, un barrio moderno, poblado por pubs de diseño y pequeñas empresas, que se presenta al mundo como «seguro para el clima». En sus muros y en los escaparates de las tiendas pueden leerse letreros como «Detener el agua» o «AbsorBerla o nadar», que aluden a la lucha existencial de la ciudad por no seguir hundiéndose. Aquí la lucha contra el calentamiento climático está lejos de ser un concepto y afecta a cada gesto de la vida cotidiana. Visitantes de todo el mundo se maravillan con las pequeñas presas y esclusas reforzadas, los techos verdes y las nuevas edificaciones sobre pontones. Aun así, en caso de tormenta, aceras y gradas se hunden bajo el agua embalsada.

Los 206 kilómetros cuadrados de extensión de Róterdam, una urbe prácticamente anfibia, están rodeados por otros 114 de agua. Una secular resiliencia traducida en constante construcción de diques y gestión hidráulica la mantiene a flote, pero debido a la extracción indiscriminada de gas y al cambio climático, el suelo se hunde de forma inesperadamente veloz, según el Centro Holandés de Geodesia y Geoinfirmática, que en su informe de finales de 2018 constataba que subsanar las consecuencias del nuevo nivel de hundimiento costará 22.000 millones de euros hasta 2050. Sin este esfuerzo, en solo una década, la ciudad perdería definitivamente la batalla contra el agua.

También Venecia podría desaparecer, sumergida por las aguas del mar Adriático, dentro del final de este siglo, según diversos estudios. Uno de ellos, realizado por las universidades de Roma y de Bari, además de otros institutos, que publicó la revista Quaternary International, confirmaba que se estaba produciendo la subida de las aguas de los mares, lo podría conllevar que el Adriático se elevara hasta 140 centímetros. En este caso, Venecia y otras ciudades costeras del mar Adriático, desde Trieste hasta Rávena, correrían el riesgo de desaparecer.

Mientras esos estudios un tanto apocalípticos se ven como algo lejano, los venecianos se enfrentan diariamente a otra marea que está poniendo en peligro la supervivencia de la ciudad: se trata del turismo, con un auge desproporcionado que necesita regularse para que no hunda a la ciudad. Para este año se espera que acudan a la ciudad de los canales 26 millones de turistas, cifra que podría aumentar hasta 38 millones en el año 2025. Se trata de cifras insoportables para Venecia. La conclusión del ayuntamiento, según sus estudios, es que la capacidad máxima para visitar el centro histórico es de 55.000 turistas por día, o 20 millones cada año.

Cobro por la entrada
Para afrontar este gran desafío, el ayuntamiento decidió controlar el acceso a la ciudad imponiendo un número cerrado. A partir de hoy, 1º de mayo, entra en vigor el pago de un ticket de acceso a Venecia. Para evitar, al menos en parte, el asalto de turistas de «tocata y fuga», se cobrarán tres euros –cantidad que se aumentará en determinadas fechas- para los turistas que lleguen con la nave, con el tren o con barcas sin pararse a pernoctar. La misma tasa se impondrá desde el año próximo a los autobuses turísticos.

https://www.abc.es/sociedad/abci-ciudades-busca-tierra-firme-201904302311_noticia.html
 
Liverpool, más allá de los Beatles y el fútbol

El comercio de esclavos en el siglo XVIII, la inmigración irlandesa, el radicalismo político, la proximidad al mar y el odio a Thatcher definen la personalidad de la ciudad que recibe esta semana al Barça
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Las estatuasde los Beatles son parte del Magical Mystery Tour por lugares clave de su historia (Christopher Furlong / Getty)
Si pan y circo era la fórmula que los romanos consideraban perfecta para tener contento al pueblo, en Liverpool se trata de Beatles y fútbol. Sobre los primeros –omnipresentes– casi todo el mundo está de acuerdo en que definen la identidad de la ciudad. Pero como ninguna ecuación es perfecta y la felicidad absoluta no existe, lo del balón es más complicado y los scousers están divididos entre los seguidores de los reds –que esta semana reciben al Barça en el partido de vuelta de la semifinal de la Champions– y los blues del Everton.

Más noticias
Detrás de la gloria musical y futbolística que define a la ciudad de Merseyside (cinco copas de Europa, y de los Beatles no hay ni que hablar) se encierra una historia de tensión política, inmigración y conflicto racial. Su clase mercantil explotó el comercio de esclavos para enriquecerse en el siglo XIX, de su puerto salió hacia las Américas un millón y medio de esclavos, los trotskistas se apoderan de su ayuntamiento en la década de los ochenta para desafiar a Margaret Thatcher y montar una revolución que fue sofocada, y el deterioro de la fibra social desató los disturbios del barrio de Toxteth que en 1981 dieron la vuelta al mundo.


Penny Lane obtiene su nombre de James Penny, que se hizo rico con la esclavitud


Hay quienes dicen que en realidad Liverpool no es Inglaterra sino que se ha caído del mapa. Que se la debería considerar parte de Irlanda (millones de irlandeses llegaron a su puerto en los siglos XVIII y XIX, la mayoría como escala a Nueva York y a Londres, pero muchos se quedaron y un 80% de la población tiene antepasados de la isla vecina), o de la Commonwealth (jugó un papel decisivo en la construcción del imperio británico), del Planeta Fútbol o del Planeta Rock and Roll. Políticamente es una excepción por su furibundo progresismo. A su identidad contribuye un acento fruto de las sucesivas oleadas de inmigrantes y de su esfuerzo por adaptarse a la forma de hablar de los nativos.

Liverpool es una ciudad portuaria a la que el mar y su red de canales han abierto las puertas del mundo, que siempre se ha visto a sí misma como diferente del resto de Inglaterra, y existe la teoría generalizada de que tiene más cosas en común con Glasgow, Belfast y Dublín que con la posh y millonaria Londres. Es una urbe de clases mercantiles y trabajadores, con el Labour como partido dominante, y un espíritu colectivista y socialista más propio de la Escocia industrial.

Todos estos fenómenos han dejado en Liverpool cicatrices que son bien visibles para quien quiera hurgar un poco más allá de la cultura de los Beatles y el fútbol, y que contribuyen a una personalidad arrolladora ajena a la belleza estética, que no es lo suyo. El complejo del Albert Dock –los antiguos almacenes portuarios convertidos en centro de ocio, con tiendas, restaurantes y museos– es el símbolo de la modernización, pero no muy lejos se encuentra el imponente edificio del Port of Liverpool, de estilo barroco eduardiano, de 1907, sede de la Autoridad Portuaria, una de las llamadas “tres gracias”. Las otras, cargadas asimismo de orgullo y de remordimientos, se encuentran también a la vuelta de la esquina: el Cunard Building –de 1917, que fue sede de la popular compañía angloamericana de cruceros hasta que trasladó su sede a Southampton–, y el Royal Liver Building (de 1911), que domina el paisaje de la zona marítima y constituye tal vez la imagen más característica de la ciudad, construido en pleno boom de principios del XX como sede de la compañía de seguros que le dio nombre, y el primero del mundo en utilizar cemento reforzado. De sus dos torres asoman el pescuezo un par de pájaros de piedra, y dice la leyenda que cuando emprendan el vuelo Liverpool dejará de existir.

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The Cavern sigue siendo mítica. El contacto con el blues y América hizo de Liverpool la capital del rock (Mirrorpix / Getty)
De las cuatro catedrales de la ciudad de Merseyside, dos son futbolísticas, los estadios de Anfield y Goodison Park, y dos son religiosas, la anglicana (la quinta más grande del mundo, con unos notables arcos góticos, diseñada por el célebre arquitecto Giles Gilbert Scott y cuya construcción duró siete décadas y concluyo tan sólo en 1978). La católica (Catedral Metropolitana de Cristo Rey) fue erigida en los sesenta tras varios intentos frustrados de levantar un templo que reflejara la fe de la comunidad irlandesa.

La primera gran oleada de inmigrantes irlandeses se produjo tras la Rebelión de 1798 y coincidió con la expansión de la Revolución Industrial. La segunda se produjo como consecuencia de la hambruna de la patata de mediados del XIX, cuando los famélicos habitantes de la isla vecina cruzaban el mar como ahora lo hacen los africanos, en los llamados barcos féretro (el equivalente de las pateras), porque una tercera parte de la tripulación moría en el camino. Un millón y medio de refugiados (300.000 tan sólo en 1847) llegaron procedentes de la isla esmeralda. Para una tercera parte de los cuales era una escala camino de la Estatua de la Libertad, pero el resto, miserablemente pobre, se arracimó en pisos y sótanos de la Scotland y Vauxhall Roads, en circunstancias poco higiénicas que hizo de ellos víctimas propiciatorias del tifus, la disentería y el cólera.

La reacción de los nativos a la llegada masiva de irlandeses (que tenían la misma nacionalidad, porque Irlanda era considerada una provincia) no fue distinta de la que protagonizaron muchos alemanes cuando Angela Merkel abrió las puertas a un millón de refugiados sirios: hostilidad y rechazo. Los hombres, si tenían suerte, conseguían trabajos físicos en los que se les explotaba a cambio de sueldos inferiores a los de los ingleses. A las mujeres se les negaban los empleos domésticos, y en muchas puertas había letreros que les informaban que no valía la pena que llamasen tan siquiera a la puerta ( No Irish Need Apply). El periódico Liverpool Review escribió que eran “una grave amenaza para la prosperidad de Merseyside”.


El espíritu socialista y colectivista hacen que recuerde a Glasgow y la Escocia industrial


Liverpool está lleno de heridas que recuerdan las catástrofes del Titanic –la línea White Star Line que era su propietaria tenía la sede en Liverpool y muchos de los pasajeros eran irlandeses que iban al Nuevo Mundo– y del Lusitania –hundido por los alemanes en la primera guerra–. También el racismo, el deterioro económico y la hostilidad a Margaret Thatcher: su revolución fue el detonante de los disturbios de Toxteth, donde quedan esqueletos de pubs abandonados y solares vacíos en los que en su tiempo hubo fabulosas mansiones georgianas y bonitas iglesias. Y la esclavitud: en pleno apogeo salían del puerto 120 barcos al año, un tercio del repugnante comercio humano.

Entre los célebres scousers figuran William Gladstone, que fue cuatro veces primer ministro y luchó por la autonomía de Irlanda, y William Roscoe, historiador, banquero, abogado y político que fue decisivo para la abolición de la esclavitud en 1807. Hoy en día la inmensa mayoría de estrellas del Liverpool y el Everton son extranjeros, pero Dixie Dean –que marcó sesenta goles para el Everton en la temporada 1926-27– es una institución local recordada con diversas estatuas. Ningún nativo puede competir sin embargo en fama con John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, el alma misma de Liverpool, cuya vida y obra son imposibles de eludir aunque se quiera. No hay más que dar dos pasos para tropezarse con el Casbah Club (donde hicieron sus primeras actuaciones comoThe Quarrymen), el mítico Cavern (donde fueron descubiertos por Brian Epstein y se hicieron famosos), los pubs y cafés que frecuentaban (el Philarmonic Hall el Blue Angel, el The Grapes, el Ye Cracke ...). Sin embargo hay que salir del centro, de calles como Castle, Victoria, Seel, Matthew, Flee o Wood, para encontrar sus auténticas raíces, las casas de los suburbios donde crecieron y fueron al colegio, donde están Penny Lane (que recibe su nombre de uno de los empresarios que se enriqueció con el comercio de esclavos) y Strawberry Field (un antiguo orfanato). El turismo musical –más de un millón de visitantes al año– aporta cien millones de euros anuales a la economía y sustenta tres mil puestos de trabajo. En el puerto hay un hotel de lujo con forma de submarino amarillo. El aeropuerto se llama John Lennon.

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La fachada fluvial de la ciudad es la mejor carta de presentación del nuevo Liverpool (Loop Images / Getty)
Los comerciantes de Liverpool se dedicaron al negocio de la esclavitud cuando sus rivales de Manchester y Londres les ganaron la partida en el de las especies, el azúcar, los textiles y el tabaco; la proximidad al mar hizo que la ciudad fuera el centro de operaciones de las grandes compañías marítimas; la vecindad de Irlanda atrajo una inmigración que cambió su carácter; el espíritu rebelde y socialista dio lugar al nacimiento de Militant, la rama trotskista del Labour que durante un par de años se hizo con el control del ayuntamiento y provocó el pánico en el establishment de todo el país; la desindustrialización y el declive económico fueron el detonante de los disturbios de Toxteh. Son acontecimientos y circunstancias que marcaron la historia de la ciudad y están presentes en sus esquinas, en las mansiones georgianas de ladrillo y estuco propias del imperio. Igual que los Beatles y el fútbol.

https://www.lavanguardia.com/ocio/v...ol-historia-trafico-esclavos-inmigracion.html
 
El día que Fernando VII se bañó en Barcelona

Una placa en la calle Santa Mònica señala que en el actual pasaje Lluís Cuchet existió desde 1814 una casa de baños que en 1828 visitaron el monarca absolutista y su tercera esposa, Josefa de Sajonia
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Una placa en la calle Santa Mònica señala que en el actual pasaje Lluís Cuchet existió desde 1814 (Xavi Casinos)
Xavi Casinos
05/05/2019 00:05 Actualizado a 05/05/2019 04:54

Una placa en la calle Santa Mònica da fe de que el rey Fernando VII y su esposa, María Josefa Amalia de Sajonia, visitaron el 1 de abril 1828 la casa de baños que entonces había en ese lugar. Se trataba del establecimiento de baños públicos que había abierto 14 años antes un ciudadano apellidado Casteliu y que, según Joan Amades, era el primer local de este tipo inaugurado en la península en época contemporánea.

Can Casteliu, que así se conocía el local, inició su actividad justo en el año en que el ejército de Napoleón ponía fin a la ocupación de España. Casteliu, según parece, vio una oportunidad de negocio en una práctica higiénica que los franceses habían introducido en un país cuyos ciudadanos no eran muy dados al baño. Pero tras la marcha de las tropas napoleónicas, el asiduo de la higiene personal fue inmediatamente señalado como presunto afrancesado, es decir, colaboracionista del régimen invasor, de modo que el negocio de Casteliu no fue tan boyante como preveía.

La placa que recuerda el rey Fernando VII y su esposa, María Josefa Amalia de Sajonia (Xavi Casinos)
Sin embargo, Casteliu perseveró y su casa de baños aguantó bastantes años en lo que hoy es el pasaje Lluís Cuchet, que comunica las calles Santa Mònica i Arc del Teatre. El pasaje no es de acceso público, pues una reja cierra el paso por ambos extremos. El local debió pasar por momentos difíciles, pues un artículo que repasaba su historia lo calificaba de “sucio” y “dejado” en los años siguientes a su puesta en marcha, aunque aseguraba también que con posterioridad destacó por su “comodidad y limpieza”.

En el momento en que los reyes visitaron el establecimiento, un baño costaba una peseta y por aquella época ya habían abierto otros locales de baños en Barcelona. Al parecer, quienes cuidaban su aseo habían dejado de ser sospechosos. Por cierto, no está demostrado que el monarca absolutista y su tercera esposa hicieran realmente uso de las instalaciones o se trató tan solo de una visita de cortesía.

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Can Casteliu, que así se conocía el local, inició su actividad justo en el año en que el ejército de Napoleón ponía fin a la ocupación de España (Xavi Casinos)

https://www.lavanguardia.com/local/...a-fernando-vii-se-bano-barcelona-secreta.html
 
a qué olía Madrid en época de los Austrias?

Diego Antoñanzas de Toled0

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“¡¡Agua va!!” Esta expresión resulta de lo más típica y seguro que muchos de vosotros conocéis su origen, que data de cuando en Madrid (y en el conjunto de España) no había agua corriente en las casas ni sistemas de alcantarillado en las calles.

En aquellos tiempos en los que el agua sólo llegaba a las fuentes públicas repartidas por las plazas de la Villa, el cuarto de baño se resumía en una bacinilla, en la que cada miembro de la familia realizaba sus necesidades. La forma de deshacerse de ellas, a falta de retretes, consistía en lanzarlas por la puerta o, más comúnmente, por la ventana al grito de la famosa frase ”¡Agua va!” por el desahogado dueño para poner en alerta a los viandantes de lo que se les venía encima. El uso de la ventana era tan habitual que un bando municipal de 1639 advertía que, en vez de por ésta, las heces debían tirarse por la puerta, pero no parece que resultara muy efectivo. De ahí la costumbre caballeresca de ceder el lado más cercano a los edificios a las damas, para evitarles desagradables sorpresas, mientras que los hombres usaban vestir capa y sombrero de ala ancha para evitar llevarse a casa excrementos ajenos.

Y no era esto lo único que salía por las ventanas de Madrid en aquella época, sino que cualquier tipo de inmundicia era susceptible de seguir ese camino. Sobre el papel todo estaba estipulado: la basura debía sacarse (o echarse más bien), como ahora, a partir de una determinada hora a la calle, las 10 en invierno y las 11 en verano. Pero los horarios sólo se respetaban de vez en cuando porque ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos y vaya usted a saber de qué ventana viene la monda de patata, en el mejor de los casos… y si las horas no se respetaban, no hablemos del grito de aviso, que a veces no alcanzaba la categoría de susurro.

Las calles en las que caían todos estos desperdicios eran, en su mayoría, de tierra. En algunas de ellas corrían por el centro arroyuelos en invierno que se encargaban de arrastrar la basura hacia las partes bajas de la ciudad -verdaderos estercoleros-, pero que a la vez convertían la calle en un lodazal en el que el barro se mezclaba con los desechos que el agua no se llevaba. En verano, cuando los riachuelos se secaban, los desperdicios se mezclaban con el polvo que se levantaba al paso de carros y transeúntes.

Por si esto fuera poco, la costumbre de orinar en las calles, que seguramente existe desde que el hombre es hombre, añadía un punto más de suciedad y pestilencia a un Madrid ya de por sí hediondo. Conservamos algunos vestigios históricos en las calles de la ciudad de esta vieja costumbre y no me refiero a resecos riachuelos de dudosa procedencia, sino, por ejemplo, al cartel pintado en uno de los muros del Real Monasterio de la Encarnación, en el que se prohíbe “hacer AGUAS bajo la multa correspondiente”, o a la tradición según la cual Quevedo usaba aliviarse siempre en el mismo rincón de la Calle del Codo en su camino de regreso a casa de alguna taberna.

Todos estos ingredientes más los excrementos de los caballos, mulas y burros que transitaban por la ciudad, algún animal muerto en un callejón o tumbas no siempre bien selladas en los múltiples cementerios organizados en torno a las iglesias de la villa hacían de Madrid una ciudad sucia y, sobre todo, maloliente, casi irrespirable. Esa es la impresión que se llevaban los viajeros que en aquella época pasaban por la ciudad, aunque la creencia de los autóctonos, paradójicamente, era que esa pestilencia contrarrestaba la excesiva pureza del aire de la sierra. La creencia popular le atribuía al aire de Madrid propiedades salutíferas que evitaban que se propagaran epidemias y que se corrompieran cadáveres y residuos orgánicos (abundando esto en la persistencia en las calles de los malos olores). Pero a la vez se consideraba que este aire era incluso demasiado puro, por lo que dejar pudrirse la basura en la calle ayudaba a que de puro bueno no fuera malo.

Existía, sin embargo, un servicio de recogida de basuras, aunque era totalmente insuficiente. En verano se usaban carros que sacaban de la ciudad los desechos, pero en invierno, debido a los barrizales en que se convertían las calles, se usaban los “carros podridos”, una especie de cajones tirados por mulas y dirigidos por un hombre que iban despidiendo un olor que es fácil imaginar a tenor de su nombre. La podre que iba dentro se llevaba hasta uno de los dos grandes sumideros que la drenaban al Manzanares. Aún se conservan restos de una de estas dos grandes alcantarillas, la del Arenal, que se pueden ver en el museo de los Caños del Peral, en la estación de Ópera y del que os hablamos en otro de nuestros post.

¿Y qué hay de los madrileños? Aparentemente no estaban mucho más aseados que sus calles, en parte animados por los propios médicos que consideraban que el agua abría los poros y ablandaba el cuerpo, exponiéndolo a contraer enfermedades e, incluso, en el caso de las mujeres a absorber posibles restos de esperma en el agua, por ejemplo de los ríos, ¡y quedar embarazadas! A lo recién nacidos, cuya piel se consideraba especialmente porosa, se les embadurnaba con cera, sal, aceite e incluso ceniza para evitar así que enfermasen.

La limpieza, por tanto, se hacía en seco frotando la piel con una tela para luego rociarla con perfumes, con lo que podéis imaginar la mezcla insoportable de aromas que esta costumbre podía producir, por no hablar de la forma de aplicar estas aguas aromatizadas, en la que el pulverizador era la boca de alguna criada que las escupía con fuerza entre los dientes al cuerpo de su señora. Se comenta en los mentideros que la reina Isabel la Católica no era muy aseada y que estar a su vera resultaba trabajoso, a pesar de que en la real presencia hubiera que mantener el tipo. Pero si tan insoportable era el olor que despedía una reina, cuál no sería el de cualquier humilde villano.

Desde luego, no siempre fue así. El origen musulmán de Madrid está ligado a las abluciones y al uso cotidiano de agua para el aseo, así como a la presencia de baños públicos en la ciudad. Pero parece que ya en el siglo XIV estos baños estaban abandonados y el uso del agua en la limpieza del cuerpo se fue reduciendo únicamente a las partes visibles, mientras que para el resto del cuerpo se confiaba en las propiedades de la ropa blanca en contacto con la piel; ésta sí, se limpiaba concienzudamente para dejar constancia de lo aseado que uno era.

Todo cambió con la llegada de Carlos III a Madrid. Al encontrarse con una capital cubierta por la inmundicia decidió confiarle al Marqués de Esquilache un plan de empedrado, alcantarillado, alumbrado y limpieza de las calles, además de prohibir el lanzamiento de residuos por puertas y ventanas, debiendo usarse a partir de entonces pozos negros que se vaciaban cada noche. Con razón se le dio al rey el título del mejor alcalde de la ciudad.

No es que Madrid esté limpia como una patena últimamente, consecuencia, se ve, de que hemos limpiado por encima de nuestras posibilidades años atrás, pero consolaos pensando que ¡podría ser mucho peor!.-

https://www.tripadvisor.es/Attracti...-Reviews-Madrid_and_You_Day_Tours-Madrid.html
 
a qué olía Madrid en época de los Austrias?

Diego Antoñanzas de Toled0

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“¡¡Agua va!!” Esta expresión resulta de lo más típica y seguro que muchos de vosotros conocéis su origen, que data de cuando en Madrid (y en el conjunto de España) no había agua corriente en las casas ni sistemas de alcantarillado en las calles.

En aquellos tiempos en los que el agua sólo llegaba a las fuentes públicas repartidas por las plazas de la Villa, el cuarto de baño se resumía en una bacinilla, en la que cada miembro de la familia realizaba sus necesidades. La forma de deshacerse de ellas, a falta de retretes, consistía en lanzarlas por la puerta o, más comúnmente, por la ventana al grito de la famosa frase ”¡Agua va!” por el desahogado dueño para poner en alerta a los viandantes de lo que se les venía encima. El uso de la ventana era tan habitual que un bando municipal de 1639 advertía que, en vez de por ésta, las heces debían tirarse por la puerta, pero no parece que resultara muy efectivo. De ahí la costumbre caballeresca de ceder el lado más cercano a los edificios a las damas, para evitarles desagradables sorpresas, mientras que los hombres usaban vestir capa y sombrero de ala ancha para evitar llevarse a casa excrementos ajenos.

Y no era esto lo único que salía por las ventanas de Madrid en aquella época, sino que cualquier tipo de inmundicia era susceptible de seguir ese camino. Sobre el papel todo estaba estipulado: la basura debía sacarse (o echarse más bien), como ahora, a partir de una determinada hora a la calle, las 10 en invierno y las 11 en verano. Pero los horarios sólo se respetaban de vez en cuando porque ya se sabe que de noche todos los gatos son pardos y vaya usted a saber de qué ventana viene la monda de patata, en el mejor de los casos… y si las horas no se respetaban, no hablemos del grito de aviso, que a veces no alcanzaba la categoría de susurro.

Las calles en las que caían todos estos desperdicios eran, en su mayoría, de tierra. En algunas de ellas corrían por el centro arroyuelos en invierno que se encargaban de arrastrar la basura hacia las partes bajas de la ciudad -verdaderos estercoleros-, pero que a la vez convertían la calle en un lodazal en el que el barro se mezclaba con los desechos que el agua no se llevaba. En verano, cuando los riachuelos se secaban, los desperdicios se mezclaban con el polvo que se levantaba al paso de carros y transeúntes.

Por si esto fuera poco, la costumbre de orinar en las calles, que seguramente existe desde que el hombre es hombre, añadía un punto más de suciedad y pestilencia a un Madrid ya de por sí hediondo. Conservamos algunos vestigios históricos en las calles de la ciudad de esta vieja costumbre y no me refiero a resecos riachuelos de dudosa procedencia, sino, por ejemplo, al cartel pintado en uno de los muros del Real Monasterio de la Encarnación, en el que se prohíbe “hacer AGUAS bajo la multa correspondiente”, o a la tradición según la cual Quevedo usaba aliviarse siempre en el mismo rincón de la Calle del Codo en su camino de regreso a casa de alguna taberna.

Todos estos ingredientes más los excrementos de los caballos, mulas y burros que transitaban por la ciudad, algún animal muerto en un callejón o tumbas no siempre bien selladas en los múltiples cementerios organizados en torno a las iglesias de la villa hacían de Madrid una ciudad sucia y, sobre todo, maloliente, casi irrespirable. Esa es la impresión que se llevaban los viajeros que en aquella época pasaban por la ciudad, aunque la creencia de los autóctonos, paradójicamente, era que esa pestilencia contrarrestaba la excesiva pureza del aire de la sierra. La creencia popular le atribuía al aire de Madrid propiedades salutíferas que evitaban que se propagaran epidemias y que se corrompieran cadáveres y residuos orgánicos (abundando esto en la persistencia en las calles de los malos olores). Pero a la vez se consideraba que este aire era incluso demasiado puro, por lo que dejar pudrirse la basura en la calle ayudaba a que de puro bueno no fuera malo.

Existía, sin embargo, un servicio de recogida de basuras, aunque era totalmente insuficiente. En verano se usaban carros que sacaban de la ciudad los desechos, pero en invierno, debido a los barrizales en que se convertían las calles, se usaban los “carros podridos”, una especie de cajones tirados por mulas y dirigidos por un hombre que iban despidiendo un olor que es fácil imaginar a tenor de su nombre. La podre que iba dentro se llevaba hasta uno de los dos grandes sumideros que la drenaban al Manzanares. Aún se conservan restos de una de estas dos grandes alcantarillas, la del Arenal, que se pueden ver en el museo de los Caños del Peral, en la estación de Ópera y del que os hablamos en otro de nuestros post.

¿Y qué hay de los madrileños? Aparentemente no estaban mucho más aseados que sus calles, en parte animados por los propios médicos que consideraban que el agua abría los poros y ablandaba el cuerpo, exponiéndolo a contraer enfermedades e, incluso, en el caso de las mujeres a absorber posibles restos de esperma en el agua, por ejemplo de los ríos, ¡y quedar embarazadas! A lo recién nacidos, cuya piel se consideraba especialmente porosa, se les embadurnaba con cera, sal, aceite e incluso ceniza para evitar así que enfermasen.

La limpieza, por tanto, se hacía en seco frotando la piel con una tela para luego rociarla con perfumes, con lo que podéis imaginar la mezcla insoportable de aromas que esta costumbre podía producir, por no hablar de la forma de aplicar estas aguas aromatizadas, en la que el pulverizador era la boca de alguna criada que las escupía con fuerza entre los dientes al cuerpo de su señora. Se comenta en los mentideros que la reina Isabel la Católica no era muy aseada y que estar a su vera resultaba trabajoso, a pesar de que en la real presencia hubiera que mantener el tipo. Pero si tan insoportable era el olor que despedía una reina, cuál no sería el de cualquier humilde villano.

Desde luego, no siempre fue así. El origen musulmán de Madrid está ligado a las abluciones y al uso cotidiano de agua para el aseo, así como a la presencia de baños públicos en la ciudad. Pero parece que ya en el siglo XIV estos baños estaban abandonados y el uso del agua en la limpieza del cuerpo se fue reduciendo únicamente a las partes visibles, mientras que para el resto del cuerpo se confiaba en las propiedades de la ropa blanca en contacto con la piel; ésta sí, se limpiaba concienzudamente para dejar constancia de lo aseado que uno era.

Todo cambió con la llegada de Carlos III a Madrid. Al encontrarse con una capital cubierta por la inmundicia decidió confiarle al Marqués de Esquilache un plan de empedrado, alcantarillado, alumbrado y limpieza de las calles, además de prohibir el lanzamiento de residuos por puertas y ventanas, debiendo usarse a partir de entonces pozos negros que se vaciaban cada noche. Con razón se le dio al rey el título del mejor alcalde de la ciudad.

No es que Madrid esté limpia como una patena últimamente, consecuencia, se ve, de que hemos limpiado por encima de nuestras posibilidades años atrás, pero consolaos pensando que ¡podría ser mucho peor!.-
Excelente artículo estimado Franfei! qué descripción tan artísticamente realizada de semejante inmundicia. Que no nos detenemos a prensar en ella. Mientras leía, pensaba en todo lo que las dmas llevarían pegado a los ruedos de sus vestidos...
Además de nunca imaginar los "pulverizadores" de la época!
Gracias por toda esta información.
Saludos cordiales.
 
Excelente artículo estimado Franfei! qué descripción tan artísticamente realizada de semejante inmundicia. Que no nos detenemos a prensar en ella. Mientras leía, pensaba en todo lo que las dmas llevarían pegado a los ruedos de sus vestidos...
Además de nunca imaginar los "pulverizadores" de la época!
Gracias por toda esta información.
Saludos cordiales.
GRACIAS POR TUS PALABRAS DE ALIENTO, EN BREVE TENGO PENSADO HABLAR DE LO QUE SE ENCONTRARON LOS ESPAÑOLES EN MEJICO.- UN ABRAZO.-
 
Arranca la sexta edición de C.A.L.L.E, el festival del ‘street art’ en Lavapiés
Un total de 50 artistas se dan cita en las calles del barrio madrileño

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Arranca la sexta edición de C.A.L.L.E, el festival del ‘street art’ en Lavapiés © iStock


Tiempo de lectura 2 minutos

¿A partir de qué momento podemos empezar a hablar de una tradición? C.A.L.L.E, ese festival en el que las intervenciones artísticas toman el espacio público de Lavapiés, arranca hoy y lo hace cumpliendo seis ediciones.

Hasta el 26 de mayo, 50 artistas de diferentes estilos y disciplinas desplegarán sus creaciones en vivo por las calles, plazas, fachadas o escaparates del barrio madrileño, permitiendo a vecinos y visitantes disfrutar de un proceso que normalmente queda reservado a la intimidad de sus talleres.


"C.A.L.L.E. Lavapiés es un festival que ya forma parte de la identidad del barrio, tanto comerciantes como vecinos ya están familiarizados con él y están expectantes ante las intervenciones de las que podrán disfrutar este año", explican desde la organización.



"Además, creemos que el nivel del festival ha ido creciendo en estas últimas ediciones, tanto a nivel artístico con la incorporación de artistas internacionales como a nivel conceptual gracias a las temáticas desarrolladas en las intervenciones".

Buscando potenciar la creación artística en el barrio, más de 100 artistas ya han participado con casi 200 intervenciones en las pasadas ediciones de C.A.L.L.E, una iniciativa de la Asociación de comerciantes de Lavapiés con dirección artística de Madrid Street Art Project.

A ellos se suman este 2019 nombres propios como el de la ilustradora Sara Fratini y el del colectivo artístico Espacio Matrioska; los colores y el descaro de Ramón Amorós o los trazos de Sopas con hondas. Así hasta llegar a los 50 artistas que intervendrán los espacios públicos entre el 6 y el 12 de mayo. A partir del 13 y hasta el 19 de mayo, será el turno del artista invitado: Isaac Cordal.

Además, no faltarán las actividades, talleres y visitas guiadas, gratuitos y para todo tipo de público, que se llevarán a cabo entre el 13 y el 26 de mayo, fechas escogidas también para la exposición de las intervenciones artísticas ya finalizadas. Habrá pintura mural, instalaciones, pintura sobre cristal, ilustración, fotografía… Todo para disfrutar, para que tú disfrutes, de la creación artística en vivo, en directo y de cerca.

 
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