Ciento once datos sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial.

Para regalo que estés en mi vida,
que tengamos la dicha
de compartir sueños
sembrar ilusiones
y unir proyectos,
todos juntos
a modo de contrapunto;
de la pantalla a la vida..
la que contigo quiero vivir,
Serendi, a su @Miss Guerlain, sueño y sustancia, rompiendo distancias; acercando vidas.
Todo eso y más. Acercando aún más lo ya cercano. Tu Miss Guerlain.
 
El vestigio secreto que demuestra las brutales prácticas de los soldados americanos en la IIGM
El cementerio Oise-Aisne, dedicado a los estadounidenses caídos en la Primera Guerra Mundial, cuenta con una pequeña parcela imposible de visitar en la que descansan los restos de 94 combatientes ajusticiados por cometer todo tipo de barbaridades contra la población civil
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Manuel P. Villatoro
@ABC_HistoriaSeguir
Actualizado:15/03/2018 16:05h
La labor del soldado es oscura y anónima. Consiste, como espetó en su momento el general George Patton, en seguir una norma básica: «Lograr que algún desgraciado muera por su país antes de que él consiga que tú mueras por el suyo». Por si fuera poco, la historia recuerda siempre a los altos oficiales, pero jamás al militar de base dispuesto a dejarse la sangre en Salerno o en la fina arena de Normandía. Por eso, para naciones como Estados Unidos son tan importantes los monumentos y los cementerios militares. Porque, gracias a ellos, los nombres de los combatientes se ganan su pequeño hueco en la memoria colectiva y no caen en el olvido más absoluto. Lugares de descanso eterno como el camposanto de Coleville (ubicado a escasos metros de Omaha) son ejemplo de ello al albergar a más de 10.000 héroes norteamericanos.

Con este objetivo fueron levantados también cementerios como el de Oise-Aisne, un vasto terreno ubicado al norte de Francia y dedicado a preservar los restos de los, exactamente, 6.012 militares estadounidenses que se dejaron la vida combatiendo en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, este bello paraje guarda también uno de los secretos más turbios del ejército norteamericano: una parcela marcada con la letra E en la que fueron enterrados más de 90 soldados americanos ajusticiados por su gobierno por perpetrar desde violaciones de niños, hasta asesinatos de mujeres durante la contienda que liberó a Europa del yugo nazi. En este pequeño recoveco escondido no hay cruces, tampoco nombres. El «Tío Sam», por el contrario, apenas se gastó unos dólares en unas minúsculas placas con números. Y es que, para estos sujetos, ser recordados sería demasiado reconocimiento.

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Cementerio de Oise-Aisne
A día de hoy la parcela EPlot E») es un gran secreto. Buscarla en las webs de los organismos oficiales de los Estados Unidos es un reto imposible. Ejemplo de ello es la página de la «American Battle Monuments Commission», donde el apartado dedicado a Oise-Aisne ni siquiera la nombra. Por el contrario, en su descripción se limitan a señalar que «contiene los restos de 6.012 muertos de guerra estadounidenses, la mayoría de los cuales perdieron la vida mientras luchaban en esta vecindad en 1918 durante la Primera Guerra Mundial». En su texto introductorio se habla de la ubicación de las lápidas («alineadas en filas largas») y de apenas «cuatro parcelas rodeadas de árboles y camas de rosas». Se explica que cuenta con un «monumento flanqueado en los extremos por una capilla y una sala de mapas». Pero nada se desvela del oscuro camposanto.

Segunda Guerra Mundial: «Según se dio a conocer después de la Segunda Guerra Mundial, un total de 443 soldados norteamericanos (245 blancos y 198 negros) fueron condenados a muerte por crímenes cometidos en el continente europeo», afirma el periodista e historiador Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la guerra!») en su popular libro «100 historias secretas de la Segunda Guerra Mundial». De ellos, poco más de nueve decenas se enfrentaron a la horca. La barbarie de estos militares (un número ínfimo si se compara con el total que participaron en la contienda -más de 11 millones, según explican David Jordan y Andrew West en su «Atlas de lI Guerra Mundial»).


Día D
El pistoletazo de salida a la intervención estadounidense en Europa fue el Desembarco de Normandía, operación tras la que el norte de Francia se convirtió en el punto de acceso de las tropas norteamericanas. Aquel día, el rencor llevó a algunos miembros de las divisiones aerotransportadas aliadas a perpetrar todo tipo de brutalidades contra los soldados germanos que defendían la costa. La mayoría se comportaron de forma escrupulosa, pero «se produjeron unos pocos casos de pillaje verdaderamente brutales», según explica el historiador Antony Beevor en «El Día D». Ejemplo de ello fue lo que le vio un oficial de la policía militar de la 101ª División Aeotransportada. «El comandante encontró el cadáver de un oficial alemán y observó que alguien le había cortado uno de sus dedos para robar su alianza matrimonial», destaca el autor.

En pleno Día D también hubo que lamentar el asesinato de decenas de prisioneros alemanes que se habían rendido. Algunos, cosidos a cuchilladas por los aliados para comprobar lo afiladas que estaban sus bayonetas.

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Paracaidistas americanos, durante el Día D
La brutalidad de algunos paracaidistas llamó la atención incluso a sus compañeros. Un soldado citado en «El Día D: la batalla de Normandía» se quedó asombrado cuando (tras el salto) preguntó a uno de sus compañeros por qué sus guantes no eran amarillos. «Le pregunté donde había encontrado esos guantes rojos y, tras rebuscar en uno de los bolsillos de su pantalón de salto, sacó una sarta de orejas. Había estado cortando orejas toda la noche y las había cosido a un viejo cordón de zapatos». Con todo, la mayoría de autores coinciden en señalar que aquellos comportamientos fueron minoritarios. De hecho, la respuesta más habitual al ver esas prácticas fue la que ofreció un capellán militar: «Esos tíos se han vuelto locos».

Violaciones
Más allá de las barbaridades cometidas durante el Desembarco de Normandía, el viaje inicial del norte de Francia hasta Berlín no estuvo protagonizado por brutalidades ni actos indecorosos con la población femenina. Y es que, por entonces los combatientes pensaban, en palabras del entonces teniente británico Edwin Bramall, «en chicas mucho menos que en comer bien dormir en una cama». Sin embargo, con el paso de las semanas las privaciones sexuales se hicieron palpables en los combatientes. Al menos, según lo señala el historiador Max Hastings en su obra «Armagedón. La derrota de Alemania, 1944-1945»: «Cuando llevaban ya un tiempo lejos de las líneas, las mujeres y el alcohol se convertían en imanes obvios para muchos».

A partir de entonces, los oficiales tuvieron que hacer frente a la necesidad de mantener el orden de una tropa entre la que se había extendido la falacia de que mujeres como las francesas eran proclives a mantener relaciones sexuales con los «liberadores». El autor desvela en su obra que los más avispados acallaron la llamada de la naturaleza saltándose las normas y acudiendo a los burdeles. Aunque este número fue muy reducido en el ejército americano, pues una práctica prohibida por el gobierno. Al menos oficialmente. «Éstas [normas] no impidieron que el 3.er ejército estadounidense alcanzase una media mensual de 12,41 casos de enfermedades de transmisión sexual por cada mil soldados; aunque lo cierto es que la proporción resulta casi irrisoria ante el 54,6 por 1.000 de los canadienses», completa el experto.

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Paracaidistas en Caen
Con estos pilares, solo era cuestión de tiempo que algunos soldados diesen rienda suelta a sus más bajos instintos y se dedicasen a saquear, robar y violar. Y esta última práctica, con una asiduidad que impidió a los mandos norteamericanos (proclives a no amonestar a sus tropas) a mirar hacia otro lado. «El Ejército estadounidense violó a unas 17.000 mujeres a lo largo de la guerra», explica Fernando Paz en «Núremberg. Juicio al nazismo». La práctica, con todo, fue perseguida por el comandante en jefe Dwight Eisenhower, quien terminó imponiendo la pena de muerte para aquellos que, tras un juicio, fuesen declarados culpables. Para ello, incluso, hizo llamar al único verdugo de las «star and stripes» en territorio europeo: John C. Woods.

Con todo, lo cierto es que la mayoría de denuncias de mujeres contra los soldados norteamericanos se llevaron a cabo durante los últimos meses de la contienda. Y casi la mitad, contra militares negros. Todo ello, a pesar de que eran una minoría dentro del ejército. «Dice mucho del modo como se aplicó la ley entre 1944 y 1945 el que más de un 40 por 100 de todas las penas de muerte dictadas en el escenario bélico europeo se impusiesen a soldados negros, aun cuando la proporción de los que engrosaron las filas del Ejército estadounidense fue diminuto», determina Hastings en su popular obra.

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John C. Woods
Los datos avalan esta teoría, como bien explica el historiador Giles Macdonogh en su obra «Después del Reich. Crimen y castigo en la posguerra alemana»: «Las acusaciones de violación en el ejército de Estados Unidos aumentaron de manera consistente de 18, en enero de 1945, a 31, en el mes de febrero, hasta llegar a las cifras exorbitantes de 402 en marzo y de 501 en abril, una vez que había aplastado toda resistencia militar». En palabras de este experto, con la llegada de la paz las violaciones se vieron reducidas a 349 en los meses siguientes. «De un cuarto a la mitad de las mismas acabaron en juicio, y de un tercio a la mitad de los procesos judiciales, en condena», completa el autor. No obstante, tan cierto como estos datos es que la proporción de combatientes ejecutados acorde a las denuncias fue mayor que la de cualquier otro país aliado.

¿Por qué el número de soldados norteamericanos acusados fue tan nimio? La mayoría de historiadores coinciden en que fue una combinación de varios factores. El primero de ellos fue la laxitud de los gobiernos. Y el segundo, que en no pocas ocasiones el s*x* era en parte consentido. «Las jóvenes alemanas solían acostar con los soldados a cambio decomida o tabaco. No se cortejaba a las alemanas con flores: una cesta de comida era mejor ofrenda. Los americanos resultaban atractivos para las alemanas porque no habían padecido del mismo modo las privaciones de la guerra», destaca Macdonogh. En este sentido, el historiador también cree que los negros lo tenían todavía más fácil por su carácter exótico.

Vergüenza americana
Más allá del número de ajusticiamientos llevados a cabo por el ejército norteamericano contra sus propios hombres, después de 1944 surgió una nueva dificultad: ¿Dónde enterrar los restos de estos combatientes hallados culpables de violaciones y asesinatos? El resultado fue encontrado, según han desvelado fuentes del camposanto de Oise-Aisne a ABC, poco después de la Segunda Guerra Mundial. Y es que, fue entonces cuando se habilitó una parcela (la E) de este cementerio para ubicar, de forma secreta, los restos de 95 soldados condenados a la horca. A todos ellos se sumóEddie Slovik, quien viajó hasta el patíbulo por desertar en plena contienda. Todos ellos tienen algo en común: el «deshonor» que aparece en su parte oficial.

Entre los que descansan en la parcela «E» destaca tristemente Lee A. Davis, un soldado negro de apenas 20 años que fue condenado por abusar sexualmente de dos mujeres cerca de Wiltshire (Inglaterra). Su caso llama la atención por haber sucedido lejos del continente. Al parecer, el militar apuntó con su fusil a dos chicas que regresaban del cine y les ordenó que se escondieran detrás de unos arbustos. Una de ellas intentó escapar, por lo que nuestro protagonista disparó sobre ella y acabó con su vida. A la otra la violó, aunque no la asesinó. Posteriormente la chica prestó declaración y Davis fue juzgado y ahorcado en diciembre de 1943 por Thomas Pierrepoint, el verdugo británico.

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Localización de la parcela E
Más cruel es la historia de Blake W. Mariano, del 191º Batallón Acorazado de los Estados Unidos. Este soldado, de 29 años y padre de tres hijos, había combatido por su país en África, Italia y el sur de Francia. Sin embargo, el 15 de abril de 1945 cometió una barbaridad en el suroeste de Alemania que le costó la vida. Tras salir a beber y emborracharse a base de coñac, obligó a una joven llamada Elfriede (de 21 años) a mantener relaciones sexuales con él. Posteriormente hizo lo propio con otra llamada Martha, de 41 años, a la que mató tras descubrir que estaba menstruando Por si fuera poco, volvió a repetir sus comportamiento con otra dama, en este caso de 54 primaveras. Al día siguiente se inició una investigación que acabó con él en la horca.

A pesar de todo, la parcela E cuenta ahora con solo 94 sepulcros ocupados. Y es que dos militares lograron, después de morir, escapar de la vergüenza que suponía descansar en ella: Alex F. Miranda y Eddie Slovik. El caso del segundo es el más destacado, ya que sus restos fueron devueltos a Estados Unidos en 1987 después de que se considerara que su crimen no era comparable al de sus compañeros. «Slovik fue el primer estadounidense ejecutado por deserción desde que un pelotón del Ejército de la Unión acabara con un tal William Smitz […] en 1865», explica Charles Glass en «Desertores: una historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial». Para su desgracia, y a pesar de que aquellos que abandonaban las filas se contaban por centenares, su caso se usó como escarmiento.
VIDEO: «Mujeres de consuelo»: las esclavas sexuales del Ejército japonés durante la IIGM (ESCLAVAS SEXUALES)
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Hitler, entra en Austria - abc

«Anschluss»: la burla olvidada de Hitler que dio alas al águila nazi
El 12 de marzo de 1938 las tropas alemanas cruzaron la frontera y anexionaron Austria al Tercer Reich. Todo ello, ante los ojos de Gran Bretaña y Francia
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Manuel P. Villatoro
@ABC_HistoriaSeguir
Actualizado:16/03/2018 13:00h

«Desde esta mañana los soldados del Ejército alemán atraviesan todas las fronteras de la Austria alemana. Los destacamentos blindados, las divisiones de infantería y las secciones de seguridad de las SS en tierra, y la aviación en el cielo azul […] garantizarán que el pueblo austríaco tenga en sí la posibilidad de pronunciarse, en un plazo muy breve, en un verdadero plebiscito sobre su destino y decidir él mismo su suerte». Carros de combate para forjar la democracia. Soldados para permitir a los austríacos decidir de una vez su querían ver su país anexionado o no al infameTercer Reich fundado en 1933.

Con este curioso discurso pronunciado por Joseph Goebbels (y publicado en el ABC de la época) explicó Adolf Hitler al mundo por qué sus ejércitos habían cruzado la frontera germana el 12 de marzo de 1938, hace hoy ocho décadas, para proclamar la anexión («Anschluss») de Austria.

Oficialmente, el líder nazi prometía con ello unas elecciones en las que el pueblo austríaco pudiese alzar la voz sobre una comunidad internacional que impedía la unión de ambos países en un único estado. Sin embargo, en sus palabras de aquella jornada ya se atisbaba lo poco que le importaba la voluntad popular: «El mundo debe convencerse de que el pueblo alemán de Austria vive en estas horas momentos de alegría y de emoción profundos. Ve en sus hermanos que acuden en su auxilio los salvadores que les liberarán de la más atroz miseria».

Primera Guerra Mundial y que ya había intentado ganarse un hueco dentro de Alemania en 1918, pero cuya anexión había sido prohibida expresamente por la comunidad internacional.

«La independencia de Austria estaba garantizada por el Tratado de Versalles, y durante un tiempo había estado protegida por Mussolini, que deseaba contar con aquel valioso Estado tapón en su frontera Norte. El estado austríaco era considerado por muchos de sus habitantes como política y económicamente inviable», explica Álvaro Lozano en «La Alemania nazi». Lo cierto es que esta norma era un derecho a medias. Y es que, tras la Primera Guerra Mundial, la idea de que se forjase un nuevo imperio que pudiese llevar los vientos de lucha a la vieja Europa parecía más que preocupante a la Sociedad de Naciones.

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Como el resto del tratado de Versalles, este mandato fue utilizado como arma por Hitler para alzar a la sociedad germana (y a una buena parte de la austríaca, la que deseaba la unión) contra el mundo. «Tanto en Alemania como en Austria la prohibición de llevar a cabo el “Anschluss” o unión era valorada como una violación del principio de autodeterminación de los pueblos reconocida por los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial», añade Lozano. Con todo, la posterior movilización militar no fue una sorpresa para nadie, pues el «Führer» ya había declarado sus intenciones sobre su tierra natal años antes en el «Mein Kampf».

Primeros intentos
La unión de ambos estados bajo el paraguas del imperialismo germánico siempre había estado sobre la mesa, aunque quedó mitigada parcialmente en la década posterior al Tratado de Versalles.

Sin embargo, el ascenso de Hitler al poder en 1933, así como la profunda crisis económica que asoló Austria en 1929, volvieron a hacer resurgir la idea de fusionar los territorios. Una corriente favorecida por el partido nazi del país(aupado y sufragado en la lejanía por el Reich), pero criticada por Engelbert Dollfuss (canciller austríaco, partidario de la dictadura de un partido único en la región -el «Frente Patriótico»- y contrario a las tendencias pangermánicas).

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Engelbert Dollfuss
El terror del «Anschluss» sobrevolaba por entonces en Europa, y se acrecentó todavía más cuando Dollfuss fue asesinado en 1934 por un comando nazi. Por entonces, Hitler clamaba en sus soflamas la necesidad de dominar Austria y liberarla del yugo judío que la asfixiaba. No obstante, sus aspiraciones se vieron radicalmente frenadas en principio por el sucesor del canciller, Kurt Schuschnigg.

Durante cuatro años, las relaciones entre ambos gobiernos vivieron una tensión constante acrecentada por el aumento paulatino del apoyo social al partido nazi austríaco. «A comienzos de 1938 Hitler […] decidió tomar la iniciativa y convocó al canciller Schuschnigg a una entrevista que se celebró el 12 de febrero en […] Baviera», explica Juan Carlos Pereira Castañares en su «Diccionario de relaciones internacionales y política exterior». En ella, bajo amenaza de invasión, le exigió unas condiciones excesivas para mantener la paz: el cese de su Jefe de Estado Mayor por su antinazismo, la entrada de varios líderes nacionalsocialistas en su partido y -en palabras del experto- «el nombramiento del jefe nazi austríaco Arthur Seyss-Inquart como ministro de interior».

Invasión
En un intento de mantener su poder y legitimar su postura, Schuschnigg organizó un referéndum nacional para determinar cuál era la postura de Austria ante el «Anschluss». La decisión enfureció soberanamente al «Führer». «Hitler temía que tal votación pudiera acabar con el mito del deseo de la unión», completa Lozano.

La única solución que le quedó al líder de Alemania fue convocar a sus fuerzas armadas para invadir el país. El asalto se produjo el 12 de marzo, apenas una jornada antes de que la ciudadanía acudiese a las urnas. Todo ello, con la excusa de que habían sido excluidos de los comicios los menores de 24 años (la masa social que daba apoyo por entonces a Hitler).

Solo tres días después de que los tanques alemanes entraran en el país, cientos de miles de austríacos aclamaron enViena al dictador -de origen austríaco- y aprobaron así la desaparición de Austria, que se convirtió en un mero «apéndice» del Tercer Reich, rebautizado como «Ostmark».

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Hitler da un discurso el 15 de marzo en el Palacio Imperial de Hofburg (Viena)
En cuestión de días los nazis empezaron a poner en marcha su maquinaria de represión contra cualquier disidencia. Los primeros que sintieron la violencia fueron militantes socialdemócratas, comunistas y sindicalistas. La población judía fue la que se llevó la peor parte. Unos 65.000 acabaron siendo deportados y asesinados en diferentes campos de exterminio en los años posteriores.

Con todo, y tal y como desveló el 13 de marzo de 1938 el diario ABC, lo cierto es que una buena parte de la población de Austria aplaudió el «Anschluss»: «La llegada del “Führer” tuvo lugar exactamente a las diez y treinta. […] Una enorme multitud recibió a Hitler con un entusiasmo indescriptible. La ciudad aparece completamente llena de banderas. Las formaciones de las SA, las SS y las Juventudes Hitlerianas formaron frente al ayuntamiento. Las ovaciones delirantes que se sucedieron continuamente encontraron su apogeo cuando Hitler apareció en el balcón del Ayuntamiento».

¿Cuál fue la reacción de Francia y Gran Bretaña a esta muestra de poder? Limitarse a presentar una queja oficial... y nada más. Según creían, aquel capricho mitigaría el voraz apetito nazi.

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Historia del feminismo: las primeras guerreras que lucharon contra la misoginia de Napoleón y Hitler
La reivindicación de los derechos femeninos comenzó en la Revolución Francesa, aunque hubo que esperar hasta el siglo XIX para que sus bases se asentaran definitivamente
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Manuel P. Villatoro
@ABC_HistoriaSeguir
Actualizado:16/03/2018 12:54h

¿Cuánto tiempo hay que remontarse para hallar el origen del feminismo? Los autores difieren a la hora de señalar cuál fue la chispa que prendió la mecha de la igualdad, aunque expertos como la popular Nuria Varela afirman en sus obras que en el siglo XV ya hubo algunas precursoras como Christine de Pizan. Una mujer «absolutamente inusual» que, en los mismos años en los que todavía no se había descubierto el Nuevo Mundo, dio forma a una obra más que avanzada: «La ciudad de las damas». «En ella, defiende la imagen positiva del cuerpo femenino, algo insólito en su época, y asegura que otra hubiera sido la historia de las mujeres si no hubiesen sido educadas por hombre», explica la autora en su obra «Feminismo para principiantes». Curiosamente, este texto se atribuyó al humanista Giovanni Boccaccio hasta el siglo XVIII debido a su carácter rompedor.

Con todo, fue necesario esperar más de tres siglos para que las precursoras del feminismo se alzaran al calor de laRevolución Francesa. Un movimiento que prometía «Liberté, égalité y fraternité» al pueblo llano... pero únicamente si eran varones. La imagen de la mujer en la época de la destrucción de la monarquía gala puede resumirse con una escueta frase extraída de una carta que uno de los ideólogos de aquel alzamiento, Jean-Jacques Rousseau, envió al padre de la enciclopedia, D'Alembert: «Las mujeres, en general, no aman ningún arte; no conocen bien ninguno y no tienen genio». Y sin embargo, muchas de «ellas» combatieron también contra el absolutismo primero, y por sus derechos después. Algo que deja claro la socióloga Christine Fauré en «Enciclopedia histórica y política de las mujeres»: «Pese a su exclusión legal de los derechos políticos, algunas participaron de forma activa».

Revolución dentro de la revolución
La revolución dentro de la revolución les costó, eso sí, mucho sudor y todavía más sangre. No en vano, la francesaOlimpia de Gouges fue enviada a la guillotina por escribir la «Declaración de los derechos de la Mujer y de la Ciudadana» después de observar que la versión masculina obviaba absolutamente los derechos de las damas. Allá por 1793 le separaron la cabeza del cuerpo.
Tan solo unos años después de que pronunciara su más famosa (y premonitoria) frase: «La mujer tiene derecho a ser llevada al cadalso y, del mismo modo, el derecho a subir a la tribuna». Para su desgracia, solo se cumplió una parte de su afirmación. Aquel fue el cúlmen de una vida de despropósitos en la que, por el hecho de ser una adelantada a su tiempo, la llegaron a tratar de prost*t*ta.
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Olimpia de Gouges, creadora de la «Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana»

Como bien recoge Varela en su obra, contra Olimpia cargó su propio padre en una misiva más que curiosa:

«No esperéis, señora, que me muestre de acuerdo con vos [...]. Si las personas de vuestro s*x* pretenden convertirse en razonables y profundas en sus obras, ¿en qué nos convertiríamos nosotros los hombres [...]? Adiós a la superioridad de la que nos sentimos tan orgullosos. Las mujeres dictarían las leyes. Esta revolución sería peligrosa. Así pues, deseo que las Damas no se pongan el birrete de Doctor y que conserven su frivolidad hasta en los escritos. En tanto que carezcan de sentido común serán adorables. Las mujeres sabias de Molière son modelos ridículos. Las que siguen sus pasos son el azote de la sociedad. Las mujeres pueden escribir, pero conviene para la felicidad del mundo que no tengan pretensiones»

No menos sangriento fue el final de la pionera Mary Wollstonecraft. Aunque, en su caso, falleció por problemas durante el parto. Esta inglesa sembró también los futuros árboles del feminismo con su obra «
Vindicación de los derechos de la mujer». Obra en la que, según explica Varela, reivindicaba la capacidad de elección de la mujer con afirmaciones más que avanzadas para la época. Algunas, tan llamativas como la siguiente: «Abogo por mi s*x* y no por mí misma. Desde hace tiempo he considerado la independencia como la gran bendición de la vida, la base de toda virtud». Sus ideas no le granjearon acabar en el cadalso, como fue el caso de Olimpia, pero sí la convirtieron en la «Hiena con faldas» para los conservadores.

Frente a Napoleón
El poder, sin embargo, reaccionó de forma insultante ante estas primeras combatientes. De hecho, unos años después de que Gouges y Wollstonecraft se dejasen la vida por los derechos de las mujeres, el falso revolucionario Napoleón Bonaparte instauró el anticuado y sangrante «Código Civil francés» (1804).

En «Género e historia: mujeres en el cambio sociocultural europeo, de 1780 a 1920» las autoras Barbara Caine y Glenda Sluga se atreven a señalar, incluso, que el «Pequeño corso» erradicó los escasos beneficios legales logrados por las feministas una década antes. «El Código Civil napoleónico restableció, y posiblemente reforzó, el poder patriarcal dentro de la vida familiar».

Su afirmación no es exagerada, pues trajo de nuevo costumbres retrógradas como la preponderancia del consentimiento paterno en el matrimonio. «Las mujeres menores de 21 años y los hombres menores de 25 no podían casarse legalmente sin el consentimiento paterno, y si entre el padre y la madre no había acuerdo, era la opinión del padre la que prevalecía», añaden las expertas.

Por si fuera poco, Bonaparte estableció que las mujeres eran «legalmente incompetentes; no aptas para ejercer de testigos en certificados de matrimonio, nacimiento o defunción, incapaces de demandar ante un tribunal de justicia sin el consentimiento de su marido, y de hacer o recibir un regalo un regalo, herencia o legado sin el consentimiento de éste». De tal misoginia era el texto, que incluso obligaba al esposo a estar presente en el nacimiento de sus hijos para declararlos suyos.

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Napoleón creó un código civil que destruyó los logros conseguidos por las mujeres hasta entonces
Varela es de la misma opinión: «El Código de Napoleón, imitado después por toda Europa, convierte de nuevo el matrimonio en un contrato desigual, exigiendo en su artículo 321 la obediencia de la mujer al marido yconcediéndole el divorcio sólo en el caso de que éste llevara a su concubina al domicilio conyugal».

A su vez, y unido a esta ingente lista, el nuevo derecho penal estableció como delitos específicos para las esposas eladulterio y el aborto. «A todo efecto ninguna mujer era dueña de sí misma, todas carecían de lo que la ciudadanía aseguraba, la libertad», determina, en este caso, la filósofa española Amelia Valcárcel. Caine y Sluga hacen también referencia a ello: «El adulterio de las mujeres era considerado una ofensa criminal, que convertía a la esposa pecadora en merecedora de encarcelamiento».

El «Pequeño corso», por tanto, poco tenía de revolucionario, y mucho de absolutista (como posteriormente se demostró cuando se hizo nombrar emperador).

Nueva ola
Poco más de medio siglo tras el «Código de Napoleón». Ese fue el tiempo que hubo que esperar para que en la otrora colonia inglesa fuera alumbrado un movimiento en favor de los derechos de la mujer: el llamado «sufragismo».

«Es un capítulo del feminismo burgués, ya que se centró en la lucha por el voto en el marco del sistema característico del algunos países del mundo llamado occidental», explica la investigadora Enriqueta Tuñón en su libro «¡Por fin. Ya podemos elegir y ser electas!». La característica principal de esta nueva corriente era que no cuestionaba el modelo social y económico existente en la época, sino que se unía a él y apostaba por lograr el voto femenino como arma principal para igualar ambos sexos.

Esta «segunda ola», como ha sido llamada a día de hoy por los expertos en movimiento feminista, se vio además aupada por el apoyo de una mayor masa social de mujeres. Y es que, por entonces la revolución industrial y laemigración del campo a las ciudades las había relegado a un papel secundario dentro del hogar.

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Con todo, y en palabras de Varela, aquella corriente no nació de la nada, sino que creció al calor de otra corriente igual de rompedora. «A las mujeres estadounidenses del siglo XIX no las sacaron de casa sus propios problemas, sino un injusticia que se desarrollaba a su alrededor y que, por lo visto, percibían mejor que su propia realidad: laesclavitud. Las mujeres, que ya habían luchado junto a los hombres por la independencia de su país, hasta entonces una colonia inglesa, se organizaron para terminar con la situación de los esclavos», añade la experta en su obra.

Uno de los mayores hitos de esta nueva corriente fue la firma en 1848 de la «Declaración de Sentimientos de Seneca Falls» en Norteamérica. Derivado directamente de la «Declaración de Independencia de los Estados Unidos», este documento recogió una ingente cantidad de abusos contra las mujeres y estableció, además, sus derechos.

Así lo explica Carmen de Elejabeitia en «Liberalismo, marxismo y feminismo»: «Detallaba la larga lista de abusos y usurpaciones a las cuales habían sido sometidas las mujeres. Los primeros puntos de esta lista se referían brevemente a la carencia del derecho al voto. Los siguientes siete puntos, mucho más detallados, criticaban el sometimiento y lafalta de derechos y propiedad de la mujer, su subordinación económica y su exclusión de la educación superior».

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Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony, artífices de la «Declaración de Sentimientos de Seneca Falls»
Las dos mujeres que motivaron la firma de este tratado (Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony) fundaron en 1868 la «Asociación Nacional pro Sufragio de la Mujer», y su éxito no pudo ser mayor, pues apenas un año después lograron que Wyoming se convirtiera en el primer estado en aceptar sus pretensiones.

Ese fue el punto de partida que derivó en el sufragio femenino décadas después. «Nueva Zelanda fue el primer país que reconoció el derecho de voto de las mujeres en 1893, y le siguió Australia entre 1893 y 1909. En Europa abrió el camino Finlandia en 1906 (cuando aún formaba parte del Imperio ruso). Suiza se quedó atrás, y no otorgó el derecho a voto hasta 1971», explica el politólogo Frank Bealey en su famoso y extenso «Diccionario de ciencia política».

El movimiento sufragista animó a otras asociaciones feministas a alzar la voz de la mano de corrientes como elsocialismo y el anarquismo. La mayoría de ellas fueron pacificas. Sin embargo, en mitad de esta revolución surgieron también las «suffragettes», un grupo inglés que abogaba por dejar la moderación a un lado y apostar, en palabras de Fauré, por las «acciones escandalosas, perturbadoras» y, a la postre, también violentas.

«En 1909, las “suffragettes” rompen regularmente las cristaleras de edificios oficiales e inician un verdadero pulso con las autoridades. Entrecortadas por las autoridades, las manifestantes se vuelven cada vez más violentas», añade. Sus actuaciones fueron de lo más controvertidas y tuvieron su cenit el 4 de junio de 1913, cuando una de ellas (Emily Wilding) se arrojó bajo el caballo del rey como símbolo de resistencia a la autoridad. Poco después falleció por sus heridas. Este grupo fue la cara más amarga de un feminismo cada vez más popular.

Dos guerra mundiales
Tras la gran victoria del sufragio, la llegada de la Primera Guerra Mundial supuso un verdadero varapalo para el movimiento feminista. Y es que, a partir de 1914, las mujeres prefirieron abandonar la lucha por sus derechos en favor del trabajo por su país. Así pues, la octavilla fue cambiada por la producción en las fábricas, huérfanas debido a la marcha de los hombres a la contienda.

No obstante, esa labor sirvió para canalizar de nuevo la mentalidad revolucionaria. Así lo explica Pelayo Jardón Pardo de Santayana en su libro «Margarita Nelken: del feminismo a la revolución»: «La Primera Guerra Mundial actuó como desencadenante del movimiento feminista, y no sólo en las naciones beligerantes, sino también, y pese a su neutralidad, en España. En aquéllas fue consecuencia inmediata de la utilización forzosa de la mujer en trabajos hasta entonces reservados total o casi totalmente al hombre».

Pero, de nuevo, este movimiento fue acallado con la llegada del fascismo y de la Segunda Guerra Mundial. Una época turbulenta en la que, nuevamente, las mujeres abandonaron su mentalidad revolucionaria para dedicarse en cuerpo y alma al apoyo de la patria. Así pues, el feminismo apostó por actuar en retaguardia para sustentar a aquellos que estaban en el frente.

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Mujeres en la Alemania nazi
En Alemania sucedió otro tanto, donde el gobierno de Adolf Hitler hizo válido el lema de las tres «K» («Kinder,Kirche, Küche» o «Casa, cocina y caleceta») creado bajo la batuta de Bismark. La finalidad era que se renunciara a los derechos logrados a sangre y fuego durante un siglo en pos de la maternidad, la religión y lastareas domésticas. En España, durante la autarquía económica impuesta por Francisco Franco, también se adoptó esta mentalidad bajo el lema «casa, cocina y calceta».

En lo que se refiere a Alemania, las tres «K» fueron el comienzo del fin del feminismo. «Durante más de diez años, durante el gobierno de Hitler, se siguió la política de no dar trabajo a las mujeres casadas; las solteras en algunas profesiones eran despedidas incluso por tener novio, a pesar de que las relaciones duraban varios años. Se suprimieron las becas a mujeres en la enseñanza secundaria y se limitó el acceso a la universidad. Hasta que en 1937 la necesidad de la guerra hizo que se volviera a llamar a las mujeres al trabajo», señala Victoria Sau en el «Diccionario ideológico feminista».

Cadenas rotas
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial la situación no mejoró para las mujeres. Y es que, socialmente se generó una corriente masiva que afirmaba que las madres, hermanas e hijas debían permanecer en casa para cuidar a los combatientes que llegaban del frente.

Esta tendencia se vio reforzada, a su vez, por la idea de que lo único que necesitaba una «buena dama» para ser feliz era estar rodeada de electrodomésticos que le permitieran llevar a cabo las labores del hogar de la mejor forma posible «.Se echó a las mujeres de los trabajos que habían tenido, su lugar lo ocuparon los varones y se desarrollaron electrodomésticos y bienes de consumo. Consumo, mucho consumo que necesitaba a muchas mujeres dispuestas a comprar. Todas perfectas amas de casa», añade Varela.

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Betty Friedan
En contra de esta corriente surgieron, sin embargo, voces como la de la estadounidense Betty Friedan, quien se dedicó a estudiar durante los años 50 el impacto que tenía esta tendencia en las mujeres. Su conclusión fue determinante. La mayoría de «esposas modelo» acudían al médico, en sus palabras, «aquejadas de enfermedades extrañas, sin diagnóstico; y los facultativos no daban con el motivo o el remedio de su “síndrome de fatiga crónica”».

Tras divulgar sus conclusiones en un libro llamado «La mística de la feminidad» en 1963, miles de mujeres tomaron conciencia de que estaban atrapadas en una cárcel llamada casa, lo que hizo resurgir los movimientos feministas por todo el país primero, y por todo el mundo después. Un caldo de cultivo impulsado (todavía más si cabe) por los movimientos de Mayo del 68.

La lucha en España
¿Dónde queda España en lo que a la evolución del feminismo se refiere? Tal y como afirma María Eugenia Fernández Fraile en su dossier «Historia de las mujeres en España: historia de una conquista», este movimiento vivió su auge en nuestro país «desde mediados del siglo XIX hasta mediados de los años 20 y 30 del siglo XX».

La razón de que tardara tanto en arribar a nuestras tierras, en palabras de la autora Geraldine M. Scalon, fueron varias y van desde un desarrollo industrial pobre que impidió la evolución de una clase media progresista, hasta la generalización de determinadas formas de pensamiento que arraigaron (todavía más si cabe) la mentalidad de la preponderancia de lo masculino.

A su vez, en este país se generalizó un feminismo más social que individual. «En España, a diferencia del resto de Europa y de EE UU, se desarrolla, en principio, un feminismo más social que político. Como hemos señalado anteriormente, el sistema liberal que se impone en España se sostiene sobre un sistema constitucional formal y una política basada en el caciquismo, la corrupción y el fraude electoral, que provoca la desconfianza ciudadana y el crecimiento de grupos anarquistas. Muchos grupos sociales, ante este panorama, se alejan de la participación política. Entre ellos, los grupos feministas dejan a un lado las reivindicaciones políticas por los derechos individuales», determina Fernández. En todo caso, estos movimientos fueron favorecidos por postulados como los de Gregorio Marañón, contrario a la idea de la superioridad masculina.

El pistoletazo de salida para el feminismo español, en palabras de esta autora, lo dio la escritora catalana Dolors Monserdà al adoptar en una de sus obras el término «feminista». Con ella llegó al país una lucha de género que hundía sus principios en la necesidad de que las mujeres tuvieran acceso a la formación académica. Aunque, eso sí, admitiendo que el hombre era el responsable de gestionar el patrimonio familiar. Poco después, en 1918, estas ideas empezaron a cristalizarse (con variaciones) gracias a la creación de la «Asociación Nacional de Mujeres Españolas», presidida por María Espinosa de los Monteros. Dos años después, en 1920, este grupo solicitó que se revisaran las leyes que relegaban a la mujer al ámbito familiar.

A partir de entonces la lista de activistas comenzó a llenarse más y más. «Destacar a Clara Campoamor, abogada y diputada del partido Radical y que en 1931 como presidenta de la organización sufragista, la Unión Republicana Femenina, defendió el sufragio femenino en el debate de las Cortes Constituyentes de la República», añade la experta. Con todo, no fue la única, pues también se ganaron un hueco en la historia Carmen de Burgos (la primera mujer periodista en nuestro país), Margarita Nelken y Victoria Kent (dos de las tres primeras diputadas en la historia de España) o María Martínez Sierra (escritora y feminista).

Con todo, y como sucedió a nivel internacional, la consecución del voto femenino supuso una reducción parcial del activismo. «Además se desató una lucha por parte de los partidos por conseguir el apoyo de la mujer, creándose asociaciones femeninas que carecían de ideología feminista y subordinadas a los intereses del partido», añade Fernández.

La Guerra Civil no ayudó tampoco al incremento del feminismo, y otro tanto sucedió con el régimen de Francisco Franco. Con todo, desde 1936 hasta 1975 hubo activistas como María Campo Alange dispuestas a publicar obras del calado de «La secreta guerra de los sexos». «En los años 70 se produce un resurgimiento gracias a la identificación teórica de nuevos elementos que propulsarían el discurso feminista; algunos de estos componentes fueron la identificación del patriarcado como causa de la opresión femenina, las aportaciones del marxismo, la reinterpretación del mismo incluyendo el concepto de género y la conciencia de que la lucha feminista surge de una experiencia de opresión compartida por todas las mujeres», destaca la autora.

La eclosión del feminismo se sucedió a partir de los 70 de la mano de una mejora de la economía y del acceso de la mujer al mundo del trabajo. Todo ello, motivado por la llegada a España de los textos fundamentales y explicados anteriormente: «La mística de la feminidad» y «El segundo s*x*».
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Lyudmila Pavlichenko - ABC

Lyudmila Pavlichenko: la oscura verdad tras la francotiradora de Stalin que asesinó a 300 nazis en la IIGM
Los líderes de la U.R.S.S., ávidos de heroínas a las que vanagloriar, encumbraron las hazañas bélicas de esta tiradora. Sin embargo, para algunos autores en su historia hay más leyenda que verdad
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Manuel P. Villatoro
@ABC_HistoriaSeguir
Actualizado:16/03/2018 12:55h

La línea que separa la leyenda de la realidad es tan fina como el surco que crea en el aire un cartucho al salir despedido desde un fusil. Por si fuera poco, se difumina exactamente igual que él para conformar un todo. Una mezcolanza de verdad y mentira que queda grabada a fuego en la historia. Y eso es -precisamente- lo que ha ocurrido con las peripecias de la ucraniana Lyudmila Pavlichenko, conocida por ser una de las francotiradoras más letales del Ejército Rojo.

Oficialmente, el gobierno de Iósif Stalin la encumbró como una heroína que segó la vida de exactamente 309 nazis. Sin embargo, sus hazañas bélicas se debaten entre la realidad y las exageraciones fabricadas por un país que, en plena Segunda Guerra Mundial, buscaba desesperadamente referentes para motivar a sus soldados.

Vasili Záitsev, Tania Chernova... La lista de tiradores de élite cuyas andanzas fueron exageradas por la U.R.S.S. no es precisamente escasa. Al primero, por ejemplo, sus críticos le acusan de haberse inventado el duelo que mantuvo al final del conflicto con un experto francotirador nazi para exacerbar las capacidades de los soldados soviéticos. A la segunda, por su parte, le fueron atribuidas 80 bajas en apenas tres meses, cifras que algunos analistas consideran excesivas.

Por todo ello, no es raro que la mirada de historiadores actuales como Lyuba Vinogradova se cierna ahora de forma inquisitoria sobre Pavlinchenko. Una heroína cuya cuya historia está plagada de inexactitudes e incongruencias. Al menos, según afirma la propia autora en su nueva obra: «Ángeles vengadores» (Pasado y Presente, 2017). Un extenso y concienzudo análisis del papel de las francotiradoras soviéticas en la Segunda Guerra Mundial.

Pero... ¿Dónde aprendió a disparar? ¿Cómo logró adquirir esa puntería que, años después, la convertiría en una de las francotiradoras más famosas de la historia de la U.R.S.S.? Según explicó ella misma en sus memorias, empezó a convertirse en una tiradora sobresaliente en la asociación deportiva cuasi militar Osoaviajim.

Se forja la leyenda
El autor Henry Sakaida afirma en «Heroines of the Soviet Union» (Osprey, 2003) que nuestra protagonista llegó al mundo con el nombre de Lyudmila Mikhailovna el 12 de julio de 1916 en «el pueblo de Belaya Tserkov», ubicado en Kiev (Ucrania). «De carácter terco e independiente, la dotada estudiante acabó el noveno grado en la escuela de su ciudad», añade el experto. Aproximadamente a los 15 años su vida cambió radicalmente, pues tuvo un hijo llamado Rostilav que -en palabras de Vinogradova- destrozó su matrimonio con el estudiante Alekséi Pavlichenko.

«De resultas del escándalo, su familia tuvo que trasladarse a Kiev desde la modesta ciudad de Bélaia Tsérkov», explica la autora en su nueva obra. Posteriormente, y según la versión más extendida, compaginó sus estudios con un trabajo de pulidora en una fábrica gracias a que un familiar se encargó de criar a su pequeño.

Pero... ¿Dónde aprendió a disparar? ¿Cómo logró adquirir esa puntería que, años después, la convertiría en una de las francotiradoras más famosas de la historia de la U.R.S.S.? Según explicó ella misma en sus memorias, empezó a convertirse en una tiradora sobresaliente en la asociación deportiva cuasi militar Osoaviajim.

Alistamiento
En 1941, cuando Adolf Hitler lanzó la Operación Barbarroja (el ataque masivo sobre la U.R.S.S. tras un gigantesco bombardeo de la Luftwaffe), Pavlinchenko tenía 24 años y se encontraba estudiando historia en la Kiev State University. Por entonces Iósif Stalin todavía no había llamado al combate a las mujeres. Sin embargo, ella decidió presentarse en una oficina de reclutamiento para enfrentarse al invasor germano. La situación asombró a los militares, que le ofrecieron varios trabajos que creían más apropiados para una mujer.

«Ella tenía otras ideas. Había recibido entrenamiento militar básico en una escuela de Kiev y había ganado laInsignia de Tiradora de Voroshilov en torneos regionales», explica el divulgador Charles Stronge en «Sniper in Action: History, Equipment, Techniques» (Amber Books, 2010).

La ucraniana estaba tan empeñada en luchar que el reclutador le hizo una prueba de puntería. Examen que la futura heroína de la Unión Soviética superó sin problemas. Con todo, aquella situación se le quedó grabada en la memoria, como demostró en sus memorias: «Accedí al Ejército cuando las mujeres todavía no estaban aceptadas […] Tuve la opción de convertirme en enfermera, pero la rechacé».

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Lyudmila Pavlichenko
A partir de entonces su historia comienza a debatirse entre la realidad y la falsedad. Ejemplo de ello es que la mayoría de autores suele dar un salto y ubicar a nuestra protagonista ya como francotiradora en la batalla de Odessa(región ubicada al sur de la actual Ucrania). Una contienda en la que las fuerzas de Rumanía (por entonces del lado nazi) asediaron durante más de dos meses la mencionada región.

«Sus habilidades como tiradora fueron rápidamente reconocidas y fue ascendida a francotiradora», explica el autor de «Sniper in Action: History, Equipment, Techniques». Sakaida es más específico y determina en su obra que nuestra protagonista entró en combate con la 25ª División de Infantería (la «V.I. Chapayev») «cerca de Odessa en agosto de 1941». Aunque también señala que como tiradora de élite.

Primeras bajas
Pavlichenko se cobró sus dos primeras víctimas cerca de la ciudad de Belyayevka (ubicada aproximadamente a 50 kilómetros de Odessa) cuando su unidad recibió la orden de defender una colina. A partir de entonces, y en palabras de Sakai, el número de «fascistas» con el que acabó en la mencionada contienda ascendió rápidamente... ¡hasta 187! Todo ello, según sus biógrafos, en apenas diez semanas y tras sufrir dos conmociones cerebrales y una herida menor.

Al parecer, y según Stronge, la francotiradora comenzó la guerra utilizando el clásico fusil soviético Mosin-Nagantequipado con una mira telescópica de 4 aumentos. Sin embargo, pronto apostó por usar el Tokarev SVT-40 semi automático. Arma de la que se fabricaron miles al comienzo de la contienda, pero que dio multitud de problemas por ser difícil de mantener en el campo de batalla. Sakai no hace referencia al primer arma de Pavlichenko, aunque sí explica que prefería el Tokarev debido a que no había que amartillarlo tras cada disparo.

No le falta razón al experto, pues en una buena parte de las imágenes de la mujer que han sobrevivido al paso del tiempo se la puede ver con dicha arma.

Sebastopol
Tras la caída de Odessa, el Ejército Marítimo Independiente -en el que se encontraba encuadrada Pavlichenko- fue trasladado hasta Sebastopol, donde la francotiradora combatió hasta la extenuación. En esta posición estuvo ocho meses. Semanas más que duras en las que demostró su pericia y su resistencia aguantando las bajas temperaturas y comiendo insectos.

Fue durante su estancia en Sebastopol cuando Pavlichenko comenzó a hacerse un hueco entre los mejores tiradores del Ejército Rojo. Según su biografía, fue precisamente en esta ciudad donde mantuvo decenas de duelos con francotiradores nazis enviados específicamente para acabar con ella.

«En uno de aquellos enfrentamientos tuvo que permanecer 24 horas tumbada en la misma posición mientras acechaba a un enemigo cauteloso. Cuando, al amanecer del segundo día, consiguió al fin ponerlo en su mira y abatirlo, tomó de su cadáver no solo el fusil, sino también su diario de víctimas, que la informó de que había comenzado a servir de francotirador en Dunkerque y que […] había acabado ya con 500 soldados y oficiales», explica Vinogradova.

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Lyudmila Pavlichenko
Pero este no fue su único duelo contra los francotiradores germanos. El más famoso fue uno narrado en una revista soviética. Según el mencionado reportaje, con el que Pavlichenko saltó a la fama, nuestra protagonista se topó en una ocasión con un observador alemán experto que se había ocultado en unos arbustos. Sin dudarlo, comenzó a acecharle para acabar con él. No le resultó fácil, pues el nazi utilizó contra ellas todos los trucos que conocía. El primero fuecolocar un casco sobre un palo y levantarlo para que la joven hiciese fuego y desvelase su posición. Ella no cayó en la trampa.

Siempre según el artículo, el francotirador hizo entocnes corretear cerca de él a un gato y a un perro para distraer a la chica. «Una cosa así no es habitual, y cualquier francotirador sin experiencia podría haberse dejado distraer y haber permitido al observador enemigo hacer su trabajo entretanto», se explicaba en el texto.

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La última artimaña del francotirador nazi fue la que le costó la vida. Desesperado por descubrir dónde diantres se ubicaba su enemiga, fabricó un muñeco falso ataviado con el equipo de un soldado alemán y lo alzó sobre los arbustos. Aquello le llevó a la tumba. «Así reveló la posición del alemán y le hizo saber que en breve se haría visible», explica Vinogradova en su obra. Finalmente, la mujer disparó cuando vio el destello de unos binoculares... y acabó con el soldado.

Todas estas bajas hicieron a Pavlichenko famosa entre los mandos nazis. La leyenda afirma que, a partir de entonces, no era raro escuchar en medio del campo de batalla a los germanos pidiéndole que cambiara de bando a cambio de todo tipo de lujos. A su vez, la tiradora de élite también señaló que, después de ser ascendida a teniente, recibió la órden de seleccionar y entrenar a una unidad de francotiradores de la boca del mismísmo general Iván Petrov.

La leyenda que generó a su alrededor esta francotiradora no tuvo límites. No en vano la misma Pavlichenko solía reiterar que despertaba auténtico pavor en los nazis. Algo lógico pues, allá por junio de 1942, ya había acabado con 309 enemigos. Entre ellos, un centenar de oficiales y entre 33 y 36 francotiradores germanos (atendiendo a las fuentes).

Final y comienzo
Con todo, ni los duelos ni las bajas le valieron para evitar la mala suerte. En junio de 1942 un disparo de mortero le provocó heridas tan severas en la cara que tuvo que ser evacuada del frente en submarino. Una medida jamás vista hasta entonces. Por esas fechas, y según sus palabras, los alemanes ya habían amenazado con asesinarla ydesmembrar su cuerpo exactamente en 309 trozos como venganza por sus compañeros caídos.

Jamás lo conseguirían ya que, tras una ardua recuperación, la U.R.S.S. decidió que Pavlinchenko era un icono demasiado valioso y prohibieron a la francotiradora volver a los campos de batalla. Todo ello, tras otorgarle la estrella dorada de Heroína de la Unión Soviética el 16 de julio de 1942.

Pavlichenko realizó varias visitas a los países aliados de la U.R.S.S. para demostrar las bondades de los francotiradores soviéticos. La más famosa de ellas se sucedió a finales de agosto de 1942, fecha en la que acudió a Estados Unidos junto al también tirador de élite Vladimir Pchelíntsev. «¿Por qué se eligieron a dos tiradores de precisión, en lugar de a dos pilotos o dos comandantes de carros de combate? […] Porque los francotiradores eran algo de lo que presumir. Los alemanes los temían, y la prensa soviética les dedicó una buena parte de su atención», añade Vinogradova.

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En Estados Unidos, Pavlichenko dio todo tipo de charlas y respondió a preguntas más que incómodas hechas por periodistas poco escrupulosos. Algunas tan atrevidas para la época como «¿Qué ropa interior prefiere la señorita Pavlichenko y de qué color le gusta más?» o «¿Se pintan los labios las chicas que sirven en el frente?». Según narró su compañero Pchelíntsev posteriormente, la joven -de apenas 26 años- supo salir airosa de estas cuestiones y causó una grata impresión en los reporteros.

Posteriormente, fue recibida también por el presidente Franklin D. Roosevelt y su esposa en la Casa Blanca. Así se pudo leer en varios artículos publicados el 29 de agosto: «La teniente de 26 años Liudmila Pavlichenko, cautivadora princesa guerrera que posee la marca individual más alta entre los mejores francotiradores del Ejército Rojo, hizo ayer dos cosas que nunca habría podido imaginar […]: llegar a Washington y convertirse en la primeraamazona soviética en visitar la capital […] y pasar la noche en la Casa Blanca en calidad de invitada del presidente Roosevelt y la primera dama estadounidense».

Como curiosidad, durante aquellas jornadas conoció incluso a Charles Chaplin, quien dijo de ella lo siguiente: «Es increíble que estas manitas hayan matado nazis, hayan segado sus vidas por centenas sin fallar».

Ya en la U.R.S.S., Pavlichenko terminó sus días graduándose en la universidad de Kiev. Sin embargo, no ejerció ni como historiadora, ni como instructora de tiro de precisión tras la Segunda Guerra Mundial. «Trabajó en el cuartel general de la armada y, más tarde, en el comité de veteranos de guerra sin causar, a todas luces, una gran impresión en ninguno de ellos», completa la autora. Falleció el 10 de octubre de 1974.

Las 10 mentiras de Pavlichenko
1-La baja número 300

En sus memorias, Pavlichenko afirma que su baja número 300 la llevó a cabo el 12 de julio de 1942 (el día de su cumpleaños). Más concretamente, afirma que fue un regalo que se hizo a sí misma en Sebastopol. Sin embargo, el gobierno soviético confirmó que la ciudad se había perdido el día 3 de ese mismo mes. Por lo tanto, es imposible que acabara con su objetivo aquella jornada. Por si fuera poco, la versión más extendida es que los servicios sanitarios la sacaron de allí... ¡en junio de 1942!

2-El número de muertos

Pavlichenko reiteró en varias ocasiones que los nazis habían prometido despedazarla en 309 trozos para vengarse de sus compañeros caídos. Algo imposible debido a que, como explica Vinogradova, es muy probable que no acabara con tantos enemigos y que los datos fuesen conocidos en apenas días por los nazis.

3-Perros y gatos contra francotiradores

El primer informe que habla de Pavlichenko en la prensa afirma que un francotirador nazi utilizó animales para tratar de distraerla. Algo sumamente extraño en la época. «Todo apunta a que este es el único caso conocido de uso de perros y gatos a modo de defensa frente a un francotirador», destaca la autora.

4-Líder de francotiradoras

Pavlichenko señaló que el general Iván Petrov le ordenó que liderase una sección de francotiradores entrenados por ella misma entre 1941 y 1942. Algo que Vinogradova considera imposible: «El Ejército Rojo no contaba aún con unidades así. Además, Pavlinchenko acabó su servicio en el frente con el grado de subteniente, con el que habría podido comandar, a lo sumo, un pelotón», señala Vinogradova.

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5-Pelotones contra su unidad

La ucraniana explicó que los nazis enviaron en una ocasión a un grupo de expertos francotiradores para acabar con su unidad. Vinogradova señala que eso es algo imposible debido a que, durante los años en los que esta mujer estuvo en el frente, los tiradores de élite germanos trabajaban de forma aislada y eran sumamente escasos.

6-Las condecoraciones

Las condecoraciones podrían desvelar la verdadera historia de Pavlichenko. En palabras de Vinogradova, es sumamente extraño que no recibiera ninguna medalla en Odessa a pesar de que acabó con 187 enemigos.

«A los francotiradores les concedían una medalla por cada diez enemigos muertos o heridos, y la Orden de la Estrella Roja por cada veinte. Si causar setenta y cinco bajas bastaba para obtener el título de Héroe de la Unión Soviética, ¿cómo es que a ella no le dieron nada?», destaca la experta.

No le falta razón ya que, aunque obtuvo dos condecoraciones de suma importancia (la Orden de Lenin y la deHeroína de la U.R.S.S.), las recibió después de ser herida y evacuada en 1942.

7-La herida en la cara

Pavlichenko afirmó que fue evacuada en submarino después de recibir una severa herida en la cara. Sin embargo, en las fotografías que se le hicieron después no se aprecia que tenga ninguna cicatriz en el rostro. Nada que ver con Simo Hayha.

8-La mujer que no disparó

Según Vinogradova, existe documentación que confirma que Pavlichenko rehusó hacer gala de su puntería durante su gira por Estados Unidos, algo que le solicitaban habitualmente los periodistas. Así pues, su compañero de viaje era el que solía asumir la responsabilidad de demostrar las habilidades de los tiradores de élite de Stalin. La mujer tan solo se dignó a ello en una ocasión, y Pchelíntsev dejó por escrito que el resultado fue «chapucero».

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Pavlichenko, en una imagen a color
9-Los registros

En su biografía, Pavlichenko explica que siempre acaba sus duelos contra francotiradores enemigos de la misma forma: acercándose hasta su cadáver y recogiendo su documentación y su fusil tras derribarles.

Vinogradova considera esto fantasioso y contrario a la esencia misma de los tiradores de élite, quienes solo se acercaban a su víctima después de asegurarse (en ocasiones durante horas) de que no había enemigos que pudieran descubrirles en los alrededores. «Detalles como estos resultan inusuales en las relaciones que hacen otros francotiradores de sus operaciones», determina.

10-Su extraño final

También requiere una mención especial el que Pavlichenko no se dedicara a entrenar francotiradores tras la Segunda Guerra Mundial. De hecho, posteriormente pasó por el ejército sin pena ni gloria.

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