CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DEL ÚLTIMO SHA DE PERSIA

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CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DEL ÚLTIMO SHA DE PERSIA


El 26 de octubre de 1919 nacía Reza Pahlevi, sátrapa persa que se autoproclamó emperador y acabó siendo depuesto por la revolución islámica del ayatolá Jomeini.


POR EDU BRAVO
26 DE OCTUBRE DE 2019




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El sha de Persia y la reina Soraya, vestida de Dior, posando en 1951.



El 14 de octubre de 1971, Juan Carlos de Borbón, heredero al trono de España, se encontraba en Persépolis acompañado de su prometida, Sofía de Grecia. La pareja había sido invitada por Mohammad Reza Pahlevi a los fastos en conmemoración del 2.500 aniversario de la fundación del imperio persa.

Además de los futuros reyes de España, entre los invitados se encontraban personalidades llegadas de todo el mundo, como Haile Selassie, emperador de Etiopía; Hussein, rey de Jordania; Josip Broz Tito, jefe de estado de Yugoslavia; Emílio Garrastazu Médici, presidente de facto de Brasil; Nicolae Ceausescu, jefe de estado de Rumania, acompañado de su esposa Elena Ceausescu e Imelda Marcos, primera dama de Filipinas. Todo lo bueno, vaya.


Los actos habían comenzado el 12 de octubre en la ciudad Pasargada, con una ofrenda en el mausoleo de Ciro II El Grande, y continuaron en Persépolis donde, desde la nada, se había construido una ciudad en mitad del desierto, con pista de aterrizaje para jets privados y un oasis artificial con cincuenta apartamentos de lujo destinados al alojamiento de los invitados. Además, el complejo contaba con una gran carpa que, ese 14 de octubre, acogió a 600 personas para disfrutar de una cena de gala que duró más de cinco horas y que aún hoy ostenta el Records Guinness de la cena más larga de la historia moderna.

El coste de las celebraciones nunca ha podido determinarse. En su momento se afirmó que la construcción de la ciudad artificial había ascendido a 15 millones de dólares, pero otras fuentes declararon que fueron más de 20. Por lo que se refiere a la cena de gala, el diario ABC informó en su momento que cada cubierto costó setenta mil pesetas de 1972, lo que supondría un gasto, solo en el banquete, de 42 millones de pesetas, más de 240 mil euros. Sea como fuere, para Reza Pahlevi el dinero era lo de menos. Aunque gran parte de la población del país estaba en la pobreza, lo importante para el emperador era celebrar el aniversario de la fundación de Persia y honrar a Ciro, mítico dignatario del que Pahlevi se sentía heredero aunque la realidad era bien distinta.




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Los reyes junto al Sah de Persia y Farah Diba en Teherán en 1978.




Del cuartel al palacio
Mohammad Reza Pahlevi había venido al mundo el 26 de octubre de 1919 en Teherán, después de un parto múltiple del que también nació una hermana gemela, Ashraf. Su infancia debía haber transcurrido en un ambiente sin excesivos lujos, como correspondía a la familia de un oficial de la Brigada de Cosacos de Persia. Sin embargo, en 1921, el patriarca, Reza Jan Mirpanŷ Savadkuhí, lideró un golpe de estado con ayuda del gobierno británico. A raíz de ese alzamiento, el padre pasó a ostentar el Ministerio de la Guerra, primero, más tarde la presidencia del gobierno y, finalmente, fue coronado Sah, en sustitución de Ahmad Shah Qayar.


A partir de ese momento, Reza Pahlevi y sus hermanos fueron educados como hijos de reyes aunque, eso sí, de monarquías europeas. Su padre, empeñado en modernizar una Persia ciertamente atrasada, decidió hacerlo siguiendo los cánones occidentales. En consecuencia, prohibió la ropa tradicional iraní, incluidos los chadors, obligó a vestir a la europea, decretó que no se fotografiase a los camellos por ser un medio de transporte atrasado, obligó a asentarse a las tribus nómadas y reprimió con dureza a aquellos que, bien desde las mezquitas, bien desde los periódicos, criticaron sus medidas. Tanto es así que, algunos periodistas, imanes y políticos descontentos con el nuevo régimen, llegaron a ser emparedados en los muros de la prisión en la que estaban confinados.

A pesar de sus reformas a la europea, el padre de Reza Pahlevi no dejaba de ser un militar analfabeto, que nunca llegó a escribir y leer correctamente y que mantenía las rudas costumbres del cuartel, como dormir en el suelo de su lujoso dormitorio o compartir el rancho con la guarda del palacio real. Razones más que suficientes para que la educación del joven príncipe y sus hermanos corriera a cargo de profesores contratados al efecto, de internados suizos y de su madre, que les enseñó cultura francesa.

Reza Pahlevi no tardó en poner en práctica esa educación de elite cuando su padre cayó en desgracia ante los británicos, sus principales valedores. Desde el golpe de estado de 1921 y su ascenso al trono en 1925, el Sah Reza Jan Mirpanŷ Savadkuhí había cumplido con aquello que los ingleses esperaban de él. No obstante, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, el rey persa mostró abiertamente sus simpatías hacia Hitler, a quien llegó a beneficiar en el conflicto, dificultando el paso por territorio iraní de tropas soviéticas e inglesas. Ante semejante comportamiento, los aliados, que dependían del petróleo persa para ganar la guerra, decidieron tomar cartas en el asunto. En agosto de 1941, Irán fue invadido por tropas del ejército británico y soviético y, aunque la vida del Sah fue respetada, se le invitó a abdicar en su hijo Reza Pahlevi, que fue nombrado rey de Persia con tan solo 22 años.

“Nosotros lo pusimos, nosotros lo quitamos” fue la frase con la que Winston Churchill resumió el reinado de Reza Jan Mirpanŷ Savadkuhí. Como muestra del control que seguía manteniendo sobre el país y el nuevo Sah, el primer ministro británico decidió celebrar en 1943 una cumbre en Teherán para planificar, junto a Roosevelt y Stalin, el desarrollo de la guerra.


De aliado de la CIA a emperador

Finalizada la contienda mundial, Reza Palevi continuó con la reforma y modernización del país iniciada por su padre. A pesar de encabezar un gobierno autoritario, entre los logros de su mandato estuvieron el sufragio femenino, restar poder a los imanes y hacer que Irán dejase de ser una teocracia, algo que no resultó sencillo. Desde su subida al trono, tuvo que enfrentarse con revueltas populares encabezadas por líderes religiosos, así como levantamientos protagonizados por militantes del partido comunista, intentos de golpes de estado como el de 1953 y atentados contra su persona, a raíz de los cuales comenzó a vestir siempre un chaleco antibalas que le hacía aparecer constantemente erguido y rígido.

La inestabilidad política de esos primeros años del reinado del Sah hizo que Estados Unidos decidiera echarle una mano con objeto de garantizarse la compra de crudo a buen precio y mantener el territorio persa como dique de contención a las ansias expansionistas de la URSS. Para ello, miembros de la CIA se desplazaron al país y organizaron la SAVAK, una policía secreta que se dedicó a perseguir cualquier disidencia por medio de secuestros, asesinatos y torturas. Para evitar ser víctimas de este cruel cuerpo policial, muchos iraníes decidieron exiliarse a países europeos, en los que fueron bien recibidos por los grupos de izquierdas de la época, que apoyaban cualquier movimiento de resistencia contra la dictadura del Sah, independientemente que fuera de corte marxista o islamista, como sucedía con el del ayatolá Jomeini.

Con el país más o menos estable, los Estados Unidos le permitieron a Reza Pahlevi todas sus excentricidades y caprichos. Se divorció de su primera esposa, la Princesa Fawzia, hermana del Rey Faruq de Egipto, a la que gustaba bañarse en leche, sin reparar en que Ashraf, la hermana gemela de Reza, contaminaba el líquido con detergentes cáusticos. A continuación contrajo matrimonio con Soraya Esfandiary, a la que acabó repudiando en 1958 por no poder tener hijos. Por último se autoproclamó emperador en 1967 en una lujosa ceremonia para la que lució una corona compuesta por 1.469 diamantes, 36 esmeraldas, 36 rubíes, y 105 perlas. En ese mismo acto, el Sah también coronó emperatriz a su tercera esposa, Farah Diba. Un hecho que la propaganda persa presentó como una reivindicación de la figura de la mujer en la gobernanza del país pero que no era en absoluto así, habida cuenta del machismo del que siempre hizo gala Reza Palevi.

Durante una entrevista con la periodista Oriana Fallaci el sátrapa iraní declaró “Nunca ha habido entre ustedes [las mujeres] un Miguel Ángel o un Bach. Ni siquiera ha habido entre ustedes una gran cocinera. Y si me habla de oportunidades, le contesto. ¿Vamos a bromear? ¿Les ha faltado acaso la oportunidad de darle a la historia una gran cocinera? ¡Nunca han dado nada grande, nunca!”. A continuación, el Sah le preguntaba a la escritora italiana, “Dígame: ¿cuántas mujeres capaces de gobernar ha conocido usted en el curso de estas entrevistas?”, a lo que Fallaci respondía: “Por lo menos dos, Majestad. Golda Meir e Indira Gandhi”.

Abandonado por Dios
Desde que era niño, Reza Pahlevi había tenido visiones. Según refirió en diferentes ocasiones, los profetas se comunicaban con él. En una ocasión, uno de ellos, Alí, llegó a salvarle la vida interponiéndose delante de una roca contra la que el pequeño iba a estrellarse después de sufrir una caída. El problema radicaba en que el único que veía la roca, a Alí y a los demás profetas, era el pequeño Reza, un detalle que lo convertía en objeto de las burlas de sus allegados, incluido su padre.

“Mi padre no me creyó nunca, siempre se burló de ello”, reconocía para, a continuación, afirmar ante Oriana Fallaci que, a pesar de ello, Dios le había acompañado en todos los momentos de su vida . “Mi reinado ha salvado al país y lo ha salvado porque a mi lado estaba Dios. Quiero decir que no es justo que yo me atribuya todo el mérito de las grandes cosas que he hecho por el Irán. Entendámonos: podría hacerlo. Pero no quiero porque sé que detrás de mí hay alguien más: Dios”.

A pesar de tener a Dios de su parte, fue una revuelta religiosa liderada por el ayatolá Jomeini desde su exilio francés la que puso fin a su imperio. Antes de que eso sucediera, Jimmy Carter, temeroso de que una revolución de corte islamista pudiera deponer a su aliado en Irán y desestabilizar la zona en beneficio de los rusos, aconsejó a Reza Pahlevi poner en marcha medidas destinadas a democratizar ligeramente el país.

Si bien el Sah aceptó el consejo, sus reformas no convencieron a los ciudadanos que, a partir de 1978, comenzaron a protagonizar protestas cada vez más numerosas y enérgicas. La tensión creció en los siguientes meses y, finalmente, en enero de 1979, el Sah y su familia abandonaron el país rumbo al exilio.




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El Sah y Nixon junto a sus esposas en Teherán.




Del exilio al olvido
“Con lágrimas en los ojos, el Sha del Irán ha abandonado, en compañía de la Emperatriz Farah Diba, su país. Mohamed Reza Pahlevi se dirigió desde el aeropuerto de Teherán a la ciudad egipcia de Asuán, aunque su destino final se cree que será la costa oeste de los Estados Unidos”. Así relataba el diario ABC la salida del Sah de su patria en la portada de la edición del 17 de enero de 1979.

En Irán, esos primeros días después de la marcha del monarca se caracterizaron por la inestabilidad e incertidumbre. Por un lado las calles de las ciudades se llenaron de festejos y por otro, se organizaron desfiles militares en apoyo a Palehvi que reclamaban su vuelta. La huida del emperador había generado un vacío de poder que tampoco había sido llenado por Jomeini, que aún permanecía en su exilio francés. Ante semejante situación, el primero de los dos que lograra entrar en el país, podría hacerse con el poder o recuperarlo sin dificultad.

Sin embargo, los aliados extranjeros del Sah le aconsejaron no regresar antes de un mes para no exacerbar más a la ciudadanía y esperar que se sofocase la revuelta. Una moratoria que fue aprovechada finalmente por Jomeini para adelantarse y regresar al país el 11 de febrero de 1979, después de 15 años fuera de Irán.

Jomeini instauró una república teocrática de la que fue máxima autoridad política y religiosa. Por su parte, el que fuera emperador de Persia comenzó un periplo que le llevó por diferentes países, en muchos de los cuales no fue precisamente bien recibido. Ese fue el caso de Panamá, donde se produjeron protestas encabezadas por los partidos de izquierdas que no veían con buenos ojos que un dictador como él disfrutase de una vida muelle en Isla Contadora. Finalmente, y después de vagar por Marruecos, Bahamas, Ecuador, México, Estados Unidos, Reza Pahlevi encontró asilo en Egipto, país en el que fallecería unos meses después.

El exilio y la muerte del patriarca en julio de 1980 hicieron que la familia Pahlevi perdiera relevancia en el escenario político internacional. Poco a poco, las noticias de la viuda e hijos del emperador dejaron de aparecer en las páginas de los diarios y comenzaron a encontrar cabida en las de la prensa rosa. De hecho, fue la revista Semana la que, en noviembre de 1980, publicó en exclusiva las imágenes de la coronación de Reza II como nuevo Sah de Irán. La ceremonia tuvo lugar en el palacio Kabbeh de El Cairo y, salvo para esa cabecera del corazón, el acto no tuvo mayor trascendencia. La familia Pahlevi ya no contaba para los dirigentes internacionales y mucho menos para las autoridades iraníes o sus ciudadanos. Atrás quedaban para siempre los días en los que el pueblo iraní, rendido a su emperador, rodeó el automóvil del Sah, lo levantó en andas y lo llevó a hombros durante cinco kilómetros.

https://www.revistavanityfair.es/so...del-nacimiento-del-ultimo-sah-de-persia/41401
 
He escuchado en un podcast la fiesta del Sha de Persia que dio con motivo del 2500 años del imperio persa. He buscado as detalles y he encontrado ésto en google.

La fiesta más extravagante de la historia moderna que le costó un imperio al sha de Irán​

  • Redacción
  • BBC Mundo
2 julio 2017
Oasis en el desierto

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Un oasis en el desierto, con carpas diseñadas en Francia y árboles importados de Versalles.
Tras kilómetros de viaje no se veía nada más que la arena cocida por el sol. De pronto, en medio del desierto persa, se levantaba un bosque de columnas extendiéndose hacia el cielo y enmarcando un oasis, una ciudadela de lujosas carpas hechas de seda y rodeadas árboles importados de Europa en los cuales se posaban miles de aves igualmente traídas de diferentes países.

Era como una de las leyendas de "Las mil y una noches" con la diferencia de que esto era real.
Se trataba del escenario para la fiesta más extravagante de la historia moderna que, en octubre de 1971, el sha de Irán organizó para celebrar los 2.500 años del Imperio persa.
El costo ha sido estimado en unos US$300 millones. Pero lo que es cierto es que, para el autodenominado "Rey de reyes", el dinero no fue un obstáculo.


En el entorno de las ruinas arqueológicas de Persépolis, la antigua capital de Persia, se construyó una ciudadela con suntuosos toldos hechos con 37 kilómetros de seda para hospedar a más de 60 reyes, reinas, presidentes, jefes de Estado y líderes internacionales invitados.

Cada uno estaría acomodado en una carpa de varias habitaciones, salones de estar, estudios, baños de mármol y con todos los lujos posibles.

Al lado se construyó un aeropuerto para recibir a los jets privados, así como una nueva autopista de 1.000 kilómetros para conectar con la capital, Teherán.
El shah de Irán en el aeropuerto de Persépolis

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Un aeropuerto especial fue construido para aterrizaje de las naves militares y los jets de los invitados.
Durante un período decadente de cinco días, los invitados estuvieron convidados a banquetes preparados por Maxim's, el restaurante más exclusivo de París, acompañados de los vinos más exquisitos conocidos.

Atendiéndolos había un ejército de miles de soldados vestidos en antiguos atuendos persas y les ofrecieron varios espectáculos, incluyendo un show de luz y sonido frente al templo de Darío I "El Grande", el tercer rey de la dinastía aqueménida (521-486 a. C.) y quien heredó el Imperio persa en su cénit.


Toda festividad deja algún tipo de resaca. Esta dejó al país tambaleándose, sin posibilidad de recuperación.
Consolidó la oposición, liderada por el entonces exiliado ayatolá Ruhollah Jomeini quien, pocos años más tarde, depuso al sha en una revolución islámica.

Muchos historiadores señalan la celebración como detonador de esa revolución pues, más que cualquier otro evento, la fiesta dejó en evidencia la brecha que había entre el "Rey de reyes" y el pueblo de Irán sobre el cual regía.

Poder absoluto​

En 1971, Irán era una monarquía constitucional. Mohammad Reza, su majestad imperial shahanshah (que significa "rey de reyes") no sólo era uno de los hombres más ricos del mundo, era el líder absoluto de su país.
Designaba al primer ministro, podía disolver el Parlamento, controlaba el ejército, podía declarar guerras o consolidar tratados de paz y controlaba la prensa.

No había lugar para la oposición. Los disidentes enfrentaban tortura, prisión o algo peor.
El sha de Irán con su esposa Farah Pahlavi

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El sha buscaba consolidar su imagen como rey de reyes en Irán y a Irán como un país digno de ocupar los niveles internacionales más altos.

"Tengo una misión que viene de Dios, una orden divina", repitió en una entrevista en 1974.
Aunque autócrata, el sha era un líder progresista. Desde hacía décadas, los intelectuales opinaban que el islam estaba frenando a Irán y el sha estaba decidido a modernizar y occidentalizar el país, al tiempo en que revivía las antiguas raíces persas.

Con un creciente respaldo de Estados Unidos y sus aliados, motivados por su interés en los vastos yacimientos de petróleo iraní, el monarca pudo establecer su programa de secularización.
Esa política no podía ir más en contra de Ruhollah Jomeini, un clérigo que, como su padre y abuelo antes, estaba inmerso en la teología islámica.

La idea de un Irán que no fuera primordialmente islámico era para Jomeini totalmente inaceptable. Su oposición lo forzó al exilio en 1964 desde donde no dejó de criticar el gobierno de Mohammad Reza.
El ayatolá Jomeini

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Para el ayatolá Jomeini era inconcebible un Irán que no fuera islámico.
Dentro del país, sin embargo, nadie se atrevía a contradecir al sha. Ni siquiera cuando tuvo su megalómana idea de consolidar su lugar como monarca del pueblo con la extravagante celebración que lo conectaría a los reyes persas de antaño.

Mezcla heterogénea de invitados​

No se puede decir que otros líderes internacionales de la época se hubieran opuesto abiertamente al despilfarro del sha, teniendo en cuenta los invitados que asistieron y participaron de la extravagancia.
Invitados a las festividades

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Dónde sentar a toda la realeza y élite internacional se volvió una pesadilla diplomática.
A pesar de que el mundo estaba polarizado y convulsionado, en Persépolis se dieron cita reyes, reinas, príncipes, emires, caudillos y líderes de todo el espectro político.

La lista la encabezaba el emperador de Etiopía, Haile Selassie, seguido del príncipe Rainiero y la princesa Grace de Mónaco.

La reina Isabel de Inglaterra no asistió porque los asesores reales dijeron que no podían asegurar su seguridad ni comodidad y que el evento era... vulgar. No obstante envió a su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, y a su hija, la princesa Ana.

Conversaron y gozaron sin que las ideologías fueran problema con el hombre fuerte de la entonces Yugoslavia, el mariscal Tito y su esposa, así como con su homólogo de Rumanía, Nicolás Ceauşescu.
El presidente Richard Nixon de EE.UU. envió a su vicepresidente, Spiro Agnew, que sin duda se topó con la primera dama de Filipinas, Imelda Marcos. En representación de América Latina estuvo el presidente de Brasil, Emílio Garrastazu Médici.

Varios otros miembros de las realezas europea, africana, asiática y de Medio Oriente también estuvieron presentes. Compartieron con los presidentes Suharto de Indonesia y Mobutu de Zaire, entre muchos otros líderes.

Lujo en el desierto​

Todos estos invitados estuvieron hospedados en lo que la prensa extranjera denominó un "camping multimillonario".

La zona fue diseñada y embellecida por arquitectos y decoradores franceses.

En el centro había una gran carpa principal de 68 metros por 28 metros para los banquetes, con una fuente de la cual irradiaban cinco avenidas con árboles importados de Versalles, Francia, y a lo largo de las cuales se erguían unas 50 carpas, cada una con dos habitaciones, dos baños, una oficina, un salón de reuniones y personal exclusivo para atender a los invitados.
Las carpas en el desierto

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Cada carpa era como una "pequeña casa" diseñada y decorada por especialistas.

"Eran como pequeñas casas. Quiero decir, hermosas, todo parecía como si hubiera salido de una revista de decoración", dijo Sally Quinn, periodista del diario Washington Post, enviada a cubrir el evento.

Para crear un ambiente de paz y armonía, se importaron miles de aves cantoras muchas de las cuales, desafortunadamente, murieron a los pocos días porque no soportaban las temperaturas extremas del desierto: 40º C en el día, casi 0º en la noche.

El protocolo de quién debía ser el primero en la fila para saludar al sha a la hora del banquete resultó en caos. No sólo fue una pesadilla diplomática con tantos monarcas sino que muchos se demoraban más de lo presupuestado en su saludo.

Vinos de cosecha y Nescafé​

Finalmente sentados a la gran mesa cubierta de un mantel bordado de 70 metros de largo y los huéspedes fueron convidados a verdaderos festines de los dioses.

Para eso se contrataron los servicios de Maxim's, el mejor restaurante de la época en París.
Desfile con soldados vestidos como persas antiguos

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El shah buscaba crear un vínculo con las raíces del imperio persa.

Para esos tres días se trajeron 18 toneladas de comida incluyendo 2.700 kilos de carne de res, cordero y cerdo, 1.280 kilos de aves, y 1.000 kilos de caviar. Con la excepción de este último, todo, hasta el perejil, fue importado de Francia.

Para beber tenían 2.500 botellas de champán, 1.000 de vino de burdeos, 1.000 de borgoña, así como coñacs y otros aperitivos.

El champán era de 1911, el vino incluía el soberbio Chateau Lafite Rothschild, reserva 1945, y el Château Latour.

Sin embargo, según Felix Real, uno de los organizadores, tuvieron problemas con el café y terminaron sirviendo Nescafé, sin que los invitados se dieran cuenta.
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Persépolis, menú del jueves octubre 14, 1971​

  • Huevos de codorniz con perlas de trufa
  • Mousse de cangrejo de río
  • Lomo de cordero relleno y asado en su jugo
  • Sorbete de champán añejo
  • Pavo real a la imperial
  • Turbante de higos
  • Café moka
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Explosiones y manifestaciones​

Desde su exilio en París, el opositor ayatolá Jomeini declaró enfurecido: "Que todo el mundo sepa que estas celebraciones no tienen nada que ver con el noble, musulmán pueblo de Irán. Todos aquellos que participan son traidores del islam y del pueblo iraní".
Esa opinión se hizo sentir dentro de la comunidad iraní en el exilio.
En San Francisco, California, se registró una explosión en el consulado iraní durante la noche que causó un incendio en el edificio de tres pisos. Hubo daños considerables, aunque nadie resultó herido. En otras ciudades de EE.UU. se realizaron manifestaciones contra la celebración.
Ayatolá Jomeini regresa de su exilio en Francia.

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Jomeini regresó a Teherán triunfante de su exilio en Francia.

Tal vez la señal más contundente de cuán poco conocía el sha sobre la vida del pueblo iraní, cuya mitad vivía bajo la línea de la pobreza, fue la decisión de televisar las celebraciones vía satélite.

"Había mucho descontento entre la gente", escribió Sally Quinn del diario estadounidense Washington Post. "Criticaban todo ese gasto de dinero cuando ellos no tenían lo suficiente para enviar sus hijos a la escuela o darles de comer".

Pero la determinación del sha por consolidar su posición de Rey de reyes en Irán y su destino manifiesto de llevar el país a ocupar un lugar en las altas esferas internacionales no le permitían ver la realidad.

"Con o sin el beneplácito de naciones o pueblos extranjeros, entraremos en una época de gran civilización. Recuperaremos nuestro prestigio pasado", afirmó frente a las cámaras de televisión.

"Espero que ustedes sepan que no hablo con un espíritu de vanidad. Estoy lleno de humildad pero estoy muy seguro de nuestro pueblo y muy seguro de nuestro destino".

La gran ironía es que las festividades, que se suponía que consolidarían ese destino, al final terminaron siendo la última gota que colmó al pueblo.

El sha fue depuesto en febrero de 1979 y los iraníes recibieron con vítores al ayatolá Jomeini como líder supremo, y así empezó la historia de la República Islámica de Irán.

 
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