Ciclismo, los esforzados de la ruta.

Egan Bernal reina en el caos: sobre el Tour de Francia 2019

publicado por Marcos Pereda


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El 28 de julio de 1985 Bernard Hinault triunfa en París. Es su quinta victoria, iguala a Jacques Anquetil y Eddy Merckx. Los franceses habían ganado nueve de los últimos once Tours, e Hinault representaba, sin duda, la creación más perfecta de todas. Un dato: su peor puesto en una gran vuelta fue el segundo de la Grande Boucle 86, detrás de Lemond (queda al margen una retirada en 1980). Dos veces pasó por la Vuelta a España y tres por el Giro de Italia. Otras tantas victorias.

Julian Alaphilippe tiene veintisiete años. Su mejor clasificación en una carrera de tres semanas era, hasta hace unos días, el 33º del Tour 2018. Con su edad Hinault había ganado las tres grandes, el Mundial, Lieja y Roubaix.

Durante muchas etapas la pregunta pende sobre el Tour. ¿Podrá Julian Alaphilippe, un advenedizo, terminar con la sequía? El picante, el punto épico, porque a todo el mundo le gusta ver al débil defenderse, minimizar las pérdidas, lanzarse a lo loco para recuperar bajando los segundos que le gotean cuesta arriba. Al final no pudo ser, y ni él ni Pinot lograron derribar la puerta, que lleva casi un cuarto de siglo cerrada.

Visto en perspectiva quizá sea justo. Si a Fignon le sobraron ocho segundos…

Pero, ¿dónde están los favoritos?

El Tour empezó como suelen hacerlo últimamente las carreras ciclistas: con más dudas que certezas. La ausencia de un gran favorito oscilaba sobre un recorrido anómalo, con pocos kilómetros contrarreloj y etapas de montaña que no hace tanto se hubiesen considerado indignas de esta carrera.

Sobre lo segundo no hay más que decir, me temo. El mantra de mantener artificialmente una emoción ficticia parece haber llegado para quedarse. Al final todo son modas, y dentro de unos años (presumiblemente) se volverá a premiar el fondo, que es lo que hizo del Tour de Francia el mito que hoy conocemos. Recuerdos que se están perdiendo como lágrimas en la lluvia (un abrazo, Rutger).

Lo otro viene provocado por las lesiones. La primera, cronológicamente hablando, llegó en el Giro de Italia, conTom Dumoulin cayéndose y llenando su rodilla sangrante de piedrecitas que un mes después seguían ahí. Una deficiente cura inicial, una articulación que no mejora, que parece calabaza de otoño. Dumoulin debe renunciar al Tour de Francia. Su enojo fue tan grande que seguramente acabe abandonando el equipo.

Más traumática pareció la ausencia de Chris Froome, el tipo que estaba predestinado a unirse al club de los pentacampeones (citamos arriba tres, añadan a Miguel Indurain). Al suelo mientras reconocía la crono del Criterium del Dauphinè. Ilusiones quebradas y el cuerpo hecho trizas. El parte médico prácticamente alejaba a Froome del ciclismo profesional: fémur roto, codo roto, varias costillas rotas. Adiós al Tour, adiós a tanto. Como el ciclismo es así de chistoso (jaja) Froome ganó la Vuelta a España de 2011 desde el hospital y apenas un mes después colgaba vídeos en las redes sociales (las carga el diablo, háganme caso) haciendo rodillo. No descarten nada en su recuperación, por prudencia.

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Egan Bernal y Geraint Thomas. Fotografía: David Stockman / Cordon.
Así las cosas, ¿qué nos queda? Está Thomas, claro, que para eso lleva el dorsal «uno», pero se hace difícil verlo con los mismos Tour que Fausto Coppi. O Bernal, con la incógnita de si irá a trabajar para el galés. ¿Quintana? Parece más centrado, pero hace tiempo que no marca diferencias en montaña. ¿Landa? Pues lo mismo, y con el Giro en las piernas. ¿Pinot y Bardet? Ciclotímico el uno, en caída libre el otro desde aquella crono de Marsella donde salvó un pódium y pareció perder años de vida. ¿Enric Mas? Ni experiencia, ni caché. Nibali que dice ir a por etapas, Valverde lo mismo, Kruijswijk firmando el pódium, Urán escondido, Porte recordando ocasiones perdidas. Incógnitas, incógnitas y más incógnitas. Eso provocará una carrera loca, emocionante, decían los unos. No, en realidad hará que nadie se mueva porque tienen la gran oportunidad al alcance de la mano, contestaban los de allá. Como ocurre casi siempre en este mundo moderno los agoreros estuvieron más cerca.

La cosa empezó interesante, porque la primera semana prometía más que en otras ocasiones, cuando ese gigante que es el Tour sestea sin problemas hasta Alpes o Pirineos. Más aun, estuvo a punto de ser decisiva, porque de ella salió un hombre con ventaja apreciable sobre los demás. Un tipo bajito, histriónico, con perilla d´artagnanesca y tendencia a la sobreactuación. Un regalo para las cámaras que hacía abrir muchos los ojos, sorprendidos, a los puristas de este asunto (docenas de monóculos se han roto estos veintiún días, amigos).

Se llama Julian Alaphilippe, y nació en Saint-Amand-Montron. Allí está situado el centro geográfico de Francia, y, quizá por eso, el bueno de Julian suda chauvinismo que da gusto. El caso es que Alaphilippe no es solo un personaje, sino también uno de los mejores corredores del mundo, alguien que conoce bien sus límites (aunque le gusta explorarlos) y que busca aprovechar en cada ocasión que se le presenta la suma de sus virtudes. La arranca en pequeñas cotas, por ejemplo. Así logró una victoria en Èpernay. Y recortar tiempo en Saint-Étienne. Y aguantar en los Vosgos. Primero Colmar, media montaña, más tarde la Planche des Belles Filles. Cuando todos esperaban un golpe en la mesa de Ineos el pequeño mosquetero (absténganse los ochenteros de cantar la cancioncilla, por favor) no solo se defendía a la perfección sino que probaba un ataque al final. Jornada de descanso, maillot amarillo (recuperado tras el breve paréntesis del interesante Giluio Ciccone) y bonita ventaja sobre el resto.

Caerá, decían. En la crono se lo comen…

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Julian Aaphilippe Fotografía: Bernard Papon.
Allons enfants de la Patrie

Mikel Landa no es de esos amigos con los que te irías al monte para recorrer senderos al borde de un barranco. Porque le pasan cosas. Siempre. De forma sistemática. Se corta. O le pilla un abanico. O se cae. O le tiran. Seguro que también le ponen un montón de multas por aparcar «un momentito».

Este Tour no fue la excepción, y nuestro cenizo preferido (porque la fatalidad tiene un punto romántico, reconozcámoslo) acabó en la cuneta empujado involuntariamente por Warren Barguil. Que el bretón vaya a ser compañero el año que viene de su no-colega Quintana es solo un toque más de literatura.

Pero vamos, que tocaba remontar, como siempre. Como casi todos, vaya, porque Julian tenía una ventaja majísima, y tampoco es cosa de dejarlo para el último día. O sí. Al menos eso parecieron pensar los grandes, porque la primera etapa pirenaica se hizo a un ritmito sabrosón digno de cicloturista. Eso sí, un ganador con caché: Simon Yates. El inglés logró la primera de sus dos victorias y se destapó definitivamente (por si aun alguien lo dudaba) como «el gemelo bueno», mientras Adam naufragaba por esos montes del Dios.

Igual alguno se arrepintió de la apatía tras la crono. Allí, donde Alaphilippe debía perder un puñado gordo de segundos, resulta que el francés se defendió a las mil maravillas. Tanto que ganó la etapa, entró en meta derrapando, repartió besos, abrazos, cucamonas y guiños y se sintió aun más líder. Por detrás fracasaron los que fracasan habitualmente en estas cosas y estuvieron cerca quienes debían estarlo, así que poco relato. Como mucho destacar a Pinot, quien puso todo su desgarbado estilo (en cada golpe de riñón movía la rueda hacia una y otra cuneta) al servicio de la causa para lograr un resultado ilusionante.

Que refrendó en el Tourmalet. Final de etapa. O sea, menos Tourmalet, porque la historia de este puerto es otra. Pero tampoco vamos a quejarnos, o no demasiado. La jornada tuvo tres apuntes interesantes. En primer lugar ese día comenzó la exhibición de Movistar, en un crescendo de decisiones anómalas que ya les iba a acompañar todo el Tour. Quizá esta inicial fue la más impactante, porque no se puede definir de otra cosa el que tu líder (o como lo llamen) se quede fuera del grupo cuando tus gregarios van tirando para endurecer la carrera. A la altura de Barèges comprendimos que Nairo Quintana tampoco iba a ganar este Tour de Francia. El segundo punto atractivo fue la victoria de Thibaut Pinot. Atacando dentro del último kilómetro, quizá algo ajena a su estilo pero sin duda meritoria. Otra muesca más en forma de cima mítica para un grimpeur que empieza a tener la colección casi completa. Y, por último, el asunto más sorprendente, también el más trascendental. Julian Alaphilippe no se hundió. Es más, no perdió tiempo con nadie, salvo seis segundos con Pinot. Más aún, dio la sensación de que, quizá, no quiso salir a por su compatriota pese a haber podido. Etapa corta, sin apenas dureza previa… pero esto era el Tourmalet, amigos. Todos empiezan a preguntárselo.

¿Y si?…

Los Pirineos concluyen con una jornada más larga, cierta dureza encadenada y final inédito en Prat d´Albis, encima de la histórica Foix. Otra demostración de Movistar, con Quintana escapado, Landa escapado, Soler y Amador escapados, Valverde reservando… para nada. Al menos el catalán y el costarricense trabajaron eficientemente, pero el resto fue un continuo dislate, ejemplificado en esa imagen de Mikel adelantando a Nairo sin que ninguno mirase al otro. A estas alturas parecía haber muchos equipos dentro del equipo. Unos días después grabarán un vídeo de risas dentro del autobús, que es como parecen arreglarse estas cosa en el mundo moderno. ¿La carrera? Victoria otra vez de Simon Yates, demostración otra vez de Thibaut Pinot (que dejó clavado a Egan Bernal, incapaz de seguir su ritmo) y Julian Alaphilippe que mantiene holgadamente el liderato. Francia se relame. Este año sí.

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Julian Alaphilippe, Tour de Francia 2019. Fotografía: Cordon.
Miedo y asco en los Alpes

En 1985 Luis Herrera pasaba por ser el mejor ciclista que jamás hubiese dado Colombia, Cochise y Hoyosmediantes. En Saint-Étienne llegará su imagen más icónica, la más recordada. Herrera ataca en el último puerto, cae en la bajada, se abre una enorme brecha en la cabeza. Entrará en meta brazos en alto, el rostro surcado en sangre, un maillot salpicado de gotitas bermejas.

Pasaron veinticinco años y otro colombiano repite una escena parecida. En Valloire, nada menos, después de devorar con gula un mito como el Galibier. Allí, donde empieza el infierno que lleva al cielo, entró triunfador Nairo Quintana. Su camisola de Movistar iba cubierta con manchas escarlatas. Jadeante, respiración entrecortada, media sonrisa en la boca, Nairo tranquiliza a sus seguidores. No es sangre, no. Que nadie se asuste. Es un gel energético que se me ha derramado sobre el pecho.

Quizá el paso de una historia a otra nos cuente mucho más sobre el ciclismo que cualquier cosa que yo pueda escribir. O sobre la vida, ya puestos.

Los Alpes iban a decidir el Tour de Francia. Como ha pasado tantas veces, como habrá de seguir pasando. Solo que incluso los Alpes eran un poco menos Alpes. Dos etapas de fondo, 200 kilómetros la primera, 256 la segunda. Pero esta última en realidad estaba partida, y lo que podría haber sido una gran jornada quedaba reducida a sendos días con escaso kilometraje y poca acumulación de dureza. La cosa era un despropósito desde la presentación, pero, como veremos, todo es susceptible de empeorar.

Sensación de fiesta francesa, pero todos en un pañuelo. Vamos, que aún se habrían de retocar posiciones, abrir huecos de verdad, mostrar fuerzas de cara al viento. Quizá la mayor amenaza para los galos era la pareja de Ineos, Thomas y Bernal. Vale que el equipo no parecía carburar como antaño, pero uno no pierde el respeto ganado en toda una década por dos semanas malas. Después…es curioso, pero aunque había muchos ciclistas a tiro de ataque valiente nadie confiaba en ellos. Más de uno firmaría el pódium a costa de algunos años de vida, y esa certeza dejaba unos Alpes… raros.

Que lo fueron todavía más, por cierto. Antes hubo un sprint (Ewan, gran Tour el suyo) y la aproximación clásica vía Gap, con Peter Sagan cogiendo la fuga buena solo para exhibir su maillot verde y no tener ninguna posibilidad de victoria. El eslovaco parece haber extraviado el camino. Se le nota cansado, como si todo esto no fuera con él, un poco fuera del mundillo. Vale que es tan bueno que acaba ganando (una etapa en el Tour, récord de triunfos en la regularidad) pero su julio ha sido solo un poco menos gris que la desastrosa primavera. Puede ser fallo de preparación o algo más serio, pero se vienen meses de reflexionar para Sagan… aunque aun falte Yorkshire y el Mundial.

Camino de Valloire, Nairo Quintana demostró que sigue estando para grandes cosas, aunque igual son menos de las que apuntaba hace años. El caso es que se filtró en una escapada subiendo Vars, atacó con fuerza en el Galibier y logró una victoria de gran prestigio. Entre medias los ciclistas pasaron por el Izoard, y allí Movistar dejó otro momento para el recuerdo, con Marc Soler (maravilloso Tour del catalán, tercera semana muy prometedora) tirando cuando su compañero estaba por delante. En teoría preparaba un ataque de Mikel Landa que nunca llegó, en la práctica se comió él solito tres de los minutos que llevaba Quintana. Con ellos hubiera entrado en el pódium virtual, aunque a la larga tampoco hubiese cambiado demasiado el asunto. El boyacense sencillamente no estaba para trotes demasiado severos.

Por detrás, tablas. Pinot se vuelve a mostrar como el más fuerte (con permiso de Bernal, que asoma por primera vez), pero Alaphilippe salva la jornada gracias un descenso espectacular. Sigue con el maillot amarillo por decimocuarto día consecutivo. Dos semanas. Y mantiene diferencias. Los franceses sueñan.

Y se despiertan. De tantas cosas, de la manera más cruel posible.

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Thibaut Pinot y William Bonnet. Fotografía: Stephane Mantley / Cordon.
Thibaut Pinot es un ciclista con aire ochentero. Lo ves sobre la bicicleta, moviéndose como una anguila, sacando la lengua, retorciéndose, y casi te imaginas a Leticia Sabater esperando para darle el beso con Azul y Negro de fondo. Una delicia para el aficionado. Sucede que también es un pelín pesaroso, oscuro, ciclotímico. Y que a veces le pasan cosas más dignas de aquella década, cuando tendinitis y roturas de fibras eran relativamente corrientes en el ciclismo de élite, desarrollos brutales mediante. Así que, dicho y hecho, antes de empezar a subir el Iseran nuestro corredor mortadelesco preferido abandona entre gestos de dolor, lágrimas desconsoladas y profundos suspiros del aficionado.

Vale, todavía nos queda Julian Alaphilippe, pensaron muchos. Y el caos, aunque todavía no lo sabían.

A unos kilómetros de la cima del Iseran (por encima de los dos mil setecientos metros de altitud, el segundo puerto más alto de Francia) ataca Egan Bernal, y pronto abre hueco. Va sentado, tirando de desarrollo, sin mirar atrás. Pura confianza. Busca convertirse en el primer colombiano que gana el Tour de Francia, en el tipo más joven que alcanza el premio desde antes de la Gran Guerra. No le asusta la altitud porque es de Zipaquirá, una ciudad cuyas calles se sitúan tan cerca del cielo como el puerto que está devorando. Por cierto, de Zipaquirá era también Efraín Forero Triviño, a quien llamaban el «Zipa Indomable». Él se impuso en la primera Vuelta a Colombia de la historia.

Para alcanzar aquellos laureles Forero hubo de transitar durante muchos tramos del recorrido con la bicicleta al hombro, a causa de los malos caminos. Incluso en el reconocimiento de una etapa el vehículo todoterreno que iba detrás de él se negó a seguir avanzando. Por allí no paso, dijo el chófer. Así que no lo hizo… pero la bici sí.

Hoy, tres cuartos de siglo después, el ciclismo es distinto, y concebir tales aventuras resulta una quimera. Por locas, por peligrosas. Cuando estaban bajando el Iseran a los competidores les hicieron gestos desde las motos. Nos paramos, nos paramos. Nadie tenía muy claro lo que estaba ocurriendo, nadie quería arriesgarse a ser el primero y quedarse con cara de tonto. Pero la propia organización del Tour confirmó. Un corrimiento de tierras ha hecho impracticable la carretera a Tignes, donde terminaba inicialmente la etapa. Lluvia, granizo descargando furiosamente apenas unos minutos antes. Las imágenes eran claras y poco se puede objetar a la decisión definitiva. La estación de Tignes está a más de dos mil metros de altitud y la montaña es caprichosa, traicionera; unos instantes bastan para que todo cambie.

Pero la sensación de caos es evidente. Nadie sabe muy bien qué iba a pasar con el ganador de la etapa (desierta) o las diferencias (al final se tomaron tiempos en la cima del Iseran). Quizá la solución no fuese la más estética, pero cualquiera hubiese sido igualmente injusta.

Todo esto lo veía ya con una cierta distancia Alaphilippe, que definitivamente pierde el maillot amarillo, hundiéndose en la gran montaña y dejando claro que su sueño estaba por acabar. Aún conserva plaza de pódium, pero solo habría de durarle veinticuatro horas más. Era lo lógico, pero dejó una cierta sensación de trabajo por terminar, de oportunidad perdida. De orfandad. Los franceses buscaban al sucesor de Hinault, parecían tener el Tour controlado. Y al final… nada.

(Todo ello no debe empañar la increíble carrera de Julian, gloria a él).

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Fotografía: Bernard Papon / Cordon.
Pero lo peor estaba por llegar. Cuando había caído ya la noche en los Alpes. Seguía lloviendo y empezaban a llegar fotografías, partes, susurros que se transforman en noticias más tarde. El Cormet de Roselend, un río de tierra cruzando la senda. Asfalto resquebrajado, laderas temblorosas, a punto de colapsar. Por allí habría de ir la etapa que terminaba en Val Thorens. Jornada corta, 130 kilómetros. Imposible, se suspenden los dos primeros puertos, se mete tijera a un mapa que ya parecía más propio de amateurs que de la ronda gala. La última montaña de la Grande Boucle tendrá solamente 59 kilómetros, distancia de paseo cicloturista. Nuevamente no se puede criticar a la organización por no correr ningún riesgo (la seguridad prima por encima de cualquier otra consideración, y el Tour es mucho más grande que los ciento ochenta tipos que van dando pedales) pero sí, quizá, es posible achacar que no contase con alguna alternativa válida para el caso. Aunque para lo que se vio…

Porque la jornada fue un monumento al conservadurismo. Uno aderezado con la última falencia táctica de Movistar, corriendo sin plan alguno en los últimos kilómetros, con Landa y Valverde (Tour tan meritorio como gris el suyo) haciendo la guerra por su cuenta y Quintana apareciendo casi por descuido. Nadie intentó mejorar su clasificación, y al final solo se movieron los puestos por el (más que previsible) hundimiento de Alaphilippe. Buchmann, por ejemplo, estaba a solo veinticinco segundos del pódium, pero tampoco parecía importarle demasiado. Como a Kruijswijk, que tiene fama de escalador valiente y no se atrevió a probar a Bernal cuando lo tenía a minuto y medio. El premio era todo un Tour de Francia, pero…

Al final Egan Bernal se convirtió en el primer escarabajo coronado en Francia, logrando lo que no pudieron Herrera, Parra o el mismo Quintana. Detrás quedaba su compañero Geraint Thomas. Es paradójico que el año en que más débil se ha mostrado la estructura SKY/Ineos hayan logrado este doblete. Después Kruijswijk, y Buchmann, y el corajudo Alaphilippe, y otro montón de gente que ha propuesto lo justo en los momentos justos. Entre ellos Landa, Quintana y Valverde, que fueron 6º, 8º y 9º de la general. Movistar, además, venció por equipos.

Enhorabuena a todos.

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Tour de Francia 2019. Fotografía: Cordon.

https://www.jotdown.es/2019/07/egan-bernal-reina-en-el-caos-sobre-el-tour-de-francia-2019/
 
Bjorg Lambrecht, el escalador que iba a ser jefe de filas en la Vuelta
Lunes, 5 agosto 2019 - 21:20
El ciclista fallecido este lunes era la esperanza del ciclismo belga

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Bjorg Lambrecht, esta temporada. JULIEN WARNAND EFE
La Bélgica que hoy llora la muerte de Bjorg Lambrecht (22 años) es la misma que hace dos días vibró con la victoria deRemco Evenepoel (19) en la Clásica de San Sebastián; la que se emocionó en el Tour al contemplar la polivalencia ganadora de Wout Van Aert (24); la que también en Francia descubrió con alborozo que Jasper Philipsen (21) puede ya competir con los mejores velocistas del mundo. El ciclismo belga creyó tenerlo todo gracias a una generación de jóvenes corredores única y ahora concluye que nada importa, porque no hay victoria más importante que la vida y Lambrecht la ha perdido en la mesa de operaciones de un hospital tras golpearse la cabeza contra una alcantarilla durante la tercera etapa del Tour de Polonia. Maldito sea el ciclismo.

Con Bélgica llora el resto del mundo por el trágico fallecimiento del joven escalador, un suceso que recuerda, a quien pueda olvidarlo, que el ciclismo es uno de los deportes más peligrosos del mundo y que cualquier caída puede ser la última. Y vienen a la memoria los nombres de Fabio Casartelli, de Andrei Kivilev, de Wouter Weylandt, deManuel Sanroma, todos ellos fallecidos mientras competían. O los de Michele Scarponi, Víctor Cabedo y los hermanos Otxoa, que murieron cuando estaban entrenando. Y la de tantos anónimos aficionados que se dejaron la vida en la carretera disfrutando de su afición, pues la muerte une e iguala a profesionales y amateurs como nada más lo hace. Lambrecht es el último de un larga lista negra que, por muchas medidas de seguridad que se tomen, continuará aumentando sin remedio en el futuro. Todo el que se sube a una bicicleta sabe que el riesgo existe y que puede acecharle en cualquier momento. Así es el maldito ciclismo.

Quizá Lambrecht no fuera un ciclista muy conocido para el aficionado ocasional de este deporte, en el que se acerca al televisor para las grandes pruebas del calendario, pero era un talento en ciernes, un corredor llamado a hacer grandes cosas en no demasiado tiempo. En tierra de clasicómanos, el ciclista del Lotto-Soudal era la excepción a la regla. Un escalador menudo y ligero, agonista por naturaleza, uno de esos pajarillos que parece danzar con su bicicleta cuando la carretera se empina y que soñaba con algún día ser protagonista de una gran vuelta por etapas.

Hasta la reciente eclosión de Evenepoel, Lambrecht era la gran esperanza belga de reverdecer esos laureles tanto tiempo marchitados. En un país que respira ciclismo como ninguno otro, la sequía en pruebas de tres semanas hace tiempo que se convirtió en insoportable. En los últimos 37 años, Bélgica sólo ha contemplado a dos de sus hijos en el podio de una gran vuelta, a Bruyneel en la Vuelta de 1995 y a De Gendt en el Giro de 2012, ambos en el tercer cajón. Lambrecht, el escalador belga más prometedor en décadas, estaba llamado a tratar de liquidar tan nefasta racha. Lejos quedan exhibiciones como las de 1977, en las que Giro, Tour y Vuelta coronaron al unísono a tres ciclistas belgas.

No era una empresa descabellada para un chico que ha ido progresando con firmeza en los últimos años. En 2017, se convirtió en el primer belga de la historia en subir al podio del Tour del Porvenir, en el que quedó segundo por detrás de Egan Bernal, fue segundo también en el prestigioso Giro del Valle de Aosta y se impuso en la Lieja-Bastoña-Lieja sub'23 y en la Carrera de la Paz sub'23. Un palmarés juvenil digno de un ciclista de tronío que le valió el salto a profesional con apenas 20 años.

Su 2018 ya permitió alumbrar un corredor capaz de ganarse la vida en el pelotón profesional y de no pasar desapercibido. Tenía un brillo especial, el que sólo tienen los buenos escaladores. Ganó el Tour de los Fiordos y, en su debut en una gran vuelta, fue cuarto en la etapa de la Vuelta con llegada a La Camperona. Remató su año de 'rookie' con el segundo puesto en el campeonato del mundo sub'23, sólo por detrás de Marc Hirschi, el suizo que quedó tercero el sábado en la Clásica de San Sebastián.

Lambrecht había acudido al Tour de Polonia para sumar kilómetros en las piernas pensando en la Vuelta a España, a la que iba a acudir como jefe de filas para la general de un Lotto-Soudal que no conoce un 'top 10' en una gran vuelta desde queJurgen Van den Broeck fue cuarto en el Tour de 2012. Pese a tener sólo 22 años, Lambrecht proyectaba la sensación de estar preparado para un reto así tras sus buenas actuaciones en carreras de una semana y el potencial mostrado en las Ardenas: 4º en la Flecha Brabanzona, 6º en la Amstel Gold Race y 4º en la Flecha Valona.

Hace apenas un par de meses había renovado con el Lotto-Soudal para las dos próximas temporadas, un equipo en el que seguir creciendo sin la presión de lograr resultados inmediatos y sin la necesidad de desgastarse en favor de un líder. Él debía ser el líder, el hombre que diera lustre a ese maillot blanco y rojo en la alta montaña, pero no podrá hacerlo. Maldito sea el ciclismo.

https://www.elmundo.es/deportes/ciclismo/vuelta-a-espana/2019/08/05/5d48818021efa015108b47a0.html
 
Mitologías del Mont Ventoux

publicado por José Antonio Montano

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Mont Ventoux 2016

El Mont Ventoux, «incongruencia geológica en medio de la Provenza», es un monte del amor y de la muerte. Tras los campos de lavanda que lo preceden, empieza el desafío de la subida: la exigencia ética, el aprendizaje del dolor. En su cumbre lunar aguarda el conocimiento. Lo supieron Petrarca, Tom Simpson y Marcel Duchamp.

1. El ciclista ético

Lo primero fue el imperativo ético: el dibujo de Marcel Duchamp Avoir l’apprenti dans le soleil (Tener el aprendiz al sol), que yo descubrí en el libro La vida como azar de José Jiménez. El enigmático título de Duchamp aparece al pie de ese dibujo de 1914 que, como escribe su autor, «representa a un ciclista ético subiendo una cuesta reducida a una línea». El fondo del ciclista y de su cuesta lo atraviesan pentagramas: el dibujo está hecho en papel pautado, en papel musical. Las pedaladas del ciclista compondrían, pues, arte. Su ascenso ético tendría un resultado estético. Bajo un sol que no se ve —el sol del título— pero que alumbra y calienta la imagen. El ciclista, por lo demás, solo está concentrado en su tarea, unido a su bicicleta.

Acogí ese dibujo como emblema personal, debido a mi pasión por Duchamp (que me venía de Octavio Paz y Eugenio Trías) y a mi pasión por el ciclismo; también por mi Montano, «perteneciente o relativo al monte». De mi diario Oficio pasajero copio dos anotaciones:

(20-VII-1993) Cronoescalada desde el Puente de Hierro hasta Almogía […]. Nunca me había sentido tan fuerte en la bicicleta: veintidós minutos y cuarenta y tres segundos pedaleando a tope; sensación de plenitud. El ciclista ético es un generador de energía que se alimenta de su propio derroche; la cuesta es algo que crea él: una invención anticipada de la rueda de su bicicleta.

(19-VIII-1996) Día de ayuno. Por la mañana, subiendo en bicicleta al Mirador, me he zafado en cierto instante de los pensamientos y he hundido la cabeza para contemplar mis propias pedaladas, como el ciclista ético de Duchamp; un cosquilleo vivificador me ha recorrido entonces el espinazo. Desde arriba, luego, la visión rutilante y neblinosa de la bahía.

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Aquellos eran los tiempos de Indurain. Y por eso sé que entonces no asociaba todavía el ciclista de Duchamp al Mont Ventoux. En el Tour de 1994, Indurain estuvo a punto de caerse en un descenso: derrapó y tuvo que sacar un pie en plena curva. Los aficionados recordamos la imagen, el momento de mayor peligro en la carrera triunfante de Indurain. Pero ahora he visto que la bajada era la del Mont Ventoux; el que no hubiese retenido el dato indica que aún no sabía que ese es el monte del ciclista ético. El primero en la subida de aquella jornada fue, por cierto, Eros Poli. Significativamente: Eros y Tánatos (la sombra de la caída que no se produjo). El amor y la muerte, incluso.

2. Tom Simpson

La muerte que sí se produjo en el Mont Ventoux no fue en una bajada sino en una subida: la de Tom Simpson, en el Tour de 1967. En esa ocasión el primero en pasar por el monte fue Julio Jiménez (otra vez ese apellido). La muerte de Simpson es uno de los acontecimientos señalados de la historia del Tour de Francia. Dejó el Mont Ventoux marcado: contribuyó a su mitificación con un sacrificio humano. Y lo peculiar, insisto, está en que fue una muerte en pleno ascenso. En Cumbres de leyenda, Carlos Arribas y Sergi López-Egea lo cuentan así:

Por el Chalet Reynard [la zona sin vegetación] Simpson ya pasó descolgado y con la mirada perdida. De hecho, solo había resistido once kilómetros, de los veintidós de ascensión, en el pelotón de las estrellas. […] Nadie en el pelotón, entre los ciclistas que lo iban superando, se percató de la gravedad de la situación de Simpson. Sin embargo, la muchedumbre, agolpada, como siempre, en la ladera del Ventoux, ya observó algo extraño en aquel corredor vestido de blanco que iba dando tumbos y que movía la bicicleta de una forma rara y singular, de un lado a otro de la carretera. […] A tres kilómetros de la cumbre, allí donde [hoy] se erige el monumento dedicado a su memoria, se apeó de la bicicleta. No podía dar ni una pedalada más. Aún tuvo fuerza para desatarse los calapiés. Para tratar de apoyarse sobre el cuadro de la bicicleta. Las manos sobre el sillín y el manillar… Buscaba recuperar unas fuerzas imposibles. […] Simpson, con aire fatigado, trató de subir de nuevo a la bicicleta. Pero vaciló y se derrumbó sobre la carretera. Volvió a intentarlo. Otra vez al suelo. A la tercera ocasión ya no se levantó más.

Intentaron reanimarlo con el boca a boca, primero un espectador, después el médico oficial del Tour. Pero Simpson no reaccionaba y avisaron al helicóptero para que se lo llevara al hospital de Aviñón, donde ingresó cadáver. Según la autopsia, la muerte de Simpson se debió a una parada cardiaca provocada por anfetaminas y coñac, más el calor y el esfuerzo. En Plomo en los bolsillos, Ander Izagirre recoge unas declaraciones que hizo muchos años después Colin Lewis, el neoprofesional que compartía habitación con Simpson en aquel Tour y que fue quien le proporcionó el coñac. Cuando se dirigían al Ventoux los gregarios habían asaltado un bar, como era costumbre en la época:

Las cocacolas eran los botines más preciados y yo vi una botella encima del frigorífico, así que me subí a una silla y la cogí. Luego me guardé otras tres botellas en los bolsillos traseros del maillot y me metí una más por la nuca, sin saber qué eran. Salí corriendo. Después tocaba perseguir al pelotón, cazarlo y buscar al jefe de filas. «Busqué a Tom en el grupo y le pasé la cocacola», cuenta Lewis. «Se la bebió entera, casi de trago, y luego me preguntó: «¿Qué más tienes?». Metí la mano en el bolsillo y agarré una botella cualquiera: era coñac Rémy Martin. Tom la vio, dudó un instante y al final me dijo: «Qué demonios, dámela. Ando un poco flojo, a ver si me pongo a tono». Bebió un trago y luego arrojó la botella por los aires a un campo de girasoles.

Al comienzo del Tour, Simpson le había dicho a Lewis que aquella sería la etapa clave: «Cuando coronemos el Ventoux, sabremos quién será el ganador en París». Lewis lo recordaría en el hotel al lado de la cama de Simpson vacía. Simpson se comportó como un artista, como un artista maldito: el ciclismo considerado como una de las bellas artes. El último detalle de su muerte es que, cuando estaba ya tumbado en la gravilla, siguió dando pedaladas al aire, «haciendo girar unos pedales invisibles». Con ellas salió del Ventoux, o lo completó.

3. Petrarca

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Vista desde la cima del Mont Ventoux, 2012. Foto: Peer Grimm / Cordon.
En algún momento asocié el ciclista ético de Duchamp a Tom Simpson. Y consideré, por tanto, que la cuesta del dibujo era la del Mont Ventoux. Mi emblema se concretaba; aunque adquiría un sentido excesivamente fúnebre, que no terminaba de agradarme. Fue entonces cuando descubrí, en la librería del Reina Sofía de Madrid, un libro con la carta de Francesco Petrarca sobre su subida al Mont Ventoux. Aunque la subida no tenía que ver con Laura, Petrarca era inevitablemente el poeta del amor a Laura; del amor único. Ahora el ciclista ético estaba completo, en su Mont Ventoux: ciclista del amor y de la muerte.

El amor único parecía ser evocado, curiosamente, por este proverbio provenzal: «Quien sube al Ventoux no está loco. Sí lo está quien repite». Amor único también en el sentido de «una y no más».

Cuando Petrarca iniciaba la subida al Mont Ventoux el 26 de abril de 1336 —fecha de la carta en que lo cuenta, supuestamente tras el descenso; aunque en realidad la escribió años más tarde—, un viejo pastor le advirtió que no lo hiciera. Él mismo se había puesto a ascenderlo cincuenta años antes y lo único que consiguió fueron magulladuras. Según el gran Jacob Burckhardt en La cultura del Renacimiento en Italia, «en el ambiente en que [Petrarca] vivía, el escalar montañas sin tener un propósito concreto era algo inaudito». Si Petrarca lo hizo, fue porque, viviendo en Aviñón, con la vista omnipresente del monte, «una necesidad indefinida por contemplar un amplio panorama fue creciendo cada vez más en su interior».

Se hizo acompañar por su hermano Gherardo y dos criados. Partieron de Malaucène, naturalmente a pie. Esa está considerada hoy la ruta más difícil para los ciclistas. La de la etapa de Simpson, que tampoco era fácil, fue la de Bédoin. Escribe Ángel Crespo en su prólogo al Cancionero:

El tiempo era bueno, y Gherardo emprendió la escalada con decisión; Francesco, en cambio, dio rodeos, descendió algunos pasos, en busca de mejor camino, cuando se sintió fatigado y, ante las llamadas de su hermano, le dijo que, en lugar de seguir, como él, el camino más recto, buscaría uno que fuese más practicable por la otra vertiente, aunque ello le llevase más tiempo. No era, reconoce el poeta, sino un pretexto para justificar su pereza. La consecuencia fue que, tras desgarrarse las ropas y lacerarse las carnes, cansado y arrepentido de su falta de decisión, hizo un supremo esfuerzo y, una vez en lo más alto del monte, pudo contemplar un maravilloso panorama.

El mismo Petrarca lo dice así en su carta, tras haberse puesto «a vagar dando rodeos por las partes bajas en busca de una senda más larga pero más llana» (tomo la traducción de Plácido de Prada en José J. de Olañeta, editor, Subida al Monte Ventoso):

Quería con ello posponer el esfuerzo de la subida, pero no cambia sus leyes la naturaleza por las mañas humanas, ni se puede lograr que algo material llegue a lo alto descendiendo.

Lo que Petrarca está trazando es una alegoría, ciertamente diáfana:

Igual que tantas veces te ha ocurrido hoy en la subida de este monte, te ocurre a ti como a tantos en el camino a la vida bienaventurada. […] Evidentemente nada más que la senda llana que discurre por entre bajos placeres terrenos y que a primera vista parece más fácil y cómoda; pero tras muchos extravíos, cansado y agobiado por la fatiga que innecesariamente has diferido, te verás obligado o a subir a la cima de la vida bienaventurada, o a echarte cobardemente en el bajo valle de tus pecados, y si allí te encuentran (horrible augurio) las tinieblas de la muerte, deberás pasar entre incesantes tormentos una perpetua noche.

Una vez en la cima más alta, sigue Petrarca, en una estampa que recuerda al famoso cuadro de Caspar David Friedrich El caminante sobre el mar de nubes con cinco siglos de antelación:

Primero, impresionado y conmovido por la inusitada ligereza del aire y por la grandeza del panorama que me rodeaba, he quedado como estupefacto. He mirado a mi alrededor: teníamos las nubes por debajo de los pies, y entonces me ha parecido menos increíble lo que se cuenta del Atos y el Olimpo, al ver con mis propios ojos las mismas cosas en un monte de menor fama. He vuelto la vista a las regiones por las que más se inclina mi corazón, Italia; y he aquí que los Alpes, gélidos y cubiertos de nieve […] me han parecido muy cercanos, pese a encontrarse tan distantes.

Tras contemplar el paisaje (desde el que, como me escribió mi amigo Bil, que estuvo allí, «se ve media Francia»), Petrarca abrió al azar las Confesiones de San Agustín y le salió por este párrafo:

Se van los hombres a contemplar las cumbres de las montañas, las grandes mareas del mar y el ancho curso de los ríos, la inmensidad del océano y las órbitas de los planetas; y de sí mismos no se preocupan.

Petrarca se quedó atónito. Cerró el libro, le pidió a su hermano que no le molestase e hizo el descenso «pensativo y silencioso».

4. Signo ascendente

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Chris Froome llegando a la cima de Mont Ventoux en el Tour de 2013. Foto: Yorick Jansens / Cordon.
Ya tenía armada mi hipótesis (artística) de que el monte del ciclista ético era el Mont Ventoux, cuando advino una gloriosa confirmación: gráfica, como debe ser. Los carteles indicadores de la carretera de subida muestran la silueta de un ciclista ascendiendo por la línea que representa el monte, igual que en el dibujo de Duchamp. Sobre la imagen pone: «Le Mont Ventoux, 1909 m». Y por debajo: «Géant de Provence». ‘Gigante de Provenza’, como se conoce en el lugar a este monte que aparece aislado sobre una enorme región llana. La lavanda que la cubre parece una alfombra que conduce a sus faldas.

Geológicamente el Mont Ventoux pertenece a los Alpes, aunque esté solitario. En una crónica ciclística, Carlos Arribas lo llamó «incongruencia geológica en medio de la Provenza». Es el mirador del lugar en que nació el amor cortés. Su cumbre está frecuentemente azotada por el viento (de ahí su nombre, Ventoso), motivo por el que se suspendió la mitad del ascenso en el desdichado Tour de 2016, aquel en que se vio a Chris Froome subir sin bicicleta, en involuntario homenaje a Petrarca. Originalmente el monte estaba cubierto de árboles, pero empezaron a talarse en el siglo XII para abastecer a los astilleros de Tolón (simbólicas esas maderas del Ventoux que se harían a la mar) hasta llegarse en el siglo XIX a la desforestación completa de los kilómetros superiores. La cima es de piedra calcárea, pelada, que es la que le da su inquietante aspecto lunar y la que parece nieve desde lejos, incluso en verano.

El primer ciclista que lo subió en un Tour, en 1951, fue Lucien Lazarides: otro nombre significativo. De Lázaro, el resucitado. Siempre la vida. Y también la muerte. Se dice que el cadáver del empresario Publio Cordón, secuestrado por el Grapo en 1995, está enterrado en el Mont Ventoux. Cuando se sube en el Tour, los periódicos suelen reservarle al monte denominaciones especiales: «la mística del último obstáculo», «la montaña del miedo». Un día en que se subía el Vesubio en el Giro de Italia, un comentarista dijo ante la vista del volcán: «Su perfil siempre me ha recordado al del Mont Ventoux». Más tarde: «El ciclismo, cuando es bello, es de una belleza dolorosa». Y Tim Krabbé en El ciclista: «El ciclismo de competición es justamente generar dolor». Por su parte, Julio Torri: «El ciclista es un aprendiz de suicida». Y otro mexicano, Juan José Arreola: «Se me rompió el corazón en la trepada al Monte Ventoux y pedaleo más allá de la meta ilusoria». Como Tom Simpson.

Pero sobre todo es la vida: el esfuerzo es el de la vida. La apuesta por la verticalidad sobre la horizontalidad: el signo ascendente. La elevación sobre la tentación de abandonarse (de «dejarse caer», como se dice). El imperativo del ciclista ético es el del esfuerzo y la concentración.

https://www.jotdown.es/2019/08/mitologias-del-mont-ventoux/
 
LA COMPAÑÍA ESTÁ AFINCANDA EN BARCELONA
La bicicleta eléctrica con 'smartphone' y estilo americano que revolucionará el 2020
La empresa Rayvolt Bikes ha desarrollado una 'E-Bike' con ordenador a bordo, tipo 'smartphone' que dispone de multitud de datos y un sistema de reconocimiento facial para evitar hurtos




Foto: La bicicleta X One desarrollada por la firma Rayvolt Bikes que promete ser una sensación. (Rayvolt Bikes)


La bicicleta X One desarrollada por la firma Rayvolt Bikes que promete ser una sensación. (Rayvolt Bikes)




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EL CONFIDENCIAL
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TECNOLOGÍA

05/01/2020


Las bicicletas eléctricas de carácter urbano van, poco a poco, adoptando las tecnologías vistas en los coches en los últimos años. Así, se han ido introduciendo diferentes sensores, cámaras de grabación, luces LED inteligentes y un pack muy completo de añadidos para hacer más fácil la vida del ciclista sibarita y ecológico.

Una de las últimas novedades al respecto parte de la 'start-up' Rayvolt Bikes, afincada en Barcelona. Esta compañía, experta en el desarrollo de 'E-Bikes' que ellos mismos autodenominan de carácter 'premium', ha configurado una nueva bicicleta que promete causar sensación. Su novedad, aparte del diseño, que incorpora un ordenador a bordo con sistema Android y cámara integrada en el cuadro. Casi parece un 'smartphone', un Iphone o Samsung, aunque no llegue a tal cosa.

El dispositivo táctil tiene como objeto mostrarnos toda la información necesaria en ruta. Desde la velocidad a la que vamos, a los kilómetros que hacemos de media, el estado de la batería y el encendido o apagado de las luces. Además, posee un sistema de bloqueo sin llave o combinación numérica. ¿Como?, con la incorporación de un sistema de reconocimiento facial previamente configurado. Lo malo: quizá el dispositivo se podía haber incluido en el manillar, pues para el ciclista es más seguro mirar hacia delante que hacia abajo para buscar información o consultar algunos datos que considere relevantes. De todas formas, el invento ha recibido críticas positivas.





Tres modelos, diferentes precios
Tras una exitosa campaña de 'crowdfunding', Rayvolt Bikes tiene intencion de comercializar la bicicleta a partir de junio del próximo año. Por el momento, se puede adquirir solo a través de la plataforma Indiegogo por unos precios que oscilan entre los 1.800 y los 2.000 euros dependiendo del modelo, pues la empresa ha optado por tres respecto a su motor y batería: el X One Smart, X One Smart + y X One Power. Este último dispone de un motor de 750W que puede alcanzar velocidades de hasta 45 km/h y cuenta con una autonomía de 75 km. La batería se carga en 4 horas, dos y media en su versión Smart.

Por supuesto, se podrán controlar algunos ajustes y el GPS a través de la voz. Todos los cables están ocultos. Presenta un cuadro de alumino y una horquilla de carbono que le aportan mucha ligereza. El peso oscila entre los 20 y los 25 kilos. El diseño, con unas líneas muy trabajadas, imita a una típica motocicleta americana. Otra característica destacable de esta bici son los frenos regenerativos, un aspecto cada vez más común en estos productos. Y es que, haciendo uso del contrapedal, frenamos las ruedas y generamos electricidad para cargar la batería. No obstante, y si nos es más cómodo, también podemos emplear los frenos del manillar. La X One monta sendos intermitentes y un sensor para la iluminación automática que garantiza la seguridad del ciclista si circula en condiciones de nocturnidad.

La idea de Rayvolt Bikes es aplicar un diseño elegante, con toques futuristas y clásicos, a sus nuevas bicicletas eléctricas. Cuadros limpios y a la vanguardia tecnológica.

 
TOP10 BICIS DE CARRETERA 2020 CALIDAD/PRECIO | Di2 & AXS


Si quieres comprar una bicicleta con grupo Shimano Ultegra Di2 o Sram Force AXS con sistema de frenado de pinza (RIM) lo más barato posible, ¡es tu momento! En este vídeo te presento prácticamente todas las opciones que encontrarás en los catálogos 2020 de las principales marcas del mercado, tanto nacionales como internacionales. ¡Espero que te sirva de ayuda!

Una vez expuestas las 10 bicicletas que he encontrado por Internet, he realizado mi ranking particular de las bicicletas de carretera 2020 con mejor relación precio/calidad. ¿Comparte mi misma opinión?


BICICLETAS ORDENADAS POR PRECIO:


1. Megamo Core 05 (2.999€) http://bit.ly/2qjMYoh
2. Metta Eolo (3.099€) http://bit.ly/2QpLUtJ
3. Coluer Esbelta 7.0 (3.299€) http://bit.ly/35aKS93
4. Berria Belador Aero 9 (3.599€) http://bit.ly/37f5v5B
5. Van Rysel Ultra CF (3.599€) http://bit.ly/2Kv1osq
6. Conor WRC Volcano (3.875€) http://bit.ly/359ZDci
7. Canyon Ultimate CF SLX 8.0 Di2 (3.999€) http://bit.ly/37csw9k
8. MMR Adrenaline Aero Ultegra Di2 (3.999€) http://bit.ly/356xbrF
9. Orbea Orca Aero M20i Team (3.999€) http://bit.ly/2OcTLI8
10. Canyon Aeroroad CF SL 8.0 Di2 (4.199€) http://bit.ly/3586tPl
11. BH G7 Pro 5.5 (4.999€) http://bit.ly/2rRWI9J



 
TODO SOBRE LAS BICICLETAS ELÉCTRICAS

1 nov. 2018
Hoy os dejo con todo lo que tenéis que saber sobre las bicicletas eléctricas, tanto si ya tienes una como si estás pensando en adquirirla.


 
La exhibición técnica en una fuente de Barcelona de un campeón del mundo de trial
El español Sergi Llongueras comparte un vídeo en el que se le ve cruzar el agua saltando de unas piedras a otras sobre la rueda trasera de su bicicleta

EL PAÍS

La exhibición técnica en una fuente de Barcelona de un campeón del mundo de trial



Sergi Llongueras (@sergi.llongueras) sobre la bici y su compañero Eloi Palau (@eloipalau24) detrás de la cámara. El resultado es un vídeo en el que se ve al primero, campeón del mundo de trial en 2019, hacer una exhibición técnica sobre una fuente de Barcelona en la que el español cruza el agua dando cuatro saltos, de piedra a piedra, sobre la rueda trasera de su bicicleta. El deportista compartió en su cuenta de Instagram el vídeo, grabado el pasado 8 de febrero. Llongueras logró su pequeña gesta durante un entrenamiento de pretemporada con amigos, según ha explicado a la agencias Reuters. Y lo hizo vistiendo el maillot que logró al coronarse campeón mundial en China el año pasado.

VIDEO:https://elpais.com/elpais/2020/02/19/videos/1582125529_114079.html
 
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