Las siete vidas del Rey del Cachopo: falangista, topo sindical, líder del CDS, estafador sin freno
JUAN DIEGO QUESADA
Madrid 31 OCT 2018 - 18:20 CET
desaparecido en Madrid tras llevar a la quiebra una cadena de restaurantes especializados en el cachopo, un plato asturiano de moda, ha vivido a todo gas. Asombra observar sus andanzas a través del ojo de cerradura del pasado: fue un joven falangista infiltrado en sindicatos de clase, tertuliano, entrevistador fantasma de Marine Le Pen, promotor de un máster falso, biógrafo ficticio de Esperanza Aguirre.
Román ha dejado tras de sí un rastro de estafas y engaños a lo largo de dos décadas en las que se ha movido sin ser descubierto en círculos de extrema derecha, periodísticos y de hostelería. En este último sector, en calidad de empresario exitoso. “Un mentiroso; un jeta”, le recuerda Manuel Andrino, jefe nacional de La Falange, donde militó a mediados de los noventa.
En esa época, Román pertenecía a un ala del partido ultraderechista con conciencia obrerista. Eso le llevó a hacer de topo dentro de CC OO con la misión de acercar las tesis falangistas a los obreros, como reveló en un reportaje el periodista Alberto Gayo, publicado en Interviú. Lo logró: llegó a ser delegado sindical de Mercamadrid, el mayor mercado mayorista de España.
Román y sus camaradas creían protagonizar una labor de espionaje de alto nivel, pero el asunto tenía más de una trama de aventuras de Anacleto, agente secreto. El proyecto, poco realista y de espaldas al momento que vivía el país, no tuvo éxito. Y Falange de las Jons, antes de que se dividiera en dos, siguió siendo una formación política marginal, sin penetración en el mundo obrero.
Esa fue, que se sepa, la primera de las transformaciones que habría de experimentar Román en los años que estaban por venir. Entre los falangistas dejó un mal recuerdo —Andrino, entre otros, no veía con buenos ojos el giro social y sindical: "Román era demasiado izquierdista"—. Le enseñaron la salida, aunque le reconocen un cierto arrojo y un nulo sentido del ridículo. "Recuerdo que estábamos en un acto en la Complutense en el que participaban El Príncipe Felipe y Jordi Pujol, presidente de la generalidad. El tío pidió la palabra, se armó mucho alboroto. Criticó los nacionalismos vascos y catalán, y defendió la unidad de España. No se cortaba un pelo", tira de memoria Andrino.
que creyeron en el proyecto de franquicia que había ideado: A Cañada Delic Experience.
Esta repentina desaparición ha hecho aflorar su pasado. Y resulta que lo que dejó atrás es tanto o más abrumador que la aventura sin red que le llevó a abrir, junto a algunos socios, cinco restaurantes y dos naves que han tenido que echar el cierre ante la evaporación de su dueño. El ultraderechista catalán Josep Anglada se la tiene guardada desde entonces: “Es un auténtico delincuente”. Román contactó con él tras deambular con más pena que gloria por CDS —admirador de Adolfo Suárez, llegó a ostentar un cargo en Madrid— y por un partido propio que no tuvo tirón.
En ese tiempo, Anglada estaba iniciando Plataforma per Catalunya, un movimiento xenófobo, cuando Román le propuso ser su hombre en Madrid. El ultra vio en él a alguien preparado, que demostraba cualidades intelectuales (“Tonto no es”). Román organizó todo a una velocidad vertiginosa, como es costumbre: abrió una sede en Coslada, cuando la propia matriz todavía no tenía una y contrató empleados; Román era un cohete.
Anglada fue a verlo en persona y quedó maravillado. Román invitó a 25 miembros del partido a una comida que pagó de su bolsillo sin titubear. Después acudieron a un mitin que Román había organizado ante la visita del líder, y gozó de una afluencia considerable. A ojos del radical Anglada, lo que florecía en Coslada era hermoso. Meses después, Anglada supo que Román había desaparecido. Su familia había presentado una denuncia, como ahora. El político pujante que parecía impulsar la plataforma se marchó sin pagar la nómina de los empleados durante varios meses y adeudando cuotas a la Seguridad Social. La formación tuvo que hacerse cargo de un pufo de 90.000 euros.
Entonces se hizo el silencio durante un tiempo. Reapareció después en Málaga, donde regentó bares y abrió una revista, Ahora Málaga. Se hizo presidente de una asociación de comerciantes de los barrios Los Corazones y Tiro Pichón y más adelante aglutinó en una consultoría a una docena de entidades similares. Lo recibieron en el Ayuntamiento y la concejala Teresa Porras ofreció una conferencia de prensa a su lado para fomentar del comercio de proximidad. Román llevaba ese día traje azul y la raya del pelo en medio. Parecía inofensivo.
No tardó en repetirse el patrón: quiebra, evasión de dinero y desaparición de Román. Cuatro trabajadores denunciaron que, al acudir a la sede, encontraron las cerraduras cambiadas, el local clausurado. Les había expedido cheques sin fondos. La publicación que llevaba se quedó con el dinero de comerciantes que pagaron por anunciarse, según El Mundo. Metro de Málaga también cayó en la estafa.
le propuso además una colaboración con un medio que dirigió, El Aguijón. “Escribía bien, tenía conciencia de la actualidad”, recuerda Robles. Comenzó a sospechar del personaje cuando Román insistió en que había asesorado a Geert Wilders, el líder holandés xenófobo, y a George W. Bush, presidente de Estados Unidos. Se le cayó la venda de los ojos definitivamente el día que afirmó que había entrevistado a Marine Le Pen, la líder ultra francesa, y Robles descubrió que no había nada de cierto en eso: “Es un embustero patológico”.
De vuelta en Madrid, con la excusa de la página web, Román se movió en círculos de medios de comunicación conservadores. Se acercó al periodista Enrique de Diego en 2011, poco después de su despido de Intereconomía. Congeniaron, se entendieron a la primera. De Diego lo llevó como tertuliano a un programa de Radio Libertad en el papel de derechista liberal.
“Como buen estafador no es un tío tosco, es un manipulador”, opina De Diego. A sus espaldas, después de ganarse su confianza, Román embaucó a los trabajadores de la radio bajo la promesa de puestos de trabajo bien remunerados en su web. Para ello debían inscribirse en un máster, paso previo al ansiado trabajo. Seis jóvenes periodistas que se embarcaron en ese proyecto acabaron denunciándole por irregularidades y entrega de cheques sin fondos.
El propio De Diego le tuvo fe. Román le propuso escribir para su editorial, Rambla, una biografía “escandalosa” de la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. De Diego le dio 500 euros de adelanto a la espera del manuscrito, que se preveía un éxito. Nunca más volvió a saber de él, hasta que lo vio transformado años después en El Rey del Cachopo.
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Y el rey del cachopo desapareció
JUAN DIEGO QUESADA
Madrid 31 OCT 2018 - 18:20 CET
desaparecido en Madrid tras llevar a la quiebra una cadena de restaurantes especializados en el cachopo, un plato asturiano de moda, ha vivido a todo gas. Asombra observar sus andanzas a través del ojo de cerradura del pasado: fue un joven falangista infiltrado en sindicatos de clase, tertuliano, entrevistador fantasma de Marine Le Pen, promotor de un máster falso, biógrafo ficticio de Esperanza Aguirre.
Román ha dejado tras de sí un rastro de estafas y engaños a lo largo de dos décadas en las que se ha movido sin ser descubierto en círculos de extrema derecha, periodísticos y de hostelería. En este último sector, en calidad de empresario exitoso. “Un mentiroso; un jeta”, le recuerda Manuel Andrino, jefe nacional de La Falange, donde militó a mediados de los noventa.
En esa época, Román pertenecía a un ala del partido ultraderechista con conciencia obrerista. Eso le llevó a hacer de topo dentro de CC OO con la misión de acercar las tesis falangistas a los obreros, como reveló en un reportaje el periodista Alberto Gayo, publicado en Interviú. Lo logró: llegó a ser delegado sindical de Mercamadrid, el mayor mercado mayorista de España.
Román y sus camaradas creían protagonizar una labor de espionaje de alto nivel, pero el asunto tenía más de una trama de aventuras de Anacleto, agente secreto. El proyecto, poco realista y de espaldas al momento que vivía el país, no tuvo éxito. Y Falange de las Jons, antes de que se dividiera en dos, siguió siendo una formación política marginal, sin penetración en el mundo obrero.
Esa fue, que se sepa, la primera de las transformaciones que habría de experimentar Román en los años que estaban por venir. Entre los falangistas dejó un mal recuerdo —Andrino, entre otros, no veía con buenos ojos el giro social y sindical: "Román era demasiado izquierdista"—. Le enseñaron la salida, aunque le reconocen un cierto arrojo y un nulo sentido del ridículo. "Recuerdo que estábamos en un acto en la Complutense en el que participaban El Príncipe Felipe y Jordi Pujol, presidente de la generalidad. El tío pidió la palabra, se armó mucho alboroto. Criticó los nacionalismos vascos y catalán, y defendió la unidad de España. No se cortaba un pelo", tira de memoria Andrino.
que creyeron en el proyecto de franquicia que había ideado: A Cañada Delic Experience.
Esta repentina desaparición ha hecho aflorar su pasado. Y resulta que lo que dejó atrás es tanto o más abrumador que la aventura sin red que le llevó a abrir, junto a algunos socios, cinco restaurantes y dos naves que han tenido que echar el cierre ante la evaporación de su dueño. El ultraderechista catalán Josep Anglada se la tiene guardada desde entonces: “Es un auténtico delincuente”. Román contactó con él tras deambular con más pena que gloria por CDS —admirador de Adolfo Suárez, llegó a ostentar un cargo en Madrid— y por un partido propio que no tuvo tirón.
En ese tiempo, Anglada estaba iniciando Plataforma per Catalunya, un movimiento xenófobo, cuando Román le propuso ser su hombre en Madrid. El ultra vio en él a alguien preparado, que demostraba cualidades intelectuales (“Tonto no es”). Román organizó todo a una velocidad vertiginosa, como es costumbre: abrió una sede en Coslada, cuando la propia matriz todavía no tenía una y contrató empleados; Román era un cohete.
Anglada fue a verlo en persona y quedó maravillado. Román invitó a 25 miembros del partido a una comida que pagó de su bolsillo sin titubear. Después acudieron a un mitin que Román había organizado ante la visita del líder, y gozó de una afluencia considerable. A ojos del radical Anglada, lo que florecía en Coslada era hermoso. Meses después, Anglada supo que Román había desaparecido. Su familia había presentado una denuncia, como ahora. El político pujante que parecía impulsar la plataforma se marchó sin pagar la nómina de los empleados durante varios meses y adeudando cuotas a la Seguridad Social. La formación tuvo que hacerse cargo de un pufo de 90.000 euros.
Entonces se hizo el silencio durante un tiempo. Reapareció después en Málaga, donde regentó bares y abrió una revista, Ahora Málaga. Se hizo presidente de una asociación de comerciantes de los barrios Los Corazones y Tiro Pichón y más adelante aglutinó en una consultoría a una docena de entidades similares. Lo recibieron en el Ayuntamiento y la concejala Teresa Porras ofreció una conferencia de prensa a su lado para fomentar del comercio de proximidad. Román llevaba ese día traje azul y la raya del pelo en medio. Parecía inofensivo.
No tardó en repetirse el patrón: quiebra, evasión de dinero y desaparición de Román. Cuatro trabajadores denunciaron que, al acudir a la sede, encontraron las cerraduras cambiadas, el local clausurado. Les había expedido cheques sin fondos. La publicación que llevaba se quedó con el dinero de comerciantes que pagaron por anunciarse, según El Mundo. Metro de Málaga también cayó en la estafa.
le propuso además una colaboración con un medio que dirigió, El Aguijón. “Escribía bien, tenía conciencia de la actualidad”, recuerda Robles. Comenzó a sospechar del personaje cuando Román insistió en que había asesorado a Geert Wilders, el líder holandés xenófobo, y a George W. Bush, presidente de Estados Unidos. Se le cayó la venda de los ojos definitivamente el día que afirmó que había entrevistado a Marine Le Pen, la líder ultra francesa, y Robles descubrió que no había nada de cierto en eso: “Es un embustero patológico”.
De vuelta en Madrid, con la excusa de la página web, Román se movió en círculos de medios de comunicación conservadores. Se acercó al periodista Enrique de Diego en 2011, poco después de su despido de Intereconomía. Congeniaron, se entendieron a la primera. De Diego lo llevó como tertuliano a un programa de Radio Libertad en el papel de derechista liberal.
“Como buen estafador no es un tío tosco, es un manipulador”, opina De Diego. A sus espaldas, después de ganarse su confianza, Román embaucó a los trabajadores de la radio bajo la promesa de puestos de trabajo bien remunerados en su web. Para ello debían inscribirse en un máster, paso previo al ansiado trabajo. Seis jóvenes periodistas que se embarcaron en ese proyecto acabaron denunciándole por irregularidades y entrega de cheques sin fondos.
El propio De Diego le tuvo fe. Román le propuso escribir para su editorial, Rambla, una biografía “escandalosa” de la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. De Diego le dio 500 euros de adelanto a la espera del manuscrito, que se preveía un éxito. Nunca más volvió a saber de él, hasta que lo vio transformado años después en El Rey del Cachopo.
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