Re: TODO sobre el caso Urdangarín PARTE XIII - Incl. chorizo ONG niños descapacitados y con cáncer
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Fábulas Deportivas Edificantes presenta:
EL DUQUE FELIZ
En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Duque Feliz. Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y sostenía en su mano un gran rubí rojo, tan grande y redondo como un balón. Por todo lo cual era muy admirada.
-¿Por qué no te callas? -preguntaba el Rey a a su otro yerno, el Duque Tonto, cada vez que le pedía un patinete, día sí, día también.- Deberías aprender del Duque Feliz. El Duque Feliz no hubiera pensado nunca en pedirme nada a voz en grito, como haces tú.
Las foreras tambien admiraban al Duque.
-Nos hace dichosas ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -decían asombradas, contemplando la estatua maravillosa.-Verdaderamente parece un ángel, con esos cabellos rubios y esas cejas tan arqueadas.
-¿En qué lo conocéis -replicaba una forera republicana muy fea y envidiosa - si no habéis visto un angel nunca?
-¡Oh, sí! Los hemos visto en la Hola -respondían las foreras . -Y la forera republicana fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque era una amargada y no podía aprobar que las demás foreras se dedicaran a leer la Hola en vez de hacer sudokus como ella, que se las daba de intelectual.
Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad del Duque. Seis semanas antes habían partido sus amigas para Belice; pero ella perdió el transfer por culpa de la tradicional huelga de controladores y se quedó atrás.
Y, como estaba muy cansada, se dejó caer precisamente entre los pies de la estatua del Duque Feliz, y se dispuso a dormir. Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua. Miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio! Los ojos del Duque Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.
- ¿Por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina, algo enfadada-. Me habéis empapado.
-Cuando estaba yo soltero y tenía un corazón de plebeyo -le explico la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas . Durante el día jugaba con mis compañeros y por la noche ponía copas en mi restaurante. Pero luego me casé y ahora que estoy casado y recubierto de oro en lo alto de mi pedestal ,me he elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi país, y aunque mi corazón sea de piedra, no me queda más recurso que llorar.
-Allí abajo-continuó el Duque- allí abajo, donde nace el sol hay una isla muy hermosa, la Ínsula de la Ensaimada. Sus habitantes estan aburridos de ver todos los años la Regata del Rey, porque siempre ganan los mismos. A ellos lo que les gustaría es ver el Tour de Francia, al menos una vez en la vida. Golondrina, golondrinita, ¿no podrías coger mi balón de rubí y llevarselo al Gran Rey de París de la Francia, para que se apiade de ellos y les mande aunque sólo sea un par de ciclistas? Lo haría yo mismo, pero es que mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.
- Al oir aquello la golondrina quedó espantada. "¡Cuan bondadoso es el Duque y cuan ignorante de las cosas del mundo!"-pensó para sus adentros- "Si dilapida sus tesoros de esa manera, para atender los caprichos de esos pedigueños, ¿cómo mantendrá a su familia?". Así que decidió seguirle la corriente. Cogió el rubí y lo puso a buen recaudo ea plazo fijo en el Royal Swallow Bank de Belice y luego mandó al Duque Tonto a la Insula de la Ensaimada, para que paseara en su patinete vestido con un maillot amarillo y pantalones de paramecio.
A partir de ese día, la golondrina asumió la extenuante tarea de defender al Duque Feliz y sus tesoros de los pedigueños del reino. Porque el Duque tenía un corazon muy tierno, a pesar de que era de piedra, y, como había sido un gran deportista, cada vez que veía a un alcalde que quería montar un evento deportivo en su pueblo, se le rompía el corazón, y quería regalarle una de sus joyas. De modo que la golondrina se las arrancaba y las iba poniendo a buen recaudo a plazo fijo en el Banco de Belice. Y luego recibía en nombre del Duque a los alcaldes, les ofrecía té con pastas y les despedía con buenas palabras y vagas promesas.
Los alcaldes, que eran tan inocentes como el propio Duque, salían encantados de la reuniones, y se lo contaban a otros alcaldes. Pronto la cola de alcaldes daba varias vueltas a la plaza y causaba graves problemas de trafico. De modo que el Rey no tuvo más remedio que arrancar la estatua de su pedestal y llevarla a Washington, donde las calles son más anchas. Porque, aunque el Rey amaba al Duque tanto o más que sus subditos y que su propia hija la Duquesa, era Rey antes que suegro, y anteponía las exigencias del tráfico rodado a cualquier otra consideración.
Una fría noche, el Duque se desperto al oir unos sollozos en su jardín americano. Abrió sus bellos ojos de zafiro y vió una alcaldesa pequeñita, que lloraba desconsoladamente.
-¿Que te pasa, por que lloras?- preguntó el Duque, acongojado.
- Es que Alberto me ha dicho que esta vez si que seguro, seguro, superseguro que nos dan la Olimpiada, y que se caiga el Vips si no es verdad, o sea.-explico la alcaldesa.
- ¡¡¡¡¡Pero eso es estupendo!!!!-exclamo el Duque. Estaba tan feliz, que empezó a bailar y dar brincos encima de su pedestal, olvidando que era una estatua y que tenía que estarse quieto.
-Si, claro. Pero es que nuestras aceras estan sucias y llenas de zanjas, y no tengo dinero para arreglarlas, ni para limpiarlas. Y nuestras plazas estan llenas de campamentos perroflautas ¿Que dirán los del COI, que diran los deportistas? -Y la alcaldesa se puso de nuevo a llorar como una magdalena.
El Duque la miró en silencio unos segundos. Respiró hondo y le dijo:
-Toma mis ojos -es lo único que me queda. Y apúntate el teléfono del Alcalde de la Insula de la Ensaimada, que sabe mucho sobre cómo organizar estas cosas. Se lo enseñé yo- dijo el Duque. Y aunque era tope humilde y sencillo, no pudo evitar una leve sonrisa de orgullo al decirlo.
La alcaldesa cogió los zafiros y se fué corriendo a comprarse un vestido nuevo para la boda de su hijo pequeño y a encargar el bufet. Y las aceras siguieron como estaban.
A la mañana siguiente, a la hora del desayuno, la duquesa se sorprendió al ver que la estatua de su marido llevaba gafas de sol, en todo semejante a su amado padre el Rey. Cuando el Duque le explicó lo que había hecho, se enfadó muchísimo. "¿Como has podido regalar tus ojos a esa mujer?" -le gritó. Y fue a hablar con el Rey , y anunció el cese temporal de convivencia con el Duque. El escándalo fue monumental. La alcaldesa fué a Salvame y juró por sus hijos que no conocía al duque, y que era victima de un complot de la leal oposición. Por su parte, la golondrina concedió una exclusiva a La Noria y explico entre sollozos que las joyas del Duque Feliz estaban a buen recaudo en Belice, y que entre el Duque y la Alcaldesa solo había una buena amistad.
Cuando el Duque se enteró por los medios de que sus alhajas estaban en un paraiso fiscal, se indigno muchísimo, cogió el primer avión y se plantó en medio de la Plaza del Sol, a pedir justicia.
Unos días despues, la alcaldesa cruzó por la plaza con su séquito de concejales, para atajar camino de la peluquería. Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.
-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Pero si es el Duque Feliz! ¡Qué andrajoso y que desdichado parece!
-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión de la alcaldesa.
-Su balón de rubí y sus joyas han desaparecido y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo la alcaldesa- Ya no es un angel ejemplar. En resumidas cuentas, que está lo mismo que un perroflauta.
-¡Lo mismo que un perroflauta! -repitieron a coro los concejales, admirados de la perspicacia de la alcaldesa. Al oir aquello, el corazón del Duque se partió en dos.
- Será mejor que lo quitemos de ahí enseguida. -prosiguio la alcaldesa- Antes era una figura la mar de decorativa, pero ahora no es más que un trasto. En su lugar podemos poner un mueble de vitrina con figuritas de porcelana. Y también un perchero, para que los perroflautas cuelguen sus bufandas y sus cosas, en vez de tenerlas tiradas por ahí.
Los concejales aplaudieron entusiasmados. El secretario del Ayuntamiento tomó nota para ejecutar aquella idea tan hermosa en cuanto hubiera una partida presupuestaria disponible. Y colorin colorado, este cuento se ha acabado.
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