CAROLINA DE MÓNACO: ELEGANCIA Y GLAMOUR DE UNA PRINCESA

LA BODA DE CAROLINA DE MÓNACO Y PHILIPPE JUNOT: “NO ME FELICITES, MEJOR DAME EL PÉSAME”
TIEMPO DE LECTURA: 11 MINUTOS

La princesa y el playboy se casaron el 29 de junio de 1978 con las reticencias de la familia de ella. No tardaron en hacerse realidad sus temores.
POR RAQUEL PIÑEIRO
21 DE JUNIO DE 2019 · 23:14

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Carolina de Mónaco y Philippe Junot el día de su boda.© GETTY IMAGES

Parecía una boda feliz y llena de armonía. Carolina de Mónaco, la princesa más guapa de Europa, se casaba enamoradísima con Philippe Junot, un maduro empresario francés. El pequeño principado echó el resto, con 5.000 fervorosos monegascos acudiendo a saludar a los contrayentes. Los padres de la novia, el príncipe Rainiero y la ex estrella de cine Grace Kelly, congregaron a la aristocracia internacional y a su círculo cercano de estrellas de Hollywood, con lo que el evento era aún más atractivo para la prensa llegada de todo el mundo. Tenía que ser una celebración del amor y el glamour, pero la realidad es que nadie daba dos duros por aquella pareja, y a duras penas lo disimulaban. Los medios se hacían eco sin reparos de lo que la gente comentaba con escepticismo: la diferencia de edad de 17 años entre los contrayentes y sobre todo la dudosa vida profesional de Junot, famoso por su agitada vida nocturna y numerosos escarceos amorosos. La revista People tituló su reportaje sobre la pareja con un descriptivo “La princesa y su playboy”. Rainiero le comentó a Tessa de Baviera el mismo día de la boda, “No me felicites, mejor dame el pésame”. Pronto se vería si los augurios estaban en lo cierto.



El 28 de junio de 1978 el mundo volvió, una vez más, sus ojos a Mónaco. Si la boda de su príncipe veinte años antes había salvado el futuro del principado –si Rainiero no tenía un heredero varón, el pequeño país pasaría a depender de Francia, perdiendo con ello el gran privilegio por ejemplo de no pagar impuestos– y lo había colocado en primera línea de la atención mundial convirtiéndolo en un destino turístico además de solicitado centro de la banca y las finanzas, la boda de la hija mayor de Rainiero era el evento más jugoso del año para el papel cuché. El elegido no era un príncipe de sangre, como les hubiera gustado a sus padres, ni un plebeyo millonario de discreta y anónima vida, era algo –para la prensa– mucho mejor: el “Emperador de la noche”, como se le conocía en la Costa Azul.


Philipe Junot y Carolina se habían conocido en París, donde ella se había trasladado para estudiar filosofía en la Sorbona, después de abandonar la carrera de ciencias políticas. París supuso para la joven ciertos aires de libertad tras pasarse toda la vida bajo el protocolo de palacio. En su adolescencia, una ya rebelde Carolina protestó ante su madre por las rígidas normas que le imponían con un “Pero mamá, esto no es Hollywood”, Grace respondió “Claro, allí se pueden fabricar mentiras. Aquí, no”. Famosa desde que nació a los nueves meses de la boda de sus augustos padres, Carolina había sido objetivo de los fotógrafos de sociedad durante toda su vida. Pronto ese tipo de prensa se vería recompensada al convertirse ella en una joven de increíble belleza a la que las portadas y las frivolidades no parecían desagradar en absoluto. Su vida en París era la de muchas de las jóvenes de su época: rica, guapa y con gran relevancia social, Carolina salía, se divertía y flirteaba con hombres. Y como le pasaba a tantas muchachas de su momento, esto era rechazado por sus católicos y serios padres, que temían que su hija se estuviese labrando una reputación incompatible con casarse bien. Solo que en el caso de los Grimaldi esto se extremaba al tratarse de un asunto de realeza con pretensiones de abolengo. En cualquier caso, los planes de futuro de Rainiero y Grace para su primogénita saltaron del todo por los aires cuando esta conoció en una discoteca a Philippe Junot.



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Carolina de Mónaco y Philippe Junot en Nueva Jersey en 1978.© GETTY IMAGES

“Es un banquero”. “Es futbolista”. “Tenista experto”. “Es un playboy”. “Un heredero que se gasta la fortuna familiar”. “Es pobre”. Las especulaciones sobre Junot se dispararon cuando empezó a fotografiársele en compañía de la radiante princesa. No se sabía a ciencia cierta de dónde salía aquel hombre, pero su fama no era muy halagüeña. Junot no venía del arroyo, era hijo del presidente de Westinghouse en Francia, pero no estaban muy claros esos supuestos orígenes que relacionaban a los Junot con un oficial napoleónico cuyo nombre figuraba incluso en el Arco del Triunfo de París. Licenciado en leyes por la Sorbona, Philippe había trabajado como agente de bolsa en Nueva York, había invertido en algún negocio fracasado y para finales de los 70 trabajaba como analista financiero, o comisionista, para grupos de finanzas franceses con intereses en Estados Unidos y Canadá. Y le gustaba la noche, tanto que estaba metido en el equipo de fútbol patrocinado por su club favorito de París, el Castel, lugar donde era fotografiado a menudo con grandes camisas abiertas que dejaban al descubierto parte de su pecho. También le encantaban las mujeres y lo que es más importante, a muchas mujeres les encantaba él. En palabras de José Luis de Vilallonga, amigo suyo, “Junot era el producto típico de la Francia de los años sesenta y setenta en la que el colmo del placer consistía en vivir civilizadamente”.



Tal vez no viniera del arroyo, pero estaba muy lejos de ser el yerno ideal que los Grimaldi soñaban para Carolina. A ella, por supuesto, le dieron igual las objeciones paternas. Más aún, su rechazo reafirmó sus planes de casarse con Philippe. Cuando le presentaron al príncipe Carlos, el soltero de oro de la realeza europea, el encuentro no pudo ser más frío. Vilallonga afirma que con Junot, Carolina “tuvo por primera vez la sensación de respirar al aire libre”. Grace y Rainiero tuvieron que ceder y se anunció la boda, considerada irremediable. La joven todavía daría otro disgusto a sus padres al ser fotografiada en top less junto a su prometido en la cubierta del yate Blue Lark, de unos amigos joyeros.

Cuando por fin llegó el día, la ceremonia civil no estuvo exenta de polémica, pues se guardó la exclusiva para un fotógrafo amigo de Grace que pudo inmortalizar a la novia vestida con un elegante traje de crepé azul. Sí fue pública la ceremonia religiosa del día siguiente, 29 de junio, con una misa matutina celebrada en los jardines del palacio. Entre los 800 invitados a las celebraciones, nombres tan variados como Ava Gardner, David Niven, los condes de Barcelona, los duques de Cádiz o Gunter Sachs. La flamante pareja recorrió de la mano varias calles del principado, vitoreados por los vecinos, que pudieron contemplar de cerca el vestido blanco de la esposa, tocada con dos rodetes de flores. Al día siguiente volaron a Los Ángeles y de ahí a la Polinesia francesa, para disfrutar de una luna de miel que traería cola.



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Carolina y Philippe en Mónaco en 1978.© GETTY IMAGES

La vida de casados de Junot y Carolina era un frenesí de fiestas, viajes y bailes, siempre detalladamente inmortalizados por los paparazzis. Pero no tardó en confirmarse que la pareja no estaba destinada a durar. “Junot, pasados los primeros románticos ardores de su matrimonio, les facilitó a sus suegros las armas necesarias para convencer a Carolina de que había cometido un craso error casándose con el francés”, comenta el siempre sardónico José Luis de Vilallonga. En efecto, las infidelidades del marido eran tan frecuentes y notorias –la última, la de su supuesta secretaria la costarricense Giannina Faccio– que la joven acabó pidiendo el divorcio a los dos años de la boda. “Caprice, c'est fini”, tituló Le Quotidien de Paris haciendo un juego de palabras entre la famosa canción y el capricho principesco que a ojos de todos había sido aquel matrimonio.

“La prensa se cebó con Junot”, relata de nuevo Vilallonga. “Demasiadas mujeres a su alrededor, demasiado dinero del que nadie sabía de dónde caía, demasiada désinvolture. Todo sirvió para que se le adjudicara a Carolina el papel de mujer menospreciada, pasando Philippe a ser el autor de toda clase de vilezas y villanías. Sin embargo, los que le conocíamos sabíamos que tras la máscara frívola se escondía un perfecto caballero”. En sus memorias el aristócrata español relata que al poco tiempo del divorcio recibió una llamada del Bilder Zeitung para que intermediara en una entrevista con Junot, en la que a cambio de que contase los pormenores de su vida de casado, recibiría la cantidad que él solicitase. Cuando le transmitió la información a su amigo, la respuesta de este fue “José, diles por favor a esas gentes que yo no comercio con mi vida privada y mucho menos con la de Carolina, una mujer por la que siento un gran respeto y a la que considero una amiga”.



Junot nunca llegó a contar detalles íntimos de su vida marital, pero sí hablaría de ella en numerosas entrevistas y en sus memorias. Su definición del fracaso de su matrimonio, pese a reconocer haber estado enamorado, era que “Yo no era un hombre adecuado para Carolina. Pertenecemos a dos mundos distintos”. En el mundo de Carolina figuraban ahora nombres como Robertino Rossellini (hijo de Ingrid Bergman y Rossellini) o el argentino Guillermo Vilas, ambos desaprobados por sus serios padres que sí vieron con buenos ojos (y respiraron con alivio) cuando en el 83 su hija decidió casarse con Stéfano Casiraghi, hijo de una acaudalada familia italiana, guapo, discreto y formal. Junto a él nacerían sus tres primeros hijos, Andrea, Carlota y Pierre. La imagen de idílica familia feliz se rompió cuando Stéfano fallecía en un accidente de barco el 3 de octubre de 1990. También sobre esto escribe Vilallonga en sus memorias: “Cuando Stéfano Casiraghi decidió convertirse en promotor inmobiliario, los santones del lugar le auguraron toda clase de problemas, ya que la construcción era un ramo que estaba en manos de una sola y poderosa familia que no vería con buenos ojos la irrupción en el negocio de un extranjero, por más yerno del príncipe que fuera. Un amigo mío, pasando una tarde en coche junto a un rascacielos en construcción, le preguntó al monegasco que iba a su lado por el nombre del constructor de aquel imponente edificio. El monegasco murmuró “Stéfano Casiraghi. Pero es posible que no lo vea nunca terminado”. Pocas semanas después el yerno del príncipe se mató cuando participaba en una carrera a bordo de una lancha de alta competición que voló súbitamente por los aires ante los ojos de un público estremecido. Su copiloto, que salió con vida del accidente, desapareció pocos días después de la circulación, lo mismo que el anciano propietario de la casa sobre cuyo techo se había estrellado el coche de la princesa Gracia y que era el único que podía decir si ella o Estefanía iban al volante”.



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Carolina de Mónaco y Philippe Junot en Estados Unidos en 1980.© GETTY IMAGES

Dejando los malintencionados rumores monegascos atrás, Junot siguió con su vida de soltero forjando aún más su leyenda de mujeriego impenitente, con una vida a medias entre Francia y Marbella. Mantuvo una tempestuosa relación con Sofía de Habsburgo en la que no faltaron episodios escandalosos como aquella ocasión en la que Junot apareció bailando flamenco con una joven llamada Bea Pérez, semiconocida por haber tenido un romance con Julio Iglesias. Sofía le abofeteó en público y la pareja comenzó una pelea políglota a vista de todo el mundo, en alemán y francés. Poco después ella le pilló flirteando con Victoria Brynner, hija de Yul Brynner. Genio y figura. También la española Marta Chávarri pasó un verano en Marbella con Junot, dándose la circunstancia de que años después los hijos de ambos, Isabelle y Álvaro Falcó, se convirtieron en pareja.

A mediados de los 80, Junot declaraba en una entrevista: “Mi vida de playboy ha terminado. Busco una mujer sencilla para casarme y tener hijos. Es hora de ser un poco más razonable. Ya no soy tan joven”. Dicho y hecho. En el 87 se casaba con la danesa Nina Wendelboe-Larsen. Diez años y tres hijos después, el matrimonio se rompió, aunque han seguido teniendo una cordial relación. Después tuvo un cuarto hijo con la modelo Helén Wende, y en los últimos tiempos ha sido noticia como víctima de un robo en la Costa Azul o víctima también de la estafa de Bernard Madoff. Carolina también volvió a casarse tras enviudar, esta vez con Ernesto de Hannover (alguien que sí habría aprobado su madre), padre de su hija Alexandra, y sus años de locura y escándalos quedaron muy atrás, opacados en parte por los que daría su hermana menor Estefanía.



Philipe Junot y Carolina de Mónaco representan dos estereotipos muy marcados: él, el encantador francés un poco caradura, el bon vivant, envidiado por su estilo de vida y criticado por la moral conservadora, capaz de que el trabajo, si lo tiene, no interfiera jamás con los placeres de la existencia. Ella, la destilación más pura y perfecta del personaje de la crónica social, una mezcla de Hollywood y la realeza europea (de trapillo, pero realeza al fin y al cabo), bellísima y además generosa de forma involuntaria porque con su trayectoria no ha dejado de generar contenido a décadas y décadas de prensa rosa. Romances, desamores, la tragedia absurda que la golpea y la convierte en mártir, sus años en Saint Remy en los que perdió el pelo por una depresión y tapaba su calvicie con pañuelos de colores, de nuevo su renacer al frente de Mónaco y los Grimaldi… Carolina ha sido dadivosa hasta con sus cuatro hijos, que por sus espectaculares físicos y trayectorias han seguido nutriendo el engranaje de lo que se llamaba “la espuma de la vida”.
 
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