Camilo Sesto: su vida, canciones, muerte y herencia

Todo muy triste, es verdad!!
La fama y el dinero no dan la felicidad y para muestra su vida, subió allá arriba del todo pero pago el precio muy caro.
Cuando su padre estaba ya al final escribió :
He vivido con 30 años diez veces más vidas que mi padre en 73 años, he tenido « varias docenas de mujeres bellisimas» he estado por todo el mundo....y recalcó se va mi padre se muere parte de mi!!
Al cabo de cinco meses fue el primer concierto en Palma que a medio cantar 'Perdoname' no pudo...fue muy sentimental este video diciendo: no puc, no puc, en valenciano.
El declive fue esta parte rara, solitario, y creo que muy afeminado, pero no quiso reconocerlo pero es que no reconocía ni sus cirugías ( y eran taaan evidentes) ni sus dolencias tampoco, estaba fatal y decía que todo bien, siempre lo negó todo.
Asi es! Siempre negando sus problemas de salud y cirugias. Hubo una epoca aunque cirugiado no se veia tan mal. Pero se salio de control, empezo a padecer dismorfia corporal. Que lastima que no pudo aceptar el paso del tiempo. Lo de volverse hetmitanio no se si seria por divismo o depresion y desilusion.
 
Biografía y memorias de CAMILO SESTO

Capitulo 13

"Bodas y Banquetes "

"El tiempo solo se calcula por la felicidad o por el dolor", escribió Dumas. A mí me había asignado la primera de las medidas. Tal vez había soplado a mi alrededor la tragedia, sin duda a mi lado había mucha gente que no era feliz, pero esa misma dicha personal me embotaba los sentidos, me adormecía un poco respecto a lo que sucedía a mi alrededor. Es una lucha que he tenido siempre conmigo mismo. Ya he contado de qué medios me valgo para aplacar los excesos de euforia cuando regreso a la soledad de mi casa. He tardado quizá demasiado, afanado por tantas cosas, en darme cuenta de esa respiración pestilente de la maldad, de la desdicha, del miedo. Eso también que intente revisar el tiempo pasado. Entonces se trataba tan solo de una cuestión de supervivencia. Remigio y yo decidimos iniciar el camino. En los periódicos, ocasionalmente, y con frecuencia en la radio, empezaban a comunicarse pequeñas historias, extrañas anécdotas de muchachos tan jóvenes como nosotros que habían logrado ser famosos en muy poco tiempo gracias a la canción.

-¿Y cómo empezaste tú? -les preguntaban.

A uno le había regalado su padre una guitarra, el otro cantaba en el colegio, éste era aficionado a escuchar la banda de su pueblo, aquel otro ganó un concurso de baile y alguien lo llamó...

-Camilo, podíamos formar un dúo tú y yo.

-Ya se me había ocurrido, pero no me atrevía a decírtelo.

-¿Crees que de verdad podremos?

-Cantamos bien, ¿no?. Tampoco tenemos mala pinta.

En aquel instante ya no soñaba yo con ser Joselito, sino la mitad del "Dúo Dinámico". La otra mitad le correspondía naturalmente a mi íntimo desde el primer año de los salesianos, a mi inseparable Remigio Barrachina, el que tenía picores de oreja durante el examen para el coro... Y estaba empeñado en convertirse en músico. Tal vez su voz no era excepcional, pero tenía un oído espléndido y una gran habilidad para entenderse con cualquier instrumento que le cayera en las manos. Como también estaba trabajando, consiguió comprarse una guitarra eléctrica de mala calidad, pero que nos parecía de oro de veinticuatro quilates. Le aplicó una pastillita de desecho, la conectaba al fondo de la radio y aquello empezaba a sonar como los propios ángeles. Yo ayudaba dándole los ritmos con las manos sobre una mesa. Solo faltaba la voz. Los dos cantábamos infatigables. Y lo cantábamos todo, como siempre había hecho yo, aunque pronto comenzamos a elegir. Nuestros primeros ídolos eran los hombres del swing, los primeros roqueros nacionales. Entre ellos, el "Dúo Dinámico", al que estábamos dispuestos a desbancar en unos meses; a su lado un muchacho valenciano que empezaba a ser famoso por la región; se llamaba Emilio Baldoví, pero las chicas le conocían como Bruno Lamas. No obstante, aquel tipo de música no abundaba en la radio; había que andar persiguiéndola día tras día, hora tras hora, hasta conseguir aprenderla. Y, entretanto, no desperdiciábamos el tiempo e íbamos montando a dos voces aquello de Zapore di mare, zapore di sale y Non ho I ́etá y Cae la nieve y esta tarde no vendrás...

Así pasaba la vida. No sé en qué momento exacto Remigio y yo nos encerramos en una habitación de su casa y empezamos a cantar a dúo acompañados por una guitarra mágica. Entre los quince y los dieciséis años, saltaba de los cuadros en serie a las canciones secretas, del taller de mi padre atiborrado del humo maloliente de los "Ideales" que me hacían toser a las tiendas de discos para averiguar si por fin aparecían las grandes novedades que mencionaba Raúl Matas. Algunos compañeros nos escucharon e intentaron que apareciéramos en público, pero nos faltaba la decisión final. Y no por temor al público. En los salesianos habíamos hecho juntos teatro, con presencia de gentes de fuera del colegio; habíamos cantado incluso solos delante de desconocidos. Necesitamos el empujón final.

-Hay que buscar más músicos, Barrachina. Con un verdadero grupo podremos hacernos famosos. ¿A quién podríamos llamar?

Había colas de pretendientes en Alcoy. Remigio ocupó el puesto de guitarra baja, yo me quedaba como cantante, José Luis a la guitarra solista y dos Jesuses, una en la batería y otro de guitarra de acompañamiento. Cinco en total. El batería Jesús tenía dos baquetas, pero carecía de caja, así que las golpeaba sobre la silla de madera. Así ensayábamos. Horas y horas, casi todas las tardes, los domingos durante ocho horas seguidas. Y como nos hacía falta el dinero y la fama, muy pronto aceptamos la primera oferta que se nos hizo. Era una boda, una hermosa boda de las de otro tiempo, con mucha gente, mucha comida, mucha bebida, baile... Situados en un estradillo, vestidos de luto riguroso -porque llamaba más la atención, resultaba más revulsivo-, empezamos con nuestros mejores números. Pero aquella gente no apreciaba mucho a Bruno Lamas, a los Dinámicos, a Adriano Celentano; ni siquiera habían oído hablar de ellos. Querían pasodobles, la raspa, la conga, canciones lentas. Puesto que nos habían contratado -aunque por cuatro perras- había que darles el gusto. Ya he repetido que nuestro repertorio -por lo menos el de Remigio y el mío- era inagotable. Durante horas cantando de todo, quizás hasta el Veni creator Spiritus, que siempre me había salido muy bien. Y cuando la mayoría estaba para el arrastre a causa del baile y de la bebida, atacábamos una serie completa de "twist", con lo que los más jóvenes del festejo se ponían a aplaudir como locos, a gritar y, naturalmente, a bailar. Eso era el éxito y no otra cosa. Teníamos tan solo dieciséis años, pero tanta gloria en aquel atiborrado salón como Alejandro Magno en Macedonia. El contrato existente no especificaba horario, ni camerinos, ni número de piezas, ni potencia de vatios, ni comisión de manager, ni apoyos de Prensa, ni servicios de seguridad. Era una fiesta también para nosotros.

Cuando volvíamos a casa, de madrugada ya, con nuestros instrumentos bajo el brazo, a Barrachina se le ocurrió una idea esencial.

-Camilo, para que nos conozcan tenemos que tener un nombre.

-Podíamos llamarnos "Dúo BB y sus músicos"- dijo uno de los Jesuses, que tenía muy claro que nosotros éramos los jefes de la compañía.

-Eso suena a Conchita Piquer -dije yo-. Un nombre inglés, por lo menos.

-"Los Daison" -dijo Barrachina.

-Y eso qué significa -preguntó José Luis.

-Yo qué sé, pero no suena mal ¿verdad? Los Daison..., Daison.

-Pero con y griega, ¿no? -pregunté yo.

-Parece más inglés con la y griega?

-Desde luego. Entre inglés y americano, supongo -dije muy rotundo.

-¡Muchachos, os presento a "Los Dayson"!

-¡Los mejores de Alcoy!

-¡Y de todo Alicante! ¡Los mejores!

Entre cante y cante le habíamos dado también al cubalibre y a la sidra. Nos habían aplaudido a rabiar y el padrino además del pago convenido, había tenido la gentileza de soltarnos una buena propina... ¿Qué más podíamos desear? Con aquel dinero podíamos pagar el primer plazo de una verdadera guitarra. Éramos auténticos profesionales. Al día siguiente, después de pasar por el taller eléctrico, tendría sin duda que completar la ración de pintura al por mayor... El camino se presentaba largo. Y uno de aquellos días, cuando al fin admirábamos una caja nueva para Jesús, cuando nos preparábamos para un banquete en honor de un jubilado, cuando intentábamos sintonizar una emisora francesa o italiana, cuando le daba la pincelada definitiva al arroyuelo entre los sauces, un día de aquellos, exactamente el 5 de octubre de 1962 -yo acababa de cumplir los dieciséis años- se ponía a la venta en Londres un disco titulado Love me do. Sus autores llevaban ya seis años ganándose la vida con la música e incluso habían actuado en Hamburgo, Alemania. Se llamaban Los Beatles. Alguien pudo pensar que era un disco más, uno de tantos de aquella gente que vestía de forma agresiva y cantaba con una especie de desenfreno inmoral, melenudos, irrespetuosos, pero el vocalista de "Los Dayson", o quizás todavía del "Dúo BB (Blanes-Barrachina), se pegaba locamente a la radio cada vez que sonaba aquella magnífica canción, tan raramente. A Barrachina también le gustó mucho y luego Please, please me y Twist and shout ya nos pareció una locura. Inmediatamente nos pusimos manos a la obra para incorporarlas a nuestro repertorio. Con las ganancias de las actuaciones en bodas y banquetes nos habíamos comprado ya un tocadiscos y encima de él empezaron a desgastarse de tanto girar los discos de Los Beatles. Como no teníamos ni la más remota idea de inglés, nos aprendimos fonéticamente la canción. Y como yo estoy bien dotado para las lenguas, con un oído excelente, conseguía reproducir milimétricamente cada palabra, cada sesgo de la voz, cada nota. Joselito acababa de morir definitivamente en mi corazón.

Poco a poco empezaba a relegar la pintura "para cuando tenía tiempo"; cubría con estrechez mis cupos económicos, sobre todo para que en mi casa no sospecharan. Entregaba un dinero a mi madre y los beneficios de la música, que eran miserables, se empleaban comúnmente en la compra de mejores instrumentos, de discos y de los primeros póster de "Los Beatles", traídos incluso de Londres. En unos meses nos convertimos en la vanguardia musical alcoyana. Yo leía todo lo que caía en mis manos, con tanta pasión como escuchaba la radio. Según decía un periódico, que criticaba con furia a "las nuevas generaciones", había en España a comienzo de los sesenta unos veinte mil conjuntos musicales, el noventa por ciento de los cuales eran conocidos por sus vecinos (era nuestro caso), así, pues, más de cien mil chavales jóvenes empezábamos a abrirnos camino en la música. ¿Cuántos llegaríamos a la meta?. La gente mayor no solo no nos entendía, sino que tampoco les gustábamos. En un recorte de la revista Triunfo, de diciembre de 1962, leía esta tontada:

"Se levantan, chillan, marcan unos compases, se vuelven a sentar; silban cuando un número les gusta; la tradicional costumbre de la ovación española para premiar una actuación que ha sido de nuestro agrado, es sustituida en esta ocasión por el silbido ululante, por el pateo rítmico, en la mejor tradición del "show" americano."

Se referían las noticias y las fotos escandalosas a lo que estaba ocurriendo en el "Circo Price", de Madrid, que debía de ser lo mismo que nuestra Glorieta pero a lo grande. "The Diamond Boys", Jean Pierre y "Les Rebelles", "Los Teen Boys" "y sus voces que electrizan, Ontiveros, "Los Sonor", Mike Ríos, "Los Satanes", Lorenzo Valverde acompañado de "Los Pekenikes", "Los Dragones Rojas", "Los Gatos Negros", "Los Tonys" "Dick y Los Relámpagos", "Los Cinco Estudiantes"...

Aprendíamos de memoria todos aquellos todos nombre y, con el paso de los años, iría descubriendo detrás de ellos a muchos amigos, a muchos compañeros, músicos que todavía hoy me acompañan, veinte años más tarde, cantantes, productores técnicos que no solo conforman los orígenes de la música española actual, sino que aun hoy siguen siendo, en distintos puestos, su verdadera alma. Los grises aporreaban a los seguidores que continuaban bailando en la Plaza del Rey después de los conciertos, mientras los elefantes y las jirafas del circo se agitaban en sus jaulas.

"Sobre el asfalto, en la acera, en plena calle, bajo la lluvia, estos jóvenes bailan al ritmo de nuestro tiempo: el "twist". Esta histeria colectiva no se ha producido en Londres ni en Estocolmo. Acontece en Madrid a las dos de la tarde del pasado domingo. No ha sido una escena única, insólita, la que ha captado el fotógrafo. Se repite cada día festivo tras las sesiones de ritmos modernos que, con gran éxito de público, se celebran en nuestra capital. Miles de jóvenes, tras haber soportado dos horas, o más de guitarra eléctrica, batería y canciones en inglés, inician a ritmo de "twist" su vuelta a casa. ¿Quiénes son estos muchachos? No creemos que sean universitarios, no creemos que sean jóvenes obreros. ¿Dónde, pues, ubicar a estos muchachos? ¿De dónde salen, a qué se dedican?. Así comentaba el diario Pueblo una enorme fotografía presentada en su primera página. Miguel Ángel Nieto, alias El Calvo, organizador de aquellos festivales y actualmente uno de los informadores políticos más respetados en la radiodifusión del país (en la cadena Antena 3), me contaría más tarde que todo había sido manipulado; el fotógrafo había pedido a cuatro chavales que bailaran en la calle, porque no había podido hacer las fotos en el interior del Price por falta de luz. Y aquel truco había servido para hablar de histeria, de soportar la guitarra eléctrica y para preguntarse si aquellos jóvenes eran quizás marcianos, o comunistas, o ratas de las cloacas, o delincuentes comunes. De paso, el periódico azuzaba a los poderes públicos y a los guardias para que cortaran de raíz aquel insólito relajo, aquel pecado de modernidad en una España que deseaba vivir tan aislada del mundo como cuando yo había nacido. Pedían el regletazo de los salesianos, la desaparición pura y simple de la juventud como grupo social. Clamaban por lo viejo, por lo aburrido, por lo rutinario. En el mejor de los casos, por lo cursi y censurado: Cerca de aquí me la encontré, / mi caballo al trote la alcancé. / ¿Quién eres tú? Yo no sé. / Pero por si acaso te querré. Aunque la versión original tenía un verso muy diferente, aunque no menos hortera: Cerca del bigote, bésame. Lo cantaban Luis Mariano y Gloria Lasso y aquellos ideólogos de entonces debían de saber muy bien de dónde venían sus ídolos. Sobre nosotros, las mejores conjeturas nos asignaban orígenes infernales.
 
Biografía y memorias de Camilo sesto.

Capitulo 15

"Doble examen"

La historia de los Dayson, con Camilo y su voz microfónica al frente, fue bastante larga y no vacía de éxitos, aunque éstos raramente sobrepasaban la región alcoyana. Duró realmente hasta que mi decisión de tentar la aventura en Madrid planteó algunos problemas a varios otros miembros del grupo. Pero entonces llevábamos ya sobre nuestras espaldas algunos centenares de actuaciones, poseíamos uno de los repertorios más ricos entre los grupos de la época e incluso habíamos concluido las primeras composiciones propias, que sólo ocasionalmente nos atrevíamos a interpretar en público. A lo largo de más de tres años, no sólo había ido aprendiendo música, a tocar la guitarra, a perfeccionar la voz y a moverme en los escenarios con todo lo que ello implica -organización de los conciertos, luces, efectos, ropas, relación comunicativa con los diferentes públicos-, sino que me iba forzando humanamente. Pero un roquero que se iba haciendo hombre a principios de los sesenta no tenía muchas preocupaciones aparte de su trabajo en la música. Todo era agradable, brillante, cómodo. Ahora me doy cuenta de que ante la vida de nuestros prójimos sentíamos un cierto pasotismo avant la lettre ; nos inquietaba tan sólo nuestra propia presencia en el mundo, en nuestro reducido mundo, el calor de nuestras seguidoras, los aplausos, la música más vanguardista. La rebeldía frente a lo establecido se limitaba a esas manifestaciones externas y casi biológicas ; quiero decir que en nuestra vida había más sentimiento que ideología, aunque posteriormente -o simultáneamente- aquel sentimiento fuera tranformándose en ideología, más entre quienes nos contemplaban que entre los que movíamos el mundo sin saberlo. Pero lo estábamos moviendo y agitando, como luego se vio.

A ser consciente de esta realidad me ayudó sobre todo Juan Iborra, el batería genial que algunas veces actuaba por gusto con nosotros, aunque no perteneciera al grupo. Juan era y sigue siendo una maravillosa mezcla de músico, de poeta, de extraterrestre y hombre en su expresión máxima. -Tienes que componer canciones en valenciano, Camilo- me decía. -Si todo el mundo pronunciara el valenciano como tú, sería la lengua más hermosa del mundo. Yo creo que ya lo es, pero la gente descuida la fonética. Me prestaba libros de poetas valencianos y catalanes -Guimerá, Aribau, Maragall, Espriu, March, Andrés Estellés, Carles Salvador, tantos otros- y me pedía que leyera en voz alta los poemas. Aquellas sesiones eran como una continuación de mis solitarias lecturas de los poetas castellanos y también un descubrimiento de otras sonoridades, otras sensibilidades. Iborra era un entusiasta de todo lo mediterráneo y lo es aún, tal vez más, desde que se casó con una mujer mexicana y pasa largas temporadas en el país de ella. En lo mediterráneo no incluía sólo a los poetas y a Sorolla, sino también a la música árabe y griega. Precisamente mis primeras composiciones en valenciano, aún inexpertas y por eso no grabadas posteriormente, tenían una fuerte influencia de la música árabe ; incluso algunas noches pasábamos juntos grandes ratos escuchando la música maluf de Túnez que nos llegaba por encima de la olas del mar amado. Algunas huellas de esta afición casi secreta han quedado en muchas composiciones o interpretaciones mías, no sólo en Melina, Más que nunca y Miénteme.

Aquellos consejos de Juan me acompañan hasta hoy. Jamás aceptó tocar con ningún cantante o grupo moderno salvo conmigo. El rumbo de su vida no le ha permitido hacerlo con la asiduidad que yo hubiese querido. Mi amigo de Muro de Alcoy, pegado a nuestra sangre durante toda la vida, fue un compañero inolvidable de aquellos años, como Remigio, el que mejor supo empujarme y compartir lo que a nuestra edad resultaba inconcreto y confuso. Mientras tanto, la actividad del grupo no cesaba. No sólo actuábamos en la "Glorieta" y en el "Centro Preuniversitario" (conocido en Alcoy como "el Seu"), sino en los pueblos de los alrededores y en una zona turística próxima a mi ciudad llamada "La Fuente Roja". En "el Seu" sobre todo las colas empezaban a formarse varias horas antes de iniciarse los conciertos ; toda la juventud de Alcoy nos seguía ya como ídolos indiscutibles. Los Dayson eran Camilo y a donde iba Camilo allí iban las niñas. Y adonde iban las niñas, allí acudían los chavales, claro. Naturalmente, cobrábamos por nuestras actuaciones, pero siempre tan poco que apenas teníamos para pagar el alquiler de nuestra nave y para la renovación de instrumentos y vestuario. Yo seguí siempre aportando a la familia el dinero ganado como pintor, actividad que no podía abandonar y, además, tampoco quería. Pero no todo el mundo veía con buenos ojos el creciente éxito de Los Dayson. Un día se presentó en la "Fuente Roja" un policía.

-¿Teneis carné de artistas?- preguntó.

-¿Y eso qué es?- dijo Barrachina.

-Carné del Sindicato. El que autoriza a cantar o actuar en público cobrando.

-Ni idea- dije yo.

-Pues se han recibido denuncias de que actuáis ilegalmente, en competencia ilícita. Estáis avisados. La próxima vez tendré que multaros. Por hoy pase, que la gente ya ha pagado sus entradas.

Algunos profesionales de las orquestas clásicas de la región -especialmente los especializados en bodas y banquetes- empezaban a temer nuestra competencia, que les quitaba clientela. Era una estupidez, pero legalmente justa. Así que inmediatamente nos lanzamos a la burocracia y solicitamos el carné del Sindicato. Muy pronto nos llamaron para las pruebas de rigor. Debió de ser en 1963. Y era un domingo por la mañana. En una sala de fiestas de Alicante llamada "Albany", un grupo de señores, casi todos vestidos de oscuro a pesar del calor, fumaba con mucha seriedad delante del escenario. Algunos nos habían advertido ya de que convenía acudir a aquel lugar con algún género de recomendación, si deseábamos salir con bien del trance, pero era un detalle que habíamos pasado por alto. Estábamos seguros de que sabíamos actuar ante el público, de nuestra profesionalidad, de modo que ni buscamos cartas del gobernador militar ni compramos jamones. Para obtener el carné se pedían dos interpretaciones distintas. A mí se me ocurrió cantar primero en valenciano y luego una canción en español, idioma que también es mío. Delante de nosotros se presentaron Los Cinco Joes. Iban ya a la desesperada, porque también habían sido denunciados pero llevaban acudiendo a "Albany" cuatro o cinco veces sin que consiguieran aprobar. Uno de ellos, al encontrarnos, me miró con un gesto de piadosa superioridad : sospechaba que nos quedaba todavía muchos intentos.

Subimos al escenario. Miré al severo jurado desconocido con mis ojos más infantiles, le dirigí una sonrisa casi cómplice. Era un riesgo. Podían mandarme a casa antes de escucharme por aquella osadía en un chaval de diecisiete años. Y nos lanzamos a nuestro propósito : primero No la canteu més y luego una de nuestra propia inspiración. Creo que incluso uno de los miembros del jurado (¿o era tal vez el acomodador, o el vigilante del local, o un camarero?) se puso a aplaudir cuando hubimos terminado. Nos dieron el carné a todos los miembros del grupo, carné profesional de Teatro, Circo y Variedades. Mientras Los Cinco Joes quedaban una vez más colgados -y creo que eso supuso su posterior desaparición-, Los Dayson podían ya recorrer el mundo con todas las autorizaciones legales para actuar como músicos, cantantes, actores, equilibristas, payasos, domadores de fieras, starlets de varietés o cualquier otra cosa que se nos ocurriera. Nadie podría decir ya que la voz microfónica de Camilo era intrusa en los escenarios, ningún policía podría retirarnos de las tablas por falta de papeles. Podíamos soltar más humos que un tren, si nos apetecía. Personalmente me parecía una minucia aquella cuestión del carné profesional : si una persona canta bien, puede hacerlo con o sin un papel determinado en el bolsillo. No me sentía más importante, más orgulloso, mejor cantante con la posesión de aquel carné. No obstante, aquel paso insignificante y obligado por las circunstancias era quizás una decisión más rotunda, más firme de lo que parecía : la música era mi profesión.

Para celebrar el éxito, gastamos hasta el último céntimo y empeñamos los próximos en nuevos instrumentos. Fuimos a la casa Alberdi de Valencia e incorporamos a nuestro material dos espléndidas columnas que causaron sensación entre nuestros seguidores, colocadas una a cada lado del escenario. Algún tiempo más tarde incorporamos también a nuestra leonera un trofeo magnífico. Se estrenó en Alcoy la película de Los Beatles Qué noche la de aquel día y nada más anunciarla, ya de madrugada, apenas colocado, los cinco aventureros de Los Dayson robamos uno de los carteles de gran tamaño que anunciaba la cita. Lo situamos en el lugar más noble de la nave de ensayo y, en una larga sesión, interpretamos todas las canciones del filme, en homenaje al cuarteto de Liverpool. Con el transcurso de los meses habíamos ido abandonando la música anticuada y aficionándonos más a la inglesa y americana. Salvo los Rolling Stones, que siempre nos parecieron demasiado duros, violentos y ásperos, con un sonido sucio y muy follonero ; salvo ellos y sus imitadores, lo incorporábamos casi todo. En especial, las canciones donde imperaba la armonía de las voces, la riqueza de matices y acordes y la dulzura del sonido, dentro del rock. En Long tall Sally yo interpretaba el papel de guitarra de acompañamiento, una vez conseguido cierto dominio del instrumento, y el de cantante.

Ya entonces me daba pena no disponer de tiempo para dedicarlo exclusivamente al estudio científico de la música o al cultivo selectivo de un instrumento. Incluso ahora a veces me planteo abandonar el trabajo regular para encerrarme en alguna parte, con algunos profesores, para estudiar. Sin embargo, nunca lo consigo. Me he habituado ya a pensar que mi instrumento es la voz y que es en ese instrumento en el que debo trabajar continuamente. Pero eso no me libra de la tristeza de conocer bien a fondo otros instrumentos. En los años de que hablo continuaba asistiendo a las clases de Bellas Artes, aunque irregularmente, y continuaba pintando. Era imposible hacer más cosas. ¿De donde sacar las horas para estudiar solfeo? Por otra parte, las actuaciones se multiplicaban. Y pronto se nos presentó la oportunidad de salir de nuestro habitual círculo en la región valenciana. Fue muy poco después del examen de Alicante y una especie de segundo examen o reválida de lo que hasta entonces habíamos aprendido. Nos seleccionaron para intervenir en un programa de televisión titulado "Salto a la fama". La furgoneta de Masanet cargó con los cinco Dayson y sus bártulos y emprendió el más largo viaje realizado hasta el momento. El hombre conocía un pequeño hostal, muy modesto, situado en la calle de la Victoria en Madrid, en un barrio de toreros sin éxito, aventureros de la peseta y otras gentes de mal vivir. Allí nos alojamos, sin conceder al lugar más importancia que la de su baratura.

Comenzaron las pruebas y las eliminatorias previas. Durante interminables horas, casi todas en espera de que apareciese alguien que no estaba o de que se subsanara una avería repentina, empecé a familiarizarme con el mundo vertiginoso, confuso, voraz y apasionante de la televisión. Curiosamente, teníamos ya tantas tablas que nos encontrábamos en nuestro ambiente, como si no hubiéramos hecho otra cosa en la vida que mirar a los pilotitos rojos de las cámaras y atender las órdenes de los regidores. Nos seleccionaron. Entres las canciones propias que interpretamos en la convocatoria, incluimos una de Los Brincos, Flamenco.

Alguien dijo :

-Vais a cantar Flamenco.

-¿Flamenco? Nosotros preferimos cantar en la final una nuestra.

-Las vuestras no son conocidas. Es mejor Flamenco.

No hubo manera de convencerlos. Yo insistí en que nos dejaran interpretar una de nuestras canciones, pero ellos se negaron. No sé si por presiones de alguien, porque estaba de moda o porque no deseaban allí demasiadas novedades, Los Dayson tuvimos que resignarnos a dar aquel salto no deseado. Nos clasificamos, llegamos a la final, pero no ganamos el concurso.

Habíamos actuado bien, muy seriecitos, vestidos con trajes nada llamativos. Y sólo me permití una libertad que suscitaría ya entonces numerosos comentarios. Cuando la canción dice y si mi novia tú quieres ser, dirigí a la cámara, que me enfocaba en primer plano, un guiño nada disimulado. Todas las chicas que luego me vieron pensarían que aquel guiño iba dirigido a ellas, a cada una de ellas, y si eso les gustó mucho, a otros les pareció exagerado y hasta obsceno. Regresamos de Prado del Rey a Alcoy satisfechos y felices, aun sin haber vencido. Habíamos conocido la capital, nos habíamos relacionado con otros grupos desconocidos nacionalmente como nosotros mismos y a mí se me había metido en la cabeza una idea fija : "Aquí es donde tenemos que estar". Si el examen en sí mismo no había sido un éxito, la experiencia había resultado muy rica.

-Aquí es donde tengo que estar, Remigio- le dije a mi amigo.

-Todos juntos.

-Todos juntos.

La vida juvenil de Alcoy se detuvo cuando Los Dayson aparecieron en la pantalla lechosa. Los cinco nos reunimos en mi casa para ver la grabación. Los cinco estábamos dispuestos a emprender el vuelo juntos, un grupo que conseguiría imponerse a pesar de la abundancia de ellos y de las dificultades de destacar. Yo no pensaba entonces dedicarme a la música como cantante solista, sino como uno más dentro del grupo, uno más de Los Beatles de Alcoy. Sentados en el saloncito de mi casa, con mis padres, con Chelo, sospechábamos que aquello sería posible. Mi madre empezó a llorar apenas aparecí yo y sospecho que se perdió todo el espectáculo. Sólo dijo lo que luego ha repetido tantas veces :

-¿Que no es emocionante, Camilo?

Era muy emocionante, desde luego. Chelo también tenía los ojos húmedos. En el fondo, las dos intuían, como yo mismo, que aquello era como salir de una habitación dejando la puerta bien atrancada. La señora Joaquina tenía pánico a que su hijo pequeño, su hijo mimado, abandonara para siempre el hogar. Y tal vez a eso se debían sus lágrimas, tanto como a la emoción. Nosotros mismos, en medio de la alegría de reconocernos, de vernos "desde fuera" por vez primera, nos sentíamos algo inquietos ante lo que podía significar aquello. A ninguno nos preocupaba lo más mínimo no haber quedado clasificados en primer lugar ; nos preocupaba lo que significaba estar allí y en tantos millones de hogares de toda España.

Cuando concluyó el programa salimos en tromba de la casa. Estábamos anhelantes por comprobar si todo Alcoy había muerto de infarto al vernos, si al salir a la calle nos iban a devorar como a Los Beatles en sus conciertos. Estábamos vestidos como ellos : pantalones campana, gorritas como las que ellos usaban, pelo prudentemente largo, chaquetas ceñidas. En vez de caminar de cualquier modo, nos poníamos en fila o agrupados a lo ancho de la calle. En realidad, sentíamos en aquel instante que Los Beatles éramos nosotros.

-Muy bien, chavales, muy bien- nos decían los mayores.

-Son unos cabrones. El premio era vuestro. Érais los mejores.

-¿Me guiñabas a mí, Camilo?

-Estupendo. Los Dayson, los mejores.

Se dirigían a nosotros las amas de casa, los dueños de los bares, los guardias municipales, los niños de las escuelas. Y sobre todo la gente de nuestra edad, nuestros incondicionales. Todo Alcoy estaba entusiasmado de que alguien del lugar fuera tan famoso como para salir cantanto en la televisión, que por entonces sólo tenía en España ocho años de vida : todavía es un milagro aparecer en la pantalla. Éramos indiscutiblemente los número uno, la gloria del pueblo. El viaje a Madrid nos había costado bastante dinero, pero aquella aparición multiplicaría nuestros contratos, nuestras actuaciones, aunque no nuestras tarifas. Claro que eso nos importaba muy poco. Estábamos seguros de que íbamos por el buen camino. Ahítos del halago de nuestros vecinos, muy de noche nos encerramos en nuestra nave para comentar lo sucedido. Y allí, rodeados de los rostros de nuestros queridos Escarabajos liverpulanos, con Pablito MacCartney al frente de ellos, dudábamos sobre cómo sería el camino de la gloria. Si aquel primer paso había resultado tan dulce, tan maravilloso, era difícil soñar a qué sabría la fama en Valencia, en Barcelona, en Madrid, en México, en Los Ángeles... Como un paisaje primaveral, a mí me parecía todo sencillo, plácido y luminoso. Tal vez si alguien me hubiera susurrado al oído algunas historias que iban a ocurrirme, habría decidido en aquel momento continuar con mis cuadros para el señor Cerdá. O no. Aún de ese modo habría seguido el camino, habría dicho que sí. La música empezaba a estar por encima de mí, por encima de mis intereses personales, de mi comodidad, de mi sosiego. La música circulaba por mis venas, mezclada a mi sangre, contribuía a mantenerme vivo, era parte esencial de mí mismo. ¿Cómo podría renunciar? Lo que la música pudiera darme carecía de importancia ; sólo importaba lo que yo podría dar a la música. Se trataba de una especie de deber, de un destino ineluctable. Y pasados los exámenes, era necesario dedicarse a ejercer la carrera.FB_IMG_1573163043636.jpg
 
Biografia y memorias de CAMILO SESTO

Capitulo 12

"Las dos novias"

-No es bueno que trabajes tanto, Camilo

-Si no es tanto, madre. Me gusta.

-Pero estás muchas horas.

Estoy ganando dinero. Y me gusta. Tengo que prepararme.

La señora Joaquina miraba por encima del hombro, me tocaba suavemente los brazos, movía la cabeza. Sobre la mesa camilla de mi habitación tenía extendidas algunas láminas de papel blanco que iba llenando de pintura. En una esquina, el caballete estaba preparado con un pequeño lienzo todavía intocado. Al fondo, la radio continuaba tendiéndome su poderosa tentación. No era ya la misma casa. Casada ya mi hermana Chelo, se había quedado a vivir en la casita del barrio de santa Rosa y nosotros nos habíamos mudado a un piso cercano al taller de mi padre. Disponía en él de una habitación para mí solo y allí trabajaba. Como si repentinamente me hubiera dado una enfermedad, estaba obsesionado por pintar y por aprender. Paco Esplugues había terminado por convencerme y me matriculé en una llamada Academia de Bellas Artes, situada en el Instituto de Alcoy. Todas las tardes después de comer acudía a las clases, entre un grupo numeroso de aspirantes a artistas. Aquella escuela local era conocida y respetada en toda la provincia, ya que había dado muchos profesionales de la pintura en todas sus ramas, artísticas y artesanas. Pintores, tasadores, restauradores, ilustradores, dibujantes... Y también ceramistas, escultores falleros, diseñadores, grabadores, muchos profesionales habían estudiado y seguían haciéndolo en aquella escuela.

La presión de mis padres para que continuara estudiando no había sido muy fuerte; confiaban en mis propias decisiones, aunque tardara unos meses en tomarlas. Ahora, apenas iniciados los estudios artísticos, mi madre se preocupaba porque los estaba tomando con demasiada seriedad. Con gran rapidez estaba aprendiendo las distintas técnicas y corría a mi habitación a aplicarlas de inmediato. Normalmente pasaba las mañanas en el taller de mi padre, por lo menos hasta que me apetecía marcharme y siempre que no tuviera trabajo como pintor. Después de comer acudía dos o tres horas a clase y dedicaba el resto de la tarde a mis cuadros. Los sábados, domingos y jueves era posible encontrar en las calles de Alcoy, a partir de las siete o a las ocho de la tarde, a algunos amigos. La de San Lorenzo era un poco la del paseo oficial; mi ciudad fue siempre tan bullanguera como laboriosa, pero en esas tardes, sobre todo con buen tiempo, era una delicia recorrer la calle San Lorenzo entre una multitud de conocidos.

-Adiós..., adiós... ¿Cómo estás? Adiós..., adiós...

Uno miraba el aspecto de los otros, la belleza de las muchachas, la unión de las familias, el vestido del vecino. Arriba y abajo, una y otra vez, tropezando con las mismas personas. Y siempre lo mismo.

-Adiós..., adiós... Hola, ¿qué hay? Adiós...

No era aburrido ni monótono. Tenía un sentido del reconocimiento dentro de la tribu, como los animales que se huelen para conocerse. Era una manera de comprobar que seguíamos vivos, que crecíamos y nos íbamos haciendo viejos. En ocasiones aparecía frente a mí la silueta de María Ángeles, "más blanca que la leche y más hermosa que el prado por abril de flores lleno", según la había descrito yo con unos versos de Garcilazo. Nos mirábamos con un gramo de timidez, nos saludábamos como todos los paseantes, nuestro amor se había difuminado. A mi lado, Remigio Barrachina me estaba hablando de canciones y de maravillosos proyectos imposibles. El tiempo era muy largo. Me daba tiempo a visitar el taller, a pasear, a oír la radio -ahora incluso las novelas-, a asistir a las clases y a trabajar. Otra amiga mía estaba empeñada en convertirme en pintor, y tan entusiasmada con mis dones que apenas iniciadas las clases habló con un tal Cerdá, marchante general de todos los artistas de Alcoy. Era un hombre bonachón, grueso pero muy ágil; miraba a la gente con la cabeza un poco inclinada y sonreía siempre. Su negocio era bastante inverosímil, aunque provechoso. Relacionado con comerciantes de arte de toda España, e incluso de algunos países extranjeros, exportaba de Alcoy una cantidad enorme de productos artísticos y artesanales de todo género, especialmente pinturas.

-¿Así que estás dispuesto a trabajar, muchacho?

-Sí, señor.

-¿Y trabajar en serio? ¿No te gustarán a tu edad más los bailes que los lienzos?

-Me Gusta todo. Pero me he prometido a mí mismo tomarme esto seriamente.

Yo no me había prometido nada, desde luego. Cuando mi amiga me habló de la posibilidad de ganar un poco de dinero al mismo tiempo que estudiaba, había respondido afirmativamente, porque lo necesitaba para mis gastos. Barrachina estaba empeñado no sólo en que nos compráramos inmediatamente un tocadiscos y discos, sino incluso instrumentos musicales. Y eso resultaba muy caro. Por lo demás , no me gustaba pedir dinero para mis pequeños gastos personales e incluso para mi ropa. Muy rápidamente mi producción artística comenzó a ser impresionante, no en calidad, desde luego, pero sí en cantidad. Utilizaba todas las técnicas: óleos, acuarelas, carboncillos, lápices, plumilla, incluso a bolígrafo pintaba. Y tan variados como las técnicas eran los tamaños y los temas. Había cuadros grandes, medianos, pequeños, miniaturas; sobre tela, papel o madera. Y no renunciaba a ningún argumento: paisajes, retratos, floreros, bodegones, arlequines, ciervos, payasos... Por supuesto, nunca se me ocurrió intentar la pintura abstracta; ni estaba capacitado para entenderla ni en Alcoy intentaba nadie enseñarla. Primero copiaba estampas clásicas, luego las iba modificando a mi gusto, después retrataba la realidad -casas de Alcoy, el campo de los alrededores, árboles próximos-, finalmente imaginaba mis propios cuadros. Cada diez o quince días acudía a la tienda de Cerdá cargado con el fruto de mis esfuerzos.

-¿Qué tal? ¿Le sirve?

Cerdá inclinaba la cabeza, miraba rápidamente los cuadros, los apilaba a un lado.

-No está mal, no está mal.

Calculaba los precios por el tamaño y por la técnica empleada: había obras de 75 pesetas, de 200, de 500, incluso de 1.000 pesetas; creo que nunca cobré una cantidad superior a ésta.bPagaba siempre a tocateja. Tenía una valoración personal y nadie discutía su decisión; tampoco él discutía la calidad de las "obras de arte". Debía de tener un negocio muy amplio y bien organizado. Le servía todo, lo vendía todo. No era incluso raro que al cabo de varios meses encontraba yo un cuadro mío lujosamente enmarcado expuesto en una tienda de muebles, tanto en Alcoy como en otros pueblos importantes de las cercanías y hasta en Alicante. Antes de profesionalizarme de ese modo, hube de seguir cursillos rápidos de especialización hasta llegar a captar "el estilo Cerdá". Realmente, su taller era una factoría de pinturas.

Trabajaban en ella varias personas y otras muchas lo hacían en sus casas según sus dictados. Al principio yo me reunía con tres hermanas que vivían de eso. Todavía hoy siento adoración por ellas. Dorita, Victoria, Angelines... Angelines sobre todo fue la que me enseñó aquel tipo de pintura; y lo hacía graciosamente, porque aquel muchachito pálido, delgado y alto le caía bien. En su casa, después de pasarme por la academia de Bellas Artes, comenzaba a iniciarme en sus secretos. Los estudios en la academia eran poco rigurosos y nadie se preocupaba de si asistía o no a las clases, de si progresabas o te enterabas de algo. Pero Angelines, mientras trabajaba ella misma, luchaba para que se soltara mi mano y consiguiera imitar su estilo. Su hermana Victoria todavía se echa a llorar cuando voy a visitarla ("ay Camilo, que tonta soy", dice), porque finalmente abandoné la pintura. "Con lo bien que pintabas, Camilo, con lo bien que pintabas". Durante más de cuatro años, prácticamente hasta que me fui de Alcoy, gocé de su amistad y de sus enseñanzas. A cambio, alguna tarde me lanzaba a cantar delante de ellas; por edad supongo, les gustaban las cosas antiguas y la zarzuela. De modo que yo volvía a mis orígenes: Joselito, Valderrama, Machín, y, sobre todo, los maravillosos boleros e incluso canciones de Raquel Meller; algunos de los boleros las hacían llorar de emoción, porque yo los cantaba -debo reconocerlo- con mucho sentimiento. Lo que más me pedían, no obstante, eran romanzas de zarzuela, y justamente aquellas en que era preciso subir más: En la huerta del Segura, donde vive una huertana...

Me ha dado pena que esos fragmentos maravillosos de zarzuela sean acogidos por la gente joven con tanta indiferencia. Algunos intentos de colegas míos por revitalizarlos han fracasado estruendosamente, pero es que también para cantar zarzuela hay que tener condiciones y no se justifica que cuando la melodía sube una octava, el intérprete la baja porque no puede llegar a las notas altas; el estilo es muy importante, pero también la voz. La historia de la música está llena de melodías maravillosas que van cayendo en el olvido por indiferencia de los cantantes, por presiones de las compañías discográficas, por comodidad del oyente. Yo una vez decidí aprenderme algunos lieder de Schubert y aún los canto a voz en grito cuando nadie me oye, al lado de mi piscina o dentro de la ducha: Und er läzst es gehen alles wie es will, dreht, und seiner Leiere steht ihm nimmer still... La historia del viejo músico ambulante que "a todo es indiferente, da vueltas a la manivela y su instrumento suena sin cesar...". cuando escuché a Barbra Streisand, que se atrevió a grabar algunos, me moría de envidia. Pero no me he dado por vencido.

A mis tres maestras vocacionales les encantaba ese género de música, que era mi moneda de pago por tantos favores. Y Cerdá pagaba mis cuadros con pesetas contantes y sonantes, de manera que mi madre recibía cada mes más dinero de su hijo Camilo que de su marido Eliseo. Por lo que recuerdo, mi madre asignaba a la casa una cantidad mensual, que siempre resultaba corta. Yo no tenía inconveniente en entregar a la señora Joaquina todo lo que me producían los cuadros, que era bastante. Dependía, claro, de mis ganas de trabajar; he dicho que me lo tomaba muy en serio. Tal vez intentaba resarcir a mi familia de los gastos que suponían los estudios de José: consideraba que se habían hecho conmigo demasiados sacrificios. Regresaba, pues, de la fábrica de Cerdá y entregaba el dinero tal y como lo había recibido.

-¿Por qué no te lo quedas para ti?- preguntaba mi madre.

-No me hace falta.

-Pero querrás comprarte algo.

-Los lienzos y la pintura.

No se limitaba desde luego a darme dinero para esos gastos. Yo continuaba con una modesta asignación que dependía de mi voluntad y tenía decidido con Remigio que solo compraríamos instrumentos musicales cuando consiguiéramos ganar algo con la música. Más aún: de mi dinero personal empezaba a ahorrar para comprarme a plazos un tocadiscos y las grandes novedades del momento. Ya no podíamos depender solo de la radio... Barrachina empezaba también a trabajar en oficios diversos y juntábamos nuestros duros mientras poníamos los cimientos de nuestro gran proyecto... No quedaba tiempo para el descanso. Viendo yo la alegría de mis padres por mi responsabilidad laboral, no dejaba un minuto los pinceles. Angelines me enseñó la técnica industrial, la pintura en cadena, y aquello era una mina de oro. Colocaba la pintura en las paredes de mi habitación media docena de telas sujetas con chinchetas, imaginaba un tema pictórico, inspirado a veces en los grandes maestros (Veronés, Sorolla, Braque, Vermeer, Van Gogh, Murillo, Manet...), organizaba los colores y comenzaba a pintar en serie. Si en lo alto del cuadro había una nube, mojando el pincel en la misma mezcla conseguía seis nubes casi en el mismo tiempo que me hubiera llevado una sola. Y así sucesivamente. Cuando mi frustración de artista era inaguantable, cambiaba de lugar el árbol, o el perro, o la nube, de manera que los seis cuadros nunca eran exactamente iguales.

A Cerdá no le inquietaba lo más mínimo este sistema. Él vendía pintura por metros cuadrados y le bastaba con no enviar dos cuadros iguales a la misma tienda. Lo que buscaba eran cuadros bonitos y cuantos más mejor. Como descanso de aquella rutina, si ya había cubierto mi cupo económico del mes, pintaba retratos de los miembros de mi familia, o de mis amigos, o de mis profesoras; o paisajes muy elaborados que luego regalaba o alguien conseguía vender por mi cuenta. Lo importante es que me sentía libre, trabajaba en aquello que me gustaba y, además, me pagaban por ello. ¿Qué otra cosa podía pedir un muchacho de dieciséis años?. Sin embargo, aún pedía más. Confuso sobre cuál de las dos amadísimas novias casarme -la pintura o la música-, en realidad me apetecía ser bígamo. Ya tenía dominada a la primera; había que empezar seriamente por la segunda.FB_IMG_1573167206347.jpg
 
Hoy 6 de noviembre FB_IMG_1573167900857.jpgse cumplen 44 años del estreno de la magnífica puesta en escena de la ópera rock Jesucristo Superstar versión española que marcó todo un hito en la historia de los musicales en España gracias al gran visionario que siempre fue Camilo Sesto, siendo hasta ahora la mejor puesta extranjera dicho por el mismo Andrew Lloyd Weber.
 
Biografía y memorias de CAMILO SESTO

CAPITULO 16
MALOS TIEMPOS

Con dieciocho años, éramos ya mayores. O así lo sentíamos.

Y la primera gran decisión conjunta de Los Dayson vino a significar su definitiva separación. A los pocos días de mi cumpleaños, y después de la experiencia en la televisión y en Madrid, acordamos trasladarnos juntos a la capital. José Luis, el guitarrista solista, influyó mucho en la decisión, porque quería comenzar estudios de Arquitectura y en Alicante no había escuela. También yo insistí ante los demás, porque intuía que nuestro lugar como músicos era Madrid. Mis padres no se sorprendieron demasiado cuando se lo dije ; aunque con pena ; me dijeron que si yo pensaba que eso era lo mejor para mi futuro, que me fuera. Siempre estaba a tiempo de volver, en todo caso.

Cargamos nuevamente la furgoneta con instrumentos, maletas y ropa personal y en octubre de 1964 nos trasladamos a Madrid. El mismo Masanet, a través de un conocido, nos buscó una casa dondo alojarnos, un tercer piso en la calle Ailanto, 54, en el barrio de La Ventilla. La calle estaba sin asfaltar, del campo llegaba un viento helado que se colaba por las paredes. Las habitaciones carecían de calefacción y la señora María, que hasta entonces vivía sola con un nieto de corta edad, tenía decidido ofrecernos agua caliente para la ducha solamente los sábados ; el resto de los días había que lavarse saltando y gritando dentro de la ducha y dándole a los más furiosos rock-and-rolls para licuar el hielo. De noche, las almohadas de la cama estaban duras como leños de la taiga siberiana. Estábamos acomodados dos en cada habitación, ya que José Luis se había ido a una pensión de Argüelles que le quedaba más próxima a la Universidad.

Y como teníamos que vivir por nuestros medios, antes incluso que intentar abrirnos camino en la música era preciso sobrevivir. Yo recurrí a mi sistema habitual. Mis amigos pintores me pusieron en contacto con un marchante madrileño amigo suyo llamado Caballero. Creo que ahora es una poderosísima institución en el negocio de la pintura. Por entonces poseía un motocarro y un almacén en La Elipa y, desde luego, muchas ganas de trabajar. Tantas al menos como yo mismo. Regularmente se acercaba a nuestra casa con una buena provisión de lienzos y cartulinas y yo monté un pequeño estudio en el comedor de la señora María : primero, el caballete ; más tarde, paneles para los cuadros en serie. Jesús el batería, que me veía continuamente afanado para sacar dinero para todos, empezó a ayudarme. Fui poco a poco enseñándole a pintarme los fondos de los cuadros, mientras yo me ocupaba de las figuras y detalles. De nuevo, como en los más laboriosos días de Alcoy, me imponía una tarea fuerte : tres o cuarto cuadros diarios, y a veces más. Cuando llegaba Caballero, teníamos en nuestro dormitorio una buena cantidad de obras. Nos las pagaba, dejaba nuevos lienzos y hasta la próxima visita. El batería Jesús era un alumno aventajado ; yo le iba transmitiendo los conocimientos técnicos que me habían dado las hermanas Angelines, Dorita y Victoria y cada vez su ayuda me resultaba más valiosa. Hasta tal punto se aficionó mi amigo que unos meses más tarde decidió dedicarse por completo a la pintura, estudiar y a partir de entonces hasta hoy mismo continúa con esa actividad.

Remigio Barrachina era un poco el administrador de la extraña cooperativa que formábamos. Cobraba de Caballero y se ocupaba de pagar la pensión de los cuatro y de llevarnos a comer a los lugarees más adecuados a nuestro presupuesto. Generalmente comíamos en un bar de albañiles situado cerca de la casa. Si la hora o el hambre nos pillaba por el centro, caminábamos hasta la calle Barbieri, donde estaba el restaurante más barato de Madrid. Por diez pesetas ofrecían tres platos : sopa o potaje, un huevo frito y una salchicha con patatas o algo semejante. Más una fruta de estación como postre.

Durante varios meses, y con la ayuda de Jesús, pinté centenares de cuadros. Los firmaba con el nombre de Campillo, nombre colectivo que usábamos varios artistas de la cuadra del marchante. He visto luego cuadros míos en algunas casas, incluso en una de Nueva York, de un americano, pero jamás me he atrevido a confesar que fuera yo el autore de la obra. Y no por vergüenza, pues algunas de aquellas pinturas eran más que dignas, varias realmente estupendas, sino por pudor. Quizás el hecho de que un cantante hubiera pintado aquello lo hubiese conferido automáticamente el calificativo de obra de aficionado. Y no es así. Los cuadros de Campillo, cualquiera que fuese su autor, solían tener un cierto nivel de calidad, aun realizados en serie y de prisa. Por eso se vendían con tanta prodigalidad en todo el mundo.

Mi relación con la pintura fue siempre la de un amante infiel, debo reconocerlo. Infiel y aprovechado. Sólo ahora sigo practicándola por puro placer, un poco como desagravio a aquellos años que me dio de comer esperando quizá que me quedara con ella para siempre. Ahora, en los escasos momentos de ocio, me encierro en una habitación y pinto lentamente algún cuadro. O un retrato de la mujer que me acompaña. Y no guardo ninguna de esas obras : se las regalo siempre a las personas que están más cerca de mí o a mi madre, que le gusta guardarlas con esmero. Absorto totalmente en la música, con buena parte de mi vida hipotecada por ella, la pintura es una visitante ocasional y plácida, nada exigente, que me recuerda tantos favores recibidos y horas muy agradablemente pasadas. Nunca le he dicho un adiós difinitivo, lo mismo que a mis otras novias de carne y hueso, y no descarto la posibilidad de que algún día, cuando la garganta me falle o me aburran las producciones, regrese a los brazos de esta vieja amante en la intimidad de mis últimos años. Sé que ella no va a echarme en cara esa larga traición con la música.

Porque la música era el pirmer objetivo de Los Dayson en Madrid. Queríamos tocar, pero ¿donde? No conocíamos a nadie, nadie nos conocía. Entre Remigio y yo planeábamos una estrategia. A media tarde salíamos los cinco músicos de casa y comenzábamos las investigaciones. Nos acercábamos a las chicas por la calle.

-Oye, ¿vosotras dónde moveís el esqueleto?

-En tal sitio.

-¿Y tienen buenas orquestas?

-Las hay buenas y malas, según.

Bastaba con que nos mencionaran un par de veces un lugar para que nos presentáramos allí para pedir trabajo. No nos sentíamos tímidos o asustados y, por lo demás, teníamos ya un pequeño curriculum : habíamos salido por la tele.

Además de ese camino, íbamos también por el más directo. Allí donde veíamos un cartel o un anuncio que dijera "baile", "club", "sala de fiestas" o similar, llamábamos y pedíamos audiencia. José Luis se informaba en la Universidad de los lugares a los que acudían los jóvenes y el resto del grupo se mantenía con todas las antenas bien desplegadas para captar cualquier información útil sobre el mundillo musical de la bullente capital española.

-Oye, los sábados, ¿donde vais a bailar?

-A "Los Boys", ¿por qué?

-¿Y por dónde cae ese sitio?

-Por Usera.

Allá fuimos, como a tantos otros sitios. Era una especie de garajón enorme y horroroso, con las paredes sucias y húmedas. El dueño aceptó hacernos una prueba y nos contrató para el sábado siguiente. A mí me pareció como un "The Cavern" a la española. En medio de nuestra actuación, un tipo completamente vestido de negro, adornado con cadenas y herrajes de todo tipo, pelo largo, muñequera, gafas oscuras ; un tipo con un aspecto terrible empezó a hacerme muecas de burla mientras bailaba. Yo dejé la canción a la midtad, abandoné el micro en el suelo y me lancé a la pista. No era fácil ganarme bailando el rock-and-roll. Pronto nos hicieron corro y aparecieron dos chicas en la competición. Al terminar, el fulano me abrazó con fuerza y dijo :

-A partir de ahora seréis los líderes musicales de nuestra Banda de lo Ojos Negros.

-¿Yo? ¿Has visto el color de mis ojos?

-Da lo mismo. Cantas y bailas como dios. Asunto hecho.

Aquella banda estrafalaria y suburbial estaba formada por una docena de bailones formidables, trabajadores duros y entusiastas del rock-and-roll. Iban armados de cadenas de motos, cuchillos y resultaban realmente peligrosos. Así que eran los verdaderos dueños de "Los Boys". Sin embargo, gracias a su admiración por nosotros, se convirtieron enseguida en nuestros protectores. Sus chicas eran también nuestras chicas.

Fueron a ver al dueño del local.

-Nos van Los Dayson. ¡Contrátalos!

-Pero tengo muchos compromisos...

-¡Contrátalos! Son los mejores.

-Bueno, sí.

-Pues eso.

-De acuerdo, de acuerdo. Actuarán un par de veces al mes.

Nos pagaban una miseria, apenas para costearnos el Metro y la cena, pero nos sentíamos felices. No éramos sólo músicos de escenarios -por cutre y desolado que fuera el de Los Boys- sino que participábamos en los bailes, nos divertíamos como todo el mundo.

Muy poco después, un mánager llamado José Luis Pascual, que tenía la oficina por detrás de la calle de Leganitos y llevaba al batería Regoli, primo segundo de nuestro guitarra rítmica, nos consiguió de compromiso una audición de Antonio Alonso, actor de cine y casado más tarde con una marquesa, dueño de "El Parnaso". Era el primer club en plan fino que hubo en Madrid, antes del "Nica's" de Nicholas Ray. En "El Parnaso" actuaban ya los grupos de más renombre de Madrid y muy pronto Los Dayson pudimos codearnos con ellos. Cada vez que actuábamos allí nos podíamos permitir el lujo de despreciar el restaurante de la calle Barbieri. Incluso comíamos pollo, que era un lujo asiático en aquella España del despegue económico : Barrachina no ponía pegas de tipo económico. Claro que no podíamos echar la casa por la ventana. Cuando regresábamos de trabajar, por la noche, era un espanto cruzar el puente de Legazpi : del río soplaba un viento helado. Entonces nos montábamos los cinco en un taxi, y nada más pasar el puente decíamos :

-Mire, mejor déjenos usted aquí, que vamos a visitar a un amigo...

Pagábamos las seis pesetas del trayecto y seguíamos el viaje en Metro hasta nuestra casa de la Plaza de Castilla.

Claro que raramente volvíamos temprano a casa. Muy pronto empezaron a rondar junto a nosotros las chicas. Sólo en "El Parnaso" recuerdo haber tenido cinco novietas a la vez, entre ellas las dos hermanas Galbó. Pero esas primeras adquisiciones de mi harén pertenecen a otro capítulo... Al término del espectáculo, las invitaba a dar un paseo y a tomar un bocadillo en una tasca, o nos quedábamos bailando si detrás de nosotros se presentaba otra orquesta. Mari Carmen, Lali, Pilar, Cristina y Beatriz Galbó... Yo tenía dieciocho años.

Sin embargo, aquello no era vida. En el mismísimo "Copacabana", su propietario nos permitía ensayar en una especie de ático enorme en donde colgaban a secar manteles y servilletas. En aquel tendedero, mientras las telas se enredaban a veces en los instrumentos, fuimos montando el Help de Los Beatles... Cuando comíamos, no cenábamos. Cuando cenábamos, nos helábamos de frío en nuestra pensión. El grupo empezó a tambalearse, quizá porque ninguno de sus otros miembros tenía tanta pasión como yo por la música. La madre de Remigio empezó a decir que le daban ataques por estar lejos de su hijo y como éramos menores de edad obligó a mi amigo a regresar a Alcoy. Allí sigue todavía, casado y con dos hijas, relacionado tangencialmente con la música, pero dedicado a otros asuntos. José Luis aprovechó la oportunidad para explicar que debía ocuparse de sus estudios de arquitectura, un poco intocados con tanto baile y tanto ajetreo. Hoy es un gran arquitecto. Y Jesús, experto ya en cuadros de Campillo, prefirió también ensayar esa vía. Primero nos quedamos tres, luego dos... Los Dayson morían cuando parecía posible conseguir algo. Era el mismo cáncer que destruía a tantos guops españoles de la época.

Cuando Los Dayson éramos tres -Jesús el batería, Emilio el primo de Regoli y yo- nos mudamos a la calle de Isabel la Católica, a un piso situado encima de una panadería. Teníamos una habitación para los tres con dos camas, de modo que nos turnábamos para dormir dos en una cama y el otro en la otra. Una noche los dos a los que había correspondido cama compartida aparecieron rojos de ronchas y sarpullido. Pensamos al principio que nos había sentado mal la cena, pero todos habíamos cenado lo mismo : una tortilla francesa. A la noche siguiente, a mi compañero de cama volvió a ocurrirle lo mismo. A la tercera, uno se despertó, encendió la luz y se encontró la cama como redil de chinches. Yo debo de tener la sangre agria o amarga, en todo caso poco apetitosa para los bichos, ni los feroces mosquitos del trópico me atacan, pero mis compañeros parecían alfombras bujaras. Habíamos dejado la casa helada y nos habíamos metido en aquella habitación que parecía un zoo entomológico, con una cortina por puerta. Escapamos al día siguiente.

Solos los tres, ni actuaciones ni perspectivas. Fueron unas semanas espantosas, hasta que Jesús nos abandonó también. Pasada la Navidad, todo parecía perdido. Sin embargo, yo me ocupaba de escribir a mi madre cartas en que le contaba que vivíamos poco menos que en maravillosos palacios, que comíamos en los mejores restaurantes de Madrid y que todo era maravilloso.

Emilio y yo andábamos ya a la desesperada. Nos había oído tocar mucha gente, nos sobraban las chicas, pero todo parecía oscuro. En Madrid había entonces miles de chavales llegados de todo el país, como nosotros, y con ganas de afirmarse en la profesión de músicos. ¿Cómo salir adelante.

Al fin me llamó alguien.

-Oye, Camilo, que Cefe se va a la mili, ¿lo conoces? Nos hace falta la voz solista. ¿Qué te parece?

-Hombre, gracias, pero yo estoy con Emilio ; no puedo dejarlo solo.

Aquel tipo pidió tiempo para pensarlo. Era uno del grupo llamado Cefe y Los Gigantes, del cual Ceferino Feito (Daniel Velázquez, más tarde) desaparecía. Debieron de echar a la calle a su guitarra rítimica y nos metimos Emilio y yo con ellos. Durante toda una semana fui el cantante solista de Los Gigantes y hasta tuvimos tiempo de actuar en el Club Victoria, de la cadena Consulado... ¿Cómo seguir veinte años después las microhistorias de todos los grupos de la época?

No recuerdo por qué : Los Gigantes se desintegraron a la semana de haberme incluido a mí entre ellos. No batimos el récord de brevedad ; creo que lo tenían The Mistery Men, que se formaron un viernes, actuaron el domingo, encapuchados, y el lunes dejaban de existir. Y otra vez en la calle. Pero al mismo tiempo se disuelven una vez más Los Botines porque su cantante solista, Manolo Pelayo, ha decidido abrirse camino como solista (Rufo el pescador...). Los Botines se habían llamado antes Los Diablos Negros, y antes Las Estrellas Negras, y antes Los Vultures, creo, y antes... Eran gente muy famosa, imitadores también de Los Beatles ; aparecían fotografiados en periódicos y revistas, siempre muy elegantes, muy finos. Incluso ya tenían algunos discos grabados, es decir, contrato con una compañia discográfica. Andaban por allí el guitarra Paco Candela, que ahora tiene en Madrid una horchatería y un negocio de alfombras de Crevillente ; Manolo Varela, batería, ahora enrolado en una empresa de espectáculos. Y los suizos Dominique Varcher y Daniel Grandchamp que se habían traído de su país Alain Milhaud, el reorganizador del grupo. Creo que al final el único Botín auténtico era Varela. Los demás éramos Los Gigantes y los dos suizos. Todo esto sucedía en la primavera de 1965.

Estos primeros Botines -primeros en lo que a mí me toca- tuvieron durante poco más de un año una actividad muy fuerte, aunque sin lograr en ningún momento un puesto privilegiado bajo el sol. Trabajábamos casi todoas los fines de semana, a veces dos veces en un mismo día, y aceptábamos cualquier tipo de oferta. Era un tobogán sin frenos, una droga en la que ninguno o muy pocos de nosotros se daba cuenta de lo que estaba viviendo, una gran borrachera continua entre cuyas brumas giraban actuaciones, insomnios, chicas, amigos repentinos, desapariciones súbitas, dinero escaso, cambios constantes de domicilio, aplausos, tristezas... Y la mismísima sombra de la muerte.

Los bailones de "Los Boys" y "Copacabana", con toda la Banda de los Ojos Negros, quedaban ya lejos. Otros grupos recién venidos "de provincias" ocupaban nuestro puesto. Los Botines actuaban en "El Parnaso", en "Acuario", en la cadena Consulado.

Eln el mes de julio de aquel año 1965, creo que el día 2, había conseguido por fin verlos en persona. No había demasiada gente en la plaza de toros de Madrid porque las entradas resultaban carísimas : cuatrocientas pesetas. Era una verdadera fortuna para un joven, pero los Escarabajos cobraban ya cuatro millones de pesetas por la actuación. No se habló mucho de su presencia en España -todavía a los adultos les daba miedo su música- pero para todos nosotros fue como recibir un maná que habíamos esperado tanto. Y todos nosotros estábamos allí, desde luego : desde los pioneros del Price hasta los últimos enfebrecidos del barrio de Usera, desde las descubridoras del twist, que quizá se habían casado ya , hasta las niñas que colgaban el uniforme del colegio en casa de una amiga y se disfrazaban de mayores para asistir al Club Victoria. Todos deseábamos verlos, hablar con ellos, pero los rodeaban tantos policías que nadie logró acercarse a ninguno de los cuatro a menos de cien metros. Todavía éramos como una sociedad secreta, como adictos a una religión que nadie comprendía, devotos de aquellos cuatro melenudos cuyas canciones nos oxigenaban el alma. Los que aquel día estuvimos allí, incluso después de haber pedido dinero prestado, jamás podremos olvidar fiesta tan grandiosa?

Curiosamente, mi admiración no tenía la menor sombra de envidia, tal vez porque jamás he sido envidioso o porque me parecía justo que Paul estuviera entre Los Beatles y yo entre Los Botines. A fin de cuentas, nosotros no hacíamos sino imitarlos. Tampoco me avergonzaba comparar nuestros contratos con los suyos.

Contratos como uno que recuerdo para una actuación en una piscina de Las Rozas, a una veintena de kilómetros de Madrid. Se especificaba en los pactos que teníamos derecho a entrar en las instalaciones por la mañana, a bañarnos... y a comer una paella. La paella era detestable, desde luego, pero ni a un experto como yo le hizo ascos ; el que nos garantizaran una comida abundante era algo de vital importancia. Nos bañamos, pues, comimos y después fuimos montando nuestro equipo (no teníamos técnicos que nos ayudaran, por supuesto) en un estradillo y nos pasamos la tarde tocando mientras los bañistas bailaban. Tocamos hasta media noche y todavía nos quedamos de juerga algunas horas más porque yo acababa de conocer a una mujer espléndida, cantante también, que me había prometido aparecer por la piscina cuando terminara de actuar... en Cartagena, a más de cuatrocientos quilómetros. Se llamaba Laura Casale y comenzábamos un largo y tormentoso idilio. Allí la esperamos en compañia de otro grupo llamado Tom Cat y los No-sé-qué, que había compartido el escenario con nosotros a lo largo de seis u ocho horas.

Quizá ya entonces comenzábamos a ser conocidos como Camilo y Los Botines. Teníamos cierto número de canciones propias, y no mucho más tarde grabamos dos de ellas en Sonoplay : Te voy a explicar y Eres un vago. Claro que como no pertenecíamos a la Sociedad de Autores, las firmó otra persona, que trabajaba en la compañia discográfica. No debió de servirle económicamente de mucho porque el disco pasó totalmente inadvertido. O al menos no fue lo que se dice un gran éxito. Y a nosotros ni siquiera nos sirvió como publicidad.

Llegamos incluso a grabar algunas maquetas, pero yo seguía bajo contrato con Sonoplay, en donde Herminio Verdú y Pedro Mengíbar y Adolfo Waitzman, director artístico, querían lanzarme a mí solo como cantante, acompañado de Los Botines. Ellos se negaron y yo me decidí a grabar solo porque había entrado ya en Caja y en cualquier momento podían llamarme al servicio militar.

Pasado el verano, las actuaciones escaseaban. Yo, en los momentos de apuro, volvía a la pintura, piadoso salvavidas. Y a falta de práctica, me metía a hacer coros para los amigos y conocidos. Por aquellos días reaparecía una vez más Miguel Ríos con aquello de cuando oigo sonar una guitarra, vuelve entre sus notas mi canción. Le hice coros en algunas canciones, sobre todo en una en catalán.

Y entre ensayos con Los Botines, cambios de músicos en Los Botines, los primeros problemas amorosos serios, encuentros y desencuentros con amigos y colegas, se insinuaba ya el verano del 66. Mantuvimos una reunión para organizar el trabajo, porque yo pensaba que podíamos ganar un poco de dinero, aprovechando nuestra fama y el trabajo preparado en el invierno, y resacirnos de meses tan malos. Estaba con nosotros Paco Candela, el antiguo guitarra, el de la horchatería, que actuaba como mánager. Discutíamos de trabajo cuando alzó la voz el guitarra solista Rodrigo Alcaraz, Roche.

-Oye, que este verano no voy a estar. Me voy de vacaciones con mis padres a Andalucía.

Era sevillano, de familia rica. No necesitaba dinero. Y el tipo decía que se iba de vacaciones después de haber pasado todos más de un año preparando las actuaciones del verano... No podíamos creerlo, pero así era.

-Pues se acabaron Los Botines. Si no queréis trabajar, adiós Los Botines.

Curiosamente, a todo el mundo le parecieron bien mis palabras. Les dije que se las arreglaran como pudieran. Si no jitenían guitarra, también se quedaban sin la voz solista. Y nos dijimos adiós.

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Biografía y memorias de CAMILO SESTO

CAPITULO 17

"EL VERTIGO"

Mari Carmen trabajaba en una joyería. Era morena, guapísima, ferozmente apasionada. Pilar vivía cerca de "El Parnaso" y acudía al club casi todos los días. Era también morena y yo estaba entusiasmado por ella. Lali trabajaba en montajes y vivía por la zona de Embajadores; mariposeaba mucho a mi alrededor hasta que un día me la trajo Jacqueline a mi casa, me acosté con ella y se armó tal escándalo que hubo que llamar a la policía.

Cristina Galbó, la de la película Del rosa y amarillo; también acudía a "El Parnaso" , nuestro amor fue perfectamente rosa, como el de su película, tierno y dulce como ella misma, un amor platónico y hermosísimo que aún permanece. Su hermana Beatriz era también muy guapa, pero de carácter diferente estaba Laura Casale. Y todas las demás...

De pronto, sin pretenderlo deliberadamente, estaba metido en una atmósfera en la que la respiración resultaba difícil.

Hasta la aparición de Laura, en realidad, mi relación con todas aquellas chicas había sido casi plácida; eran raras las escenas de celos, todas aceptaban que el vocalista de un grupo famoso saliera al mismo tiempo con varias según su propio humor o según las circunstancias. Por mi parte, nunca he tenido problemas en querer, y querer mucho, a varias mujeres al mismo tiempo. Más aún - y es algo que sorprende a todos mis amigos - nunca he llegado a rupturas definitivas o a peleas sin solución. Por eso hablan ellos del harén. Confieso que no puedo comprenderlo, pero siempre se han mantenido unidas a mí todas las mujeres con las que he convivido; sigo siendo amigo de todas ellas, amante ocasional incluso. Frecuentemente hablamos por teléfono, nos encontramos en concierto, en casa de amigos comunes, incluso en las nuestras.

Esa relación, naturalmente, es más intentarlo con unas que otras, pero nunca he roto mis relaciones con ninguna. Así que, en veinte años, he ido acumulando docenas y docenas de apasionados amores, estables o efímeros, plácidos o violentos, conflictivos o segados, celosos e infieles. Dedicarles aquí a todos ellos el espacio que han tenido y siguen teniendo en mi vida, intentar describirlos con pormenores y detalles precisos supondría llenar más páginas de las que llevo ya escritas y que empiezan a parecerme excesivas. En realidad, ¿ tiene alguna importancia para los demás el gesto soñador de Cristina, la belleza increíble de las piernas de Amelia, lo que sucedió en un ascensor con María Luisa...?tal vez sea suficiente extraer la memoria de una pequeña antología, aquellas mujeres que más influjo han tenido en mi vida, las que me enseñaron a amar de forma más dramática o duradera, las que con su inolvidable presencia protagonizan las palabras de tantas canciones mías - aun en secreto -, las que llenan mi música.

En medio del desmadre de la formación y del desmembramiento de los grupos apareció un enano muy liante que se llamaba Teddy Ray y había organizado una especie de caravana musical para ir a Salamanca: conjuntos, cantantes, actores gente de circo... Manolo Varela andaba liado con la secretaria de Laura Casale, Jaqueline, y me fui con él a televisión donde acababa de actuar su patrona. El me había recogido de una piscina. Aparece la Casale, rubia, despampanante y se asoma al interior del coche:

-¡ Ay, qué niña tan rica! - va y dice.

-Oye, que no soy una niña. Soy un hombre, ¿ no lo ves? - respondí un tanto enfadado.

Mi piel quemada por el sol y todavía más delgado que ahora... No sé si pesaría sesenta kilos ... Se colocó a nuestro lado el autobús del enano y empezó a subir gente.

-¿ Por qué no vienes a Salamanca con nosotros? - me preguntó la Casale.

Me gust6ó la idea. No tenía nada mejor que hacer.

Me fui con ellos. Iba en el grupo un cantante llamado Fredy que hacia anuncios de un café y cantaba aquello de voy a pasar mi luna de miel en Tenerife. Iba un conjunto inglés con dos cantantes, uno rubio con una melena tipo Jane Mansfield y el otro moreno y pintadísimo, los dos con una pluma como para ingresar a la Academia ... Llegamos con una hora de retraso a la plaza Mayor de Salamanca y la gente estaba furiosa. Empezó a gritar y a abroncarnos antes de bajar del autocar. Yo pensé que cuando aparecieran los ingleses con aquellas pintas y la Casale, explosiva como una bomba atómica, el enano y los demás, iban a lincharnos a todos. Pero alguien calmó los ánimos y el festival se desarrolló sin problemas. En el regreso Laura se pasó el viaje arropándome y cuidándome como una madre; me obligo con una caricia a bajar en una parada y me hizo beber un vaso de café con leche y comerme un bocadillo, porque sabia que no había cenado y estaba amaneciendo.

Así empezó un romance que duró casi cinco años, hasta el 9 de Enero de 1970.

Laura Casale era italiana, de Turín, pero había vivido muchos años en Francia. En el año 1962 había ganado el Festival del Mediterráneo con una canción que decía cuando conmigo estás, je t´ aime ..., je t´ aime ..., después de que Federico Gallo , en directo por televisión, dijera que había habido fraude en la votación que daba vencedora a Nubes de Colores, cantada por José Guardiola. Se dieron más votos que votantes había. En España Laura se hizo famosa en seguida, por tanto por sus canciones como por su aspecto físico. Tendría cuando yo la conocí... la verdad es que nunca supe su verdadera edad; era bastante mayor que yo. Y era de esas mujeres que hacen volver la cabeza al verlas. En cuestiones sentimentales era tan furiosa e insaciable como su aspecto físico hacía pensar, géminis fogosa y absorbente, volcánica.

Cuando la conocí en el viaje a Salamanca era novia del manager de Los Botines. Paco Candela, pero estaba al mismo tiempo liada con otro músico del dúo mexicano Los Yorsis, Alejandro Malpica, uno que cantaba un asunto muy ingenioso con este estribillo: rascacaracatisquitascatisqui ...¿O vivía con Malpica y estaba liada con Candela? ¿O vivía con los dos? Aquello era realidad como una telenovela escrita por un loco.

Malpica me llamaba " el flaco" cuando me veía en la casa de ella en la calle Ilustración, a la que me invitaba a comer suculentas pastas casi todos los días. Yo aparentaba quince años, de modo que Malpica nunca me vio como un contrincante hasta que, unos días mas tarde, en uno de aquellos arranques de furia a los que me acostumbraría yo muy pronto, lo echó a patadas de su casa, con maletas y bagajes, en una escena maravillosa de gritos, insultos y tortas. Casi sin comerlo ni beberlo me quedé de amo y señor de aquella casa.

Como me había quedado sin Botines, pasé el verano acompañándola en sus galas y cumpliendo rigurosa e incansablemente mi papel de garañón exclusivo del que Laura tenía imperiosa y continua necesidad. Y en cualquier parte.

Únicamente he conocido en mi vida a otra mujer que se le pudiera comparar en sus arrebatos eróticos. Cualquier sitio público o privado, cualquier momento, eran buenos para demostraciones de amor. No importaba dónde: cines, ascensores, bañeras pasillos, cabinas telefónicas, un bosquecillo junto a la carretera, de día, de noche... En cualquier momento estaba dispuesta a hacerme un alivio.

Cuando me cité con ella por primera vez, en los bajos del " Rex"- ella vestía un traje amarillo con un escote en la espalda que llegaba hasta donde aquélla "pierde su honesto nombre"; yo me había puesto un traje azul cruzado, lo mejor que tenía - le regalé mi primera rosa "Royal Bus".

-No sé si llevarte a bailar o al colegio - dijo ella.

-Por una mujer como tú daría la vida - le respondí muy serio.

Laura no se demoró mucho en sus exigencias. Fue el día 18 de Julio, día de San Camilo de Lelis, "celestial" patrono de los hospitales", como mi tocayo escribe en el encabezamiento de su espléndida y terrible novela " San Camilo, 1936", que leí años mas tarde "con gran aprovechamiento", como también él diría... 18 de Julio, fiesta nacional todavía y todavía mi santo, que luego me lo han retrasado en el Vaticano al día 14.

Cuando llegué a casa de Laura, me dijo tranquilamente:

-¿ Qué quieres como regalo de cumpleaños?

Tú ya lo sabes, Laura...

Y se desnudó en medio de la habitación. ¡ Madre mía! Y toda ella sola para mí...

Pues bien, a veces, para recuperarme de tan satisfactorios y constantes esfuerzos, me quedaba solo en casa ( vivíamos en tres o cuatro diferentes, sobre todo en una de la calle de Ibiza) mientras ella iba a actuar. Me quedaba pintando, como siempre para "Marcos y Molduras Caballero", ya que, sin músicos, debía seguir ganándome la vida por mi cuenta. Con Laura, cada uno tenía su propio dinero ( aunque, en mi caso, hablar de dinero en esa época me parece excesivo). Ella ganaba mucho más.

Y una tarde apareció por allí Varela con su novia Jacqueline y Lali, la de los montajes. La tal Jaqueline tenía unos líos horrorosos con todo el mundo, especialmente con su socio. Muy hábil en lo amoroso, como buena francesa, se las arregló para que Lali y yo fuéramos a la cama juntos.

Y en esas estábamos cuando apareció Laura Casale. Empezaron a volar lámparas y discos, almohadones y sillas. Todo dios chillaba y sacaba a relucir trapos sucios. En seguida llegaron los golpes, tirones de pelo, revolcones. ¡Y yo con 19 años en aquel berenjenal! Laura no estaba enfadada conmigo; sabía de mi capacidad de ser fiel, pero también de hombre y sabía que no busqué aquello, sino que fue su secretaria la que me puso a Lali en bandeja y cama mientras ella faltaba de casa.

Y furiosa también con Varela, el cual a su vez tenía problemas con la francesa... Aquello era un desastre monstruoso y yo estaba en el medio de todo y de todos.

En cierto momento de la batalla, Jaqueline decide solucionar la cosa cortándose las venas con una botella de ginebra rota. Agita la muñecas delante de nosotros y comienza a salpicarnos la sangre. Todo el mundo se pone histérico y alguien llama a la Policía y a un médico.

Antes de que aparezca, Laura tiene un arranque de sensatez. Se da cuenta de que todavía soy menor de edad y que pueden surgirme problemas, me esconde en un armario y entre todos intentan explicarles lo ocurrido a los policías, que no consiguen aclararse. Al final, se llevan a Jacqueline a un hospital y deciden olvidar el incidente.

Fue el primer gran shock de mi vida profesional, el primero serio. Salí del armario llorando, gritando improperios contra todos aquellos amigos que se amaban y se odiaban al mismo tiempo, que flotaban en la vida como nubes de plástico, que no se paraban un segundo a pensar en nada. Era terrible.

Inmensos arranques de amor y escenas semejantes fueron el caldo habitual de mis años con Laura Casale. La mujer que de pronto se montaba en el coche y conducía hasta Almería para llevarme a la mili una caja de ostras, se liaba a golpes conmigo en arrebatos de celos, echaba cerrojos en la casa para que no pudiera salir y me amenazaba con el su***dio si la abandonaba. Todo ello en medio de las más frenéticas escenas de amor. ¿Cómo resistirlo todo a los veinte años?.

Lo resistí.

Incluso cuando intenté segar de raíz mi incipiente carrera cinematográfica...Manolito Varela, me habló de un productor que me buscaba para que me presentara a unas pruebas que estaban haciendo para la película Los Chicos de Preu. Ofrecían dieciséis mil pesetas a cada uno de los protagonistas, poco dinero entonces pero que a mí me venía muy bien, aún cuando debía aportar vestuario propio. Pedro Masó me aceptó enseguida: "Exactamente eres el muchacho que necesito". Mi papel era de hijo de José Luis López Vázquez y formaba parte de un grupo de jóvenes protagonistas, entre los que estaban Emilio Gutiérrez Caba, Marta Baizán, Karina, María José Goyanes...y Cristina Galbó. Una tarde, concluido el rodaje del día, fuimos en grupo a una discoteca. Allí como de costumbre, me entretuve con Cristina y tardé cosa de una hora en llegar a casa. Laura Casale se enteró de inmediato y al día siguiente se levantó en silencio, cerró con llave la puerta de la casa, sabiendo el daño que me hacía y sabiendo que me estaba esperando medio centenar de personas para trabajar. El rodaje tuvo que suspenderse durante toda la mañana por culpa mía, mientras Laura y yo nos peleábamos a puerta cerrada. Y el jadeo posterior me impidió ir a cantar al Club Caravelle, donde el teatro Barceló, el Pachá de hoy, en donde trabajaba entonces.

La vida con aquella Marilyn Monroe era muy difícil. Si no hubiera existido el intermedio de la mili, no hubiera podido resistir tanto a su lado. Las broncas, siempre por celos eran continuas. Incluso un día en Torremolinos me lanzó un tocadiscos porque estaba bailando un rock-and-roll con una hermana suya. Todos los objetos volaban de sus manos y yo, naturalmente, no podía quedarme quieto. Así que había que liarse a tortazos de vez en cuando para calmar los ánimos. Y, sin embargo, Laura Casale se portó maravillosamente conmigo. Me quiso mucho, me cuidaba con un cariño inmenso. No solo era una mujer apantallante, a cuyo lado cualquier hombre se cree un genio, sino que poseía enormes virtudes. Realmente nos queríamos con cuerpo y alma, con piel, huesos y sangre.

Y cuando ahora, de tarde en tarde, nos vemos, sabemos que todavía seguimos queriéndonos.

Pero no podíamos vivir juntos.

Una tarde, el 9 de enero de 1970, después de una pelea terrible, decidí marcharme de su casa. Mientras pensaba en dónde iba a pasar la noche, fui a cenar, al cine y luego a la discoteca "Jota Jota" para meditar en mi futuro y calmar mis nervios. Allí me encontré con una amiga que había conocido poco tiempo atrás, Rosetta Arbex, secretaria de Juan Pardo.

Le conté mis sufrimientos y ella me dijo:

-No eres solo tú el que sufre, acaba de ocurrirme algo parecido...

¿Por qué era todo tan complicado? ¿Tan sencillo? Para consolarnos mutuamente de nuestros sinsabores, Rosetta me dijo que podía irme a dormir a su casa, ya que no tenía otro lugar en donde hacerlo. Me quedé a su lado ocho meses, que no fueron más pacíficos que los cuatro años y pico que pasé con Laura Casale.


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