Me he enterado de la muerte de Miguel Boyer hace menos de una hora. En lo primero que he pensado (sí, sé que soy una mala pécora y una malpensada) es que ya tiene vía libre para ir a la caza y captura de Florentino Pérez. A rey muerto, rey puesto.
No he entendido nunca el afán protagónico que le entró a esta mujer después de que su marido padeciera un ictus ni que la prensa del corazón hablara de este hecho como si fuera una muerte en vida. Es una enfermedad dura e incapacitante, pero no es el fin del mundo. Y hay familias en condiciones mucho más desfavorecidas que ésta y salen adelante.
Claro que supone una tragedia si no tiene una por costumbre ni limpiarse sola los mocos o hacerse un café. Si no se ha sido en la vida poco más que un elemento ornamental, el hacerse cargo de la coordinación de los cuidados de una persona dependiente (ya ni hablemos de que los tuviera que asumir ella solita) y de la intendencia doméstica sería poco menos que la condena de Sísifo.
Creo que es en lo primero que hemos pensado todas...