Biografìa-Obra: Bécquer, Benedetti, Borges, Camus, Cortázar, Faulkner, Galeano , G.Lorca, G.Márquez, Joyce, Kafka, Lessing , Mann, Orwell, Proust, etc

Cinco años sin Eduardo Galeano: recuerdos de su vida y legado desde los ojos de una “Pulga”
El hogar montevideano del gran autor uruguayo se encuentra en camino de convertirse en un museo, pero las dificultades económicas no permiten que se lleve a cabo. Infobae Cultura dialogó con Mariana Mactas, su hija de crianza, sobre el proyecto y recordó algunas anécdotas sobre el escritor y periodista

Por Leni González
13 de abril de 2020




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Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Noam Chomsky, Caetano Veloso, Chico Buarque y Elena Poniatowska son algunas de las personalidades que forman la Asociación internacional de amigos de Eduardo Galeano, tan ecléctica como convencida por un mismo fin: que la casa del escritor y periodista uruguayo se convierta en un centro cultural.


Hasta su muerte -de la que hoy se cumplen cinco años- y desde 1985 cuando volvió del exilio, Eduardo Galeano vivió en una casa en Malvín, un elegante barrio al sureste de Montevideo, cerca de la costa. Propiedad que la viuda del escritor, Helena Villagra, quiere poner a la venta pero con la condición de que sea preservada como patrimonio cultural y no que termine convertida en un estacionamiento. Es el lugar donde el autor de La trilogía del fuego produjo obra durante tres décadas, donde están sus libros y archivos, muebles y documentos, acopio de toda una vida de experiencias y viajes por su amada Latinoamérica.

Chalé sin ostentaciones de 140 metros cuadrados y dos jardines, valuado en 500.000 dólares, con murales pintados en la fachada y el patio por el mismo Galeano, la intención de la propietaria es que este ícono del vecindario sea conservado por una institución pública o privada, comprometida en crear un lugar de encuentro para lectores, intelectuales, artistas y curiosos.


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Jardín de la casa de Eduardo Galeano



“El ministerio de Cultura del estado uruguayo la declaró de interés. Pero como debe ser una participación público-privada, se están buscando posibles interesados en ayudar a financiar la compra de la casa. La intendencia municipal de Montevideo está dispuesta a ocuparse de mantenimiento, difusión e inclusión en un circuito cultural turístico de la ciudad. Y si bien son muchos los contactos en todas partes y es general el consenso para que ese lugar no se pierda, seguimos sin encontrar ayudas concretas”, dice a Infobae Cultura la periodista Mariana Mactas, integrante de la Asociación pero, sobre todo, alguien con un vínculo amoroso y familiar muy fuerte con el escritor.

Hija única de la abogada Helena Villagra y del periodista Mario Mactas, la pareja se separó a poco de su nacimiento. Helena se unió al diputado peronista Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A en 1974. Su tercera pareja fue Galeano; juntos lograron salir del país y llegar a Barcelona con pasaportes de refugiados del Acnur. Mariana estaba en la Argentina con su padre, a punto de empezar la escuela. Pero Mario fue secuestrado en un allanamiento a la redacción de la revista Satiricón. Finalmente, la nena viajó junto a una tía a España. El exilio sucedió entre Calella (a 50 kilómetros al norte de Barcelona), donde vivía Eduardo y Helena, y Sitges (lo mismo hacia al sur), donde vivía Mario.


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“En Cataluña hice toda la primaria y el primer año del secundario. Me crié como hija única con Eduardo y Helena, a pesar de que él tenía tres hijos anteriores, que veíamos en las vacaciones cuando viajaban a España y luego, en el Uruguay”, cuenta la periodista de Espectáculos de TN, hoy metida en dos proyectos vinculados con sus dos papás. Por un lado, la conservación de la casa de Eduardo Galeano, el más internacional e influyente de los escritores uruguayos. Por otro, la producción de un documental sobre Mario, acerca de su humor y su poco convencional manera de pensar, idea que después se extendió a otros periodistas, a Satiricón y a una época de cronistas casi sin herederos. “Cada semana se estrenan uno o más documentales argentinos que podrían definirse por una fórmula ya establecida: historia personal familiar + violencia política + años setenta. En cambio, se cuenta poco acerca de los que fueron marcados por el exilio y esa misma violencia política pero no pertenecían a la militancia de izquierda”, dice la crítica de cine.

-¿Cómo fue crecer con esos dos vínculos paternos?

-Si bien mi casa era la de Eduardo y mi mamá, pasaba fines de semana con mi padre, y su pareja, un espacio en el que se vivía y pensaba distinto. Con mi padre me sentía cómoda, acaso por una fuerte identificación e intereses comunes. En todo caso, se compartían cosas distintas, en un ida y vuelta particular. En la casa de Eduardo y mi vieja, la revolución nicaragüense y los procesos de liberación latinoamericanos. Se negaban a comprarme la Nancy Color, la muñeca de moda, porque era una concesión a la sociedad de consumo, pero había muñecas de trapo, artesanales, hechas por chicos pobres de América Latina: mis amigos decían, en broma, que yo jugaba con la Barbie Rigoberta. También es cierto que en esa época no tenían un mango para Barbies. Y con mi papá, los primeros discos de Duran Duran, o La vida secreta de las plantas, de Stevie Wonder, el amor por los caballos y por España. Porque él era una especie de sobreadaptado a la nueva vida y costumbres, y en ese sentido (siendo yo una niña escolarizada y catalano-parlante) estábamos cerca. Fueron dos vínculos tan afectuosos que, en su diversidad y diferencia radical, de alguna manera, se complementaban. Fue divertido. Y claramente, tengo cosas de ambos. La libertad de pensamiento de uno, la sensibilidad del otro, el sentido del humor muy distinto, de ambos. Las reconozco y me enorgullece.


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Mariana Mactas, Eduardo Galeano y Helena Villagra

Entre el estímulo y la inhibición, las charlas sabrosas sobre mundanidad y la indignación ante el desliz de una burrada, había que encontrar un lugar. El gusto por escribir servido tan a mano pero, a la vez, desde tanta altura. Galeano era editor, había dirigido medios en sus veinte –“una especie de genio monstruo”- y leía los borradores de Mariana que, a falta de la carrera de Cine en Uruguay, cursaba Comunicación. Con cariño y severidad, le repetía a la “Pulga”, como la había bautizado ni bien la conoció, el mantra de las “frases cortas”: “Era muy duro con su propio trabajo, tachaba y tachaba y reescribía y depuraba sus textos breves, con la ayuda de mi madre, hasta que a veces quedaban en el hueso, un esqueleto de palabritas, como jeroglíficos, de los que terminaba por emerger algo parecido a lo que buscaba. Su constancia de escritor, sentado en su mesa cada día, presente en la casa pero a la vez en su mundo, fue siempre para mí una imagen de lo que está bien. No sé, tranquilizadora, porque se lo veía feliz. Transmitía eso: que el trabajo puede hacer la felicidad”.

En cuanto a Mactas padre, en cambio, lo que asomaba era el perfil del laburante pies en la tierra, capaz de hacer de su manera de ver las cosas una fuente de trabajo. “Mario es el tipo más divertido que conozco, siempre me hizo reír muchísimo con su humana incorrección política, que siento mía. Es el mayor lector que conozco, omnívoro, le interesa absolutamente todo. Puede hablarte del comportamiento de los animales salvajes y de anatomía humana así como recitar poemas de Borges, o de quien sea, con una memoria prodigiosa. Es el Gran Curioso”, dice.


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Mariana Mactas (Thomas Khazki)

En Días y noches de amor y de guerra (1978), aparece el nombre de Mariana y el de los otros hijos (tres de sus dos parejas anteriores): “Claudio atrapa un dedo de Alejandra, le dice: “prestame el dedo” y lo hunde en el tarro de leche sobre la hornalla, porque quiere saber si no está demasiado caliente. Desde el cuarto, Florencia me llama y me pregunta si soy capaz de tocarme la nariz con el labio de abajo. Sebastián propone que nos escapemos en un avión, pero me advierte que hay que tener cuidado con los semáforos y la hélice. Mariana, en la terraza, empuja la pared, que es su modo de ayudar a la tierra a que gire”.

No obstante, con insistencia y sin ningún pudor, le pedía a Eduardo que le dedicara alguno de sus libros. Todos iban para su editora y mujer, la inspiradora de Los sueños de Helena. Finalmente, llegó: A Mariana, la Pulguita, en el tomo III de Memoria del Fuego, El siglo del viento (1986). “Hay muchos textos sobre mis hijas, por las que tenía debilidad especial. En El cazador de historias hay un ‘Lilario’, sobre mi hija menor, Lila. Y de la mayor, Catalina, muchísimas cosas desperdigadas en distintos libros. Tenía con ella una relación muy especial, se querían muchísimo”, recuerda.


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-Tu mamá tuvo un papel fundamental en su vida y siempre con un riguroso bajo perfil

-Sí, mamá es una mujer hermosa y bastante fóbica a la exposición, acaso por la costumbre de acompañar a un marido estrella por el mundo, durante cuarenta años. Aunque imagino que se habrá formado así, esa especie de cáscara, con las cosas que le pasaron antes, en medio de la violencia política tan joven. La mayor de cuatro hermanas, se recibió de abogada antes del exilio y renunció a su metier para dedicarse a trabajar con Eduardo. Cuando nació mi hija mayor, Cata, y llegaron también los hijos de Florencia, la hija de Eduardo, Helena lo llevó un poco de la mano hacia la dedicación y el disfrute de los nietos. Fueron abuelos muy presentes y cariñosos. Quizá poco convencionales, no de los que hacen milanesas y llevan al colegio, pero muy generosos y divertidos. Cuando Eduardo murió, nunca más nos vimos con los demás hijos y nietos, después de toda una vida compartida. Pero estoy segura de que estarán de acuerdo con lo que digo, los nietos mayores se tatuaron cosas del abuelo y se lo extraña un montón. Su partida sigue siendo muy dolorosa, porque si bien estaba enfermo, tuvo toda la violencia de una muerte temprana, a unos 74 años muy jóvenes y con mucho por vivir y compartir todavía.

 
6 obras fundamentales de Jean-Paul Sartre, a 40 años de su muerte
Filósofo, escritor, activista político, dramaturgo. Murió el 15 de abril de 1980 dejando una obra enorme y ecléctica. Veinte mil personas acompañaron su féretro hasta el cementerio de Montparnasse, en París, donde fue enterrado y hoy descansan sus restos

Por Redacción Infobae Cultura
15 de abril de 2020




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Hace cuarenta años exactos, Jean-Paul Sartre daba su último suspiro en el hospital de Broussais. Edema pulmonar agravado por una crisis cardíaca. Tenía 74 años. “Murió el último monstruo de la inteligencia”, decían los medios franceses.

La producción escrita que dejaba era y es realmente asombrosa, así como también la enorme cantidad de lectores atentos y fascinados que cultivó a lo largo de su vida. Cinco días después de su muerte, una multitud de veinte mil personas acompañó el féretro hasta el cementerio de Montparnasse, en París, donde fue enterrado y hoy descansan sus restos.

Nació en París, la misma ciudad que murió, un 21 de junio de 1905. ¿Cómo definir a Sartre? De muchas maneras: filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, biógrafo, crítico literario, exponente del existencialismo y del marxismo humanista. Rechazó el Premio Nobel de Literatura en 1964 por mantener sus principios: la libertad. Sobre ese concepto, no sólo teorizó mucho, también lo llevó a la práctica.


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Jean-Paul Sartre



Fue pareja de la también filósofa y escritora Simone de Beauvoir, fundador de la influyente revista Les Temps Modernes, soldado conscripto del Ejército Francés, prisionero de guerra durante nueve meses de las tropas alemanas. La filosofía siempre estuvo presente. Fue un militante de la reflexión y activista político. Apoyó el Mayo Francés, la Revolución Cultural china y la Revolución Cubana, aunque también fueron públicos sus distanciamientos posteriores.

Su producción fue abrumadora. Escribió y escribió sin parar. Desde obras de teatro y novelas hasta ensayos filosóficos y críticas literarias. Es prácticamente imposible separar la “obra intelectual” de la “obra literaria”. En él ambas dimensiones se entremezclan y retroalimentan. Por eso sus libros tienen una vitalidad que trasciende las épocas. A continuación, una pequeña selección fundamental.

La náusea

Escrita entre 1931 y 1936, cuando Sartre tenía veintitantos años, La náusea se publicó en 1938. Es su primera novela y corresponde al período de formación ligado a su estadía en Alemania estudiando las teorías de Edmund Husserl y Martin Heidegger. La historia ocurre en Bouville, una ciudad imaginaria, y tiene como protagonista a Antoine Roquentin, un hombre soltero de alrededor de treinta años que vive solo y trabaja meticulosamente en una obra sobre la vida del Marqués de Rollebon, un aristócrata de fines del siglo XVIII. Un día tiene una crisis en un parque público: experimenta la brutalidad de la existencia.


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Las moscas

En esta obra de teatro de 1943 Sartre recrea el mito de Electra y su hermano Orestes buscando vengar a Agamenón, su padre muerto a manos de Clitemnestra y Egisto. Si bien remite a una tragedia clásica, tiene suma actualidad. Es su resistencia intelectual frente a la ocupación nazi y una crítica amarga a la guerra. Forma parte del paradigma del Teatro de la Resistencia, un ejercicio de clandestinidad a plena luz del día. Desde un enfoque existencialista aborda temas como el arrepentimiento, la angustia y la libertad.


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El ser y la nada

Esta obra es, sin dudas, un manifiesto filosófico. Escribe contra una de sus grandes influencias, el nihilismo de Heidegger. Es un tratado existencial sobre cómo la libertad de todas las personas para escoger sus propios conceptos de comportamiento y libre pensamiento puede derivar en una ética universal de la desalienación.


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Crítica de la razón dialéctica

Un libro voluminoso, denso, lleno de ideas y una propuesta concreta: reconciliar al marxismo con el existencialismo. Se publicó en 1960. Sartre utiliza eventos de la Revolución francesa y otros sucesos históricos para repensar las clases sociales en tanto agrupamientos humanos. Tras su muerte, un segundo e incompleto volumen con énfasis en la estalinización de la revolución bolchevique fue publicada en francés en 1985 y en inglés en 1992.


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El idiota de la familia

Interesado siempre por la literatura, en 1972 publicó esta nutrida crítica literaria que aborda la figura y la obra de Gustav Flaubert, el gran novelista francés del siglo XIX. Es una crítica demoledora, no sólo estética, también política. Para Sartre, su compatriota es un representante genuino de la burguesía local. “Yo hago responsable a Flaubert de los crímenes que se cometieron contra los comuneros por no haber escrito una palabra para condenarlos", escribió.


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El existencialismo es un humanismo

Otra de las facetas de Sartre es la de profesor. El existencialismo es un humanismo, que se publicó en 1946, es una transcripción de una conferencia que dio un año antes, en octubre de 1945, en el club Maintenant de París después de la Segunda Guerra Mundial y la liberación de Francia. Ese episodio, que hasta el momento no se pensaba en transcribirlo y hacerlo libro, fue un éxito. Boris Vian lo narra en un fragmento de su novela La espuma de los días: empujones, sillas rotas, damas desmayadas, Sartre obligado a abrirse paso a codazos. El libro es considerado el manifiesto del existencialismo.


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