Berlinale 2020

‘There Is No Evil’, del iraní Mohammad Rasoulof, gana el Oso de Oro en la Berlinale
El jurado ha priorizado la valentía de un director que tiene prohibido salir de su país antes que la mayor calidad cinematográfica de otras películas de la competición.


GREGORIO BELINCHÓN
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29 FEB 2020


El equipo de 'There Is No Evil',ayer en el festival de Berlín.


El equipo de 'There Is No Evil',ayer en el festival de Berlín. RONALD WITTEK EFE


There Is No Evil, del iraní Mohammad Rasoulof, ha ganado el Oso de Oro de la 70ª Berlinale. El cineasta tiene prohibido salir de su país desde que volviera a Teherán tras asistir al festival de Cannes de 2017, donde su película anterior, Un hombre íntegro, ganó el premio a mejor filme en la sección Una Cierta Mirada. La retirada de su pasaporte no le achantó. Y en There Is No Evil ha aprovechado para hablar de dos temas muy políticos: la pena de muerte y el coraje moral de la gente de la calle, a través de cuatro historias exclusivamente unidas por esas reflexiones. Rasoulof, obviamente, no pudo recibir en Berlín el Oso de Oro, ya que está esperando que se ejecute la sentencia que le condena a un año de cárcel "por difundir propaganda contra la república islámica". Justo el mismo día en el que acabó el rodaje de la ganadora en Alemania, el director, de 46 años, leyó un texto en la corte de apelación, que no fue tenido en consideración.

Con su decisión, el jurado presidido por Jeremy Irons ha priorizado la cuestión política a la cinematográfica. Había en la sección Competición de esta Berlinale tres películas por encima del resto: Rizi, del malayo Tsai Ming-Liang, y los trabajos de las estadounidenses Kelly Reichardt (First Cow) y Eliza Hittman (Never Rarely Sometimes Always). Solo Hittman, que ya venía galardonada de Sundance, donde se proyectó por primera vez su tercer largo, ha sido recompensada en el palmarés: al menos, con el Gran Premio del Jurado. Su retrato de la dificultad y el dolor que conllevan abortar en EE UU, a través de una adolescente de un pequeño pueblo que viaja con su prima a Nueva York para poder realizar la operación, es delicado, sin ningún amaneramiento ni regodeo en el sufrimiento, con la cámara muy pegada al rostro de las chicas, que aguantan vejaciones machistas constantes. En el escenario, con el galardón en la mano Hittman se lo ha dedicado a "los trabajadores sociales y los médicos que protegen la vida y los derechos de esas mujeres", y les agradeció su trabajo.

En cambio, las cuatro historias de Rasoulof van a peor: destaca la primera, seca, envolvente, bien conducida hasta la sorpresa final; después le puede el mensaje por encima del cine. Rasoulof ha rodado a escondidas, con todos los permisos oficiales concedidos merced a una estratagema. Realizaron todo el papeleo como si fueran cuatro cortometrajes, cada uno con su propio equipo técnico y artístico. Para las secuencias filmadas en espacios públicos, incluido el aeropuerto de Teherán, Rasoulof se quedó en casa, y sus ayudantes dirigieron las tomas siguiendo su listado de planos. Cuando las historias se desarrollaban fuera de la capital, Rasoulof pudo intervenir y trabajar con los actores. Acostumbrado a un cine más alegórico, el director de La isla de hierro ha decidido en esta ocasión ser mucho más directo. En la rueda de prensa de su película, en la que participó a través de una llamada por WhatsApp, Rasoulof explicó desde Teherán: "Un régimen opresor como el nuestro presiona a los ciudadanos todos los días, y vas cediendo poco a poco con pequeños sacrificios y mentiras, con cesiones a la hipocresía... hasta que te has convertido en parte de la injusticia. Con la película yo quería mostrar que también hay una posibilidad de oponerse". Con este Oso de Oro, el jurado ha realizado la misma cesión a la política que la que se dio en 2015, cuando Taxi Teherán, de otro iraní perseguido, Jafar Panahi, se impuso a El club, del chileno Pablo Larraín.

En el resto del palmarés, claras las elecciones a mejor actor y actriz. El italiano Elio Germano borda la reconstrucción de un clásico del arte naif, Antonio Ligabue, en Volevo Nascondermi. Tiene transformación física y construcción psíquica. A la alemana Paula Beer le ha tocado recrear el mito germano de las ondinas, antecedente de las sirenas, en la película Undine, de Christian Petzold. Las ondinas, de agua dulce, tienen que asesinar a las parejas que les abandonan. Ese concepto, trasladado a siglo XXI, funciona a empujones en manos de Petzold, mejor en esta ocasión como director que como guionista. Sin embargo, su drama sentimental también ha recibido el premio Fipresci de la crítica internacional.

El nuevo Oso de Plata (antiguo premio Alfred Bauer, fundador de la Berlinale, que se ha quedado sin nombre tras las acusaciones de que Bauer había formado parte de la represión durante el nazismo) recayó en la única comedia de la Competición, Effacer l’historique (Francia), de Benoit Delépine y Gustave Kervern. El surcoreano Hong Sangsoo, idolatrado por la crítica con su larga exploración de la masculinidad y el alcoholismo, y capaz de rodar hasta tres películas al año, recibió el Oso de Plata a la mejor dirección con The Woman Who Ran, que esta vez ya se centra solo en las mujeres, a través de tres largas conversaciones que protagoniza su actriz fetiche, Kim Min-hee. Otras dos películas que han levantado polvareda en el certamen, la rusa DAU. Natashay la francocamboyana Irradiés, también han recibido un reconocimiento. Esta última, una apuesta muy arriesgada de Rithy Panh, cineasta de la memoria histórica, obtuvo el galardón a mejor documental de cualquier sección.

Ha sido la primera edición dirigida por Mariette Rissenbeek, en la parte financiera, y Carlo Chatrian (exdirector de Locarno) en la artística. Han sacado muy buena nota, aunque el aumento de las secciones y la dificultad de establecer claras fronteras entre unas y otras han jugado en su contra Han buscado buen cine para la Berlinale, y lo han logrado.



PALMARÉS:

Oso de Oro: There Is No Evil, de Mohammad Rasoulof (Irán).

Gran Premio del Jurado: Never Rarely Sometimes Always, de Eliza Hittman (EE UU).

Oso de Plata: Effacer l’historique (Francia), de Benoit Delépine y Gustave Kervern.

Mejor dirección: Hong Sangsoo, porThe Woman Who Ran (Corea del Sur).

Mejor actriz: Paula Beer, por Undine (Alemania).

Mejor actor: Elio Germano, por Volevo Nascondermi (Italia).

Mejor guion: Fabio y Damiano D’Innocenzo, por Favolacce (Italia).

Contribución artística: Jürgen Jürges, por la fotografía de DAU. Natasha (Rusia).

Mejor película en Encuentros: The Works and Days (of Tayoko Shiojiri in the Shiotani Basin) (EE UU), de C. W. Winter y Anders Edström.

Mejor documental: Irradiés (Francia), de Rithy Panh.

Mejor ópera prima de todas las secciones: Los conductos (Colombia), de Camilo Restrepo.

Oso de oro al mejor cortometraje: T (EE UU), de Keisha Rae Witherspoon.

Mejor película en la competición para la crítica internacional: Undine (Alemania), de Christian Petzold.


 
Mohammad Rasoulof, una vida por y para el cine
El ganador del Oso de Oro en Berlín se prepara para entrar en prisión en Irán acusado de distribuir propaganda

GREGORIO BELINCHÓN
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Madrid 1 MAR 2020




Mohammad Rasoulof (izquierda) y el actor Mohammad Akhlaghirad en la presentación en mayo de 2017 de 'Un hombre íntegro' en Cannes. Fue la última vez que Rasoulof salió de su país.


Mohammad Rasoulof (izquierda) y el actor Mohammad Akhlaghirad en la presentación en mayo de 2017 de 'Un hombre íntegro' en Cannes. Fue la última vez que Rasoulof salió de su país. DOMINIQUE CHARRIAUWIREIMAGE



A sus 47 años, Mohammad Rasoulof asegura que no le queda otra salida. Hace un mes, vía Skype, respondió en una entrevista a The Hollywood Reporter que cuando ganó en el festival de Cannes de 2017 la sección Una Cierta Mirada con Un hombre íntegro, muchos amigos le recomendaron que no volviera: "Pero para mí era obvio. Esta es mi casa. Nunca me he planteado abandonar Irán". Al pisar el aeropuerto de Teherán le retiraron el pasaporte.

Cuando el sábado sus tres productores y sus actores -entre ellos su hija, Baran Rasoulof- recogieron entre lágrimas el Oso de Oro de la Berlinale, eran conscientes de que la noticia suponía una enorme alegría y a la vez condenaba aún más a Rasoulof. En esa misma entrevista, advertía: "Es un precio a pagar. Pero he decidido hablar en alto sean cuales sean las consecuencias". El cineasta, nacido en Shiraz, al sur de su país, y que ha vivido algunas temporadas entre Teherán y Hamburgo, ha sido muy consciente de lo que suponía filmar There Is No Evil (No hay maldad), una película con la que se ha saltado la prohibición que el régimen le impuso para hacer cine, y cuyo rodaje acabó el mismo día en que apeló la sentencia de un año de cárcel, el 5 de agosto de 2019. En su camino al juzgado le acompañaron un puñado de compañeros, entre ellos el director iraní más famoso en la actualidad, Asghar Farhadi, y otro que también ha sufrido las represalias gubernamentales, Jafar Panahi. Curiosamente, Panahi ganó también el Oso de Oro, en su caso en 2015, con otra película rodada clandestinamente, Taxi Teherán. El tribunal desestimó la apelación y Rasoulof espera en su casa en Teherán el ingreso inmediato en prisión.

No es la primera vez que Rasoulof, un cineasta bien conocido en los festivales de todo el mundo, ha sido condenado. Ni que abandona la alegoría como método narrativo. "El estilo alegórico está enraizado en nuestra cultura, y hablamos de siglos y siglos. Sin embargo, me parece que hoy en día se ha convertido en otra forma de sumisión, una manera de aceptar la opresión del régimen". Por cierto, ninguna de sus películas ha tenido un estreno oficial en Irán, y forman parte del inmenso mercado negro de DVD, que se escapa al escrutinio de la censura. Estudiante de Sociología, Rasoulof empezó filmando cortos y documentales hasta que debutó en un largometraje en 2002 con Gagooman. Tres años después, La isla de hierro ya le abrió al mundo festivalero internacional y, por ejemplo, ganó el premio especial del jurado en Gijón, y el de la crítica en Hamburgo, donde empezó a vivir algunos meses del año. Con The White Meadows concursó en el certamen de San Sebastián en 2009 y en marzo de 2010 sufrió la primera detención: estaba rodando sin permisos una película junto a Panahi. Sentenciado a seis años, esa condena se ha sumado a su otra causa pendiente.



Talk with Mohammad Rasoulof | Berlinale 2020






Él siguió rodando: sus siguientes tres largos -Adiós (2011), Manuscripts Don't Burn (2013) y Un hombre íntegro (2017)- se proyectaron, y todos lograron premio- en Una cierta mirada en Cannes. Además, dirigió Baad-e-daboor en 2008, un documental sobre la censura gubernamental en su país. En 2018 recibió la Espiga de Honor de la Seminci de Valladolid y -al igual que el viernes pasado en Berlín, cuando lo hizo a través del móvil de su hija-, respondió a los periodistas por videoconferencia. Allí explicó su carrera de manera contundente: "Desde el comienzo tuve mucho cuidado. Tenía que lidiar con la censura, no molestar. Mis películas eran una forma de hacer llegar mi voz indirectamente al espectador, y esperar que él entendiera mi parecer sobre la situación de Irán. Pero tras la detención de 2010, el enfrentamiento que tantos años había estado evitando al final ocurrió. Así que me dije que bueno, que como ya me tenían fichado… Y empecé a hacer películas más directas". Y sobre su situación, dijo en un tono sincero y doloroso: "Gracias a dios, nadie puede encarcelar mi mente. Hagan lo que hagan, no me podrán hacer callar". Su cine ha seguido viajando, pero en las presentaciones su silla está vacía, como la de tantos otros cineastas iraníes perseguidos.

 
El talento español toma la sección Forum de la Berlinale
'Lúa vermella', 'Entre perro y lobo' y 'Aunciaron tormenta' triunfan en el apartado del certamen destinado a las propuestas más valientes


GREGORIO BELINCHÓN
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Enviado especial a Berlín
29 FEB 2020


Imagen de 'Lúa vermella'.


Imagen de 'Lúa vermella'.


En la Berlinale, hay una sección que apuesta por un cine más arriesgado, distinto, procedente de todas las partes del mundo, y en la que el cine español ha encontrado el eco adecuado a sus propuestas: Forum. Con tres películas que tienen poco que ver entre sí y que sirven, en cambio, como gran ejemplo de lo que se hace más allá de las películas más comerciales. Anunciaron tormenta, de Javier Fernández Vázquez; Lúa vermella, de Lois Patiño, y Entre perro y lobo, de Irene Gutiérrez, han llenado sus primeras sesiones, y aún quedan pases para que el público las vea antes de la clausura de esta 70ª Berlinale, que acaba sus proyecciones el domingo, tras el anuncio de los premios el sábado.

El primero en presentar su película fue el gallego Lois Patiño. Director conocido por su sorprendente Costa da morte (2013), en Lúa vermella vuelve a la Galicia costera, donde el tiempo avanza a otro ritmo, donde las personas viven ensimismadas mientras la naturaleza avanza. Espectros, mujeres que saltan de un espacio a otro. Y un buzo, el Rubio, desaparecido hace días. En realidad, excusas de Patiño para proseguir con sus indagaciones sensoriales. "Vengo de un cine contemplativo, que trata de dar espacio para la intimidad al espectador", cuenta Patiño. "Yo solo espero que el mar reverbere tdo su potencial mítico. Y ahí entro por el aspecto plástico, mientras exploro en lo conceptual con cierto lenguaje cinematográfico en los cuerpos inmóviles paralizados en el paisaje". Lo que había hecho antes, aunque ahora subrayado por la historia: "En Lúa vermella me asomo a la construcción del mito". La potencia visual de Patiño, con cierta narrativa apoyado "en una pluralidad de voces, que cuentan historias casi contradictorias".

Tras el rodaje, en el que buscó rostros con una ulterior intención casi documental, Patiño hizo "casting de voces". Y advierte: "Cuando filmé las caras, ni yo sabía qué se iba a escuchar en el relato oral". Durante la posproducción pulió diálogos, recolectó historias de fantasmas, santa compaña y meigas, y usó como referencia los estudios de los años sesenta del antropólogo gallego Carmelo Lisón Tolosana. "Para aunar ese tono espectral, meditativo, ensimismado, que propone la película". Porque, al final, dice Patiño, "en Galicia tenemos una relación distinta con la muerte, y ese limbo es 100% cinematográfico". Y anuncia que su próximo proyecto lo hará en colaboración con el argentino Matías Piñeiro, también presente en la Berlinale, en Encuentros, con Isabella.


Imagen de 'Anunciaron tormenta'.


ampliar fotoImagen de 'Anunciaron tormenta'.



Anunciaron tormenta, del bilbaíno Javier Fernández Vázquez, que formó parte del colectivo Los Hijos, también juega a sumar capas para construir su narración fílmica. A través de los bubis, los habitantes de la isla de Bioko, en Guinea Ecuatorial, de la muerte de uno de sus reyes en 1904, Fernández Vázquez empieza a tejer una telaraña audiovisual. Hay textos leídos por locutores, fotos, documentos, poemas, grabaciones a mujeres bubis que no se dejan filmar pero que sí permiten que se reproduzca su voz... "Siempre me planteé la película desde el punto de vista de un español que reflexiona sobre la memoria histórica, y en especial sobre el pasado colonial en ese territorio", cuenta el director en Berlín. "La historia es extrapolable a cualquier sistema de opresión colonial, es cierto, aunque es muy español por la presencia de la iglesia".

El director, que estudió Antropología, ha ido reuniendo todo el material (diverso, vibrante, complejo) durante muchos años y viajes a Guinea Ecuatorial y a diversos archivos. "Y en ese proceso ha variando la película", cuenta, "aunque sí tenía claro que el punto de partida eran los textos originales coloniales". En esos documentos encontró un primer material "algo épico", que los sucesivos burócratas que habían metido mano a los textos "con la intención de agradar a sus superiores" devinieron en actas administrativas "en las que no importan ni la verdad ni los hechos". Y buscando su conversión en relato oral "con un contraste llamativo". Anunciaron tormenta ha logrado un gran recibimiento en la Berlinale.



Un momento de 'Entre perro y lobo'.


ampliar fotoUn momento de 'Entre perro y lobo'.



Finalmente, Entre perro y lobo, de la ceutí Irene Gutiérrez, que hace unos meses estrenó en la Filmoteca, como encargo de esta institución, el documental de creación Diarios del exilio. Estudiante en la famosa escuela cubana de cine San Antonio de los Baños, Gutiérrez descubrió allí a bastantes veteranos de la Guerra de Angola. Su película se centra en tres de ellos, que practican un ritual secreto: entrenar de nuevo como los soldados que un día fueron. "Quería mostrar esa dimensión generacional, gente de unos sesenta años unidas por una guerra, y además ir más lejos, para hablar de los sentimientos provocados por la Revolución, la sensación de pertenecer a un proyecto común más importante que la propia individualidad. Ellos son irrepetibles, y esa unión en un proyecto tampoco se ve en gente joven", cuenta la cineasta. "Es una forma de estar en el mundo que se ha perdido".

La directora ha estado varias veces en la Sierra Maestra, así que conoce muy bien la zona y la gente. "Fueron fácilmente accesibles y les convencí con rapidez. Confiaron en mí y me mostraron su percepción del deber y la cuestión física de la masculinidad cubana. Hablamos de Angola, pero nos sirve para ir más allá del mero hecho histórico". Para esos veteranos, la guerra está muy presente. "Hasta cómo agarran el café cuando lo recolectan muestra que han sido soldados. Es su forma natural de estar en el mundo. El título ya explica esa dualidad: soldados y campesinos, salvación y perdición, vida en un mundo casi limbo que en cambio se da hoy en día. Son seres complejos, paradójicos por sí mismos, 380.000 hombres que hoy viven olvidados"

 
La Berlinale da visibilidad a los indígenas australianos a través de las series
Varios títulos reflejan un mayor reconocimiento a una cultura que ha sido tradicionalmente marginada

EL PAÍS
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Madrid 27 FEB 2020




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Una imagen de la serie australiana 'Mystery Road'.



El cine cede parte de su protagonismo estos días a las series en la Berlinale. Además de la sección dedicada a la ficción por capítulos, que este año alcanza su sexta edición, el certamen también acoge un mercado especializado en series que incluye conferencias centradas en diferentes aspectos de la industria. Una de ellas puso el foco en el reflejo de los indígenas australianos en la nueva ola de series producidas en el país con ambición de ser exportadas a todo el mundo. A través de la ficción, se quiere poner fin a una deuda con una cultura poco conocida, marginalizada a lo largo de la historia y con escasa representación en el mundo audiovisual.

Con el título de Convención, género y perspectivas indígenas: La nueva ola de series australianas, una mesa redonda moderada por Jenny Cooney, vicepresidenta ejecutiva de la productora australiana Bunya Productions, contó con los responsables de algunas de las ficciones de esa nacionalidad que se han mostrado en Berlín en estos días y partícipes en algunos de los éxitos recientes que han ahondado en el mundo indígena australiano.


Un ejemplo de la mayor representatividad aborigen con que cuentan estos nuevos programas es la serie Total Control. Estrenada en octubre de 2019, es un drama de seis partes que se adentra en la política australiana a través de una senadora interpretada por la actriz de origen indígena Deborah Mailman. "Solo el hecho de ver a una actriz aborigen interpretando a una senadora del parlamento Australiano ya era impensable hace 10 o 15 años", dijo en la charla el director Wayne Blair, responsable de la segunda temporada de Mystery Road, una de las producciones australianas que se han presentado esta semana en Berlín.


Para potenciar la mayor representación de la cultura aborigen en el mundo audiovisual, la agencia gubernamental Screen Australia creó un departamento dedicado en exclusiva al trabajo relacionado con la cultura indígena. El resultado son producciones como la antes mencionada Mystery Road, un policíaco en el que una detective tiene que investigar la desaparición de una persona en un recinto de ganado en el interior del país. La ciencia ficción también cabe en esta nueva ola de creaciones. Un ejemplo es Cleverman, un drama futurista con raíces en la mitología aborigen que se emitió en 2016.

La intención es partir de géneros ya conocidos por el espectador para mostrar historias relacionadas con la cultura indígena. Estas series han contado con el respaldo del público, una buena respuesta que ya predijo en 2012 el drama musical The Sapphires sobre un cuarteto de mujeres indígenas que se etiquetó como la respuesta australiana a las Supremes. Su estreno en el festival de Cannes recibió una ovación de 10 minutos.

Además, su presencia actual en la Berlinale y la buena acogida de estos títulos fuera de las fronteras australianas subrayan el foco en una audiencia global. "Lo que queríamos era tener nuestro sitio en la mesa y ser parte de la industria del país", añadió el productor Darren Dale en Berlín, según informa Variety.


VIDEO:https://elpais.com/cultura/2020/02/26/television/1582736564_975580.html
 
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