Basado un poco regular en hechos reales

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Basado un poco regular en hechos reales
Publicado por Diego Cuevas
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Braveheart, la película que introdujo la minifalda. Imagen: Paramount Pictures
En mayo del 2003, Martin Savidge entrevistó en el programa CNN Sunday Morning al autor de un libro que llevaba varias semanas encaramado a los primeros puestos del top de los más vendidos. En un momento dado, Savidge inquirió al escritor sobre la veracidad de los numerosos datos históricos que salpicaban su relato:

—En la historia que narra tu libro, ¿cuánto es cierto y cuánto es inventado?

—El noventa y nueve por ciento es cierto. Toda la arquitectura, el arte, los eventos históricos, los rituales secretos y los evangelios gnósticos. La acción y el protagonista son ficción, por supuesto, pero el trasfondo es completamente real.

El libro del que estaban hablando era El código Da Vinci, el escritor entrevistado era Dan Brown, y en un futuro cercano nadie se explicaría cómo un hombre con ese volumen de huevos había logrado entrar por la puerta del estudio sin encallar con el marco. Sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de la persona que aseguró que el CERN había inventado internet y que los cristianos plagiaron el ritual de la comunión de los aztecas (en Ángeles y demonios), y también el caballero bien informado que confundió a los siete dioses de la fortuna del folclore japonés (en La conspiración) y describió Sevilla como una ciudad peligrosísima donde la gente la palmaba subiendo a la Giralda, a un autobús urbano o a la camilla de un hospital (Fortaleza digital). El código Da Vinci, el libro que presentaba en aquel programa, ya era una colección envidiable de disparates, desde los falsos secretos en los cuadros de Leonardo Da Vinci hasta la afirmación de que el canon bíblico cristiano fue establecido en el Concilio de Nicea del 325. Que Brown se sacase del papo datos falsos era lo de menos, porque al fin y al cabo trabajaba en la ficción, pero que vendiese sus creaciones asegurando que partían de una investigación profunda era algo que rechinaba demasiado.

Basado en hechos reales

Los historiadores han crucificado tantas veces a Dan Brown que sus patinazos históricos se consideran ya parte de su estilo. Incluso existe gente que utiliza la expresión «ser Dan Browneado» para referirse al momento en el que un lector se come una trola importante travestida de hecho real. Brown nunca ha estado solo en esto, los eruditos disfrutan señalando los errores de las novelas de Ken Follet desde que este anunció que le suponían un arduo trabajo de investigación. Y de Tom Clancy nadie supo muy bien cuándo fiarse: en sus novelas a veces todo parecía ser inventado sobre la marcha y en otras ocasiones se desvelaban secretos militares con tanta precisión como para que el Gobierno de EE. UU. se presentase en su casa apuntándole a la cara con una lámpara y un montón de preguntas. Para complicar las cosas, el hombre convirtió su nombre en franquicia y dejó que otros le escribiesen los libros.

Pero las inexactitudes históricas siempre han rechinado mucho más cuando trotan por el celuloide. Y gran parte de la culpa la tiene la frase promocional más utilizada del mundo del cine: «Basada en hechos reales». En la pequeña pantalla, el discursito de la trama inspirada en un hecho real suele invocar domingos regados con escritoras de milfismo latente y recién divorciadas que se mudan a la Toscana para vivir románticas aventuras junto a su vecino misterioso, eso o thrillers de chichinabo con exceso de adjetivos en el título. En las salas de cine, la misma etiqueta, «Basada en hechos reales», puede significar cualquier cosa.

This is history

El escritor John O’Farrell apuntó que Braveheart no podría ser más históricamente inexacta ni añadiendo un perro de plastilina y retitulándola William Wallace & Gromit. No andaba desencaminado, porque la cinta de Mel Gibson es una de las películas que más esmero ha puesto en sodomizar la propia historia en la que se basa. En realidad, William Wallace no fue un aldeano pordiosero sino un terrateniente, no vistió una falda escocesa (el kilt no se inventaría hasta tres siglos después), no recibió el apodo Braveheart (ese sería en realidad el mote impuesto a Roberto I de Escocia) y definitivamente no había dejado embarazada a una Isabel de Francia cuyo hijo, Eduardo III, nació siete años después de que Wallace la palmase. El historiador Seán Duffy apuntó que la batalla del puente de Stirling mostrada en la película podría haber sido mucho más disfrutable si el director se hubiese molestado al menos en poner un puente en ella. Lo cierto es que Gibson le pillaría el gusto a lo de descoyuntar la historia: los romanos hablaban en latín en La pasión de Cristo porque al espectador medio eso le suena a Roma vieja, pero en realidad la lengua franca de la zona era el griego. Y Apocalypto se sacaba de la manga que los mayas eran seres sanguinarios capaces de arrasar sus propios pueblos para obtener víctimas que sacrificar, en unos rituales que en realidad era propios de los aztecas.

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Gladiator. ¿Un tigre?¿En África? Imagen: DreamWorks pictures
Ridley Scott quiso hacer Gladiator tan fiel a la realidad como fuese posible y con ese fin contrató a un dream team de eminentes historiadores a modo de asesores. Y, justo después de hacerlo, se dedicó a driblar sus consejos cuando le salió del papo. Como consecuencia, uno de aquellos asesores dimitió agobiado por la vergüenza y otro prohibió expresamente que su nombre apareciese en los créditos finales. Entre tanto, la cinta apiló todo tipo de inexactitudes: a lo largo de la historia real, la mayoría de los gladiadores no fueron esclavos y raramente la palmaban en la arena durante unos combates que estaban más cerca del show televisivo que de la lucha a muerte. Marco Aurelio ni pretendió reinstaurar la República romana ni fue asesinado. A Cómodo lo estranguló un luchador en su baño. Lucilla no lucía vestidos de diseño contemporáneo y nadie en todo el Imperio romano había visto un tigre vivo en su vida. El propio protagonista, Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe) nunca existió, e incluso su nombre estaba compuesto por una remezcla tan aleatoria de palabras que hubiese resultado irreal: Máximo era un apellido, Décimo un numeral que debería ir en cabeza y Meridio un nombre (que no un apellido) muy poco común. Poseer aquel nombre durante aquella época hubiese resultado igual de sospechoso que llamarse Pijus Magnificus.

A 300 se le podían perdonar los patinazos históricos por apoyarse en el cómic del zumbado Frank Miller, pero eso no evitaba que al público le rechinase demasiado lo de vestir a guerreros espartanos con capas de superhéroe y Speedos de cuero en lugar de las mucho más eficientes armaduras. Shakespeare in Love se inventó un 1593 alternativo donde el afamado escritor era un muerto de hambre sin mucho talento, la gente bebía en vasos de cerveza contemporáneos y la reina Isabel I de Inglaterra asistía a obras de teatro públicas en lugar de programar funciones privadas. Roland Emmerich aterrizó en la prehistoria de 10.000 como una apisonadora: convirtió a los mamuts en mano de obra para la construcción de pirámides que no se erigirían hasta ocho mil años más tarde, presentó al tigre dientes de sable como un monstruo gigantesco y proporcionó a los hombres prehistóricos herramientas que la humanidad aún tardaría otros seis mil años en manufacturar. Sofia Coppola optó por no engañar a nadie y dejó bien claro que su María Antonieta estaba lejos de ser una lección de historia, mientras en la pantalla la reina de Francia se calzaba unas Converse.

Todo es falso, salvo algunas cosas

La cuarta fase, una de ciencia ficción con ovnis y Milla Jovovich, se promocionó como la historia real de varias abducciones documentadas en Alaska durante el año 2000, pero a la hora de la verdad la cinta no era más que un bulo sobredimensionado, un mockumentary tramposo. La psicóloga cuyas investigaciones aireaba el film nunca existió y el FBI confirmó que las desapariciones del lugar tuvieron más que ver con gente muy borracha, perdiéndose por caminos muy angostos a temperaturas mortales, que con marcianos secuestrando terrestres despistados. En la CNN apedrearon al film por considerar poco ético vender la ficción como si fuese un hecho real. La matanza de Texas se estrenó en 1974 asegurando ser la recreación de unos terroríficos hechos reales, pero dicha afirmación era totalmente falsa y la cinta solo se hacía la interesante para exprimir más taquilla. Sus creadores tan solo se habían inspirado ligeramente en el psicópata Ed Gein, un asesino en serie del mundo real que llegó a hacerse un cinturón con pezones humanos.

Los extraños, una película de horror donde tres desconocidos enmascarados invadían una casa ajena, se anunció inspirada por hechos reales, pero la afirmación era un truco ramplón: se refería a un suceso insignificante de la propia infancia del director y guionista (Bryan Bertino) que se puede resumir en que un buen día se acojonó cuando unos extraños llamaron a la puerta. Open Water partía de una noticia real, una pareja de submarinistas abandonados por error en medio del mar, pero se inventaba todo lo demás, añadiendo tiburones a la historia. El exorcista alimentó, a base de Regan rociando papillas y poniéndose cerda en la cama, los miedos de las personas más impresionables al anunciarse como la reconstrucción de un incidente real. Pero William Peter Blatty, autor de la novela en la que se basaba la película, acabó confesando que en realidad se lo había inventado todo tras leer de pasada en 1949 un artículo de dudosa veracidad sobre un niño con el demonio acampado dentro. Cuarenta años después ocurrió lo mismo con The Possession: el origen del mal, otra cinta sobre posesiones donde los guionistas habían fantaseado con los hechos tras leer la noticia de cómo una caja Dybbuk presuntamente maldita y vendida por eBay había dado problemas a una familia.

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El exorcista. Imagen: Warner Bros.
Océanos de fuego narraba la participación del supuesto mejor jinete del lejano Oeste, Frank T. Hopkins (Viggo Mortensen) en una carrera legendaria llamada Océano de Fuego que atravesaba el desierto de Arabia, un evento al que habría sido invitado por un eminente jeque árabe (Omar Sharif). El guionista, John Fusco, y el propio Mortensen juraron y perjuraron que la cinta era absurdamente fiel a la realidad, pero no tuvieron en cuenta que aquella realidad la habían sacado del propio Frank T. Hopkins, un tipo que mentía más que hablaba: la carrera Océano de Fuego mostrada como una tradición milenaria nunca ha existido, Hopkins se había autoproclamado mejor jinete del mundo por sus coj*nes morenos y sus zapatos nunca habían llegado a pisar Arabia. Una de las directoras ejecutivas de Disney (productora del filme) lo dejaba todo bien claro: «A nadie aquí le importan los aspectos históricos. Y no creo que a la gente le preocupen mucho, se trata de un film familiar, tiene poco que ver con la realidad».

La única semejanza que guardaba Elegidos para el triunfo con la historia real del equipo de bobsleigh jamaicano es que existió en algún momento un equipo de bobsleigh jamaicano. Atrápame si puedes se inventó el personaje de Tom Hanks para tener un antagonista peliculero y embelleció la captura del estafador Frank Abagnale Jr., una persona que realmente fue detenida, sin fanfarrias o costosas operaciones policiales peliculeras, cuando alguien lo reconoció en la cola del súper mientras hacía la compra diaria. La verdadera historia detrás de Evasión o victoria no tenía nada que ver con un grupo de aliados prisioneros en un campo de concentración y mucho con algunos miembros del FC Dinamo de Kiev, un equipo de fútbol profesional, montándose una pachanga contra la Wehrmacht (fuerzas de defensa nazis) en la Ucrania ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. El destino de los ucranianos, que golearon a los nazis, fue tan negro como para que el encuentro acabase siendo conocido popularmente como el «Partido de la muerte».

Y aunque sus creadores aseguraron lo contrario, la mayor parte de lo que sucede en El vuelo, aquella película de Robert Zemeckis centrada exclusivamente en ver a Denzel Washington haciendo un barrel roll, era completamente falso. El propio protagonista del film ni siquiera existió, nadie sobrevivió al accidente aéreo relatado y lo único cierto es que el vuelo 261 de Alaska Airlines realizó una maniobra disparatada, se volteó por completo, antes de estrellarse en el océano Pacífico.

No eres el hombre que conocí

El cartel de Un sueño posible (The Blind Side) anunciaba orgulloso que se trataba de un relato «basado en una extraordinaria historia real»: la de un joven negro sin hogar, llamado Michael Oher (Quinton Aaron), adoptado por una familia blanca que le apoyaría en su carrera como jugador de fútbol americano. La cinta recaudó más de trescientos millones de dólares y Sandra Bullock se llevó un Óscar por su participación. A todo el mundo parecía gustarle el film excepto a una persona: el auténtico Michael Oher, alguien que no acababa de entender por qué la película le dibujaba más tonto de lo que era. Dallas Buyers Club presentó a Ron Woodroof, un enfermo de sida que comenzó a tomar AZT en 1986, como si fuese un cowboy homófobo cuando el verdadero Woodroof era bisexual y no tenía nada de vaquero. Los guionistas reconocieron que lo habían convertido en cowboy para hacerlo más cercano al público americano y, de paso, que se habían inventado por completo los personajes de la doctora Eve Saks (Jennifer Garner) y Rayon, una mujer trans interpretada por un Jared Leto, que se llevó el Óscar a casa gracias a este papel.

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Foxcatcher. Imagen: Sony Pictures Classics
El biopic sobre Jimi Hendrix titulado Jimi: All Is by My Side y protagonizado por André Benjamin presentó a Hendrix como un hombre violento que abusaba de su novia Kathy Etchingham, a pesar de que la propia Etchingham aseguró que aquello se lo habían inventado para aliñar el drama. A la viuda de Billy Tyne no le hizo ninguna gracia cómo La tormenta perfecta retrató a su marido en el personaje de George Clooney: «Es todo un montón de mentiras». En general, toda aquella película de Wolfgang Petersen se basaba en suposiciones sobre lo ocurrido que ayudasen a lucir efectos especiales. A Mark Schultz le jodió tanto que la película Foxcatcher insinuase que existió algún tipo de relación gay entre su persona y John du Pont que acabó explotando en las redes sociales: «Las personalidades y las relaciones entre los personajes de la película son pura ficción y algo ofensivas. Dejar a la audiencia con la sensación de que de alguna manera podría haber existido una relación sexual entre Du Pont y yo es una mentira enfermiza e insultante».

Marc Schiller acusó a Michael Bay de retratarlo como un absoluto gilipollas en el personaje interpretado por Tony Shalhoub en Dolor y dinero, un desmadre de película que falseó las partes más disparatadas de su trama pese a insistir constantemente en la veracidad de lo narrado. El libreto de Patch Adams exageró las payasadas del personaje real para darle cancha a Robin Williams y transformó a un compañero masculino de trabajo del verdadero Hunter Adams en una mujer para poder meter un interés romántico en la historia. El auténtico DJ que inspiró Good Morning Vietnam aclaró que la mayor parte de lo que se veía en pantalla se lo habían inventado, y que él no molaba ni la mitad que Williams. La película 21, basada en las aventuras de un grupo de amigos del MIT especializado en desplumar los casinos de Las Vegas a base de contar cartas, cometió el pecado de hacerle un profundo whitewashing al equipo real de asiático-americanos que la había inspirado, que sustituyó por caucásicos en la mayoría de los roles protagonistas.

Make America Great Again

Matthew McConaughey, Bill Paxton, Harvey Keitel y Jon Bon Jovi protagonizaron U-571, un film que narraba cómo, en 1942 y bien metidos en las harinas de la Segunda Guerra Mundial, unos valientes miembros de la Marina de los Estados Unidos abordaron un submarino enemigo, haciéndose pasar por soldados alemanes, con la idea de apoderarse de una de las máquinas Enigma que utilizaban los nazis para codificar mensajes. Pero aquella era una versión mangoneada de lo que sucedió en realidad, porque los auténticos héroes que capturaron la máquina Enigma eran de nacionalidad británica y ninguno tenía cara de Bon Jovi. La verdadera gesta había sido llevada a cabo por los tripulantes del H91, un destructor de la Marina Real británica, quienes se hicieron con la máquina Enigma del submarino alemán U-110 varios meses antes de que los americanos se sumasen al conflicto. En total, trece de las quince Enigma arrebatadas a los alemanes durante la guerra fueron capturadas por británicos, y para cuando la Marina de Estados Unidos se hizo con el control de un submarino enemigo, los aliados ya llevaban bastante tiempo descodificando esos códigos cifrados con los pies. Aquel menosprecio de la intervención inglesa hizo que hirviera la sangre del primer ministro del Reino Unido de entonces, un Tony Blair que llegó a calificar la película como una afrenta a los soldados británicos. Bill Clinton tuvo que aclarar que todo aquello era una obra de ficción, y el guionista David Ayer (el mismo que años más tarde escribiría Training Day y dirigiría el petardo de Escuadrón suicida) declaró sentirse avergonzado por haber manipulado tanto la historia para que los americanos se sintiesen mejor consigo mismos.

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Argo. Imagen: Warner Bros. Pictures
En 2012, Ben Affleck, aquel tío que era la bomba en Phantoms, se presentó acunando la película Argo. Un film dirigido e interpretado por el propio Affleck, con Bryan Cranston y John Goodman en el reparto, construido sobre un guion firmado por Chris Terrio y basado en el libro The Master of Disguise de Antonio J. Mendez y el artículo «The Great Escape» de Joshuah Bearman. Argo relataba la participación de un agente de la CIA en el rescate de varios diplomáticos estadounidenses durante la crisis de los rehenes en Irán de 1979. La película fue aplaudida por la crítica, llegó a los Óscar con siete nominaciones y salió de la gala con tres galardones: mejor película, mejor montaje y mejor guion adaptado. El problema fue que la cinta optó por minimizar extremadamente el papel de Canadá en el asunto para glorificar el papel estadounidense. Hasta Jimmy Carter, el 39.º presidente de los Estados Unidos, opinó sobre el asunto: «El 90% de la ideas y la puesta en marcha del plan fueron canadienses. Y la película da crédito casi por completo a la CIA estadounidense. Si exceptuamos eso, la película es muy buena, pero el héroe principal, en mi opinión, fue Ken Taylor, el embajador canadiense que orquestó todo el proceso».

¿Basado en hechos reales?

Fargo comenzaba mostrando un texto muy solemne: «Esta es una historia real. Los eventos reflejados en esta película tuvieron lugar en Minnesota en 1987. A petición de los supervivientes, los nombres han sido modificados. Por respeto a los muertos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió». Todo eso era mentira.

Los hermanos Coen son muy amigos de adobar con pequeñas bromas todas sus creaciones, la propia Fargo colaba el símbolo de El-artista-anteriormente-conocido-como-Prince entre sus créditos finales, y a los realizadores en general les gusta juguetear con ciertas ocurrencias estilísticas. En el caso de aquella comedia negra de 1996, a Joel y Ethan se les ocurrió utilizar el texto inicial para darle más empaque al asunto: «Si los espectadores creen que algo está basado en un incidente real, tienes la ventaja de poder hacer cosas que de otro modo no aceptarían como creíbles». Tras unos cuantos años, durante los cuales los hermanos se divirtieron ofreciendo una respuesta diferente cada vez que se les preguntaba por la naturaleza de los hechos reales, Joel confesó: «En realidad, hay dos pequeños elementos basados en hechos reales. Uno de ellos fue la existencia de un tío en los sesenta o los setenta que defraudó, sin secuestro ni muertes de por medio, a la GM Finance Corporation. El otro fue un crimen ocurrido en Connecticut, donde un hombre mató a su mujer y metió el cadáver en una trituradora de madera. Aparte de eso, todo lo demás nos lo inventamos nosotros».

Entre tanto, en Bollywood daban lecciones de cómo hacer las cosas al estrenar en 2007 la película Shootout at Lokhandwala con una frase promocional muy sincera: «Basada en rumores reales».

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Fargo. Imagen: Gramercy Pictures

http://www.jotdown.es/2018/05/basado-en-hechos-reales/
 
«27 minutos» contra el olvido
El cortometraje busca defender la memoria, dignidad y justicia de las víctimas de la banda terrorista ETA
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@MartaDorado_
MadridActualizado:13/07/2019 02:17h
La Audiencia reabre el asesinato etarra de «los novios de Cádiz» 38 años después

El ensordecedor sonido de un claxon rompió la quietud de la noche en Beasain (Guipúzcoa) la madrugada del día de Reyes de 1979. Dos pistoleros de ETA acribillaron a tiros al guardia civil Antonio Ramírez, tarifeño de 24 años, y a su novia, Hortensia González, sanroqueña de 20, que volvían a casa en un Renault 5 naranja tras pasar unas horas en una sala de fiestas. Él recibió ocho balazos; ella, diez. Les arrebataron la vida, pero también su futuro juntos. La pareja estaba planeando su boda y unas horas antes de fallecer se habían intercambiado las alianzas de compromiso. De ahí que, tras su muerte, se les bautizara como «los novios de Cádiz».

Esta es la fatídica historia que narra el cortometraje «27 minutos», producido por La Dalia Films y Kinatro Producciones y que se estrenó recientemente en Madrid. El título tiene un enorme poder simbólico, ya que hace referencia al tiempo que la bocina del coche estuvo sonando -el cuerpo del joven cayó sobre esta- sin que nadie respondiese a su agónica llamada de auxilio. El productor de esta ficción basada en hechos reales, José Luis Rancaño, confiesa a ABC que le conmovió que ningún vecino «socorriera a las víctimas». De todos los atentados y asesinatos perpetrados por la organización terrorista le pareció que este era el que «mejor reflejaba el daño y sufrimiento que causó la banda».

Potencia narrativa
El proyecto se enmarca, explica Rancaño, dentro de uno de mayor envergadura que recibe el nombre de «Nuevos Episodios Nacionales» en honor a Benito Pérez Galdós y que nace con el objetivo de retratar los acontecimientos más trascendentales de las últimas décadas. «Es un formato innovador en el que queremos combinar la técnica periodística del documental con el lenguaje cinematográfico. Nuestra idea es que cada uno de esos episodios documentados incorpore un cortometraje», expone. Así, el productor tenía «muy claro» que el primero de ellos debía abordar el terrorismo de ETA, puesto que se trata del capítulo que «mayor impacto ha tenido en nuestra vida social y política desde la instauración de la democracia». Además, para Rancaño, resultaba imprescindible «contribuir a la defensa de la memoria, dignidad y justicia de las víctimas».

El cortometraje recrea cómo era la vida en el País Vasco en los años de plomo, cuando los atentados etarras eran la norma. Los diálogos son escasos, pero tampoco se hacen necesarios dada la fuerza narrativa de la historia que se relata. La ficción es capaz de mostrar la complejidad de una sociedad vasca dividida entre quienes comulgaban con los asesinos y quienes callaban por temor a las represalias. «En el documental queda reflejado que hay dos formas de matar: a balazos, como los desalmados, y con el miedo y la complicidad, que en algunos casos es activa, pero que en otros es propia del silencio o del mirar hacia otro lado», manifiesta Rancaño.

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«Los novios de Cádiz», Hortensia González y Antonio Ramírez - ABC
Retrato de la sociedad vasca
Un dibujo exacto de un pueblo que, como cuenta el productor, apenas ha sido representado en el cine en comparación con otros momentos clave como la guerra civil española. «Es posible que haya alrededor de dos mil proyectos audiovisuales que hablan de este suceso», mientras que de ETA existen unos pocos. «No solo es un asunto de memoria histórica sino que es de actualidad porque hace 20 años seguían matando», subraya.

A eso se suma la perspectiva desde la que se afronta el tema: «No todas las películas o cortometrajes que hay se han rodado desde la óptica de las víctimas; también lo han hecho desde la del asesino. Nosotros queríamos que el nuestro solo se centrase en las víctimas porque esta no es una historia de grises sino de blancos y negros, o mejor dicho de buenos y malos, y se debe tratar sin complejos», recalca Rancaño, quien añade que no se debe olvidar la barbarie etarra.

Su anhelo es que «27 minutos» se exhiba en las televisiones públicas, en colegios e institutos. «Pero casi con seguridad», lamenta, «nunca se difundirá en una televisión pública». El productor denuncia que TVE sí tenga hueco, en cambio, para dar voz a Arnaldo Otegui, coordinador general de EH Bildu, la formación heredera de Batasuna y que no condena los crímenes cometidos por ETA. Y defiende que «seguirán luchando» para darle visibilidad.

«Me temblaban las piernas»
Aurora, la hermana de Hortensia, expresa a este diario la angustia que sintió aquella trágica noche cuando Miguel Maestre, compañero de Antonio y al que ETA mató cuatro meses después, la abrazó y le comunicó que les habían asesinado. «Pensé si no me muero en este momento, no me muero ya. Me fui corriendo a la clínica de Beasain y al llegar estaban ya cadáveres. Me temblaban las piernas y no pude entrar a verla», recuerda. Desde entonces, toma pastillas para los nervios.

https://www.abc.es/espana/abci-27-minutos-contra-olvido-201907130217_noticia.html
 
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