El Mundo Orbyt.
MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
19/11/2016
BOB DYLAN COMO WOODY ALLEN
DE ALFONSO XIII A DYLAN
EL por** EN LAS CASAS REALES
DE MODELOS A ‘STRIPPERS’
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Algo parecido pero a la inversa le sucedió al rey Alfonso XIII en un viaje por España. A la hora de comer, se detuvo en una venta. El posadero, emocionado, decidió obsequiarle con el mejor menú que tenía. Todo ello regado con un buen vino. Antes de marcharse, el buen hombre quiso mostrarle al soberano su bodega, de la que estaba muy orgulloso. La gran sorpresa del rey fue advertir que, entre los vinos que guardaba, había unos tan buenísimos que merecieron los elogios reales. Con su casticismo, le preguntó: “¿Para cuándo guardas estas botellas?”. Lo que no esperaba Alfonso XIII fue la espontánea respuesta del bodeguero: “¡Para mejor ocasión, majestad, para mejor ocasión!”. No hay duda de que para Dylan el Nobel tiene la misma importancia que el rey para el bodeguero. Allí donde reina la lucidez, la escala de valores resulta inútil, decía Albert Camus.
Hace unos años, aunque no muchos, la discreción era la norma de los príncipes en sus relaciones sentimentales. Sabían que no debían casarse con quienes quisieran ni hacerlo por encima de cualquier eventualidad, que decía el conde de Barcelona. Cierto es que no era preciso que las futuras esposas pertenecieran a Casas Reales. Además, las que solían considerarse princesas casaderas formaban un grupo reducido. Serlo tampoco era garantía de felicidad. No creo necesario recordar hoy, aquí y ahora, el drama matrimonial de Juan Carlos y Sofía, que era princesa real. Ya pasó el tiempo en que la reina Federica, la gran celestina real de la vieja Europa, organizaba cruceros como el Agamenón, lleno de príncipes y princesas en edad de casar. Su deseo era la endogamia para mantener la pureza de la sangre. De aquella experiencia sólo surgió un matrimonio que terminó en divorcio. Afortunadamente, el único problema de los príncipes de hoy es casarse con la Bella Durmiente o con la Cenicienta. Con la profesional o con la plebeya. ¿Con la cabeza? ¿Con el corazón? ¿Por qué ese dilema?, pregunto yo. Simple y sencillamente con quienes les dé la real gana.
Durante un tiempo, fueron modelos las mujeres de quienes se enamoraron los príncipes. Katja Storkholm de Federico de Dinamarca; Eva Sannum y Gigi Howard de Felipe de Borbón. Mona Wall y Cathrine Knudsen de Haakon Magnus. Después lo hicieron con una periodista el español, una abogada el danés, una logopeda el belga y una economista el holandés. Pero lo que no se había visto nunca es que el por** entrara en las familias reales vía matrimonio. Fue precisamente Haakon de Noruega, casándose con una ex drogadicta, madre soltera con un hijo, nacido de su relación con un delincuente, y actriz por** en los clubs nocturnos de Oslo, el primero en hacerlo. A éste le siguió otro frívolo príncipe, Carlos Felipe. Un pobre chico, aquejado de dislexia como su padre, el rey Carlos Gustavo (otro que tal anda en lo que a aventuras sexuales se refiere), que se enamoró y contrajo matrimonio con una stripper, Sofia Hellqvist, protagonista de reality shows y portadas de revistas donde posaba desnuda. La conoció en un bar de alterne. Cierto es que Carlos Felipe como Haakon no se distinguen por su brillante inteligencia. Y como no hay dos sin tres, otro príncipe, Enrique, nieto de Su Graciosa Majestad británica, Isabel II, se enamora perdidamente de Meghan Markle, actriz divorciada e hija de madre afroamericana, protagonista de películas tan eróticas como la serie Suits. De ella sólo se conocen sus desnudos, pero miedo y preocupación existe en la Corte, después de que su hermanastra Samantha Granthaya declarado: “La familia real se quedará espantada cuando conozca su vida”. Pero, como todo hombre enamorado o encoñado, ha salido en defensa de la muchacha, atacando a la prensa británica como no se había hecho nunca. “No pongáis vuestras sucias manos en mi chica”. Como puede verse, en algunas casas reales cuecen habas pero en otras calderadas. ¡Y qué decir de la nueva First Lady americana!

MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
19/11/2016
BOB DYLAN COMO WOODY ALLEN
DE ALFONSO XIII A DYLAN
EL por** EN LAS CASAS REALES
DE MODELOS A ‘STRIPPERS’
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Algo parecido pero a la inversa le sucedió al rey Alfonso XIII en un viaje por España. A la hora de comer, se detuvo en una venta. El posadero, emocionado, decidió obsequiarle con el mejor menú que tenía. Todo ello regado con un buen vino. Antes de marcharse, el buen hombre quiso mostrarle al soberano su bodega, de la que estaba muy orgulloso. La gran sorpresa del rey fue advertir que, entre los vinos que guardaba, había unos tan buenísimos que merecieron los elogios reales. Con su casticismo, le preguntó: “¿Para cuándo guardas estas botellas?”. Lo que no esperaba Alfonso XIII fue la espontánea respuesta del bodeguero: “¡Para mejor ocasión, majestad, para mejor ocasión!”. No hay duda de que para Dylan el Nobel tiene la misma importancia que el rey para el bodeguero. Allí donde reina la lucidez, la escala de valores resulta inútil, decía Albert Camus.
Hace unos años, aunque no muchos, la discreción era la norma de los príncipes en sus relaciones sentimentales. Sabían que no debían casarse con quienes quisieran ni hacerlo por encima de cualquier eventualidad, que decía el conde de Barcelona. Cierto es que no era preciso que las futuras esposas pertenecieran a Casas Reales. Además, las que solían considerarse princesas casaderas formaban un grupo reducido. Serlo tampoco era garantía de felicidad. No creo necesario recordar hoy, aquí y ahora, el drama matrimonial de Juan Carlos y Sofía, que era princesa real. Ya pasó el tiempo en que la reina Federica, la gran celestina real de la vieja Europa, organizaba cruceros como el Agamenón, lleno de príncipes y princesas en edad de casar. Su deseo era la endogamia para mantener la pureza de la sangre. De aquella experiencia sólo surgió un matrimonio que terminó en divorcio. Afortunadamente, el único problema de los príncipes de hoy es casarse con la Bella Durmiente o con la Cenicienta. Con la profesional o con la plebeya. ¿Con la cabeza? ¿Con el corazón? ¿Por qué ese dilema?, pregunto yo. Simple y sencillamente con quienes les dé la real gana.
Durante un tiempo, fueron modelos las mujeres de quienes se enamoraron los príncipes. Katja Storkholm de Federico de Dinamarca; Eva Sannum y Gigi Howard de Felipe de Borbón. Mona Wall y Cathrine Knudsen de Haakon Magnus. Después lo hicieron con una periodista el español, una abogada el danés, una logopeda el belga y una economista el holandés. Pero lo que no se había visto nunca es que el por** entrara en las familias reales vía matrimonio. Fue precisamente Haakon de Noruega, casándose con una ex drogadicta, madre soltera con un hijo, nacido de su relación con un delincuente, y actriz por** en los clubs nocturnos de Oslo, el primero en hacerlo. A éste le siguió otro frívolo príncipe, Carlos Felipe. Un pobre chico, aquejado de dislexia como su padre, el rey Carlos Gustavo (otro que tal anda en lo que a aventuras sexuales se refiere), que se enamoró y contrajo matrimonio con una stripper, Sofia Hellqvist, protagonista de reality shows y portadas de revistas donde posaba desnuda. La conoció en un bar de alterne. Cierto es que Carlos Felipe como Haakon no se distinguen por su brillante inteligencia. Y como no hay dos sin tres, otro príncipe, Enrique, nieto de Su Graciosa Majestad británica, Isabel II, se enamora perdidamente de Meghan Markle, actriz divorciada e hija de madre afroamericana, protagonista de películas tan eróticas como la serie Suits. De ella sólo se conocen sus desnudos, pero miedo y preocupación existe en la Corte, después de que su hermanastra Samantha Granthaya declarado: “La familia real se quedará espantada cuando conozca su vida”. Pero, como todo hombre enamorado o encoñado, ha salido en defensa de la muchacha, atacando a la prensa británica como no se había hecho nunca. “No pongáis vuestras sucias manos en mi chica”. Como puede verse, en algunas casas reales cuecen habas pero en otras calderadas. ¡Y qué decir de la nueva First Lady americana!