El Mundo Orbyt.
MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
17/12/2016
LETIZIA ORTIZ, COMO ANGELINA
LOS CONSORTES
LA TRISTE CONSECUENCIA DE VIVIR MUCHOS AÑOS
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En la cena de los Cavia, esta mi semana, traspasó todos los límites de la discreción y la elegancia para transformarse en una Angelina Jolie vulgar. No sólo por el peinado hacia atrás con efecto mojado, sino por la mirada de unos ojos maquillados en un tono violeta que acentuaban su inquietante expresión. El vestido, mejor no comentarlo. Y los zapatos de charol negro de Magrit puede que sea uno de los 300 pares que, según Nuria Tiburcio, tiene la consorte, cantidad que va camino de los que atesoró la impresentable Imelda Marcos, de Filipinas, que sólo tenía 3.000. ¡Vaya con la inefable it girl!
Si pretendía impactar con este look tan inadecuado, no hay duda de que lo ha conseguido. Si este comentario me ha salido frívolo, es porque la consorte real también lo es.
No es exacto lo que Dolores del Mar Sánchez González, directora del master en Protocolo de la UNED, dice en Yo Dona a propósito de titulares y consortes de las monarquías. Parece ser que olvida que existe una discriminación en esta institución, actualmente reinante en Europa, en lo que a matrimonios se refiere. Si se trata de un varón que se casa con reina, éste no se convierte en rey, sino en príncipe. Mientras, la mujer que lo hace con rey, como doña Sofía y Letizia, cierto es que cuando se casaron con Juan Carlos y Felipe de Borbón, estos eran sólo príncipes, automáticamente son reinas. Al igual que en el póker, la reina siempre supera a todos junto al rey. El rol del consorte en la monarquía británica no es el que la estimada Dolores del Mar cree. Siempre fue incómodo. Lo vemos en la serie sobre Isabel, realizada por Netflix, que yo he presentado y que Dolores del Mar pone como ejemplo, siendo muy al contrario de lo que declara en Yo Dona: “El consorte está ahí para asesorar, consultar o servir de soporte a la reina”. Muy diferente, querida. Desde el mismo momento de la proclamación de Isabel como reina, se marginó a Felipe, prohibiéndole hasta el acceso a “la caja roja”, también su presencia en las entrevistas de la soberana con el premier Churchill y hasta en la decisión de prohibir a la princesa Margarita casarse con Peter Towsend. El propio duque de Edimburgo dijo en cierta ocasión: “No soy más que una asquerosa ameba. Sólo sirvo para depositar s*men en la vagina de la reina”. Kitty Kelly, biógrafa de los Windsor, cuenta que “Felipe odiaba su trabajo de príncipe consorte”. La reina le aceptaba como era porque estaba muy enamorada de él. Como Sofía lo estuvo de Juan Carlos. “Quien trate de cambiar la manera de ser de un hombre, pierde el tiempo. Al marido hay que aceptarlo como es” (Isabel dixit). Aunque se corra el riesgo de perderlo para siempre, como le ha sucedido a la reina emérita de España. Lillibeth reconoce: “A Felipe no le pido fidelidad sino lealtad”.
¿Quiere otro ejemplo Dolores del Mar?: el consorte de Dinamarca, el príncipe Henrik, que no aceptó nunca la discriminación y acabó renunciando a su papel porque “en la corte soy menos que el gato”. Tampoco le gustó que su hijo y heredero le desplazara en el protocolo, del que usted, amiga mía, sabe tanto. Pero no de la historia de los hombres que tuvieron la desgracia de casarse con la reina y que luego no soportaron vivir a la sombra de su mujer. Ni Felipe ni Henrik ni, por supuesto, Claus de Holanda, que falleció sin saber quien era.
Te vas quedando solo. Esto le está pasando a la prima Lillibeth quien, que con más de 90 años, empieza a perder a las amigas que no han tenido la suerte de vivir tanto como ella o, a lo peor, sí. La noticia de esta mi semana es que la reina de Inglaterra ha perdido, en unos días, a dos damas de honor en su boda, Lady Elizabeth, su amiga, fallecida a los 92 años, y Margarita Rhodes, su prima. De las ocho que le acompañaban llevando la cola, sólo quedan dos con vida: Lady Pamela Hicks, que tiene 87 años, y la princesa Alexandra, de 80. A la reina Sofía, afortunadamente, le viven todas sus damas de honor: su hermana Irene, sus cuñadas Pilar de Borbón y Ana María, hoy ex reina de Grecia, Irene de Holanda, Alejandra de Kent, Tatiana Radziwill, Benedicta de Dinamarca y Ana de Francia. Cierto es que la reina emérita no ha cumplido todavía los 80.
Vivir tantos años tiene ese riesgo. Si nos fijamos en las esquelas mortuorias que se publican en los periódicos, advertimos que si el titular ha fallecido con 90 o más años, la mayoría de nombres de hermanos y hasta algún hijo que figuran, aparecen con una cruz, señal inequívoca de haber fallecido antes que él.
A la reina Isabel podrían aplicársele las palabras de Ibsen: “El hombre más viejo del mundo es el que está más solo” y a esa edad tan avanzada el mayor de los sufrimientos es estar solo. Sin aquellos que siempre nos rodeaban, aquellos que amábamos, aquellos que hemos conocido y que, por quedarme solo y desnudo por vivir tantos años, “¡ay! a triste soledad me han condenado”, que decía Garcilaso de la Vega.
MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
17/12/2016
LETIZIA ORTIZ, COMO ANGELINA
LOS CONSORTES
LA TRISTE CONSECUENCIA DE VIVIR MUCHOS AÑOS
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En la cena de los Cavia, esta mi semana, traspasó todos los límites de la discreción y la elegancia para transformarse en una Angelina Jolie vulgar. No sólo por el peinado hacia atrás con efecto mojado, sino por la mirada de unos ojos maquillados en un tono violeta que acentuaban su inquietante expresión. El vestido, mejor no comentarlo. Y los zapatos de charol negro de Magrit puede que sea uno de los 300 pares que, según Nuria Tiburcio, tiene la consorte, cantidad que va camino de los que atesoró la impresentable Imelda Marcos, de Filipinas, que sólo tenía 3.000. ¡Vaya con la inefable it girl!
Si pretendía impactar con este look tan inadecuado, no hay duda de que lo ha conseguido. Si este comentario me ha salido frívolo, es porque la consorte real también lo es.
No es exacto lo que Dolores del Mar Sánchez González, directora del master en Protocolo de la UNED, dice en Yo Dona a propósito de titulares y consortes de las monarquías. Parece ser que olvida que existe una discriminación en esta institución, actualmente reinante en Europa, en lo que a matrimonios se refiere. Si se trata de un varón que se casa con reina, éste no se convierte en rey, sino en príncipe. Mientras, la mujer que lo hace con rey, como doña Sofía y Letizia, cierto es que cuando se casaron con Juan Carlos y Felipe de Borbón, estos eran sólo príncipes, automáticamente son reinas. Al igual que en el póker, la reina siempre supera a todos junto al rey. El rol del consorte en la monarquía británica no es el que la estimada Dolores del Mar cree. Siempre fue incómodo. Lo vemos en la serie sobre Isabel, realizada por Netflix, que yo he presentado y que Dolores del Mar pone como ejemplo, siendo muy al contrario de lo que declara en Yo Dona: “El consorte está ahí para asesorar, consultar o servir de soporte a la reina”. Muy diferente, querida. Desde el mismo momento de la proclamación de Isabel como reina, se marginó a Felipe, prohibiéndole hasta el acceso a “la caja roja”, también su presencia en las entrevistas de la soberana con el premier Churchill y hasta en la decisión de prohibir a la princesa Margarita casarse con Peter Towsend. El propio duque de Edimburgo dijo en cierta ocasión: “No soy más que una asquerosa ameba. Sólo sirvo para depositar s*men en la vagina de la reina”. Kitty Kelly, biógrafa de los Windsor, cuenta que “Felipe odiaba su trabajo de príncipe consorte”. La reina le aceptaba como era porque estaba muy enamorada de él. Como Sofía lo estuvo de Juan Carlos. “Quien trate de cambiar la manera de ser de un hombre, pierde el tiempo. Al marido hay que aceptarlo como es” (Isabel dixit). Aunque se corra el riesgo de perderlo para siempre, como le ha sucedido a la reina emérita de España. Lillibeth reconoce: “A Felipe no le pido fidelidad sino lealtad”.
¿Quiere otro ejemplo Dolores del Mar?: el consorte de Dinamarca, el príncipe Henrik, que no aceptó nunca la discriminación y acabó renunciando a su papel porque “en la corte soy menos que el gato”. Tampoco le gustó que su hijo y heredero le desplazara en el protocolo, del que usted, amiga mía, sabe tanto. Pero no de la historia de los hombres que tuvieron la desgracia de casarse con la reina y que luego no soportaron vivir a la sombra de su mujer. Ni Felipe ni Henrik ni, por supuesto, Claus de Holanda, que falleció sin saber quien era.
Te vas quedando solo. Esto le está pasando a la prima Lillibeth quien, que con más de 90 años, empieza a perder a las amigas que no han tenido la suerte de vivir tanto como ella o, a lo peor, sí. La noticia de esta mi semana es que la reina de Inglaterra ha perdido, en unos días, a dos damas de honor en su boda, Lady Elizabeth, su amiga, fallecida a los 92 años, y Margarita Rhodes, su prima. De las ocho que le acompañaban llevando la cola, sólo quedan dos con vida: Lady Pamela Hicks, que tiene 87 años, y la princesa Alexandra, de 80. A la reina Sofía, afortunadamente, le viven todas sus damas de honor: su hermana Irene, sus cuñadas Pilar de Borbón y Ana María, hoy ex reina de Grecia, Irene de Holanda, Alejandra de Kent, Tatiana Radziwill, Benedicta de Dinamarca y Ana de Francia. Cierto es que la reina emérita no ha cumplido todavía los 80.
Vivir tantos años tiene ese riesgo. Si nos fijamos en las esquelas mortuorias que se publican en los periódicos, advertimos que si el titular ha fallecido con 90 o más años, la mayoría de nombres de hermanos y hasta algún hijo que figuran, aparecen con una cruz, señal inequívoca de haber fallecido antes que él.
A la reina Isabel podrían aplicársele las palabras de Ibsen: “El hombre más viejo del mundo es el que está más solo” y a esa edad tan avanzada el mayor de los sufrimientos es estar solo. Sin aquellos que siempre nos rodeaban, aquellos que amábamos, aquellos que hemos conocido y que, por quedarme solo y desnudo por vivir tantos años, “¡ay! a triste soledad me han condenado”, que decía Garcilaso de la Vega.