El Mundo Orbyt.
MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
15/10/2016
AQUEL INOLVIDABLE 12 DE OCTUBRE
NO ENTENDÍAN NADA
DIERON UNA LECCIÓN AL REY
MIRÁNDONOS EN EL ESPEJO
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Pero, como recuerda Manuel Soriano en su magnífica biografía sobre Sabino La sombra del rey (Temas de Hoy, 2008), “chocó con Don Juan Carlos, que no admitía recomendaciones en relación con su vida privada (...) José Joaquín Puig no quiso ser cómplice de la situación e intentó mejorar la imagen del matrimonio real y proteger a la Corona de las amistades peligrosas en torno al Rey”. Por todo ello, decidió cesarle “tapándose los verdaderos motivos”. Lo hizo mezquinamente, haciéndole ver a José Joaquín que el general Sabino se lo había pedido. El diplomático no entendía que un amigo como él estuviese detrás del cese, le costaba creerlo. Pero era “palabra de rey”. Con profunda amargura por la deslealtad y la traición, le retiró la amistad de tantos años. Sabino, por su parte, desagradablemente sorprendido por el cese de Puig, sobre el que el Rey no le había dado explicación alguna, no entendía la actitud del diplomático para con él. Cada uno por su lado, me hicieron partícipe de la aflicción que les producía la situación.
Así que, con el permiso de los dos, organicé un almuerzo en el Club 31, de la madrileña Puerta de Alcalá. A lo largo de más de cinco horas, no sólo conocieron la cruda verdad de lo sucedido, sino la mezquina actuación real. Lo que se dijeron en aquella comida, se lo ha llevado un inmenso río de olvido. El reencuentro tuvo lugar en vísperas del 12 de Octubre, a cuya recepción en el Palacio Real ambos estaban invitados. Y como nadie sabe lo dulce que puede ser la venganza si no se ha sufrido la ofensa, decidieron acudir juntos. Ya en el besamanos el Rey se sorprendió de verles juntos. Y lo que no esperaba es que, al coincidir en la recepción y preguntarles no con cierta y temerosa ingenuidad, ¿qué tal?, ellos respondieron: “Ya ve, Señor, aclarando la situación”.
Don Juan Carlos, desagradablemente sorprendido, dio media vuelta y se perdió entre los cientos de invitados, ignorando que aquellos dos grandes hombres, Sabino y José Joaquín, acababan de restañar ante el rey y el día de la Fiesta Nacional una amistad rota por culpa del... rey.
Nunca me han gustado las reuniones de antiguos alumnos. Es algo así como mirarme al espejo. La pasada mi semana acudía a la mítica y evocadora madrileña Residencia de Estudiantes por invitación de antiguos militantes del Servicio Universitario del Trabajo (SUT) en el que colaboré como minero en las Hulleras de Sabero mientras estudiaba Derecho. Aquella fue una aventura inolvidable en las décadas de los 50 y 60 de la mano del padre Llanos. Y en la Residencia volví a encontrarme ante mi espejo con antiguos estudiantes de igual o parecida edad. Salvo Rodolfo Martín Villa que, con dos años menos, le vi muy bien. Para reconocer a aquellos antiguos y viejos compañeros, sobre todo viejos, necesité la ayuda de la acreditación bien visible sobre el pecho.
“Debería existir una ley que impidiera a las personas reencontrarse después de muchos años”, escribe Hernán Casciari en Papel, esta pasada semana. Lleva razón. ¿Qué se puede decir después de tantos años a aquel compañero de la época en que éramos jóvenes y atractivos universitarios? En realidad, nunca nos damos cuenta de que hemos envejecido hasta que nos encontramos, no ante el espejo de nuestro cuarto de baño, cómplice de nuestro envejecimiento, sino ante el espejo de aquel niño convertido en un viejo. “Algo aterrador”, que dice Casciari. “Lo peor de toparnos con un cara deforme es que nos obliga a ver, en el reflejo de sus ojos, nuestra propia deformidad”. A pesar de todo esto, fue gratificante el reencuentro de un numeroso grupo de hombres y mujeres que, en su día, acabamos implicándonos en las reivindicaciones sociales y políticas de los obreros que, por supuesto, eran de izquierdas. Aquello “nos hizo mejores personas”.

MI SEMANA AZUL & ROSA
JAIME PEÑAFIEL
15/10/2016
AQUEL INOLVIDABLE 12 DE OCTUBRE
NO ENTENDÍAN NADA
DIERON UNA LECCIÓN AL REY
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Pero, como recuerda Manuel Soriano en su magnífica biografía sobre Sabino La sombra del rey (Temas de Hoy, 2008), “chocó con Don Juan Carlos, que no admitía recomendaciones en relación con su vida privada (...) José Joaquín Puig no quiso ser cómplice de la situación e intentó mejorar la imagen del matrimonio real y proteger a la Corona de las amistades peligrosas en torno al Rey”. Por todo ello, decidió cesarle “tapándose los verdaderos motivos”. Lo hizo mezquinamente, haciéndole ver a José Joaquín que el general Sabino se lo había pedido. El diplomático no entendía que un amigo como él estuviese detrás del cese, le costaba creerlo. Pero era “palabra de rey”. Con profunda amargura por la deslealtad y la traición, le retiró la amistad de tantos años. Sabino, por su parte, desagradablemente sorprendido por el cese de Puig, sobre el que el Rey no le había dado explicación alguna, no entendía la actitud del diplomático para con él. Cada uno por su lado, me hicieron partícipe de la aflicción que les producía la situación.
Así que, con el permiso de los dos, organicé un almuerzo en el Club 31, de la madrileña Puerta de Alcalá. A lo largo de más de cinco horas, no sólo conocieron la cruda verdad de lo sucedido, sino la mezquina actuación real. Lo que se dijeron en aquella comida, se lo ha llevado un inmenso río de olvido. El reencuentro tuvo lugar en vísperas del 12 de Octubre, a cuya recepción en el Palacio Real ambos estaban invitados. Y como nadie sabe lo dulce que puede ser la venganza si no se ha sufrido la ofensa, decidieron acudir juntos. Ya en el besamanos el Rey se sorprendió de verles juntos. Y lo que no esperaba es que, al coincidir en la recepción y preguntarles no con cierta y temerosa ingenuidad, ¿qué tal?, ellos respondieron: “Ya ve, Señor, aclarando la situación”.
Don Juan Carlos, desagradablemente sorprendido, dio media vuelta y se perdió entre los cientos de invitados, ignorando que aquellos dos grandes hombres, Sabino y José Joaquín, acababan de restañar ante el rey y el día de la Fiesta Nacional una amistad rota por culpa del... rey.
Nunca me han gustado las reuniones de antiguos alumnos. Es algo así como mirarme al espejo. La pasada mi semana acudía a la mítica y evocadora madrileña Residencia de Estudiantes por invitación de antiguos militantes del Servicio Universitario del Trabajo (SUT) en el que colaboré como minero en las Hulleras de Sabero mientras estudiaba Derecho. Aquella fue una aventura inolvidable en las décadas de los 50 y 60 de la mano del padre Llanos. Y en la Residencia volví a encontrarme ante mi espejo con antiguos estudiantes de igual o parecida edad. Salvo Rodolfo Martín Villa que, con dos años menos, le vi muy bien. Para reconocer a aquellos antiguos y viejos compañeros, sobre todo viejos, necesité la ayuda de la acreditación bien visible sobre el pecho.
“Debería existir una ley que impidiera a las personas reencontrarse después de muchos años”, escribe Hernán Casciari en Papel, esta pasada semana. Lleva razón. ¿Qué se puede decir después de tantos años a aquel compañero de la época en que éramos jóvenes y atractivos universitarios? En realidad, nunca nos damos cuenta de que hemos envejecido hasta que nos encontramos, no ante el espejo de nuestro cuarto de baño, cómplice de nuestro envejecimiento, sino ante el espejo de aquel niño convertido en un viejo. “Algo aterrador”, que dice Casciari. “Lo peor de toparnos con un cara deforme es que nos obliga a ver, en el reflejo de sus ojos, nuestra propia deformidad”. A pesar de todo esto, fue gratificante el reencuentro de un numeroso grupo de hombres y mujeres que, en su día, acabamos implicándonos en las reivindicaciones sociales y políticas de los obreros que, por supuesto, eran de izquierdas. Aquello “nos hizo mejores personas”.